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En defensa de la monarquía divina: La profesión de fe de Arrio al papa Alejandro de Alejandría (ca. 320) Pbro. José de Jesús Ortega Montes[1]
En el MDCC aniversario del Concilio de Nicea, vale la pena acercarnos al acontecimiento que clarificó la fe ante las herejías cristológicas.
Introducción
En los inicios de la polémica que llevó a la convocación del Concilio de Nicea en el año 325 estuvo el presbítero Arrio de la Iglesia de Alejandría, que fue el personaje más conocido de un bloque que, dentro de la misma comunidad alejandrina, disentía de la fe en la confesión y el reconocimiento de la persona divina de Jesucristo. Este movimiento no se limitó al contexto egipcio, poco a poco se extendió hasta los mismos pasillos del palacio imperial de Nicomedia seduciendo al mismísimo emperador. Viendo la rapidez con la que la falsa enseñanza en torno a Cristo se iba propagando el obispo Alejandro de Alejandría reaccionó contundentemente amonestando de forma pública a los partidarios de esta doctrina, a la que se le consideró herética. El mismo Arrio había escrito a su amigo Eusebio de Nicomedia una carta dando noticia de lo que él mismo consideraba una persecución en su contra; en esa carta encontramos también nombres de obispos que han recibido el anatema, de modo que Arrio no estaba solo, aunque era la figura más visible no era la única en este debate, ni la de mayor jerarquía. Siendo presbítero debía responder ante su obispo, en buena parte a eso atiende la profesión de fe de la que nos ocuparemos en las siguientes líneas, que según el profesor M. Simonetti fue escrita por consejo de Eusebio de Nicomedia para explicar sus posturas ante el Papa de Alejandría.
La profesión de fe de Arrio
Se asume que la redacción del siguiente documento corresponde al mismo Arrio. Se trata de una profesión de fe o la justificación de sus posturas tras algunos años de divergencia notable entre Arrio y su obispo. El autor se dirige con respeto y diplomacia al obispo de Alejandría, lo hace en forma de una carta a nombre de más presbíteros, diáconos y de algunos obispos. Tal parece que este texto fue escrito en torno al año 320. Contrario a lo que podríamos asumir al hablar de una “profesión de fe”, no estamos ante la explicación o la adhesión a la fe ortodoxa y católica, sino al alegato y defensa de lo que Arrio consideraba la fe verdadera, en la que no cabían dos dioses, como acusaba él, ni la división o consustancialidad de la divinidad del Padre con el Hijo, al que concebía como una creatura, privilegiada por la voluntad misma de Dios pero al fin y al cabo creada, entre otros argumentos a los que se aferró con fuerza, como veremos. Aunque el tono de la carta resulta bastante correcto y bien colocado, usando un lenguaje concesivo hacia el destinatario y confiriéndole cierta autoridad, aun así insiste y sostiene sus ideas equivocadas respecto a la fe. Arrio justificaba su postura diciendo que ha sido el mismo papa alejandrino el que las ha enseñado “en medio de la Iglesia”, así lo dejo escrito con insistencia durante su exposición, como queriendo evadir la responsabilidad de sus declaraciones y buscando confundir al obispo Alejandro, inculpándolo.
El texto de la carta
Presentamos a continuación el texto de la carta de Arrio en la que expuso a su obispo, el papa de Alejandría, su “profesión de fe”. La versión griega corresponde a la que presentó reconstruida y editada en 1934 Hans-Georg Opitz en su obra Urkunden zur Geschichte des arianischen Streites (pags. 12-13). La versión castellana es presentada por un servidor. Los comentarios que se desarrollan después del texto tienen como referencia los hechos por el maestro Manlio Simonetti en su publicación Il Cristo II (pags. 548-550), sumando además la propuesta que el autor de este artículo quiere presentar.
Comentarios
Presentamos a continuación algunos comentarios al texto de la carta. La numeración que sigue corresponde a la que aparece como superíndices en la versión traducida de la carta: 1. Que la fe fuera “recibida de nuestros padres” atribuía cierta tradición o continuidad. Este recurso era muy usado entre los autores de la antigüedad porque servía de visagra entre la tradición oral y la escrita, en el contexto herético facilitaba la filtración de doctrinas equivocadas, justificando que así se ha recibido como herencia. Que una predicación o creencia se reciba como transmitida desde la antigüedad no le confiere autoridad de forma automática, en esto se debe tener cuidado no solo al hablar del pasado, sino en cualquier época. 2. “La fe… que también aprendimos de ti, querido papa”, es la primera insinuación que Arrio hace de la enseñanza de su obispo como buscando inculparlo de sus doctrinas equivocadas, defendiéndose diciendo que de alguna forma sigue la enseñanza del obispo de Alejandría, Alejandro. 3. Su confesión comienza con un insistente uso de la palabra “único”, no solo para profesar la fe en un solo Dios, sino para ir zanjando de una vez que el único Dios es el Padre, no así el Hijo. Sobre el Hijo irá diciendo paulatinamente lo que cree, pero de ninguna manera se le atribuyen los epítetos divinos por pertenencia sino por la participación que el mismo Padre ha querido, según Arrio, en un nivel inferior. 4. En la época en que esta controversia se iba generando era muy conocida y combatida la doctrina gnóstica que reconocía al Dios justo y bueno del Nuevo Testamento y lo distinguía del malvado y vengativo del Antiguo, como si se tratara de dos principios opuestos, algo parecido a lo que el marcionismo predicaba; de ahí que Arrio evocó en la presente misiva los términos “justo y bueno”. Aunque esta enseñanza no tiene real impacto en la doctrina arriana, el autor de esta carta incluyó estos renglones quizá como un eco de combate contra los gnósticos, de modo que incluyendo esto se dejaba ver como “denfensor de la ortodoxia”, atreviéndose a corrigirle la plana a otros herejes. 5. Detrás de la herejía arriana esta, en buena medida, la defensa de Dios como único principio, considerándolo una mónada inquebrantable. Para Arrio decir que en Dios hay tres personas lastima de forma grave la consideración de Dios-Uno, incluso si solo hablamos del Padre y su Logos. Esta deducción no brotaba solo como una consigna filosófica, sino como la consecuencia lógica de todo lo que el Antiguo Testamento había revelado: “Yo soy Dios, fuera de mí no hay otro” (Is 45, 5); “no tendrás otro Dios fuera de mí” (Ex 20, 3), etc. Sin embargo, esta defensa férrea y cerrada daba a entender la poca comprensión de la enseñanza del Maestro en su Evangelio: “el Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30); “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 9); “nadie conoce al Padre sino el Hijo…” (Mt 11, 27), etc. Si Arrio se expresaba diciendo que Cristo era una creatura (κτίσμα) o que había sido generado (γέννεμα) no era, según parece, para denostar al Hijo, sino para defender la monarquía divina del Padre (μόνος-ἀρχή, único principio), aunque en esta tarea era evidente que el daño colateral lo recibía la profesión de fe en Cristo. 6. La profesión de fe de Arrio contiene esta sentencia: “con su propia voluntad lo ha hecho subsistir”, sosteniendo que Cristo ha sido creado por el designio divino. Quizá buscaba ennoblecer la figura del Señor, pero afirmando esto el efecto es inverso, porque le pone un principio a lo que no debería tenerlo. 7. Dentro de su discurso Arrio toma distancia de “los herejes”, no solo de sus nombres sino de sus enseñanzas, buscando ponerlas en evidencia. Respecto del gnosticismo, representado por Valentino, acusa la probolé como el modo en que el Hijo es generado porque ese es el modo en que los animales vienen a este mundo: la emanación de un cuerpo. De Mani y los maniqueos se separa acusando que ellos se limitan a pensar solo en una emanación material de la misma sustancia del Padre. De Sabelio se distingue por la radicalización de la postura monarquiana (es decir, de un único principio) que lo llevó a enseñar que el Padre y el Hijo eran solo diferentes modos de ser de la misma entidad divina. Sobre lo que Hieracas decía no hay mucha claridad porque sus escritos trinitarios, si es que los hubo, no sobrevivieron hasta nuestros días, pero es posible que al tiempo de la carta sus enseñanzas tuvieran cierta resonancia porque también era de patria egipcia. 8. Al parecer esta fue la primera vez que en esta polémica aparecía mencionado el término homoousios (ὁμοούσιος), que tanta atención ocuparía años después en el desarrollo del Concilio de Nicea y en lo sucesivo. Hablamos de un concepto en el que se hace uso de la palabra ousía (οὐσία), que según la filosofía de Aristóteles podía expresar la esencia/existencia de un ser individual que comparte algo común entre todos los de su especie, a esta esencia o existencia individual se le puede conocer como hipóstasis (ὑπόστασις). Pareciendo algo simple tiene cierta complejidad, porque no todos entendían la esencia como algo que está a la base, sino como algo material, que le da sustento a lo que existe. Si lo consideramos de este modo entonces no conviene aplicarlo al razonamiento sobre la naturaleza divina, porque el sustrato divino no es material ni es divisible. 9. La versión griega del documento presenta el vocablo υἱοπάτωρ, que hemos traducido como “hijo-padre”; no se sabe con certeza si este término en sí fue creado por Sabelio o sea la manera en que los adversarios se referían a su error. 10. La relación padre-hijo que hay al interno de la divinidad es un misterio y ha sido el mismo Hijo de Dios quien nos ha revelado esta noticia. Los cristianos de la antigüedad buscaron abundar en argumentos en este sentido, pero conociendo tan poco de la intimidad trinitaria es fácil proponer argumentos que conduzcan a otros terrenos. En los siglos II-III los apologistas cristianos explicaban esta relación mediante la llamada Logos theologie inspirada en la filosofía estoica, que se puede entender en dos momentos: el primero, cuando el Hijo permanecía inmanente e impersonalmente en el Padre como su Logos y Sabiduría, una permanencia ab aeterno; el segundo, ha sido cuando el Padre ha emanado de sí mismo al Logos como una entidad personal y distinta. Esta concepción es parte del desarrollo de la teología y conviene que esté libre de calificativos. Algunas expresiones las podemos encontrar en “el discurso a los griegos” (oratio ad graecos) escrito por Taciano el sirio, discípulo de San Justino; la cita de Taciano es la siguiente: “Por la voluntad de su simplicidad, el Logos sale de él, y el Logos, que no se fue al vacío, es la primera obra del Padre. Sabemos que él es el principio del mundo. Él procede de una distribución, no de una división” (oratio 5, 28-30). Otro ejemplo de esto sería del apologista Atenágoras de Atenas, que en su obra Legatio pro christianis, del siglo II, citó elpasaje de Prov 8, 22 para defenderse de la acusación de ateísmo que se hacía contra los cristianos, explicando la relación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (cfr. Leg. 10). Orígenes de Alejandría, en el siglo III, también había hecho su aportación al tema diciendo que “el Hijo no fue engendrado por el Padre por emisión, como algunos imaginan, dado que Dios Padre es indivisible e inseparable del Hijo. En efecto, si el Hijo fuera una emisión del Padre, sería necesariamente corporal tanto el que ha emitido como el que ha sido emitido” (De principiis IV, 4, 1). Dicho lo anterior, aunque Arrio confiesa que el Hijo existe desde antes no lo hacía siquiera en el sentido inmanente de los apologistas, sino en la antelación del Logos emanado con respecto a las creaturas, pues el hereje sostenía que no por nada se le llama “Hijo”, siendo en ese sentido subordinado al Padre, pues de Él ha recibido el ser. 11. “Pero nosotros decimos…”, no obstante las llamadas de atención de su obispo y de los involucrados en la polémica que se estaba desarrollando Arrio retomaba de esta manera lo que ya había expuesto en su carta enviada a Eusebio de Nicomedia, perseverando de forma evidente en la enseñanza de la doctrina equivocada. 12. Aunque en el texto encontramos la confesión de Arrio sobre tres hipóstasis quizá no estemos en la misma sintonía en cuanto al significado. Recordemos que la manera en que la sustancia (οὐσία) se encarna o se individualiza es la hipóstasis (que indica una realidad individual substistente), y esa sustancia bien podría ser entendida en sentido material, como lo hemos comentado en la nota 8 de la presente exposición. El término en cuestión se había conocido y usado en el ambiente alejandrino gracias a la contribución de Orígenes, que lo introdujo en el discurso (comm. in Ioannem II, 10), así que usarlo no iba a ser problema para Arrio, si lo que quería era “congraciarse” con su obispo. 13. “Generado sin tiempo… antes de todos los siglos”. Esta sentencia de Arrio no necesariamente expresa la permanencia ab aeterno con el Padre, sino que el Hijo fue generado antes de crear el mundo, tal como lo sostiene usando Prov. 8, 22 y como lo anticipamos en la nota 10 de estas líneas. Este es uno de los argumentos en los que el heresiarca insistía más, Cristo es una creatura, de ahí que uno sea Padre y el otro Hijo, pero no fue creado como nosotros sino fuera del tiempo, antes de que todo lo demás existiese, así que no es coeterno ni ingenerado, eso solo le corresponde a uno, al Único. 14. El parágrafo 5 de la carta confirma lo que hemos dicho en torno a la doctrina arrianista, que el Hijo recibe el ser del Padre, que es su Dios entendiendo la generación al modo material. Refrenda también el principio de relación al subrayar que si el Padre es conocido como tal es porque tiene un Hijo, que ha engendrado y generado de forma distinta a la nuestra.
Corolario
La carta de que hemos tratado es uno de los tres documentos que han llegado a nuestros días que se atribuyen directamente a Arrio, así que tenemos un poco más de certeza en que estas líneas corresponden a lo que el hereje enseñaba. En sus expresiones encontramos una firme postura que no cede delante de la presión que han ejercido las autoridades eclesiásticas a las que debía obediencia. Es más, antes que corregirse las propuestas arrianas fueron evolucionando, buscando mimetizarse con el discurso ortodoxo, al punto de seducir a muchos con argumentos rebuscados. Podríamos destacar tres temas principales de la oposición arriana: a) La defensa de la monarquía divina: solo hay un Dios, esa confesión de un Dios único excluye a un segundo en cuestión, aunque se trate del Hijo. La empresa arriana consitía entonces en asegurar la confesión de un único principio, sin importar si en ese discurso se denigraba a Cristo, al que de algún modo buscaban considerarlo en un lugar privilegiado, pero no en el divino ni en el coeterno. b) El principio de relación: la relación padre-hijo que ambas hipóstasis tienen es la que da origen a este principio. Si uno es Padre es porque es anterior al que es Hijo, no puede por tanto el que ha sido generado ser de la misma condición del que lo genera. c) Prov 8, 22: esta es la cita clásica sobre la que se apoya la doctrina arriana, aparece con mucha frecuencia y hasta cierto punto ayuda a justificar la consigna de base del hereje, que decía “hubo un tiempo en que no existía” (ἦν πότε ὅτε οὐκ ἦν). El arrianismo no es una cuestión sencilla. Supone una serie de conceptos elaborados que la hacía más compleja. La carta que hemos abordado data aproximadamente del año 320, cinco años antes del desarrollo del Concilio niceno. Veremos después, en otra carta de Arrio, la evolución que esta doctrina fue teniendo.
[1] Del clero de Guadalajara, ordenado en 2013, obtuvo la licenciatura en Teología Patrística y Ciencias Patrísticas en el Pontificio Instituto Patrístico Augustinianum de Roma en 2020. Actualmente presta su servicio en la CEM, como secretario de la Comisión Episcopal para Vocaciones y Ministerios. |