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Nuevas luces sobre la expulsión del Delegado Apostólico Ernesto Filippi en 1923
Juan González Morfín[1]
Uno de los episodios más enérgicos del gobierno mexicano fue expulsar del territorio nacional al único intermediario entre los obispos de México y el Papa. Nadie podía adivinar, el Presidente Obregón mucho menos, que a la postre la radicalización de su postura le costaría la vida
y al país un baño de sangre como nunca antes lo hubo.
1. A modo de introducción: la cobertura de prensa
Uno de los acontecimientos que cimbraron las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado durante el gobierno del general Obregón fue la expulsión en enero de 1923 del delegado apostólico Ernesto Filippi[2] por haber participado, junto con varios obispos mexicanos, en la colocación de la primera piedra de un nuevo monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, en Guanajuato.
Los principales diarios del país, que habían venido hablando de los preparativos para esa fiesta religiosa, comenzaron a anticipar que algo extraño se estaba gestando el mismo día de la entronización de Cristo Rey. Efectivamente, al tiempo que se informaba que más de cincuenta mil peregrinos de toda la República habían llegado para la ceremonia, en grandes titulares se informaba que el gobernador de Guanajuato había librado órdenes para impedir que se realizara, y se transcribía un telegrama fechado el 10 de enero que la Secretaría de Gobernación había filtrado a la prensa:
La Federación anticlerical mexicana protesta por la violación a las Leyes de Reforma y a la Constitución Política de la República, si se lleva a cabo en Silao y en el Cerro del Cubilete por el Clero Católico el organizar una solemnidad religiosa al aire libre que expresamente prohíbe la ley.[3]
La ceremonia se llevó a cabo como estaba previsto y los diarios reportaban al día siguiente que había transcurrido con gran pompa y orden inalterable. Todos los prelados participantes se encontraban notablemente impresionados ante una multitud cercana a los sesenta mil asistentes. Se transcribían las declaraciones de varios de los obispos, entre ellos el de Guadalajara que exultaba por lo acontecido:
Con esta manifestación se refleja patentemente el sentimiento religioso de toda la República y esto puede ser la base única del orden, la tranquilidad, el respeto y la subordinación a las autoridades. Podemos esperar que así llegaremos a la verdadera paz. Es de admirar que en todas estas manifestaciones del pueblo, hasta las piedras y las paredes parecen estar rebosando de alegría.[4]
Al día siguiente de que estos reportajes dieran cuenta de un acto al parecer apoteósico, el gobierno del general Obregón daba 72 horas para abandonar el país a monseñor Ernesto Filippi. La noticia ocupó los titulares de los principales diarios el 14 de enero. El general Calles, Secretario de Gobernación, había sido el encargado de explicar a la prensa la medida:
El señor Ministro de Gobernación, general Plutarco Elías Calles, hoy por la noche hizo a los representantes de la prensa algunas declaraciones en las que indica que en vista de que el Delegado Apostólico no se concretaba exclusivamente al desempeño de su misión, sino que inició una labor política en el país, así también como una labor contraria a los intereses del clero mexicano, el Gobierno se vio en la necesidad de aplicarle el artículo treinta y tres de la Constitución, habiéndose dado órdenes violentas al Inspector General de Policía para que lleve a cabo la expulsión del expresado Delegado Apostólico dentro de un plazo de setenta y dos horas que se le concedieron para abandonar el país.[5]
El ministro plenipotenciario de Italia en México lo más que pudo hacer por Filippi, súbdito de aquel país, fue que se le permitiera abandonar la capital el día 17 en el tren con destino a Laredo sin que hubiera violencia de por medio. Así, el 18 de enero El Universal informaba que Filippi había abordado el tren en la estación de Lechería, y no en la de Buenavista como era esperado, para evitar desórdenes y manifestaciones de protesta. También señalaba que ambas estaciones se habían dado cita algunos miembros del cuerpo diplomático acreditado en nuestro país para despedirlo.[6] El Informador transcribía una explicación del presidente Obregón sobre la medida tomada:
Mons. Philippi (sic) de nacionalidad italiana, violó el artículo veinticuatro de la Constitución General al presidir las ceremonias religiosas que tuvieron su realización en el cerro de El Cubilete, y aunque el Ejecutivo Federal es profundamente respetuoso de todas las religiones como lo testimonian las libertades que disfrutan los ministros de todos los cultos, y desea, además, que nunca se presente la ocasión de que en cumplimiento del deber se lleguen a ejecutar actos que, a través de sentimientos exaltados se juzguen hostiles o indebidos, el señor Presidente de la República expidió el acuerdo de llevar a cabo la expulsión de Monseñor Philippi (sic).[7]
Días después, se amagó con tomar represalias contra todos los obispos que habían tomado parte en la ceremonia, pero esto finalmente no llegó a darse.[8] Yves Solís ofrece una observación interesante sobre el papel de la prensa en estos acontecimientos: “La prensa presenta a monseñor Filippi como un criminal y ningún periodista se atreve a criticar el acontecimiento, a excepción de un artículo de Francisco Bulnes, del 23 de enero de 1923”.[9]
En ese artículo al que hace referencia Solís, Francisco Bulnes, intelectual y polemista reconocidamente liberal, después de hacer una verdadera apología de su trayectoria como librepensador y defensor a ultranza de las leyes de Reforma, puesto que el liberal reciente, “el «nuevo intelectual» favorece al país con su ignorancia”, se atreve a hacer un breve crítica de la medida adoptada contra el delegado apostólico: “declaro que considero jacobinada la expulsión de Filippi”.[10]
Recientemente Paolo Valvo ha publicado un libro que permite conocer una gran cantidad de documentos del Archivo Secreto Vaticano,[11] documentos que se no se habían podido consultar sino a partir de la apertura del periodo de Pío XI, que se llevó a cabo apenas en septiembre del año 2006. En este artículo se presentarán algunas luces nuevas, extraídas en parte de este libro, acerca de las posibles causas de la expulsión de Filippi, al tiempo que se buscará contextualizar los hechos.
2. Obregón y Filippi: una relación de amistad y confianza
Aunque Valvo también destaca la buena relación que existía antes de la expulsión entre el presidente Obregón y el delegado apostólico, ya Carmen Alejos, en un artículo anterior a la publicación de Valvo, había hecho notar esta situación.[12] En ese estudio, la investigadora transcribe 24 documentos, algunos de ellos muy valiosos para acercarnos a los lazos de afinidad que se establecieron entre Obregón y Filippi. En sus conclusiones Alejos señala que
Durante los escasos catorce meses que monseñor Ernesto Filippi fue delegado apostólico en México hubo una abundante actividad diplomática: tuvo tres entrevistas con el presidente Álvaro Obregón, de las que conocemos el contenido de dos de ellas; hubo correspondencia entre éste y el recién nombrado Pío XI después de más de 50 años sin que esto sucediera; había ceremonias religiosas en el Palacio Nacional e interés de la esposa de Obregón en tener una carta del nuevo Papa, es decir, se aprecia que había unas relaciones cordiales entre ambos dignatarios.[13]
Sobre esta cordialidad, Valvo extrae del informe que Filippi envió en diciembre de 1921 al cardenal Pietro Gasparri[14] una parte del diálogo tenido con Obregón en su primera entrevista:
Filippi: La Iglesia es un factor de orden y es imposible gobernar a una nación católica, como es México, ignorándola o persiguiéndola sólo por culpa de algunos sacerdotes.
Obregón: Eso es lo que yo también pienso, y de ello estoy profundamente convencido. Es más, tengo que declarar que soy católico, que mis hijos están bautizados, que mi familia frecuenta la iglesia y que yo estoy personalmente convencido de que para nosotros sería un gran bien mantener relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
Aquí –explica Filippi– hubo una pausa de la que me serví rápidamente para hacer notar a mi ilustre interlocutor que actualmente casi todas las naciones civilizadas tienen representantes diplomáticos ante el Vaticano.
Obregón: Tal vez también nosotros, en un tiempo más o menos remoto, llegaremos a esto, pero primero es necesario que el clero se dedique a la nobilísima misión que tiene confiada; el resto vendrá por sí mismo.[15]
En otro informe a Gasparri de marzo de 1922, Filippi mencionaba que de 28 gobernadores, únicamente cuatro o cinco mantenían una actitud jacobina y que, por lo que concernía al gobierno federal “o al menos al general Obregón, éste parecía dispuesto a conformar su política gubernativa con un espíritu de libertad de acuerdo con los dictados de la razón y del sentido común”.[16]
De esa manera, en los meses transcurridos en México antes de su expulsión el delegado apostólico se movió con toda libertad visitando diversos estados de la República no sólo sin ser molestado, sino también recibiendo facilidades y muestras de afecto y, en algunos estados, como Chihuahua, contando incluso con la participación de autoridades civiles y militares en los festivales de recepción que se le ofrecían.[17]
3. La versión de Filippi sobre las causas de su expulsión
Alejos, en su estudio sobre la buena relación existente durante algunos meses entre Obregón y Filippi, aventura la hipótesis de que tal vez “esas buenas relaciones mostradas en las cartas no eran más que aparentes, o bien que las presiones políticas del entorno de Obregón le obligaron a tomar esta decisión”.[18] Una fuente oficial más bien reciente, pasados setenta años del evento, narra los acontecimientos del Cubilete y la expulsión de Filippi haciendo énfasis en que la construcción del monumento a Cristo Rey había sido un desafío al gobierno:
En 1920 el obispo de León había mandado erigir un templo de modestas proporciones en el corazón geográfico de México conocido como cerro del Cubilete, en Guanajuato. Sin embargo, para demostrar su rechazo al gobierno, el episcopado acordaría sustituir el pequeño monumento por otro más digno y decoroso. De este modo, en enero de 1923 se llevaría a cabo la ceremonia de colocación de la primera piedra, a la que asistiría el nuevo delegado apostólico del Vaticano monseñor Ernesto Philippi (sic). El gobierno interpretó el acto como una abierta violación a la Ley Fundamental, además de un desafío a su autoridad, y lo expulsó del país el día 13 del mismo mes.[19]
Gracias a la investigación de Valvo se puede conocer la explicación que el mismo Filippi dio al Cardenal Secretario de Estado, Pietro Gasparri, apenas llegar a los Estados Unidos. En ésta, sostiene que el general Obregón había decretado la expulsión y que se abriera un proceso judicial en contra de los obispos participantes “cediendo a la imposición fatal de la masonería”.[20] Explicaba que al acto del 11 de enero él había asistido solamente por los ruegos del obispo de León, monseñor Valverde y Téllez, quien le había asegurado que todo se desarrollaría con el respeto absoluto de las leyes y habiendo sido autorizado por el gobernador de Guanajuato. A Obregón, por su parte, se refería con cierta desilusión:
El desafortunado presidente, que me trató siempre con mucha deferencia, que con sus públicas alabanzas en favor mío colaboró inconscientemente a que creciera, incluso en las esferas gubernativas, una gran estima en torno a mí, de la que él presumía estar contento, que espontáneamente me expresó su deseo de volver a tener relaciones diplomáticas con la Santa Sede llegando a decirme: “Vuestra Excelencia quedará como Nuncio”, que me devolvió la gran residencia de la delegación apostólica…, hoy intenta justificar su acto tiránico diciendo al mundo que bajo mi sombra se organizaban para fines políticos elementos clericales, mientras que él más y mejor que ningún otro sabe que mi actuación estuvo siempre encaminada a mantener lejos de la política el clero, las corporaciones religiosas y el elemento católico mexicano. Y como si eso no fuera suficiente, él mismo, con jugada hábilmente diabólica, ha públicamente prometido que remitirá a Vuestra Eminencia una recopilación de documentos que comprueban mi culpabilidad. Mientras que yo puedo afirmar que él no puede tener ni un solo documento de tal género en su poder, puesto que yo jamás he escrito o dicho una sola palabra que hubiese podido comprometerme.[21]
La versión de Filippi “fue sustancialmente confirmada por el ministro italiano en México, Nani Mocenigo”[22] en su informe al ministro ad interim de relaciones exteriores de Italia, Benito Mussolini, a quien le decía confidencialmente que consideraba que “la gravedad de la ofensa inferida hoy a la Iglesia llevaría a pensar en la oportunidad de adoptar por parte de ésta uno de aquellos grandes medios, como el entredicho, de los que se valía en el pasado para reconducir a sus adversarios”.[23]
4. Una versión novedosa: la preocupación gubernamental por la creación del partido fascista
Además de sobredimensionar el agravio pensando en un entredicho, el ministro italiano esbozó una poco conocida justificación que explicaría la reacción del gobierno mexicano:
La formación en México, en seguida de los recientes acontecimientos italianos, de un partido fascista al que, a pesar de la desconfianza y amonestaciones del propio delegado apostólico Monseñor Filippi, se han adherido muchos que fueron integrantes del Partido Católico, así como de otros partidos interesados en instaurar en México un régimen de orden y libertad, pues viendo el acelerado desarrollo que en pocos meses ha tenido el fascismo, el Gobierno mexicano, que en el fondo cuenta sólo con el apoyo de una minoría violenta y audaz, se habrá alarmado de las proporciones que el movimiento iba adquiriendo y habrá decidido por ello la expulsión de Monseñor Filippi, con la convicción de que de una manera u otra estaría inmiscuido.[24]
Sin duda el ministro Mocenigo se dejó llevar por el optimismo sobre la proyección que tendría en México el partido fascista, pues su paso por la historia del país no sólo fue efímero, sino apenas conocido.[25]
Otras explicaciones apuntan más a la conjetura de monseñor Filippi de que Obregón habría tenido que ceder a la masonería, pues, además de su propia impresión y de las declaraciones y telegramas de la Federación Anticlerical Mexicana aparecidas en los periódicos en los días del suceso, se encuentran otros documentos que si bien no prueban que Obregón haya cedido a una presión de ese tipo, sí permiten ver que antes de la expulsión existía y, una vez consumada, causó regocijo entre liberales y masones.
En el Archivo Plutarco Elías Calles se conserva un folleto bien impreso con el título de Fiat Lux, Quincenario Masónico Libre Pensador, del 1º de febrero de 1923, que en la primera plana y en un recuadro que la resalta está inserta una Carta de El Gran Luminar. Gran Maestro de la Orden. Manuel Esteban Ramírez. Gr. 9-33 al Gral. Don Plutarco Elías Calles, Secretario de Gobernación para expresarle, por un lado, la protesta que hacen los masones “contra la flagrante violación a las leyes de Reforma por el partido traidor llamado Clerical, al abrogarse la facultad de levantar un monumento a Cristo Rey” y, por otro, sus felicitaciones “al Supremo Gobierno de la Nación por su actitud enérgica al impedir como lo ha hecho de que no se cometa este atentado que viola nuestras leyes de Reforma y Constitución Política de la República”.[26] En este ejemplar son varios los artículos dedicados a alabar la actitud del gobierno y a enconar una supuesta rebeldía de los católicos. En uno de estos artículos, titulado “La expulsión del delegado del Papa plenamente justificada”, se lee:
Nosotros lejos de juzgar este acto como lo juzga la prensa venal que se conduele del Señor Filippi y lo encomia en su santa mansedumbre al aceptar pacientemente la pena que la autoridad le impone por la gran falta que incurrió (…), la juzga muy merecida y suave por la trascendencia que puede tener.[27]
Alejos, por su parte, en el artículo que hemos citado, menciona que en el Archivo Plutarco Elías Calles, serie 108: religión, legajo 1/7, inv. 4793, hay una carpeta con casi 50 folios de cartas dirigidas al Sr. Gral. Plutarco Elías Calles que dice “Asunto: Felicitaciones con motivo de la expulsión del Cura Ernesto Filippi”.[28]
5. La premonición de Filippi: su expulsión presagiaba funestos acontecimientos
Un par de meses después de su expulsión, ya en Roma, con un dejo de amargura que contrastaba con el optimismo que lo había caracterizado mientras permaneció en la delegación de México, Filippi escribió a Francesco Borgongini Duca, en ese momento secretario de la Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios:
El cínico anticlericalismo de que hace profesión este gobierno lo ha vuelto merecidamente odioso al pueblo católico, engañado y vilipendiado de mil maneras diferentes. Y, a causa de esto, hay razón de temer que en breve tiempo el territorio mexicano se vea ensangrentado por una nueva guerra civil o por esporádicos conatos de levantamientos, de cuya responsabilidad serán acusados el Delegado Apostólico y los Obispos, por su única responsabilidad de no haber ayudado al Gobierno en la propagación del bolchevismo. Ya que, cualquiera que en México no dobla la rodilla ante el ídolo nuevo, se expone a toda clase de injurias, prepotencias y vejaciones, bajo los ojos de la autoridad pública que todo aprueba y deja correr.[29]
El tiempo le daría buena parte de la razón a Filippi apenas tres años después.
A modo de epílogo
Por más que las investigaciones de Valvo aportan nuevas luces para el conocimiento de los hechos en torno a la expulsión de monseñor Ernesto Filippi, sin embargo todavía no quedan del todo claras las motivaciones que llevaron al general Álvaro Obregón a ordenar la expulsión de quien él mismo había reconocido como un instrumento de paz que, por otro lado, había propiciado un acercamiento real entre las autoridades civiles y la jerarquía de la Iglesia y entre los obispos entre sí. Algunos de éstos fueron quienes mayormente lamentaron la ausencia obligada de aquel delegado con el que habían conseguido un buen entendimiento, incluso, una vez que el delegado había pisado ya suelo estadounidense, el arzobispo de México, junto con otros obispos, se atrevía a proponer a la Santa Sede que desde allá Filippi siguiera actuando para México. Así lo reportaba Excelsior:
Los Ilmos. señores Arzobispos de México, Michoacán, Puebla, Guadalajara y Oaxaca, que se encuentran en esta capital en estos momentos, formularon el día de ayer un telegrama al Vaticano, expresándole su pena por la expulsión de su Delegado en México y pidiéndole que continúe desempeñando su delegación en México desde una ciudad de la frontera Norteamericana.
El cablegrama de que hacemos mención, fechado el día de ayer en esta capital, dice textualmente así:
Cardenal Secretario de Estado. –Vaticano. –Roma.
Sírvase presentar Santísimo Padre nuestra pena, indignación, por arbitraria, injusta expulsión Delegado Apostólico, Monseñor Ernesto Filippi. Episcopado, pueblo, lamentamos ofensa inferida Papa e Iglesia.
Arzobispos México, Michoacán, Guadalajara, Puebla, Oaxaca, nos permitimos suplicar Monseñor Filippi continúe desempeñando delegación desde alguna ciudad frontera Estados Unidos.[30]
[1] 1 Presbítero de la prelatura personal del Opus Dei (2004), licenciado en letras clásicas por la unam, doctor en teología por la Universidad de la Santa Cruz en Roma. Forma parte del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara. Ha publicado La guerra cristera y su licitud moral (2004), L’Osservatore Romano en la guerra cristera y El conflicto religioso en México y Pío xi, (2009).
[2] Ernesto Filippi (1879-1951): después de ocupar diversos cargos en las nunciaturas de Cuba, Canadá y Portugal, fue consagrado obispo y nombrado delegado apostólico en México, donde desempeñó su cargo entre septiembre de 1921 y enero de 1923.
[3] El Universal, 11 de enero de 1923, p. 1.
[4] El Universal, 12 de enero de 1923, p. 1.
[5] El Informador, 14 de enero de 1923, p. 1.
[6] El Universal, 18 de enero de 1923, p. 1.
[7] El Informador, 18 de enero de 1923, p. 8.
[8] El Universal, 25 de enero de 1923, p. 1.
[9] Yves Solís, «Emeterio Valverde Téllez, intelectual y católico», en María Martha Pacheco (coordinadora), Religión y sociedad en México durante el siglo XX, México, inehrm, 2007, p. 312.
[10] Francisco Bulnes, «La expulsión de Monseñor Filippi», en Francisco Bulnes, Los Grandes Problemas de México, México, Editora Nacional, 1965, p. 295. En este artículo, más que la expulsión de Filippi, Bulnes atinadamente critica la aplicación de las leyes: «Las Leyes de Reforma son leyes de civilización que deben conservarse sin jacobinismo, pero es un hecho que no son las leyes del país. El verdadero ideal demócrata debe sentirse tal sólo cuando se acepte que la voluntad verdadera del verdadero pueblo es contraria a las Leyes de Reforma en la parte que entiende el pueblo, que es la del culto externo a sus imágenes y el respeto a sus templos, y a sus prelados y sacerdotes» (ibídem, p. 297).
[11] Paolo Valvo, Pio xi e la Cristiada. Fede, guerra e diplomazia in Messico (1926-1929), Brescia, Morcelliana, 2016, 544 p.
[12] Carmen José Alejos, «Pío xi y Álvaro Obregón. Relaciones a través de la Delegación Apostólica en México (1921-1923)», en Anuario de Historia de la Iglesia 23 (2014), pp. 403-431.
[13] Ibídem, p. 410.
[14] Pietro Gasparri (1852-1934): destacó como jurista y diplomático de la Santa Sede. Delegado apostólico en Ecuador, Bolivia y Perú. Secretario de Estado entre 1914 y 1930.
[15] Paolo Valvo, op. cit., p. 111.
[16] Ibídem, p. 120.
[17] Ibídem, p. 121.
[18] Carmen José Alejos, op. cit., p. 410.
[19] José Luis Lamadrid Souza, La larga marcha a la modernidad en materia religiosa, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 123-124.
[20] Paolo Valvo, op. cit., p. 124.
[21] Ibidem, p. 125.
[22] Idem.
[23] Idem.
[24] Ibidem, pp. 125-126.
[25] Sobre el partido fascista, véase Javier MacGregor Campuzano, “Orden y justicia”: el Partido Fascista Mexicano 1922-1923», en Signos Históricos 1 (1999), pp. 149-180.
[26] Fondo de Archivos Plutarco Elías Calles – Fernando Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles, APEC, expediente 161: periódicos, inventario 388, legajo 6/6, f. 266 v.
[27] Ibídem, f. 269 r.
[28] Carmen José Alejos, op. cit., p. 408.
[29] Paolo Valvo, op. cit., p. 128.
[30] Excelsior, 16 de enero de 1923, p. 1.