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In memoriam

Joaquín Mora Salazar, sj

Javier Campos Morales, sj

Arturo Reynoso sj[1]

 

 

Se dio lectura a este texto en la Misa que se ofreció

el 27 de junio del 2022 en el auditorio Pedro Arrupe

del iteso, la Universidad jesuita de Guadalajara,

en sufragio por los religiosos asesinados en su intento

por auxiliar y proteger a un perseguido en el templo a su cargo.[2]

 

 

 

El 23 de noviembre de 1680, el padre Juan María Salvatierra entraba en el poblado de Cerocahui con la intención de predicar y, con la gracia de Dios, administrar el bautismo a los habitantes de ese lugar. El sitio de Cerocahui, como el propio Salvatierra describe en una de sus cartas, “está en una quebrada que corre buen trecho con su género de llano, a los lados, y no con temple respecto a los demás sitios de esta sierra tan áspera”. Antes, Salvatierra había comentado con los pobladores de Témoris su intención de adentrase en Cerocahui, y al parecer los de Témoris ayudaron para que Salvatierra fuera bien recibido. Así sucedió, y diez días después de su llegada, el 3 de diciembre de ese año de 1680, Juan María Salvatierra dejaba fundaba la misión de San Francisco Xavier de Cerocahui, misión que 342 años después ha sido testigo de cómo nuestros hermanos Javier Campos sj y Joaquín Mora sj encarnaron la vocación –como Salvatierra anhelaba para sí al fundar esa misión y para todo compañero suyo – de guiarse por el profundo deseo de servicio y de entrega generosa a los rarámuris. 

En el llamado Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo (Mt 5, 1-12) se describen el espíritu y las actitudes con que los padres Joaquín y Javier, y tantas personas más de buena voluntad en la historia, regocijan el corazón de Dios. A final de cuentas, el Espíritu de las Bienaventuranzas suscita no el deseo de salvar la propia vida, sino el de darla por causa de Jesús, y así tenerla en plenitud. Esto supone romper con las propias seguridades, salir del “propio amor, querer e interés”, ser “estimado por vano y loco por Cristo”, para disponerse a una experiencia de libertad y centrar nuestra seguridad, nuestro único tesoro, en el Señor. Seguir la causa de Jesús conlleva no un imperativo moral, sino una profunda vivencia de cariño, de amor al Señor, al prójimo, a la creación, y, a la vez, un fuerte cuestionamiento de una realidad que nos hace replantear qué es lo que verdaderamente vale le pena en la vida.

El día de ayer, 26 de junio, en una pequeña columna de un periódico local de Guadalajara, el padre Héctor Garza sj escribió: “El amor nos hace ver qué es lo que tendríamos que hacer en cada diferente situación. Es el amor el que nos desata de nuestros miedos, de nuestras ambiciones desmedidas, de perseguir obsesivamente nuestros propios intereses. El amor es lo que nos posibilita una nueva mirada para vernos a nosotros mismos y para ver a los demás”. 

Es así que en unas poblaciones enclavadas en las entrañas de nuestro país, en esos lugares pequeños, apartados y muy olvidados, Juan María Salvatierra y otros tantos, como los padres Javier y Joaquín, apostaron por la vida, por mucha vida, por ser libres, por abrir el corazón para amar y servir. Así lo hicieron desde su vocación a la Compañía de Jesús y al sacerdocio, como lo asentaron al ser ordenados presbíteros: Joaquín en 1971 escribió una meditación dirigiéndose a sí mismo: “La verdadera intención de Dios, que estalla en la donación jubilosa de tu sacerdocio, es hacerte santo y santificador. Aquí ahondan sus raíces la inspiración y el programa de una vida fiel y prudente, con la plena conciencia de la permanente y leal compañía del Señor”. Por su parte, Javier, en 1972, exclamó: “¡Soy sacerdote! Por ti, mamá, papá, hermano, amigo, compañero, que con tu confianza y cariño me aceptas y apoyas. Para ti haré presente a Cristo para que te transforme en salvación de los hombres: plenitud de amor y esperanza segura en las alegrías y tristezas del mundo. Venga ya tu Reino”. 

Queridos Javier y Joaquín, de corazón, gracias, muchas gracias.

 



[1]Presbítero del clero de la Compañía de Jesús, es, además, ingeniero químico y doctor en Teología con especialidad en Historia del Cristianismo por el Centre Sèvres (Facultés Jésuites de Paris). Ha investigado sobre la historia de la Compañía de Jesús en México durante el periodo virreinal y sobre los escritos de Francisco Xavier Clavigero, así como sobre la guerra cristera. Ha redactado artículos y materiales de divulgación en temas teológicos, históricos, bíblicos, éticos y educativos. Ha sido director del Departamento de Filosofía y Humanidades del iteso.

[2] El Boletín agradece al doctor Reynoso su plena disposición para que se reproduzca su texto en estas páginas.



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