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Noticia de la muerte, piedad ejemplar y celo pastoral del Reverendísimo e Ilustrísimo Señor Don Fray Antonio Acalde, de la Orden de Predicadores, que fue Obispo de Yucatán y Guadalajara de Indias

 

El documento anónimo que sigue, publicado en Madrid pocos meses después de la muerte de fray Antonio Alcalde, da fe de la relevancia que siempre tuvo en la Corte debido a la ejemplaridad y el celo con la que ejerció su ministerio,

especialmente en favor de los más débiles.[1]

 

El 7 de agosto de 1792 falleció en su Palacio Episcopal de la ciudad de Guadalajara este dignísimo Prelado, cuyas virtudes, celo pastoral y caridad ardiente con el prójimo merecen referirse aquí para la edificación del público. Nació el 15 de marzo de 1701 en la villa de Cigales, del Obispado de Valladolid; a los 10 años tomó el hábito de Santo Domingo, en el Convento de San Pablo de dicha ciudad. Después de su profesión, no fue menos su cuidado en conseguir las virtudes religiosas propias de su instituto que dedicarse al estudio. En vista de sus progresos le nombró la Religión Lector de Filosofía, y después de Teología, cuyas facultades enseñó por espacio de 26 años en varias casas principales o estudios generales de esta Provincia con general aprobación y utilidad de sus oyentes. En atención a su mérito, se le confirió el grado de Maestro; fue electo Prior del Convento de Zamora, y después de Jesús María Valverde, donde florece la observancia primitiva de la Orden. Noticioso de su virtud y talento talentos, el Señor Carlos iii le nombró le nombró Obispo de Yucatán en la Provincia de Campeche, al mismo tiempo que se había hallaba electo Prior del muy religioso Convento de Santa Cruz de Segovia; y habiendo puesto en manos del Eminentísimo Señor Cardenal de Boxador, le mandó aceptar el Obispado, del que tomó posesión el 1° de agosto de 1763.

Apenas empezó a ejercer su ministerio episcopal cuando se vieron en él las prendas y virtudes que se admiraron en los Pastores de los primeros siglos. Su Palacio Episcopal parecía un convento de los más observantes en el recogimiento, oración, humildad, modestia y traje, tanto de Su Ilustrísima que nunca usó más que el hábito de su Religión, como del corto y preciso número de sus familiares, a quienes hacía recogerse al toque de oraciones, cerrando las puertas de su Palacio y dedicándolos desde aquella hora al estudio y a los ejercicios de devoción. Su mesa fue sumamente frugal y servida de vajilla de peltre común. La vigilancia sobre su rebaño era continua: visitó dos veces a pie todo su Obispado, durmiendo en varias ocasiones en medio de los montes más ásperos; confirmó a más de 250 mil almas; predicaba en todas las iglesias, con la claridad y sencillez que previene el ceremonial de los Obispos; reformó y aumentó considerablemente su Clero y enriqueció la ciudad de Yucatán con muchas fundaciones piadosas, socorriendo a los pobres con cuantiosas limosnas.

En el año 1770 asistió al iv Concilio Mexicano que convocó el Eminentísimo Señor Cardenal de Lorenzana, Arzobispo de Toledo, y entonces de México, adonde fue admirada de virtud, sencillez, veracidad y vasta literatura. Antes de salir de México para regresar a su Iglesia en Yucatán, fue transferido por el mismo Señor Carlos iii a la de Guadalajara, que gobernó por espacio de 21 años, y será inmortal en ella la memoria de su piedad y ardiente celo con el que, a pesar de su avanzada edad y quebrantadas fuerzas, desempeñó todas la obligaciones de un buen Pastor, señalándose cada vez más en la caridad con los pobres, particularmente con los enfermos, en cuyo beneficio expendió más de seis millones de reales, fundando un hospital que es la admiración de cuantos le ven, y un nuevo Convento de Betlemitas para su asistencia. No es menos de admirar la erección de una escuela de niños a la que asistían más de 600, suministrándoles Su Ilustrísima cuanto necesitaban de su enseñanza, y de otro Colegio para niñas con 24 maestras para que las instruyesen en todas las artes propias de su sexo, maestros y confesores para su paso espiritual; la construcción de una iglesia que consagró y dedicó a Nuestra Señora de Guadalupe, en la que se mandó sepultar, edificando 200 casas en su circuito para habitación de los pobres; la bellísima iglesia de las Capuchinas, con su dormitorio, todo de mampostería y bóveda; reedificó la iglesia de su Orden e hizo otras muchas obras pías.

Este prodigioso número de establecimientos piadosos y cuantiosas limosnas, con las demás que se verán en el extracto que acompaña, todas discretas, imparciales, desinteresadas, dictadas sólo por la caridad, juntas al celo apostólico, pobreza, humildad, sinceridad y demás virtudes excelentes en las que floreció el Ilustrísimo Alcalde tan dilatados años, especialmente en el tiempo de su Obispado, nos hacen ver que Nuestro Señor, en estos infelices tiempos de relajación y de orgullo, se dignó suscitar el espíritu de los Pastores primitivos de la Iglesia en la persona de este ilustre Prelado, que supo hacerse amable a Dios y a los hombres, se mereció la estimación de Nuestro Santísimo Padre Pío vi y de nuestros Católicos Monarcas, la veneración general y el tierno amor de todos sus diocesanos, que lloraron amargamente su muerte sin otro consuelo que el de guardar con singular aprecio algún fragmento de su pobre ropa y el de desahogar su dolor con la solemnidad y pompa fúnebre de su entierro, que refiere así la Gaceta de México del 21 de agosto de 1792.

Luego que falleció Su Ilustrísima el 7 de agosto, a los 91 años, 4 meses y 22 días de edad, se anunció al público la funesta noticia con doble general de las campanas por una hora en todas las iglesias de la ciudad. El 8 de agosto de día, embalsamaron su cadáver, y revestido de pontifical, puesto en el salón del Palacio bajo un rico dosel de terciopelo con todo el aparato y la pompa correspondiente, comenzaron las Comunidades de Religiosos por sus turnos a cantar el oficio y la Misa, celebrándose igualmente muchas rezadas en el mismo salón aquella mañana y la siguiente. El 9 por la tarde, concluido el oficio de difuntos por el Venerable Cabildo y Coro de la Catedral, se ordenó el acompañamiento desde el Palacio Episcopal a la Parroquia y Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe que fundó Su Ilustrísima, donde debía sepultarse con el arreglo a su última voluntad; precedieron las Cofradías, seguidas de las Terceras Órdenes de Santo Domingo y San Francisco, luego las Religiones Betlemitas, San Juan de Dios, Mercedarios, Carmelitas, Agustinos, Franciscanos y Dominicos; después, el Colegio Seminario, arrastrando la beca, con su Rector y sus Catedráticos, luego el numeroso Clero con sobrepelliz, la familia de Su Ilustrísima y los oficiales de las Curias con luto riguroso; seguía el Coro de la Santa Iglesia Catedral con los que llevaban la mitra y el báculo, terminando el cuerpo eclesiástico con el Venerable Cabildo, que llevaba el cadáver en un rico féretro de terciopelo negro; a continuación iba el cuerpo de la noble ciudad, con sus mazas enlutadas, y un crecido número de personas distinguidas incorporadas en él; inmediatamente seguían los Señores Ministros de la Real Hacienda y Real Audiencia, con hachas de cera, y últimamente las milicias provincianas con cajas y armas a la funerala, cerrándolo todo la estufa de Su Ilustrísima, perfectamente cubierta de bayetas, y sus lacayos; en el intermedio de las calles del tránsito se dispusieron varias camas colgadas de seda con doce hachas, para hacer parada y cantar un solemne responso; habiendo llegado el cadáver al expresado Santuario, y hecho el oficio de sepultura, se colocó entre la pared del presbiterio, al lado del Evangelio, bajo una estatua bien trabajada de Su Ilustrísima que le representa de rodillas adorando a la Santísima Virgen. No son explicables (concluye la expresada Gaceta de México) las justas demostraciones de dolor con el que toda la ciudad manifiesta cuánto siente la pérdida de su amado Padre y Pastor, cuyas acciones tan llenas de caridad hacia su grey y demás relevantes prendas inmortalizarán su memoria.

 

Extracto de las donaciones, limosnas y fundaciones que hizo su Ilustrísima en los veintiún años que gobernó esta Diócesis de Guadalajara, según consta del informe de don Manuel del Castillo Negrete, Oidor de la Real Audiencia y comisionado para su expolio

 

·       Al Convento de Santo Domingo de Puebla dio 1 000 pesos en remuneración del hospedaje que le hizo cuando vino al Cuarto Concilio Mexicano 1 000

·       A la Catedral de Yucatán, para reemplazarla en algunos de los crecidos gastos que erogó en la conducción de Su Ilustrísima desde España hasta aquel Obispado, y desde allí hasta el citado Concilio 8 000

·       Para el Astillero de Alvarado donó Su Merced 10 000

·       Para la composición de calles de esta ciudad 1 030

·       Al Colegio Tridentino, para el aumento y la mejor dotación de Cátedras 10 700

·       Para la ayuda de edificar el Convento de Dominicos de la Nueva Guatemala, dio 4 000

·       Para la ayuda de los gastos del citado Concilio Mexicano 4 000

·       Al Colegio Apostólico de Guadalupe y en la manutención de misioneros, que lo hizo venir en tres ocasiones a esta ciudad 2 000

·       A las comunidades pobres de Zacatecas y Aguascalientes dio en la visita 500

·       A la Villa de Jerez, para que se compraran y repartieran entre los pobres mil cargas de maíz para sembrar y comer 1 500

·       A la Villa Nueva, para el mismo efecto, dio 800

·       A la Villa de Lagos, para la ayuda de la fábrica de su Parroquia, dio 10 000

·       Al Convento de Capuchinas de la misma Villa 1 600

·       Para la ayuda de las Parroquias de Zapotlán y Chapala 800

·       A los pobres, enfermos y vergonzantes hasta el año de 1 779, dio 4 300

·       A la Casa de Recogidas de esta ciudad dio 300 pesos anuales

·       A las dos de Indiecitas en el Curato de Tlajomulco 6 000

·       varias partidas de algodón, lana y telares, que regulan en 1 000

·       Al Convento de Santa Teresa 1 550

·       Al de Santa María de Gracia 150

·       Al de Santa Mónica 150

·       Al de Jesús María 16 829

·       A las Capuchinas, en diferentes cantidades, donaciones para la fábrica del Convento y para su manutención 24 797

·       A la Catedral en albas y un rico ornamento 3 200

·       Al Colegio de San Diego, la Iglesia de Zapotlán y la Parroquia de Mexicaltzingo 18 000

·       Al Convento de Santo Domingo, para reparar su fábrica material, y para otros destinos 6 200

·       Dotación de la fiesta anual del Santo Patriarca 6 000

·       Limosna anual de 300 pesos por el hábito que le daba el Convento 6 000

·       Al Convento de San Juan de Dios, para los enfermos en la epidemia de viruelas del año de 1780 2 656

·       Dotes para las religiosas y los socorros de las viudas 60 283

·       Hay constancia de que en diez años se distribuyó 1 272 pesos en limosnas semanarias, y calculando por esta partida lo que daría en los 21 años que fue Obispo, resultan 26 670

·       En ornamentos y ciriales para iglesias pobres en las visitas eclesiásticas, y en diferentes tiempos, dio 4 015

·       A los presos de la Real Cárcel 6 200

·       Costos de las tres cocinas que mandó poner provisionalmente en la epidemia y hambre general del año de 1786 para dar de comer a los pobres en los barrios de Guadalupe, Analco y el Carmen de esta ciudad 4 211

·       Fundación de la fiesta anual del Apóstol Santiago en la Catedral 6 000

·       Consta que hasta el año de 1779 mandó celebrar más de 60 misas con la limosna de un peso por los vivos y difuntos del Obispado, por la salud y felicidad del Rey y de la Real Familia, y por la exaltación de la Santa Fe Católica 600

·       En la fábrica espiritual, fundación y erección de la Parroquia de Guadalupe, con la inclusión de sus dotaciones y de 158 casas accesorias que le donó, gastó 240 835

·       En la fundación del Beaterio de Santa Clara, un colegio de niñas españolas educandas y una escuela pública de primeras letras para niñas gastó 70 440 pesos, en los que se incluyen sus dotaciones, la de un capellán que las asiste y el valor de 91 casas accesorias, que las donó 70 440

·       En la fundación de una escuela pública de primeras letras para niños en el barrio de Guadalupe, con la inclusión de la casa en la que vive el maestro 11 000

·       En la magnífica obra del Hospital Real de San Miguel, con la iglesia, el convento y las celdas para los religiosos, y un espacioso camposanto, gastó 265 168 pesos, 3 reales

·       En la dotación de diez plazas para niñas en los colegios de San Diego y Santa Clara 10 000

·       En la donación para el aumento de los fondos para esta Universidad 60 000

·       En la dotación para tres cátedras en el Colegio de San Juan Bautista 14 000

·       En las limosnas secretas y reservadas se sabe que invirtió 32 000

·       Al Monte Pío de Ministros de México dio 1 000

·       Para la pensión del Príncipe de Sajonia pagó en 20 años 80 000

·       Por la de la Orden de Carlos iii en 20 años 14 000

·       En cuatro aniversarios de a 4 000 pesos en los Conventos de Santa María de Gracia, Santa Teresa, Santa Mónica y Jesús María 16 000

·       Últimamente hizo donación del sobrante de su Cuarta Episcopal para la fábrica material y el adorno de la capilla del Sagrario de esta Catedral; y aunque todavía no es tiempo de saberse a cuánto ascenderá dicho sobrante, se conjetura prudentemente que pasará de 80 000

·       Suma total de las donaciones, limosnas y fundaciones de las que se ha podido adquirir noticia: 1 097 320.01 pesos, un real

 

Siendo la prevención de que aunque es notorio que Su Ilustrísima enviaba frecuentes limosnas a los conventos de San Francisco, La Merced, San Juan de Dios, no se ha podido saber a cuánto ascendieron, como ni tampoco las misas que mandó celebrar desde el año de 1780 hasta su fallecimiento, ni las demás limosnas que hizo públicas y privadas, así en esta ciudad como en el resto del Obispado.



[1] Al calce del impreso, en cuatro páginas, puede leerse: “Madrid, en la Imprenta Real, 1793”. La transcripción del documento la hizo el licenciado en historia Aldo Serrano Mendoza, actualizando la ortografía a los criterios de nuestros días. Las notas son de la redacción de este Boletín.



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