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Carta de San Pablo vi dedicada a don José Garibi,

al tiempo de inaugurarse el Colegio Mexicano en Roma

 

 

La Carta del Papa Pablo vi al cardenal José Garibi y Rivera,

que publicó L'osservatore Romano en su edición del 12 de octubre de 1967,

es también la nota laudatoria de la Iglesia universal

al modélico purpurado que inauguró desde Guadalajara

una prelacía eclesiástica que desde entonces ha distinguido

al prelado de esta Iglesia particular.[1]

 

 

A Nuestro querido Hijo el Cardenal José Garibi y Rivera

Arzobispo de Guadalajara

 

Con sentimientos de particular benevolencia y de gozo profundo Nos dirigimos a Ti, querido Hijo, para asegurar que en estos momentos en que se inaugura la sede del Colegio Mexicano en la Ciudad Eterna, Nos encontramos espiritualmente presente en medio de Nuestros Venerables Hermanos en el Episcopado, de los amadísimos sacerdotes, seminaristas y fieles que, procedentes de México y rodeados de una afectuosa corona de personalidades y de amigos, asisten a un acto de trascendencia para la vida de la Iglesia en esa noble Nación, tan cerca siempre de Nuestro corazón de Padre.

Se ha querido unir esta fecha a aquella otra, tan histórica, que evoca la llegada del Mensaje de Cristo, de su Cruz y de sus Misterios, a las tierras americanas, donde a lo largo de los siglos la fe se fue arraigando gracias también al ministerio fecundo de celosos sacerdotes que salieran del benemérito y glorioso Colegio Pío Latino Americano para difundir e intensificar el Reino de Dios bajo la asistencia materna de la dulce Virgen del Tepeyac.

El incremento providencial de vocaciones y el interés por que ellas encuentren, junto a la Cátedra de San Pedro, una formación espiritual, intelectual, pedagógica y disciplinar, adecuada a las exigencias pastorales del País donde se ejercitará la actividad sacerdotal, han aconsejado y hecho realidad el Pontificio Colegio Mexicano en Roma. A cuantos han contribuido a su ejecución expresamos Nuestro aplauso y felicitación.

Confiadamente esperamos que de este Santuario Vocacional, erigido en un período de intensa renovación post-conciliar, salgan numerosos y selectos apóstoles, verdaderos ministros de la acción de la gracia en las almas, que configuren en su vida los ejemplos y las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor que vino a “servir y a dar su vida para redención del mundo” (Marc. 10, 45).

Es necesario, en verdad, entender al mundo, conocer y compartir sus problemas, sus angustias, sus legítimas aspiraciones; pero en el carácter sagrado del Ministro del Culto y del servicio divino, ha de conservar siempre su primacía la actitud sobrenatural que se alimenta con la meditación de la Palabra de Dios y con “el trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo” (Concilio Vaticano ii, Decreto sobre la Formación Sacerdotal, n. 8). La participación consciente en el Misterio sacrificial y sacramentalmente santificador de la Iglesia, el testimonio de la unidad entre los hermanos que atrae a los hombres a Cristo, la adhesión a los propios Obispos, el espíritu de abnegación y de vida interior, serán la mejor garantía para que el entusiasmo vocacional conserve inalterado su vigor y para que la eficacia de penetración ministerial se vea copiosamente bendecida por Dios.

Con estos ardientes deseos que presentamos como súplica al Altísimo, por intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, Nos complacemos en otorgarte a Ti, querido Hijo, a Nuestros Venerables Hermanos en el Episcopado, a los Sacerdotes y Seminaristas de México, en particular a los Alumnos del nuevo Colegio, una efusiva Bendición Apostólica que de corazón extendemos a cuantos participan en la ceremonia de inauguración y al amadísimo México sobre el que invocamos la continua asistencia de los dones celestiales.

 

Del Vaticano, 12 de octubre de 1967.

 

Paulus pp. vi



[1] Se trascribe una crónica que vio la luz en la edición semanal en lengua española de la publicación oficiosa de la Santa Sede, L'osservatore Romano, del 14 de octubre de 1967.



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