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El anti-humanismo

José de Jesús Kleemann Godínez[1]

 

 

Concluye la publicación de los textos que vieron la luz en el primer lustro

del siglo xxi, botón del talento enorme de quien dejó recuerdos imborrables

en el clero de Guadalajara, del que formó parte.[2]

 

 

¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”?

Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron risa.

      ¿Se te ha extraviado?” – decía uno–.

      ¿Se ha perdido como un niño? –preguntaba otro–

      ¿Se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?

Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro.

El loco se encaró con ellos y clavándoles la mirada, exclamó:

      ¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿Cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la Tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿A dónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las linternas antes del medio día? ¿No oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?... Los dioses también se descomponen ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! ¿Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? ¿Qué expiaciones, qué ceremonias sagradas tendremos que inventar? ¿La grandeza de este acto no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses, o al menos que parecer dignos de los dioses? Jamás hubo acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna.

Al llegar a este punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también ellos callaron, mirándole con asombro. Luego tiró al suelo la linterna de modo que se apagó y se hizo pedazos.

      Vine demasiado pronto –dijo él entonces–; mi tiempo no es aún llegado. Este acontecimiento inmenso está todavía en camino, viene andando; más aún, no ha llegado a los oídos de los hombres. Tienen necesidad de tiempo; lo necesitan los actos, hasta después de realizados, para ser vistos y entendidos. Ese acto está todavía más lejos de los hombres que la estrella más lejana. ¡Y, sin embargo, ellos lo han ejecutado!

Se añade que el loco penetró el mismo día en muchas iglesias y entonó su Réquiem æternam Deo.

Expulsado y preguntado por qué lo hacía, contestaba siempre lo mismo

      ¿De qué sirven estas iglesias, si son los sepulcros y los monumentos de Dios?

 

F. Nietzsche, La gaya ciencia[3]

 

 

He querido iniciar esta segunda charla, cuyo tema es el anti-humanismo, con esta página de Nietzsche porque él, crítico enorme de la modernidad, ha formulado mejor que nadie los cuestionamientos que surgen a partir de lo que podemos considerar como anti-humanismo. Porque en realidad, ¿Cuál es la dimensión del hombre? ¿En qué está su singularidad entre todos los seres del universo? ¿Cuál es su horizonte? ¿Hacia dónde se dirige? O acaso, como afirma Nietzsche, ¿‘Hemos borrado ese horizonte´? ¿A dónde llevan a la tierra nuestros movimientos? ¿Es que caemos sin cesar, vamos hacia delante, hacia atrás, vagamos en todas direcciones, hay todavía un arriba y un abajo, flotamos en una nada infinita?

Sometido al orden universal, el hombre está determinado por principios permanentes. Es un cuerpo físico y está sujeto a las leyes físicas. Es un compuesto químico y su corporeidad está sujeta a las leyes químicas que rigen la materia. Es cantidad que se puede contar; es figura geométrica, compleja pero geométricamente explicable. Como ser vivo depende de las leyes genéticas, fisiológicas, neurológicas, endócrinas, neumológicas y, naturalmente, orientado a crecer, multiplicarse y morir. No puede escapar a la inexorabilidad de las leyes que rigen el espacio y el tiempo.

Frente al macrocosmos del universo, del ámbito de los cuásares, de las galaxias y de las constelaciones, el hombre es un viajero del espacio en el planeta tierra y su existir como individuo apenas si rebasa ocasionalmente las 100 vueltas de la tierra alrededor de su luminosa estrella. Frente al resto de la humanidad, como individuo, cada ser humano es, en su individualidad, apenas un seis milmillonésimo y frente al resto de las realidades la expresión es 1/∞.

Desde esta perspectiva, nuestra dimensión es infinitesimal y si nuestro primer origen es la nada, podemos decir que tenemos la dimensión de una nadería, aunque en la escala que va del micro al macrocosmos nuestra dimensión hace que seamos –según la expresión de Karl Sagán– “un intermedio entre un átomo y una estrella”.

A pesar de esta jerarquización en la antigua Grecia de los sofistas Protágoras pudo afirmar que “El hombre es la medida de todas las cosas”. Pero ¿puede una criatura intermedia entre un átomo y una estrella tener la talla para autodefinirse como la medida de todas las cosas? Ciertamente, el hombre no nació ayer y confiamos en que la humanidad no desaparecerá mañana.

El hombre no nació ayer, su historia es un abismo que desaparece en el silencio de mundos desaparecidos por completo, de imperios sepultados con todos sus vasallos y sus artificios en todos los rincones de la tierra, reducidos a cenizas, de donde colegimos que hasta las cenizas significan algo y eso queremos aquí al tiempo que buscamos desentrañar para la conciencia de los ahora vivos la verdadera dimensión del hombre.

Vivimos el presente pero nos preocupamos del futuro. La imaginación permite a unos vislumbrar fuerzas presentes que apuntan el movimiento en una determinada dirección: ahí están, escudriñando en el horizonte temporal para descubrir nuestro destino futuro, los futurólogos, los productores literarios y fílmicos de la ciencia ficción, los agoreros, los astrólogos y los adivinos.

Pero también mediante la razón puede uno calcular lo que desde el determinismo de la ciencia –principalmente de las ciencias de la naturaleza–, uno ha de alcanzar, según lo avizoraron los gestores de la propuesta determinista de las ciencias en la modernidad de los siglos inmediatos ya pasados, que se encargaron de superar y hasta disolver en el xx, las teorías de la relatividad y la teoría cuántica.

Sin embargo, porque podemos hurgar en las cenizas para observar de dónde venimos, menos para descubrir nuestro origen o los pasos previos al sedentarismo del homo faber y más para avizorar el futuro intentando definir hacia dónde se dirige, nos encontramos con que así como se han seguido diferentes caminos, así se abren otras posibilidades de futuro.

Desde siempre, es decir, desde la aparición del homo sapiens, dos posibilidades opuestas por lo menos han estado presentes en la historia: el humanismo y el anti-humanismo.

Con este último término no nos queremos referir al choque existencial que se produce cuando, por ejemplo, experimentamos en nuestra contra las fuerzas de la naturaleza, ora como terremotos, ciclones, erupciones volcánicas, tornados, marejadas, heladas, aun cuando de ello nos quede la de impotencia ante lo irremediablemente trágico y aparejado a ello, por más que nos duela, una dosis no corta de desencanto ante una realidad material para la cual no somos otra cosa que un género viviente más en camino de extinción en pos de las huellas de y cientos de especies de las que ahora cuando mucho nos quedan huesos o menos que eso, rastros.

Humanismo y su contrario anti-humanismo son una manera de pensar al hombre desde el hombre mismo; una manera de concebirlo y una manera de actuar con relación al ser humano desde su esencia antropológica. Desde el primero, el hombre se piensa, concibe y actúa como tal, sin desvalorarse a sí mismo ni a los otros; desde el segundo ocurre lo contrario: el que actúa desde ese anclaje necesita desvalorar a los demás a fin de valorarse –sobre-valorarse– a sí mismo.

De esta manera, negar teórica o prácticamente alguno de los elementos que constituyen la esencia del humanismo nos coloca ante la gran variedad posible de anti-humanismos.

El humanismo tiene como preocupación central al ser humano, en consecuencia, reconoce y sostiene su igualdad, diversidad personal y cultural, por encima de lo aceptado como verdad absoluta pugna por impulsar el desarrollo del conocimiento, defiende la libertad de pensamiento y credo y repudia la violencia; el anti-humanismo se va a las antípodas de esto, pues relega al hombre a un segundo o tercer plano ante realidades que antepone,  tales como son el dinero, el poder o la fama.

 

i

El antihumanismo en su base

 

El anti-humanismo es la negación teórica o práctica de toda forma de humanismo. Como su preocupación central no es el hombre sino el sujeto de una humanidad, la propia, rechaza la igualdad como un derecho humano y se identifica con las diversas formas de discriminación, sean de índole sexual, racial, étnica, sean de convicciones políticas o religiosas. Por lo demás, pretende que su manera de pensar sea la de todos, no acepta la diversidad personal y cultural y procura imponer sus ideas considerándolas correctas; su divisa es “yo estoy en la verdad, los demás están en el error. Lo mío es lo que vale, lo de los otros carece de valor y en nombre de ello debo combatirlo. Mi cultura es excelsa, la de los demás inculta.”

En consecuencia, el anti-humanista no solo juzga como lo acabamos de reseñar, sino que además paraliza el conocimiento, pues como de manera empecinada quiere imponer a los demás, a como dé lugar, sus convicciones, niega al otro incluso la posibilidad de que en sus opinión exista algo de verdad. Por ese camino ya nada le impide afirmar que lo aceptado actualmente como verdad lo ha sido así siempre y no puede ni debe ser cambiada, porque es la verdad –su ‘verdad’– absoluta.

Acotemos algo importante: el desubicar al hombre, eliminándolo de la preocupación central, ha sido una de las tendencias más cómodas de los ideólogos del teo-centrismo. Este, sincera o artificiosamente preocupado por llegar a Dios puede darse hasta el lujo de reemplazarlo. Lo mismo ocurre cuando nomás porque sí se relega a Dios dizque para centrarse sólo en el hombre o no distraerse de ello. A la postre ambos extremos adolecen de lo mismo, de una petición de principio, pues al uno le preocuparse tanto el hombre que convierte a Dios en obstáculo y al otro, en su búsqueda por alcanzar el progreso de todos los hombres, le ocurre lo mismo cuando se deifica.

Abonemos a lo dicho las posturas entre religiosas o filosóficas que establecen como preocupación central otras realidades que no son ni Dios, ni el hombre. Entre los que lo hacen desde la primera de estas canchas existen posturas religiosas que privan a los hombres de sus condiciones vitales o arrebatan a sus adeptos la libertad y hasta sus derechos humanos bajo los argumentos más especiosos. De donde resulta que poner a Dios en el centro no necesariamente consiste en un postulado ético siempre favorable al hombre, y de ello tenemos muestras más que sobradas en los fanatismos religiosos del siglo xxi, en especial los actos de terrorismo que usan como método los atentados suicidas y como argumento la guerra santa, que es como decir, matar en el nombre de Dios o en defensa suya.

De hecho el anti-humanismo no defiende la libertad de ideas y creencias, pero tampoco la libertad de actuar. Toda negación de libertad se puede tomar como anti-humanismo, al igual que cualquier forma de violencia empleada en contra de alguno o de muchos seres humanos.

Si tomamos en sentido literal la explicación que el primero de los libros de la Biblia nos ofrece de esto que acabamos de exponer, el hecho de que Caín asesinara a su hermano Abel y de ello derivara para el homicida responder a Dios por el desaparecido es un relato que dibuja la dimensión anti-humana de la historia en un caso muy concreto, el de los ganaderos y agricultores del Medio Oriente que veían como enemigos suyos a los beduinos nómadas que subsistían del pastoreo. Y al final de cuentas, transportado el caso a todas las épocas y regiones del planeta, el anti-humanismo repite su compás, tema y timbre con ligeras variaciones a la respuesta de Caín al Señor: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”.[4]

 

ii

Su lado oscuro

 

En su origen remoto el hombre primitivo vivió como salvaje, es decir, subsistiendo como una especie animal más, defendiéndose de las otras y alimentándose de ellas, pero capaz de fabricar herramientas, retener y transmitir conocimientos y habilidades; de esa condición habría pasado a formas de organización rudas aún pero ya proclives a la organización social y a la autodefensa comunitaria, la de la horda y el clan, derivando de ello la capacidad para sobreponerse a lo hostil a través de la caza y del combate cuerpo a cuerpo, practicado de forma especial en el marco de la defensa corporativa y violenta de los linderos de su hábitat invadidos por la migración de otros congéneres. De ese estado de barbarie surgen los elementos genuinamente civilizatorios pero ya en un clima de sedentarización, urbanismo, refinamiento en las artes y los oficios y la movilización de los excedentes para el intercambio de bienes y servicios con otros grupos humanos, nos referimos a las leyes, la escritura y la gramática, impulso civilizador que inaugura la historia pero también la aptitud para registrar las rachas de anti-humanismo y hasta la justificación a sus oscuras bases.

Más que un movimiento pendular el anti-humanismo nace como una reacción al orden establecido. Así lo vemos en el Occidente cristiano el que produjo el tránsito de la escolástica al antropocentrismo renacentista, donde se gestó la edad moderna y ahora mismo estamos pasando de la estafeta de esta a lo que ahora mismo, por no disponer de momento de un adjetivo más claro, denominamos desde hace tiempo posmodernidad, es decir, la era de cambios radicales al modo de vida y a los valores de la modernidad.

Desatando algo más lo apenas dicho recordemos cómo si en el siglo xvi se gestó una nueva imagen del ser humano en la que se exaltaron su personalidad y su acción transformadora respecto al Universo, en el xvii esa imagen idealizada la distorsionó la modernidad sembrando la duda como método y mortero para reducir a polvo toda certeza moral plena, incluso la sustentada en la repetición profusa de datos, tenida como ‘científica’ sólo por eso.

El siglo xviii, el de las Luces, hipotecó su causa a favor de la razón o lo racional, topándose con el obstáculo insuperable de la idea de un Dios infinito o la infinitud del espacio en la naturaleza, por lo que pasó de manera gradual a lo que en el siguiente, el xix, le convertirá en deicida y hasta en pregonero de dicha hazaña, que pasó a presumirse como una conquista humana irreversible.

Por ello, si en los albores de la edad moderna respecto a la naturaleza, aceptada como ambiente del hombre y no como un sub-mundo lleno de tentaciones y castigos, se formuló y se divulgó una nueva actitud, la nuestra puede abordarse ya como la de un Cosmos que no solo ha perdido a Dios y ‘el orden perfecto’ (el seudónimo racionalista o laico de Dios), sino que ha perdido incluso, en sus infraestructuras físicas, la sustancialidad puesto que se trata de un universo que se construye destruyéndose y se destruye construyéndose.

Si en la Ilustración el hombre empezó a hacerse problema de sí mismo y se definió como un ser situado entre Dios y la naturaleza, tras la muerte de Dios a podido definirse, según dijimos ya, como “un ser intermedio entre un átomo y una estrella”.

Insistimos. Si todavía el humanismo renacentista buscaba que todos sus elementos hicieran convergir la confianza del ser humano y su creatividad en el mismo mediante el avance científico y tecnológico, en la realidad de los hechos lo que nace es el estado – nación, antecedente de la fractura de toda esperanza en tanto que el hombre, con su conciencia, pensamiento y cultura pasará a volverse un extraño respecto a lo que le hizo surgir de la nada y que no deja de sentir como algo muy personal e íntimo desde su condición todavía cristiana.

iii

Su función de sombra

 

Lucem demonstrat umbra

(La sombra demuestra la existencia de la luz)

Divisa del cuadrante de la Catedral de York

 

Si en todo tiempo pasado se vivió y se proclamó un mensaje de salvación plagado de genios, hadas, espíritus, dioses y, finalmente, del Dios modo monoteísta para concluir con el Padre revelado por el cristianismo, el anti-humanismo, que emerge de él, al volverse parricida no puede menos que aceptar su trágica condición de portador de muerte desde su nacimiento y condenado a disolverse hasta el infinito en polvo y escombros, porque sin Dios ya no puede haber esperanza de resurrección, sino la aceptación de que la nada del sepulcro seguirá por los siglos de los siglos, de modo que privado de todo lo que le daba soporte, el ser humano ya sin centro, fundamento, absoluto, parece condenado a vagar como el universo, rodeado de noche y penetrado por la nada.

Con todo, estos elementos, que sin duda marcan por doquiera nuestra época, no son el anti-humanismo en sí mismo; tampoco lo es el cambio radical de la conducta o la modificación de la escala de valores; ni la actual falta de certidumbres ni el cambio de imagen del hombre, ni el decretar la muerte de Dios ni la nueva actitud frente a la naturaleza; ni el descubrimiento de que el universo y el hombre se construyen destruyéndose y se destruyen construyéndose por efecto de la segunda ley de la termodinámica, que afirma la entropía; ni la nueva definición del hombre, ni la aparición de la desesperanza, constituyen de por sí elementos de anti-humanismo.

Sin embargo, la pérdida de confianza en el ser humano, las consecuencias de la convicción en la muerte de Dios y el nihilismo al que se pretende reducir al hombre, son fundamento indiscutible de la aparición de las diferentes formas de anti-humanismo de nuestros días.

Porque de hecho, existen diferentes formas de anti-humanismo teórico o práctico, o mejor dicho, teórico y práctico, según que se nieguen los principios del humanismo teóricamente o que simplemente se actúe en contra del ser humano según el aforismo de Dostoievsky, “Si Dios no existe todo está permitido” al modo que ya lo intuyo uno de los gestores de la modernidad desde la filosofía política, Thomas Hobbes: “Homo, homini lupus” (el hombre es todo lobo para el hombre). Todo queda permitido, someter a los hombres, esclavizarlos, alienarlos, porque lo que importa es mantener la lógica del poder: ´que el pez grande se coma al pez chico’.

 

Teóricamente, en la perspectiva psicológica se pueden considerar elementos de anti-humanismo en el conductismo, por su afirmación del determinismo de la conducta humana, con que de hecho niega la libertad de la persona. La antropología contenida en esta postura, reduce toda la realidad humana al actuar; pero un actuar, según la fórmula estímulo-respuesta. El hombre es como cualquier animal y toda su conducta se explica desde esta simplificación: todo lo que piensa, todo lo que siente, todo lo que realiza, todo, absolutamente todo es una simple respuesta a algún estímulo, consciente o inconsciente.

El hombre necesita aprender, pero según el conductismo, todo aprendizaje no es más que un cambio de conducta logrado a través de estímulos naturales y no naturales, es decir, de estímulos condicionantes por medio de los cuales el hombre logra realizar las operaciones aprendidas como la dactilografía, el manejo de un auto, la utilización de una computadora, la digitalización del pianista, o incluso, la solución de problemas matemáticos. Todo es cuestión de ejercitarse para desarrollar la habilidad deseada mediante el aprender la respuesta que se debe dar al estímulo presentado.

Al considerar al hombre programable, se tiene el fundamento para su manipulación, bien sea mediante un programa de educación, bien sea mediante el miedo infundido a través del poder policiaco o militar, base de toda dictadura.

Desde la perspectiva sociológica se encuentran elementos de anti-humanismo en la propuesta marxista que considera al ser humano como un número del conglomerado social, y no como persona. Puede interpretarse también en este sentido el principio formulado por Karl Marx: “No es la conciencia del hombre la que determina a la sociedad, sino la sociedad la que determina a la conciencia del hombre”. De esta manera se considera a la persona como totalmente sometida al imperio de la sociedad, o mejor, al imperio de la clase dominante, la cual formula su ideología, su orden jurídico; establece sus leyes, determina su ética, impone su religión, la impone a toda la sociedad y la convierte en ideología, orden jurídico, ética y religión de toda sociedad. Porque la política, la cultura y el orden jurídico son solamente superestructuras que están por encima de la estructuras económica, misma que constituye la base de la sociedad y en función de la cual los ricos se alían con quienes detenta el poder político para constituir la clase dominante que determina a la sociedad entera.

Otra forma de anti-humanismo es el biológico, consistente en considerar al hombre como resultado de las fuerzas ciegas de la naturaleza.

 

Cuando el cosmos se torna extraño, misterioso, gélido en sus espacios, ardiente y explosivo en sus astros, terrorífico en sus agujeros negros que beben su propia luz, asistimos a la resurrección de una naturaleza orgánica compleja, matricial y placentaria que, envuelve al hombre a la vez que está en su interior. Esta naturaleza había sido expulsada de la ciencia como fantasía romántica para dar paso a los terrenos medios, organismos, genes; solo permanecía como “natural” la cruel selección que elimina al débil en beneficio del fuerte […] El antiguo cosmos asignaba al hombre su puesto en el todo y daba un sentido a su vida. El nuevo cosmos, no solo retira a Dios su gobierno y al hombre su elección, sino que aporta, ante todo, una incertidumbre fundamental sobre el mundo y sobre el hombre.[5]

 

En la actual concepción del universo, afirma el autor de la cita anterior, Edgar Morin, se han retirado a Dios el gobierno y al hombre la elección, pero no solo, sino que también

 

[…] se produce el hundimiento de toda esperanza de legitimar al universo mediante la lógica humana, así como de legitimar lógicamente al hombre por supuesto, o su misión en el universo.

Ni siquiera podemos pensar que el hombre sea un animal absurdo en un universo racional: más bien podríamos pensar que, aunque la racionalidad humana se haya mostrado capaz de descifrar y de elucidar enigmas aparentemente herméticos del universo, este universo permanece absurdo, puesto que está privado de causa, de sentido y de finalidad. El hombre no puede ya fundarse sobre el universo y el universo no puede ya fundarse sobre el hombre. Sin embargo, no son absolutamente extraños el uno al otro, y uno y otro llevan en sí una mezcla de racionalidad y de irracionalidad.[6]

 

iv

De cómo desde dentro el anti-humanismo renuncia a la razón

 

Aquí estamos ya fundamentando la irracionalidad. No solo en el mundo material del cosmos, cuyo comportamiento se descubre ahora caótico y basado en la sola explicación de las uniones aleatorias y no en la racionalidad de leyes determinantes, sino también en el mismo corazón del mundo humano, quien junto a homo sapiens realiza también a homo demens y, por tanto, la irracionalidad.

Porque, de hecho, en el momento presente constatamos que la irracionalidad es el fundamento de anti-humanismo.

En efecto, para no ir más allá del último siglo xx baste mencionar innumerables revoluciones y dos guerras mundiales con todos los horrores que causaron entre los seres humanos. ¿Quién puede negar la irracionalidad que se vivió tanto en la experiencia de las dictaduras fascistas y del periodo nazi como en la vivencia de la Segunda Guerra Mundial?

 

El mundo parecía entregado a la locura, el cosmos desprovisto de sentido, la vida radicalmente absurda, centrada en la nada; el universo vacío de Dios […] El desorden inaudito en el que habíamos sido sumergidos con la apología de la mentira y del ‘doble juego´ del asesinato y del pillaje, la desmoralización profunda engendrada por la violencia.[7]

 

Desde 1945 la más grande irracionalidad aterró a la humanidad entera: la capitulación del Japón vino tras la aniquilación de Hiroshima y Nagasaki. El anti-humanismo recibió desde ese hecho su más clara manifestación.

En efecto, se calcula que, a causa de ese arsenal, cada uno de los seres humanos que vivimos actualmente en la tierra, va seguido permanentemente por un vehículo minado invisible, cargado con tres toneladas de dinamita, listos para explotar. Para matar a uno inevitablemente basta un quilogramo, los otros 2 mil 999 son totalmente inútiles.

Ya de por sí, la capacidad destructora de este arsenal constituye una presencia irracional y totalmente anti-humana pero aún sin explotar, su sola fabricación es en sí una práctica anti-humana, ya que ella ha costado tanto y se ha preferido invertir en ello a pesar de que una buena parte de la humanidad viva en una insoportable e inhumana miseria.

Esta actitud irracional no solo se vive entre los países poseedores de ojivas nucleares, sino en todos los países por el afán permanente de los países en el mundial proceso armamentista, al grado de que ya en 1990 se gastaban cada minuto 18 millones de dólares en armamento militar.

La desnutrición de dos tercios de la humanidad, ¿No es resultado del anti-humanismo, si cada hora mueren 1,500 niños de hambre o de enfermedades causadas por el hambre?

Y ¿por qué no mencionar las purgas estalinistas del experimento fallido del intento socialista; el largo periodo de guerra fría; la subsistencia del tercer mundo en el que abunda la pobreza extrema y a la que se le quita toda esperanza de desarrollo a causa de una impagable deuda externa; el desarrollo descomunal de la población urbana con cinturones de miseria y con la irracionalidad de hacer que una familia de cinco miembros tenga que sobrevivir en una vivienda de 50 metros cuadrados; la discriminación por diferentes conceptos: sexuales, étnicos, raciales, religiosos; la pérdida de valores éticos aunada a las corrupciones políticas o económicas en diferentes países y en las grandes corporaciones; el tráfico de drogas; el incremento de la criminalidad con asesinatos, secuestros y robos a gran escala, las violaciones constantes al estado de derecho, el despilfarro de recursos naturales, la expansión de grupos de terrorismo extremista.

Todos estos hechos ¿Quién puede decir que son resultado de la racionalidad? Y, si son irracionales, ¿No son, por ese solo hecho, anti-humanos?

En la apertura de este siglo xxi encontramos que todo el avance histórico del progreso de las civilizaciones y de las técnicas se ha realizado por un esfuerzo del hombre para obtener una perspectiva ante la naturaleza, para independizarse de ella y para dominarla poco a poco.

Pero ¿Qué hemos encontrado? El rompimiento del equilibrio en la naturaleza, los ecosistemas buscando su armonía, la desaparición para siempre de una especie de animales o plantas cada día, a causa de la contaminación del aire, el agua, la tierra y la destrucción cada año de una superficie de bosque tropical, equivalente a tres cuartas partes del territorio de Corea por el descuido y la voracidad del más peligroso de los animales que habitan el planeta: los hombres que se deshumanizan.

El siglo xxi ha iniciado con signos contradictorios, por un lado se habla de globalización, de mundialización, de aldea global. El avance de la telemática ha echado por tierra las fronteras de los países, ha conectado a todos los pueblos de la tierra, ha permitido vincular a cualquier individuo con cualquier otro individuo, independientemente de su ubicación en la geografía, a través de Internet pero, por otro lado, nunca como ahora se hace énfasis en las diversidades. Y sin embargo, es urgente comprender cuan solidarios, en virtud de la evolución de la supuesta civilización y del desarrollo de las técnicas, se han vuelto los hombres: solidarios como los engranajes de un reloj de manera que la suerte de cada uno depende de todos los demás.

Hemos de entender que esta solidaridad resulta urgente contra toda forma de anti-humanismo. Más allá de los sueños de pequeñas dichas egoístas que persiguen los hombres, la solidaridad contra toda forma de anti-humanismo debe constituir más que la derrota definitiva de toda la especie, la victoria frente al único enemigo que valga la pena todos los heroísmos: la muerte del ser humano.

 

v

¿A dónde vamos? ¿Es que caemos sin cesar?

 

¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia un lado,

erramos en todas direcciones?

F. Nietzsche. La gaya ciencia

 

Desde los hechos del más que trágico atentado del 11 de septiembre del 2001 se naturaliza el entre las formas anti-humanistas el terrorismo. El acontecimiento de las Torres Gemelas de Nueva York provocó toda suerte de interpretaciones,  una de ellas se presentó como una lucha entre la civilización y la barbarie, representada la primera por la ciudad de los Rascacielos y la segunda por la Afganistán y su estado confesional musulmán.

A la postre, el suceso ha servido de cuña para que el país que más depende en su economía de la fabricación de armas de destrucción masiva enfoque sus baterías militares a una guerra contra un país que cuenta con depósitos de hidrocarburos grandísimo, Iraq, de modo que para responder a una agresión se justifican cientos de ellas, opción bélica en la que morirán miles de seres humanos, soldados o civiles.

Se justifica la guerra apelando a argumentos tan especiosos como el de defender la democracia, sistema político de la libertad, contra la dictadura, negación de la misma. Se mata a nombre de la dignidad del ser humano como antaño se hizo tantas veces por Dios.

La violencia aplicada a los seres humanos ha llegado ahora a poseer carta de ciudadanía en nuestra civilización, pues a pesar de que todos los estados condenaron en nombre de la dignidad humana el atentado de Nueva York, la ‘muerte de Dios’ hace posible, por lo visto, que ahora todo le esté permitido al hombre, así sea proclamar que el Dios de uno es el diablo del otro, por lo que habrán de contender hasta que uno muera a manos del otro o compartir para siempre ese destino. En esta situación desaparece la perspectiva del bien y del mal y todo se hace posible, hasta aceptar el suicidio como desenlace.

De este modo se puede decir que hoy nos encontramos ante una bifurcación en el camino:

O bien, los hombres extrapolan las actitudes que adoptaron desde hace algunos siglos y siguen actuando como si la única finalidad de los diversos grupos, etnias, iglesias, naciones, fuera su propia perpetuación de modo que cada sociedad se cierre en sí misma, inquieta, obsesionada por el peligro que representan las otras y en guardia para repeler cualquier forma de agresión merced a la inversión de lo mejor de sus recursos materiales, intelectuales y humanos con tal de estar listo para la defensa.

Y como cada uno encuentra que alcanzar su fin justifica los medios que use, en los países ricos la acumulación de esos temores desemboca en sobre-armamento y en los pobres (o en ‘vías de desarrollo’) quedar a merced de las migajas de la sobreproducción de armas que se van haciendo obsoletas donde se les fabricó, alentando situaciones de desorden sistemático donde la legalidad y el estado de derecho se van enjutando.

Un panorama así no se separa de consecuencia a plazo más o menos próximo que hasta podría generar un conflicto que cause la ruina de nuestra especie y de muchas otras arrojándolas al abismo de la nada de la muerte para proclamar así el triunfo del anti-humanismo;

O bien, los hombres aceptan mirar ante la realidad de hoy. Comprueban que sus suertes están unidas: que cuando doblan las campanas, en algún lugar sobre la tierra, en Jerusalén o Santiago, el tañido nos concierne a cada uno de nosotros, donde quiera que esté; que la violencia se ha tornado asesina a la vez para aquel que es víctima, como suicida para el que recurre a ella. Entonces admiten que también deben instaurarse nuevos métodos para resolver los inevitables conflictos.

 

vi

¿Cómo hacer para que la historia humana se oriente hasta esta segunda vía?

 

·      Primero. Acelerando la toma de conciencia de la realidad.

Estamos tentados a refugiarnos en las satisfacciones que nos procuran nuestras actividades estrechamente locales: el matemático agrega un término a su ecuación, el químico perfecciona un nuevo producto, el historiador precisa la fecha de un acontecimiento y no prestan atención al suelo que se hunde debajo de ellos, mientras trabajan o sueñan con el avance de los anti-humanismos.

Allí radica sin duda la gran responsabilidad de los clérigos de hoy, si no quieren traicionar su misión: hacer escuchar el grito que despertará a sus contemporáneos; luego, inducir a una adhesión general por una definición del hombre.

En tanto que se pueda despreciar a los hombres y abandonarlos a mediocres destinos por el color de su piel, la forma de su nariz o del nivel de su cociente intelectual, la suerte de todos es la que estará en peligro.

Independientemente de todas las opiniones, de todas las creencias, de todas las opciones, tiene que ser posible desprender en enfoque común de los hombres sobre sí mismos.

·      Segundo. Hacer acopio de tanta admiración como angustia.

Se trata de dos sentimientos que deberían pesar hoy en nuestro estado de ánimo, en nuestras emociones: admiración frente al hombre, frente a cualquier hombre; angustia ante un destino que nadie habrá querido, pero que cada uno no habrá combatido lo suficiente, a causa de los anti-humanismos.

Dos palabras claves: admiración, angustia; pero también una tercera: urgencia.

Para concluir quiero prestar mi voz al poeta francés Alain Bosquet (1919-1998) para exclamar, en la versión de Dolores Dorantes, su impresionante poema La vida es clandestina (1945)

 

No te suicides, Señor, sucede que aparece una orquídea entre las ruinas; no te suicides, Señor, sucede que renace el arroyo en el cráter de una bomba;

No te suicides, Señor, el cielo puso escarcha en su rostro acuchillado, el océano curó su herida con un vendaje de coral.

Escucha, Señor, tu universo que fue infantil como cartílago, míralo arrepentido de su primer impulso, de su mayor desobediencia; los cometas continúan su viaje, como berlinas, tras un alto en la encrucijada de dos terrores;

El azul en lo alto es más profundo por haber sido sólo un poco rapaz; la aurora en lo alto es ahora más bella porque estuvo a punto de no regresar nunca.

No todo ha cambiado por completo, Señor:

Considera esa aldea, ¡Cuántas cascadas brotarán de su estanques, cuántos álamos de sus ortigas!

No todo ha sufrido por completo, Señor:

Ya brota el trigo en la órbita de los que murieron de hambre, ya las niñas saltan la cuerda bajo la sombra de los decapitados.

No todo es completamente trágico, Señor:

Porque existe la ruta sin fin, donde hasta el mismo exilio es olvidado,

Porque existen en el mismo viento los suspiros y el júbilo,

Porque existe todo lo que grita el inmenso placer de estar vivo.



[1] Cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de Guadalajara y los perfeccionó en Roma en tiempos de la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano ii. Como miembro del presbiterio de Guadalajara, fue formador del Seminario Conciliar. Con dispensa de la Santa Sede contrajo matrimonio. Su participación en la vida pública le llevó a ser Oficial Mayor de Cultura del Ayuntamiento tapatío y Director de Arte y Cultura del de Zapopan. Entre sus textos publicados se cuentan estos capítulos de libros: “Universidad de Guadalajara y sociedad de Jalisco”, “Educación superior y subdesarrollo latinoamericano”, “Sistema económico y educación en países capitalistas dependientes”.

[2] Este Boletín agradece a la maestra Evelia Hernández Bermejo las facilidades que dio para rescatar íntegramente estos textos y a la familia de don Jesús Kleemann su beneplácito para divulgarlos.

[3] Libro i, No. 125

[4] Gen.4,9.

[5]  Edgar Morin, “La Relación Antropo-Bio-Cósmica”, Revista de Servicio Social, Vol 1, Nº 1, (mayo - noviembre) 1998. Instituto para el Estudio del Pensamiento Complejo, Francia.

[6] Ibídem

[7] Regis Jolivet, Las doctrinas existencialistas, Madrid, Gredos, 1953, p. 33.



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