Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

La Arquidiócesis de Guadalajara y Su Eminencia Reverendísima,

el primer Cardenal mexicano don José Garibi Rivera

 

Hilario Hernández[1]

 

 

Leído entre líneas, el texto que sigue,

compuesto por un distinguido presbítero

de la Arquidiócesis Primada de México,

fundador y director de una revista católica,

nos ofrece datos relativos al eco que el suceso aquí narrado

se tuvo en tan señalado ámbito nacional.

 

 

 

¡Tenía que ser la tibia y perfumada Guadalajara, la bella Perla de Occidente, la catoliquísima Arquidiócesis tapatía la elegida, entre las diez provincias eclesiásticas que forman la Iglesia católica de México, sede de nuestro primer Cardenal mexicano: el Eminentísimo y Reverendísimo señor doctor don José Garibi Rivera, Arzobispo Metropolitano de Guadalajara!

            Es una verdad esplendente, a todas luces, que nuestra cristiana y heroica nación mexicana, cuando se le ha pedido el testimonio irresistible de la sangre, siempre ha respondido confesando la Santa Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y la veracidad de su Iglesia, empapando este suelo bendito de Santa María de Guadalupe con el efusivo derramamiento de la roja sangre de sus mártires; y sí es una consoladora verdad que, desde el Bravo hasta el Suchiate y desde el Atlántico hasta el Pacífico, en todo este vasto y rico suelo mexicano, no existe diócesis que no cuente entre sus mejores hijos alguno que no haya brindado su sangre por Cristo y por México, la incomparablemente bella tierra de Jalisco, puede gloriarse de contar el mayor número de los que, con un valor inigualable y un amor único, dieron el elocuentísimo testimonio de la sangre.

            Basta citar un nombre de gloria inmortal: el licenciado Anacleto González Flores, martirizado en la limpia y perfumada Guadalajara el 1º de abril de 1927. Toda la generosidad y esplendidez de su sublime sacrificio, está compendiado en estas postreras palabras:

 

Una cosa os diré, y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia; vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa, muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el martirio; me voy, pero con la seguridad de que veré pronto desde el cielo el triunfo de la religión en mi patria.

 

Motivo de inusitada alegría para el mundo, y particularmente para nuestra querida patria mexicana, es sin duda el hecho de que uno de sus más ínclitos Prelados, el Eminentísimo Señor doctor don José Garibi Rivera, dignísimo Arzobispo de Guadalajara, haya ascendido al pináculo de la categoría prelaticia y forme parte del conjunto de Príncipes de la Iglesia que hoy día gobiernan la grey espiritual de Cristo sobre la tierra. Nuestro Santísimo Padre el Papa Juan xxiii, al nombrar cardenales a los más ilustres prelados de la Iglesia Católica residentes en uno y otro hemisferio, obró un hecho de resonancia y trascendencia universales, como no podía ser de otra manera, ya que el mundo, en la hora presente, finca toda su esperanza de salvación en la aristocracia del espíritu: es decir, en aquella sabiduría que dimana de los principios eternos, incontrovertibles e intergiversables que solamente se pueden encontrar en la enseñanza divina. El nombramiento hecho por la máxima autoridad pontificia sacudió, por decirlo así, no sólo la mente católica y el corazón de los fieles que, desde hace siglos, han aceptado íntegro el divinal mensaje del Salvador, sino también vino a sacudir a los espíritus reacios al sometimiento al verdadero Pastor de las almas, el Sucesor de San Pedro que, a semejanza del Príncipe de la Paz, insiste en llamar “con amorosos silbos”, desde la Ciudad Eterna, a las ovejas que se apartan del redil cristiano, donde se conserva intacto el tesoro de la fe y de la esperanza que ha de salvar al mundo.

Pero aún hay más: la voz espiritual y benévola de Su Santidad Juan xxiii hizo estremecer asimismo las conciencias petrificadas de los incrédulos y los indiferentes, de los aferrados al error doctrinal de nuestro tiempo, de los que hurgan tenazmente en las entrañas de la ciencia con la triste esperanza de encontrar justificados sus extravíos y liviandades, precisamente porque hizo palpable que su autoridad, a los ojos del orbe, por fundamentarse en la Eterna Verdad, es la única que puede ejercer presión benéfica y salvadora sobre la conciencia universal, y que, a su señal de alarma, se arremolinan a su vera los pueblos para no perecer.

En efecto, el Consistorio de 1958, celebrado en la Ciudad del Vaticano por Su Santidad atrajo las miradas del mundo, no por el ceremonial en sí, grandioso y admirable, sino, como antes lo decimos, por la ecuménica trascendencia de lo que implica la organización del Cuerpo Docente de la Iglesia, presidido por el Vicario de Jesucristo y por el Sacro Colegio de Cardenales: cuerpo encargado de difundir por los ámbitos del planeta la más sublime enseñanza de caridad hacia el prójimo que conoce el mundo, en contraposición a la voracidad de la bestia maligna que constituye la materialidad; cuerpo encargado de la defensa de esa misma Doctrina, aun a costa de la efusión de su sangre y del rendimiento de su vida, en contraposición a las tendencias y prácticas egocentristas que se han apoderado de las conciencias y se encaminan a su aniquilamiento; cuerpo, en fin, encargado de esparcir la santa simiente del consuelo entre las numerosas víctimas que ha dejado y sigue haciendo, aquí y allá, la megalomanía de los que se dicen “amos del mundo”.

Mientras el hombre pretende destruirse, trastornando los fundamentos de la civilización con ensayos políticos y económicos que solamente conducen a la ruina y a la desolación (como lo hemos visto en las últimas épocas), la Santa Iglesia continúa incólume y tenaz su divina misión, recibida en las márgenes del Tiberíades; continúa, a semejanza de su Maestro, restañando las llagas del cuerpo y del espíritu y procurando la fraternidad universal, en tanto arriba el acabamiento de los siglos, porque la misión de la Iglesia católica es misión de perdón y de paz, de amor y de misericordia. Precisamente es la justipreciación de esta misión divina, a la que dio margen la exaltación al Cardenalato de ilustres Pastores de la Iglesia pertenecientes a diversos países, que no cejan en la guerra que trajo el Verbo de Dios, o sea la guerra contra el mal, contra el pecado y contra la iniquidad que, por ahora, parece que se han enseñoreado de su herencia.

Ésta es, parcialmente, la significación del acontecimiento celebrado en el Vaticano por el Papa Juan xxiii al crear a los nuevos cardenales, o sea, a los nuevos Defensores de la Fe y Confesores de Cristo, quienes con la antorcha de su entendimiento alumbrarán las tinieblas del orbe y con el bálsamo de su caridad aliviarán sus tribulaciones. Con razón el mundo católico se mostró complacido y embargado por felicidad inaudita, pues vio, para sí y para sus hermanos (fieles e infieles) una nueva luz, como el náufrago que divisa el faro en la noche tenebrosa y amenazante de la tempestad; con razón se conmovió hasta sus cimientos el espíritu del mal, encarnado al presente en el comunismo, pues vislumbró su segura derrota ante los nuevos Cruzados de la Fe, quienes le harán guerra de exterminio.

Gran dicha y honra es para las naciones de los nuevos cardenales la distinción que en sus ilustres personas ha hecho la santidad del Papa Juan xxiii, y la investidura de cada uno de los nuevos cardenales tiene, sin duda, que cumplir una misión altísima en su propio país:

Europa y América están de plácemes y su júbilo se expande a toda la comunidad cristiana. La América del Norte y la América Latina han recibido el privilegio papal en el reciente Consistorio. y este hecho entraña también una misión particular, ya que en el momento que nos toca vivir las tierras de Colón, menos contaminadas de la peste comunista, constituyen la esperanza del mundo. Estados Unidos de Norteamérica, México y el Uruguay han recibido triunfalmente a sus ilustres purpurados, los cuales son el símbolo de su fe ardentísima e inconmovible; las tierras vírgenes de América, protegidas por su divina Emperatriz, la incomparable Guadalupana, se han estremecido de júbilo, como no podía ser de otro modo, ya que la presencia de estos ilustres Pastores viene a confirmar la extinción total de la idolatría de nuestros antepasados y a incrementar, si cabe decirlo, el esplendor indeficiente de la luz cristiana.

Pero en la distinción que del sumo Pontífice ha recibido nuestra cristianísima Nación mexicana, hay algo de mayor trascendencia y significación: nos referimos al primer Purpurado de México, al ínclito Cardenal don José Garibi Rivera, dignísimo Arzobispo de Guadalajara, quien, juntamente con los nuevos Purpurados de Boston, Filadelfia y Uruguay, viene a desempeñar en el mundo de hoy un papel espiritual de inconmensurable importancia, por cuanto que México, juntamente con los Estados Unidos de Norteamérica, marcha a la cabeza del mundo, y de estas dos naciones, por designios de la Providencia, depende en gran parte la paz universal, o sea la salvación de la cultura y la civilización occidental, amenazadas de muerte por la lepra  del comunismo ateo, y es indudable que la influencia de etas cumbres del pensamiento religioso se deje sentir en los pasos que se den para la reorganización del mundo, cosa que atañe a la humanidad, por cuanto se ha comprobado que en la hora presente pesan más los valores espirituales que las bombas de hidrógeno, ya que lo que se necesita para ello no son vehículos destructivos sino ideas salvadoras, y, a este respecto, no existen más sublimes como en la Iglesia universal.

Pocas figuras hay, entre los prelados de la Iglesia mexicana, que ofrezca al escritor tan múltiples facetas como la de Su Eminencia Reverendísima el Señor Cardenal José Garibi Rivera, dignísimo Arzobispo de Guadalajara, y esto lo decimos refiriéndonos no solamente a los dignatarios contemporáneos sino también a los de pasadas épocas. Citaremos sólo algunos rasgos que caracterizan la prominente personalidad de nuestro primer Cardenal mexicano.

Su Eminencia el Cardenal Garibi es el Cardenal eucarístico y sacerdotal por excelencia. Ahí está pregonándolo, con elocuencia muda, su amado Templo Expiatorio, donde en cada piedra y en cada muro está su cántico de amor a Jesús Sacramentado. Desde que el valiente y heroico Arzobispo de Guadalajara Monseñor Orozco y Jiménez encomendara la Capellanía del templo Expiatorio en construcción al entonces Padre Garibi, al después Obispo Auxiliar y más tarde Coadjutor y Arzobispo de Guadalajara, el hoy Eminentísimo Señor Cardenal de la Santa Iglesia Romana no ha dejado un solo día de atenderla material y espiritualmente. En lo material, todo su anhelo es ver terminado totalmente dicho recinto sagrado, donde Jesús, en el más augusto de sus Sacramentos, es desagraviado de los pecados que se cometen en su amada Arquidiócesis de Jalisco. En persona, mensualmente, hace una colecta en dicho templo, y con qué gusto se le ve regresar· a su Palacio Episcopal, jadeante de satisfacción con lo colectado, y rayar personalmente a sus operarios. En la parte espiritual, su mayor gozo es celebrar la Santa Misa y distribuir la Sagrada Comunión a los fieles, que mientras más numerosos sean, mayor el espiritual deleite que experimenta. Apenas retornó a su muy amada Arquidiócesis de Jalisco revestido de la púrpura cardenalicia, al siguiente día de su arribo el primer acto de su ministerio fue ir a su antigua capellanía del Expiatorio, celebrar con gran devoción la santa misa y darse el placer de distribuir la Sagrada Comunión.

El Cardenal Garibi es el Cardenal guadalupano. Basta hacer una visita a su oratorio particular para ver que Nuestra Madre Santísima de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América, está en sitial de honor. Ahí están los miles de peregrinos jaliscienses, que, encabezados por tan insigne Purpurado, vienen anualmente a rendir homenaje de pleitesía y amor en su Sacrosanta Basílica del Tepeyac a la linda Morenita. Por eso no fue extraño que, al pisar tierra mexicana, sus primeros pasos fueran dirigidos a los pies de la Reina y Madre de los Mexicanos Santa María de Guadalupe.

El Seminario de Guadalajara y los demás seminarios auxiliares son otra de las obras muy caras para su corazón sacerdotal. Del Seminario de San José de la ciudad tapatía, incubadora de santos y de sabios, han salido los más esclarecidos sacerdotes y los más celosos obispos. Si no, que lo digan los once obispos tapatíos, consagrados todos por su Eminencia el Cardenal Garibi, que actualmente gobierna las distintas diócesis de la República. Todo el acopio de sabiduría y santidad de que hoy hacen gala dichos prelados la bebieron en la clara y luminosa fuente del Seminario de San José de esa incomparablemente bella Arquidiócesis de Guadalajara.

La excelsa figura del Cardenal Garibi está presente en la Iglesia de México como astro de primera magnitud, no solamente por su aristocracia intelectual sino especialmente por su inmensa caridad sacerdotal, pues, como insigne discípulo del Crucificado, sabe que la justicia que no está endulzada con la misericordia no puede llamarse propiamente justicia; de ahí que sus sacerdotes y fieles encuentren en él al padre lleno de bondad y misericordia. Ha aprendido, en la palabra y en el ejemplo del sublime Maestro, a compadecer y curar las dolencias del prójimo, convirtiéndose en samaritano para el desvalido, guía para el extraviado, sostén para el vacilante y firmeza para el creyente. 

Besando devotamente la Sagrada Púrpura y con toda la efusión de nuestro corazón sacerdotal, dedicamos como testimonio de admiración y amor la presente edición de nuestra revista Claridad a la preclara figura del Eminentísimo Primer Cardenal Mexicano, el Señor doctor don José Garibi y Rivera, dignísimo Arzobispo Metropolitano de la bella y perfumada Guadalajara.

Agradecemos igualmente, de corazón, la bendición apostólica que se dignó impartir a nuestros modestos trabajos periodísticos, y pedimos a Dios con toda el alma conserve por muchos años la preciosa e importante vida de Su Eminencia, para bien de su Arquidiócesis y para gloria y honor de México.

 



[1]Presbítero del clero de la Arquidiócesis de México, fundó en 1950 la revista católica Claridad.



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco