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Los minuetes de mariachi,

una manifestación de religiosidad popular

Eduardo Escoto Robledo[1]

 

En el marco del xxiv Encuentro del Marichi Tradicional,

que tuvo lugar en Guadalajara del 7 al 9 de ocubre del 2025,

se ofrecieron tres templos otras tantas veladas para minuetes:

Santa Teresa, el Sagrario Metropolitano y el Santuario de Guadalupe.

Aquí se publica la que sirvió de epílogo al Encuentro, en la última de estas sedes.[2]

 

 

Los minuetes son una práctica musical popular, distintiva del mariachi tradicional, que si bien tiene antecedentes muy antiguos, se concreta en el siglo xix, y cuya presencia destaca en el marco cultural de la ruralidad del Occidente del país, extendiéndose hacia el sur a regiones que pertenecen a la delimitación geográfica de los estados de Colima y Michoacán. Si bien se puede reconocer por sus características meramente musicales, no debe perderse de vista que su existencia es en esencia, una manifestación cultural, específicamente de religiosidad popular.

Así que, antes de profundizar en las particularidades musicales de estas piezas, conviene pensar en el tipo de ocasiones en que se fueron haciendo presentes, atendiendo necesidades expresivas, simbólicas e identitarias muy concretas: los velorios de angelitos, entierros y velaciones, pagos de mandas, celebraciones de santos patronos y la llamada veneración de imágenes.

Los velorios de angelitos son el acontecimiento socio-cultural que más claramente se asocia con los minuetes. Su nombre hace referencia a las prácticas relacionadas con la velación y sepultura de los infantes difuntos. Debe tenerse en cuenta que la mortalidad infantil tenía tasas muy altas en la sociedad mexicana decimonónica, inusitadas para los estándares actuales. Para dar una idea, a finales del siglo xix, uno de cada tres niños nacidos, moría antes de alcanzar el primer año de edad.[3]

Hoy, gracias a las mejoras en la alimentación y salubridad, pero sobre todo, a la aparición de vacunas, antibióticos y otros tantos avances de la medicina, la muerte de un niño es un hecho más bien extraño, aunque en realidad, contrario a la lógica, dado que es más fácil que un organismo en proceso constitutivo sucumba ante la llegada de una determinada enfermedad, accidente o carencia nutricional.

El hecho puede analizarse aún más a fondo por las vertientes económica y antropológica, pero conviene aquí hacer énfasis en los complejos aspectos semánticos presentes en la configuración de las honras fúnebres dedicadas a los infantes. Por un lado se encuentra el luto, resignación, nostalgia y dolor, sentimientos a los que se opone un carácter lúdico, con el que, por un lado se busca hacer una alegoría a la naturaleza infantil, pero que además, manifiesta una alegría supuesta por la salvación que el recién difunto tendría asegurada, al haber perecido todavía en plena inocencia, por lo cual, la comunidad le elevaba de inmediato a la condición de “angelito”.

Esta oposición semántica se advierte como un proceso que tendría como resultado el consuelo, y en donde la música actúa como un eficaz vehículo para representar las contrapartes que, opuestas, terminarían por crear una síntesis, en el sentido hegeliano.

También en los sepelios convencionales los minuetes fueron ganando presencia. Allí se presentaron como un atributo de solemnidad y tristeza propio de la situación, con melodías que en algunos casos se aprecian como alegorías del llanto. Su tempo es notoriamente más lento que habitual de los repertorios de mariachi, y la intensidad de su ejecución es moderada. Acompañaban distintos momentos tanto rituales como tradicionales propios de la ocasión, enfatizando la importancia de la pérdida, el valor del ahora difunto, o creyendo que se le ayudaba en el trance.

Por el contrario, en los pagos de mandas primaba la gratitud y la alegría, aspectos denotados igualmente por la música que se ofrecía entonces al santo que hubiera concedido un favor u obrado un milagro. La presencia de la música en estos actos de agradecimiento se puede tomar como un rasgo de ostensión, una muestra pública de la correspondencia establecida ante la gracia recibida por una intercesión concreta, ante la cual se establece una particular ocasión festiva, donde es importante tanto el rasgo estético que aporta la música, como la inversión económica que se infiere, realiza el beneficiado.

En la misma línea se encuentra la celebración en honor de los Santos Patronos. Aquí lo festivo queda asociado a una identidad colectiva, por lo que el santo es tratado con un respeto especial. Los minuetes presentes en tales ocasiones buscan realzar dicho vínculo, estableciendo una comunicación que evidencie una manifiesta cercanía de los fieles con su protector. Surgen por lo tanto creaciones específicas en su honor, que se vuelven símbolos de la festividad y de la comunidad, porque representan la manera particular en que solemnizan a su santo, evento importante tanto por el aspecto religioso, como por la cohesión que promueve.

Resulta similar el caso de la llamada veneración de imágenes, importante muestra de fervor popular, la cual, desde una perspectiva doctrinal no puede ser entendida en sentido literal. El acto efectivamente no consiste en adorar la imagen, se refiere más bien a una veneración específica, en ocasiones vehemente, que se hace de algún santo o advocación, generalmente practicada a la vista de su representación pictórica o escultórica que, puede hallarse en un entorno de tipo particular, o bien, en un espacio consagrado, en todo caso, en un momento extra-litúrgico, en el cual los minuetes resultaban especialmente protagónicos.

Habiendo recorrido las propiedades esenciales de las relaciones de uso-función más características de los minuetes, se puede señalar que no existe una homogeneidad estricta en sus rasgos estilísticos, que se ajustan de acuerdo al evento al que se integran, por lo que sus propiedades surgen del género del mariachi rural, conformando así un sub-género.

No obstante, dentro de la relativa diversidad de comportamientos estilísticos presentes en los minuetes, se pueden enumerar principalmente la composición organológica del ensamble que los ejecuta, conformado por un reducido número de integrantes que ejecutan instrumentos de cuerda pulsada y frotada, como el violín, vihuelas, guitarrón y en ocasiones arpa, además de la inclusión de percusiones, variables que tienen determinantes regionales e históricas.

Sus rasgos musicales resultan -como ya se anotó- moderados y sobrios, tanto en intensidad dinámica como en tempo; la gran mayoría de estas piezas son instrumentales, aunque no es raro encontrarlos cantados. Menos común es la presencia del baile, que cuando es empleado se realiza con una intensidad mucho menor que en prácticas tales como el baile de tarima, se presenta por así decirlo, suavizado.

Finalmente, se puede identificar que las melodías de los minuetes tienen un comportamiento silábico, es decir, que cada nota que la compone parece corresponder a una sílaba de un hipotético texto. Este rasgo hace pensar en la naturaleza de esta manifestación, vinculada por completo a los quehaceres musicales populares.

Es notorio que este conjunto de procedimientos regulan -como en todo género o sub-género- las características musicales de la praxis, para hacer eficaz la tarea que cumple como elemento cultural. En este caso, a través de la configuración de los minuetes, la música de mariachi se hizo compatible para ser utilizada con fines religiosos, sobre todo, pensando en que se podría presentar al interior de recintos consagrados.

Aquí es interesante resaltar que los minuetes se cuentan entre las pocas manifestaciones artístico-expresivas de origen popular que fueron permitidas al interior de las iglesias, trascendiendo las restricciones que recibieron ciertas danzas, representaciones dramáticas o timbres de instrumentos, que les hicieron ser confinadas a los atrios u otros espacios externos.

Para cerrar esta breve valoración estético-estilistica acerca de los minuetes, debe señalarse que sus rasgos musicales, y en general los del mariachi, provienen claramente de tres tradiciones: la música indígena, la música Barroca novohispana, y la música africana. Esto convierte a dicha práctica en una clara muestra de intrincados procesos de integración y mestizaje, que se encuentran no solo en sus rasgos intrínsecos, sino en la aplicación y presencia cultural de la misma.

En cuanto al nombre dado a esta manifestación popular, resulta interesante encontrar que nada tiene que ver en sus diferentes aspectos con la danza francesa de la cual toma el apelativo. El minuet francés se origina en el siglo xvii como una danza popular, que a finales de aquél siglo pasó a la corte, donde se refinó para alcanzar notoriedad en tiempos de Luis xiv, adquiriendo connotaciones aristocráticas.

Explicarse cómo el término fue usado para denominar una naciente tradición musical surgida del ámbito popular mexicano puede hacer pensar en una apropiación arbitraria, difícil de argumentar por la citada falta de afinidades. Podría tratarse eso sí de una derivación, en la forma en que lo explica Jesús Jáuregui, entendiendo que el minuet francés, ya habiendo pasado a ser una forma musical empleada incluso en sonatas y sinfonías, hubiera podido ser utilizada por los evangelizadores con fines doctrinales.[4]

No obstante, se antoja más probable que el nombre le haya sido dado por una designación inicialmente irónica, un mote que podría haber hecho escarnio de esta práctica popular, enfrentando a la expresión musical local -considerada quizá tosca y elemental por cierto segmento de la población- a la idea de la refinada danza cortesana francesa.

En cualquier caso, la denominación es importante, pues pervivió junto a la manifestación musical, pasando a hacerla reconocible, y de haber sido el caso, transformándose semánticamente junto con ella, para pasar del menosprecio al reconocimiento de su función expresiva. Sus propiedades simbólicas solo pudieron construirse a partir de esto, al igual que su vinculación al sistema de creencias dentro del cual es empleada. Los minuetes, se volvieron entonces una tradición, al ser identificables, tener una presencia constante en las prácticas religiosas ya mencionadas y empezar a tener un sentido concreto.

Al respecto, debe tenerse en cuenta que las tradiciones deben su conformación y pervivencia a la vigencia de su función en un contexto dado, por lo que cualquier cambio en este último les afectará en diferente medida, haciendo que se modifiquen, se olviden, validen, etc.

Por ello resulta incorrecto hablar del rescate de una tradición, ya que en todo caso, se debe entender que si una práctica es olvidada es porque dejó de tener un uso eficiente en relación con el marco cultural en el que se hallaba, lo cual sucede por ejemplo, por los cambios que implica su desarrollo. Lo que si se puede promover es la posible reintegración de tales manifestaciones a las nuevas actividades que resulten propicias para que ahí tengan una utilización concreta, con lo cual se podrán convertir nuevamente en un elemento cultural activo.

 

*

 

Tras haber realizado las mínimas consideraciones conceptuales de los minuetes, se puede plantear el reconocimiento de sus rasgos musicales, para que más allá del aspecto descriptivo, puedan valorarse como propiedades dadas en relación con su configuración cultural.

De entrada se puede hablar de la textura empleada, es decir, el tipo de interacción que guardan entre sí los elementos musicales que componen estas piezas. Se trata en este caso de melodía con acompañamiento, en la cual, el comportamiento melódico, sobresale al resto de los elementos, los cuales cumplen otras funciones específicas y con los que no compite en atención, aunque en ocasiones pueden actuar a manera de complemento, o bien, interactuando, enfatizando, etc.

Como en los minuetes no es común la participación de la voz, la melodía está asignada al violín, el cual, con mayor frecuencia de lo que ocurre en otros estilos de mariachi, ejecuta diseños melódicos de corte lírico, es decir, que recuerdan el comportamiento de la voz al cantar, aspecto que se ve favorecido por el ya referido tempo moderado propio del estilo. Por cierto, que como suele darse en las manifestaciones musicales populares, los fragmentos melódicos más bien cortos se repiten, dando lugar a una re-exposición cíclica.

Llama la atención que las diferentes funciones definidas en la textura musical están claramente establecidas de acuerdo al tipo de registro, así, mientras que la melodía está reservada para ser presentada por instrumentos de registro agudo, la función armónica se sostiene con los instrumentos de cuerda punteada que ocupan el registro medio, a saber: vihuelas, arpa o guitarra, cuyos rasgueos ejecutados en direcciones concretas configuran patrones (manicos) que dan un sentido expresivo concreto a cada pieza.

Por otro lado, para el registro grave, en el que se cuenta con el guitarrón o el arpa, está asignada una función conocida como punteo, que consiste en la ejecución de una melodía que se enfrenta a la melodía principal, que incide en la armonía del conjunto, a la que da sentido y soporte.

Este último procedimiento, así como la división de funciones de acuerdo al rango de registro que ocupen los instrumentos tiene igualmente su origen en el periodo Barroco. Especialmente entonces, el pueblo escuchaba la música casi exclusivamente en las iglesias, de allí la valoraban y retenían para incorporarla después a su conformación estética, siendo la base de sus manifestaciones.[5]

También a consecuencia de lo anterior, se encuentran minuetes a los que en ciertas regiones o circunstancias se les añade letra para ser cantada sobre la línea melódica ya existente, además de que, como se ha dicho, hay algunas de estas piezas que ya son creadas con contenido lírico.

Esta inclusión de contenido textual, en tiempos más recientes podría haberse visto promovida a consecuencia de las disposiciones del Concilio Vaticano ii, en las que, como es sabido, se permitieron entre otras cosas que se cantara en lenguas vernáculas y que pudieran participar ensambles propios de cada comunidad cultural, lo que dio pie a una fuerte actividad musical para-litúrgica.

Los textos de los minuetes cantados no son sacros ni oficialmente sancionados, se trata de lírica religiosa de tipo popular, con características propias del género del mariachi. Es usual que, por ejemplo, la letra se dirija en primera persona a un santo, y mencione aspectos de la región y del entorno sociocultural. También se exponen temas doctrinales o se establecen relatos ejemplificantes.

En cuanto a su forma, los minuetes tienen estructuras muy diversas, ya que se pueden encontrar piezas con una sola sección, así como binarias y aún ternarias (con dos y tres secciones respectivamente). En algunos casos, las diferentes secciones pueden ser muy contrastantes, y hay ocasiones en los que se incluye una sección completamente diferenciada de las demás, llamada trío, recurso propio de la música del Barroco.

Dada la relación que existe en los minuetes entre la configuración melódica y la lírica popular, se puede plantear su comprensión formal estableciendo una comparación con las formas propias de la canción. Así, la copiosa existencia de minuetes que presentan una sección única que se repite de manera constante (A A A A), se explica como una aplicación de la forma estrófica, característica de la música folclórica, donde en cada repetición varía solamente la letra cantada, comportamiento cuyas raíces se pueden rastrear por lo menos hasta la Edad Media.

En cuanto a la forma binaria (A B), igualmente muy socorrida en los minuetes, cada una de sus secciones cumpliría con las funciones empleadas en la forma denominada canción con estribillo. En esta, se escucha primero una estrofa o verso, cuyo contenido lírico será diferente en cada repetición, y que se van alternando con la presentación del estribillo, entendida como una parte que se repetirá sin alteraciones.

Queda por explicar que la forma ternaria es aquella en que la primera sección cierra la obra, ocasionalmente con alguna variante (A B A’), Finalmente, la mencionada presencia de un trío daría forma a una estructura A B C A, donde la parte “C” es notoriamente distinta a las anteriores, ya sea en cuanto a tonalidad, tempo, ritmo, carácter, etc.

Cabe finalmente ocuparse de mencionar la peculiar rítmica empleada en los minuetes, y en general en la práctica del mariachi: los ritmos compuestos. Es un procedimiento de origen mediterráneo, que consiste en incluir en un mismo conjunto rítmico elementos alternados de modo ternario, seguidos de otros de acento binario. Su manifestación más común es cuando se presentan dos grupos ternarios seguidos de 3 grupos binarios: 1 2 3 | 1 2 3 | 1 2 | 1 2 | 1 2. El nombre técnico de este tipo de patrones es sesquiáltera, y es conocido por lo menos desde el Renacimiento.

Otro recurso que suele encontrarse son las síncopas, que consiste en el traslado del momento en el que debería presentarse el acento correspondiente al patrón rítmico, lo cual da una flexibilidad al diseño melódico y brinda posibilidades adicionales al diseño de la melodía.

Ya en cuanto a la nomenclatura de los minuetes -esencial para su difusión y valoración- es habitual que se denominen de acuerdo a su aplicación, de modo que se identifiquen como el minuete “a la Santa Cruz” o “al Santo Cristo Milagroso”. También se encuentran asignaciones aparentemente arbitrarias, o que al igual que con los sones, hagan referencia a algún rasgo de la pieza: desde la sugerencia de cierto contenido onomatopéyico hasta alguna alegoría abstracta de tipo emocional. Es común también encontrar minuetes sin nombre, los cuales son reconocidos por sus características y por su presencia en ocasiones concretas.

Resulta interesante que en ciertos casos una misma pieza tiene diferentes nombres de acuerdo a regiones y usos concretos que se le den, sin que esto implique necesariamente cambios en la música o la lírica, de haberla.

En conjunto, la valoración cultural de los minuetes muestra que en esencia es una práctica popular religiosa que se emplea con fines expresivos y simbólicos, en ocasiones en que la doctrina católica se une a sistemas de creencias particulares con el fin de atender hechos significativos para los habitantes de un determinado entorno.

Sus propiedades musicales evidencian procesos de mestizaje y sincretismo que vienen de lejos temporalmente hablando, permitiendo que se conjuguen aspectos técnicos y estéticos de orden indígena, africano y Barroco hispánico. En tanto, su configuración estilística incluye aspectos con los que se procura mantener una disposición satisfactoria para la tradición popular y para las disposiciones eclesiásticas.

Pero estas propiedades corresponden a un momento de configuración y presencia activa en la cultura del Occidente mexicano, que ya se ha estimado hacia finales del siglo xix. A partir de ahí, el marco cultural ha presentando múltiples y relevantes cambios que vuelven a los minuetes una práctica que, si bien tiene una existencia activa, requiere al mismo tiempo una serie de medidas que le preserven de una probable desestimación, toda vez que en la actualidad resultan dominantes las manifestaciones del mariachi moderno o urbano.

Los minuetes son una práctica musical que mantiene una función vigente aunque sea en entornos específicos, pero que todavía puede ser entendida y promovida en su marco auténtico, que es el de acompañar los más complejos actos devocionales del pueblo.

 

Bibliografía

·       Alcina Franch, José. Arte y Antropología. Primera edición. Alianza Forma. España, 1984.

·       Chamorro Escalante, J. Arturo. Mariachi antiguo, jarabe y son: símbolos compartidos y tradición musical en las identidades jaliscienses. 1. ed. El Colegio de Jalisco, 2000.

·       De la Mora Pérez Arce, Rodrigo. Los caminos de la música. iteso - Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, 2019.

·       Jáuregui, Jesús. La plegaria musical del mariachi: velada de minuetes en la catedral de Guadalajara (1994). 1. ed. conaculta : inah, 2006.

·       Ku, Luis, ed. El mariachi: bailes y huellas. Primera edición. Temas de estudio. Secretaria de Cultural, Gobierno del Estado de Jalisco, 2017.

·       Narro, José N. “Algunas consideraciones sobre mortalidad infantil en México”. Revista de la Facultad de Medicina, junio de 1979.

·      Ramírez Goicoechea, Eugenia. Antropología biosocial: biología, cultura y sociedad. Editorial Universitaria Ramón Areces, 2013.



[1] Investigador. Licenciado en Diseño para la Comunicación Gráfica y maestría en Etnomusicología. Es miembro del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara, de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco y del Seminario de Cultura Mexicana corresponsalía Guadalajara.

[2] Este Boletín agradece a su autor su total disposición a publicar en estas páginas esta ponencia suya inédita.

[3]  José N. Narro, “Algunas consideraciones sobre mortalidad infantil en México”, Revista de la Facultad de Medicina, junio de 1979, 15.

[4] Jesús. Jáuregui, La plegaria musical del mariachi: velada de minuetes en la catedral de Guadalajara (1994), 1. ed (conaculta : inah, 2006), 4.

[5] Jesús. Jáuregui, La plegaria musical del mariachi: velada de minuetes en la catedral de Guadalajara (1994), 1. ed (conaculta : inah, 2006), 4.



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