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COLABORACIONES ESPECIALES

 

Práctica idea de un prelado de la América Septentrional, verdaderamente humilde, pobre y benéfico, el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor don fray Antonio Alcalde y Barriga, obispo de Guadalajara, Nuevo Reino de Galicia

 

Agustín José Mariano del Río de Loza[1]

 

El reciente y feliz hallazgo de un testimonio relativo a la última parte de la vida

de fray Antonio Alcalde, compuesto por uno de sus colaboradores dos años antes del deceso del prelado, abre horizontes desconocidos e insospechados a propósito de las motivaciones que animaban al mayor benefactor que ha tenido Guadalajara:

una caridad sin límite que le impelía a vivir en carne propia no sólo la pobreza total

sino también el sufrimiento físico.[2]

 

 

Advertencia

 

Aunque el documento que sigue termina siendo una suerte de alegato en contra de la edificación del Hospital Real de San Miguel de Belén, a la postre es el mayor panegírico al Genio de la Caridad, quien tenía ya resuelto el principal obstáculo que del canónigo Del Río de Loza presenta en su escrito: cómo se iba a sostener el mayor nosocomio de la América Hispana, en construcción.

El autor comienza su relato al tiempo que fray Antonio Alcalde participaba en las sesiones del iv Concilio Provincial Mexicano, en obediencia a la real cédula del 21 de agosto de 1769, conocida como Tomo Regio. Lo convocó para reformar la vida eclesiástica el Arzobispo de México, Francisco Antonio Lorenzana y Buitrón, en enero de 1770, disponiendo su apertura para el 13 de enero de 1771. Además de los obispos de la Provincia Eclesiástica que pudieron asistir, tomaron parte en él los representantes de los cabildos eclesiásticos y de la colegiata de Guadalupe, así como consultores teólogos y juristas, los provinciales de las órdenes religiosas, un representante del Rey, el fiscal de la Audiencia y, en las sesiones protocolarias iniciales y finales, el Virrey y otras autoridades civiles. La reunión conciliar concluyó el 26 de octubre de 1771 y se clausuró el 5 de noviembre del mismo año. Sus actas nunca fueron aprobadas ni tuvieron fuerza de ley.

 

***

 

Luego que este Prelado desembarcó de Yucatán, hizo regresar los barcos de su transporte con todo lo que traían, persuadido de que era todo de sus primeros diocesanos, y quedó en tanta pobreza que no tuvo que ofrecer en el Santuario de Guadalupe, y como se explica Su Ilustrísima, si el señor [Domingo Pantaleón Álvarez de] Abreu[3] no le da un real para Nuestra Señora, el obispo de Guadalajara se queda sin estampa de la Santísima Imagen. Esta misma persuasión le hizo no contribuir para la manutención de las Capuchinas del Santuario;[4] porque no ha dos años que el señor Alcalde se expresó diciendo: “Supongamos con lo que se deja venir ahora el Señor Arzobispo, pidiéndome limosna para sus Capuchinas de Guadalupe y tal y cosas así, ya le respondo que yo también tengo que mantener sesenta y seis capuchinas”, conviene a saber las de Lagos[5] y las de esta capital.[6]

Al crédito le despacharon de Roma sus segundas Bulas, que satisfizo con la renta de esta Mitra, porque dijo alguna vez: “Supongamos nos han tenido por hombres de bien en Roma, fiándonos nuestros despachos que ya tenemos pagados”.

 

1.    Vida personal

 

El menaje de su casa

 

Su conducta privada es tan admirable y ejemplar que, sin hipérbole, pueden venir los monjes y anacoretas a aprender de Su Ilustrísima la abstracción total del siglo en los bullicios del mundo, la más profunda humildad en medio de los inciensos y la suma pobreza y desnudez entre las abundancias de un palacio.

Éste se abre con la luz de la mañana y se cierra a la oración de la noche con tan firmes cerraduras que aunque la tierra se sacuda con las más violentas convulsiones, regulares en esta capital, o resulte cualquiera otra novedad extraordinaria, no por eso se abre su palacio, cuyo tren y menaje superior se reduce a sólo aquello que el señor [José Francisco de San Buenaventura Martínez de] Tejada[7] hizo labrar para el uso de sus sucesores, conviene a saber: en la sala de recibir (que habrá doce años no sirve a este Prelado), dos docenas de sillas forradas en terciopelo carmesí, de que usa solamente para las mesas del Sínodo,[8] con su dosel vestido del mismo modo; otras sillas forradas de baqueta negra y otras de color de yesca para el uso de la casa y asistencia del Señor Obispo, reducida a una pieza que tendrá diez varas de largo[9] y una mesa común con su carpeta, donde está el breviario, dos o tres libros de su uso, recado ordinario de escribir y los papeles de contestación política, con un lienzo pequeño que le dieron de San Liborio,[10] por el mal de orina, que continuamente padece Su Ilustrísima, le cierra ambas vías y hace arrojar muchas piedras, algunas de ellas crecidas en figura triangular. No hay más en toda esta su asistencia, que tiene comunicación con su recámara, y viene a ser una alcoba más estrecha que las celdas comunes de los frailes, donde no se ve otra cosa que una camita de tablas ordinarias, un colchón pobre, un biombo, un lienzo de la Asunción que trajo Su Ilustrísima de México y un crucifijo.

 

Su Palacio Episcopal

 

El Palacio Episcopal[11] es propio del Colegio de San Diego,[12] a quien pagan seiscientos pesos anuales; no ha hecho en él este Prelado otra cosa que componer su oratorio con un retablo dorado, en cuyo centro colocó la imagen de Guadalupe[13] y a sus lados a Santo Domingo y San Francisco. En la parte superior está San Pedro Mártir en el centro, y de adláteres el Angélico Doctor y San Vicente Ferrer.[14] En contorno de la pieza hizo pintar al óleo la vida de San Eustaquio sobre la misma pared,[15] para que después de sus días no la quiten por razón de expolios.

 

Sus actos de devoción

 

En este oratorio visita los altares por la tarde todos los días de estación. Se le dice misa diariamente entre seis y siete de la mañana por un familiar suyo, catedrático, que viene del Seminario y se vuelve a desayunar a su colegio porque allí no hay quien bata una taza de chocolate. A las ocho de la noche reza el Rosario de quince; la última parte de rodillas con toda su familia,[16] cuando la tenía, porque de cuatro años a esta parte no duermen en palacio más que el Prelado, su lego y un muchacho secular en la pieza inmediata a su recámara. De escalera abajo no hay más que tres criados, cochero, portero y cocinero, los cuales se van a dormir a sus respectivas casas. No hay guardia ni centinela, antes, por lo regular, de parte de tarde se queda solo el Prelado, y ha sucedido que, entrando a visitarle unos padres misioneros, después de haber registrado todas las piezas del Palacio han salido aturdidos, lamentándose a voces de que dejan al Prelado solo, expuesto a que le hallen muerto o suceda otra desgracia; pero Su Ilustrísima no quiere que le acompañen, antes, de propósito suele despacharlos a todos.

 

Su pobreza radical

 

Su vestuario se reduce a una camisa y calzones de bramante, que se le caen a pedazos de su cuerpo si el lego no cuida de que se mude de limpio; hábito y calzones de hypre,[17] que le duran hasta que no tienen figura; calcetas ordinarias de algodón para que le calienten las piernas, llagadas todas con el herpes que padece.

Los zapatos le duran más de un año y cuando estrena otros nuevos, edifica la humildad con que lo celebra y dice: “¡Hola! ¡Qué guapo han puesto al borrico! ¡Qué buenas están las herraduras del jumento!”. Los que trajo cuando vino a esta ciudad le duraron más de cinco años.

Su coche es cosa de risa, después que dio la estufa[18] que trajo de México al curato de Guadalupe para conducir al Viático. Redúcese a una berlina[19] en que el señor Tejada entró de Visita a Texas por el año de 52. A la antigüedad de su madera se junta la sequedad del país, el mucho polvo, el calor, el desaliño, el uso continuo y despilfarro capaz de destruir un mármol, pero con ser tan antiguo este carruaje, todavía parecen más viejas las guarniciones y más maltratada la librea, color de tabaco malo, de paño muy ordinario de Querétaro; ésta resalta mejor sobre unas mulitas rucias, de mediano cuerpo y más viejas que todo lo que va dicho. El cochero es más viejo que las mulas y el amo ya se ve, más antiguo que el cochero, como que anda en los noventa; pero hay otro coche de respeto, que sirve sólo para los días clásicos, y es otro carruaje de cortinas, con dos mulas coloradas más grandes en cuerpo que las rucias, y si no son mayores en edad deben de darles su ración en pasta, bien que nada sirve a su ilustrísima, porque ha más de cuatro años que no se le ve la cara fuera de palacio, sino solamente al lego, que es bien estético, y al mayordomo de fábrica,[20] que es el depositario de sus confianzas. Oportunamente me ocurre lo que en años atrás se dijo aquí por un médico y acomoda a este propósito:

 

Las mulitas son de palo,

el amo del tiempo antiguo,

el coche anda en cueros muertos

y el cochero en cueros vivos.

 

Su dieta

 

Su alimento cotidiano es un mal puchero al medio día, y rara vez se añade algún plato de ave, que apenas prueba este Job, y muchas veces se queda sin comer porque el cocinero le deja la vianda cruda y no puede masticarla por falta de dientes y muelas, descuidos todos del lego, que, reconvenido, no hace aprecio de lo que hay en su religión más apreciable. Se le sirve en platos de la Puebla y una humilde servilleta sin más plata que el cubierto, consultando a la pobreza por ser quebradizos los de alquimia. De noche toma una taza de caldo, que se le reserva al medio día, o unas lechugas cocidas y nada más, si no es que sea tiempo de Vigilia en que hasta el año pasado comió de viernes y ayunó toda la Cuaresma. En ese año sólo comió de Vigilia cuatro días, pero después, siguió la forma vigorosa del ayuno.

 

Sus achaques

 

Hace años que le salió debajo de una espaldilla un carbunclo en cuya oquedad cabía un plato de plata. Quince días se mantuvo únicamente con tres cucharadas de caldo repartidas en tres tiempos, e instándole el Presentado fray Rodrigo, su confesor ya difunto, por que se nutriese más, le respondía incomodado: “Quita allá, no vengas a corromperme, múdate y déjame en paz”, hasta que la suma debilidad hizo que llamaran al médico y cirujano, y que hicieran junta de ellos, a los cuales contó Su Ilustrísima el cuento de los cazadores, que habiendo echado un lebrel contra una liebre no pudo hacer presa de ella, pero echándole a un tiempo dos lebreles la cogieron, porque eran dos los peritos que tenía a la cabecera, y concluyó Su Ilustrísima: “Pobre de mí, ¿cómo irá al Obispo ahora con tres?”. Por último, le hicieron alimentarse y mandó que le cortaran todas las carnes dañadas y cutis que ofendía, sufriendo la rigurosa incisión como si fuera de bronce. Era menester que de noche lavasen el lienzo viejo, para que otro día hubiese de qué valerse. Sucesivamente se enfermaron el Presentado[21] y el lego, corriendo, entretanto, un muchacho con el gasto, y, en más de tres meses que sirvió de proveedor, con el agregado de médico, botica y enfermedades, no pasó de seiscientos pesos el consumo de Palacio, contando con diez pesos mensuales del cocinero, cinco del cochero y tres que gana el portero, por lo que se me hace creíble lo que algunos aseguran que regularmente no pasa de un peso fuerte el gasto diario de toda la familia.

 

Ejercicio de su ministerio y gobierno

 

Habrá seis años que celebrando en su oratorio las Órdenes de Evangelio[22] lo tuvieron por muerto tres cuartos de hora y, vuelto en su acuerdo, dijo a uno de su familia: “Estaba con el mayor regocijo de ver que ya me libraba de esta cárcel podrida y llena de dolores y miserias”. Desde entonces, le quitaron que celebrase las órdenes mayores[23] y la consagración de óleos, pero el día 3 de septiembre[24] bajó por su pie las escaleras de Palacio, a consagrar allí mismo dos campanas; ordena de Menores[25] a sus tiempos y celebra todos los domingos la Confirmación en los corredores de su casa, porque, como se explica, su vejez “no es más que de las piernas para abajo” y, en efecto, parece de bronce su cabeza; su memoria, más fresca que la de un niño, porque se acuerda de las despreciables menudencias de sus primeros años; su entendimiento, constante; su tesón, infatigable.

Después que reza, por el cuadernillo que hace de su puño para su uso con un dominico, su confesor, que viene del convento, ocupa toda la mañana en leer o en escribir, si no ocurre visita, contestación o negocio, como el despacho del Gobierno, que hace con el oficial mayor o el de justicia, que trata con el provisor o sus notarios, siendo maravilloso el silencio que se guarda en todas aquellas oficinas; aunque de un año a esta parte se ha adelgazado mucho y creo que se va acabando con una continua destilación del cerebro que Su Ilustrísima tiene por catarro, pues preguntándole yo por su salud, me respondió: “Supongamos que la señora vejez ha celebrado un firme matrimonio con el señor don Catarro y éste no quiere dejarme, como yo tampoco le dejo ir a su mujer”.

 

La delicadeza de su trato con sus subordinados y sus actos de piedad

 

A las dos y media de la tarde se levanta de la siesta, toma en sus sagradas manos el braserito de lumbre, va en persona a la cocina, y si es chica la vasija que está sobre el fogón, con su paño de polvos la retira hasta proveerse de lumbre, mas si es grande y halla dormido al cocinero, se sienta a esperarlo allí hasta que naturalmente despierta, sin dejarlo violentarse, hasta que no se recobra. Y ha sucedido hallar al prelado tendido de largo a largo en el suelo por querer ir por su lumbre. De tarde vuelve el dominico a rezar con Su Ilustrísima, y acabado el oficio sigue solo con su “letanía”; así llama a cierto número de paternóster, avemarías o credos que por orden va rezando por todos los estados de la Iglesia, empezando por su religión, clérigos, monjas, casadas, doncellas, viudas, etc. Y después dice: “Vaya ahora una retahíla por todos en común, hasta que nos fatiguemos”. Cuando tenía familiares, los juntaba a la oración de la noche, y poniéndolos en rueda con tratamiento de hermanos, les tomaba cuenta del estudio de aquel día, los examinaba, les argüía, hacía predicar, construir, etcétera, hasta las ocho de la noche. Ahora se entra a oscuras en su Oratorio hasta que llama a su lego y rezan los quince misterios del Rosario.

 

2.    Sus obras de beneficencia

 

Para entender cuán benéfico ha sido a toda su diócesis se habían de tener presentes los libritos en que apunta de su puño cuanto da, pero éstos los podrá leer alguno cuando muera, porque los guarda Su Ilustrísima con tanta reserva debajo de llave que no sale de su bolsa ni la fía a persona alguna. Entretanto, podrá con verdad asegurarse que, excluidos los costos de sus despachos, bulas, media anata y escasísimos gastos de su familia (que en diez y ocho años no compondrán una sola de sus cuartas), todo los demás de sus rentas, que se regula ascienden desde su ingreso a este Obispado a un millón y ochenta mil pesos, ha expendido en beneficio del público, y, sin embargo del recato con que se conduce, se ha podido observar lo siguiente:

·      En acabar y concluir enteramente el monasterio de Capuchinas de esta ciudad gastó doce mil pesos.

·      En satisfacer los descubiertos anuales a los síndicos de dicho monasterio ha invertido diez mil ochocientos pesos.

·      En hacer un dormitorio de bóveda en el convento de Jesús María gastó doce mil pesos.

·      En techar de nuevo el convento de Santo Domingo gastó cuatro mil pesos.

·      Fincó seis mil pesos para que, con sus réditos, se haga anualmente en dicho convento el día del Santo Patriarca la fiesta.

·      Todos los años envía al mismo convento, el día del Santo, trescientos pesos de limosna, sin más pensión que la de que se le provea de dos hábitos, uno para Su Ilustrísima y el otro para su lego.

·      Todos los años manda de limosna trescientos pesos para ayuda de la manutención de las que están en la Casa de Recogidas.

·      En el año de ochenta colocó la iglesia y parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de esta ciudad, que fabricó desde los cimientos, adornándola magníficamente de todo lo necesario, en lo que invirtió doscientos diez mil pesos.

·      En la misma parroquia fundó una escuela, dotado perpetuamente las cartillas y libros y el sueldo del maestro, que es de quinientos pesos anuales, que importó todo, con inclusión de la casa que hizo para dicha escuela, doce mil pesos.

·      Trasladó el Beaterio de Salesas o Maestras de la Caridad y Enseñanza de la casa que habitaban a otra que hizo fabricar, amplia y cómoda, con oratorio, colegio para niñas educandas y demás oficinas necesarias, que en esto y en las rentas que les fincó ha gastado ochenta mil pesos.

·      Para la fábrica espiritual de la parroquia del Señor de la Penitencia[26] fincó diez mil pesos.

·      Diez mil pesos para el Colegio de Niñas de San Diego de esta ciudad.

·      Seis mil pesos con que dotó la fiesta anual del Apóstol Santiago.

·      Seis mil pesos que fincó para que sus réditos se inviertan en semitas y se repartan diariamente a los presos de la Real Cárcel.

·      Redimió diez mil pesos en que estaban gravadas las rentas del Colegio Seminario.

·      Ha fabricado en la parroquia de Guadalupe diez y seis cuadras de casas de vecindad que ha aplicado a la fábrica espiritual de dicha parroquia y al Beaterio de Salesas, y gastó en esta obra más de diez y ocho mil pesos.

·      Ha fundado cuatro Aniversarios, de cuatro mil pesos cada uno, en los cuatro monasterios que admiten dotaciones.

·      Ha fincado veinte mil pesos para que se doten dos cátedras de Cánones y Leyes en la Universidad que se solicita fundar en esta ciudad, con prevención de que si no se verificare esta fundación, queden para dotes de niñas pobres del Obispado, turnándose por curatos.

·      Está costeando la obra del Hospital Real de esta ciudad, que comprende ochocientas y sesenta varas de largo y quinientas y ochenta de ancho y depositado para esta obra doscientos cuarenta mil ochocientos noventa y cinco pesos, cinco reales, de los que van gastados hasta el día ciento cincuenta y seis mil quinientos cuarenta y siete pesos, seis reales.

·      Ha ofrecido y tiene prontos cincuenta mil pesos para la obra del Sagrario de esta Catedral, que está para comenzarse.

·      En el año de 1780, en que se padeció aquí la epidemia general de viruelas, puso a su costa crecida porción de camas para hombres en el hospital de San Juan de Dios y alquiló unas casas inmediatas para hospital de mujeres, y llamó al Prior de dicho hospital (donde anualmente acude con cien pesos) y le dijo: “Ahí están quince mil pesos para los enfermos y, si se acaban, echaremos mano de la Catedral y de las monjas”. Gastó el prior más de seis mil pesos.

·      En la general hambre y epidemia del año ochenta y seis estableció tres cocinas en los barrios de Guadalupe, Analco y [el] Carmen, en que diariamente se daba de comer y cenar a más de dos mil pobres.

·      Contribuyó con trescientos pesos mensuales para la subsistencia de dos hospitales provisionales que se establecieron y

·      dio a[de]más crecidas limosnas para socorrer necesidades particulares. Se ignora lo que gastó en estos objetos.

·      Llamó a un indio caritativo y le dijo, supongamos: “Vuestra merced sólo quiere dar limosnas y no convida. Lleve ahí 500 pesos y tal y cosas así, y vuelva vuestra merced por más cuando se acaben”.

·      Al pasar el actual Prelado de Sonora,[27] que se hospedó en San Francisco, dijo a su lego, supongamos: “Hombre, estos frailes están pereciendo. Lleva mil pesos para que le den de comer a ese Obispo, y que pidan más cuando se acaben”.

·      Dio tres mil pesos a un oidor, dos mil a otro, mil quinientos a otro y mil a otro.

·      Tres veces ha habido Misiones de Apostólicos y en cada una ha enviado quinientos pesos a su Colegio y los ha mantenido de su cuenta en San Francisco.

·      Cuando anduvo en su Visita repartió gruesas limosnas casi en todos los curatos.

·      Ha prestado en distintas ocasiones, sin premio ni interés, ciento treinta y seis mil pesos a Guadalajara, Jerez y Teocaltiche para que los inviertan en comprar semillas a beneficio del público.

·      Se ignora a cuánto ascienden las muchas limosnas que ha hecho a los conventos de San Francisco, la Merced y demás de su Obispado, y a sujetos particulares.

·      Las dotes para monjas que ha dado y los ornamentos que ha enviado a varias iglesias de esta ciudad y parroquias pobres del Obispado, entre ellos le dio uno a esta Catedral que le costó tres mil pesos.

·      Solamente las cantidades fijas que van puestas ascienden a 767 095 pesos, 5 reales.

 

3.    Postura crítica del autor de este testimonio ante la esplendidez del Obispo

 

No hay duda en que si un pecho tan magníficamente generoso como el del Señor Alcalde hubiera procedido conforme a sus primeros proyectos, si los prácticos del país le hubieran hecho presente la mayor necesidad y aquéllos de su confianza a quienes comunicaba sus ideas oportunamente le hubieran inspirado la mejor dirección de ellas, sería eterna su memoria y la felicidad de este Obispado con los más ventajosos intereses de la Religión y Monarquía.

 

De la malograda Casa-Cuna

 

El primer intento suyo fue fabricar una Cuna para Expósitos, a cuyo efecto hay en las Cajas Reales depositado un legado de veinte y siente mil pesos, por una carta en que se escribió de Puebla al doctor [Mateo José de] Arteaga[28] que las amas de leche sofocaban a los niños por lograr su libertad le infundieron al señor Alcalde tal horror contra los infanticidios que convirtió toda su atención en trasladar de una casa a otra a las beatas que había, como si faltara prudencia para evadir toda la malicia humana. Compárese el beneficio que resulta de mudar cierto número de mujeres viejas o desengañadas[29] que educan algunas colegiales y enseñan a las que van de la calle a sus escuelas, con el que resultaría de una Casa de Expósitos que liberara a tantos inocentes de la vida del cuerpo y del alma y de mala educación, con aumento continuo de la Iglesia, vasallaje y policía, pero ello es que Su Ilustrísima no ha vuelto a pensar en eso, por más que el Soberano le ha exhortado para su establecimiento.[30]

            Por los ojos se mete la suma necesidad que tiene Guadalajara de fuentes de aguas limpias y empedrados en las calles, con fealdad y detrimento de la población y quebranto en la salud de todos sus habitantes, pero esta vastísima obra hubiera sido muy propia de un corazón tan magnánimo como el del señor Alcalde.

 

Del Hospital Real en construcción

 

Hay aquí dos hospitales bastantes para todos los enfermos pobres en los achaques corrientes: uno de San Juan de Dios, para hombres, extramuros del lugar, pero sin rentas; otro en el centro, con la asignación de los novenos,[31] para ambos sexos, a cargo de los Padres de Belén. En tiempo de mortandad no faltan casas de alquiler donde puedan asistirse los enfermos, pero faltan alimentos, boticas, médicos, ropa y demás necesarios. Con doscientos y más de cuarenta mil pesos asegurados a réditos había para dotar camas y menesteres de estos hospitales, para acrecer el de San Juan de Dios cuanto quisieran y para ir labrando poco a poco la Babilonia en que se han de trasladar cuatro legos de Belén con los enfermos comunes, abandonando su hospital antiguo, dejando arruinar el nuevo, sin rentas que lo sostengan o gravando con un censo perpetuo la Corona, que habrá de dotar los frailes, las camas, los médicos, las boticas, capellanes, sirvientes y demás, cuando todo se pudiera haber surtido con el capital que están gastando. Pero yo no debo de entenderlo, el Prelado lo habrá pensado mejor, y poco antes de morir el Señor don Carlos iii le dio por ello las gracias y concedió facultad para que teste a su salvo, inhibiendo que, muerto Su Ilustrísima, se entrometa alguno en lo que deje, ni con pretexto de expolios, sino sólo los albaceas que nombrare.

 

Guadalajara y abril 1º de 1790.

Doctor Agustín José Mariano del Río de Loza [Rúbrica][32]



[1] Bachiller en las cuatro mayores facultades, doctor en teología, fue rector de los colegios de San Gregorio y de Guadalupe en la ciudad de México, visitador y examinador sinodal de esa arquidiócesis, teólogo consultor del iv Concilio Provincial Mexicano y cura interino del Sagrario Metropolitano. También fue Párroco de San Sebastián de Querétaro y catedrático de prima en el Real Seminario de San Xavier en esa ciudad, juez subdelegado para la causa de canonización de fray Antonio Margil de Jesús, comisario del Santo Oficio, juez eclesiástico y canónigo magistral del Cabildo Eclesiástico de Guadalajara, donde se desempeñó como examinador sinodal y catedrático de latinidad, elocuencia y filosofía del seminario conciliar de esa Iglesia. Este insigne orador sagrado publicó diversos sermones, entre ellos La mayor alma del mundo: Aurelio Agustino, Obispo de Hipona (1786), La más clara idea del más obscuro misterio, la Sagrada Eucaristía (1789), Continuo espiritual holocausto latréutico, propiciatorio, eucarístico e impetratorio (1796) y Discurso (1798). Murió en Guadalajara en 1804.

[2] Este documento, que permanecía inédito, recién lo ha localizado en el año en curso, en la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha, en Toledo, bajo el rubro “Papeles varios manuscritos”, el doctor José López Yepes, en el marco de una investigación que auspició la Universidad Panamericana, campus Guadalajara, cuyo rector, el doctor Juan de la Borbolla, dio su visto bueno para esta publicación. Para la mejor comprensión del texto se han desatado las abreviaturas, dividido el contenido con subtítulos que no tiene el original y ajustado palabras y signos ortográficos a las reglas contemporáneas.

[3] En ese momento Arzobispo (a título personal) de Tlaxcala (Puebla de los Ángeles), nació en Santa Cruz de Tenerife (1683) y fue arzobispo de Santo Domingo (1738) y de Tlaxcala (1743).

[4] Contiguo a la Basílica Colegiata del Tepeyac, y a instancias de sor Mariana Juana Nepomucena (en el siglo Mariana Fernández Esquivel), el rey Carlos iii dio su licencia en 1781 para erigir el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe y Santa Coleta, que pudo inaugurarse seis años después.

[5] El monasterio de las Capuchinas de Lagos se inauguró el 5 de febrero de 1756, con cuatro monjas procedentes del convento de Capuchinas de San Felipe de Jesús de México, haciéndose cargo de una comunidad compuesta por 18 novicias observantes de la regla de las pobres Capuchinas.

[6] Las Clarisas Capuchinas del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Guadalajara establecieron su comunidad en esta capital en 1761, procediendo las fundadoras del de Lagos y gracias a las gestiones del presbítero Antonio Verdín, el visto bueno del Obispo Francisco de San Buenaventura Martínez de Tejada y el mecenazgo de la señora Ana María Díaz Garridíaz. Fray Antonio Alcalde colaboró con esta obra y dispuso que a su muerte allí fuera depositado su corazón, objeto hasta el presente de especial veneración por esa comunidad religiosa.

[7] José Francisco de San Buenaventura Martínez de Tejada y Díez de Velasco, O.F.M. (Sevilla, 1686- Guadalajara, 1760), fue obispo auxiliar de Santiago de Cuba y titular de Tricale (1732), de Yucatán (1745) y de Guadalajara (1751 hasta su muerte).

[8] Asamblea de eclesiásticos.

[9] Poco más de 8 metros.

[10] San Liborio Obispo nació en Le Mans (Cenomanum, Galia Lugdunense) a fines del siglo iii; se distinguió, a decir de sus biógrafos, por su amor a Jesucristo, al estudio y a la pureza de vida. Electo por aclamación obispo de esa sede, fue impelido a aceptarla a instancias del Papa Julio I. Ejerció medio siglo ese ministerio y murió a finales del siglo iv. Es celestial intercesor para males de piedra, vesícula y próstata. Se le representa con su atuendo episcopal, un libro en la mano y en la tapa de éste algunas piedras.

[11] Se entiende palacio en su sentido original, como casa de gobierno y residencia del gobernante.

[12] En 1712, con el mecenazgo del Arzobispo-Obispo don Diego Camacho y Ávila, se inauguró en Guadalajara el beaterio de niñas de San Diego.

[13] El guadalupanismo del obispo Alcalde es de sobra conocido: quiso entrar a Guadalajara un 12 de diciembre (1771) y construir, a su costa, un templo guadalupano que elevó al rango de parroquia (1786) y en él dispuso ser sepultado, caso único entre todos los obispos residenciales de Guadalajara que han muerto en la ciudad episcopal.

[14] Nótese que san Pedro de Verona (1205-1252), mártir de la fe; santo Tomás de Aquino (1225-1274) y san Vicente Ferrer (1350-1419) fueron todos religiosos dominicos.

[15] San Eustaquio fue un mártir laico romano venerado tanto en oriente como occidente como uno de los Catorce Santos Auxiliadores y es patrono de los cazadores, dato que sin duda se puede relacionar con la forma singularísima en la que coincidió con fray Antonio otro cazador, el rey Carlos iii,  cuando Alcalde se desempeñaba como prior del convento de Jesús María de Valverde. Los datos de la vida de san Eustaquio son legendarios. Según eso, siendo un destacado general de los ejércitos del emperador Trajano y muy aficionado a la cacería, perseguía una pieza en un monte umbroso de Guadagnolo, cerca de Tíboli, cuando vio venir hacia él un gran ciervo entre cuyos cuernos aparecía la figura de Jesucristo en la cruz, oyendo al instante una voz que le llamaba por su nombre, episodio al calor del cual quien hasta entonces se llamara Plácido, al tiempo de pedir el bautismo para sí y su familia pidió llamarse Eustaquio. A la postre, su conversión le costará la vida.

[16] Se da el título de familia episcopal no a los consanguíneos del obispo sino a sus servidores clérigos.

[17] Es el tejido burdo que junto con el sayal y la estameña se usaba para confeccionar el hábito de los religiosos mendicantes.

[18] Especie de carroza grandecerrada y con cristales.

[19] Coche de caballos cerradode dos asientos comúnmente.

[20] Administrador de los bienes del obispo.

[21] En la Orden de Predicadores, un teólogo que habiendo seguido su carrera y acabadas sus lecturas espera el grado de maestro.

[22] El diaconado.

[23] Subdiaconado, diaconado y presbiterado.

[24] De 1789, si nos atenemos a la fecha del testimonio.

[25] Tonsura prima, ostiario, lector, exorcista y acólito.

[26] La de San Juan Bautista de Mexicaltzingo.

[27] Fray José Joaquín Granados y Gálvez, OFM (Sedella, 1734 – Durango, 1794), segundo obispo de Sonora (1788-1794). Murió el mismo año en que tomó posesión del obispado de Durango.

[28] Canónigo doctoral del cabildo eclesiástico tapatío, estudio en el Colegio Mayor de Todos los Santos de México. Doctor y catedrático de cánones en la Universidad de México, secretario del gobierno del obispado de su patria y cura y juez eclesiástico de la villa de Aguascalientes.

[29] Desganadas.

[30] El proyecto lo hará suyo y llevará a feliz término el sucesor de Alcalde, Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, quien inaugurará, en 1810, la grandiosa Casa de Misericordia.

[31] Por el cobro del diezmo a la Iglesia de cereales y ganado, el gobierno retenía dos novenas partes, que a veces se aplicaban a obras de misericordia.

[32] Se adjunta al documento trascrito otro manuscrito, intitulado “Relación individual de las piezas que con arreglo al mapa aprobado por Su Majestad para la fábrica del Hospital Real de Señor San Miguel  de esta ciudad se ha levantado a expensas del Ilmo. y Reverendísimo Señor Maestro Don Fray Antonio Alcalde en inmediaciones del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en el terreno designado por el Gobierno Político”.



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