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Ceremonia fiesta de San Francisco, discurso de la primera ministra italiana Giorgia Meloni[1]

 

La legislatura italiana, por razón de identidad cultural,

ha decretado que el 4 de octubre, día de san Francisco,

volverá a ser festivo nacional en Italia. La presidenta

estuvo presente en La Basílica de San Francisco

en Asís, donde dirigió el siguiente discurso.

 

Buenos días a todos.

Saludo a Sus Eminencias, el Cardenal Artime y el Cardenal Simoni.

Recuerdo que San Francisco también enseñó respeto: respeto al escuchar, respeto al comprendernos, respeto al comprender las razones de los demás[2].

Saludo a monseñor Sorrentino, a monseñor Cibotti, a fray Trovarelli, a los ministros General y Provincial de las Familias Franciscanas, al custodio del Sagrado Convento de Asís, a fray Marco Moroni, al presidente Proietti, al presidente Marsilio, al alcalde Stoppini, al alcalde Biondi, a todos los alcaldes, a las autoridades presentes y a las numerosas personas que veo en esta plaza.

En mi vida he estado en Asís en varias ocasiones, pero esta es la primera vez que participo en las celebraciones de San Francisco como Patrono de Italia. Es ciertamente un honor para mí, pero sobre todo una grandísima emoción, porque sé lo profundamente arraigado que está este aniversario en el corazón del pueblo italiano. Una devoción fuerte, auténtica y visceral, que se lee claramente en los rostros de tantísimas personas y fieles reunidos hoy aquí, expresada solemnemente en los estandartes izados en esta plaza, brillando a la luz de la lámpara votiva recién encendida en la Basílica, que arde con aceite donado por el Abruzzo en nombre de todos los municipios de Italia.

Hoy, el pueblo italiano dirige su mirada al Poverello d’Assisi, «el más amable, el más poético y el más italiano de nuestros santos», como lo describió el filósofo y patriota Vincenzo Gioberti. Pues San Francisco es una de las figuras fundadoras de la identidad italiana, quizás la principal. Escribió el texto poético más antiguo de nuestra literatura, el Cántico de las Criaturas. Y esos versos abrieron el camino que ha guiado a Dante, Petrarca y Boccaccio, que ha hecho grande y conocida nuestra lengua a todo el mundo. Una misión cultural que aún hoy revela su poder, su singularidad.

San Francisco dejó su huella imborrable en el arte, la poesía, el teatro, la cultura y la ciencia. Su espiritualidad ha atraído y fascinado a generaciones de italianos, inspirando a algunos de los hombres más grandes que nuestra nación puede presumir. Entre los terciarios franciscanos se encuentran Giotto, Alessandro Manzoni, Cristóbal Colón, Alessandro Volta y muchos otros. San Francisco encarnó la esencia de ese genio que hace de nuestro pueblo un unicum, admirado y apreciado en todo el mundo.

En el corazón de la roca, dio origen al Pesebre, la representación universal más dulce y profunda de un Dios que se hizo niño y vino al mundo, en el mundo, para enseñar a los hombres lo que nunca antes habían conocido: el perdón, incluso el amor al enemigo.

Sin embargo, san Francisco no fue un "trovador soñador", sino un hombre de acción, rápido hasta la precipitación en las tareas que emprendía y en los compromisos que asumía. Le molestaba deber favores, las medias verdades y los subterfugios. Era exigente, como lo son los santos, hombres y mujeres tan comunes como radicales en la valentía de sus decisiones.

San Francisco fue un hombre extremo, pero no extremista. Dio ejemplo de pobreza, pero no de miseria, contra la que él y sus hermanos siempre lucharon. Y, en nombre de esa pobreza, nos recordó a todos que, en última instancia, nada es nuestro: ni nuestros hijos, ni las personas que amamos, ni nuestras posesiones, ni nuestros cuerpos. Todo es un don, el precioso legado de un Dios que nos ama en nuestra imperfección.

Ha recordado al hombre que él es el guardián de la creación, y que la vida en todas sus formas está confiada de manera especial a la responsabilidad y al cuidado de los hombres. Porque, como nos recordó recientemente el papa León, no somos más que "administradores cuidadosos" de esa casa, "para que nadie destruya irresponsablemente los bienes naturales que hablan de la bondad y la belleza del Creador, y mucho menos se someta a ellos como esclavo o adorador de la naturaleza".

En su "Carta a los gobernantes de los pueblos", San Francisco insta a los responsables del gobierno a no medirse únicamente por el consenso, sino a tener en cuenta el horizonte más amplio de significado en sus acciones. Es una invitación que sacude e inquieta, que no ofrece directrices políticas, sino que conmueve los corazones. Y no nos deja indiferentes.

San Francisco fue un hombre de paz, diálogo y confrontación. Fomentó la paz dentro y fuera de Asís, llevando su mensaje donde nadie más se había atrevido. Desarmado de todo, menos de su fe y de su dulzura, no dudó en arriesgar su vida para encontrarse con el Sultán y fomentar con él ese diálogo de verdad y respeto mutuo que aún hoy sirve de modelo. Porque San Francisco nos enseña que debemos intentar hablar con todos, incluso con aquellos que puedan parecer adversarios, o incluso enemigos. Donde termina el diálogo y se agota la paciencia para relacionarnos con quienes son diferentes, nos desagradan o discrepan, es donde brotan las semillas de la violencia y el virus de la guerra. Un mensaje hoy actualísimo.

San Francisco vivió tiempos difíciles, como los nuestros. La fragmentada Tercera Guerra Mundial, evocada por el Papa Francisco, se está desplegando de forma aterradora. Hay 56 conflictos en curso en todo el mundo, la cifra más alta desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La paz, el diálogo y la diplomacia ya no parecen ser capaces de convencer ni de ganar. Y el uso de la fuerza prevalece en demasiadas ocasiones, sustituyendo la fuerza del derecho.

Sin embargo, este escenario aparentemente sombrío e irreversible no puede ni debe llevarnos a la rendición. Es decir, a la idea de que no hay otra opción que la guerra. Solo que la paz, —nos recuerda siempre San Francisco— no se materializa cuando la invocamos, sino que se construye con empeño, paciencia y coraje. La alcanzamos poniendo ladrillo tras ladrillo, con la fuerza de la responsabilidad y la eficacia de la razón.

Esto es lo que esperamos que ocurra en Palestina, en esa tierra que San Francisco quiso explorar y que lo influyó profundamente. El plan de paz de Estados Unidos, ya aprobado por Israel y compartido por los Estados europeos, muchos Estados islámicos y la Autoridad Nacional Palestina, gracias a la mediación de varios países árabes, en particular Qatar, a quien debemos gradecer, también podría ser adoptado por Hamás. Esto significaría finalmente el retorno a la paz en Oriente Medio, el fin del sufrimiento de la población civil palestina y la liberación de los rehenes israelíes retenidos durante dos larguísimos años.

Una luz de paz penetra la oscuridad de la guerra. Y todos tenemos el deber de hacer todo lo posible para que esta preciosa y frágil oportunidad prospere. Me enorgullece la contribución que Italia ha podido aportar al diálogo, a la vanguardia del apoyo humanitario a la población palestina y, al mismo tiempo, como interlocutor creíble para todas las partes interesadas, evitando siempre la trampa de la confrontación frontal que muchos, a menudo más por interés propio que por convicción, pedían.

Esta es la visión que siempre ha caracterizado la identidad de Italia, su acción en el escenario global, y que nos permite ser reconocidos como interlocutores privilegiados y constructores de paz, humanidad y solidaridad. Es nuestra tradición, es el camino en el que también opera este Gobierno.

San Francisco fue un puente entre Occidente y Oriente. Un hombre que, haciéndose pequeño, llamó a todos a la verdadera grandeza. Asís, Umbría e Italia, que se reúnen hoy en su nombre, ofrecen la imagen más auténtica de quienes somos. Hombres y mujeres dotados de dos fuentes de conocimiento y amor: la razón y la fe. Porque si no sabes quién eres, no puedes aportar nada al diálogo intercultural. Si no te conoces ni te reconoces tú mismo, no puedes amar al otro y no puedes hacerte amar. Esta es la cultura del respeto en la que creemos y que seguimos promoviendo.

Todas estas enseñanzas y muchas otras que podrían citarse hicieron de San Francisco una explosión de vida y llevaron a los italianos a elegirlo como su patrono. Hace un año, desde esta Logia, un "poeta libre e impotente", como él mismo se definía, hizo un llamamiento. Lírico y contundente, como lo es su maravilloso estilo. Davide Rondoni instó a los políticos a reflexionar sobre la figura de san Francisco, a redescubrir su significado más profundo y a reintroducir el 4 de octubre entre las festividades nacionales. Y, como saben, ese llamamiento no cayó en saco roto. Como no sucedía desde hacía mucho tiempo, las palabras de un poeta resonaron en el Parlamento, y el Parlamento ha transformado aquellas palabras en una ley del Estado. La legislatura decidió restaurar a san Francisco —su legado, su mensaje, su carisma— en la esfera pública y cívica de esta nación. No fue un capricho ni un despilfarro, como algunos han afirmado, sino una elección de identidad. Un acto de amor por Italia y su pueblo.

Y, personalmente, me complace ver esta votación parlamentaria como un homenaje al primer Pontífice que eligió el nombre de Francisco, en el año de su regreso a la Casa del Padre.

El próximo año, no solo celebraremos el 4 de octubre como Fiesta Nacional, sino que también celebraremos el octavo centenario del nacimiento al cielo del Poverello de Asís. Lo haremos apoyándonos en la valiosa labor del Comité Nacional para las Celebraciones, también con el apoyo del Gobierno. Además, hemos trabajado para desarrollar iniciativas innovadoras capaces de dejar un impacto duradero. Pienso, sobre todo, en el proyecto de digitalización de la Biblioteca del Sacro Convento, en la intitulación del nuevo Ponte dell'Industria en Roma con el nombre de San Francisco, en las actividades dirigidas a los jóvenes que se realizarán en Egipto y otros países africanos en el marco del Plan Mattei, y en la implicación de la red de Institutos Culturales en el extranjero para dar a conocer aún más a nuestro Santo en todo el mundo.

Queridos amigos.

Hoy celebramos a un hombre que lo dejó todo para encontrarlo todo. Un santo que enseñó al mundo la alegre sencillez del amor. Un italiano que forjó la identidad de todo un pueblo.

Pero no lo hacemos porque él nos necesite; lo hacemos porque lo necesitamos a él. Que San Francisco ayude a nuestra Italia.

¡Buena fiesta de San Francisco!

 

Asís, sábado 4 de octubre de 2025

 



[1] El discurso original en italiano, y su video, se pueden encontrar en la página del gobierno italiano. https://www.governo.it/it/articolo/cerimonia-la-festa-di-san-francesco-lintervento-del-presidente-meloni/29950

[2] Esta frase fue dicha por la presidenta porque al inicio de su discurso un hombre le gritaba consignas.



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