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Prisciliano Sánchez ¿Un héroe desamparado?

Jesús Rodríguez Gurrola [1]

 

Se condensa aquí un libro de lectura imprescindible

al tiempo que están por cumplirse 200 años del nacimiento del Estado de Jalisco.

Versa sobre la vida y la obra de un hijo del Seminario de Guadalajara

que se formó en sus aulas durante los episcopados de Fray Antonio Alcalde y

don Juan Cruz Ruiz de Cabañas, que es como decir la transición de los siglos xviii y xix,

en una época de cambio más que en un cambio de época,

coyuntura en la que él participó hasta convertirse,

en el otoño de su trunca vida, en artífice de lo que hoy es el Estado de Jalisco.[2]

 

 

 

·      Se ha dado a la estampa…

 

Y circula, desde el año 2018, salido de las prensas de Amate Editorial, el texto Prisciliano Sánchez. Padre fundador del Estado de Jalisco y del Federalismo Mexicano, de Marco Antonio Cuevas Contreras, abogado jalisciense oriundo de Zapotlán el Grande, una obra de 698 páginas en las que se analizan y retoman todas las fases de la rica personalidad y el pensamiento de Prisciliano Sánchez, personaje clave para el reconocimiento institucional del Estado de Jalisco y del Federalismo Mexicano, así como también la existencia de diversas vetas de información en las que se podrán encontrar datos esclarecedores de las dudas derivadas de los múltiples hechos en los que esto tuvo lugar.

En su trabajo, el autor se echó a cuestas la fatigosa tarea de rescatar del más injusto de los abandonos impresos y documentos relacionados con la pluma y pensamiento del Primer Gobernador de Jalisco, hasta hoy encriptados en archivos, libros de actas y de registro de instituciones cuyos repositorios sólo son accesibles a los investigadores, como es el caso de los protocolos de los escribanos, los asientos de partidas parroquiales, los archivos eclesiásticos y hasta los privados o particulares de próceres nacionales y extranjeros, amén de folletines, periódicos, impresos anónimos, y boletines oficiales o de cenáculos clericales.

Mediante este arduo trabajo, el escritor ha logrado un estudio objetivo y crítico de la acción política e intelectual de uno de los hombres más significativos de la evolución histórica del Estado de Jalisco. De esta suerte, el autor ha podido remontar su estudio hasta el nacimiento de Prisciliano en Ahuacatlán, población en la que comienza su caminar por una vía poblada de azarosas circunstancias que sólo pudo vencer por la tenacidad y firmeza de su carácter, todo lo cual irán desgranando los párrafos siguientes.

***

Memoria justi cum laudibus

(La memoria del justo será bendecida).

 

Con tal epígrafe, un proverbio bíblico, Marco Antonio Cuevas Contreras inicia un discurso para justificar ampliamente la exigencia que le impuso a su investigación a partir del itinerario cronológico de un varón cuyas raíces familiares ofrecen de por sí “al menos algunas pistas” para “darnos una idea somera de su educación, idiosincrasia y valores éticos” del biografiado y, en este mismo tenor, la razón para exponer el contexto sociocultural de los que dimanan esos valores formativos de educación y circunstancias que modelaron la personalidad de Prisciliano Sánchez.

 

El Ahuacatlán, donde vio sus primeros días, de finales del siglo xviii destacaba como el centro político, religioso comercial de su región […] era sede de la subdelegación del partido, contaba con casas reales y cárcel pública […] En el aspecto religioso poseía una iglesia con curato y un antiguo convento franciscano.[3]

 

Tenía escasos seis años (1789) cuando se quedó sin padres naturales, tragedia que le inserta a la edad más tierna en una fuerte lucha por sobrevivir, la herramienta que le servirá de método al largo y tozudo empeño gracias al cual pudo alcanzar la formación cultural y profesional más alta pero que tuvo un origen tan elemental como lo fueron el aprendizaje y dominio de las primeras letras –al que le indujo, hay qué decirlo, un entorno familiar proclive a ello–, el ámbito abierto a la cultura del cenobio que ya mencionamos y, finalmente, el Colegio Tridentino de Señor San José en Guadalajara y aun el claustro de la Real Universidad de ese nombre.

Guadalajara, a la zaga de las huellas de otras capitales de la Nueva España y del mundo occidental servía de hogar al remolino de cambios y alteraciones del medio social y político causado por las astillas acumuladas de injusticias, desigualdades lacerantes y miseria social y moral que asaeteaban a los súbditos de una jurisdicción civil controlada por armazones jurídicas incluso de vanguardia –las del regalismo, alentado por las reformas borbónicas–, pero también manoseadas por conjuras palaciegas, tiempos de decadencia para la dinastía reinante y el ascenso, con Napoleón Bonaparte como caudillo, de la hegemonía francesa, cuyas acciones, arguyendo ser ariete del antiguo régimen, servirán de cuña al impulso grandísimo que gracias al Corso alcanzará el imperio británico a cambio de hundir a España.

 

La Guadalajara que Prisciliano conoció era una ciudad de 35 mil habitantes, cuyas calles, anchas y bien orientadas, carecían en su mayor parte de empedrados y aun de aceras. La plaza principal, rodeada de corpulentos fresnos […] Las numerosas plazuelas cubiertas de zacate y las calles escuetas imprimían a la ciudad un aire melancólico, que revelaba el poco movimiento que en ella había […] La clase rica vivía en grande aislamiento porque sólo se trataba con sus iguales; imitaba las costumbres españolas y era muy ignorante y altiva […] La clase media, mucho más numerosa, no tenía abiertas las puertas para entrar a la administración ni para ascender en la escala social […] No había periódicos […] Resultado de esa ignorancia era el fanatismo que dominaba en todas las clases sociales […][4]

 

Guadalajara, sin embargo, era el referente cultural del occidente novohispano; su vecindario gustaba de su carácter independiente y de su vocación al trabajo, de su adhesión a la fe católica sin renunciar a ser un caldero en ebullición y hasta un crisol para las ideas que más punzaban entonces a los intelectuales europeos en su cruzada en contra del antiguo régimen y sus instituciones y estamentos caducos.

Aunado a ello, una muy pequeña muestra de formas de vida en la Guadalajara de hace 200 años, el autor hace hincapié en “el atraso político y la disgregación social en que vivían los tapatíos de aquella época”. Gracias a (o a pesar de) un orden jurídico estamental y absolutista, los tapatíos de entonces albergaban la certeza moral de vivir en la ciudad que mejores oportunidades ofrecía para quienes buscaban el progreso en el occidente novohispano; esto lo sabía el joven Prisciliano, quien al abandonar el convento de San Francisco insistió en permanecer en Guadalajara, en busca de alguna oportunidad que le permitiera iniciar una carrera formal.

Y ciertamente, la oportunidad que buscaba le aguardaba en el Seminario Tridentino de Señor San José.[5] El gobierno continental del trono español en su última fase, a juicio de nuestro autor, no ofrecía grandes oportunidades para que los no nacidos en la península ibérica, los así denominados criollos, expresión más cargada a lo genético que a otra cosa pero que nos sirve para entender cómo las familias de entonces eran proclives a inducir a los niños a la profesión eclesiástica, que tenía un destino jerárquico evidente, pues de los seminarios y colegios se alimentaba la estructura de la inmensa diócesis tapatía. En esta secuencia de la primera fase de instrucción lograda por Prisciliano Sánchez, el autor muestra el posible origen de su amplia cultura y erudición, pues al contacto con los textos de los clásicos griegos y latinos en el ámbito de los franciscanos y en el Seminario Tridentino habría de adquirir de Cicerón su habilidad oratoria para elaborar o improvisar sus discursos y redactar sus obras. De Aristóteles, con el estudio principalmente de su Ética nicomaquea, forjaría su pensamiento moral y los conocimientos de la lógica. Prisciliano se nutrió también del pensamiento de los más connotados autores de la ilustración francesa: Voltaire, Rousseau Montesquieu, y sobre todo, como lo menciona el autor, tuvo Prisciliano un profundo acercamiento con las ideas del suizo Emmerich von Vattel, de quien recibió sus conocimientos relativos a diversos asuntos, entre ellos los cultos religiosos y la libertad de conciencia.

 

Sus recomendaciones políticas, influidas por el pensamiento de Burlamaqui, Leibnitz, Grocio y Wolf, se orientaban a mantener a las naciones libres, independientes, soberanas, prósperas y seguras […] Su obra estaba en consejos prácticos, apoyados en hechos históricos que ilustraban la forma más conveniente de organizar y construir una nación […] Así por ejemplo, en lo relativo a la religión, Vattel pugnaba por un credo y una iglesia que estuviera bajo la tutela del estado, sin la interposición de Roma; recomendaba el establecimiento de una religión de estado […] Sin embargo admitía la tolerancia de cultos y la libertad de conciencia. Vattel sugería una enérgica reforma religiosa para paliar los efectos del clero corrompido […]

Podemos asegurar que VonVattel fue el ideólogo consentido de Prisciliano Sánchez en muchas materias, pero más aún en las relacionadas con la iglesia, ya que gran parte del ideario “priscilianista” tiene origen en las recomendaciones de este gran escritor que siempre estará latente en el fondo de sus obras.[6]

 

Igualmente, la aparición de la obra De l’Esprit, del autor Claude Adrien Helvetius, había causado un tremendo alboroto entre la intelectualidad francesa y quizá también en el medio cultural de Nueva España, por lo que según el autor, don Prisciliano también habría sido adepto de estas ideas:

 

Helvetius (París, 1715) predicaba una nueva moral completamente laica que preconizaba la separación de la iglesia del estado y la supremacía de este sobre aquella. Su libro De L’Esprit, más que un tratado filosófico, era una invitación a apartarse de la tutela de los reyes y los papas para concentrarse en el ejercicio de la probidad y la virtud en todos los renglones de la vida pública y privada.[7]

 

Su libro, como señala Cuevas Contreras, habría sido determinante en la formación intelectual de Sánchez, pues de alguna manera contribuye a rectificar los conceptos filosóficos que había adquirido a su paso por las diversas aulas en las que había abrevado el saber y parte de su erudición. De l’Esprit es sin duda uno de los libros más importantes de todos cuantos se hayan escrito durante el siglo xviii. Condensa y corrige todo el saber filosófico de la época de la Ilustración. Afirma el autor que Prisciliano Sánchez

 

también hizo suyos los postulados de la ética profana introducidas por las obras de Helvetius, circunstancia que le permitió adquirir el perfil humanista, moralizador y romántico que habrá de acompañarlo toda la vida.[8]

 

Cuevas Contreras nos lleva de la mano por este camino de estudio e instrucción académica para después ejemplificar en su obra el reflejo de esa cultura y esos conocimientos. Brevemente narra el paso de Prisciliano Sánchez por la Real Universidad de Guadalajara, en la que obtiene el grado de Bachiller en Filosofía y posteriormente en la Facultad de Jurisprudencia,  donde adquirió conocimientos teóricos en Derecho Civil y Canónico.

Con el tiempo, siguiendo el relato del autor,

 

Prisciliano […] lamentaba la forma en que se le habían impartido los estudios en la facultad de jurisprudencia de la Real Universidad […] todo el que desgraciadamente ha tenido que pasar por tal rutina (cuatro años de enseñanza teórica del derecho) debe de estar convencido que es un perdedero de tiempo, pues lo más que aprenden es infructuoso, y sólo para leer tanta fruslería no alcanzan los cuatro años.[9]

 

No obstante la opinión que guardaba de los procesos de enseñanza de los colegios y seminarios de su tiempo, la formación que adquirió en ellos le proporcionó las herramientas para pensar y una cultura que no habría adquirido en otro lugar en la Nueva España, de lo cual es prueba el hecho mismo de que su competencia en el plano político e intelectual le facilitara llegar a los niveles más altos en el México apenas emancipado.

Así lo reconoce Cuevas Contreras en su texto, y hace además mención de diversos momentos de la estancia de don Prisciliano en esas aulas que fueron determinantes en su ilustración, no sólo por el programa académico sino también por las relaciones que ahí cultivo con sus profesores y compañeros, como los hermanos Huerta, quienes desde sus cátedras, fueron mentores de muchos otros liberales que habrían de destacar en la lucha por la independencia nacional; sólo por mencionar algunos de los que se citan en el texto: Pedro Moreno, José María Mercado, Anastasio Bustamante, Juan Cayetano Gómez de Portugal, Valentín Gómez Farías, Melchor Múzquiz, y Francisco García Salinas.

El autor, por otra parte, no ha dejado en el olvido la Constitución de Cádiz, documento qué aunque abolido en 1814 por la ambivalencia absolutistas de Fernando vii, había dejado en los pensadores de la Nueva España una profunda huella que se traduciría tempranamente en lo esencial del articulado de la Constitución de Apatzingán, emitida por el Congreso de Chilpancingo en 1814.

La lucha por la independencia de México, sin embargo, estaba aún lejos de tener lugar, no obstante que los acontecimientos en la madre patria se adelantaran a las revoluciones libertarias de la Nueva España.

 

En 1820 triunfó en España una revolución liberal nacida en el seno de las logias masónicas, la cual hizo jurar de nuevo a Fernando vii la Constitución de Cádiz y puso fin al absolutismo con que se gobernaba el vasto imperio español […] Tras la renovada vigencia del texto gaditano, el clero mexicano pudo observar con asombro la sistemática aplicación de los decretos liberales que ordenaban la supresión de la inquisición, la abolición de algunos privilegios eclesiásticos y el inicio de un proceso de desamortización de los bienes pertenecientes a algunas corporaciones de la iglesia ibérica.[10]

 

En este ambiente de incertidumbre…

 

En el seno de los grupos sociales tanto de criollos como de peninsulares, se manifestaba un incremento en los niveles de protesta y consiguientemente un rechazo a las medidas de represión contra cualquier brote de insurgencia. En ese sentido el clero católico, menciona el autor, por ser este organismo a quien se culpaba de muchas de las desigualdades que se vivían en la Nueva España, también tomó parte en la lucha de sus intereses, al menos en Guadalajara.

Prisciliano Sánchez, en su Relación de lo ocurrido en Guadalajara el 11 de noviembre de 1810, narrará las incidencias durante esos días de conmoción social. Refiere:

 

Que ante los progresos de la insurrección, el Intendente Roque Abarca pretendió salvar los intereses de la metrópoli y velozmente instrumentó una serie de medidas para restar popularidad a Hidalgo. Promovió entre el vecindario que el cura de Dolores era un. . . bandido que con una gruesa cuadrilla de ladrones trataba de invadir las propiedades, sin más objeto que cebar su codicia.[11]

[…]

El Obispo Cabañas no se quedó atrás, y en defensa de los intereses clericales organizó una patrulla paramilitar que llamó “Regimiento de Cruzada”, en el que se obligó a participar a todos los miembros del clero, incluidos los colegiales de los seminarios, a quienes mandó adiestrar en la disciplina militar para que, en caso de necesidad, concurrieran a resistir la agresión insurgente. Al efecto, relata que por mañana y tarde se llamaba al regimiento con la campana mayor de catedral, se reunía en el obispado, y salía formado por las calles a dar un paseo; el clero iba montado, con sable en mano, precedido de un estandarte blanco con cruz encarnada y acaudillado por su obispo, que prodigaba bendiciones e indulgencias a sus cruzados.[12]

 

Las guerrillas en las sierras del sur, por otra parte, señala el autor, no habían sido de la contundencia necesaria para lograr la independencia. Morelos, Bravo, Victoria y Guerrero fueron vencidos por el ejército realista. En las páginas siguientes aparece en el escenario de la lucha independentista la figura de Agustín de Iturbide, a quien el autor describe como un individuo con grandes dotes de militar, desalmado, cruel, insaciable de sangre, pero hábil para utilizar su carisma y su facilidad para el convencimiento. Los partidarios de la corona y los enriquecidos mineros y terratenientes aprovecharon en su beneficio estas cualidades de Agustín de Iturbide para convertirlo en el adalid independentista que pudiera con su talento concluir la sangrienta revolución.

Según narra en su trabajo Cuevas Contreras, Iturbide llega así a obtener plena autoridad al mando el ejército realista; esta determinación complació a los hacendados, al clero y a los hombres del poder, pues la amenaza más grande que preveían con el triunfo de la revuelta era ver que los postulados liberales de la Constitución gaditana pudieran albergarse en los preceptos constitucionales de las colonias americanas, sobre todo en la Nueva España, y con ello desaparecería toda posibilidad de recobrar su hegemonía, por lo que urdieron un plan para proclamar la independencia nacional. Agustín de Iturbide habría de ser el instrumento ideal para lograr primero la pacificación en el territorio y, después, mediante un ingenioso proyecto llamado Plan de Iguala, proclamar la independencia de México.

 

Pese a sus vicios de origen, la fascinación que ofreció el Plan de Iguala fue irresistible hasta para los criollos, pues aquel proyecto político introducía la igualdad, y con ella la posibilidad real de reivindicar sus derechos en el contexto de una nueva nación […] Fue así como la revolución cerró su ciclo sin mayor efusión de sangre […] El 27 de septiembre de 1821 Iturbide hizo su entrada triunfal en la ciudad de México y fue entonces que la oligarquía mexicana pudo respirar con alivio.[13]

 

·      La coronación de Iturbide como emperador de México

 

A la que hace alusión en su obra Cuevas Contreras, abrió de nuevo los debates y discusiones, pues en el seno del Congreso se pedía la expedición de la convocatoria para integrar un nuevo cuerpo colegiado que respondiera a los propósitos independentistas de la población, ya que a falta de un ordenamiento surgido de los acuerdos entre los ejércitos beligerantes, la Constitución de Cádiz, que en esencia era totalmente liberal, seguía rigiendo en el país, por lo menos en teoría, y los representantes de ese colegio legislativo mantenían una tendencia hacia el avance de la causa realista y, con ello veían la reinstalación de sus privilegios, contra los cuales el pueblo de la Nueva España había luchado poco más de una década. Esto se describe profusamente en el texto de Cuevas Contreras, y hace una especie de paréntesis para describir la misión de Prisciliano Sánchez como legislador en el Congreso Constituyente, cuerpo colegiado en el que habría de demostrar sus grandes dotes oratorias y su diáfana concepción de los derechos fundamentales.

Compaginando el trabajo legislativo, cuya labor era por sí sola inacabable pues se trataba de instaurar un nuevo sistema de gobierno, Prisciliano Sánchez continuaba con la elaboración de su obra cumbre, que denominó El Pacto Federal de Anáhuac, una tarea que había concebido con antelación, quizá por largos años de desvelo; era una redacción a la vez emotiva y bien documentada, llena de propuestas tan novedosas que podía conmover al más neófito de los lectores en los temas del federalismo y del derecho constitucional. Por su impecable redacción y manejo fluido y correcto del idioma despertó el interés de muchos intelectuales y gente culta de todo el territorio mexicano, y con ello indujo al conocimiento y estudio del tema del federalismo, concepto poco divulgado en esa época en las tierras de este hemisferio.

En los anales y crónicas del federalismo mexicano es muy extensa la discusión entre los congresistas para redactar una nueva constitución, era preciso primero redactar un proyecto de ley para poder discutirlo y aprobarlo; para tal efecto, el Congreso Nacional, encomienda a una comisión que redacte El Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, la cual estaba integrada por Miguel Ramos Arizpe, Jesús Huerta y Prisciliano Sánchez, entre otros legisladores.

 

[Es] claro que la mayoría de los postulados del Proyecto del Acta Constitutiva […] no son obra exclusiva de Ramos Arizpe, aunque así se ha hecho conocer en los medios históricos, sino que son obra de todos los miembros de la Comisión de Constitución de aquel congreso, y de muchos otros federalistas que con anterioridad habían incurrido en el tema […] Jesús Reyes Heroles realizó un estudio comparativo entre lo recomendado por Prisciliano Sánchez en el Pacto federal de Anáhuac y lo estipulado en el proyecto del Acta Constitutiva de la Federación […] y las analogías que encontró son realmente sorprendentes.[14]

 

El Acta Constitutiva es el más fiel testimonio de la capacidad creativa de Prisciliano Sánchez, pues habría de dejar en ese documento su impronta como legislador al ser el eje principal de su redacción. El 31 de enero de 1824 el Congreso Nacional Constituyente habría de aprobarla.

 

El Acta Constitutiva de la Federación Mexicana no era otra cosa que el anticipo de las bases y los postulados del modelo de organización política que habría de contener la futura constitución federal, de manera que su aprobación y promulgación por parte de la soberanía nacional ratificaba solemnemente que la nación mexicana abrazaría la República Federal como forma de gobierno.[15]

 

Una vez establecidos los preceptos legales en que habría de constituirse la Nación Mexicana, el autor relata los debates suscitados en el seno del Congreso, y menciona algunas de las corrientes ideológicas que en esas discusiones se planteaban. Quedan al margen los desvelos de los congresistas, los trabajos que seguramente se llevaron a cabo en la redacción y discusión de las minutas. El autor, después de haber estudiado esos momentos trascendentales del Congreso Constituyente, hábilmente retoma la vida de Prisciliano Sánchez para instalarlo en la ciudad de Guadalajara.

De esta manera, don Prisciliano, al sentir que su misión en esa instancia había concluido, afirma el autor, acepta sin más el nuevo rumbo que el destino habría de marcarle. Y en esa nueva encomienda lo coloca ahora en Guadalajara, ciudad en gran ebullición debido a la nueva forma de gobierno que habría de instrumentarse. La tradición cultural de la población tapatía se ponía de manifiesto en los diversos escenarios sociales, lo mismo en la férula de la Iglesia como en el seno de las sociedades masónicas, cuyos planteamientos jurídicos permeaban al dominio del común de los habitantes; así, surgían por todos los rumbos de Guadalajara controversias legales que se hacían escuchar en los foros públicos y privados de la ciudad, y que se verían plasmados en pintas en las bardas y en pasquines en que se se defendían o bien se denostaban las ideas que surgían del seno de la legislatura estatal.

La Nueva Constitución se convertía así en un desafío para los partidarios del sistema federal propuesto, pues lo mismo para letrados como para legos, ese nuevo documento significaba por su novedad una esperanza para terminar con el desasosiego y la intranquilidad causada por años de vasallaje a que los tenía sometidos el antiguo régimen, pero también las clases poderosas veían con ese nuevo ordenamiento el inevitable fin a sus canonjías y prebendas, el fin a la impunidad de sus atracos y a toda suerte de privilegios.

 

Los partidarios del federalismo y sus opositores

 

Se encontraban atrapados en una contienda al parecer sin triunfador alguno. Cuevas Contreras así lo consigna en su obra. “Con el paso de los días, la beligerancia entre las potestades civil y religiosa desbordó los edificios públicos y los claustros. La aristocracia clerical calificaba públicamente como herejía la reforma intentada por el Congreso”. Y añade la siguiente cita:

 

los sacerdotes se niegan a decir misa o a confesar, pues todos ellos juraron jamás someterse a tal sacrilegio. De acuerdo con esta promesa, suspenden sus ritos y funciones y aun tratan de cortar toda comunicación con el mundo exterior, si preciso fuere, con el objeto de defender sus derechos y atraer al pueblo a su causa. Durante muchos días privó en la ciudad tremenda calma; ni anchas alas de sombrero ni peinadas cabelleras por las calles, ni regocijo alguno en los lugares públicos, a consecuencia de lo cual sentíase sensible melancolía sobre el orbe. Aterrado estaba el pueblo ante la indignación sacerdotal y temían no poco la venganza del cielo.[16]

 

Acerca de la participación de Prisciliano Sánchez en la redacción de la Constitución de Jalisco, Cuevas señala:

 

 en medio de un delicado clima político llegó el 18 de noviembre de1824, fecha en que se llevaría a cabo la ceremonia de promulgación de la constitución […] Concluido el acto el Congreso nombró una comisión presidida por Prisciliano [Sánchez] para que acudiera al palacio de gobierno a hacer entrega del documento al vicegobernador.

 

Prisciliano Sánchez había concluido con este acto una más de sus encomiendas, “no solamente había ideado gran parte de sus preceptos sino que el texto original del documento, refiere el autor, fue manuscrito de su puño y letra”.[17] La aristocracia clerical, que de ninguna forma había aceptado la validez de la Constitución ‘priscilianista’, se negaba a aceptar toda invitación o convocatoria al diálogo.

 

La mañana siguiente, en que estaba programada la ceremonia de juramento por parte de las corporaciones religiosas, fue una mañana de desolación, pues al acto no asistieron los canónigos del Cabildo eclesiástico, ni los catedráticos ni alumnos de la Real Universidad; también faltaron los preceptores y colegiales del Seminario Tridentino, del Colegio Clerical y del Colegio de San Juan.[18]

[…]

Uno de los sucesos que más contribuyeron al enrarecimiento del clima político fue la muerte del Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, acaecida el 28 de noviembre de ese año en el rancho de los Delgadillos, jurisdicción del curato de Nochistlán, cuando regresaba a Guadalajara después de una visita pastoral.[19]

 

Cuevas Contreras cita en su trabajo a T. A. Penny para ejemplificar las circunstancias de aquel suceso en la ciudad de Guadalajara: “Tras esa lúgubre contingencia, los miembros de la jerarquía eclesiástica se reagruparon y […] todos ellos juraron ante el lecho de muerte de su ya difunto obispo jamás someterse a tal sacrilegio”.[20]

El autor describe también el resultado de la confrontación entre el clero y sus aliados laicos y las autoridades civiles, y refiere ampliamente los vaivenes de esta lucha, así como la intervención del gobierno federal ante las acusaciones hechas por los grupos anti federalistas, en las que se acusaba a Jalisco de ser un enclave iturbidista. Narra también profusamente los enconos de esos partidarios del anterior régimen, traducidos en diversas actitudes de rechazo a todos los intentos de reforma en los diversos renglones donde tenían injerencia, o en los cuales habían sido durante siglos dueños absolutos de su administración y manejo económico, casos concretos habían sido el aspecto educativo, la reforma al sistema judicial, a los mecanismos de recaudación de impuestos y todo lo que concernía al renglón de la Hacienda pública.

En el ramo de la salud pública, aparte de intentar innovar los instrumentos de trabajo en los hospitales y la modernizar los servicios médicos y de sanidad, así como los funerarios, Prisciliano Sánchez

 

…clamaba enardecidamente contra la costumbre de inhumar cadáveres en los atrios e interiores de los templos […] Ya no es posible tolerar por más tiempo el sacrílego y mortífero abuso de podrir cuerpos humanos en los templos del Señor […] la tierra de sus pavimentos saturada de grasa hasta el extremo es incapaz ya de disolver los cuerpos […] la humanidad se resiente de tamaño desorden y el sentido común reclama imperiosamente el remedio de tan pernicioso abuso.[21]

 

Lo anterior se justificaba plenamente, pues cuando se habían presentado contingencias de mortandad incontrolable, como había sido el caso de las pestes, esos lugares eran insuficientes para contener los cuerpos de tantos fallecidos.

Todo llega a su fin. La estrella de Prisciliano Sánchez se apagaba. Cuevas Contreras narra los sucesos que posiblemente le causaron la muerte y describe con mesura los posteriores pasos que se dieron hasta llevar su cadáver al panteón de Belén.

 

A principios de diciembre de 1826, quizás el día 6 de ese mes, cuando redactaba Economía interesante para la nación mexicana, Sánchez fue víctima de un infortunado accidente que pondría fin a sus días. Un padrastro aparecido en uno de los dedos de su mano derecha […] fue arrancado con violencia […] Aquella simple paroniquia bacteriana fue ocupada por una especie virulenta de bacterias estreptococos […] Aquel cuerpo desmejorado y macilento no resistió el embate de la ponzoña y muy rápido un shock sistémico puso en jaque la vida del gobernador.[22]

 

Pese a los esfuerzos realizados por los médicos, la vida de Prisciliano Sánchez llegaba a su fin.

 

Después que terminó de arreglar sus negocios terrenales puso todo su empeño en reconciliarse con Dios; para ello exclamó: “¡Que me traigan a mi párroco! Venga el ministro de Jesucristo a quien reconozco por medianero entre Dios y yo; éste es el que me ha de reconciliar para siempre con mi Creador, de este sacerdote espero la absolución de mis culpas; ellas quedarán perdonadas y mi alma se lavará para siempre; estoy por entrar a las mansiones de la eternidad, voy a salir sin saber para dónde. Vengan los auxilios de la religión” […] Reconfortado por los auxilios de la religión […], como a las ocho y media de la noche del sábado treinta de diciembre de 1826, el portentoso genio de Jalisco exhaló su último aliento.[23]

 

La obra de Marco Antonio Cuevas Contreras cierra trayendo a colación una serie de crónicas, oraciones, epitafios, y elogios fúnebres signados por los hombres más importantes de la política nacional y local, en las cuales se ponderaba su trayectoria como Padre Fundador del Estado de Jalisco y del Federalismo Mexicano.

Como muchísimo los personajes protagónicos abandonados a su suerte, Prisciliano Sánchez, pese a su limpia trayectoria, a su entrega, a sus múltiples empeños en pro de la República y del Estado de Jalisco, hasta hoy ni siquiera se puede rememorar desde el sitio preciso donde puedan haberse sepultado sus despojos mortales, no obstante las diversas hipótesis que en torno de este tema han surgido. Cuevas Contreras señala que donde fue la Sala de Profundis del Santuario de Nuestra Señora de las Mercedes de Guadalajara, como el lugar más preciso para que se encuentren allí sus cenizas, pero aun esta afirmación no pasa de ser un deseo ardoroso.

Según Cuevas Contreras, provocador e incendiario al menos a lo que a nosotros compete, Prisciliano Sánchez ha sido un héroe desamparado, pues

 

…no encuentra ni tumba ni monumento, su vida y obra reposan en la penumbra, su signo y legado se hallan condenados a no significar nada. El inmortal Sánchez sufre hoy la condición de un héroe desamparado. Falta un público ilustrado y agradecido que le reanime y le fortalezca; de lo contrario, su memoria se perderá completamente, muy a pesar de los mil títulos por los que Jalisco y los jaliscienses le debemos honores.[24]

[…]

Hoy, a casi dos siglos de su partida, quienes aún advertimos su presencia y sentimos su influjo estamos obligados a preservar y difundir el enorme legado que nos entregó el exceso de su generosidad; luego, sí en verdad somos agradecidos, debemos enaltecer y eternizar su memoria.[25]



[1] Maestro emérito de la Universidad de Guadalajara (El Salto, Durango, 1942), licenciado en letras y en derecho y doctor en letras románicas; ensayista, catedrático y columnista, Premio Nacional de Periodismo Juvenil (1971) y promotor de las publicaciones periódicas Tlaneztli y Ohtli.

[2] Este Boletín agradece al autor de este comentario la disposición que tuvo para glosar aquí el contenido de una obra abultadísima.

[3] Cuevas Contreras. Prisciliano Sánchez… p. 26

[4] Ibídem, p.40

[5] Id.

[6] Ibídem, pp.72-73

[7] Ibídem, p. 74.

[8] Ibídem, p. 75

[9] Ibídem, p. 47

[10] Ibídem, p. 80

[11] Ibídem, p. 54

[12] Id.

 

[13] Ibídem, p. 81

 

[14] Ibídem, p. 160

[15] Ibídem, p. 192

[16] Ibídem, p. 205

[17] Id.

[18] Ibídem, p. 208

[19] Id.

[20] Ibídem, p. 245-246

[21] Ibídem, p. 312, 313

[22]  Ibídem, p. 319

[23]  Ibídem, p. 321

[24] Ibídem, p. 351

[25] Ibídem, p. 353



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