RAMÓN VARGAS GONZÁLEZ
En las últimas horas de la vida de Ramón se advierte la delicada composición que diseñó la oblación y la entrega de sí, hecha con antelación a la trágica jornada. Supo que iba a morir, pero su hombría de bien y su esperanza cristiana le mostraron que esa muerte lo uniría a la de Cristo. No tuvo miedo, ni lo tuvieron sus hermanos. Sintió hambre y consiguió comida; bromeó y oró: "No temas -dijo a su hermano Jorge-, si morimos nuestra sangre lavará nuestras culpas".
La hora de la ejecución llegó. Salieron del calabozo los hermanos Vargas González. El tiempo apremiaba y urgía matarlos a todos cuanto antes. Para atenuar la cruel sentencia, más que por un rasgo de piedad, el general ordenó que fuera separado el menor de los hermanos. El sitio correspondía a Ramón, de apenas 22 años; con todo, fue Florentino el que por voluntad expresa de su hermano resulta agraciado con el indulto.
A punto de ser fusilado, flexionó su mano derecha e hizo la señal de la cruz con los dedos, después cayó por tierra. Así entregó su vida este joven valiente, ilusionado con el porvenir, pero también dispuesto a dar todo lo que tenía con tal de alcanzar el reino de los Cielos.