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ccxxxiii Aniversario Luctuoso del Benemérito del Estado de Jalisco Fray Antonio Alcalde, O.P. Héctor Enrique Montes Muñoz[1]
La mañana del martes 5 de agosto del 2025, en el patio de ExDirectores del antiguo Hospital de Belén, y en el marco de aniversario luctuoso ccxxxiii de Fray Antonio Alcalde, el director de ese nosocomio explicó la forma cómo él y su equipo afrontan día a día el compromiso social que dejó dicho Siervo de Dios al personal de ese hospital-escuela.[2]
Amigas y amigos
Un acto cargado de memoria y gratitud nos congrega esta mañana, antevíspera del ccxxxiii aniversario del fallecimiento de Fray Antonio Alcalde y Barriga, paladín de la compasión, de la justicia y de la visión transformadora entre nosotros, y cuya memoria resaltan en este hospital muchos signos materiales visibles, entre ellos su retrato en piedra al pie del cual estamos congregados, pero no menos y cada día más la conciencia, la gratitud y el alma de quienes de él recibimos tan gran y noble encomienda a favor no sólo de los tapatíos y de los jaliscienses, lo cual nos empuja a conocer y amar su vida, pensamiento y obras. Conscientes de la responsabilidad histórica que hoy nos pone ante el reto de administrar la parte más sustancial de su legado, la atención integral a la salud del pueblo, invito a ustedes a ver en perspectiva lo que pretendemos reciban de nuestras manos las generaciones que nos releven en esta encomienda. Tal motivo nos congrega aquí, gracias a la convocatoria de la Asociación Cultural del Antiguo Hospital Civil de Guadalajara ‘Fray Antonio Alcalde’, A. C.; de plácemes, además, por la participación musical festiva de la Estudiantina Tapatía de la Escuela Preparatoria No. 11 de la Universidad de Guadalajara, pues en las y los jóvenes que la componen vemos el rostro de los beneficiarios en este momento del modelo de educación pública y gratuita que también nos dejó ese Genio de la Caridad en tan noble Alma Mater.
I
Fray Antonio Alcalde nació en Cigales, España, en 1701, pueblo castellano de calles limpias y sinuosas, no trazadas a cordel en su casco antiguo, sirve de cabecera del Ayuntamiento de ese nombre, y hoy lo habitan unos cinco mil vecinos. Su iglesia parroquial de Santiago el Mayor es el monumento que más le distingue, pues la grandeza de sus proporciones y la hermosura de sus retablos le ha granjeado el apodo de ‘Catedral del Vino’, toda vez que en las tierras labrantías de la extensa planicie de Cigales se cultiva desde hace siglos junto con trigo y cebada, cepas de las que sus bodegas extraen un caldo clarete con esa denominación de origen. Tal fue la cuna y el pórtico de la vida donde vino al mundo nuestro Antonio, y donde comenzó a madurar en la fe cristiana hasta la adolescencia, pues a la edad de 16 años se hizo fraile predicador en el convento vallisoletano de San Pablo, para el que se ordenó presbítero y de donde sus superiores le destinaron a ejercer de la docencia durante un cuarto de siglo en estudios de educación media y media superior, al cabo del cual resultó electo prior de tres comunidades de su Provincia religiosa, los conventos de Zamora, Fuencarral y Segovia. Tal forja, las aulas y los prioratos, modelaron el temple, carácter y virtud de un obispo ejemplar a partir de la edad sexagenaria, que de Madrid pasó al Nuevo Mundo para ceñir las mitras de Yucatán y Guadalajara, revelando dotes que antes nadie tuvo ante sí como reformador social y artífice de los cambios más profundos a favor de los habitantes de las dilatadísimas circunscripciones que atendió en los confines de la Nueva España, la del sureste, con fronteras bañadas por las aguas del Atlántico y del Pacífico, y la del occidente cuando su litoral llegó por el norte hasta San Francisco. Pero lo que hoy denominamos ‘legado alcaldeano’ resulta ser más que una lista larga de obras de beneficencia, sino procesos ordenados y sistemáticos a favor de la dignidad humana en este orden: de la construcción de viviendas de interés social para casi diez mil almas, al empleo remunerado y digno de mil cabeza de familia que participaron en ello; de sistemas escolarizados de educación de la elemental a la superior para varones y mujeres, al desarrollo de talleres de artes y oficios y de la primera zona industrial de la ciudad; de líneas de acción pastoral cuyo núcleo consistió en hacer gala de una capacidad excepcional para armonizar voluntades tendiendo puentes entre la potestad civil y la eclesiástica siempre a favor del pueblo, y una atención integral y de un hondo sentido de la justicia en cada decisión asumida, pues en su caso, hasta donde sabemos, la atención al todo nunca le indujo a descuidar la parte respecto a la aplicación meticulosa de unos tres mil millones de pesos de nuestro tiempo, lo mismo para obras materiales de enorme calado, que lo necesario para los donativos de un real y medio de plata por solicitante que des sus manos recibían cada día centenares luego de hacer kilométricas filas en la recepción de su despacho. Todos ustedes saben que las obras materiales que a la vista tenemos en este enorme recinto se levantaron a fines del siglo XVIII en el contexto de una terrible crisis sanitaria, con una visión, sensibilidad y compromiso a favor de los más necesitados. También, que aquí se echó a andar a partir de mayo de 1794 y desde entonces sin ininterrupción, un servicio a favor de “a la humanidad doliente”, motivo por el cual esta, agradecida, lo ha rebautizó con el nombre que ahora lleva. Obligados, pues, a precisar entre tantas obras que él alentó la que más lo distingue e inmortaliza como bienhechor de la humanidad, no necesito convencer a ustedes que esa tal la que aquí nos acoge cuando su nombre era Real Hospital de San Miguel de Belén y hoy, con toda razón y méritos para ello, Antiguo y Benemérito Hospital Civil Fray Antonio Alcalde.
II
¿Y cómo no referir, aunque lo repitamos siempre, que nuestro personaje también fue artífice de una institución fundamental para nuestra sociedad, la Universidad de Guadalajara, y para el destino de estos hospitales – escuela el que abrió sus puertas el 3 de noviembre 1792, pocas semanas después de la muerte de su artífice, y como prenda de la certeza moral que él tuvo a favor del conocimiento científico como el mejor motor del desarrollo humano? ¿No es acaso por ello que a 233 años de su muerte ese legado sigue vivo y se actualiza? Al respecto, ofrezco dos explicaciones: la profundidad y extensión de unas raíces que no han dejado de regenerarse, y el binomio virtuoso de la mancuerna que hasta la fecha forman las dos instituciones apenas señaladas al grado de sostener ya por más de dos siglos una de las alianzas académico-científicas más antiguas y relevantes del mundo y de la historia. En efecto, de cara al futuro los Hospitales Civiles de Guadalajara, bajo la premisa de formar con excelencia, compromiso y vocación generaciones de profesionales de la salud, ostentan hoy en esta sede histórica el rango de Patrimonio Cultural del Estado, que en las unidades ‘Doctor Juan I. Menchaca’ y en el recién estrenado Hospital Civil de Oriente, un alto sentido humano de atención médica.
III
Honramos, pues, en este acto y día no solo la memoria de Fray Antonio Alcalde sino también la de las mujeres y varones que han mantenido vigente su obra, su visión de futuro y su compromiso a favor de la dignidad humana en la población más vulnerable. Y reiteramos: si ningún personaje ha marcado tan profundamente la vida pública de Guadalajara como él eso es posible –y así la sentimos y nos consta– porque en cada acto de cuidado y compasión que aquí se lleva a cabo es gracias a su espíritu, que infatigable recorre siempre los pasillos y las salas de este hospital, y eso será así mientras no olvidemos lo que no inculcó con el ejemplo antes que con las palabras, que la salud del pueblo es la suprema ley. Así las cosas, a nombre de quienes sostienen el hospital que lleva con orgullo el nombre del quien lo hizo posible, renuevo ante ustedes la obligación de conservarlo vigente con entrega, responsabilidad y gratitud. Cierro mi mensaje citando de manera textual la traducción del epitafio en lengua latina que se puede leer en el sepulcro del Santuario de Guadalupe, corazón de otra más de las obras del fraile, el barrio de ese nombre, y que así tradujo el doctor Juan González Morfín:
Aquel cuyas cenizas descansan aquí en espera de la resurrección fue varón eminente en su munificencia. A Dios rindió culto. Dio a los enfermos remedio. Educación a la niñez y a la juventud. Protección a las mujeres desamparadas. Techo al pueblo. Fue solícito en su consuelo para todos. El venerable prelado ilustrísimo señor doctor don Fray Antonio Alcalde murió el 7 de agosto de 1792.
Consciente de que honrar la memoria del bienhechor no se reduce a un juego de palabras o a un ejercicio retórico sino a identificar su mística y espíritu de servicio, humanitarismo y solidaridad con los desposeídos, para hacerlas nuestras, reiteramos nuestro compromiso a favor de la salud de quienes más lo necesitan. Yo, a nombre del equipo que encabezo en este noble establecimiento sanitario, confirmo en este acto y ante quien lo quiera constatar, que el paradigma supremo que día a día nos mueve a confirmar como valor supremo de la esperanza que hace dos siglos nos dejó Fray Antonio Alcalde es hacer que la salud del pueblo sea siempre la suprema ley. Agradezco su atención. |