Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

Tiempo y forma de la consagración de la catedral de Yucatán en Mérida, hace 260 años

Ángel E. Gutiérrez Romero[1]

 

Al comenzar la tarde del lunes 23 de enero del 2023,

el Arzobispo de Yucatán, don Gustavo Rodríguez Vega,

en el marco de la Misa que presidió en Mérida

con motivo de la memoria litúrgica de San Ildefonso de Toledo,

titular de su Catedral, abrió, ante una copiosa concurrencia y clero,

un año jubilar con motivo del aniversario 260 de la consagración de ese recinto

y la adhesión de su Iglesia a la causa para elevar a los altares

a quien la llevó a cabo, el Siervo de Dios Fray Antonio Alcalde, su obispo de entonces,

que promueve la Arquidiócesis de Guadalajara.[2]

 

 

La mañana del 12 de diciembre de 1763, en el marco de una ceremonia muy solemne, Fray Antonio Alcalde, o.p., xxii obispo de Yucatán consagró su venerable y monumental Catedral, en Mérida. Decana de las que se construyeron en el macizo continental americano y no obstante estar en uso desde antes de terminar el siglo xvi, sólo eso le faltaba para ser la más representativa de las iglesias de esa diócesis.[3]

La disciplina eclesiástica entonces en uso disponía que el clero de una diócesis se adhiriera a su catedral haciendo propias dos fechas: la fiesta patronal catedralicia y el aniversario de su consagración, pero la vicisitud de haber discurrido tal circunstancia en la nuestra el día que lo también pasó a ser de solemnidad para la arquidiócesis de México y sus sufragáneas, fundió este aniversario con el novenario de las fiestas patronales catedralicias, como se verá.[4]

Para perpetua memoria de ten relevante coyuntura en la historia de la en Yucatán y ahora para su simbólico hermanamiento con Guadalajara, echamos aquí mano de la mejor fuente primaria, el registro del acto, que asentó en las actas capitulares el secretario de su Cabildo, para dejarnos del inusual rito pormenores aquí develados por vez primera.

Según lo dispuso el obispo dominico con antelación suficiente, todo comenzó el día 9 del aludido diciembre, con el ayuno mandado al clero y fieles durante dos días.

Luego, la tarde del domingo 11, con la velación, en la Puerta del Perdón catedralicia, de las reliquias que habrían de depositarse en el sepulcro del ara del altar mayor, a saber, consistentes en partículas óseas de los santos Simplicio, Eustaquio, Coronata e Inocencia, mártires de los primeros siglos de la cristiandad, acto que se hizo “con toda veneración y decencia”.[5]

Llegado el día 12, el obispo Alcalde, acompañado de sus ministros, encabezó la procesión desde el exterior del recinto, al tiempo que recibía el evangeliario e inmediatamente después el hisopo para asperger con agua bendita todo el exterior del edificio. Una vez ante la Puerta Mayor o del Perdón, escuchó la lectura que se hizo de los capítulos del Concilio de Trento relativos actos semejantes actos, a cargo del arcediano, doctor Buenaventura Monsreal, al tiempo que nubes de incienso saturaban de aroma el espacio desde un pebetero puesto en medio del altar con ese propósito.

Ya en el interior, sobre las aspas de una cruz de San Andrés trazada en el piso con ceniza, el prelado escribió con la contera de su báculo las letras del alfabeto latino de un lado y del alfabeto griego del otro para poder así bendecir las ánforas con el aceite y esencias que en cantidad copiosa se usarían en la consagración del recinto, que aspergió ahora desde su interior, piso y muros. Hecho esto, fueron llevadas en andas, acompañadas por hacheros, las reliquias hasta el altar mayor al tiempo que el prelado colocaba en él el ara, y en su sepulcro,[6] las reliquias, y luego de incensarlo ungió las cruces de sus ángulos, para verter luego, en gran cantidad, sobre todo el tablero, el aceite perfumado y mientras los canónigos, capellanes de coro y cantores entonaban la letanía de todos los Santos, el altar fue cubierto con un lienzo encerado para atrapar la sustancia que se le había volcado el mayor tiempo posible, muchos años.

Vino luego la unción de las cruces empotradas en los muros perimetrales catedralicios, que aún siguen allí y, por último, la de la cruz del frontal del altar, con lo que quedó este habilitado para que en ese momento, habiéndose mudado del atuendo prelaticio al coral, Fray Antonio y los demás ministros tomaran parte en la misa que por vez primera tenía lugar en el altar mayor consagrado, y que cantó el doctor José Martínez, deán de la Catedral, asistido por los presbíteros Juan Montes y Francisco Solís, párroco y teniente de Cura del Sagrario de la Catedral, respectivamente, que hicieron las veces de diácono y de subdiácono.

Con tan solemne acto litúrgico, la sede espiritual del obispado de Yucatán quedó formalmente consagrada al servicio pleno del culto divino.

Hubo un conflicto de intereses que el Cabildo eclesiástico yucateco sorteó de forma airosa al pasar el aniversario de la consagración del 12 de diciembre al 14 de enero, para que “el rezo y celebración” coincidiera, sin interferencia con la solemnidad guadalupana, con el inicio del novenario de la memoria litúrgica de San Ildefonso de Toledo y esta fuera la corona y epílogo de una octava de actos litúrgicos.

De ese modo y desde entonces, cada año, durante los nueve días que van del 14 al 22 de enero, la catedral de Yucatán conmemora su consagración y el 23 concluye con la fiesta del santo patrono de la Catedral meridana, que este 2023 revistió, por los motivos antes dichos, con el rango de jubileo, para unir su aniversario 260 con la causa de canonización del obispo que la consagró, y que ahora se lleva a cabo en la segunda de las mitras que ciñó entre 1771 y 1792, la de Guadalajara.



[1] Licenciado en Historia con maestría en Ciencias Antropológicas, es miembro de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica, A.C. y ha formado parte del Seminario de Música en la Nueva España y el México Independiente, de la unam; del Seminario Internacional de Cabildos Eclesiásticos, siglos xvi-xix, de la la misma Institución; es profesor de Historia de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la uady y ha publicado artículos especializados y de divulgación sobre la historia del arte, la música virreinal y la Iglesia en Yucatán. A la fecha se desempeña como investigador y curador del Gran Museo del Mundo Maya de Mérida.

[2] Sirvió de cantera para esta colaboración la nota que su autor publicó en el periódico Peninsular. Diario informativo.  Mérida (15.01.2020). Este Boletín le agradece su disposición a publicar aquí su texto.

[3] En realidad, esa práctica no era inusual, pues la ceremonia con la que se habilitaba al culto divino un edificio era la dedicación –a San Ildefonso de Toledo en este caso– el día en que se inauguraba, y la consagración, cuando se habían cerrado ya la instalación en su interior de su paramento. De las diez catedrales novohispanas la de Puebla de los Ángeles fue la primera en ser consagrada, en 1649 y la siguiente fue la de Guadalajara, en 1716. De modo que a nadie extrañe, habiendo aquí señalado que la Catedral de Yucatán en su fábrica material es la más antigua del macizo continental americano y la segunda de América después de la de Santo Domingo, en la isla caribeña de ese nombre.

[4] No se deben mezclar o confundir dos términos que sin ser sinónimo se usan de forma analógica con cierta y arbitraria facilidad en el caso que nos ocupa: dedicación / consagración. Hoy en día, un templo se dedica el día en que se consagra, y esto acaece cuando la obra material del mismo está cerrada. Antaño, el recinto se podía dedicar el día de su estreno y consagrar sólo hasta la conclusión de la obra material, que podía tardar, como aquí se muestra, incluso siglos. Por otro lado, también considérese la norma del derecho canónico antiguo para las Iglesias particulares, que consistía en unir a todo el clero, incluyendo al regular, con la Catedral en su fiesta patronal, que es la de la conmemoración del misterio religioso o del santo a quien se ha dedicado, recordándola con el rango litúrgico de “doble de primera clase con octava”. Todavía a fines del siglo xix, por Decreto General del 9 de julio de 1895, los ministros ordenados de la ciudad episcopal celebraban las dos fechas memoriales catedralicias como lo acabamos de señalar, como una doble de segunda clase con octava, en tanto que a los regulares residentes en ella sólo les obligaba hacerlo como una doble de segunda clase, sin octava.

[5] Los entrecomillados son citas textuales del acta del libro del cabildo eclesiástico.

[6] Así se denomina una cavidad muy pequeña practicada en el ara, que se ha de sellar de inmediato de forma hermética.



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco