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La conformación del curato y templo parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe en Guadalajara (segunda parte).

Eduardo Padilla Casillas[1]

 

 

Presentamos la segunda parte de este estudio de

uno de los templos más importantes de la ciudad,

enmarcando su construcción en una época y

dando razón del estilo que fue utilizado.

 

 

 

El retablo

 

A pesar de lo novedoso de sus formas, su interior quedó con un ajuar de formas barrocas, lo anterior se entiende a que las tendencias estilísticas no desaparecen de un día para otro y el gremio de doradores aún se encontraba funcionando. El retablo fue contratado por 3,200 pesos al retablista Miguel Gudiño cuando aún se estaba la construcción a media altura de sus muros, ya que cuando firmó el contrato hizo alusión a que aún no estaba construida como para saber la altura total del edificio[2].

El retablo una vez concluido, empotraba en el arco rebajado del muro del ábside y el reborde externo llevaba un alerón o “Guarda Polvo” en talla y uniforme en su decoración. Estaba conformado por tres cuerpos divididos por cornisamentos y calle central con dos laterales. En medio del primer cuerpo de la calle central presentaba un tabernáculo con sagrario para el Santísimo Sacramento y más arriba una repisa en donde se encontraba el óleo sobre lienzo de la imagen titular. Más arriba, en la calle central, se alojaba un lienzo con San Miguel Arcángel y en el tercer cuerpo, otro óleo sobre lienzo de Santiago Apóstol montando a caballo que tenía como remate “...con el mejor adorno de Corniza hafta encontrase con la Vóveda, y Guarda Polvo... [sic]”[3]. Las calle central estaba dividida de las laterales por medio de pilastras con estípites adosados y en cada cuerpo de esa calle se encontraban un óleo sobre lienzo, que desafortunadamente, el contrato no especificó la temática que representaban. También, el artífice del retablo señaló el repertorio ornamental y que sus formas no añadían mayor costo:

 

Se entiende que este Altar para Sumaior decencia, y q. corresponda aun ornato Sumptuoso, (que nó por esto se añade maior costo) hade cer hermosa segun el estilo que hoy se practica, aunque no tenga los maiores resaques, para que ocupe menos sitio, pero se ha de adornar con algunos serafines, niños, y uno ú otro medallón de relieve en donde lo pidieze...[4]

 

El contrato mencionó que el costo que tuvo este retablo iba en relación con los insumos necesarios para su manufactura como madera de sabino y cedro que eran las maderas más caras que se conseguían en Guadalajara, así como la cola, clavos y la variedad de hierros necesarios para su armado, “...el indispensable costo, el que no és de poca consideración colocarlo, y armarlo en su lugar, y que todo esto debe cer de quenta y cargo del Maestro hasta los bastidores en que se han de estirar los lienzos, menos la pintura de ellos, que es aparte...[sic.]”[5]

En cuanto al costo del retablo y el manejo de los recursos, el precio inicial fue de 3,500 pesos, pero su costo fue negociado, por lo que el maestro rebajo 300 pesos, quedando instalado en el ábside sin dorar o en “blanco” a un plazo de un año. Como primera partida, se le proporcionó a Gudiño toda la madera que ya se había comprado con antelación y la escritura señaló que, en caso de su fallecimiento, los hijos que trabajaban en su obrador serían los responsables de la obra y la contraparte proporcionarían la primera semana cien pesos para el mantenimiento y compra de la herramienta necesaria y después, se entregarían 50 pesos semanales hasta concluir el altar[6].

Es necesario agregar, que este retablo se encontraba alineado con la propuesta del barroco estípite[7], promovido por José de Churriguera[8] en España y que se popularizó en Nueva España lleno de influencias de formas tipo Luis XV o “rocallas”[9], gracias a los trabajos de Jerónimo de Balbás[10], en esa misma centuria y es en parte, una referencia al retablo que aún existe en el templo de Nuestra Señora de Belén, aunque hay que señalar que ese retablo, corresponde a la siguiente modalidad formal de barroco que es el Neóstilo[11] y que demuestra, que como proyecto, la construcción de la parroquia de El Santuario de Guadalupe se encontraba a la vanguardia tanto en Arquitectura como en terminados. Cabe señalar que el contrato puntualizó que el entallador solo instalaría las pinturas en sus bastidores. Dicho indicio deja concluir que se trata de un mismo lote de obras y que una vez concluidas, fueron enrolladas y enviadas a Guadalajara. También, su manufactura se debió a un único proveedor que en este caso fue el obrador de José de Alcíbar, ya que el lienzo titular hasta la fecha se conserva, se encuentra firmado por dicho artista y fue tocada a la original el 23 de octubre de 1779[12]. Para terminar esta sección, hay que señalar que estas formas no eran ajenas para fray Antonio Alcalde, debido a que durante su administración eclesiástica como obispo de Mérida, gestionó la manufactura e instalación de los retablos de la catedral de San Ildefonso[13].

 

El Barrio

 

Por último, el proyecto de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe no fue solamente la construcción de un inmueble religioso, sus anexos y su curato[14], sino que fray Antonio Alcalde pensó en una solución a la problemática social desde su raíz. En primer lugar, por medio de la prolongaron de las calles se continuó con la urbanización en retícula de la ciudad con 16 manzanas con 158 fincas[15]. Los nuevos espacios fueron sujeto de parcelación de regular tamaño con predios que alojaron nuevas viviendas que rodeaban un amplio solar de forma regular al centro de la manzana, el cual alojaba un partido arquitectónico ordenado que consistía en pequeñas viviendas de asistencia social entorno a un patio central con servicios. Estas nuevas vecindades tenían su acceso por la parte media de alguna de las calles por medio de un largo y amplio corredor o zaguán de acceso.

Este nuevo barrio, se conformó alrededor de una plaza principal que se conectaba a la ciudad de Guadalajara por medio de la prolongación hacia el norte de su vía principal. Frente a esta plaza se construyó el templo parroquial, por lo que la vida social y espiritual de la nueva comunidad giraba en torno a la asignación de estos espacios hegemónicos. Como todo nuevo asentamiento, se le dotó de la infraestructura necesaria e hitos urbanos como tomas de agua, un ruedo, cementerio, escuelas, un plantel educativo atendido por la Congregación de madres de la caridad y enseñanza de la visitación de Nuestra Señora de Guadalupe[16] y un mercado para la distribución de bienes y servicios. Por lo anterior, cuando el mismo Alcalde anunció la construcción de la parroquia, ya se había tenido todo un proceso previo de planeación y diseño urbano fundacional que necesitó de personal capacitado para trazo, medición y asignación de los nuevos espacios.

En la actualidad todavía aún se pueden observar restos urbanos de las antiguas vecindades y existen algunas de ellas en el barrio. Siguiendo la nomenclatura actual de las calles, la primera se encuentra sobre la acera oriente de Fray Antonio Alcalde entre Guillermo Prieto y Hospital; la segunda en la acera oriente sobre Pedro Loza entre Hospital y Guillermo Prieto; la tercera por la calle Liceo entre Joaquín Angulo e Ignacio Herrera y Cairo sobre la acera poniente; una cuarta sobre la acera oriente por Fray Antonio Alcalde entre las calles Manuel Acuña e Ignacio Herrera y Cairo; la quinta en la acera oriente sobre la calle de Mezquitán entre las calles Hospital y Juan Álvarez; y otros dos probables ejemplos más sobre la acera norte de la calle Juan Álvarez entre Mezquitán y Federalismo.

El antiguo rodeo que se conformo en el barrio se encontraba ubicado en la manzana delimitada por las calles Fray Antonio Alcalde, Pedro Loza, Jesús García y Mariano Arista. Esta urbanización se conectó con otro barrio que se generó alrededor de otro de proyecto social sanitario y urbano del mismo obispo Alcalde y que es el Hospital Civil de Guadalajara. Con motivo de los horrores que causó en Guadalajara el año del hambre y de la peste de 1785, el obispo Alcalde observó la necesidad de trasladar a un sitio más amplio y apartado del centro de la ciudad el antiguo hospital de Betlemitas, que estaba situado en la manzana que actualmente ocupa el Mercado Corona. Dicho espacio era insuficiente y resultaba peligroso porque las enfermedades podrían propagarse rápidamente por toda la ciudad, por lo que se propuso construir dicho hospital y el 26 de febrero de 1787 se hizo entrega de la nueva construcción a los Betlemitas[17].

 

Conclusiones

 

La parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe es sin duda uno de los hitos más importantes tanto urbanos como artísticos para Guadalajara y el occidente de México. Es la muestra material de la piedad del obispo Fray Antonio Alcalde y desde luego, la hegemonía de la Iglesia y su jerarquía eclesiástica como corporación y estructura social de suma influencia y que fomentaba el desarrollo social, que generaba recursos y los aplicaba en obras para reunir a las comunidades marginadas, con imágenes que solucionaban la incertidumbre de la vida diaria por medio del fervor y la fe. También, esta parroquia es una promoción devocional que tuvo diversas finalidades e intenciones por parte de la Iglesia y que con ello buscaba mantener su hegemonía.

Por otro lado, las imágenes portentosas eran generadoras de limosnas, fiestas y prácticas que movían la economía local, esta clase de circunstancias eran herramientas para la Iglesia para realzar y priorizar ciertos lugares sobre otros, por ejemplo, la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe se vio como prioridad y tuvo casa propia mucho antes que la primera parroquia de Guadalajara. Este hito construido en Guadalajara es un legado perpetuo de Alcalde para Jalisco.

 

 

Bibliografía:

 

Archivos

Archivo Histórico del retablo de Guadalajara (AHAG)

Archivo Notarial de la Parroquia de Hostotipaquillo (ANPH)

 

Dávila Garibi, J. Ignacio. Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara. México: Editorial CVLTVRA, 1967, t. III, 2 vols.

Fuentes Rojas, Elizabeth. La Academia de San Carlos y los Constructores del Neoclásico. Primer Catálogo de Dibujo Arquitectónico 1779-1843. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2002.

Katzman, Israel. Arquitectura del siglo XIX en México (2a. ed.). México: Ed. Trillas, 1993. Lombardo de Ruiz, Sonia. “La arquitectura y el urbanismo en la época de la Ilustración, 1780-1810”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El Arte Mexicano. México: Salvat Mexicana de Ediciones, 1982, t. 9, pp. 1257-1275.

Meyer, F. S. Manual de ornamentación. Barcelona: Gustavo Gili, 1994.

Manrique, Jorge Alberto “Del barroco a la ilustración”. Daniel Cosío Villegas (coord.). Historia General de México. Ciudad de México: El Colegio de México, 1981, t. I.

Ortiz Macedo, Luis. “Prólogo”. Elizabeth Fuentes Rojas. La Academia de San Carlos y los Constructores del Neoclásico. Primer Catálogo de Dibujo Arquitectónico, 1779- 1843. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2002, pp. 13-15.

Oliver Sánchez, Lilia V. “La evolución de la población en el siglo XVIII”. Thomas Calvo y Aristarco Regalado Pinedo (coords.). Historia del reino de la Nueva Galicia. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2016, pp. 611-646.

 Padilla Casillas, Eduardo. “Los retos ante los embates del tiempo: 1808-1900”. Eduardo Padilla Casillas (coord.) El Sagrario Metropolitano: Primera Parroquia de Guadalajara. Guadalajara: Parroquia de El Sagrario Metropolitano; Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, 2021, pp.79-156.

Ramírez, Fausto. “El arte del siglo XIX”. Jorge Alberto Manrique (ed.). El arte mexicano. Ciudad de México: Salvat Mexicana de Ediciones, 1982, t. 9.

Utrilla Hernández, Alejandra. Arquitectura religiosa del siglo XIX/Catálogo de planos del acervo de la Academia de San Carlos. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Escuela Nacional de Artes Plásticas, 2004.



[1] Eduardo Padilla Casillas es licenciado en Conservación y Restauración de Bienes Muebles, docente de su Alma Mater (ECRO en sus siglas), con Maestría en Ciencias de la Arquitectura por el Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, con especialidad en Preservación y conservación del patrimonio histórico edificado, autor de estudios especializados en historia del arte en el siglo XIX; coordinó el libro El Sagrario Metropolitano: primera parroquia de Guadalajara (2021). Se ha distinguido como colaborador constante de este Boletín.

[2] AHAG, sección gobierno, serie parroquias, Santuario de Guadalupe, caja 2 (1847-1928). Carpeta: gobierno, parroquias/Santuario, S/F, caja 1, exp. 63, fs 1. Informe del altar del templo del Santuario de Guadalupe por parte del maestro Miguel Gudiño, ff.1-1v.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] Ibid., f. 1v.

[6] Idem.

[7] El estilo que marca el orgullo de la Nueva España en el siglo XVIII con el barroco estípite que se caracteriza por la pilastra de ese nombre, que consta de una pirámide cuadrangular invertida a la que se le agregan cubos, cuerpos bulbosos separados entre sí por angostamientos, hasta llegar al capitel, generalmente de estilo corintio. Jorge Alberto Manrique. “Del barroco a la ilustración”. Daniel Cosío Villegas (coord.). Historia General de México. Ciudad de México: El Colegio de México, 1981, t. I, p. 706.

[8] Lo introdujo en España José Benito Churriguera desde finales del siglo XVII en Madrid y Salamanca, de ahí el nombre que proporciona a esta modalidad al barroco. Idem.

[9] Palabra proveniente del francés rocaille. Fue un estilo ornamental caracterizado por líneas redondeadas evocando frontones curvos y volutas con perfiles de conchas y hojas, también se le conoce como Rococó. Aparenta no tener simetría, sin embargo, se puede observar una compleja composición guiada por equilibrados ejes. F. S. Meyer. Manual de ornamentación. Barcelona: Gustavo Gili, 1994.

[10] El primero que usó esta modalidad churrigueresca fue Jerónimo de Balbás cuando los empleó en los altares de la catedral metropolitana de la Ciudad de México, iniciados en 1717 y terminados hacia 1735. El estípite, representa el máximo desarrollo posible en el estilo barroco. Manrique, op. cit., p. 706.

[11] Después de un proceso en el que la pilastra estípite parecía que había ido tan lejos como para devorarse a sí mismo en un mar de entalles, surgió una salida en la que se volvió a la columna clásica. Hay que aclarar que la columna y la pilastra que retomaron continuaba aún con un sentido eminentemente barroco y no desatendió ni desaprovecharon los progresos que el estilo había tenido en México. Se trata de la restauración de la columna o la época de la columna nueva. Ibid., p. 709.

[12] Dávila Garibi, op. cit., t. III, vol. 2, p. 938.

[13] Fray Antonio Alcalde, escogió la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe para consagrar la catedral de Mérida el 12 de diciembre de 1763, lo que revela su fervor a dicha advocación Mariana. Ibíd., p. 935.

[14] Una casa fue para la habitación del párroco otra para el sacristán y algunas otras para que hicieran uso de ellas los otros ministros.

[15] Ibíd., p. 943.

[16] Varios meses antes de la apertura del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, tuvo lugar la inauguración el 21 de febrero de 1780 del camposanto que quedaba anexo al poniente derecho de dicho santuario y contó con una capilla propia. La primera escuela de letras básicas tuvo casa anexa para el maestro, posteriormente el obispo Alcalde se construyó varias más. Dávila Garibi, op. cit., t. III, vol. 2, p. 941, 944.

[17] Ibíd., p. 954-955.



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