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Dios no es el rival del hombre,

sino el garante de su libertad y

la fuente de su felicidad

José de Jesús Kleemann Godínez[1]

 

 

Con el propósito de honrar la memoria y el legado de humanismo

que dejó a Jalisco el recién fallecido don José de Jesús Kleemann,

se publica el segundo de los tres textos salidos de su pluma y

dados a la luz pública entre los años del 2001 y el 2005,

a impulsos del Instituto Cultural José Ignacio Dávila Garibi,

de la Cámara de Comercio de Guadalajara.[2]

 

 

El mundo agoniza. Agonía tan penetrante y opresiva que nos sentimos movidos a señalar las formas en que se muestra para poner de manifiesto lo hondo de nuestra zozobra denuncia el Parlamento de las Religiones del Mundo.

La paz nos da la espalda. El planeta está siendo destruido. Los vecinos viven el temor mutuo. Hombres y mujeres se distancian entre sí. Los niños mueren.

Todo ello es terrible.

Condenamos la miseria, que estrangula las posibilidades de vida; el hambre que debilita los cuerpos de los seres humanos; las desigualdades económicas, que a tantas familias amenazan con la ruina.

Condenamos el desorden social de las naciones; el desprecio de la injusticia, que empuja a ciudadanos hacia la marginación; la anarquía, que gana posiciones en nuestras comunidades; y la absurda muerte de niños mediante la violencia. Condenamos especialmente la agresión, el odio en nombre de la religión.[3]

Declaración de una Ética Mundial

 

Introducción

 

Esta denuncia se pronunció en 1993 y desde entonces un mundo que cambia tan aceleradamente a causa del desarrollo de la tecnología parece no cambiar en las realidades denunciadas hace ya algunos lustros por el Parlamento de las Religiones del Mundo.

La paz continúa dándole la espalda a la humanidad y se recrudece con la violencia del terrorismo; nuestra lucha contra la naturaleza no cambia para nada la perspectiva de la destrucción del planeta por el desequilibrio ecológico; paradójicamente, la humanidad se vincula en un movimiento de globalización que supera fronteras, que elimina distancias pero que no produce acercamiento entre hombres y mujeres, a no ser mediante el Internet, pero que siguen existiendo las distancias producidas por las discriminaciones, los odios raciales, los fanatismos religiosos, políticos y deportivos. La prepotencia del hombre sobre la mujer, el abandono de los ancianos, el avance de la drogadicción entre niños y jóvenes, la violencia intra-familiar, los abusos sexuales, los secuestros con fines de lucro.

Todas estas situaciones, que se pueden calificar de terribles ¿qué relación tienen con nuestra cultura del siglo xxi? ¿Son estos hechos y situaciones las que causan la cultura actual o es más bien la cultura la que produce estos hechos? ¿Cuáles son los elementos constitutivos de esta cultura del hombre de hoy? Si hemos pasado del cosmocentrismo heredado de los griegos y sistematizado en la escolástica al antropocentrismo de la Edad Moderna, a partir sobre todo, del humanismo ¿Qué elementos hemos de rescatar para entender la cultura del siglo xxi y su relación con los hechos que vivimos y sufrimos?

Desde luego que para no perdernos en particularidades tenemos que dirigir la atención a las tres grandes universalidades: Dios, el hombre y el mundo.

Si entendemos la cultura como el conjunto de significaciones y valores que tiene un grupo humano, ¿qué significado se les da al hombre, a Dios y al mundo en este momento cultural? ¿Qué valor se les atribuye? La cuestión se plantea desde lo que se ha denominado paradigma cultural: constelación de creencias, convicciones, valoraciones, actitudes que determinan las prácticas de la vida cotidiana.

Se entiende que en la actualidad no hay unificación entre todos los hombres, como tal vez se dicen otras épocas de la humanidad, en que todos participaban de la misma cosmovisión y por tanto contaban con el mismo paradigma.

La característica de este momento es lo que conocemos como pluralismo: hay quienes siguen fieles a la cultura tradicional, que remonta sus orígenes a la fuente judeocristiana, y quienes vienen evolucionando y se dicen no vivir en el pasado sino ser hombres de su tiempo, hombres modernos o post-modernos. En otras palabras, se trata de dos paradigmas, más conocido nos es todavía el tradicional; menos explorado el paradigma de este siglo, fruto de las presentes reflexiones. Este paradigma post-moderno ¿qué significación les dan a las tres universalidades el hombre, el mundo y Dios? ¿Qué valor les atribuye?

 

***

Ciertamente, lo que ahora propone este paradigma postmoderno tuvo su origen en la superación de los conflictos medievales que culminaron en los siglos xvi y xvii con la aparición de la modernidad. En lo social, se alcanzó la formación de una clase media en los burgos. En lo político el ideal de unidad Europea se hizo caduco. En lo económico la realidad feudal basada en la agricultura y la posesión de grandes extensiones territoriales cedió el paso a la industria y al comercio a grandes distancias. En lo ideológico se permeó la influencia del humanismo renacentista y con él, el ideal de renovación. En lo religioso se vivió la separación entre los cristianos a causa de la Reforma protestante. En resumen se dio un desajuste en los sistemas consolidados en la Edad Media y se abrieron nuevas posibilidades humanas.

Así, después de una larga tradición cristiana, la cultura medieval generalizada se disolvió de manera irreversible para quienes fueron abandonando el paradigma de la tradición. Con la Ilustración como punto culminante se produjo en Occidente una mutación –la más decisiva crisis de la conciencia– que cambió la entera configuración del mundo, porque ya en el Renacimiento –pero sobre todo en la Ilustración– se replantean de raíz todas las cuestiones fundamentales y abre el campo al dominio de la ciencia moderna y de los ámbitos de la historia y la sociedad.

 

1.    El Hombre

 

Superado el cosmocentrismo antiguo y el teocentrismo medieval, la cultura moderna se centró en el ser humano. La orientación de la modernidad fue antropocéntrica. Pero el suyo fue un antropocentrismo marcado por la subjetividad. El subjetivismo pasó a ser la exigencia suprema de las sociedades occidentales.

Como resultado de la defensa de la libertad de cada persona en el paradigma cultural que analizamos, se reclama y se exige respeto a la definición que cada quien hace de sus convicciones, de sus acciones de modo que teoría y práctica se remiten a la decisión de cada sujeto. Cada individuo se erige como criterio de verdad y de bondad, de modo que ahora cada quien decide cuál será su verdad reproduciendo el antiguo postulado acuñado en la Grecia clásica por los sofistas según el cual cada quien tiene su verdad, porque siendo el hombre “la medida de todas las cosas” cada quien puede hacer valer sobre el de los demás su punto de vista.

Y bien, puesto que cada uno decide lo que está bien y lo que está mal, el subjetivismo termina siendo una fuente de permisividad inagotable. Puesto que yo decido lo que es bueno y lo que es malo, puedo hacer lo que yo quiera, solo tengo que actuar de manera que no sea contrario a la ley, y si hago algo contrario a la ley lo importante es que yo no sea atrapado, denunciado o que de alguna manera esté garantizada mi inmunidad. Ahora, nadie tiene derecho a llamar a alguien ladrón si no lo ha sentenciado un juez, aunque con la evidencia de los hechos sea manifiesto sea responsable de un robo o de un fraude.

La modernidad ha sometido a proceso la objetividad y la ha condenado. La reacción contra el realismo medieval hizo valer como un derecho la subjetividad, tendiendo a absolutizarla, anulando de ese modo todos los derechos del objeto.

Es necesario remitirnos al padre de la filosofía moderna, René Descartes (1596-1650), para encontrar uno de los aspectos esenciales del paradigma cultural del siglo xxi: la búsqueda y el encuentro de la subjetividad. Ya antes de él, Martín Lutero (1483-1546) sentó las bases del subjetivismo cuando estableció la potestad de cada lector para interpretar, sin necesidad de recurrir a ninguna autoridad, lo contenido en la Biblia; denominó ‘libre examen’ dicho postulado y estableció el fundamento de convertir a cada persona en un intérprete genuino de la Revelación, con lo cual redujo la dimensión teológica a la categoría de asunto eminentemente personal puesto que cada quien puede tener criterio para interpretación a su modo la Palabra de Dios.

Repasando las tesis de Descartes a fin de ahondar en sus ideas fundamentales –en especial a su propuesta metodológica y su aspecto moral y religioso con el cual pondera las exigencias del orden científico y precisa su cabal sentido de la búsqueda de la fundamentación intelectual de todo saber y de la vida del hombre en su totalidad–, uno descubre la semilla que da el elemento fundamental de la cultura hoy.

Porque Descartes, con el ‘Cogito ergo sum’ (Pienso luego existo), propone una nueva actitud, la de aprender de nuevo a ver el mundo, de modo que por vez primera en la historia del pensamiento se apunta la exigencia espiritual de una expresión que inusitadamente afinca la existencia de un yo en la base de la reflexión, estableciendo que en última instancia la Filosofía es un asunto eminentemente personal, como antes que él Lutero lo hizo con la dimensión religiosa.

De este modo, si para los filósofos griegos antes y después de Aristóteles y Platón la Filosofía era una contemplación reflexiva sobre el cosmos y si para los pensadores de la Edad media una contemplación sobre la trascendencia cristiana, para Descartes será una contemplación sobre la conciencia; un Yo que se distingue de todo lo demás, desocultamiento del ser subjetivo: “Estoy seguro de que soy una cosa que piensa”.

El “ser una cosa que piensa” transformado en cultura actualmente se ha convertido en “ser una cosa que decide acerca de la verdad de lo que se piensa”, y una cosa que al pensar decide pero que al decidir establece lo que es bueno y lo que es malo, lo que es ético y lo que no lo es. Ya no hay verdades objetivas ni moralidad objetiva, ni valores en las cosas, todo es conforme lo decida cada sujeto.

Este es el primer elemento sobre el que necesitamos reflexionar para entender el paradigma cultural que se ofrece en este siglo.

 

2.    El mundo

 

Abordemos ahora el segundo elemento. Se refiere a la significación y valor que se atribuye al mundo. Dado que nuestro paradigma es antropocéntrico, el mundo pasa a ser el soporte o terreno para la exploración, cuestionamiento y desarrollo humanos de la ciencia y la tecnología.

De ese modo, el mundo actual termina por convertirse en un acelerado desarrollo científico y tecnológico al grado que la tecnología resulta ser el tercer ambiente en que se desarrolla la vida del ser humano sobre la tierra. Primero fue el ambiente natural, luego el ambiente social, ahora lo es el ambiente tecnológico. Nadie ya se le puede sustraer.

Tras el subjetivismo antropocéntrico, la objetividad reclamó su importancia y la encontró en el rigor científico.

Y, sin duda, lo más manifiesto es que estamos en una era en la que dominan los avances de la ciencia y la tecnología, una era, según se dice, que pasa de la industrialización a la digitalización. La cultura científica y tecnológica ocupa ahora un lugar privilegiado en la construcción de modelos al proceso de desarrollo y avance de la humanidad y en pos suyo avanza con tal de dirigir su futuro a la construcción de su propio mundo, dentro de las significaciones y valores que dominan este siglo.

Y si la tecnología ocupa en el mundo de hoy el rango de exponente principal de la actualidad de un pueblo y de una persona, el empeño en el desarrollo de los pueblos implica forzosamente contar con una estructura productiva que incluye tecnologías renovadas cada día en todos los órdenes de la vida privada y pública, individual, colectiva y social.

La tecnología omnipresente en las actividades humanas productivas, se vuelve indispensable en la práctica para la solución de todos los problemas que plantea la vida y la realización del hombre sobre la tierra, al grado que no hay ámbito del quehacer del hombre que no haya desarrollado ya aspectos tecnológicos.

Actualmente hay tecnologías metalúrgicas, energéticas, petrolíferas, petrolquímicas; hay tecnologías para el manejo de materiales plásticos; para la elaboración de textiles artificiales y sintéticos; para la fabricación del vidrio, del cemento, del papel, de las artes gráficas, de la electrónica, de las telecomunicaciones, de los transportes, de la informática. También, tecnologías quirúrgicas cada vez más evolucionadas y sorprendentes; tecnologías para la administración; para la distribución de productos y para comercializarlos; tecnologías para legislar, para ejercer la autoridad, para hacer la guerra, para la diplomacia así como para el arte culinario, la fabricación del vestido, del calzado, de adornos para la persona, de cosméticos. Todo lo que el hombre necesita –así se le presenta– para desarrollar su vida y garantizar su desarrollo integral tiene forzosamente una referencia a la tecnología.

Toda la vida pragmática, no sólo en el orden de la satisfacción de necesidades básicas, sino también en el orden de las necesidades psicológicas y espirituales del individuo, de la comunidad y de la sociedad, requiere de tecnologías. Las ciencias físicas, las químicas, las biológicas, las matemáticas, las filosóficas, los saberes hermenéuticos, todos, absolutamente todos los conocimientos dependen de tecnologías para su adquisición, conservación y transmisión. Todo lo que el hombre hace para sobrevivir, moverse, para pensar, gozar, hacer y convivir, reclama de tecnologías.

En síntesis, la tecnología es omnipresente en la vida actual del ser humano y por ello se ha convertido en el tercer ambiente en el que se desarrolla la vida humana. En la actualidad. ¿Puede el hombre sustraerse al ambiente tecnológico? Se puede decir que ello resulta imposible, así como lo es sustraerse al ambiente natural o vivir fuera de la sociedad.

Quien intente vivir al margen del ambiente social se convertirá en un anacoreta o retrocederá hacia el salvajismo y su vida será menos que humana. Ya Karl Marx criticó la situación ficticia del imaginario Robinson Crusoe, criatura literaria de Daniel Defoe (1719), náufrago y único sobreviviente de la tripulación de su nave, obligado a vivir al margen de toda comunidad humana, pero dependiente de ella en tanto se sigue valiendo del instrumental que pudo rescatar del desastre: un reloj, herramientas, vestidos, todo lo que salvó y llevó consigo a la isla lo produjo la sociedad de su tiempo, con lo que el narrador acredita que vivir al margen del ambiente social puede ser una ficción pero no una realidad.

En el momento en que nacemos y somos acogidos en una familia ella se encarga de transmitirnos las formas de vida a las que hemos llegado y que socialmente iremos haciendo nuestras como legado de una tradición de aportaciones de los individuos a la sociedad en las diferentes épocas de la historia humana.

Como parte de la naturaleza, no podemos vivir sin agua, aire o tierra, sus elementos fundamentales para sostenernos aquí. Somos parte suya y de ella dependemos, interactuamos con ella y de ahí surge lo que le añadimos a modo de aplicación de los resultados de las tecnologías con las que modifica uno al mundo natural.

Aviones que surcan el espacio de la atmósfera, barcos y buques que navegan en aguas de todos los mares, ferrocarriles que atraviesan las llanuras de los continentes y penetran en túneles en las profundidades de los montes; hilos de alambre que testifican las comunicaciones telefónicas y telegráficas de poste a poste, sobrevivientes en muchos rincones de la tierra, vías de ferrocarril y carreteras que modifican el paisaje natural, presas que almacenan el agua formando nuevos lagos, fisonomía de la tierra que ha sido modificada por el hombre mediante el aprovechamiento de tecnologías, satélites y artificios que inspeccionan el cosmos hasta donde es posible.

Las tecnologías han permitido dotar a las máquinas de capacidades con las que la naturaleza dotó a los animales superiores. Las máquinas pueden ver. Existen ojos electrónicos con capacidades de registro de imágenes con el simple pasar rápido frente a ellos. Todo mundo los conoce en los supermercados, son los lectores de códigos de barras. Existen instrumentos que permiten ampliar las realidades del micro-mundo para poder ser observadas y analizadas por el hombre. Igualmente se han construido telescopios para estudiar el universo, prismas que permiten observar el espectro de un haz de luz como técnica que propicia la exploración espectroscópica de los astros.

La capacidad de oír se ha amplificado en micrófonos que captan a grandes distancias las más débiles vibraciones sonoras, o que capturan los sonidos con una fidelidad total. Su capacidad es muy superior a la habilidad del oído humano. Existen radio-telescopios que tratan de capturar ecos y sonidos de las profundidades del universo en todas direcciones, que hacen posible lo que es imposible al oído humano. Se han producido sensores de humo y otros artefactos que emulan el olfato de los animales y logran advertir de peligros para la vida, incendios, por ejemplo. Igualmente se han diseñado equipos para medir dureza, rugosidad, tersuras, cualidades que percibimos con el sentido del tacto.

En síntesis, tenemos que decir que como producto del desarrollo de la tecnología el hombre ha logrado acercarse al mundo de mejor manera ampliando artificialmente sus capacidades de percepción.

Quien vive inmerso en el ambiente tecnológico de la modernidad, no puede menos que constatar que todos los avances en su conjunto constituyen lo que en la modernidad se llamó progreso, concepto que como veremos, es cuestionado en la actualidad.

En primer lugar porque por progreso deberíamos entender algo que ha hecho crecer a la humanidad hacia su perfeccionamiento, pero como constata Edgar Morin: “Las amenazas más graves que enfrenta la humanidad están ligadas al progreso ciego e incontrolado del conocimiento”.[4] Armas termonucleares, manipulaciones genéticas de todo orden, desarreglos ecológicos, son productos del progreso ciego e incontrolado del conocimiento.

Morín habla de conocimiento en general sin precisar, pero sin lugar a dudas, en él hay que incluir el conocimiento práctico y por tanto, tecnológico. ¿Cómo poder hablar de armas termonucleares si no supiéramos cómo se fabrican, cómo se almacenan, cómo se transportan y cómo se hace uso de ellas? Y todos estos ‘cómos’ se vinculan con tecnologías específicas. Por tanto la referencia es que la tecnología no solo representa avance y progreso en beneficio de la humanidad, sino que también es base de “Las amenazas más graves que enfrenta la humanidad”.

Porque el progreso ciego e incontrolado producido por el paradigma cultural de la modernidad, en su dimensión tecnológica se califica como ligado a las amenazas más graves que enfrenta la humanidad, se recurre a buscar una modificación en la reorientación del proceso tecnológico, por lo menos en lo que se refiere a las consecuencias que la tecnología conlleva para el hombre y la naturaleza.

Así, han aparecido nuevos conceptos a partir de la situación actual que vive la humanidad. Por ejemplo, se habla de sustentabilidad o del nuevo paradigma sostenibilista. Ello, porque en la actualidad se ha ampliado la percepción de que la ciencia y la tecnología han propiciado modelos de desarrollo de la vida humana sobre la tierra con fuertes limitaciones que hace prever la agravación de los problemas de la subsistencia del hombre sobre el planeta si no orientamos la ciencia y la tecnología en el sentido de la sustentabilidad.

En otros términos, urge que los seres humanos, más allá de las fronteras de los países, repiensen las tecnologías actuales y propongan tecnologías que hagan posible la sustentabilidad, que permitan un futuro promisorio. O sea, un cambio en el paradigma cultural tecnológico prevaleciente hasta este momento.

Es necesario considerar que resulta de primera importancia conocer mejor los impactos pasados, o sea la historia, los impactos presentes y los impactos futuros de este paradigma de la cultura tecnológica sobre la naturaleza y sobre la sociedad y por tanto, sobre el desarrollo en el contexto de un mundo globalizado y con una civilización en crisis.

De ahí se desprende que el nuevo paradigma de sostenibilidad o sustentabilidad, implique el estudio de la existencia de límites a los actuales modelos de desarrollo de la vida humana sobre la tierra, la reflexión sobre el papel y los impactos de la ciencia y la tecnología en la sociedad que los crea y adopta en el mundo en que vivimos. Igualmente, urgen análisis claros en el marco de la globalización respecto a las posibles y diversas políticas tecnológicas y las perspectivas de futuro.

Una de las consecuencias de las primitivas necesidades básicas de alimento y refugio a lo largo del tiempo ha sido sofisticar el camino ascendente y el papel fundamental por el que ahora discurren, cada vez con más intensidad, la ciencia y la tecnología.

Esa dinámica nos coloca ahora ante el dilema de plantearnos la cuestión de la sostenibilidad ambiental y social antes de que nuestra civilización sucumba a las muchas consecuencias derivadas de un paradigma cultural cuyos valores no son ya humanos sino tecno-económicos, de eficacia, eficiencia, productividad y competitividad, es decir, sólo y nada más lo relacionado con la satisfacción de las necesidades temporales del hombre.

Ahora bien, si la cultura tecnológica define la era presente, la ciencia que se origina de la observación de la naturaleza a partir de una metodología que rechaza todo lo abstracto, pasa a ser el ariete ideal para transformar el mundo por y para el hombre en tanto que aprovecha el conocimiento de la estructura y el modo de funcionar de las realidades concretas de este mundo en lugar de paralizarse en especulaciones huecas.

Pero este epílogo abre un abismo ¿cuál es el significado y el valor del mundo? El mundo no tiene significado.

En efecto, a solas consigo mismo, el mundo termina siendo el absurdo resultado de un acaso fortuito. Y si ni el hombre da significado al mundo, ni el mundo da significado al hombre, a lo más el mundo se reduce a ser un objeto de investigación –cantera– para que pueda ser transformado en función a facilitar hasta lo indecible la comodidad en grado superlativo a quienes tengan y pueden hacer acopio y uso de más y más tecnologías.

 

3.    Dios

 

Si el rango que en su tiempo tuvo la teología, del dato revelado y su cumbre, el orden divino, no figuran ya en el horizonte de los intelectuales en Occidente, bien podemos atribuir tal cosa al paso que dio esta cultura al tiempo de ensanchar sus fronteras a todo, a partir del siglo Ilustrado, incluyendo al secularismo y a su evolución natural.

El resultado variopinto de la hazaña nos tiene flotando en un piélago de ismos… La nuestra es, a decir de algunos, es la cultura de la era atómica, de los cibernautas, de la ingeniería genética, de los trasplantes de órganos, de las posibles clonaciones; es la era digital, de la informática, de los teléfonos celulares, del Inter-net, pero también del nihilismo como destino humano –la frase es de Cianni Vattimo–. La cultura del siglo xxi es post-moderna o post-histórica. Lo uno y lo otro porque, se aduce,

 

…una de las visiones más difundidas y atendibles de la modernidad fue la que se caracterizó efectivamente como ‘Época de la historia’ frente a la mentalidad antigua y medieval que estuvieron dominadas por una visión naturalista y cíclica del mundo. Tras la modernidad la época es post-histórica.

Es únicamente la modernidad la que, desarrollando y elaborando en términos puramente terrenales y seculares la herencia judeocristiana (la idea de historia como historia de la salvación, articulada en creación, pecado, redención, espera del juicio final) confiere dimensión real a la historia y da significado determinante a nuestra colocación en el curso de la historia.[5]

 

Pero también es post-moderna porque ya no se puede aceptar lo que más específicamente caracterizó la modernidad: la idea de progreso y el concepto de superación. La post-modernidad no es la continuación de la modernidad ni un estadio diferente de la historia misma, es la disolución de lo nuevo.

En efecto, el desarrollo imparable de la técnica a costa de la ética fue preparado y acompañado por la ‘secularización’ de la misma noción de progreso, que primero convirtió la historia de la salvación en la búsqueda de una cualidad intra-terrena de perfección hasta suplantarla fácilmente, luego, por la historia del progreso o interpretación horizontal (lo contrario a la cíclica del mundo antiguo) del mundo, de modo que la idea de progreso, secularizada o ya sin su “hacia donde” terminó varada en donde ahora la vemos, en el abismo de su propia disolución, pues convertido en rutina, el progreso, que deja de ser algo nuevo y se transforma a lo más en combustible para mover los pistones de la sociedad del consumo a una velocidad cada día mayor, en pos de una renovación que se explica desde sí misma y convierte en fin lo que originalmente sólo era un medio.

Asegurada la supervivencia pura y simple de la modernidad tardía bajo este esquema de vértigo, sus defensores la suben al pedestal de la existencia concreta diferente, pues alcanzada la cima la corona suya vendrá a ser la instauración de condiciones de inmovilidad efectivas.

De este modo y empujada por tal fuerza gravitatoria, a la intensificación de la capacidad humana para disponer y planificar técnicamente de la naturaleza no le queda más remedio que continuar haciendo eso al punto de que su vigencia nace ya con fecha de caducidad y tienda a degradarse empujada por los nuevos resultados y a ponerse achacosa desde el momento en que deja de ser menos “nueva”.

Leído de forma lisa, Nietzsche presenta ‘la muerte de Dios’ como resumen todo el proceso del nihilismo, pues vendría a ser la “desvalorización de los valores supremos”. Para Heidegger el nihilismo consiste en reducir el ser a valor, pero a valor de cambio (mercancía, todo se vende, incluso el hombre mismo). Quitado el valor supremo por excelencia, Dios, el concepto de valor queda liberado en sus vertiginosas potencialidades: “Solo allí donde no está la instancia final y bloqueadora del valor supremo Dios, los valores se pueden desplegar en su verdadera naturaleza, que consiste en su posibilidad de convertirse y transformarse por ahora de indefinidos procesos”.

Si Dios ha muerto, Dios ya no existe, afirma Sartre. Si Dios no existe los valores no están fijados de antemano, hay que inventarlos. ¿Quién será el inventor? “Puesto que yo he eliminado a Dios Padre, alguien ha de haber que fije los valores. Pero al ser nosotros quienes fijamos los valores, esto quiere decir llanamente que la vida no tiene sentido a priori.” Y, añade Sartre, “no tiene sentido que hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague o que llegue a acaudillar pueblos, viene a ser lo mismo. El hombre es una pasión inútil y el niño es un ser vomitado al mundo, la libertad es una condena”.

Sin Dios, el hombre tiene que abandonar el espíritu paciente y adquirir el espíritu libre. Para ello se deben seguir tres pasos: pasar del estado de camello al de león para culminar en la figura del niño. El camello es un animal de carga, todo lo soporta, incluso aquello que el hombre no carga. Este espíritu ingresa en un momento de cansancio cuando el hombre se escucha a sí mismo, realiza una reflexión sobre su destino y se avergüenza de sí mismo. De esta manera camina hacia la conquista de la libertad. El león tiene la característica de conquistar su libertad, atrapando a su presa y así ser dueño de su propio destino. El hombre que tenga este espíritu buscará eliminar a su último señor y Dios, al “Tú debes”, a la recta moral inculcada. De aquí nace el “yo quiero”. Superar este peso milenario –la tradición de tradiciones–, no será faena fácil porque la tradición es una actitud superior a la que se obedece, no porque manda lo útil, sino porque manda. El niño, desde su inocencia / capricho, exige aquella ilusión que siente. Todo hombre debe tener este espíritu para poder crear su propia voluntad. Así todo hombre transmundano debe superarse a sí mismo. Se debe dar apertura a una nueva voluntad que nace del yo, un yo que se identifica con la voluntad de poder al superar todas las aspiraciones del débil, del esclavo, del sumiso. Apertura a “un yo que crea, que quiere, que valora y que es la medida y el valor de las cosas”.

Así se llega a fundamentar con mayor claridad el subjetivismo, que elimina el “Tú debes”, la recta moral inculcada y la reemplaza con el espíritu del niño que desde su inocencia exige satisfacción inmediata a la ilusión que siente –el espíritu de crear su propia voluntad–, con lo que se supera el hombre a sí mismo, porque al identificarse con la voluntad de poder supera todas las aspiraciones del esclavo y se abre a “un yo que crea, que quiere, que valora y que es la medida y el valor de las cosas”.

Pero, ¿Qué significación tiene para la humanidad este paradigma cultural sin Dios?

La ciencia moderna a diferencia de la ciencia antigua procede a observar la realidad sin abstracciones y especulaciones, con el propósito no ya de solo contemplar la verdad, sino de transformar el mundo. Ha encontrado el potencial de la razón con el que se vale para interrogar a la naturaleza y extraerle sus secretos. Maravillarse con esta potencialidad de la razón humana y elevar la razón al nivel de reveladora que elimina la revelación de Dios, dio más confianza que la que en el pasado se obtenía teniendo ante sí lo dicho o revelado por Dios, esto es, lo inescrutable, el misterio insondable y no verificable por la ciencia.

La Ilustración, que se ufanó de abandonar el oscurantismo de la Edad Media, determinó de manera tajante elegir entre la fe y la ciencia. Entre ellas el hombre elige su opción.

De tal fuente brota el espíritu secular, de tal licor se hidrata el corazón de la cultura del siglo xxi. “La época actual, además de muchas luces, también presenta algunas sombras, especialmente ‘la indiferencia religiosa’ y ‘la atmósfera de secularismo y relativismo ético’, escribió al respecto Juan Pablo ii.[6]

¿En qué consiste esto que el apenas mencionado Papa llamó ‘atmósfera de secularismo’? La secularidad se presenta no ya como ausencia de elementos sagrados, sino como ofrecimiento casi comercial de religiones sin lo sagrado o con un concepto de lo sagrado hecho a la medida del ser humano y por eso irreal.

Si la mentalidad desacralizante de las postrimerías del siglo xix y los primeros años de andadura del xx buscó despertar las conciencias anestesiadas por la cultura cristiana, ahora nos encontramos con una fuerte tendencia no solo a anestesiarlas, sino a narcotizarlas con la droga de las nuevas espiritualidades que no cuestionan el comportamiento personal, ni las actitudes ante el bien y la verdad. Así, la secularización se echa en el rostro la máscara de una forma pseudo-religiosa con coloraciones emotivas y configuraciones valorales de un nuevo ser sagrado, comercializado y domesticado por el hombre para su propio entretenimiento siempre y cuando sea capaz de seducirle al menos un momento.

El impacto de la televisión –ya superado con creces– y el de la realidad virtual que mayor conmoción provoca consiste ahora en promover a niveles masivos una ideología secular, de modo que si el secularismo es la ideología que “domina desde hace tres siglos el pensamiento y la vida de Occidente”, su meta más apetecible seguirá siendo separar a Dios de la vida pública y alentar “la sistemática eliminación de cuánto hay de cristiano” todavía en ella.

Este deseo de sofocar la voz de Dios tiene también el propósito de que se oiga solamente la voz del hombre –que no tiene nada que ofrecer que no sea terreno–, y ello podemos atribuirlo a la ideología secularista que prevalece –si es que no domina absolutamente– entre lo que ha sido llamado la “elite de los medios”. En el libro de este título que compuso el sociólogo Robert Lichter, concluyó que

 

la elite de los medios es un grupo homogéneo y cosmopolita que fue educado con alguna distancia de las tradiciones culturales y sociales de […] la América promedio. La mayoría se ha separado de cualquier tradición o herencia religiosa. El modo de pensar predominante de este grupo es igualmente aparente… Es políticamente liberal y alienado de las formas e instituciones tradicionales.

La elite de los medios y la industria del entretenimiento manipulan sistemáticamente las emociones humanas para su propio provecho ideológico y económico. ¿Cómo? Mientras en un momento evocan nuestra simpatía por las víctimas sufrientes de un terremoto, en otro explotan el sexo y la violencia para la completa denigración de la persona humana. Finalmente, la publicidad mediática –sangre financiera de la industria televisiva–, promueve ad nauseam, poderosa e implacablemente, el consumismo más craso entre las personas de todas las edades y las clases sociales.

Se llega así, casi sin darse cuenta, a un nuevo secularismo, que no consiste ya en eliminar la idea de Dios y de las instituciones religiosas tanto como en presentar un nuevo dios, hecho a la medida del hombre y de sus necesidades y tan cómodo de llevar encima como es un Smartphone.

El secularismo de la sociedad actual se presenta a modo de silencioso, acomodaticio, tolerante, menos colectivo y más individualista, oculto bajo nuevos credos alternativos y fulgurantes que se venden con más espectacularidad, ofreciendo unos contenidos más fugaces, unas esperanzas más cercanas y una salvación más terrena.

Unido al secularismo, se ofrece en la actualidad un marcado relativismo heredado de la cultura en la que se desarrolla. Nada es absoluto, ni siquiera la verdad. Ahora se ofrecen múltiples propuestas de felicidad con argumentos muy atractivos, con múltiples promesas de una vida mejor, de superación personal, pero sin referencia a la verdad de sus contenidos. Es más, para un hombre de hoy, hablar de verdad resulta casi de mal gusto. Parece una pretensión aventurada suponer que alguien pueda hablar de una verdad que sirva para todos. Más bien se prefiere hablar de “tu verdad”, de “mi verdad”, como lo hemos ya señalado. Esto sucede porque la cultura, al irse penetrando progresivamente por el sentido típicamente postmoderno, admite que la única verdad absoluta es la inexistencia de la verdad absoluta o, en caso de que ésta existiese, de su inaccesibilidad a la razón humana y por lo tanto irrelevante a ella.

Así, en el mundo secularizado el relativismo religioso se presenta como forma de sincretismo, un sincretismo que presume de espontaneidad y renuncia a los aspectos más visibles de las religiones para convertirse en pura interioridad. La religión ahora se construye rechazando la experiencia autónoma, de absoluta intimidad. Las religiones aparecen como iguales, subjetivas. “Todo hoy se ha convertido en subjetivo, todo tiene un valor de referencia al sujeto. Para mí es verdadero, para mí no es verdadero”. ¿Hay una justicia y una verdad válida para todos? No. Son válidas en relación al sujeto, a sus gustos, a sus elecciones. Esta es la subjetividad. Ya no existe la verdad, sino cien verdades para cien cabezas. Es fácil comprender que este clima termina más o menos por convertirse en religioso, según los gustos personales o subjetivos. El sujeto actual es artífice de su destino, es salvador de sí mismo y siendo protagonista de su propia existencia, no tiene ni obedece a ninguna autoridad distinta a la de su propia conciencia.

A este hombre, inundado de subjetividad, la actualidad le propone una provocante –algunas veces hilarante– producción de espiritualidad industrial, una oferta capaz de proveer a su sustento espiritual a través de la personalización de la experiencia divina. Así, acudiendo al supermercado de las creencias y apropiándose de aquellas que han sido propuestas a su medida, el individuo puede prepararse su propia dieta espiritual. En ese contexto, el mundo de lo mágico adquiere una especial importancia, convertido en un producto que por su atractivo morboso o porque refuerza la idea de independencia, de poder personal se vende bien.

En nuestra cultura, la duda, la instalación existencial en la perplejidad y el rechazo de todo dogma aparecen como las actitudes más racionales, respetuosas y tolerantes con las opiniones de los demás. Al contrario del cristianismo, en el que hay una continua referencia al valor de la persona humana y una profunda convicción que hacer del cristiano el más tolerante porque no sólo tolera al prójimo sino que lo ama tal y como es, aunque luego pueda dialogar con él sobre la verdad o falsedad de sus ideas, la tolerancia relativista impone al ser humano la indiferencia al otro, al excluido, al que vive en las periferias existenciales.

El secularismo en la cultura actual se presenta como una nebulosa místico-esotérica. La meditación trascendental, por ejemplo, tiene millones de simpatizantes, como simple relax interior. Se aprecia un cambio en la búsqueda espiritual; se pasa de una espiritualidad comunitaria de la búsqueda de Dios a una espiritualidad de y para el ego. Son innumerables en la cultura actual los sitios de internet que prometen alcanzar abisales estados de quietud del espíritu y de autocontrol, delineando senderos escondidos a través de los cuales se puede entrar en contacto con lo más profundo de la propia alma –no con Dios, que usualmente no aparece ni su sombra– o se ofrecen instrucciones precisas para reordenar una disonante armonía interior.

En algunos casos, el individuo puede abrir su alma a espíritus-guía, chamanes virtualmente existentes, organizaciones especializadas en hacerle reencontrar la paz perdida o en restablecer su equilibrio interior. También podrá acceder a mezclas de música y movimiento que le llevarán al éxtasis revitalizante.

Desde este punto de vista se está a la búsqueda de un gimnasio (véase si no el auge de los Gym, que como las setas, surgen de la nada por todas partes) en el que se reciben supuestas y extraordinarias lecciones de sabiduría, enseñanzas en las que los alumnos conseguirán grados altísimos de dominio personal. Se trata de un cómodo camino hacia el Absoluto, con el que se logra fácilmente un contacto rápido y directo, sin molestas normas morales ni aburridos ritos y ejercicios de piedad. Un Absoluto –llamémosle así–, que no recibe alabanza ni adoración, sino que simplemente se le nombra alguna vez, sin darle mayor importancia; es un dios domesticado, que no molesta.

En este mercado no le importa ya las interpelaciones incómodas de la verdad, sino el aliño de una apariencia agradable y la satisfacción de sus clientes.

La tecnología, lo sagrado y el mercado se funden así en un armónico equilibrio sin disonancias dogmáticas, hecho a la medida del hombre y la mujer de hoy. Se favorece así el sincretismo a cuyo culto se inmola la verdad y la fe. Se potencia el egoísmo creando seres religiosos autónomos – ¿autómatas?– capaces de auto gestionar su propia religión mezclando los elementos más convenientes –no más convincentes–, que encuentran a lo largo de su nomadismo religioso. El resultado es una perturbación de lo sagrado que aparece adaptado a la subjetividad. El prototipo de este caminante contagiado de relativismo ambiental no reconocer un Creador al que pertenece, sino que se considera propiedad de sí mismo, con total capacidad de decisión sobre cualquier materia. Puede elegir entre esoterismo, parapsicología, astrología, ocultismo, cartomancia, medicina alternativa, y muchas otras posibilidades, según sus propios gustos, sin el peso de autoridades que le indiquen ningún criterio.

Así, poco a poco, se llega a una divinización del individuo que acaba prescindiendo de Dios, o mejor dicho, de un Dios objetivo. Por ello, rompiendo los viejos límites que obligaban al ser humano a obedecer a un único Dios, surgen nuevas divinidades acomodaticias, complacientes, generosas, redentoras; se multiplican las posibilidades de elección sin importar realmente si esos dioses existen o no. Ahora, los nuevos dioses no son de barro ni de oro, son más cómodos de adorar, menos molestos, y siempre listos a atender nuestros gustos.

Porque entre las principales características del paradigma cultural actual está la defensa de la libertad. Y es cierto, la libertad es la esencia misma del hombre actual. En el mundo actual se puede hacer casi todo lo que se quiera, prácticamente sin leyes, sin ningún compromiso. En un mundo sin trabas y sin normas el culto se tributa al concepto de libertad nacido en los albores de la última modernidad, donde esta palabra ha asumido características místicas.

En nuestras sociedades, la libertad es concebida frecuentemente de manera anárquica o, simplemente, anti institucional, convirtiéndose así en un ídolo. Pero la libertad humana sólo puede ser, en todo momento, la libertad de la justa relación recíproca, la libertad en la justicia; de lo contrario, se convierte en mentira y lleva a la esclavitud. La libertad humana es mucho más que una simple ausencia de trabas que degenera en rebeldía y desacato a toda autoridad. Es un compromiso por construir y construirse, una capacidad de decisión para determinar el propio comportamiento y tender siempre a lo mejor.

El hombre quiere realizarse plenamente. Se ha equivocado al creer que podía a ello rechazando a Dios. Una visión secularista del mundo lo ha mutilado, encerrándolo en su inmanencia. A este respecto no olvidemos lo que con toda razón afirmó Gabriel Marcel:

 

Sin el misterio la vida resulta irrespirable. La cultura secularista ha alterado las relaciones sociales imponiéndoles la pretensión de organizar la sociedad con una racionalidad puramente tecnológica, la primacía del hedonismo individualista y la marginación de la dimensión religiosa de la cultura, han minado los cimientos mismos de la civilización.[7]

 

Conclusión

 

Podemos concluir que en este momento el paradigma cultural que se propone como más actual y que debe encontrarse fuera de los valores propuestos por la tradición judeocristiana representa lo trágico que ahora tiene la condición humana y que podemos describirla con palabras de Agnes Courteuil, un personaje de Gabriel Marcel, cuando lanza el grito a su hermana:

 

Yo, estoy dentro de mi vida, ¿comprendes?, entregada a mi vida, aprisionada por mi vida, y me ahogo […]. No se trata de lo que veo y de lo que no veo. Existir, quizá no es más que llevar una carga tan pesada que, en ciertos momentos ya no sé, es más que un grito hacia adentro, que nos desgarra […] Me miras aterrada y sé todo lo que estás pensando […] piensas que tantas mujeres en mi situación […] Pero ¿qué quiere decir eso: en mi situación? Nadie puede ponerse en situación de nadie. Esta es una verdad terrible, que se parece a la muerte.[8]

 

El hombre de hoy, el que se dice posmoderno, pos-histórico, subjetivista, secularizado, está dentro de su vida. Nadie puede ponerse en situación de nadie. El hombre tiene que aceptar su situación y si decide jugársela sin Dios termina desgarrado por dentro, encaminándose no a algo parecido a la muerte sino a la muerte misma de su propio nihilismo.

Si prefiere jugársela con Dios al modo como nos lo reveló Jesucristo, creemos, encontrará que Él es el único que posee el secreto de lo que es el hombre y de su trascender la muerte.



[1] Cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de Guadalajara y los perfeccionó en Roma en tiempos de la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano ii. Como miembro del presbiterio de Guadalajara, fue formador del Seminario Conciliar. Con dispensa de la Santa Sede contrajo matrimonio. Su participación en la vida pública le llevó a ser Oficial Mayor de Cultura del Ayuntamiento tapatío y Director de Arte y Cultura del de Zapopan. Entre sus textos publicados se cuentan estos capítulos de libros: “Universidad de Guadalajara y sociedad de Jalisco”, “Educación superior y subdesarrollo latinoamericano”, “Sistema económico y educación en países capitalistas dependientes”.

[2] Este Boletín agradece a la maestra Evelia Hernández Bermejo las facilidades que dio para rescatar íntegramente estos textos y a la familia de don Jesús Kleemann su beneplácito para divulgarlos. El original lo fechó su autor en junio del 2005 y para su publicación en este impreso se le hicieron mínimos ajustes editoriales, sin tocar o mutilar sus contenidos.

[3] ‘Parlamento de las Religiones del Mundo’. Cf. Hans Küng, Proyecto de una Ética mundial (2006)

[4] Morín, Edgar, Introducción al pensamiento complejo, Gedisa, Barcelona 2001

[5] Vattimo C., El fin de la modernidad, Gedisa, España 1997, p. 11.

[6] Al respecto, véase: Mensaje con ocasión de la Jornada de las Comunicaciones sociales (24.1.2001), Proclamar desde los terrados: el Evangelio en la era de la comunicación global.

[7] Juan Pablo ii, Proclamar desde los terrados.

[8] Cf. Croissez et Multipliez (Creced y Multiplicaos) de G. Marcel.



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