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Agustín Rivera en el Seminario de Guadalajara

Tomás de Híjar Ornelas.[1]

 

 

Aquí se ofrecen datos del Colegio Tridentino del Señor San José de Guadalajara

coetáneos al lapso en el que pasó por sus aulas Agustín Rivera y Sanromán,

testigo privilegiado de la transición del antiguo al nuevo régimen

y hasta del nacimiento de la república al de la Revolución.

Erudito, acumuló un bagaje intelectual enciclopédico,

aplicó cuantos medios tuvo para difundirlo y

sólo vivió para compartir sabiduría.[2]

 

 

 

Proemio

 

Los capítulos de la vida, obra y legado del erudito polígrafo don Agustín Rivera corresponden al insólito caso de un varón que sin dejar la sotana ciñó la toga antes de financiar con el caudal materno el grand tour por el viejo mundo, de donde regresó trayendo consigo tenazas para atizar el fogón de sus inquietudes intelectuales en el hogar que a la sombra del convento de las Capuchinas de Lagos le servirá de nido los restantes años de larga vida y desde su postura de liberal moderado.

No fue Rivera y Sanromán un ideólogo o un innovador. Es más, se mantuvo siempre dentro de las fronteras del embudo de la tradición cristiana occidental sistematizado por el método de Platón o el de Aristóteles, pero que también en él

 

 

 sólo que él, seducido por el enciclopedismo, no perdió la ocasión que le dio el ser único varón de una prole de tres, formado por un matrimonio compuesto por una heredera de terratenientes y un migrante de España, que sentó sus reales por acá en la última hornada previa a la emancipación de México luego de cursar las primeras letras cuando Santa María de los Lagos que todavía no lo era ‘de Moreno’ a la edad de 10 años pasó al internado del Seminario Conciliar de Michoacán, en la muy poco antes rebautizada ciudad de Morelia, donde tuvo por pedagogo al joven y brillante Clemente de Jesús Munguía (1810-1868), que lo inició en la gramática y en la retórica.

La muerte de su padre en 1837 le impidió volver a ese plantel, pero que en su patria chica se acomodó a ser pupilo de analogía latina en el convento de la Merced, hasta que el mecenazgo de su abuela materna, doña María Francisca Padilla, solventó al su nieto la pensión en las aulas del Seminario Conciliar de Guadalajara,[3] ámbito en el que durante los siguientes 11 años cursó con aplauso y sorteando no pocos escollos, los estudios de humanidades, filosofía, ciencias eclesiásticas y jurídicas.

Sabemos que dos figuras de autoridad tuvieron para sus expectativas del adolescente rango supremo, uno fue don Diego Aranda y Carpintero antes y después de ser obispo de Guadalajara, por su preeminencia en esa diócesis durante la transición de los siglos xviii al xix y hasta su deceso en 1853, padre y un protector que fue para nuestro Agustín, y don Pedro Espinosa Dávalos (1793-1866), rector del Seminario de 1833 a 1848 y último obispo y primer arzobispo de Guadalajara entre 1854 y 1866, el cual le dispensará un trato ambivalente. Tal coyuntura nos obliga ofrecer algunos datos de la vida de estas personas desde lo que pudieron influir en la formación de Rivera Sanromán.

Fue don Diego Aranda y Carpintero poblano de nacimiento. Cursó sus estudios en el Seminario Palafoxiano de Puebla y en el de San Juan de Letrán, de la ciudad de México. Sabedor de sus altas prendas, contando apenas 19 años de edad pasó a Guadalajara como asistente o familiar del obispo Cabañas. En la Universidad de esta capital concluyó los estudios y recibió el orden del presbiterado en 1800. Fue párroco de Tonalá y Atotonilco, de esa fecha a 1813. Licenciado y doctor en cánones en 1810, fue diputado por Guadalajara a las Cortes Españolas entre 1813 y 1814. Formó parte del Congreso Constituyente de Jalisco de 1823 a 1824, ocupando después de esa fecha los más altos oficios: gobernador de la Mitra y vicario capitular en sede vacante de 1832 a la fecha de su preconización como obispo de Guadalajara, en 1836. Se le recuerda prudente, muy celoso de su ministerio, poseedor del don de gobierno y con carácter político y justiciero[4].

Por lo que respecta a don Pedro Espinosa y Dávalos, desde la primera parte de su vida se distinguió por su despejada inteligencia e incomparables aptitudes para el desempeño de su ministerio eclesiástico. Poseyó, además, acrisolada piedad, noble y bondadoso corazón, infatigable actividad y profunda erudición. Debió hacerse cargo de la Iglesia de Guadalajara de 1854 a 1866, tiempo durante el cual sufrió destierro y fue testigo de innumerables atropellos, aun sobre su persona. Fue capitán de un notable linaje que dio a la Iglesia muchos y muy destacados eclesiásticos y religiosas, como a continuación se nombran:

Don José Ramón de Espinosa y Acevedo, patriarca de esta familia, engendró con María José Pinzón a José María (1780-1834), presbítero y religioso oratorio. De su segunda esposa, Manuela de los Ríos, tuvo a Marcos (1785-1841), quien fue párroco del santuario de Guadalupe y sobrino carnal por línea materna de dos presbíteros. De su tercera esposa, doña Teresa Dávalos, procreó a Francisca Josefa (1791-1867), religiosa capuchina; a Pedro, de quien se ha reseñado su biografía; a Casiano (1796-1869), arcediano de la catedral de Guadalajara; a José Guadalupe (1798-?), cura del Cidral; a Francisco (1801- 1856), protector y amigo del padre Rivera; a Vicente, también presbítero; a Julia de Jesús (1803-?), monja agustina. Primo de todos ellos fue don Ignacio Díaz Escobar, quien llegó a ser deán de la catedral y su hermana, sor Bernardina, del convento de Jesús María. Cierra el círculo don Fernando Díaz García, presbítero y catedrático del Seminario[5].

Mención aparte merece el señor doctor don Juan Nepomuceno Camacho y Guzmán, uno de los más aventajados alumnos que tuvo el Seminario de Guadalajara durante el siglo xix. Ordenado presbítero en 1822, por el ministerio del señor Cabañas, fue desde su ordenación catedrático del Seminario Conciliar y vicerrector. Doctor en teología por la Universidad de Guadalajara, canónigo magistral desde 1838, chantre en 1859 y gobernador de la Mitra en 1861, debió sufrir por esto grandes sinsabores que aceleraron su muerte. Varón virtuoso, “un gran maestro de espíritu, un sabio consejero y un notable orador sagrado, tanto en latín como en castellano”[6].

 

1.    Derrotero de Agustín Rivera como alumno y catedrático

 

El fin principal de la formación en los seminarios consiste en un hábito, una actitud y toda una disposición de espíritu donde la clara visión de los primeros principios abra el entendimiento a la penetración de las relaciones que unen las realidades entre sí y las realidades con los primeros principios[7]: “la estructura de la educación seminarística posee […] el vigor por el acopio de vida sobrenatural y profundamente humana infundido en el alumno, que habilita los recursos ansiados por todo hombre bien nacido para labrar la propia dicha, cincelar perennemente la aristocracia del espíritu y superarse a sí mismo también en medio de los extravíos”[8].

En tales condiciones, habiendo ingresado al Seminario de Guadalajara en 1838, Agustín Rivera, quien contaba tan sólo con 14 años de edad, se encontró en un ambiente saturado de iniciativas, propuestas y cambios: río fragoroso en cuyas aguas se sumergió sin temor. En tres años redondeó lo aprendido en el Seminario de Michoacán, aplicándose ahora a las cátedras de propiedad latina, prosodia y retórica.

En la cátedra de lógica y metafísica coincidió con su homónimo, Agustín de la Rosa (1824-1907), con quien sostuvo, en 1887, una enconada y cordial polémica de alcance nacional, pues en ella se ventilaron, a manera de evaluación histórica, dos posturas diametralmente opuestas y, sin embargo, convergentes. La sostenida por Rivera fue: “Nueva España era un país atrasado en filosofía y ciencias naturales durante los siglos xvii y xviii”. Mientras tanto, para don Agustín de la Rosa: “Nueva España era un país civilizado e ilustrado en los tres siglos de coloniaje”[9].

            Según el mismo Rivera publicó en su monografía Los hijos de Jalisco[10], tomó el curso de filosofía en 1841, bajo el magisterio de don Juan Gutiérrez, quien llegó a ser arcediano de San Luis Potosí y escritor público. Conforme lo disponían las Constituciones del Seminario Conciliar de Guadalajara de ese tiempo[11], se impartían:

 

tres cátedras de Filosofía siguiendo un maestro con sus discípulos en tres cursos completos […] En el primer trienio, se explicará la lógica y metafísica; en el segundo, los elementos de la aritmética, geometría, álgebra y la física y en el tercero la filosofía moral […] Se les excitará [a los alumnos] en la utilísima arte silogística, como tan importante para hallar la verdad, haciéndoles evitar el furor y descomposturas en las disputas, y al fin de los tres años se estimulará a los que salieren aprovechados a recibir el grado de bachiller en la Universidad[12].

 

No es de extrañar que ese curso comenzara con 108 pupilos y concluyera tan sólo con 64 de ellos[13].

Entre otros, tuvo Agustín de condiscípulos a Julián Herrera y Cairo, quien fue médico y diputado del Congreso Constituyente de 1857; al abogado y filántropo don Hilarión Romero Gil (1822-1899); a don Fermín Riestra, abogado y gobernador de Jalisco (murió en 1882); a don José María Sánchez, párroco de Autlán, el mejor orador sagrado de su época; a don José María Echeverría, quien llegaría a ser magistrado del Tribunal de Justicia de Zacatecas; a don Francisco Maldonado, gobernador de Sinaloa; al futuro diputado por San Luis Potosí, don Juan Nepomuceno Díaz de Sandi, y a don Mauricio Gutiérrez Hermosillo, jefe político de Jalisco. En 1841 Rivera sustentó un acto público de moral y religión y, el 8 de agosto, durante la solemne distribución de premios, obtuvo, junto con Julián Herrera y Cairo, el tercer lugar de la clase. En octubre de ese mismo año comienza los estudios de derecho canónico, civil y romano.

            Concluidos los estudios de filosofía, en octubre de 1845, durante dos años lectivos alternó las clases en el Seminario con las de la Universidad, tomando, a despecho de la opinión de su abuela materna y de su tío, el presbítero don Clemente Sanromán, el curso de derecho práctico con su querido maestro don Crispiniano del Castillo. Fruto de esta relación fue su primer trabajo publicado, de tema jurídico, Disertación sobre la propiedad, que mereció aparecer en la revista capitalina Variedades de Jurisprudencia. En 1848 obtendrá de manera simultánea el título de abogado y el orden presbiteral. No debieron serle ajenas las circunstancias dolorosas para México, que sufrió por ese tiempo la pérdida de la mitad de su territorio nacional.

 

2.    Rectorado de don Francisco Espinosa y Dávalos

 

En 1849 su protector, el prelado don Diego Aranda, le otorgó diversas cátedras en el Seminario y, gracias a su calidad de abogado, el nombramiento de segundo promotor fiscal de la curia diocesana. Don Francisco Espinosa, recién recibido el nombramiento de rector del plantel levítico, le dispensó a Rivera una cordial y hasta entrañable amistad, de la cual el segundo dejó el siguiente testimonio: “Aunque oí en Guadalajara, en México y en Roma excelentes oradores, ninguno reunía, como don Francisco Espinosa, todas las dotes de un orador […] fama de hombre instruido y piadoso, cuerpo alto y robusto, continente majestuoso, discurso correcto, especialmente por la unción hasta las lágrimas, que derramaba y hacía correr; voz pausada, sin lentitud, sonora y dulce, acción muy viva, sin frisar en teatral”[14].

En 1850 el obispo Aranda distinguió al padre Agustín Rivera con el título de familiar. Pese a los cargos que desempeñaba, siguió hurtando tiempo a los estudios. Gracias a ello recibió, en 1852, el doctorado en derecho civil por la Universidad de Guadalajara.

La muerte del obispo Aranda (1853) y la del rector don Francisco Espinosa (1856), fueron dos duros golpes para Agustín Rivera. El nuevo encargado del Seminario, don Manuel Escobedo, quien durante los 11 años que se mantuvo al frente de la institución sólo alcanzó el título de vicerrector, no simuló su poca simpatía por el doctor Rivera. A pesar de ello, este último pudo mantenerse erguido todavía hasta el año de 1859, fecha en la que sus adversarios lo denunciaron ante el nuevo obispo, don Pedro Espinosa, acusándolo de simpatizar con el liberalismo constitucional. Al parecer, no fue ajeno a tales díceres y delaciones el señor Escobedo. Lo cierto es que Agustín Rivera decidió darse un receso y obtuvo una licencia temporal para hacer un viaje a Europa, tiempo aprovechado por sus enemigos para suprimir su cátedra de derecho civil, que hasta entonces explicaba siguiendo los textos de Vinio y Sala[15].

 

3.    La Academia Pontificia

 

Toda vez que la situación de inestabilidad política mexicana empeoró en la segunda mitad del siglo xix, el obispo don Pedro Espinosa solicitó y obtuvo del Papa Pío IX, en 1862, una concesión especialísima por un quinquenio: la de permitir al Seminario de Guadalajara otorgar los grados de licenciado y doctor en teología y derecho canónico: “con el mismo modo de controversia que solía hacerse en las Universidades de la República Mexicana al terminar los estudios, y que se mostraren dignos de honor a tales grados”. La facultad se renovó a petición del obispo don Pedro Loza, en septiembre de 1869, por el mismo pontífice.

En 1868 fue incautado el antiguo edificio del Seminario, el cual fue convertido primero en Liceo de Varones y, a la fecha, en museo regional del estado. A partir de 1872 el Seminario vivió una época dorada de sabios catedráticos, numerosas vocaciones y solvencia económica. En ese clima de bonanza se concibió el ambicioso proyecto de edificar un nuevo y suntuoso plantel, comenzado en 1892 y aún inconcluso al ocurrir su incautación en 1914, para convertirlo en cuartel de los carrancistas.

 Alumno del Seminario durante el quinquenio 1881-1886, el consumado poeta tapatío Enrique González Martínez evoca su estancia en esas aulas:

 

Guardo en mi espíritu, el perfume de los viejos poetas latinos y aún me seduce la armonía suprema, el noble tono de aquella lengua inmortal. Sin que ahora me engañe a mí mismo con el recuerdo lejano, puedo asegurar que los años de preparatoria fueron dichosos, y los evoco con dulce emoción, porque de mis angustias posteriores, de mi reacción, ante mi posición espiritual de entonces, nadie tiene la culpa[16].

 

Con mucha razón se ha dicho que durante el siglo xix fue el Seminario Conciliar de Guadalajara la institución educativa más sólida del occidente mexicano.

 

 

 

Apéndice I

Obispos y arzobispos de Guadalajara durante el siglo xix

 

1. 1795-1824            Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo

2. 1831-1832 José Miguel Gordoa y Barrios

3. 1836-1853 Diego Aranda y Carpintero

4. 1853-1866 Pedro Espinosa y Dávalos (último obispo y primer arzobispo)

5. 1868-1898            Pedro José de Jesús Loza y Pardavé

6. 1899-1900            Jacinto López y Romo

14 años de sede vacante

 

Apéndice II

Rectores del Seminario Conciliar de Guadalajara durante el siglo xix

 

 1. 1800-1813          Juan José Cordón[17]

 2. 1817                     Manuel Serviño[18]

 3. 1818-1831          José Miguel Gordoa

 4. 1833                     Juan Nepomuceno Márquez

 5. 1833-1848          Pedro Espinosa Dávalos y Juan N. Camacho[19]

 6. 1848-1856          Francisco Espinosa y Dávalos

 7. 1856-1867          Manuel Escobedo[20]

 8. 1867-1870          Agustín de la Rosa

 9. 1870-1879          Francisco Melitón Vargas

 10. 1879-1884        Rafael Sabás Camacho

 11. 1885-1892        Miguel Baz

 12 1892-1899         José Homobono Anaya

 13. 1899-1900        Pedro Romero

 14. 1900-1902        Antonio Gordill

 

Apéndice iii

Catálogo de los catedráticos de filosofía en el

Seminario durante el siglo xix

 

 1. 1800         José de Jesús Huerta, padre del federalismo mexicano.

 2. 1802         Juan José Román, doctor en teología, médico del obispo Cabañas, párroco de Villanueva y canónigo.

 3. 1806         Doctor Jiménez de Castro.

 4. 1810         Se cerró el Seminario debido a la Revolución de Independencia. El 1° de enero de 1813 reabrió sus puertas, con las lecciones de filosofía del señor Portugal.

5. 1814        Juan Cayetano Portugal, constituyente de 1824, obispo de Michoacán y escritor público.

 6. 1816         José Domingo Cumplido, en teología y en filosofía, después canónigo.

 7. 1818         Joaquín Medina, doctor en teología.

 8. 1820         Joaquín Medina –segundo curso–, diputado a las Cortes de Madrid.

 9. 1821         José María Nieto, deán, rector de la Universidad e individuo de la Asamblea de Notables en 1863 y 1864.

 10. 1822       Ignacio Carrera, cura de San Cosme, asesinado en Zacatecas.

 11. 1823       Clemente Sanromán, doctor en teología, secretario del Cabildo Eclesiástico, redactor del periódico El Error, cura interino de San Juan de los Lagos y de Santa María de los Lagos.

 12. 1824       Casiano Espinosa.

 13. 1825       Apolonio Mendioroz, catedrático de teología escolástica en el Seminario y canónigo.

 14. 1826       José Guadalupe Espinosa.

 15. 1827       Arcadio Cairo, después cura de Jala.

 16. 1828       Juan Nepomuceno Camacho, doctor en teología, catedrático de teología escolástica en el Seminario, rector del mismo, chantre y excelente orador sagrado en castellano y en latín.

17. 1829       Francisco Espinosa, doctor en teología, chantre y rector del Seminario, eximio orador, sacerdote ilustrado y muy virtuoso, cuerpo gallardo, continente majestuoso y edificante, discurso con todas las reglas, voz sonora y tierna, elocución clara, acción muy viva sin degenerar en teatral, sentimientos vehementes y unción hasta las lágrimas del orador y del auditorio.

 18. 1830      Pedro Barajas, primer obispo de San Luis Potosí.

 19. 1831      Rafael H. Tovar, después cura de Tepic y canónigo.

 20. 1832      Ignacio de la Cueva, después cura de Zacatecas y canónigo.

 21. 1833      Ignacio Mateo Guerra, ex alumno del Seminario Conciliar de México, donde fue condiscípulo del publicista José María Luis Mora. Doctor y catedrático de derecho civil en el Seminario, canónigo penitenciario y primer obispo de Zacatecas.

 22. 1834      Juan José Caserta, doctor en teología, prebendado.

 23. 1835      Juan N. Márquez, indio tarasco puro de Jamay, después prebendado.

 24. 1836      Andrés López de Nava, doctor en teología.

 25. 1837      Pío González, doctor en teología, después cura de Jerez.

 26. 1838      Luis G. Medina, cura del Cedral, último curato del Obispado de Guadalajara por el Oriente. Hombre de muy buen talento, diputado a la Legislatura de San Luis Potosí, después diputado al Congreso de la Unión y doctor en teología por la Universidad de México; canónigo de la Colegiata de Santa María de Guadalupe, consejero de Estado y caballero de la Orden de Guadalupe.

 27. 1839      Jesús Ortiz.

 28. 1840      Ningún catedrático acabó de enseñar filosofía, por haberse añadido un año al curso.

 29. 1841      Juan Gutiérrez, arcediano de San Luis Potosí y escritor público.

 30. 1842      Fernando Díaz García, catedrático de teología escolástica en el Seminario, prebendado, rector de la Universidad y administrador del Hospicio.

 31. 1843      Hilarión Romero, doctor en teología, cura de Teocaltiche y canónigo magistral.

 32. 1844      José María Cayetano Orozco, doctor en teología, prebendado, escritor público y uno de los cinco de la Asamblea de Notables en 1863 que formularon la proposición de la forma monárquica.

33. 1845        Ramón Camacho, doctor en teología, canónigo, gobernador de la Mitra de Michoacán y obispo de Querétaro.

 34. 1846       José María Aristoarena, doctor en teología.

 35. 1847       Jacinto Reinoso, doctor en teología, maestrescuelas.

 36. 1848       Mariano González, doctor en teología.

 37. 1849       José María Gutiérrez de Guevara, doctor en teología y canónigo.

 38. 1850       José María Aristoarena –segundo curso–, canónigo, penitenciario.

 39. 1851       Emeterio Martín del Campo.

 40. 1852       Cristóbal López, cura de Arandas.

 41. 1853       Agustín de la Rosa, sabio y filántropo.

 42. 1854       Francisco Melitón Vargas, licenciado en teología, canónigo lectoral y obispo de Colima y de Puebla.

43. 1855       José María del Refugio Guerra, doctor, canónigo de Zacatecas, escritor público y obispo de la misma diócesis.

 44. 1856       Manuel Escobedo, doctor en teología y cura de Lagos.

 45. 1857       Rafael Sabás Camacho, doctor en Si quis dixert, después canónigo penitenciario y obispo de Querétaro.

 46. 1858       Florencio Santillán, canónigo de Zacatecas.

 47. 1859       Felipe de la Rosa, doctor en teología y canónigo doctoral.

 48. 1860       Antonio Castañeda, abogado, catedrático de derecho civil en el Seminario y canónigo.

 49. 1861       Francisco Esparza, cura de Sayula.

 50. 1862       Rafael Pacheco, después cura de Arandas.

 51. 1863       Jesús Torres, doctor en teología y después confesor y canónigo penitenciario de Zacatecas.

52. 1864       Agustín Rodríguez, capellán mayor del santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos.

 53. 1865       Tomás Córdoba, cura de Tepatitlán.

 54. 1866       Anastasio Sánchez, cura de Mascota.

 55. 1867       Refugio Báez, cura de Tequila.

 

 

Apéndice iv

Obispos electos durante el siglo xix,

maestros y ex alumnos del Seminario tapatío

 

Don José María Gómez Villaseñor de Michoacán, 1803, propuesto por el rey pero no se consagró; don José Cordón y Luque, rector, de Guadix, España, en 1813; don Salvador San Martín, de Chiapas, en 1816; don Cayetano Portugal, de Michoacán, electo cardenal, se recibió el nombramiento después de su muerte; don Miguel Gordoa y Barrios, rector, obispo de Guadalajara en 1831; don Diego Aranda y Carpintero, de Guadalajara, en 1836; fray Francisco García Diego, OFM, de California, en 1840; don Salvador Apodaca, de Linares, en 1843; don Domingo Sánchez Reza, titular de Macra, en 1845, quien no aceptó el nombramiento; don Francisco de Paula Verea, de Linares en 1853 y de Puebla en 1879; don Pedro Espinosa y Dávalos, rector, obispo de Guadalajara en 1854; don Pedro Barajas, primer obispo de San Luis Potosí, en 1854; don Carlos María Colina, de Chiapas en 1854 y de Puebla en 1863; don Ramón Camacho García, de Querétaro, en 1869; don Germán Villalvazo Rodríguez, de Chiapas, en 1869; don José María Refugio Guerra, de Zacatecas, en 1872; fray Ramón María de San José Moreno, OCD, vicario apostólico de la Baja California en 1874, de Chiapa en 1879 y titular de Agustinópolis en 1863; fray Buenaventura Portillo, titular de Tricalia, en 1879, vicario apostólico de la Baja California y obispo de Zacatecas en 1889; don Francisco Melitón Vargas, rector, primer obispo de Colima en 1883 y de Puebla en 1888; don Rafael Sabás Camacho, rector, obispo de Querétaro en 1885; don Jacinto López Romo, de Linares en 1886 y de Guadalajara en 1900; don José María Armas y Rosales, de Tulancingo en 1891; don Atenógenes Silva, de Colima en 1892 y de Morelia en 1900; don Ignacio Díaz y Macedo, primer obispo de Tepic, en 1893; don Francisco de Paula Díaz Montes, de Colima en 1899; don Homobono Anaya Gutiérrez, rector, obispo de Sinaloa en 1899 y de Chiapas en 1902.

 



[1] Presbítero del clero de Guadalajara. Profesor – investigador honorífico de El Colegio de Jalisco.

[2] La cantera de esta información se produjo como capítulo de un libro colectivo: Olivera López, Luis (Coord.). Archivo Agustín Rivera y Sanromán de la Biblioteca Nacional, 1547 – 1916. Tomo iii. Estudios y bibliografía.  El Colegio de Jalisco / unam / Biblioteca Nacional. 2009. Pp.  215 ss.

[3] Cf. Mariano Azuela, El padre don Agustín Rivera. México: Ediciones Botas, 1942, p. 43.

[4] Cf. Juan Bautista Iguíniz, Catálogo bibliográfico de los doctores, licenciados y maestros de la antigua Universidad de Guadalajara. Guadalajara: Editorial Universidad de Guadalajara, 1992, p. 68.

[5] Cf. Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara. México: Editorial Cultura, 1957-1977, t. IV, v. 2, p. 800-807.

[6] Iguíniz, op. cit., p. 108-109.

[7] José Salazar, “ccl Aniversario del Seminario de Guadalajara”, sobretiro de la revista Apóstol. Guadalajara, 1947.

[8] Cf. José Salazar, discurso dictado en la ciudad de Guadalajara, el 15 de agosto de 1947.

[9] Sobre este tema, la R. M. Áurea Zafra Oropeza, MMB, ha escrito el interesante estudio Agustín Rivera y Agustín de la Rosa ante la filosofía novohispana. Guadalajara: Sociedad Jalisciense de Filosofía, 1994, 360 p.

[10] Los hijos de Jalisco, o sea, catálogo de los catedráticos de filosofía en el Seminario Conciliar de Guadalajara. Guadalajara: Escuela de Artes y Oficios, 1897, 132 p.

[11] Las promulgó el obispo Cabañas en 1800.

[12] Cf. Daniel Loweree, El Seminario Conciliar de Guadalajara: sus superiores, profesores y alumnos en el siglo XIX y principios del XX. Guadalajara: Edición del autor, 1964, 80, 440, 95 p.

[13] Ibid., p. 39.

[14] Rivera, citado por Dávila Garibi, op. cit., p. 806.

[15] Cf. Azuela, op. cit., p. 46 y Loweree, op. cit., p. 39 (doble numeración).

[16] Cf. Enrique González Martínez, “El hombre del búho. Misterio de una vocación”. México: Cuadernos Americanos, 1944, 218 p.

[17] De 1813 a 1817 se mantuvo clausurado el establecimiento, pero no los cursos.

[18] Rigió con el título de presidente.

[19] Fueron rectores a la par.

[20] Sólo tuvo el título de vicerrector.



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