29 viernes
Rojo
VIERNES SANTO
DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
MR p. 293 [297] / Lecc. I p. 820
Día de ayuno y abstinencia
El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición,
la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio
eucarístico. El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz,
sin candelabros y sin manteles. El sacerdote, revestidos de color
rojo como para la misa, se dirigen al altar, y hecha la debida
reverencia, se postran rostro en tierra o, si se juzga mejor, se
arrodillan, y todos oran en silencio durante algún espacio de
tiempo. Después el sacerdote se dirige a la sede donde, mientras
todos permanecen de rodillas, dice la siguiente oración:
No se dice “Oremos”.
ORACIÓN
Acuérdate, Señor, de tu gran misericordia, y santifica a tus
siervos con tu constante protección, ya que por ellos Cristo, tu
Hijo, derramando su sangre, instituyó el misterio pascual. El,
que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén
PRIMERA PARTE:
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
[Él fue traspasado por nuestros crímenes.]
Del libro del profeta Isaías 52, 13–53, 12
He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y
exaltado, será puesto en alto. Muchos se horrorizaron al verlo,
porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto
de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro. Ante él
los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había
contado y comprenderán lo que nunca se habían imaginado.
¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se le
revelará el poder del Señor? Creció en su presencia como planta
débil, como una raíz en el desierto. No tenía gracia ni belleza. No
vimos en él ningún aspecto atrayente; despreciado y rechazado
por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como
uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus
llagas hemos sido curados.
Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo
su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como
un cordero llevado a degollar; como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se
preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo, le dieron
sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque no
había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue
su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará
sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor.
Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus
sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los
crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes
repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y fue
contado entre los malhechores, cuando tomó sobre sí las culpas
de todos e intercedió por los pecadores. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL del salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus
manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. R.
Se burlan de mí mis enemigos, mis vecinos y parientes de
mí se espantan, los que me ven pasar huyen de mí. Estoy en el
olvido, como un muerto, como un objeto tirado en la basura. R.
Pero yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos
está mi destino. Líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu
misericordia. Sean fuertes y valientes de corazón, ustedes, los
que esperan en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
[Aprendió a obedecer y se convirtió en la causa de la salvación
eterna para todos los que lo obedecen.]
De la carta a los hebreos 4, 14-16; 5, 7.9
Hermanos: Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote,
que ha entrado en el cielo. Mantengamos firme la profesión de
nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea
capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él
mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto
el pecado. Acerquémonos, por tanto, con plena confianza al
trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y
obtener ayuda en el momento oportuno.
Precisamente por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció
oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que
podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A
pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y
llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación
eterna para todos los que lo obedecen. Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Flp 2, 8-9
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó
incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó
sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre. R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
No se llevan velas ni incienso para la lectura de la Pasión del
Señor, ni se hace al principio el saludo, ni se signa el libro. La
lectura la hace un diácono o, en su defecto, el sacerdote. Puede
también ser hecha por lectores, reservando al sacerdote, si es
posible, la parte correspondiente a Cristo.
EVANGELIO
Jn 18, 1— 19, 42
Cuando la lectura se hace alternada:
C = Cronista; S = “Sinagoga”; y ╬ = Cristo
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN SAN JUAN
C En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro
lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí
él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio,
porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de
los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con
linternas, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que iba a
suceder, se adelantó y les dijo:
╬ “¿A quién buscan?”
C Le contestaron:
S "A Jesús, el nazareno”.
C Les dijo Jesús:
╬ “Yo soy”.
C Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles
‘Yo soy’, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a
preguntar:
╬ “¿A quién buscan?”
C Ellos dijeron:
S “A Jesús, el nazareno”.
C Jesús contestó:
╬ “Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen
que estos se vayan”.
C Así se cumplió lo que Jesús había dicho: “No he perdido
a ninguno de los que me diste”.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió
a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este
criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
╬ “Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz
que me ha dado mi Padre?”.
C El batallón, su comandante y los criados de los judíos
apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás,
porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás
era el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene que
muera un solo hombre por el pueblo’.
Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este
discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en
el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera,
junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo
sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera
dijo entonces a Pedro:
S “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese
hombre?”
C Él dijo:
S “No lo soy”.
C Los criados y los guardias habían encendido un brasero,
porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con
ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y
de su doctrina. Jesús le contestó:
╬ “Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado
continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen
todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué
me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre
lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho”.
C Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada
a Jesús, diciéndole:
S “¿Así contestas al sumo sacerdote?”.
C Jesús le respondió:
╬ “Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado;
pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”.
C Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S “¿No eres tú también uno de sus discípulos?".
C Él lo negó diciendo:
S “No lo soy”.
C Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel
a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo:
S “¿Qué no te vi yo con él en el huerto?”.
C Pedro volvió a negarlo y en seguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de
mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en
impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:
S ¿De qué acusan a este hombre?”.
C Le contestaron:
S “Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos
traído”.
C Pilato les dijo:
S “Pues llévenselo y júzguenlo según su ley”.
C Los judíos le respondieron:
S “No estamos autorizados para dar muerte a nadie”.
C Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de
qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
C Jesús le contestó:
╬ “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho
otros?”.
C Pilato le respondió:
S “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes
te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?”.
C Jesús le contestó:
╬ “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera
de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no
cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de
aquí”.
C Pilato le dijo:
S “¿Conque tú eres rey?”.
C Jesús le contestó:
╬ “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo
para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz”.
C Pilato le dijo:
S “¿Y qué es la verdad?”.
C Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y
les dijo:
S “No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes
es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso.
¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”.
C Pero todos ellos gritaron:
S “¡No, a ése no! ¡A Barrabás!”.
C (El tal Barrabás era un bandido).
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados
trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le
echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a él, le
decían:
S “¡Viva el rey de los judíos!”.
C y le daban de bofetadas,
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S “Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en él
ninguna culpa”.
C Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el
manto color púrpura. Pilato les dijo:
S “Aquí está el hombre”.
C Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores,
gritaron:
S “¡Crucifícalo, crucifícalo!”
C Pilato les dijo:
S “Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no
encuentro culpa en él”.
C Los judíos le contestaron:
S “Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que
morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”.
C Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y
entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S “¿De dónde eres tú?”
C Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces:
S “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad
para soltarte y autoridad para crucificarte?”
C Jesús le contestó:
╬ “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la
hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a
ti tiene un pecado mayor”.
C Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los
judíos gritaban:
S “¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque
todo el que pretende ser rey, es enemigo del César”.
C Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en
el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo
Gábbata).
Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y
dijo Pilato a los judíos:
S “Aquí tienen a su rey”.
C Ellos gritaron:
S “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!”
C Pilato les dijo:
S “¿A su rey voy a crucificar?”
C Contestaron los sumos sacerdotes:
S “No tenemos más rey que el César”.
C Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús y él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el
sitio llamado “la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota),
donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado,
y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo
encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el nazareno, el
rey de los judíos’. Leyeron el letrero muchos judíos, porque
estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito
en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los
judíos le dijeron a Pilato:
S “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha
dicho: Soy rey de los judíos’”.
C Pilato les contestó:
S “Lo escrito, escrito está”.
C Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su
ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron
la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de
arriba a abajo. Por eso se dijeron:
S “No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a
quién le toca”.
C Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron
mi ropa y echaron a suerte mi túnica Y eso hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su
madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su
madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a
su madre:
╬ “Mujer, ahí está tu hijo”.
C Luego dijo al discípulo:
╬ “Ahí está tu madre”.
C Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su
término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
╬ “Tengo sed”.
C Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados
sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo
y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo:
╬ “Todo está cumplido”,
C e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
C Entonces, los judíos, como era el día de la preparación
de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se
quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día
muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y
los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las
piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados
con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le
quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó
el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero
y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No
le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice:
Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús,
pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara
llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces
y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y
trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos
aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había
un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un
sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y
como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua
y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús. Palabra del
Señor.
Después de la lectura de la Pasión del Señor, el sacerdote dice
una breve homilía, después de la cual puede exhortar a los fieles
a orar durante un breve espacio de tiempo.
REFLEXIÓN: • El Viernes Santo es un día centrado
en la pasión del Señor y en su muerte ignominiosa en
la Cruz, presagio de una segura victoria. Él, en la crux
gloriosa, ha vencido al antiguo enemigo. Suya fue la
lucha, nuestra es la corona. Hoy todos los redimidos
por su sangre preciosa –llamados a compartir una
vida nueva como “resucitados”– estamos invitados
a entonar, con voces de júbilo, himnos de alabanza
al Señor, al único que pudo decir, como lo hace en
el Apocalipsis: «Estuve muerto, pero ahora estoy
vivo por los siglos de los siglos» (Ap. 1,18)… • Hoy
se cumple el repetido anuncio sobre su violento
final en Jerusalén, al aceptar, “por nosotros y por
nuestra salvación”, los misteriosos planes de su
Padre: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su
propio Hijo» (Jn, 3, 16). No hay modo más verídico de
expresarlo, que dando también nosotros la vida por
aquellos a quienes se ama. Un amor fuente de vida,
que nos une a Dios y a nuestros hermanos. Un amor
capaz de cambiar el mundo, si los que nos decimos
sus discípulos seguimos su ejemplo de humildad,
servicio, obediencia y renuncia.
ORACIÓN UNIVERSAL:
I. Por la santa Iglesia: Oremos, queridos
hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que
nuestro Dios y Señor le conceda la paz y la unidad,
se digne protegerla en toda la tierra y nos conceda
glorificarlo, como Dios Padre omnipotente, con una
vida pacífica y serena. Se ora un momento en silencio.
Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las
naciones, conserva la obra de tu misericordia, para
que tu Iglesia, extendida por toda la tierra, persevere
con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
II. Por el Papa: Oremos también por nuestro
Santo Padre, el Papa Francisco, para que Dios
nuestro Señor, que lo escogió para el orden de los
obispos, lo conserve a salvo y sin daño para bien
de su santa Iglesia, a fin de que pueda gobernar al
pueblo santo de Dios. Se ora un momento en silencio.
Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, cuya sabiduría gobierna el universo, atiende
favorablemente nuestras súplicas y protege con
tu amor al Papa que nos diste, para que el pueblo
cristiano, que tú mismo pastoreas, progrese bajo
su cuidado en la firmeza de su fe. Por Jesucristo,
nuestro Señor. R. Amén.
III. Por el pueblo de Dios y sus ministros: Oremos
también por nuestro obispo Francisco y sus obispos
auxiliares, por todos los obispos, presbíteros y
diáconos de la Iglesia, y por todo el pueblo santo
de Dios. Se ora un momento en silencio. Luego
prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y eterno,
que con tu Espíritu santificas y gobiernas a toda la
Iglesia, escucha nuestras súplicas por tus ministros,
para que, con la ayuda de tu gracia, te sirvan con
fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
IV. Por los catecúmenos: Oremos también por los
(nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor
abra los oídos de sus corazones y les manifieste su
misericordia, y para que, mediante el bautismo, se les
perdonen todos sus pecados y queden incorporados
a Cristo, Señor. Se ora un momento en silencio.
Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso
y eterno, que sin cesar concedes nuevos hijos a
tu Iglesia, acrecienta la fe y el conocimiento a los
(nuestros) catecúmenos, para que, renacidos en
la fuente bautismal, los cuentes entre tus hijos de
adopción. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
V. Por la unidad de los cristianos: Oremos
también por todos los hermanos que creen en Cristo,
para que Dios nuestro Señor se digne congregar y
custodiar en la única Iglesia a quienes procuran
vivir en la verdad. Se ora un momento en silencio.
Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, que reúnes a los que están dispersos y los
mantienes en la unidad, mira benignamente la grey
de tu Hijo, para que, a cuantos están consagrados
por el único bautismo, también los una la integridad
de la fe y los asocie el vínculo de la caridad. Por
Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
VI. Por los judíos: Oremos también por los judíos,
para que a quienes Dios nuestro Señor habló
primero, les conceda progresar continuamente en el
amor de su nombre y en la fidelidad a su alianza.
Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el
sacerdote: Dios todopoderoso y eterno, que confiaste
tus promesas a Abraham y a su descendencia, oye
compasivo los ruegos de tu Iglesia, para que el
pueblo que adquiriste primero como tuyo, merezca
llegar a la plenitud de la redención. Por Jesucristo,
nuestro Señor. R. Amén.
VII. Por los que no creen en Cristo: Oremos
también por los que no creen en Cristo, para que,
iluminados por el Espíritu Santo, puedan ellos
encontrar el camino de la salvación. Se ora un
momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no
creen en Cristo, que, caminando en tu presencia
con sinceridad de corazón, encuentren la verdad; y
a nosotros concédenos crecer en el amor mutuo y
en el deseo de comprender mejor los misterios de
tu vida, a fin de que seamos testigos cada vez más
auténticos de tu amor en el mundo. Por Jesucristo,
nuestro Señor. R. Amén.
VIII. Por los que no creen en Dios: Oremos también
por los que no conocen a Dios, para que, buscando
con sinceridad lo que es recto, merezcan llegar hasta
él. Se ora un momento en silencio. Luego prosigue el
sacerdote: Dios todopoderoso y eterno, que creaste a
todos los hombres para que deseándote te busquen, y
para que al encontrarte descansen en ti; concédenos
que, en medio de las dificultades de este mundo,
al ver los signos de tu amor y el testimonio de las
buenas obras de los creyentes, todos los hombres
se alegren al confesarte como único Dios verdadero
y Padre de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R.
Amén.
IX. Por los gobernantes: Oremos también por
todos los gobernantes de las naciones, para que Dios
nuestro Señor guíe sus mentes y corazones, según
su voluntad providente, hacia la paz verdadera y la
libertad de todos. Se ora un momento en silencio.
Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, en cuyas manos están los corazones de los
hombres y los derechos de las naciones, mira con
bondad a nuestros gobernantes, para que, con tu
ayuda, se afiance en toda la tierra un auténtico
progreso social, una paz duradera y una verdadera
libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor. R.
Amén.
X. Por los que se encuentran en alguna tribulación:
Oremos, hermanos muy queridos, a Dios Padre
todopoderoso, para que libre al mundo de todos
sus errores, aleje las enfermedades, alimente a los
que tienen hambre, libere a los encarcelados y haga
justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que
viajan, un buen retorno a los que se hallan lejos del
hogar, la salud a los enfermos y la salvación a los
moribundos. Se ora un momento en silencio. Luego
prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y eterno,
consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren,
escucha a los que te invocan en su tribulación,
para que todos experimenten en sus necesidades la
alegría de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro
Señor. R. Amén.
SEGUNDA PARTE:
ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Terminada la oración universal, se hace la adoración solemne de
la santa Cruz, De las dos formas que se proponen [pp. 298-306
[303312] elíjase la que se juzgue más apropiada pastoralmente,
de acuerdo con las circunstancias.
Invitatorio al presentar la santa Cruz
V. Miren el árbol de la Cruz donde estuvo clavado Cristo, el
Salvador del mundo.
R. Vengan y adoremos.
El sacerdote, el clero y los fieles se acercan procesionalmente y
adoran la cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple
o algún otro signo de veneración (como el de besarla), según
la costumbre de la región. Mientras tanto, se canta la antífona
“Tu Cruz adoramos” (p. 300ss) [202], los Improperios u otros
cánticos apropiados. Terminada la adoración, la cruz es llevada
al altar y puesta en un lugar relevante, con los ciriales o los
candeleros a su lado.
ANTÍFONA:
Tu Cruz adoramos, Señor, tu santa resurrección alabamos y
glorificamos, pues del árbol de la Cruz ha venido la alegría al
mundo entero.
Cfr. Sal 66, 2
Que el Señor se apiade de nosotros y nos bendiga, que nos
muestre su rostro radiante y misericordioso. Se repite la antífona:
Tu Cruz...
TERCERA PARTE:
SAGRADA COMUNIÓN
Se extiende un mantel sobre el altar y se pone sobre él un
corporal y el libro. Enseguida se trae el Santísimo Sacramento
del lugar del “Monumento” directamente al altar, mientras
todos permanecen de pie y en silencio. El sacerdote, previa
genuflexión, realiza el Rito de la Comunión [pp 585-588] [202]
en la forma acostumbrada. Acabada la comunión, un ministro
idóneo lleva el copón a algún lugar especialmente preparado
fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo
reserva en el sagrario. Después el sacerdote, guardado un breve
silencio, dice la siguiente oración:
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la
gloriosa muerte y resurrección de tu Hijo Jesucristo, prosigue en
nosotros la obra de tu misericordia, para que, mediante nuestra
participación en este misterio, permanezcamos dedicados a tu
servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
Como despedida el sacerdote, imponiendo las manos sobre el
pueblo, dice la siguiente oración:
ORACIÓN SOBRE EL PUEBLO
Envía, Señor, sobre este pueblo tuyo, que ha conmemorado
la muerte de tu Hijo, en espera de su resurrección, la abundancia
de tu bendición; llegue a él tu perdón, reciba tu consuelo, se
acreciente su fe santa y se consolide su eterna redención. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Y todos se retiran en silencio. A su debido tiempo se desnuda de
nuevo el altar.