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Convento y templo de Santa Teresa

Calle de Morelos en Guadalajara, antes de Santa Teresa

 

José Trinidad Laris[1]

 

 

Al tiempo que se está conmemorando con un año jubilar

el aniversario cdl de la canonización de Santa Teresa

se publican aquí datos curiosos en torno a su convento tapatío.[2]

 

 

 

·      La calle de Morelos

 

La calle dedicada en la urbe tapatía al héroe de la Independencia don José María Morelos y Pavón llevó el nombre de calle de Santa Teresa, desde el 20 de mayo de 1695 en que quedó terminada la Iglesia levantada en Guadalajara a la insigne doctora de Ávila, Santa Teresa de Jesús. La obra material y la fundación del convento teresiano se refieren de esta manera:

            El convento de Santa Teresa se empezó a edificar, después de muchas dificultades, el 24 de mayo de 1690, bajo los auspicios de la Real Audiencia, que en esa época la componían, según documentos de veracidad suma, los señores doctor don Ildefonso de Ceballos, don Tomás Pizarro, don Antonio de Abarca, don Cristóbal de Palma, don Francisco Felipe Centellas y don Luis Martínez Hidalgo, su fiscal.

Al poner el Señor [Juan Santiago de León] Garabito, Obispo entonces de Guadalajara, la primera piedra del Convento –piedra que él mismo bendijo–, se dejó oír un sonoro y alegre repique en todos los templos de la ciudad, como la interpretación más genuina de la alegría que embargaba el ánimo de todos los habitantes de la monástica Guadalajara.

Se trabajó con tal empeño en la obra bajo la dirección económica del padre [Sebastián] Feijóo [Centellas], después canónigo de esta Iglesia Catedral, que el 20 de mayo de 1695, cuando las fundadoras traídas de Puebla de los Ángeles quedaron en clausura, estaban terminados absolutamente el convento y la iglesia tal cual hoy existe en lo general, con sus cuatro bóvedas, su lonja o atrio y su enhiesta y elegante torre.

Como en aquel hermoso tiempo se tenía la curiosidad de anotar los más pequeños detalles de las cosas, la historia nos ha conservado[3] no sólo las fechas de esta benéfica obra sino también los nombres de los arquitectos o maestros mayores de fábrica, como entonces se les llamaba, que hicieron el templo y convento; fueron Mateo Muñoz y Gaspar de la Cruz, que dispusieron en materiales y útiles de arte para la edificación de más de ochenta mil pesos, según comprobantes auténticos que se conservan en los archivos públicos de esta ciudad.[4]

El licenciado don Juan Antonio de Chiprez, confesor del Ilustrísimo Señor Garabito, fue el encargado, según el historiador Mota Padilla, de traer a las religiosas fundadoras que fueron las que a continuación se expresa: Priora, Sor Antonia del Espíritu Santo; Subpriora, Francisca de la Natividad; Maestra de Novicias, Sor Leonor de Señor San José, y Provisora y Tornera a la vez, Sor Antonia de San Timoteo. Estas cuatro esclarecidas religiosas, por sus virtudes y espíritu religioso, hicieron el viaje desde Puebla hasta San Pedro Tlaquepaque en coche de caballos. En este lugar, a los dos Prebendados comisionados por el Venerable Cabildo de Guadalajara que habían ido hasta Tototlán a recibirlas, se unieron la Real Audiencia, ambos Cabildos y toda la nobleza de la ciudad, y emprendieron la marcha de la manera más decente hasta llegar a la puerta de la Catedral. Una vez en el sagrado recinto, después de una breve oración, se organizó una solemne al par que conmovedora procesión hasta el nuevo convento, en que el Divinísimo Señor Sacramentado era llevado en manos del Señor Provisor y Vicario General, Canónigo doctor don Antonio de Miranda Villayzán.

El Convento de Santa Teresa fue edificado a 300 varas [al poniente] de la Plaza [Mayor] de Armas y en un solar que, según el padre [Fray Nicolás de] Ornelas, era de 80 varas cuadradas,[5] donde había algunos paredones y promontorios de tierra, en uno de los cuales vivía una misteriosa mujer, sentada allí todo el día, sin más ajuar que un cantarito de agua, a quien se bautizó con el simbólico nombre de la Zacatito.[6] Esta mujer que presentaba la vida del claustro, vida de silencio y de oración, visitaba todas las noches los templos de la ciudad y, no contenta con esto, corría hasta el Santuario de la Virgen de Zapopan al amanecer y volvía a su mismo sitio cuando el sol salía, para permanecer en su vida de místico silencio.

El convento de la Doctora de Ávila en esta ciudad en breve se vio lleno de jóvenes enamoradas de los desposorios que tienen por arras pobreza, obediencia y castidad; los anhelos de dos piadosas damas que vivieron en esta capital, y que desde el año de 1617, antes de la canonización de santa Teresa,[7] quisieron fundar un convento en su honor en Guadalajara, no quedaron defraudados sino que florecieron, como dice un escritor, en una divina primavera.

Al promulgarse las leyes de Reforma, o mejor dicho al triunfo del partido liberal, el convento fue incautado por el gobierno de [Benito] Juárez, y se abrió la calle que hoy lleva el nombre de Melchor Ocampo, derribándose una histórica hornacina en que estaba colocada una escultura de piedra de San Antonio de Padua, a la mitad de la pared que, demolida, dio el ancho de la calle de Ocampo, cruzando con la de Santa Teresa. Dicha imagen, hoy día, se ve en un nicho de madera colocado en la entrada del anexo a la capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, que existe contigua a la sacristía.[8]

El convento llegaba hasta la calle de Galeana, y cuando la piqueta de la revolución echó abajo ese emporio de virtud, el sitio fue vendido a particulares que levantaron fincas modestas, que con el tiempo fueron poco a poco modificadas hasta llegar al tono de elegancia que tienen en nuestros días. La parte de monasterio que conservaron las religiosas fue clausurado e incautado el 28 de noviembre de 1924.

 

***

·      La Casa Verdía/Pérez Verdía

 

Frente al templo de Santa Teresa, en la casa marcada con el número 534 (nomenclatura moderna), vivió el notable canónigo don Luis Verdía, quien desempeñó un papel importante en la “guerra de tres años”, así como en tiempo del Imperio de Maximiliano.

Don Luis Verdía, desde Prebendado, fue ascendiendo hasta llegar al destacado de la Catedral el año de 1871. En la casa de éste célebre Capitular se hospedó el famoso doctor [François Carlo] Antommarchi,[9] que fue médico de cabecera de Napoleón y que falleció en Guadalajara, donde sus restos fueron inhumados en el panteón de [Santa María de] los Ángeles, estrenado en 1833 con motivo del cólera morbus, como pudo comprobarse en una de tantas excavaciones que se practicaron en dicho cementerio buscando un tesoro fabuloso; entonces se encontró la lápida del sepulcro que guardaba las cenizas de Antommarchi.[10] En esta misma casa vivió y escribió su Historia de Jalisco el historiador don Luis Pérez Verdía. En esa misma finca se estableció la Escuela Normal Católica para profesoras en el año de 1915, que fue fundada por el Señor Arzobispo don Jacinto López en la calle de López Cotilla, donde estuvo hasta 1914, cuando el edificio fue incautado por las fuerzas constitucionalistas. Su apertura en la casa de la familia Pérez Verdía se debió al infatigable empeño de la Señora Profesora Adela Torres Astey.

 

·      El árbol de Navidad

 

En una de las fincas levantadas en la manzana separada del convento de Santa Teresa, de la propiedad de la familia Kunhardt, existe en nuestros días un famoso baratillo de libros viejos, donde los mecates simbólicos en la muerte de Judas se codean con las reliquias históricas fabricadas por el dueño de dicho baratillo, el jovial y atrayente don Fortino Jaime, que por su laboriosidad y sacrificios se ha labrado un risueño porvenir, como bien lo dicen los gatos de angora que retozan en el aparador; dicho clásico expendio de chucherías y antiguallas es digno de figurar en uno de los mejores museos del Viejo Mundo. Allí encontrará el lector desde el silabario de San Miguel hasta la Enciclopedia Espasa; allí desde la novena al santo más desconocido hasta los versos de don Celestino González; allí desde la apoteosis del Ánima de Sayula hasta las aventuras de Chucho el roto. El estimado señor Jaime es inventor de un aparato para no morir, vende la piedra filosofal del amor, las varillas mágicas para encontrar tesoros ocultos, la güija para comunicaciones con ultratumba, el reloj para marcar los movimientos de sístole y diástole del corazón; en una palabra, allí se encuentran alambiques, probetas, retortas y todos los enseres de la Alquimia moderna, amén de obras que tratan de la usura contemporánea tan consultadas por el vendedor. ¡El baratillo lleva por nombre El árbol de Navidad!



[1] Presbítero del clero de Guadalajara (1906), nació en Teocaltiche y murió en Guadalajara (1882-1963). Catedrático y colaborador asiduo de diversas publicaciones periódicas locales (Restauración, Las Noticias, El Informador, Labor, Cúspide), es autor de los libros Refranes de Jalisco, Guía de Guadalajara, Temas neogallegos, Tradiciones de Jalisco y Guadalajara de Indias. Tuvo a su cargo, por espacio de medio siglo, la sección necrológica de este Boletín.

[2] El original  de este texto salió a la luz pública tomado de la revista mensual tapatía la Labor (noviembre de 1936), Guadalajara, pp. 9-15.

[3] Específicamente, el capítulo lxxvii de la Historia de la Conquista del Reino de la Nueva Galicia, de Matías Ángel de la Mota Padilla (1742) [a partir de esta llamadita, las que vengan luego serán todas NdelE].

[4] Esta cantidad, por exorbitante, desborda con creces la posibilidad de que así hubiera sido. 80 mil pesos a fines del siglo xviii serían en nuestro tiempo (2022) 160 millones de pesos, el doble de lo que el trono español exigía a los fundadores de estas obras.

[5] Si la vara castellana equivale a 0,835905 metros estamos hablando de 4 472 metros cuadrados.

[6] Por vivir entre los hierbajos  que llevaban el solar ruinoso donde se alojaba.

[7] Que fue el 12 de marzo de 1722.

[8] La relevancia histórica de esta escultura pétrea y policromada es doble, pues al pie de este nicho, el día de San Antonio, 13 de junio, a partir de 1735, de allí comenzaba la procesión pública que acompañaba la apenas engalanada escultura de la Patrona de aguas de la ciudad, Nuestra Señora de Zapopan, a la catedral, para comenzar sus recorridos por los templos de la ciudad, coyuntura de la que se valió Pedro Celestino Negrete, el 13 de junio de 1823, para publicar la adhesión de Juan Antonio Andrade y demás milicianos a cargo de la Diputación Provincial de Guadalajara, al Plan de Independencia de la América Septentrional, lo que le granjeó a la imagen de Nuestra Señora de Zapopan el rango de Generala de Armas del Reino el 15 de septiembre siguiente.

[9] (Morsiglia, Córcega, 1780 - Santiago de Cuba, 1838). Fue médico de Napoleón desde 1818 hasta su muerte, en la isla de Santa Elena, en 1821.

[10] Dato absolutamente legendario, pues sabemos con precisión absoluta [Cfr. Saby, Claude-Alain, 1815. Les naufragés de l'Empire aux Amériques (2007)] que François Carlo Antommarchi vivía en Veracruz hacia 1834 sobreviviendo como como médico itinerante; que de dicho puerto emigró a Santiago de Cuba en pos del amparo de su primo Antonio Juan Benjamín Antommarchi, acaudalado propietario de plantaciones de café; que allá abrió un consultorio, impartió lecciones particulares de anatomía y escultura y se especializó en la extracción de cataratas; finalmente, que allí murió, a la edad de 57 años, de fiebre amarilla, el 3 de abril de 1838.



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