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A 450 años de la fundación

de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús

Arturo Reynoso, sj[1]

 

 La noche del 9 de septiembre del 2022 la catedral de Guadalajara

fue el escenario en el que 25 religiosos de la Compañía de Jesús agradecieran a Dios,

en una misa que en representación del Arzobispo de Guadalajara presidió

don Ramón Salazar, obispo auxiliar de este sede.

En tal marco predicó don Alexander Zatyrka, sj, a la sazón rector del iteso,

y don Arturo Reynoso, sj, dirigió a la asamblea,

al principio y al término de la Eucaristía, las palabras que siguen.

 

 

 

En una carta fechada

 

el 12 de enero de 1549, Ignacio de Loyola propuso a los padres Francisco de Estrada y Miguel de Torres –jesuitas que se encontraban en España– la posibilidad de enviar a algunos miembros de la Compañía de Jesús a tierras mexicanas: “al Messico inbíen, si le pareze, haziendo que sean pedidos, ó sin serlo”. En aquel momento no se logró ese proyecto, el cual tocó llevar a cabo a Francisco de Borja, quien en 1571 destinó a un grupo de quince jesuitas a tierras novohispanas. El grupo, encabezado por el padre Pedro Sánchez de Canales, llegó al puerto de San Juan de Ulúa el 9 de septiembre de 1572, y el 28 del mismo mes a la capital del virreinato. A finales del año, Sánchez recibió de Alonso de Villaseca la donación de unos solares a unos 600 metros en dirección noreste del palacio virreinal. Ahí se estableció y comenzó a edificarse poco a poco el llamado Colegio Máximo Mexicano, que después tomó la advocación de San Pedro y San Pablo. En 1573 Sánchez impulsó la fundación de un internado –un colegio-seminario–, y también ese mismo año se comenzó a recibir a los primeros novicios de la naciente Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. Para finales del silgo xvi los jesuitas ya se habían instalado en la ciudad de México, Pátzcuaro, Oaxaca, Puebla, Valladolid (actual Morelia), Zacatecas y Guadalajara, donde establecieron otros colegios y ministerios pastorales. También se había comenzado con algunas misiones en zonas de Sinaloa, Durango, Coahuila, Zacatecas y San Luis Potosí.

Durante los siglos xvii y xviii los jesuitas en la Nueva España ampliaron su presencia misionera en Chihuahua (Sierra Tarahumara), Sonora, Baja California y Nayarit. En cuanto al ministerio educativo, para la segunda mitad del siglo xviii los jesuitas ofrecían cursos (que comenzaban con gramática y se podían ir añadiendo otros de humanidades, filosofía y teología) en 26 poblaciones del virreinato, ya fuera en colegios pequeños, medianos o más grandes; además, en varias de esas ciudades también dirigían convictorios construidos muy cerca de los colegios, como el de San Ildefonso en la capital o el de San Juan Bautista en Guadalajara.

 

Durante casi dos siglos

 

la labor de la Compañía de Jesús en suelo mexicano consolidó una red apostólica (educativa, misionera, de ministerios pastorales y de agrupaciones devocionales) de gran importancia en la construcción de la sociedad mexicana, tan variada y rica en rostros, lenguas y costumbres.

Sin embargo, en 1767 el monarca español Carlos iii decretó la expulsión de los cerca de cinco mil jesuitas que se encontraban en todos los territorios bajo su autoridad, medida que se ejecutó en la América española y las Filipinas durante los meses siguientes. En ese momento había 680 jesuitas en la Nueva España. Los religiosos expulsos del territorio mexicano vivieron su exilio en los Estados Pontificios, particularmente en la ciudad de Bolonia. Fue ahí donde los desconcierta y abate en 1773 la decisión del Papa Clemente xiv de suprimir la Compañía de Jesús. A pesar del duro golpe, la fortaleza y creatividad de los antiguos jesuitas mexicanos se consolidó, y varios de ellos se dieron a la tarea de producir en su exilio escritos notables de carácter historiográfico, científico, estético, filológico, literario, filosófico y teológico. Hoy se siguen valorando obras como la notable Historia antigua de México, de Francisco Xavier Clavigero, la Rusticatio mexicana de Rafael Landívar, las Instituciones Teológicas de Francisco Xavier Alegre o las obras de arquitectura y estética de Pedro José Márquez.

Una vez que en agosto de 1814 el papa Pío vii restauró la Compañía de Jesús en la Iglesia universal, los jesuitas fueron restablecidos en México el 19 de mayo de 1816. Tocó a los padres José María Castañiza, Pedro Cantón y Antonio Barroso, septuagenarios los tres, la ardua pero apasionante labor de restituir la Provincia Mexicana de la Compañía.

No obstante, después de las guerras de independencia y durante el turbulento siglo xix mexicano, los jesuitas pasaron por periodos de clandestinidad, dispersión y persecución (expulsión del territorio nacional de algunos de ellos). Para los jesuitas restauradores en México, animados muchas veces por los afanes y la memoria de sus antecesores de los siglos xvi al xviii, no fue nada fácil adaptarse al nuevo orden político y eclesial en el México independiente. Y no era para menos, pues ese orden fue constantemente alterado, modificado, improvisado y reinventado.

Aun así, los jesuitas en México durante el siglo xix mantuvieron su presencia en el país intentando hacer lo que podían y creían que era lo mejor, desde atender el confesionario hasta ser miembros de Congresos constituyentes (como el padre Basilio Arrillaga, que además de ser destacado polemista llegó a ser diputado y senador). Ciertamente durante ese siglo de inestabilidad nacional no pudieron conformar aquellas grandes plataformas apostólicas (colegios – templos – misiones) que habían tenido en la época virreinal. No obstante, varios de ellos, apelando al legado de su memoria institucional, a sus orígenes fundacionales y a lo que sabían hacer, recuperaron y continuaron una memoria y una labor apostólica con el deseo de servir al prójimo y a la Iglesia.

Fue sólo a finales del siglo xix y principios del xx que los jesuitas comenzaron a consolidar nuevamente su presencia en México, tanto en número como en diversidad de acciones apostólicas. Poco a poco establecieron nuevas residencias, varios colegios, misiones, trabajos parroquiales, y ya a mediados del siglo xx, universidades e instituciones pastorales, culturales y de investigación y promoción social.

En la actualidad, los jesuitas en México desarrollan su misión pastoral, educativa, social y formativa en Tijuana, Chihuahua, Sierra Tarahumara, Torreón, Parras, Monterrey, Tampico, Guadalajara, Puente Grande (Jalisco), Ciudad Guzmán, León, la ciudad de México, Puebla, Oaxaca, Jaltepec (Oaxaca), Tatahuicapan (Veracruz), Huayacocotla (Veracruz), Plátano y Caco (Tabasco), Mérida, Arena (Chiapas), Bachajón (Chiapas) y Frontera Comalapa (Chiapas).

Hoy, a 450 años de la llegada a México de aquel grupo encabezado por el padre Pedro Sánchez, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús agradece a Dios por tanto bien recibido a lo largo de todo este tiempo, así como a los hombres y las mujeres que durante estos cuatro siglos y medio le han dado y dan su apoyo, amistad y colaboración imprescindibles para llevar a cabo su misión. Esta conmemoración, a la vez, plantea nuevamente a la Provincia el desafío de buscar siempre la fidelidad al Espíritu que impulsó a tantos jesuitas a servir a los demás, e incluso, desde el padre Gonzalo de Tapia en 1594 en Toborapa (Sinaloa) hasta los padres Javier Campos y Joaquín Mora en 2022 en Cerocahui (Tarahumara), a dar su propia vida por la causa del Evangelio. Pidamos, pues, al Señor su Gracia para que los jesuitas de la Provincia encarnemos y siempre tengamos presente la vocación de “discurrir y hacer vida en cualquier parte del mundo donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las almas”.[2]

 



[1] Tapatío, doctor y maestro en Teología con especialidad en Historia del Cristianismo, es autor del libro Francisco Xavier Clavigero. El aliento del Espíritu (2018).

[2] Constituciones, 304



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