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Biografía del Señor doctor don José Garibi Rivera,

Arzobispo de Guadalajara y primer Cardenal mexicano:

Maestro, sacerdote, gobernante

Antonio Gutiérrez Cadena[1]

 

En el marco del l aniversario luctuoso del sexto Arzobispo de Guadalajara,

el tapatío don José Garibi Rivera (1889-1972), se reproduce

esta semblanza biográfica suya, que tiene la ventaja sobre otras

de haber salido de la pluma de quien le conoció antes de ser obispo (1929)

y fue luego muy cercano colaborador suyo durante larguísimos años (1941-1969),

de modo que su dicho y el contenido de su semblanza están aderezados

de un profundo conocimiento de causa.[2]

 

 

1.    El Señor Garibi Rivera, Maestro

 

Según el Diccionario Ilustrado Larousse, maestro es “el que enseña un arte o ciencia”. Ahora bien, no cabe duda que el Maestro por excelencia, el Maestro de los maestros, es el Verbo Divino Encarnado, Jesucristo Nuestro Señor, pues Él mismo lo dijo a sus apóstoles: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien, porque lo soy”.[3] Inclusive sus mismos encarnizados enemigos, los fariseos, reconocían a Cristo como el Maestro, pues un día le dijeron: “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios conforme a la pura verdad, sin respeto a nadie, porque no miras a la calidad de las personas”[4].

Y que este Divino Maestro enseñó al mundo por espacio de treinta y tres largos años personalmente, tanto con el excelentísimo ejemplo de su vida oculta durante treinta años, como también en su vida pública durante tres. A lo largo de su vida oculta, Jesús enseñó a los hombres, entre otras muchísimas virtudes, la de la obediencia a los legítimos superiores, pues dice el Evangelista San Lucas, refiriéndose a la obediencia del adolescente Jesús a su Santísima Madre, la Purísima Virgen María, y a su padre adoptivo, nutricio y legal, Señor San José, que Jesús “vivió en Nazaret y les estaba sujeto. Y su Madre conservaba todas estas cosas en su corazón”.[5] Y durante los tres años de su ministerio que, como dije antes, se les llama “vida pública de Jesús”, enseñó muchísimas verdades a los hombres, pues como Él mismo dijo al procurador del Imperio Romano, Poncio Pilato: “Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz”.[6]

Ahora bien, este excelentísimo maestro de la verdad al que seguían las multitudes palestinas para oír su predicación escogió entre sus asiduos seguidores a doce hombres a los que dio el nombre de apóstoles, pues dice el evangelista San Lucas que Jesús “se retiró a orar en un monte y pasó toda la noche haciendo oración a Dios. Así que fue de día, llamó a sus discípulos y escogió doce entre ellos (a los cuales dio el nombre de Apóstoles)”.[7]

Y durante los tres últimos años de su vida mortal, ese Divino Maestro adoctrinó a sus doce apóstoles, preparándolos para la sublime misión que les encomendaría de ser los maestros de los hombres hasta el fin del mundo. Y poco antes de ascender al cielo, cuarenta días después de resucitar de entre los muertos, de hecho Jesús constituyó maestros de la verdad revelada a los apóstoles, exceptuando a Judas que ya se había ahorcado. Pues narra el evangelista San Mateo que Cristo, dirigiéndose a unos apóstoles, les dijo: “A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, e instruid a todas las naciones... enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado... y estad seguros que yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”.[8]

Con estas palabras, Jesucristo, Divino Maestro, instituyó en las personas de los apóstoles un Magisterio auténtico, perenne e infalible: Magisterio auténtico, porque la facultad y el mandato de enseñar la doctrina de Cristo a los hombres lo recibieron los apóstoles del Maestro por excelencia, que es la sabiduría increada, infinita y eterna: Jesucristo Dios y hombre verdadero. Magisterio perenne, porque la facultad y el mandato de enseñar la verdad a los hombres tendrían valor a partir de ese momento y hasta el fin del mundo, pues abarcan a “todas las naciones”. Por tanto, mientras haya hombres en la tierra que formen naciones, esa facultad y ese mandato de Cristo a los apóstoles deberán permanecer y tener pleno vigor y eficacia.

Finalmente, Magisterio infalible, porque Cristo Dios (“Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma substancia del Padre por quien todo fue hecho”) estará con sus apóstoles y con sus legítimos sucesores, los obispos, para que en materia de fe y de costumbres no se desvíen ni a la derecha ni a la izquierda; es decir, para que no puedan enseñar errores.

Ahora bien, como los apóstoles eran hombres mortales, tendrían que morir. Pero antes de morir eligieron a personas idóneas para que les sucedieran en el ministerio de maestros de la doctrina cristiana. Y esos legítimos sucesores de los apóstoles, en este sagrado ministerio de la enseñanza de la verdad revelada, son los romanos pontífices, obispos de Roma, por turno, y los demás obispos católicos diseminados por toda la tierra. Y precisamente, el Señor don José Garibi Rivera, desde 1930, año en que fue constituido obispo auxiliar del gran Arzobispo de Guadalajara, doctor don Francisco Orozco y Jiménez y luego desde el 18 de febrero de 1936 en que empezó a ser Arzobispo residencial de la Arquidiócesis de Guadalajara y hasta el año de 1968, fue maestro excelentísimo e incansable de la doctrina cristiana en toda su plenitud.

El Magisterio del Señor Garibi realmente fue amplísimo a lo largo de esos seis años de Obispo auxiliar y de los 32 años de Arzobispo de la Arquidiócesis de Guadalajara. Su magisterio de la verdad lo ejercitó el Señor Garibi de múltiples modos. Aquí recuerdo dos:

 

·      Enseñando el catecismo a los niños en la remota parroquia de Totatiche o en la capitalina del Dulce Nombre de Jesús, en la ciudad de Guadalajara, donde fue también vicario cooperador. Recuerdo ahora lo que el mismo Señor Garibi contó que le sucedió cuando era vicario de la parroquia del Dulce Nombre de Jesús. Decía que un día llevó a los niños del catecismo de dicha parroquia a paseo al campo llamado del algodonal, que estaba donde ahora está el barrio de Santa Teresita del Niño Jesús. Y que sus niños empezaron a jugar y unos corrían para un lado y otros para otro, y en un momento dado se le presentó uno de los niños y le dijo: “Padre, un niño se cayó a un pozo mientras jugábamos”. Tremenda noticia para el Padre Garibi. Decía él que había sentido un gran susto y rápido le dijo al niño que le dio la triste noticia: “llévame a donde se cayó”. Y que pensó el padre Garibi: seguramente está ahogado ese niño. Llegaron el padre Garibi y el niño que le había dado la noticia al pozo, cuya boca estaba casi tapada con unas ramas de tepoza y luego le gritó al niño que se había caído al pozo, “¿cómo estás?” Y el niño desde el fondo del pozo le dijo: “Oye ¿allá está mi huarache? Porque aquí no traigo más que uno”. El padre Garibi le volvió a preguntar: “¿No te sucedió nada? ¿estás bien?” “Sí, estoy bien”, respondió el niño, “porque este pozo no tiene agua...” “Vaya tremendo susto que me llevé”, decía el Señor Garibi cuando contaba esta peripecia. Pero añadía: “jamás volví a llevar a los niños a ese lugar”. En ese lugar había muchos pozos que hacían los que querían extraer jal para las construcciones y por eso no tenían agua ni eran profundos, no pasaban de tres metros de hondo. ¡Vaya percance que le sucedió al padre Garibi en los inicios de su ministerio sacerdotal!

·      En la predicación del pueblo de Dios, tanto dentro de los límites de la Arquidiócesis de Guadalajara como fuera de ellos, igualmente en sus cartas circulares y pastorales henchidas de sabiduría, en sus edictos cuaresmales, por cierto muy oportunos y didácticos, etc., etc., sus enseñanzas realmente fueron innumerables y sin duda sumamente provechosas para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Dios tenga en su santa gloria a este santo Señor tan celoso por la salvación de los hombres y tan constante y fervoroso en su abundantísimo magisterio de la doctrina de Cristo y de la Iglesia.

Para terminar este capítulo referente al magisterio del Señor Garibi, quiero poner énfasis en su entrega tan generosa y abnegada al Magisterio Catequístico.

Yo tuve el grande honor de ser secretario del Oficio Catequístico Diocesano de Guadalajara durante 16 años, en los que el Señor Garibi fungió como presidente de éste, y recuerdo que el Señor Garibi realmente amaba la catequesis y se interesaba muchísimo porque en la Diócesis fuera sólida y ordenada: a él se debió que Guadalajara, como fruto de un inmenso esfuerzo, tuviera su plan catequístico aprobado por la Sagrada Congregación del Clero, que se encargaba de la instrucción religiosa de todo el mundo católico. También se le debe que el Oficio Catequístico Diocesano de Guadalajara, integrado por 25 sacerdotes, graduara el catecismo del padre Jerónimo de Ripalda, y que dicho catecismo graduado se organizara en tres grados: Inferior, que comprendía el 1º y 2º año; Elemental, para 3º, 4º y 5º, y Superior, para 6º, 7º y 8º años de instrucción religiosa. Gracias también al Señor Garibi cada uno de estos ocho catecismos tuvo su respectivo libro del maestro, elaborado por el padre don Ignacio Hernández para 1º y 2º; por el padre Antonio Gutiérrez Cadena los de 3º, 4º y 5º, y por el Señor canónigo doctor don Luis Radillo los de 6º, 7º y 8º.

Estos libros del maestro eran examinados por un censor que daba el “nihil obstat” y además se revisaban en el pleno del Oficio Catequístico, “para que no vaya a haber ni el más mínimo error”, decía el Señor Garibi. Así de delicado era para la enseñanza de la Doctrina Cristiana. Toda la organización de la catequesis en la Diócesis de Guadalajara fue un verdadero, gigantesco y titánico esfuerzo de muchos sacerdotes, pero indudablemente que el alma de ese grande trabajo fue el Excelentísimo Señor Garibi. Indudablemente, la Diócesis de Guadalajara es deudora a este gran catequista, que fue el Señor Garibi, primer Cardenal mexicano que, en medio de tantas y tantas ocupaciones que tenía como Arzobispo de Guadalajara y como príncipe de la Iglesia, jamás dejó de atender lo que es el fundamento de toda la vida cristiana: la enseñanza catequística.

Recuerdo que lloviera o tronara, hubiera lo que hubiera de negocios que resolver y atender, cada 15 días invariablemente se debía reunir el Oficio Catequístico presidido por el Señor Garibi, y no le importaba que las sesiones se prolongaran todo lo que fuera necesario con tal de que se atendieran todos los aspectos de la catequesis. Cada año se exigía, a veces con cierto rigor, a los Señores párrocos que mandaran a la Secretaría del Oficio el informe anual del catecismo, porque el Señor Garibi quería estar al tanto de cómo iba la enseñanza de la Doctrina Cristiana en todas y cada una de las parroquias de la Diócesis de Guadalajara... Finalmente, el Señor Garibi, para estimular a los niños al estudio del catecismo en toda la Diócesis, quería que se celebraran concursos catequísticos cada dos años, parroquiales y diocesanos. Y para éstos el Señor Garibi regalaba de su propio peculio un centenario que se convertía en una medalla de oro con las imágenes de la Virgen de Zapopan por un lado y la de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos por otro. Ése era el premio de primera clase. Igualmente, nunca descuidó Monseñor Garibi la Escuela Catequística que había fundado el Excelentísimo Señor Arzobispo doctor don Francisco Orozco y Jiménez en 1934; él mismo elegía a los maestros que enseñarían las diez asignaturas que se tenían en dicha escuela y asistía a la distribución de premios cada año. Finalmente, para entusiasmar a los niños: una visita a la catedral para honrar al Sagrado Corazón de Jesús, en el mes de junio y otra al Santuario de Guadalupe, para honrar a la Santísima Virgen.

Ojalá y el catequista y maestro número uno, Cristo Jesús, haya premiado con una corona de gloria inmarcesible la gigantesca labor magisterial del Señor Garibi, pues Cristo dijo: “El que enseñare (uno de estos mandamientos), ése será tenido por grande en el reino de los cielos” (Mt., 5,19).

 

2.    El Señor Garibi Rivera, sacerdote

 

Jesucristo es verdadero sacerdote.

Jesucristo es eterno sacerdote.

Jesucristo es sumo sacerdote.

 

·      Jesucristo es verdadero sacerdote.

En la Epístola a los Hebreos (5, 1) leemos: “Porque todo Pontífice entresacado de los hombres, es puesto para beneficio de los hombres en lo que mira al culto de Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados”. De donde se desprende que un requisito indispensable para que alguien pueda ser sacerdote es que sea verdadero “hombre”, que conste de cuerpo y alma humanos. Y este requisito lo realizó en sí mismo Jesucristo, desde el feliz y trascendental momento en que, como afirma el apóstol y evangelista San Juan, “el Verbo se hizo carne y habitó en medio de nosotros”.[9]

En ese momento en que el Verbo divino, segunda persona de la Santísima Trinidad, descendió al seno inmaculado de la siempre Virgen María y allí, por obra del Espíritu Santo,[10] se formó el Cuerpo de Cristo de la carne y de la sangre de María y, en el mismo instante, Dios creó una alma y la infundió en aquel pequeñísimo cuerpo humano; se constituyó así de esos dos elementos substanciales la naturaleza humana de Cristo, que fue asumida, es decir unida al Verbo Divino con vínculo sustancial e irrompible; en ese momento Cristo empezó a ser verdadero sacerdote, ungido no con óleo o aceite material, sino con el óleo de la Divinidad.

·      Jesucristo es sacerdote eterno.

El sacerdocio de Jesucristo se funda en la unión hipostática o personal de la naturaleza humana de Cristo con el Verbo Divino. Y esa unión a partir de la Encarnación del Verbo Divino es perenne y duradera por toda la eternidad, ya que, como afirman los Santos Padres de la Iglesia: “Quod Verbum semel assumpsit, nunquam reliquit”: “Lo que el Verbo asumió una sola vez, nunca lo dejó”; por eso Jesucristo es sacerdote eterno.

·      Jesucristo es sumo sacerdote.

Leemos en el capítulo catorce del Sagrado Libro del Génesis que el Rey Cordorlahomor y otros reyes aliados suyos derrotaron a los reyes de Sodoma y de Gorroma, y se llevaron así mismo a Lot, hijo del hermano de Abraham que habita en Sodoma, con todo cuanto tenía. En esto, uno de los que escaparon fue a dar la nueva a Abraham el Hebreo... así que oyó Abraham que Lot, hermano suyo, había sido hecho prisionero, juntó de entre los criados de su casa trescientos dieciocho armados y fue siguiendo su alcance hasta Dan. Ahí, divididas las tropas, echose sobre los enemigos de noche, los derrotó y los fue persiguiendo hasta Hoba, que está en la izquierda de Damasco. Con esto, que recibió toda la riqueza y a su hermano Lot con sus bienes.

Por eso, el rey de Sodoma le salió a recibir en el valle de Save cuando volvía a derrotar a Cordorlahomor y a sus reyes aliados... pero Melquisedec, rey de Salem (una ciudad al poniente de Jerusalén), presentando pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, le dio su bendición diciendo: “¡Oh, Abraham! Bendito eres del Dios Excelso, que creó el cielo y la tierra; y bendito sea el Excelso Dios, por cuya protección han caído en tus manos tus enemigos. Y diole Abraham el diezmo de todo lo que traía” (Gén. 14, 12-20). Por esa narración bíblica se ve que Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, bendice al patriarca Abraham, del que descendería el sacerdocio levítico, y que Abraham le da al sacerdote Melquisedec la décima parte del botín de guerra. Ahora bien, el que bendice a otro aparece superior al bendecido. Igualmente, el que recibe diezmo de otro, aparece superior a aquel de quien lo recibe. Por tanto en este texto bíblico, Melquisedec es superior a Abraham del que, como dijimos, descendería el sacerdocio levítico. Y por consiguiente, Melquisedec aparece en este texto bíblico superior en su sacerdocio al sacerdocio levítico. Y como en el Salmo 109, versículo 4, se dice de Cristo: “Tú eres sacerdote sempiterno según el orden del Melquisedec”, se concluye lógicamente que el sacerdocio de Cristo es superior al sacerdocio levítico, es decir, que Cristo es Supremo, Sumo Sacerdote.

Cristo es, pues, sacerdote, es sacerdote eterno y es sacerdote sumo o supremo, es decir que sobre su sacerdocio no hay otro mayor.

En el prefacio de la misa de Cristo, sumo y eterno sacerdote, la Santa Madre Iglesia, dirigiéndose al Padre Eterno, dice: “Por la unción del Espíritu Santo, constituiste a tu Hijo, unigénito Pontífice de la alianza nueva y eterna”. Y este pontífice de la alianza nueva y eterna ha querido participar su sacerdocio de dos modos: mediante la recepción del sacramento del bautismo, que se llama sacerdocio común o de los fieles, y mediante la recepción del Sacramento del Orden sagrado, que se lama sacerdocio ministerial, pues el mismo prefacio continúa diciendo: “Cristo no sólo comunica la dignidad del sacerdocio real a todo el pueblo redimido, sino que con especial predilección y mediante la imposición de las manos elige a algunos de entre los hermanos y los hace partícipes de su ministerio de salvación, a fin de que renueven en su nombre el sacrificio redentor, preparen para Tus hijos el banquete pascual, fomenten la caridad en Tu pueblo santo, lo alimenten con la palabra, lo fortifiquen con los sacramentos y consagrando su vida a Ti, a la salvación de sus hermanos, se esfuercen por reproducir en sí la imagen de Cristo y Te den constante testimonio de fidelidad y de amor”.

Y bien: desde la eternidad, Dios eligió al Eminentísimo Señor Cardenal José Mariano Garibi Rivera no solamente para que el hermoso día de su bautismo fuera partícipe del sacerdocio “común de los fieles”, sino que “con especial predilección y mediante la imposición de las manos” del Excelentísimo Señor Arzobispo de Guadalajara, doctor don José de Jesús Ortiz, lo hizo partícipe de su sacerdocio ministerial, en la radiante mañana del día 25 de septiembre de 1912, en la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad.

Esa mañana inolvidable y venturosa, el joven José Mariano Garibi Rivera quedó marcado para siempre con el sagrado carácter espiritual e indeleble del sacerdocio ministerial de Cristo. A partir de ese sublime momento en que fue ungido sacerdote de Cristo quedó convertido en “otro Cristo”, porque el sacerdote es otro Cristo, y a él se le empezaron a aplicar con verdad las palabras que el Padre Eterno dirigió a Jesucristo en el Salmo 109, versículo 4: “Tú eres sacerdote por la eternidad según el orden de Melquisedec”. Día inolvidable para el nuevo presbítero y, sin duda, después del día en que las benditas aguas bautismales corrieron sobre su cabeza al recibir el santo bautismo, ese día de su ordenación sacerdotal sería el más grande y trascendental de su preciosa vida, pues a partir de entonces el nuevo sacerdote quedaba constituido, como dice el Apóstol San Pablo, en “Ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios”.[11]

Y las manos recién consagradas del nuevo ministro de Cristo, llenas de caridad y de amor sacerdotal, se empezaron a levantar para bendecir a los hombres, en nombre de Dios, y sus labios empezaron a abrirse para evangelizar predicando la Palabra para enseñar el camino del cielo.

Y el Excelentísimo Señor Arzobispo de Guadalajara, doctor don José de Jesús Ortiz, conociendo las virtudes y la capacidad intelectual de las que “el Dador de todo bien” –del que desciende todo bien– había dotado y enriquecido al neosacerdote Garibi Rivera, lo envió a la eterna ciudad de Roma para que, como alumno del Pontificio colegio Pío Latino-Americano y de la Pontificia Universidad Gregoriana, obtuviera el doctorado en teología dogmática. Y al terminar dichos estudios regresó el laureado sacerdote a su diócesis de Guadalajara y de pronto fue destinado a la humilde parroquia de Totatiche, donde como profesor del Seminario Auxiliar de ese lugar y a la vez como vicario cooperador empieza con grande celo a desempeñar su ministerio sacerdotal, haciéndose querer en poco tiempo tanto de sus alumnos como también de los feligreses de la parroquia.

La estancia don José Garibi en la parroquia de Totatiche se puede decir que fue fugaz, pues sin poder yo indicar con precisión exactamente el tiempo que duró, creo que debió ser alrededor de un año poco más o menos, si no me equivoco, al cabo del cual el Señor Arzobispo de Guadalajara, doctor don Francisco Orozco y Jiménez, lo manda llamar a Guadalajara y lo designa, también por poco tiempo, vicario cooperador en la parroquia del Dulce Nombre de Jesús. Luego se le nombra maestro del Seminario Conciliar de Señor San José y, a la vez, padre espiritual, que dirigió, entre otros muchos alumnos, al que un día sería nada menos que Gobernador de Jalisco, don Jesús González Gallo.

En todos estos oficios eclesiásticos el Padre Garibi Rivera cumplió admirablemente, con asiduidad y eficacia realmente dignas de ser premiadas por el gran Arzobispo don Francisco Orozco y Jiménez, quien con clarividencia le tramita en Roma su nombramiento como Obispo auxiliar; si mal no recuerdo, en mayo de 1930 el Señor Garibi es consagrado y recibe así la plenitud del sacerdocio ministerial.

Como Obispo auxiliar trabaja, siempre noble y obediente al Arzobispo metropolitano, quien consigue en Roma que el Santo Padre Papa Pío xi nombre al Señor Garibi en 1935 Arzobispo coadjutor con derecho a sucesión. Por eso, al llamar Dios al integérrimo y heroico Arzobispo de Guadalajara don Francisco Orozco y Jiménez a mejor vida, el día 18 de febrero de 1936, el Señor Garibi automáticamente, sin ningún trámite jurídico, empieza a ser Arzobispo de Guadalajara, y lo será por espacio de 32 años, hasta el día en que la Santa Sede aceptó su renuncia, de acuerdo con lo establecido en el Concilio Vaticano ii, es decir, que los obispos presentan su dimisión al Papa al cumplir 75 años de edad. De hecho, el Santo Padre, el Papa Paulo vi, no le aceptó la renuncia al Señor Garibi sino cinco años después de la edad marcada por el Concilio.

Largo fue el ministerio sacerdotal del Señor Garibi: son incontables las personas sobre las que derramó las regeneradoras aguas bautismales; son incontables las personas a las que les transmitió el Espíritu Santo mediante la administración del Santo Sacramento de la Confirmación; son incontables los bautizados varones y mujeres sobre los que, lleno de misericordia, levantó su mano sacerdotal para decirles: “Yo te absuelvo de tus pecados. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Igualmente, sólo Dios, en Su infinita sabiduría, sabe cuántos niños, adolescentes, jóvenes y adultos alimentó el Señor Garibi con la Sagrada Eucaristía.... Sólo Dios sabe también ante cuantas parejas de novios sirvió de testigo autorizado, cuando ellos se confirieron el santo sacramento del matrimonio.

Fueron muchísimos los varones que recibieron de sus manos la Primera Tonsura, las cuatro órdenes menores: ostiariado, lectorado, acolitado y exorcistado. Igualmente fueron muchos varones que recibieron del Señor Garibi las órdenes mayores del Subdiaconado, Diaconado, Presbiterado y el mismo Episcopado. Yo, en unión de Telésforo Alba, Prudenciano Martínez, Rafael Vázquez y Agustín Gutiérrez, tuve la dicha y el honor de recibir de manos del Señor Garibi la Primera Tonsura y las cuatro órdenes menores, en la capilla de Santa Rosa de Lima en Montenero, Italia, durante las vacaciones de 1939.

Finalmente, sólo Dios sabe a cuántos cristianos y cristianas haya administrado el Señor Garibi el Santo Sacramento de la unción de los enfermos.

Antes de terminar este segundo apartado, quiero recalcar con toda la fuerza de mi alma que el Señor Garibi siempre, desde que era simple sacerdote y a lo largo de todo su luengo episcopado, fue incansable en la administración del santo sacramento de la penitencia. No tenía con quién compararse en el desempeño de este ministerio, de tal suerte que, en mi pueblo natal de Cuquío, Jalisco, en la celebración de un Congreso Eucarístico Parroquial organizado por el cura del lugar, doctor don Ignacio Gutiérrez de la Torre (me parece que fue el año de 1940) el Excelentísimo Señor Garibi llegó a estar confesando tres días y tres noches completos, solamente levantándose del confesionario para tomar los alimentos y atender a las necesidades fisiológicas. Esto me le contó el mismo Señor cura Ignacio Gutiérrez, mas también lo oí de labios del Excelentísimo Señor Obispo doctor don Francisco Javier Nuño, que asistió a dicho Congreso acompañando al Señor Garibi y confesando también en el Congreso. Y aunque el Señor Nuño, que en ese momento era simple sacerdote, no estuvo confesando todo ese tiempo, también confesó a tanta gente que me contó que cuando terminó el Congreso era tal el cansancio que tenía que al llegar a Guadalajara se acostó a dormir y duró toda la noche del día en que llegaron a Guadalajara y todo el día siguiente, y sin embargo, decía el Señor Nuño, “yo veía al Señor Garibi sumamente tranquilo y en nada se le notaba cansancio”; esto, digo yo, hasta ahora no sé que alguien más lo haya hecho... y lo cuento porque también viene al caso: el año de 1947 el Señor cura don Florencio Toscano, párroco de San Gabriel, Jalisco, celebró las bodas de plata de la Adoración Nocturna de esa parroquia e invitó al Señor Garibi para que celebrara la Misa Pontifical de aniversario. También me hizo favor de invitarme a mí para que le ayudara a confesar desde la víspera de la fiesta. Me fui en el mismo coche en que se trasladó el Señor Garibi a San Gabriel. Yo hago la aclaración en que ese momento era yo vicario de Zapotlán, y desde esa ciudad acompañé al Señor Garibi a San Gabriel.

Llegamos a las 8 de la noche, cenamos y como a las 9 de la noche nos sentamos a confesar a una multitud de varones, casi todos de la Adoración Nocturna y otros que querían pertenecer a ella. Estuvimos confesando el Señor Garibi, el Señor cura Toscano, el padre vicario cooperador de San Gabriel, el Señor canónigo Benjamín Ruelas y Sánchez, que iba a predicar en la Pontifical, otros dos sacerdotes y yo. Pero aquel gentío parecía que se multiplicaba; era el cuento de nunca acabar. A la una de la mañana se acercó a mi confesionario el Señor cura Toscano y me dijo: “Padre Gutiérrez, vámonos a dormir; al prelado no hay quien le gane a confesar”. A mí me daba cierta pena dejar el confesionario y al Señor Garibi solo confesando, pues todos los demás sacerdotes que, como yo, se habían sentado a confesar a las 9 de la noche, se habían ido levantando del confesionario y se habían estado yendo a dormir; sin embargo, yo realmente, después de cuatro horas, ya estaba casi cabeceando, y acepté lo que me dijo el Señor cura Toscano, y tanto él como yo nos levantamos del confesionario y se quedó el Señor Garibi solo. Y recuerdo que me dijo el Señor cura Toscano: “como la Pontifical va a ser a las 10, el prelado le va a seguir en el confesionario y mañana se va a levantar tarde”. Nos fuimos a acostar pensando que el Señor Garibi se levantaría tarde. Cuál sería nuestra sorpresa que cuando a las 7 de la mañana el Señor Garibi andaba rezando su Breviario por los corredores del curato, después de haberse bañado. Lo que quiere decir que el buen Señor durmió poquísimo. Ni le preguntamos a qué hora había dejado de confesar, lo que sí es verdad es que al día siguiente, o sea el día de la fiesta, el Señor Garibi no daba ninguna muestra de cansancio.

Creo que esto basta para hacer ver la personalidad del Señor Garibi en su aspecto de sacerdote de Cristo.

 

3.    El Señor Garibi Rivera, Gobernante.

 

Jesucristo Nuestro Señor es el supremo y universal gobernante porque es el Rey del Universo.

La palabra “rey” se deriva etimológicamente del verbo latino regere, que en castellano significa regir, dirigir, mover. Y por eso la palabra “rey” incluye en sí el significado de “motor”. Y como el motor es superior en fuerza, en energía, a lo que mueve, el primer significado de la palabra “rey” es de superioridad respecto de otros seres. Y así al gran poeta Virgilio se le llama el rey de los poetas porque supera en su arte clásico literario latino a otros poetas.

Atendiendo a este primer significado de la palabra rey, debemos decir que conviene admirablemente a Jesucristo, Dios y hombre verdadero; ya sea que se le considere como Dios, que por su ser infinito supera en todos los aspectos a todas las criaturas que constituyen este universo creado por Dios e integrado por los minerales, vegetales, animales, seres humanos y ángeles, ya sea que le considere como hombre, porque el cuerpo y el alma de Cristo que constituyen su santísima humanidad, por la unión hipostática o personal y substancial con el Verbo Divino, en el momento en el que el Verbo se hizo carne en el seno inmaculado de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, esa humanidad de Cristo, digo, adquirió una dignidad suma y superior a la dignidad de cualquier simple criatura del cielo o de la tierra. Y por eso Cristo, aun considerando como hombre, está en dignidad sobre toda criatura, supera a toda criatura celeste y terrestre, y por eso le conviene el título de Rey del Universo, según el primer sentido en que se toma la palabra “rey”.

Pero aún hay algo más profundo tratándose de la realeza de Cristo, que es Rey y por consiguiente supremo gobernante. Porque Rey es aquel que dirige, guía, conduce y gobierna a todo un pueblo hacia su felicidad: dando leyes, estableciendo tribunales en los que se juzgue la conducta de sus súbditos y haciendo que se ejecuten las justas sentencias de los jueces.

Ahora bien, Cristo aparece en el Evangelio dando leyes, pues leemos en el Evangelio de San Mateo estas palabras: “Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: no matarás y que quien matare será condenado en juicio. Yo os digo más: quienquiera que tome ojeriza con su hermano, merecerá que el juez le condene. Mas quien le llamare fatuo será reo del fuego del infierno”.[12] “Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: no cometerás adulterio. Yo os digo más: cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón”.[13]

 

“Se ha dicho: Cualquiera que despidiere a su mujer, dele libelo de repudio; pero yo os digo: que cualquiera que despidiere a su mujer, si no es por causas de adulterio, la expone a ser adúltera; y el que se casare con la repudiada, es así mismo adúltero”.[14]

 

Vemos, pues, por estos sagrados textos bíblicos, que Jesucristo dio leyes para todos los hombres.

En segundo lugar, Jesucristo estableció en su Iglesia, que fundó sobre el Apóstol San Pedro, verdaderos tribunales, tanto del fuero interno de la conciencia como también del fuero externo. Porque tratándose del fuero interno, Jesucristo estableció, instituyó el Santo Sacramento de la Penitencia, que es un verdadero tribunal en el que el reo es el penitente y el juez el confesor, cuando dijo a los Apóstoles, en la noche del Domingo de Resurrección: “Recibid el Espíritu Santo: quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes los perdonareis; y quedan retenidos a los que se los retuviereis”.[15] Por este hecho tan insigne y por tan claras palabras, el común sentir de los padres de la Iglesia entendió siempre que fue comunicada a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y de retener los pecados, para reconciliar a los fieles caídos después del bautismo.[16]

Tratándose del fuero externo, Jesucristo también estableció tribunales cuando, como leemos en el Evangelio de San Mateo, dijo al Apóstol San Pedro: “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos”.[17] Y a todos los apóstoles les dijo: “os empeño mi palabra que todo lo que atareis sobre la tierra, será eso mismo atado en el cielo; y todo lo que desatareis sobre la tierra, será eso mismo desatado en el cielo”.[18]

Se ve, pues, que Jesucristo hace que se ejecuten las sentencias de los jueces pronunciadas en uno y en otro fuero; pues cuando el pecador, debidamente arrepentido de sus pecados, recibe la absolución del confesor, esa absolución o sentencia produce su efecto por la omnipotencia y misericordia de Dios y el pecador absuelto queda perdonado de sus pecados.

Igualmente, en el fuero externo, la sentencia pronunciada por el Papa o por el Obispo, por ejemplo, respecto de la validez o nulidad de un matrimonio, surte su efecto jurídico correspondiente. En el mismo fuero externo, la sentencia pronunciada por Cristo surte su efecto adecuado, pues como dice el Evangelio, hablando del juicio final que realizara Cristo, divino Juez de vivos y muertos: al decir Cristo a los réprobos “apartaos de mí, malditos: id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles... irán éstos al eterno suplicio”.[19] Y al decir Cristo a los justos que murieron en gracia de Dios “venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que os está preparado desde el principio del mundo... irán los justos a la vida eterna”.[20]

Cristo, pues, es verdadero Rey y supremo gobernante en su reino, que en la tierra es su Iglesia católica, apostólica, romana, que es la única Iglesia que Él fundó en su paso por este mundo. Ahora bien, Jesucristo, supremo y universal gobernante, comunicó de hecho este poder de gobernar, en la Iglesia, en las cosas espirituales y en las anexas a las espirituales a sus apóstoles, pues leemos en el Evangelio que Cristo dice poco antes de ascender al cielo, cuarenta días después de su resurrección de entre los muertos: “A mi se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, e instruid a todas las naciones... enseñándoles a observar todas las cosas que os he mandado. Y estad ciertos que yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”.[21]

Con estas palabras, Cristo de verdad confiere a sus apóstoles, por supuesto bajo la autoridad suprema de su vicario, el apóstol San Pedro, la potestad moral de gobernar a los creyentes. Y como esta autoridad se las da para que gobiernen a “todas las naciones”, es decir, a todos los hombres que vivan hasta la consumación de los siglos, se desprende lógicamente que, puesto que los Apóstoles eran hombres mortales y no durarían hasta el fin del mundo, la tendrían quienes les sucedieran en el gobierno de la Iglesia. Y estos legítimos sucesores de los apóstoles han sido y serán hasta el fin de los tiempos los obispos católicos. Como supremo y universal gobernante de todos los católicos está el Romano Pontífice en turno, y como gobernantes en sus respectivas diócesis que les asigna el Papa, los obispos diseminados por todo el mundo.

Y como el excelentísimo Señor doctor don José Garibi Rivera fue nombrado por Su Santidad, el Papa Pío xi, Arzobispo coadjutor con derecho a sucesión del nunca bien llorado e integérrimo y heroico Arzobispo de Guadalajara don Francisco Orozco y Jiménez, a partir del 18 de febrero de 1936, día en que éste murió, el Señor Garibi automáticamente y sin ningún otro trámite jurídico empezó a ser gobernante de la Arquidiócesis. Y su gobierno eclesiástico abarcaría largos y fecundos 32 años, en los que ayudado de la gracia de Dios gobernó a esta grey jalisciense con verdadera prudencia, sabiduría, tino y tesón, atendiendo en su gobierno adecuadamente a clérigos, religiosos y laicos.

Tratando en primer lugar del gobierno del Señor Garibi hacia los clérigos, tengo que decir que es de todo mundo muy bien sabido que desde que tomó las riendas hasta el año de 1968 en que renunció al gobierno de ella vivió siempre atentísimo, en primer, lugar a la formación de los sacerdotes, dotando a la Diócesis de Guadalajara de dos enormes seminarios: el Menor para los que estudian Humanidades y el Mayor para los que estudian Filosofía y Teología, Derecho Canónico, etc.

Estos dos seminarios son modernos, muy bien construidos, arquitectónicamente halando muy funcionales. A ambos el Señor Garibi los dotó de un cuerpo de maestros elegidos de lo mejor de los clérigos de la Diócesis, para que los seminaristas se pudieran formar tanto en ciencia como en virtud lo mejor que fuera posible. El mismo Señor Garibi, no obstante sus muchísimas ocupaciones, impartía la clase de Pastoral en el Seminario Mayor. Sus visitas a los dos planteles eran no sólo frecuentes sino frecuentísimas. Más aún, aunque no con la misma frecuencia, también visitaba en el año los seminarios auxiliares de San Juan de los Lagos, de Totatiche y de La Barca. El Señor Garibi estaba siempre atento a que la dirección espiritual de los seminaristas fuera excelente, nombrando padres confesores y espirituales entre lo mejor del clero tapatío. Erogó también grandes cantidades de dinero en la construcción y ornato de las capillas de los Seminarios.

Para estimular a los alumnos de los dos Seminarios, el Señor Garibi asistía a los exámenes públicos cada año. Al Padre Rector en turno, frecuentemente le pedía que le informara cada año escolar del caminar de la institución. Al informe rectoral siempre asistía el Señor Garibi.

Durante el gobierno del Señor Garibi, el Seminario de Guadalajara estuvo siempre a la altura de los mejores no solo de la República, sino aun de los seminarios de Europa, con su magnífico plan de estudios, con su excelente profesorado, por sus magníficos rectores, por sus edificantes padres espirituales y confesores. Tan atinadamente escogía, por ejemplo, a los sacerdotes que quería para rectores del Seminario, que casi todos los que él nombró llegaron al Episcopado, como el Señor doctor don Ignacio de Alba, que fue Obispo de Colima; el Señor Presbítero doctor don José Salazar, que fue primero Obispo de Zamora y luego Arzobispo de Guadalajara y Cardenal; el Señor Presbítero doctor don Juan Sandoval Íñiguez, que fue primero Obispo coadjutor de Chihuahua y luego Arzobispo tapatío y Cardenal; Presbítero doctor Francisco Villalobos, que fue Obispo de Saltillo, etc.

Todo lo dicho revela el amor tan grande y la atención tan exquisita del Señor Garibi por la formación de los llamados a la participación del sacerdocio ministerial de Cristo.

Cuánto la debe también por este capítulo la Diócesis de Guadalajara al Señor Garibi.

En cuanto a los ya ordenados sacerdotes pertenecientes a la Diócesis de Guadalajara, el Señor Garibi estuvo muy atento a que no se empolvaran, pues a su debido tiempo todos debían asistir a las reuniones, en las que antes del Vaticano II se estudiaban temas de teología moral, de teología dogmática, de derecho canónico, de Sagrada Liturgia, etc. Igualmente, el Señor Garibi estaba muy atento a que al renovarles a sus licencias ministeriales, rindieran los debidos exámenes de ciencias eclesiásticas.

Como se ve, el Señor Garibi, tratándose del clero, supo llevar las cosas de su gobierno con tal tino y prudencia que algún Obispo de otra Diócesis de la República Mexicana llegó a decir: “El Señor Garibi atiende magníficamente la formación de sus seminaristas y la continua puesta al día de sus sacerdotes”. Estas palabras textuales se las oí al Excelentísimo Señor doctor don Fernando Romo Gutiérrez cuando era Obispo de Torreón. Palabras verídicas y exactas pronunciadas no por alguien que quisiera lisonjear al Señor Garibi, sino por una persona que no tenía ningún interés que perseguir al expresarse así, y que correspondían a una realidad innegable.

Por otra parte, el Señor Garibi era muy delicado respecto de los sacerdotes de la Diócesis de Guadalajara, aunque esto no quiere decir que no fuera firme en corregirlos cuando lo ameritaban. Como buen padre que quiere de veras a sus hijos, así el Señor Garibi, para evitar desvíos de algún clérigo, lo mandaba llamar a su despacho y con mucha caridad, pero a la vez con firmeza de buen gobernante, lo corregía cuando era necesario, hasta con amenazarlo con penas canónicas en caso de que el clérigo siguiera desviándose en lo que fuera, no sólo en cuestiones de castidad, sino también en cuestiones económicas, etc. etc. “Quien bien te quiere te hará llorar”, dice el refrán castellano. Y al Señor Garibi no le temblaba la mano para llamar la atención a quien lo mereciera, fuera quien fuera. Pero como se suele decir, “con mano de hierro y guante de seda”. En este punto el Señor Garibi parecía un rey. Y me atrevo a decir que todo mundo temblaba cuando recibían un llamado a su despacho.

Yo estuve dieciséis años con él como secretario del Oficio Catequístico Diocesano. Pero durante este tiempo, 22 meses estuve como auxiliar entre los sacerdotes de la Secretaría General: primero supliendo al padre Rafael Muñoz, que en la Secretaría atendía los asuntos de los religiosos y religiosas y se había fracturado un tobillo mientras jugaba balompié. Cuando ya se reintegró a su trabajo, se enfermó el padre Luis Santiago y lo suplí. El padre Santiago se encargaba de los asuntos precisamente de los sacerdotes, y después, cuando el padre Santiago se alivió, seguí ayudando en la Secretaría General al que necesitaba ayuda, según me lo indicaba el padre Rafael Regalado, que era el Prosecretario de la Mitra de Guadalajara.

Y recuerdo que cuando yo suplía al padre Santiago, me mandó llamar a su despacho el Señor Garibi y me dijo textualmente estas palabras: “Mira, padre Antonio; tratándose de las cartas a los sacerdotes, hay que tener muchísimo cuidado con las palabras para no herirlos en lo más mínimo, porque los sacerdotes son buenos, pero suelen ser bastante sensibles. Aun cuando haya que llamar la atención a alguno, hay que proceder con suma caridad y prudencia y con firmeza, sí, pero con mucha paciencia”. Son palabras textuales que revelan la actitud de respeto y caridad del Señor Garibi a los sacerdotes de su Diócesis. Y porque tengo que decir la verdad de lo que conocí del Señor Garibi, no en son de amarga e inútil y nociva crítica, pero sí con verdad, que algunos sacerdotes del clero de Guadalajara no estaban muy contentos con el sueldo que les asignaba: creían que debían percibir una remuneración mejor, dado que las mercancías cada día costaban más y más. Esto lo consigno como algo que de hecho sucedió durante el gobierno del Señor Garibi. Por ejemplo, los vicarios cooperadores en los años por 1945 ganaban 50 pesos al mes. Después el Señor Garibi aumentó a 75 pesos y luego a 100 etc. Yo sí creo que no se dio cuenta que el mundo de la vida económica había girado ochenta grados desde el tiempo en que era niño a cuando fue Arzobispo. Recuerdo una anécdota:

El año de 1946 era yo vicario cooperador de la parroquia de Zapotlán el Grande, y el Señor cura don Librado Padilla me envió a encontrar a la estación de ferrocarril en Sayula al Señor Garibi, para llevarlo desde allí en el coche de la parroquia. Con el Señor Garibi iba a el Excelentísimo Señor Arzobispo de Durango, doctor don José María González y Valencia, que predicaría el 22 de octubre en Zapotlán en la Pontifical. Cuando ya íbamos en el coche le preguntó el Señor Arzobispo de Durango al Señor Garibi: “Señor, ¿cuánto les paga a los vicarios cooperadores?” El Señor Garibi le contestó: cincuenta pesos mensuales. Al oír esto, el Señor Arzobispo de Durango dijo: “¡Qué barbaridad, en Durango yo hago que se les pague a los vicarios cooperadores la cantidad de doscientos cincuenta pesos mensuales! Porque con lo que Su Excelencia y yo comprábamos un pollo cuando éramos niños, ahora no compramos ni siquiera una pata del pollo”. El Señor Garibi no respondió una sola palabra... Somos hombres, y aunque no estoy haciendo en este escrito la biografía del Señor Garibi, sin embargo yo creo que no debí callar este puntito, que para muchos no fue tan blanco en su gobierno. Recuerdo que lo oí una vez comentar, cuando alguien se atrevía a decirle que era necesario aumentar el sueldo a los sacerdotes en general, “no los quiero podrir a pesos”. Yo di diez años clases de Filosofía en el Seminario Mayor y recuerdo que me pagaban a cinco pesos la clase. Y por doce clases que di de teología moral, supliendo al Ilustrísimo Señor Aviña, que se había ido a un Congreso Eucarístico a Budapest, me dieron 60 pesos. Igualmente, en la Escuela Catequística Diocesana nos pagaban tres pesos por clase de Sagrada Escritura, de Teología Dogmática, etc. Creo que tratándose del Gobierno del Señor Garibi hacia el clero de Guadalajara, esto basta para conocerlo.

Pasemos a ver cuán era el modo de gobernar del Señor Garibi respecto de los religiosos y religiosas. Fue sumamente prudente en sus relaciones con los religiosos; nunca, que yo haya sabido, se entremetió en su régimen interno, salvo en lo que dispone el Derecho canónico referente a la visita que el Obispo debe practicar a los institutos religiosos.

Respecto de aquellos religiosos que atendían alguna parroquia dentro de la Diócesis, como Santa Anita, Etzatlán o alguna capellanía, como San Felipe Neri, etc., el Señor Garibi era extremadamente delicado y con esto lo digo todo. A las religiosas que por una razón o por otra acudían a él para sus asuntos, siempre, que yo sepa, las trató con inmensa caridad y con muchísima paciencia.

En cuanto al gobierno del Señor Garibi respecto de los seglares, como se suele decir, se desvivía por hacerles el bien. Era el Arzobispo del Sí: nunca se negaba a las invitaciones que le hacían, por ejemplo, para que les bautizara a sus hijos, y esto sucedía lo mismo con los ricos que con los pobres. El Señor Garibi jamás, que yo sepa, discriminó a alguien. Era asiduo incansable para conceder audiencia a toda las personas que la solicitaban. Nadie salía descontento. Recuerdo que un día, cuando yo era secretario del Oficio, entre las personas que esperaban ser recibidas en audiencia por el Señor Garibi estaba un niño pobrecito de unos 9 años, que daba grasa a los zapatos en la plaza de la Liberación y su madre estaba muy pobre y vivía en la parroquia de San Miguel de Mezquitán. Yo conocía a ese niño porque frecuentemente al salir de las oficinas de la Mitra, por ayudar a ese niño bolerito me le acercaba para que me diera grasa. Pues bien, iba yo a que me firmara el Señor Garibi una carta y vi a ese niño, que se llamaba Macario y le pregunté: “¿Quieres hablar con el Señor Arzobispo?” “Sí,” me contestó, “ya me apuntó el que escribe los nombres de los que quieren verlo”. “Muy bien”, le dije, “espera que te toque tu turno”, y entonces me dijo: “Padre ¿me atenderá a mí, el Señor Cardenal?” “Sí te atenderá”, le contessté; “no temas”. El niño entró a la audiencia y salió muy contento, porque le pidió al Señor Garibi que si le daba una recomendación para el Señor Cura de San Miguel de Mezquitán, para ver si era posible que dicho párroco le diera una despensa a su mamá, y el Señor Garibi le dio una tarjetita en la que le decía al Señor Cura de esa parroquia que incluyera a la mamá de Macario en la lista de las personas que recibían despensa de la parroquia. Así era el Eminentísimo Señor, repito: par él lo mismo era el pobre que el acaudalado. Así es el buen gobernante.

Respecto de la atención del Señor Garibi al confesionario, ya señalé con que celo ardiente y sacrificado atendía a toda la gente, de todas las clases sociales, cuando hablé del Señor Garibi, en su aspecto de sacerdote y no voy a repetir lo que ya dije. Sólo quiero añadir que a los seglares en general, el Señor Garibi insistió en dos cosas con énfasis especial:

 

1ª.- Que día y noche hubiera en todas las parroquias del Arzobispado un sacerdote de guardia para atender las confesiones de enfermos, para que nadie fuera a morir sin los auxilios espirituales.

2ª.- Impulsó todas las asociaciones piadosas en la Diócesis: la Adoración Nocturna, el Apostolado de la Oración, la Confraternidad del Santísimo Sacramento o Vela Perpetua; la Asociación de Hijas de María, las Marías de los Sagrarios, la Obra Misional, etc. Pero sobre todo y ante todo, el Señor Garibi dio un impulso verdaderamente gigantesco al apostolado de los seglares o Acción Católica, llegando a amenazar con quitarle la parroquia al párroco que se resistiera a fundar en ella la Acción Católica.

En bien de todos los diocesanos y con un esfuerza titánico, venciendo algunas dificultades, el Señor Garibi realizó el Sínodo Diocesano de Guadalajara en el año de 1938, sínodo que sin duda hizo mucho bien a clérigos, religiosos y laicos y que tuvo vigor hasta hace poco tiempo en esta grande Arquidiócesis. Sin duda ese Sínodo es otra de las grandes glorias de tan gran prelado.

Dios tenga en su Santa Gloria a este gran maestro, sacerdote y gobernante, y ojalá desde el Cielo, donde esperamos que esté gozando de Dios, interceda por esta porción de la Santa Iglesia Católica que tanto amó y que tanto se esforzó por santificarla en su largo y fecundo ministerio episcopal de 38 años: seis como Obispo auxiliar y 32 como Arzobispo Metropolitano.

Guadalajara, Jalisco, 9 de mayo de 1998



[1] Presbítero del clero de Guadalajara (Cuquío, 1915-Guadalajara, 2012), doctor en teología, recibió el orden sagrado en Roma en 1941. Tuvo a su cargo la Sección Diocesana de Catequesis. Fue párroco de San Juan Bautista de Mexicaltzingo y postulador de la causa de canonización del Siervo de Dios don Francisco Orozco y Jiménez. Fue autor de diversos libros y muchos artículos.

[2] Esta semblanza vio la luz pública en Guadalajara en edición de autor en 1998.

[3] Jn. 13, 13.

[4] Mt. 22, 16.

[5] Lc. 2,5.

[6] Jn. 18, 37.

[7] Lc 6, 12-13.

[8] Mt. 28, 18-19.

[9] Jn. 1,14.

[10] Credo Niceno-Constantinopolitano

[11] i Corintios 4,1.

[12] Mt. 5,21.

[13] Mt. 5,28.

[14] Mt 5,31-32.

[15] Jn 20, 22-23.

[16] Dénzinger, núm. 894

[17] Mt 16, 18-19.

[18] Mt, 18, 18.

[19] Mt, 25, 41-42.

[20] Mt, 25, 34-36.

[21] Mt, 28, 19-20.



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