1. De la independencia a la revolución; panorama
Superada la época de confusión y violencia provocada mayoritariamente por insurgentes de la Audiencia de México, diversos miembros prominentes de la Audiencia de Guadalajara creyeron oportuno y conveniente declarar la independencia de este territorio con respecto a España; y así lo hicieron de manera pacífica, pero irrevocable, el 13 de junio de 1821. En este proceso fue valioso el apoyo recibido del obispo diocesano, el señor Cabañas. Se iniciaba una nueva época y con ella nuevos y muchas veces imprevistos retos.
Entre 1821 y 1867, el juego de las ideologías, de las luchas partidistas y las innumerables guerras civiles, arruinaron la situación del país y pusieron en constante peligro la vida y estabilidad social: los bienes y derechos de la Iglesia fueron constantemente lesionados; la tentación partidista fue habitual y la situación de conflicto, permanente.
De 1867 a 1911, la afirmación del Estado y de su ideología, generó un progreso muy amplio, a nivel de estructuras económicas, de mandos empresariales, burocráticos y militares. La Iglesia obtuvo un modo de vida que le permitió recuperarse de las crisis anteriores; no obstante su situación jurídica, oficialmente adversa.
Sin embargo, las condiciones generales de vida para la población fueron empeorando gradualmente, como consecuencia de la política de liberalismo económico, sustentada por el Porfiriato; las críticas o cuestionamientos al sistema fueron siempre suprimidas por los métodos propios de las dictaduras militares.
En estas condiciones, los riesgos para la Iglesia fueron diversos. Así: la limitación de su acción profética; la reducción, de su compromiso social, a la caridad eventual: máxime que había sido privada de sus recursos; además, el mismo sistema político le dificultaba sus labores asistenciales, y la tentación de ceder a la ideología del Estado, a saber, el nacionalismo centralista que, por doquier, cegaba la conciencia histórica de regiones y pueblos sustituyéndola por una versión oficial y uniformadora de la vida del país.
2. La diócesis, la independencia a la reforma
La Diócesis de Guadalajara, frente a los nuevos tiempos inaugurados por la Independencia y que ella misma había contribuido a abrir, reaccionó inicialmente afirmando su identidad y declarando su intención de fortalecer los valores cristianos y vigorizar su acción pastoral. Así aparece, tanto en el pensamiento, como en las iniciativas expresadas por intelectuales, políticos y pastores del momento.
Intención y actitud que había de la fuerte unidad de criterios existentes y de la estrecha relación entre la población y sus líderes. Símbolo de esta conciencia y anhelo, será la proclamación de Nuestra Señora de Zapopan; primero como Generala de las armas del ejército de la Nueva Galicia, Septiembre 15 de 1821, y luego, cuando nazca el Estado de Jalisco, la proclamación de esta misma advocación mariana como Protectora universal del nuevo Estado (septiembre 163 de 1823).
La avalancha de los acontecimientos posteriores fracturará muchas veces el espíritu de los orígenes. La lucha entre liberales y conservadores dividió a los miembros de la Diócesis; la cual, por otra parte, produjo muy notables elementos para uno y otro partido, particularmente, para el partido liberal; sólo los excesos de las Leyes de Reforma, (en su aplicación y objetivos), fortalecerán una postura favorable al bando conservador; no obstante su participación en el saqueo y despojo de las principales iglesias de Guadalajara.
3. De la reforma al Porfiriato
Al triunfo de los liberales en 1867, la diócesis se halla en una situación crítica y desoladora; ya desde 1863, el Papa Pío IX la ha elevado a rango de Arzobispado, pero como fruto de los conflictos señalados, ha perdido todas sus estructuras de asistencia social y aún el derecho para establecer otras.
La formación del clero ha sufrido serios reveses por la prolongación de la guerra: se han perdido la mayoría de sus muebles e inmuebles; las nuevas leyes buscan suprimir a la Iglesia de la vida pública y en principio acaban con todas las expresiones públicas del culto, remontables en su mayoría a la época virreinal; única excepción será la visita anual de la Virgen de Zapopan, que no sin dificultades e interrupciones logra mantenerse por la firme voluntad de la comunidad diocesana.
A no ser por este hecho, el ideal cristiano de que la Independencia no fuese ruptura, sino parte de un proceso de madurez y crecimiento, se habría perdido del todo. La reforma, en efecto, tenía por objetivo la ruptura con el mundo virreinal y católico precedente.
Tras de unos años de reacomodos, la afirmación del Porfiriato produce una era de paz y prosperidad económica; si bien al precio de la dictadura que se impuso y sostendrá con las medidas draconianas conocidas. La diócesis aprovechó las nuevas condiciones para reconstruirse, bajo los gobiernos pastorales de los señores Pedro Espinoza, su primer arzobispo, y Pedro Loza, su sucesor.
Se construyen entonces nuevos edificios para la formación de los presbiterios, para ofrecer asistencia social a los pobres, y de manera especial para el impulso de la educación particular.
Por este tiempo florecerán también nuevas organizaciones seglares; de manera particular las asociaciones vicentinas y las congregaciones marianas, muy destacadas en la asistencia social y en la obra de educación y catequesis. Surgen también, -y en admirable número-, institutos religiosos femeninos orientados sobre todo a la educación y a la asistencia de los enfermos.
A partir del año 1900, se da un despertar de la conciencia cristiana frente al problema social, -cada vez más grave en México-, y aún ante las condiciones políticas del país, adversas a una verdadera democracia. Estas inquietudes aparecen en diversos rumbos de la nación y se encauzan a través de congresos sociales, semanas agrícolas, periodismo católico, organizaciones obreras, cajas de ayuda, etc. En este movimiento, la Diócesis jugó un papel preponderante y muchas veces piloto.
Por otra parte, la comunidad diocesana no advirtió el proceso de la desintegración regional que el estado mexicano llevaba en curso y que, necesariamente, afectaría la conciencia histórica de la Diócesis, haciéndola entrar en el programa uniformista de la historia oficial, -toda ella centralizada y negadora de la diversidad cultural mexicana-; y, desde luego, en el medio político, adverso al federalismo.
4. La revolución mexicana y su impacto en la vida diocesana
La Revolución Mexicana, indirectamente, desencadenó múltiples fuerzas reprimidas durante el Porfiriato, a la vez que resurgían ideologías y radicalismos que se pensaban ya superados; en particular, el anticlericalismo ahora extremado en una verdadera lucha antirreligiosa, luego elevada a rango constitucional en 1917.
La Diócesis reaccionó a la persecución legalista con una ejemplar y bien organizada resistencia pacífica, bajo el liderazgo de un distinguido joven laico, el Lic. Anacleto González Flores, y la firmeza del obispo Orozco y Jiménez. El año 1918 pondrá de manifiesto la vitalidad de los movimientos seglares, el espíritu de unidad entre los fieles, y su capacidad de afrontar estos retos de manera tenaz y constante bajo la guía de sus pastores.
La gran movilización católica dio como resultado que el Congreso derogara el decreto, por el cual se intentaba aplicar la Constitución del 17 en Jalisco, en lo relativo al clero.
Como consecuencia de estos notables acontecimientos, se procedió a la coronación pontificia de Nuestra Señora de Zapopan en la Catedral de Guadalajara, el 18 de enero de 1921, cien años después de la Independencia y en íntima relación con los mismos sentimientos de afirmación en la fe y la identidad diocesana, que en aquellos años habían llevado, en la misma Catedral, a la declaración del generalato y patronato de esta misma advocación mariana.
Los tiempos que surgieron fueron aún más difíciles para la Diócesis. A partir de la presidencia de Obregón, cada día empeoraron las condiciones de vida para la Iglesia, hasta desencadenarse la persecución final por obra del presidente Elías Calles. Este mandatario procedió a la reglamentación de todos los artículos que en materia religiosa contenía la Constitución Mexicana de 1917; en la práctica equivalía a una verdadera persecución religiosa.
Anacleto González Flores con su gran obra, la Unión Popular, y con el apoyo del Señor Orozco y Jiménez, renueva la lucha pacífica en la que siempre creyó; se reedita así el programa de 1918 a partir de agosto de 1926.
Lamentablemente, los acontecimientos rebasaron sus ideales y estalló una lucha armada en defensa de la libertad religiosa al inicio de 1927; ésta se prolongará hasta 1929.
De este grave conflicto, librado mayoritariamente en el territorio de la Arquidiócesis de Guadalajara, se derivaron diversas actitudes por parte de la comunidad católica: el repudio a la persecución era la nota dominante, de ahí que muchos optaron por la resistencia pacífica siendo grande el número de los mártires, algunos hoy beatificados y otros en proceso; tantos más anónimos, lo mismo laicos que eclesiásticos; pero muchas personas más optaron por la lucha armada y dieron la vida por defender sus creencias.