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La ciudad y su Catedral: la convivencia entre el Cabildo Catedral, el cabildo local y la Real Audiencia en Guadalajara 3ª parte

Mariana Zárate[1]

 

 

Continúa aquí un análisis académico en torno a la Catedral de Guadalajara

y sus implicaciones para el desarrollo de la cultura local tapatía y aun jalisciense

desde su capital paro también desde la función modélica que en dicho recinto hubo

en cuanto sede para cofradías clericales y de laicos.[2]

 

 

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6.    La ciudad y su Catedral

 

6.1.         La diócesis Compostalana / Guadalajarense y sus catedrales provisionales

Antes de pasar al análisis del ámbito urbano por excelencia de la sociedad neogallega, no sólo para su capital sino también para el Reino de la Nueva Galicia y el dilatadísimo obispado de Guadalajara, se impone recordar la fundación de esta sede episcopal y la conformación de los integrantes de su cabildo eclesiástico.

El obispado lo erigió el Papa Pablo iii por medio de la bula Super specula militantes Ecclesiæ, el 13 de julio de 1548, a ruegos del Emperador Carlos v. En ella se precisó que su sede sería la capital del Reino, que entonces era Compostela, donde residían las potestades civil y económica, la Real Audiencia y la Caja Real.[3]

Empero, los dos primeros obispos, don Pedro Gómez Maraver (que conocía muy bien el territorio por haberle servido al Virrey Antonio de Mendoza como capellán entre 1541 y 42 durante la batida a los insumisos de la rebelión de los peñoles) sólo se apersonaron en Compostela para presentar sus bulas y comenzar oficialmente su oficio y jamás residieron en ella, lo cual, empero, es suficiente para que consideremos el templo parroquial de la capital, el de Santiago Apóstol, como la  primera catedral de iure de la diócesis, aunque de facto hizo sus veces la de San Miguel Arcángel de Guadalajara, máxime cuando Gómez Maraver patrocinó su ensanchamiento en el sitio que hoy ocupa al ángulo sudoeste del Palacio de Justicia de Jalisco y él mismo inició de inmediato las gestiones para el traslado de la sede a esta ciudad, empeños que malogró la muy fundada objeción del obispo de Michoacán, don Vasco de Quiroga, por la cercanía del valle de Atemajac con las fronteras de su Iglesia.[4]

En 1560, durante la accidentada gestión del segundo obispo, Fray Pedro de Ayala. ofm, (1555-1569), tuvo lugar la mudanza y con ello el aumento natural del ascenso que en lo sucesivo tendrá la ciudad episcopal no obstante hallarse situada en el confín austral de un territorio que se fue agrandando al septentrión, viento hacia el cual creció en la medida en que se establecían rutas y misiones, en especial por el litoral del Pacífico.[5]

Fue hasta 1571 cuando se adquirieron, por compraventa a la sucesión de Miguel de Ibarra y a cambio de 800 pesos los solares donde se edificará la Catedral definitiva,[6] en cuyos cimientos se trabaja ya al cabo de tres años, cerrándose sus bóvedas en 1618 y con ello la ocasión de inaugurar el recinto, lo cual “representó tangiblemente, también, la consolidación de Guadalajara, como centro regulador de toda una extensa región”.[7]

El traslado de la sede casi coincide con la apertura de la ruta comercial del Galeón de Manila, que partiendo del puerto de la Navidad retornará al de San Blas en 1565, abriendo, desde la feria de Tepic y el camino Real de Colima, la ruta que definirá la vocación de Guadalajara como cuna de la cultura mexicana, ya entonces unida por el camino de México, que también se conectará con el de la Plata cuando se consolide la explotación metalúrgica de Zacatecas, y con el de Tierra Adentro, hasta Texas y Nuevo México.

Si el trasiego de la Real Audiencia de la Nueva Galicia al valle de Atemajac le colocó como instancia con potestad suficiente como para no quedar subordinada a la de México y salvo en lo militar, al virreinato de la Nueva España, en lo eclesiástico que la diócesis de Guadalajara fuera sufragánea de la de México hasta 1862 no será óbice para mantener su estatus propio, toda vez que tuvo manos libres en la administración de sus recursos –el diezmo y los aranceles parroquiales– para alcanzar sus propias metas, entre ellas el cuidado de la educación masculina y femenina en sus distintos grados, la salud pública y la asistencia social, gestión en la que alcanzarán la cumbre las gestiones de los obispos Alcalde y Cabañas, en las postrimerías del dominio español en este ámbito.[8]

El reforzamiento de las instituciones de gobierno lo convalidaron algunas de las asociaciones piadosas conformadas por miembros de la élite, entre ellas las cofradías, descollando, para lo que aquí nos interesa, la de Nuestra Señora de la Soledad y el Santo Entierro, establecida en la catedral tapatía desde 1598, esta fue una de las asociaciones más antiguas de la ciudad.[9] Es relevante señalar aquí el lugar de esta agrupación como una de los principales propulsores dentro de la construcción y configuración de la catedral neogallega.

Por este tiempo, el maestro de obras de la catedral, Martín Casillas, tenía ya labradas las tres fachadas de la Iglesia matriz, la principal con vista al oeste y las secundarias al norte y al sur, sujetándose a los órdenes clásicos reinterpretados en el siglo xvi. El imafronte que corresponde a la nave central, el de la puerta mayor, lo adornó en el segundo cuerpo con los únicos elementos figurativos del conjunto, tres nichos, el central para la Inmaculada Concepción de María y los de los lados para San Pedro y San Pablo.

La obra material catedralicia concluyó en 1664 con la terminación de las torres –con tres campanas– y su reloj.[10] Empero, habrá que esperar hasta 1716 para que se le consagre.

 

6.2.         El espacio interior de la catedral de Guadalajara a inicios del siglo xviii

 

Por lo que respecta al ámbito interno de la catedral, si desde 1618 quedó definido como un remanente estructural tardo–gótico isabelino por las tres naves de seis bóvedas nervadas cada una, su traza renacentista al modo herreriano tampoco se puede negar (Figura 2).[11] Hablando de ella en 1742, Matías de la Mota Padilla, por ejemplo, recuerda que la luz entra a sus muros perimetrales por “una ventana y dos claraboyas, distribuidas en tan admirable proporción y con tal desembarazo, que iluminan toda la iglesia”.[12]

7.    18872629.jpg

En un reciente y grande esfuerzo de investigación del edificio, Patricia Díaz Cayeros señala que si bien la disposición interior de la Catedral tapatía se plegó al de las catedrales hispanas hasta el siglo xvi  al modo de la de Sevilla, con su coro capitular entre el Altar mayor y el Altar del Perdón, frente a la puerta principal,[13] para el rezo del Oficio Divino, en el caso nuestro ese espacio lo delimitaba del ambulatorio de la nave central una enorme reja y constaba de 21 sitiales desde 1566 “sin que ello signifique la presencia del mismo número de capitulares”, aclara.[14] Caso parecido, añadimos, al que siguieron las otras catedrales novohispanos del siglo xvi, como la de México, aunque la nuestra perdió esa tipología en el siglo xix.[15]

El piso era de duela de madera y según Mota Padilla, con estos elementos a la vista:

 

“…por dentro de la iglesia sus muros se adornan con la más perfecta orden toscana, porque a correspondencia de las columnas que hermosean la fábrica, se advierten distribuidos los óvalos, tondinos, regoletos, listas, gulás al revés, frisos, arquitrabes, ábacos, boceles, collarinos y vivos de las columnas con tan voladas cornisas, que toda la iglesia se anda por ellas, por volar una vara; las columnas que sostienen la máquina son tan hermosas, que los más diestros arquitectos admiran la proporción del orden dórico con la cabalidad correspondiente a sus módulos; adviértese de cada parte ser un vivo trasunto del célebre teatro de Marcelo en Roma, por la perfección del gucio, dentello, capitel, triglifo, gotas o campanillas, cimacio, anuletos, escanelatura, ifacia, escocia, astrágalo o tondino, caveto inferior y moscapo, plinto, gola versa, pedestal y zoclo, términos todos con que los arquitectos explican los órdenes que figuran la fábrica…

[…]

Es la menor de las catedrales, aunque es, si no tan bien dotada como hermosa; tiene competente decencia, que la hace apreciable y aun por eso se estima por de ascenso; su coro pulido con su sillería de incorruptible cedros, bien asistidos de su cabildo, capellanes y músicos, que a más de su destreza, son especiales en voces.”[16]

 

 

La Catedral, hemos dicho, se estrenó con la ceremonia de su dedicación el 19 de febrero de 1618, que estuvo a cargo del deán Antonio Ávila de la Cadena, durante la sede vacante por la renuncia del obispo don Juan del Valle y Arredondo, de la Orden de San Basilio Magno, y esto tuvo lugar apenas se pudieron cerrar las bóvedas del recinto y aun inconclusas las torres, los retablos y el coro de los capitulares.

La sillería de este espacio se le encargó al maestro peninsular avecindado en la Puebla de los Ángeles, Francisco de la Gándara y Hermosa, no menos que el altar del Sagrario, a cargo de la cofradía del Santísimo Sacramento.[17] Este altar tendría

 

…una cruz con un Cristo de bulto. En la parte superior iría la imagen de la Concepción de Nuestra Señora, en el siguiente nivel estarían san Clemente Papa, en medio Santa Ana, con María y Jesús, y en el tercer hueco san Martín; en los nichos bajos estarían san Pedro al centro Cristo Redentor, y a la izquierda, san Pablo.[18]

 

En 1620, contra la costumbre sevillana en boga en la Nueva España, no se dedicó el sitio de honor del retablo del altar del Perdón, en el segundo tramo de la nave central de la Catedral tapatía a Nuestra Señora de la Antigua, sino a la Limpia Concepción de María, una pintura de la cual y para ello se compró al maestro Juan de la Fuente. La patrocinó la Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio allí establecida[19] y según las cuentas que dijo haber tenido a la vista el polígrafo Fray Luis del Refugio Palacio, este lienzo costó 400 pesos y su costo lo cubrieron en partes iguales el prelado Fray Francisco de Rivera y Pareja, 8º obispo de Guadalajara (1618-1630) y su cabildo eclesiástico.[20]

Por datos posteriores a 1716 sabemos que en el ámbito del coro se instalaron, dentro de un nicho a modo de linterna, esculturas ebúrneas de la Asunción de María y del arcángel San Miguel, en reconocimiento a la titularidad del recinto de la uno y del celestial patrocinio sobre la ciudad del otro.

De la obra material del Altar Mayor, frente al coro, sabemos que apenas sí comenzó en 1664 y que su estructura se concluyó hasta 1689. Hizo las veces de fondo del dicho altar, en el siglo xviii, un retablo de los Reyes dedicado a la Asunción y montado sobre el muro testero, el cual se sobrepuso al del siglo xvii, dedicado a la Purísima Concepción de María.[21] El misterio mariano se reprodujo en un lienzo central de gran formado,[22] en el que la figura principal “no presentaba ningún tipo de huella que sugiriera un ornamento de plata en forma de corona”.[23]

De las estructuras apenas aludidas y montadas sobre la nave central catedralicia: altar del Perdón, coro, deambulatorio, altar mayor, retablo de los Reyes, pasamos ahora, entre tramo y tramo del recinto, a los muros de las naves laterales norte y sur, que fueron ocupados durante la primera mitad del siglo xvii por retablos de madera labrada y dorada, en los que predominaron los lienzos sobre las imágenes de bulto.[24]

Por lo que a las dos capillas interiores respecta, la que sirvió de sede al Sagrario, la parroquia de la Catedral y la única hasta 1783, administraba los sacramentos en la del cubo  de la torre norte (o también se podía decir, la del lado del Evangelio), y la del lado opuesto, que se dedicó a Nuestra Señora de la Paloma, una versión de la Virgen de la Soledad, que para eso pintó Diego de Cuentas gracias al copioso donativo del canónigo Diego de Estrada Carbajal y Galindo, Marqués de Uluapa, razón por la cual también se le apodó la capilla del Marqués.[25] La nave de la Epístola fue siempre la de la sacristía y también la de ingreso a la Sala Capitular, el último espacio del conjunto catedralicio en edificarse –inspirándose totalmente en la traza de la sacristía–, fue el salón de acuerdos para las sesiones ordinarias y extraordinarias de esta corporación, que cuando tenían el carácter de urgentes y hasta improvisadas se denominaban ‘de pelícano’. Al comenzar el siglo de las Luces el secretario del cabildo era el bachiller Nicolás Cuesta Gallo.[26]

Del ámbito de la Sala Capitular en este tiempo tenemos noticias de hallarse en ella una escultura procesional de la Asunción de María sobre una columna recubierta con plata repujada; lucía una corona de ese material adornada con perlas, dos pendientes de lo mismo, así como dos pulseras con estas piececitas. Por el inventario del menaje sabemos que en sacristía había un lienzo de asunto mariano de la Concepción de María y una Virgen de Guadalupe labrada en marfil, al menos su rostro y manos.[27] Así podemos recrear, para la temporalidad de nuestro interés, el lugar en el que interactuaban los gestores de la rectoría del uso oficial y solemne, religioso, lúdico y festivo, del espacio público más relevante de la capital neogallega.

 

7.    Las cofradías de la Iglesia Matriz y su convergencia con el Cabildo Catedral

 

Las cofradías con derecho a tener su sede en alguno de los espacios de culto de la Catedral de Guadalajara fueron corporaciones compuestas casi todas por seglares, aunque las hubo, dijimos ya, que también lo eran de eclesiásticos seculares o regulares.[28] Tales asociaciones piadosas no reducían sus gestiones a actos de fe, sino que procuraban la integración y respaldo espiritual y material de sus miembros. Tal podía ser, por ejemplo, la ofrecer donativos a favor del asistencialismo de huérfanos, pobres y otras obras de beneficencia pública. Desde su dimensión social, las cofradías de fieles laicos podrían describirse como “grupos de seglares que al interior de la Iglesia católica trabajaban de diferentes formas para acercar a la población a las creencias cristianas mediante actividades sociales, económicas o de ambos tipos.”[29]

Desde definiciones tan generales contextualicemos ahora la función operativa de estas asociaciones asentadas en la Catedral tapatía al iniciar el siglo xviii no sin antes recordar la vuelta de página que fue para el trono español el cambio de la dinastía gobernante, de la de Austria a la de Borbón, por conducto del Rey Felipe v, quien recibió la potestad en medio de una Guerra de Sucesión de consecuencias nefastas para los intereses del reino, que a consecuencia de ello perdió buena parte de sus provincias italianas y el reino de Flandes en el marco de tratados internacionales “derivados del cambio de dinastía”,[30] de modo que el primer soberano de este linaje sólo a partir de 1714 le será dado sentirse libre de la guerra[31] y desde ese momento esbozar un sistema político nuevo e inclinado a replicar el de Francia a través de reformas administrativas que se etiquetarán por eso como borbónicas.

Con el océano Atlántico de por medio, la Nueva España vio arribar a los miembros de la función pública de este período (de 1700 a 1721, para empezar nuestro análisis), sin sentir un cambio estructural en sus instituciones.[32] Desde la óptica de la continuidad histórica, se mantuvo de pie el legado de dos siglos de la Casa de Austria, que consistió en erigir en el reino español (que no existía como tal antes de ella) en una “sociedad estructurada como un conglomerado de corporaciones, todas con sus propios estatutos”, de forma que las corporaciones siguieron siendo eje de la sociedad novohispana en este arribo.[33]

Aunque sujetas al status quo de una sociedad estamental y muy pendientes de incrementar sus privilegios, nuestras cofradías fueron un derrotero natural para mantener cierto rango en el estatuto social de entonces y la herramienta jurídica para lograrlo, sus estatutos, junto con el ascendiente social de su consejo, controlado, advierte D. Brading, justamente por quienes tenían el control del comercio y del capital en las ciudades.[34]

Sumemos a lo apenas dicho que cuando este tipo de perfiles llegó al pináculo de la sociedad virreinal, que gracias al sometimiento de las culturas de Aridoamérica, al desarrollo de la metalurgia en los reales de minas del siglo xvii y su más que copiosa producción, que inundó el mundo de plata novohispana gracias al Galeón de Manila tenía, a inicios del siglo xviii, una composición tan compleja y diversa como pocos espacios para convalidarla, siendo uno de ellos los actos religiosos que tenían por escenario el recinto sagrado por excelencia en la Nueva Galicia.[35]

Con las fuentes documentales primarias que hemos localizado, sabemos que la cofradía de laicos más antigua en tener su asiento en la Catedral de Guadalajara fue la de La Sangre de Cristo y Nuestra señora de la Soledad (1589); después, la Hermandad Sacerdotal de Nuestra Señora de la Rosa, la Colecturía de las Benditas Ánimas del Purgatorio, la Cofradía del Santísimo Sacramento y –según las cuentas de José Ignacio Dávila Garibi, el único que nos informa de ello–, durante el episcopado de don Nicolás Carlos Gómez de Cervantes (1726-1734), la Hermandad de San Pedro.[36] De sobra está decir que sólo por tener allí su asiento, las cofradías de la Catedral de Guadalajara las conformaron “vecinos notables” y eclesiásticos no menos distinguidos por ello, y que alrededor de tales hermandades deambularon también las preferencias de los miembros del cabildo catedral y del clero distinguido. Pues bien,  lo que aquí destacamos son las acciones que debieron realizar dichos cofrades en común acuerdo con el Cabildo catedral desde su planeación, ejecución y financiamiento.



[1] Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Morelia con maestría en Historia de México por la Universidad de Guadalajara, ha desarrollado investigaciones sobre la religiosidad novohispana, pintura, escultura religiosa del siglo xviii, comunidades religiosas y su relación con el poder eclesiástico.

[2] Publicado en Ruano Ruano Leticia (Coord.), Espacios y fenómenos en la reconstrucción histórica: figuraciones sociales, políticas, culturales y materiales, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2019, pp. 23-76.

[3] Camacho Cárdenas, Enrique, “Las Catedrales provisionales en Nueva España: El Caso de Guadalajara” en Esther Palma (ed.), El Greco en su IV Centenario: Patrimonio Hispánico y diálogo intercultural, Ciudad Real, España, Universidad de Castilla-La Mancha, 2016, p. 779.

[4] Una placa, puesta al exterior de la fachada oeste del templo de Santa María de Gracia consigna dos datos inexactos: que ese templo sirvió como catedral provisional, siendo así que esa obra material es de mediados del siglo xvii y que allí estuvo el lugar de bautismo y enterramiento de los primeros tapatíos, siendo que la ubicación del predio sólo pudo estar en la manzana colindante al oeste, que luego será la del claustro principal del convento de las dominicas de Santa María de Gracia.

[5] Tomás de Híjar Ornelas, “Las sedes provisionales de la Catedral de Guadalajara”, en Arturo Camacho (coord.), La Catedral de Guadalajara. Su historia y significados, T. i, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 2012, p. 32.

[6] Op. cit. p. 88.

[7] Becerra Celina y Regalado Aristarco, “La Consolidación de una capital: Guadalajara,” en Tomas Calvo y Aristarco Regalado (coords.), Historia del Reino de la Nueva Galicia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2016, p. 478.

[8] Becerra y Regalado, op. cit., pp. 272-303.

[9] Orozco Luis Enrique, Iconografía Mariana en la Arquidiócesis de Guadalajara, T. i, Guadalajara, Arzobispado de Guadalajara, 1954, p. 52.

[10] Pedro Navascués Palacio, Las Catedrales del Nuevo Mundo, Madrid, El Viso, 2000, p. 7.

[11] Jorge Alberto Manrique sobre las influencias del Renacimiento en el arte novohispano comenta lo siguiente: “La cultura manierista y barroca novohispana se nutre de mitos, como toda cultura, pero en una fruición exaltada”. Además Pedro Navascués afirma lo siguiente: “En el siglo xvi se levantaron las catedrales españolas de Salamanca, Granado, Jaén o Cádiz, fueron orilladas todas aquellas que se levantaron en el Nuevo Mundo a partir de la experiencia española.” Citado en: Navascués, op. cit., p. 77.

[12] de la Mota Matías, Historia de la Conquista de la Provincia de la Nueva Galicia, T. ii, Manuscrito de 1742, Edición Facsimilar de 1870, Guadalajara, Libros Tenamaxtle, 2014, p. 422.

[13] Díaz Cayeros, Patricia “Comunidad, ajuar y ceremonia en los coros virreinales de la Catedral de Guadalajara,” en Arturo Camacho (coord.), La Catedral de Guadalajara. Su historia y significados, T. i, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 2012, p. 138.

[14] Díaz Cayeros, op. cit., p. 142.

[15] Díaz Cayeros, op. cit., p. 136.

[16] De la Mota, op. cit., p. 423.

[17] Tovar de Teresa Guillermo, “Noticias acerca del retablo mayor y la sillería de coro de la Catedral de Guadalajara: Francisco de la Gándara Hermosa en 1619,” en Boletín de Monumentos Históricos, No. 1, (2004), p. 9.

[18] Camacho, op. cit., p. 16.

[19] Libranzas y recibos de pagos del retablo del altar mayor, órganos, sillería de coro, su cornisa y escalera, y la pintura de la Limpia Concepción, Fecha: 26 de Enero de 1619, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Secretaría General, Subserie: Fábrica general de la diócesis, Caja 1, Exp. 1620.

[20] De Palacio, Basave, Luis del Refugio La Catedral de Guadalajara, Guadalajara, Artes Gráficas Guadalajara, texto original de 1904, ed. 1948, p. 81.

[21] A consulta que le hicimos, el cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara, Tomás de Híjar Ornelas, nos dijo que dicha escultura es la que ahora se haya en la capilla del Seminario Mayor de esta sede, en la colonia Chapalita, y que la obsequió el Cabildo Eclesiástico para ese lugar y fin a ruegos del Arzobispo José Garibi Rivera, después de 1950. Nos falta constatar el dato en las actas del Cabildo hacia tal fecha.

[22] Camacho, op. cit., pp. 11-89.

[23] Libro de inventario, Años: 1759-1790, acmag, Sección: Gobierno, Ficha 5-36.

[24] Camacho, op. cit., p. 14.

[25] Dávila Garibi Ignacio, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, S. xviii, T. iii. México, Ed. Cultura, 1963, pp. 280-290, 322, 355.

[26] Libro de Actas de Cabildo, Fecha: 17 de Noviembre de 1716, acmag, Sección: Secretaría, Serie: Actas Capitulares, Vol. 8, Acta Capitular 125.

[27] Libro de inventario, Años: 1759-1790, acmag, Sección: Gobierno, Ficha 5-36.

[28] Respecto al término cofradía habría que señalar que el diccionario de Autoridades refiere lo siguiente: “Congregación o Hermandad que forman algunos devotos para ejercitarse en obras de piedad y caridad. Viene del Latino Confraternitas, que significa esto mismo. Una junta de personas que se prometen hermandad, en oficios Divinos y religiosos, con obras. G. Grac. fol. 371.” Diccionario de Autoridades (1726-1739). ‘Cofradía’, Diccionario de la Real Academia Española.

[29] De la Torre Curiel, José Refugio y Fuentes Jaime, Laura, “Fundaciones religiosas en el siglo xvii y xviii”, en Tomas Calvo y Aristarco Regalado (coords.), Historia del Reino de la Nueva Galicia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2016, p. 533.

[30] Sobre los territorios perdidos de la monarquía a inicios del s. xviii las provincias de Flandes e Italia véase a John Elliot. España, Europa y el Mundo de Ultramar [1500-1800], 1ª Edición en Español, Madrid, Taurus, 2010, p. 232.

[31] De Bernardo Ares José Manuel, “Tres años estelares de política colonial borbónica (1701-1703).” Cuadernos de historia de España, vol. 80, Diciembre 2006, p. 174.

[32] Peña Izquierdo Antonio Ramón, “La crisis sucesoria de la monarquía española. El cardenal Portocarrero y el primer gobierno de Felipe v (1698-1705)”, Tesis de doctorado, Universidad Autónoma de Barcelona, 2005, p. 205.

[33] Elliot John, España, Europa y el Mundo de Ultramar [1500-1800], Madrid, Taurus, 2010, p. 231.

[34] Brading David, “Gobierno y élite en el México colonial durante el siglo xviii”, Historia Mexicana 23, No. 4, 1974, p. 613.

[35] Como bien se sabe existían cinco estratos en los que se había clasificado la población estos eran: españoles, mestizos, mulatos, indios y negros Al respecto de la composición social de la Nueva España. McAlister Lyle

“Social Structure and Social Change in New Spain.” The Hispanic American Historical Review 43, no. 3, 1963, p. 349.

[36] Acta de fundación de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, 17.06.1613, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 20, expedientes: 18. Sobre robo de joyas a imagen de la Virgen. gobierno Archicofradía, 18.08.1729, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 21, exp. 9. Libro en el que constan los ingresos y egresos de la colecturía de Ánimas de la Catedral de 1689 a 1726, Años: 1689–1726, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 5, exp. 1. y “Testamento del Ilmo. Sr. Gómez de Cervantes, otorgado después de su muerte por sus apoderados y albaceas” citado en: Dávila Garibi, op. cit., p. 522.



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