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“Ciencia de Jesucristo” contra “dardos” de la secularización:

el proyecto del obispo Ruiz de Cabañas, 1795-1824. 1ª parte

 

David Carbajal López[1]

 

Se da cuenta en este artículo del modo como el último obispo peninsular

presentado por el Rey de España a la Santa Sede

para hacerse cargo de la diócesis de Guadalajara

afrontó desde su trinchera una época de cambios tan brusca

como lo fue la suya y en una gestión episcopal dilatadísima.[2]

 

Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo gobernó la diócesis de Guadalajara desde 1797 hasta 1824. Fue fundador o reorganizador de diversas instituciones, como el Seminario conciliar de San José, el Colegio clerical del Divino Salvador y la Casa de Misericordia, mejor conocida como el Hospicio, que asociamos aún con su apellido. Esas obras, la última en particular, contribuyeron a que su memoria póstuma fuera sucesivamente la de un obispo caritativo, progresista y, en las últimas décadas, incluso “ilustrado”, en el sentido de vinculado (o hasta introductor) de la Ilustración, el gran movimiento cultural del mundo occidental del siglo xviii.[3] Cabañas, además, también ha sido considerado un obispo regalista, esto es, fiel a la Corona, pues lo fue en particular durante la guerra civil de 1810.

Un ejemplo muy claro de la forma en que actualmente se suele representar a este prelado lo encontramos en un número de 2017 de la revista Artes de México dedicado al Hospicio. Ya el editorial abre indicando, no sin cierto dejo de admiración, que dicho número es un esfuerzo de memoria y reflexión sobre los significados de “una empresa humanitaria como la del obispo Cabañas”.[4] Más adelante, Alfonso Alfaro, al tratar de reconstruir ese proyecto episcopal, nos ofrece un verdadero panegírico de un Cabañas que resulta el autor de un gran proyecto “innovador, pero respetuoso de la tradición y del entorno”. El texto reitera constantemente en tono elogioso ese carácter del “ilustrado obispo”, “prelado de la Ilustración”, “generoso y visionario”, quien “formaba parte de una generación de católicos que asumían que […] llegaría a ser posible adoptar las corrientes innovadoras de la cultura europea sin renunciar al arraigo vital en la Iglesia”, y era por tanto capaz de la “improbable síntesis” entre “la visión ilustrada de los problemas sociales y la piedad barroca”.[5] El arquitecto Juan Palomar completa el cuadro examinando los edificios que el prelado pudo haber tomado como modelo para su proyecto. Cabañas se convierte así en personaje de un capítulo de la historia de la arquitectura que vincula a Guadalajara con el Real Monasterio de El Escorial, el albergue de pobres de Nápoles, el Hospital general de Madrid y, en particular, la Universidad de Salamanca, donde estudió.[6] En fin, el padre Tomás de Híjar, al exponer los datos biográficos fundamentales del prelado, reitera que se trató de un “descomunal gestor social”, “promotor de un gran legado”.[7]

En este artículo, en cambio, nos interesa menos seguir haciendo conservación y elogio de la memoria del prelado, y en cambio nos parece necesario destacar que el obispo Cabañas vivió los inicios del proceso de secularización en el mundo hispánico y, más todavía, contrario a lo que podría hacernos pensar su asociación con la Ilustración construida por la historiografía reciente, fue enemigo de la secularización. Evidentemente aquí utilizamos este término como concepto de análisis y no como concepto histórico, pues como sabemos, si bien el vocablo existía, no tenía los mismos sentidos que le damos hoy. Existen, casi sobra decirlo, varias acepciones de este concepto, cuyo uso no ha generado un claro consenso en la historiografía mexicanista; sin embargo, resulta útil para comprender los proyectos de los obispos del siglo xix, en particular para el caso del obispo Ruiz de Cabañas.

¿Qué se entiende por secularización? Ya el sociólogo José Casanova lo ha clarificado de manera pertinente: es posible distinguir tres propuestas en la teoría de la secularización; una tesis central, la diferenciación de esferas, y dos “subtesis” que anticipaban sus consecuencias, la privatización y, tal vez la más conocida, el declive de lo religioso. Durante la mayor parte del antiguo régimen, lo “secular” era una categoría indiferenciada, que negociaba difícilmente su lugar ante lo “religioso”, una realidad que todo lo abarcaba, mas progresivamente (desde finales del siglo xviii, poco más o menos) se va diferenciando en múltiples esferas autónomas, con predominio de dos de ellas, la política y la económica, con sus respectivas instituciones, el Estado y el mercado. La religión misma se convierte en una más de esas esferas autónomas, especialmente debilitada pues ya los sociólogos clásicos, como Max Weber y Émile Durkheim le anticipaban un corto futuro, al ser vencida por la ciencia o reemplazada por la moral, o si no, al menos se auguraba su subsistencia en absoluta marginalidad.[8]

Desde luego, esas subtesis teleológicas han sido ampliamente cuestionadas, pero ello no impide retomar el concepto de secularización en lo que tiene de fundamental, como proceso de “recomposición de lo religioso en las sociedades contemporáneas”, por retomar una fórmula breve y precisa de Elisa Cárdenas,[9] o en los términos de Sol Serrano, como “ruptura milenaria que significó situar al individuo y no la religión en el fundamento del orden social”.[10] La historiografía, en efecto, lo ha confirmado; en las más diversas latitudes del mundo occidental de esta época tiene lugar un cambio de estatus de lo religioso, de ser un hecho de mentalidad a un tema de opinión, “un conjunto de opiniones religiosas, es decir, creencias, ideas y comportamientos individualmente motivados y por ello, susceptibles de contestación general o particular”,[11] según decía Philippe Boutry en el caso francés. Ruptura y recomposición que, conviene subrayar, historiadoras e historiadores de hoy ya no vemos ni como progreso ni como decadencia, aunque los actores del siglo xix no pensaban en estos términos, sino al contrario. Lo primero es indudable en el caso de Juan Cruz Ruiz de Cabañas desde el momento mismo en que ascendió a la potestad episcopal, según veremos en particular en la carta pastoral que publicó desde Madrid en marzo de 1795, en calidad todavía de obispo de Nicaragua,[12] y que nos parece fundamental para comprender su labor pastoral.

En segundo lugar, una breve selección de edictos y circulares de Cabañas[13] nos ilustrará otros aspectos, algunos más cotidianos, de lo que consideramos fue también parte de su combate contra la ruptura del orden fundado en la religión católica. Trataremos de manera separada un tema poco abordad  o en la historiografía sobre el obispo: su interés por el traje clerical. En fin, volveremos a la carta pastoral que en 1815 publicó contra los insurgentes,[14] que es un nuevo recuento de los peligros que para él entrañaba una filosofía que pugnaba por reducir el ámbito de autoridad del catolicismo, y sobre su actitud frente a la consumación de la independencia y el Primer Imperio, elementos ya antes mencionados en la historiografía.[15] Estos últimos, por cierto, nos permiten hacer un balance de ese esfuerzo episcopal contra la secularización.

 

1.    Una pastoral programática

 

Juan Cruz Ruiz de Cabañas fue presentado para el obispado de León de Nicaragua en enero de 1793 y preconizado por Pío vi en septiembre del año siguiente.[16] Las fechas son significativas para nuestra problemática. La historiografía reciente lo ha subrayado: en las últimas décadas del siglo xviii, de la mano de lo que conocemos como “reformas borbónicas”, comenzó “la mutación profunda en el universo léxico-semántico que vertebra las instituciones y las prácticas políticas”.[17]Entre tales mutaciones, en este caso debemos apuntar de manera particular a una serie de acontecimientos que estaban sucediendo en Europa y tenían fuerte resonancia continental y transatlántica: los que en conjunto conocemos hoy como la Revolución francesa. Ruiz de Cabañas ascendió al episcopado apenas unos meses después de la caída de la monarquía de los Borbones galos, que tuvo lugar en septiembre de 1792.

Cabe señalar que había conocido Francia. Lo sabemos por sus dos primeros biógrafos, los predicadores que en 1824 pronunciaron las oraciones latina y castellana de sus honras fúnebres.[18] En aquel entonces la referencia a ese viaje servía para reiterar la distancia que, desde sus años de estudio, distinguía a Ruiz de Cabañas respecto de las diversiones profanas. “No advertiréis que su conducta relaje en lo más mínimo de su severidad acostumbrada”, señalaba el prebendado Sánchez Resa en la oración castellana.[19] También afirmaba que la Revolución Francesa, “proporcionó ocasiones frecuentes a la hospitalidad y compasión” al futuro obispo tapatío.[20] Esto es, habría apoyado a los clérigos que, atravesando los Pirineos, se exiliaron a partir de la división generada por el juramento de la Constitución civil del clero en 1791.[21] A los clérigos “refractarios”, es decir, que se negaron a jurar, se fueron sumando los que huyeron de los movimientos que en la historiografía francesa se conocen como la descristianización, y que tuvieron sus momentos más intensos a partir del otoño de 1793.[22] Entre esos últimos años del siglo xviii y los primeros del siglo xix, al menos unos siete mil eclesiásticos habrían buscado refugio en los reinos ibéricos, cifras que conocemos por los intentos de controlarlos por parte de las autoridades monárquicas.[23]

Si la Constitución civil del clero intentó colocar a la organización eclesiástica por completo bajo la autoridad del naciente Estado moderno, esas oleadas descristianizadoras fueron la versión más violenta hasta entonces del proceso de secularización. Se cuestionó de manera intensa la presencia de lo religioso en los nacientes espacios públicos, e incluso en los marcadores del tiempo con el establecimiento del calendario republicano. Hubo oleadas de cierres de iglesias y derribo de campanarios, de modificación de la toponimia, destrucción de imágenes y de reliquias que llegaron a verdaderas “quemas de ídolos”, ataques a los sacerdotes cuestionando las bases de su jerarquía, e intentos por organizar nuevos calendarios festivos.[24]

Por todo ello, no es de extrañar que la primera carta pastoral escrita por Ruiz de Cabañas a principios de 1795 planteara desde sus primeras páginas un panorama particularmente negativo para la religión.[25] Al justificar su ya prolongada permanencia en la Península se refería a los “tiempos fatales” que oprimían al Papa,[26] y estimaba como punto fundamental de su texto hacer un llamado a su grey a “conservar pura y sin menoscabo alguno la religión”[27] frente a las “falsas opiniones”, “escándalos que ofendan, errores y herejías que perviertan”, ya predichas en las Sagradas Escrituras.[28] Mas en realidad la situación parecía ir más allá de ese espacio de experiencia tan tradicional.

En efecto, si antaño el infierno “solo destilaba gota a gota”, entonces, en esa “desventurada edad”, ese “siglo desgraciado”, se derramaba “la copa entera de su ponzoña”.[29] Era por ello una “edad de hierro”, un “siglo de tinieblas”, unos “días de ira y de venganza”, en que se desarrollaba y aplicaba un “plan de ataque general y sin excepción de verdades por antiguas y sagradas que ellas sean”.[30] Esto es, contrario a las herejías de antaño, había un intento de cambiar lo más fundamental, a través de la difusión de una serie de “impiedades monstruosas”. Limitadas de momento a Europa, amenazaban convertirla en “país de bárbaros, sin fe, sin humanidad y sin ningún buen principio”, o en una “región bárbara, irreligiosa y libertina”,[31] por lo cual el obispo estimaba su deber evitar que se difundiera allende el Atlántico.

La historiografía reciente ha destacado como documento casi programático del obispo su oración en las honras fúnebres del rey Carlos iii.[32] Empero, no debemos dejar de lado que la pronunció antes de los acontecimientos revolucionarios y sin tener aún la dignidad episcopal, por lo que sin duda es más adecuado volver sobre sus indicaciones a su grey nicaragüense para contener “los dardos envenenados de los impíos”,[33] o en nuestros términos, las versiones más radicales de la época sobre la recomposición del lugar de lo religioso en la sociedad, que como hemos dicho, identificamos como el proceso de secularización. De manera fundamental, el prelado encargaba a los americanos recurrir, para prevenirse, “al estudio y meditación”, “a la instrucción seria”, “a la lectura de libros”,[34] evidentemente sobre la religión, la fe y sus dogmas, las máximas del Evangelio y del cristianismo.

Cabañas fue efectivamente fundador de instituciones educativas. Tal ha sido uno de los motivos para convertirlo en “ilustrado”, mas paradójicamente, al menos en esa carta pastoral, se entiende que valoraba la educación como medio para combatir la filosofía de la Ilustración. La ciencia que le interesaba difundir entre sus diocesanos era ante todo la “ciencia sublime de Jesucristo”, primera obligación de los cristianos, según reiteraba constantemente en el texto. Su fin era muy claro: frente a “los dardos envenenados de los impíos”, repetimos, los fieles bien instruidos podrían responder “con la ley pura e inmaculada del Altísimo”.[35] Frente a la difusión de los “sistemas de felicidad y de humanidad”, términos con que aludía someramente a lo que nosotros llamaríamos la Ilustración (también utilizaba fórmulas como “capciosos raciocinios”, “artificiosas necedades”, entre otras), el obispo pugnaba por construir una sociedad realmente cristiana.[36]

Los católicos tenían indudablemente, para el prelado, “la indispensable obligación de instruirnos por todos los medios posibles en los mandamientos de Dios”,[37] pero además les pedía un esfuerzo adicional, que fuera más allá del simple catecismo básico: “estáis obligados a saber en esta parte algo más de lo que comúnmente se sabe”,[38] decía claramente. Pero si algo abunda en esta primera carta pastoral es el reconocimiento de la superficialidad de conocimientos del catolicismo que caracterizaba a la mayoría de los fieles. A veces el obispo usaba un tono de comprensión, por la distancia, la falta de pastores, “la falta de escuelas públicas”, de magistrados reales con celo, y más radicalmente, “la fatal ignorancia y desarreglada concupiscencia […] la desidia y la pereza tan comunes en esas infelices regiones”.[39] En otras, censuraba con tono de reproche la falta de celo, la pereza, los pretextos[40] e incluso “la corrupción de costumbres que les han llevado las gentes de Europa” a los pueblos americanos.[41] El diagnóstico era contundente, había “cristianos fríos, indolentes y desidiosos”, “cristianos que no lo son sino maquinalmente y por costumbre”, o que más que seguidores de Cristo lo eran “de sus falsos ministros y doctores”. Y era peligroso porque “fácilmente se les seduce, se les pervierte y persuade cualquier error”.[42]

El ejemplo de esta lógica, venía a ser la propia Francia, donde la dedicación a “la ciencia del placer” y a “una filosofía de los sentidos más que de la razón”, así como la difusión de “novelas, romances y cuentos”, habían desplazado esa ciencia querida de Cabañas.[43] Esto es, en esta lectura, la posibilidad de una cultura que no estuviera completamente dominada por el catolicismo era la que resultaba peligrosa, pues la Revolución la había llevado a sus últimas consecuencias. El obispo conocía bien las utopías revolucionarias, su proyecto de formar hombres nuevos, pero no podía sino calificarlas de producto de “los tenebrosos senos de su viciada imaginación”. Los revolucionarios habían inventado “reglas y máximas de bien vivir con las que han querido reformar al género humano”.[44] Pero la prueba de su error era la ya proverbial violencia revolucionaria: “Allí mismo donde los nuevos sacerdotes predicaban con entusiasmo el sistema de igualdad, de la independencia y de la libertad, allí era regido el pueblo con cetro de hierro”,[45] señalaba el obispo al iniciar una serie de irónicos paralelismos entre los ideales revolucionarios y sus resultados. El obispo podía sentenciar directamente, ya casi para cerrar su carta, “que los nuevos oráculos de la impiedad escriban cuanto quieran, que llenen el mundo de obras y papeles en que prometen maravillas y felicidades; jamás veremos más de lo que hemos visto, corrupción de costumbres, discordias, rebeliones, escándalos, abominaciones, tiranía y efusión horrenda de sangre humana”.[46]

La religión católica, en cambio, era garante de orden y de paz; seguirla permitiría reproducir la “imagen del cielo sobre la tierra”.[47] En particular, y era algo en lo que Cabañas se extendía al final de su carta, porque predicaba la sumisión a los reyes (“el Evangelio, en fin, ordena el respeto debido a los superiores como a Dios mismo”[48]) por lo que éstos a su vez estaban obligados a protegerla. La Revolución francesa, como sabemos, probó casi todas las alternativas posibles de relaciones con la Iglesia, desde una Iglesia nacional hasta la tolerancia de cultos, pasando por la implantación de cultos revolucionarios. El entonces obispo de León de Nicaragua rechazó esas recomposiciones institucionales en beneficio de la defensa de la continuidad de la monarquía católica, recordándole a su grey desde el inicio que el conocimiento de la verdadera fe no tenía rival con ningún otro aspecto de la vida, “todos los conocimientos y bienes de la tierra”, “las piedras más preciosas y todos los tesoros del mundo”, no tenían comparación con “el sublime conocimiento de mi Señor Jesucristo”.[49] Tal era el “sólido cimiento” que prometía sentar una vez llegado a su diócesis; lo cual, como sabemos, nunca ocurrió. Cuando finalmente atravesó el Atlántico lo hizo para tomar la mitra de Guadalajara, pero desde nuestra perspectiva no dejó atrás la prioridad que había planteado a su antigua grey de León de Nicaragua, como veremos.

 



[1] Doctor en Historia por la Universidad de París I Panteón-Sorbona, se especializa en la historia de la secularización de los siglos xviii y xix. Es docente y directivo del Centro Universitario de los Lagos.

[2] Este texto forma parte del libro Proyectos episcopales y secularización en México, siglo xix, Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de los Lagos, 2020, pp. 11-41. Este Boletín agradece a su autor su disposición para que circule su texto en estas páginas.

[3] Carbajal López, “De ‘antifilosófico’ a ‘ilustrado’…”.

[4] Orellana, “El Hospicio Cabañas…”, 7.

[5] Alfaro, “El México…”.

[6] Palomar, “El Hospicio Cabañas”, 31-32.

[7] Híjar, “Juan Cruz Ruiz de Cabañas…”.

[8] Casanova, Public religions…, 15-21.

[9] Cárdenas Ayala, “El lenguaje de la secularización…”, 170-171.

[10] Serrano, ¿Qué hacer con Dios…?, 17.

[11] Boutry, Prêtres et paroisses..., 649.

[12] Carta pastoral…, 1795.

[13] Hemos consultado el conjunto de ahag, Serie: Cartas pastorales, edictos y circulares, cajas 4 a 7.

[14] Bustamante, Cuadro histórico de la Revolución Mexicana…, 278-293.

[15] Entre otros: Pérez Memen, El episcopado y la independencia…, 167. Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno, 259. Muriá y Peregrina (dirs.), Historia general de Jalisco, vol. iii,159. Olveda, “El obispo Cabañas…”, 90-91.

[16] Dávila Garibi, Biografía de un gran prelado, 32-43. Dávila Garibi, Apuntes para la historia…, 1096-1097.

[17] Es una de las hipótesis de partida del amplio proyecto encabezado por Fernández Sebastián, “Hacia una historia atlántica…”, 28.

[18] Sánchez Resa, “Elogio fúnebre…”, 54. Gordoa, “Alocución en el funeral del obispo Cabañas”. Tema retomado por Dávila Garibi, Biografía de un gran prelado, 22.

[19] Sánchez Resa, “Elogio fúnebre…”, 54.

[20] Sánchez Resa, “Elogio fúnebre…”, 58.

[21] La Constitución fue votada por la Asamblea constituyente el 12 de julio de 1790, pero no fue hasta el 27 de noviembre siguiente que la misma Asamblea dispuso que se exigiera un juramento al clero, y el rey firmó el decreto a principios de enero de 1791. Tackett, La Révolution, L’Église, la France..., 27-49.

[22]  Una reconstrucción detallada de esta crisis en el clásico de Vovelle, La Révolution contre l’Église.

[23]  A principios del siglo xx el abate Jean Contrasty había estimado el número en 6 322, según la reseña que de su obra hizo Sée. Basándose en un estudio de la década de 1960 de Luis Sierra, se estiman en 6 mil en Lara López, “Los emigrados franceses”, 257. “Alrededor de 7000” es la cifra mencionada en el resumen de la tesis doctoral de Gutiérrez García-Brazales, Eclesiásticos franceses…

[24] Vovelle, La Révolution contre l’Église, 67 y ss.

[25] Ruiz de Cabañas, Carta pastoral…, 1795.

[26] Ibid., 2.

[27]  Ibid., 10-11.

[28] Ibíd., 11-12

[29] Ibíd., 14-15.

[30]  Ibíd., 16-17.

[31] Ibid., 18-20.

[32] En particular: Melgosa Oter, “Entre el progreso y la tradición…”.

[33] Ruiz de Cabañas, Carta pastoral…, 21.

[34] Ibíd., 20.

[35] Ibíd., 21.

[36] Ibíd., 22-24.

[37] Ibíd., 25. Hablaba en primera persona, evidentemente.

[38] Ibíd., 30.

[39] Ibíd., 32.

[40] Ibíd., 47-49 especialmente

[41] Ibíd., 38.

[42] Ibid., 50-51.

[43] Ibíd., 51-52.

[44] Ibíd., 53.

[45] Ibíd., 55.

[46] Ibíd., 58.

[47] Ibíd., 57.

[48] Ibid., 61.

[49] Ibíd., 67.



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