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El legado humanitario y humanístico

de Fray Antonio Alcalde en Guadalajara:

un modelo de atención integral pospandémica

desde la “cultura del cuidado”

Tomás de Híjar Ornelas[1]

 

 

La Iglesia en Guadalajara tiene ante sí un modelo

de atención humanística y humanitaria enorme,

que alentó, sostuvo y sigue vivo desde hace 250 años su xxiv Obispo,

el Siervo de Dios Fray Antonio Alcalde, op (1701-1792),

el cual, sin mengua de la atención propia de su ministerio

y llevando un estilo de vida de sobriedad y congruencia absolutas,

aplicó la cuarta parte de los diezmos de su administración,

un millón cien mil pesos de entonces

–que en el nuestro equivalen a unos 100 millones de euros–,

para patrocinar la construcción de 1 500 viviendas para familias carentes de techo,

sostener cada día dos mil raciones de almuerzos y cenas en comedores públicos,

ofrecer cientos de empleos remunerados,

escuelas de todos los grados, salud pública y hasta cementerios suburbanos.

 

…el episcopado no es un honor en sí mismo

…no es una elevación hecha para uno mismo

…“es una función, no un honor”,

y obispo no es quien ama el honor más que la carga,

no quien desea preceder más que ayudar.

Pablo vi

 

Preámbulo

 

El 18 de diciembre del 2020, en sesión extraordinaria, el órgano supremo de gobierno de una de las universidades más importantes de América, la de Guadalajara, aprobó a instancias de su Rector general, el maestro Ricardo Villanueva Lomelí, la imposición de la leyenda “Año del legado de Fray Antonio Alcalde en Guadalajara” a todo documento oficial de la institución durante 2021.

Tal mención va inmediatamente después del lema universitario, “Piensa y trabaja”, toda vez que el 14 de diciembre del 2021 se estarán cumpliendo 250 del arribo del fundador a esta capital. Mucho enaltece y compromete a quienes así lo hicieron honrar la vida y obra de su bienhechor, un religioso dominico que comenzó su gestión por acá a edad septuagenaria y echó en los 21 años siguientes los cimientos gracias a los cuales Guadalajara es ahora la segunda ciudad en importancia de México.

            Para no ser ingratos con su benefactor supremo y siguiendo el ejemplo de sus ancestros, los tapatíos del siglo xxi han perpetuado su memoria imponiéndole su nombre al espacio público más importante del Estado[2] y dotando en los últimos años con imágenes suyas ámbitos por demás entrañables.[3]

No se ha ponderado lo suficiente, en cambio, que las circunstancias en las que se implementó este legado fueron las peores si bien se ve: dos catástrofes epidémicas que en el último tercio del siglo xviii provocaron la muerte de uno de cada diez neogallegos,[4] pues tan sólo en la cabecera,

 

en 1780 otra [pandemia] más de viruela diezmó a la población de la capital de la Nueva Galicia.[5] Cinco años después, durante los años que van de 1784 a 1786, se padecieron epidemias, escasez de alimentos, hambre y muerte en la ciudad. En 1785 las cosechas se perdieron a causa de una fuerte granizada y heladas, lo que se tradujo en la crisis agrícola, económica y demográfica más cruenta del siglo xviii en la Nueva Galicia. El siguiente año, 1786, quedó registrado en los documentos de la época como el año del hambre. Por la cantidad de enfermedades que se presentaron, los contemporáneos les dieron el nombre de “la bola”. Eran tantos los enfermos y pobres que deambulaban por la ciudad que, a decir del Cabildo tapatío, reinaban en ella “la necesidad, la enfermedad, la confusión y la miseria”.[6]

 

Ahora bien, tal coyuntura, lejos de paralizar al obispo, hizo que dedicara los seis años restantes de su larga existencia a procurar remedio a esa crisis, creando con las bases más sólidas y perdurables las obras colosales que perpetúan su memoria y siguen vivas y rozagantes: el hospital más grande del continente, magno en su diseño, capacidad y servicio integral, con una escuela  para agentes de la salud, un jardín botánico y el primer cementerio extramuros, y la segunda y última universidad de la Nueva España con premisas que hasta la fecha conserva, educación pública y gratuita para sus matriculados. Todo ello hace excepcional la actuación de Alcalde, y más cuando uno se entera de la edad que tenía cuando se echó a cuestas ambas fundaciones, 85 años, y los achaques graves que le afligían, agudizados por un tren de vida por demás austero, a despecho del cual nunca le abandonó una vitalidad fuera de serie que así describe el canónigo Agustín del Río, uno de sus colaboradores más cercanos, en 1789:

 

su vejez “no es más que de las piernas para abajo” y, en efecto, parece de bronce su cabeza; su memoria [es] más fresca que la de un niño, porque se acuerda de las despreciables menudencias de sus primeros años; su entendimiento, constante; su tesón, infatigable.[7]

 

Se está haciendo en nuestros días un análisis integral y exhaustivo de los recursos humanos y materiales de quien también ostenta el título de Genio de la Caridad,[8] del que de otra forma sólo habría pasado a la posteridad como el Fraile de la Calavera, apodo impuesto al prior de un convento dominico periférico de Madrid, el de Jesús María de Valverde, un día incierto del tórrido verano de 1761. De visita en su celda, el monarca más importante del mundo en ese momento, el Rey Carlos iii de España, vio tan macabro despojo a modo de adorno sobre el escritorio de quien desempeñaba ese oficio desde hacía diez años. Poco después, necesitado de presentar[9] al Papa Clemente xii un candidato para el obispado de Yucatán, había tal vez olvidado el nombre del prior, pero le ordenó a su secretario: “nombre usted al fraile de la calavera, precisamente”.[10]

Camino a los altares desde 1994, las labores de investigación para subsanar con fuentes primarias las ya publicadas en letra de molde implica un análisis académico del que van saliendo brotes tiernos[11] y la ocasión de saber cómo fue y qué hizo un filántropo visionario con talla de estadista y de santo, de modo que conozcamos también sus motivaciones acerca de las obras de las que ya dan cuenta las muchas biografías de él compuestas.

Cierto es que la apertura de su causa de canonización se hizo antes de tener el acopio exhaustivo de datos fidedignos y documentos coetáneos de un proceso como el suyo, “histórico” por haberse iniciado cuando el mero decurso nos priva ya de testigos de vista y oídas,[12] pero una vez que se remedie tendremos además la ocasión de apreciar un valor social, el de presentarnos lo modélico y perpetuo de la acción de un gestor del bien común para hoy y mañana.

Repasaremos aquí sus acciones más sobresalientes a favor de su ciudad episcopal no porque fueran las únicas, pero sí porque se produjeron en un contexto similar al que afronta la humanidad en el marco de los estragos que dejará la pandemia del covid-19. Nuestro planteamiento crítico será el de la “cultura del cuidado” como camino de paz, tal y como lo propuso el Papa Francisco el 8 de diciembre del calamitoso 2020 en su Mensaje para la celebración de la 54 Jornada Mundial de la Paz,[13] invitando al pueblo a elevarse al rango de actor políticos mediante la participación democrática y a sobreponerse al consumismo materialista, predador y voraz y al expolio de los recursos y la calidad de vida del planeta.[14]

Veremos así cómo Fray Antonio, en las circunstancias ya descritas, implementó acciones pastorales que coinciden plenamente con las sugeridas por Francisco en su “gramática” del cuidado: “la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación”,[15] que es como decir los cuatro niveles de la doctrina social de la Iglesia.

No dejará de sorprendernos descubrir la actualidad de este rumbo y orden programático en las directrices que el obispo Alcalde implementó en su gestión de dos décadas: ofrecer a los desposeídos un techo digno, trabajo remunerado a los cabezas de familia, educación sistematizada, de la elemental a la superior, a varones y mujeres y atención sanitaria integral.

Para conseguir aplicó en la cabecera de su extensísima diócesis (de unos dos millones de kilómetros cuadrados, que se dilataban a lo que hoy es el sudoeste de los Estados Unidos) la cuarta parte de los diezmos que le correspondía administrar, que hoy equivalen a unos cien millones de euros.[16]

 

i

La cultura del cuidado en el legado de Fray Antonio Alcalde en Guadalajara

 

 

1.    Fray Antonio Alcalde antes de ser obispo

Vino al mundo el 14 de marzo de 1701. Fue el cuarto y el menor de los hijos de un matrimonio de pequeños propietarios oriundos y vecinos de Cigales, población nada distante de Valladolid, la de Castilla la Vieja. Quedó huérfano de madre a las pocas semanas de nacido y su infancia y pubertad discurrieron durante la calamitosa Guerra de Sucesión española (1701-1714).

            Proclive a los estudios, el párroco de Cigales, su tío del mismo nombre, le heredó su biblioteca cuando su sobrino contaba 13 años de edad. A los 16 pidió ser admitido como aspirante a fraile predicador en el importantísimo convento de San Pablo de Valladolid, donde tomó el hábito de los dominicos al año siguiente. Se ordenó presbítero siete años después, destinándosele a servir como docente en diversos estudios de su Orden, uno de los cuales fue el convento de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela. Ahí debió tener noticias de la vida y obra de un correligionario suyo novohispano, muerto quince años antes: Fray Antonio de Monroy e Híjar, Maestro General de los dominicos de 1677 a 1685 y Arzobispo de Compostela de 1685 a 1715, quien reedificó a sus expensas el convento local de sus hermanos y costeó en su templo un hermoso retablo a Nuestra Señora de Guadalupe de México, devoción que allí conoció cigalés y hasta pudo hacer suya según lo manifestará luego.[17]

Para ejercer con suficiencia el magisterio en grados superiores obtuvo el título de Maestro; casi alcanzaba la edad quincuagenaria cuando fue electo prior del convento de Zamora y poco después del de Jesús María de Valverde, situado al pie de un coto de caza real inmediato a Fuencarral y 15 kilómetros al norte de Madrid, el del monte del Pardo. Allí tuvo lugar el encuentro fortuito que sostuvo con el avezado cazador que lo presentó como obispo de Yucatán.

La suya, pues, fue una existencia que discurrió casi toda en la península ibérica y en la penumbra de actividades muy precisas, docentes y administrativas, que aquí contextualizamos desde una cronología compuesta por el documentalista que más ha rastreado fuentes primarias de su vida en España, el doctor José López Yepes:

 

·      1701, 14 de marzo: Nace en Cigales, Provincia de Valladolid, España. Es bautizado el 3 de abril por su tío párroco, del mismo nombre y apellido.

·      1716: Ingresa como novicio en el convento dominico de San Pablo en Valladolid, para acreditar los estudios de Filosofía y Teología.

·      1726: Ordenación presbiteral. Sus superiores lo nombran docente en diversos estudios de su Orden.

·      1736: Maestro de estudiantes en el convento dominico de Santiago de Compostela.

·      1749: Prior del convento de Zamora.

·      1753: Prior del convento de Jesús María de Valverde (Fuencarral, Madrid).

·      1760: Visita Valverde el Maestro General de la Orden de Predicadores, Fray Tomás de Boxadors.

·      1761: Electo prior del convento de la Santa Cruz de Segovia.

18 de septiembre: Real Cédula de Carlos III en la que lo presenta como obispo de Yucatán. Se retira al convento de los dominicos en Madrid, el de Santo Tomás. Allí comienza las gestiones para viajar al Nuevo Mundo.

11 de diciembre: Oficio de Fray Julián de Arriaga, secretario de Indias, anunciando la partida del electo.

·      1762, 25 de enero: Bula de Clemente xiii en la que lo nombra obispo de Yucatán.

17 de diciembre: El Consejo de Indias le expide licencia para embarcarse, asistido por un corto número de acompañantes.[18]

 

            A mediados de 1763 emprendió su andadura americana a partir de su desembarco en Cartagena de Indias. En la catedral de este puerto lo consagró obispo el residencial de esa Iglesia, don Manuel de Sosa, el 8 de mayo. De inmediato marchó a su destino y llegó a la ciudad de Mérida el 1º de agosto siguiente. Los años que vendrían luego le permitirán dejar una bien ganada fama de bienhechor, que así recuerda el jurisconsulto y escritor yucateco Justo Sierra O'Reilly:

 

La viuda lo vio sustituir al esposo que lloraba y dar a sus abandonados hijos la subsistencia y la educación; el huérfano no extrañó con él ni las caricias ni los cuidados paternales; y el desgraciado a quien un evento imprevisto puso al borde de la miseria y el oprobio, después de haber sufrido la estéril compasión del poderoso, halló un hombre que le conservara su reputación y su subsistencia, sin pensar siquiera en la gratitud debida a sus beneficios.[19]

 

Permaneció en su diócesis hasta los últimos días de 1770, cuando se vio obligado a trasladarse a la capital de la Nueva España para tomar parte con voz y voto en las sesiones del iv Concilio Provincial Mexicano convocado por el Arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana, que sesionó hasta octubre de ese año. De allí, antes de recibir la bula de su nombramiento, pasó a Guadalajara[20] tan sólo con la Real Cédula de su presentación. El 12 de diciembre de 1771 llegó a sus goteras, a San Pedro Tlaquepaque, y el 14 de diciembre siguiente comenzó su último mandato, que sólo interrumpió su deceso acaecido en su Palacio Episcopal el 7 de agosto de 1792, no sin antes sostener “veinte años de beneficencia”[21] que aquí presentamos como un modelo de atención pastoral pospandémica.

 

2.    La promoción de la dignidad de toda persona humana

 

a.    Atención humanitaria en Guadalajara en tiempos de pandemia (1780/1786)

 

Orillados a resumir la atención humanitaria que sostuvo Fray Antonio Alcalde en las circunstancias más difíciles, nadie mejor para informarnos de ello que su coetáneo y colaborador el canónigo Del Río de Loza, a cuyo testimonio ya hemos apelado:

 

·       En el año de 1780, en que se padeció aquí la epidemia general de viruelas, puso a su costa crecida porción de camas para hombres en el hospital de San Juan de Dios y alquiló unas casas inmediatas para hospital de mujeres, y llamó al Prior de dicho hospital (donde anualmente acude con cien pesos) y le dijo: “Ahí están quince mil pesos[22] para los enfermos y, si se acaban, echaremos mano de la Catedral y de las monjas”. Gastó el prior más de seis mil pesos.[23]

·       En la general hambre y epidemia del año [17]86 estableció tres cocinas en los barrios de Guadalupe, Analco y [el] Carmen, en que diariamente se daba de comer y cenar a más de dos mil pobres.

·       Contribuyó con trescientos pesos mensuales[24] para la subsistencia de dos hospitales provisionales que se establecieron y

·       dio a[de]más crecidas limosnas para socorrer necesidades particulares. Se ignora lo que gastó en estos objetos.[25]

 

b.    Instrucción pública bajo un sistema escolarizado, de la elemental a la superior

 

El que en su patria chica fue “lector de artes, maestro de estudiantes y lector en Sagrada Teología por espacio de 26 años”,[26] tuvo, como obispo, un interés muy vivo por el desarrollo de la educación. En Yucatán pidió el establecimiento de un claustro universitario,[27] y en Guadalajara, donde nada más llegando tuvo ante sí el enorme vacío que produjo en la educación media y superior el extrañamiento de la Compañía de Jesús el 25 de junio de 1767, no ahorró esfuerzos para obtenerlo.

Por carecer la ciudad de escuelas de primeras letras para las clases populares, procuró inmediato remedio estableciendo en los barrios escuelas de primeras letras para niños y niñas, como las dos que creó en el barrio del Santuario, cada una capaz para atender trescientos escolares.

De los jesuitas en la capital de la Nueva Galicia no está de más aclarar que tuvieron a su cargo, a partir de 1590, el Colegio de Santo Tomás de Aquino, columna y pilar de la educación media y superior de todo el occidente y el noroeste de la Nueva España y residencia de los civilizadores de más hondo calado entre nosotros: el Siervo de Dios Eusebio Francisco Kino y el P. Juan María Salvatierra.[28] Al momento de consumarse la expulsión en esta capital, uno de los desterrados de la casa tapatía fue el joven e inquieto intelectual novohispano Francisco Xavier Clavigero, autor, desde su destierro en Bolonia, de la Storia Antica de Messico (1780), que luego verá ediciones en alemán (1789) y español (1826).

Privados de sus profesores y plantel, los estudiantes del colegio jesuita buscaron asilo en las aulas disponibles para acogerlos, las del Seminario Conciliar y las del estudio de los dominicos, aunque también los oratorianos hicieron lo propio para habilitar salones de clases.

Por lo que respecta a las del también llamado Colegio Tridentino, creado por su hermano de hábito Fray Felipe Galindo y Chávez en 1696, el Obispo Alcalde abrió sus aulas a los estudiantes externos deseosos nada más de alcanzar el título de bachilleres, y le dedicó un copioso caudal, 10 500 pesos,[29] para redimir sus rentas y hacer mejoras materiales a su sede, que “a expensas de Su Señoría Ilustrísima se amplió hermosa y considerablemente en lo material y en lo formal, erogando [él] crecidas sumas para el aumento de su librería y dotación de sus cátedras”, en palabras de un escritor contemporáneo suyo.[30] Luego de sanear las maltrechas finanzas del plantel, lo dotó de cátedras, le dio nuevas constituciones y apelando a su ascendiente ante la Corona, retomó un proyecto ya antiguo para instaurar en él un claustro universitario.[31]

Este proyecto, en sus planes, lo fue empujado a partir de 1775 cada vez con más ímpetu y un fin muy claro: evitar la ruina económica de las familias de los estudiantes, obligadas a afrontar “los crecidos gastos de su viaje a México y su manutención en aquella capital para seguir los cursos regulares”.[32]

Por ser la falta de fondos el principal problema para abrir la Universidad, ofreció sostener sus cátedras con un capital de 60 mil pesos, al que a ruegos suyos añadió otros 19 el Cabildo Eclesiástico y luego, él de nuevo, 20 mil más.[33]

Mucho tardó en superarse el obstáculo principal para la apertura del claustro universitario neogallego, que fue la rotunda y más que centralista oposición de la Universidad de México, que sólo pudo doblegar la voluntad del obispo dominico y su ascendiente en la Corte, de modo que al final de cuentas el rey Carlos iv pudo expedir el 18 de noviembre de 1791 la Real Cédula de Fundación de la Universidad de Guadalajara, destinándole como sede para sus tres facultades, de teología, jurisprudencia y medicina, impartidas de forma gratuita y pública, el colegio de Santo Tomás, tal y como lo gestionó Fray Antonio.[34] De la Cédula tuvo el obispo noticia cuatro meses antes de su muerte, pero la apertura del plantel tuvo lugar el 3 de noviembre de 1792, pocas semanas después de su deceso.

No podemos omitir lo que en este contexto lo que hizo el obispo Alcalde para enriquecer la educación femenina, hasta antes de él reducida al Colegio de Niñas de San Diego, con otro proyecto por demás grandioso, que a partir de 1783 aseguró educación a 300 mujeres por espacio de 80 años:

 

Interesado el obispo Alcalde por aumentar los planteles educativos femeninos en el naciente barrio del Santuario, que mereció su personal atención, dispuso en 1782 que las beatas de Santa Clara se trasladaran al edificio que originalmente había destinado para casa de cuna de expósitos,[35] de todo lo cual dio informes al rey, que aprobó el plan en la Real Cédula del 10 de diciembre de 1783.[36]

 

3.    La solidaridad con los pobres y los indefensos

 

Llevando un tren de vida que no le hubiera envidiado el más pobre de los pobres, nunca tomó para sí o para sus allegados otra cosa que lo absolutamente indispensable y nos dejó también ejemplo de serenidad ante los quebrantos propios de la salud; al respecto, Agustín del Río, afirma que “regularmente no pasa de un peso fuerte el gasto diario de toda la familia”.[37]

Y así, privándose de todo y acumulando para los más necesitados, organizó un proyecto que, a juzgar por un testimonio de su puño y letra del 10 de noviembre de 1773, comenzó a los dos años de su llegada, ya con fondos suficientes de su cuarta episcopal: dotar de viviendas dignas a las muchísimas familias que sobrevivían a la intemperie o en albergues miserables en la capital. Atribuyó este deseo

 

a particular disposición de Dios, que me lo ha inspirado en el retiro del Pueblo y Santuario de Nuestra Señora de Zapopan, distante legua y media de esta ciudad, a donde pasé unos días a implorar la Divina Misericordia por intercesión de la que es Madre de ella, por ocasión de los repetidos fuertes temblores que especialmente el del día 23 del pasado [octubre] hicieron muchos daños a la Catedral y otros templos, siendo uno de los que más padeció el de aquella prodigiosa Imagen, asilo y defensa de este lugar…[38]

 

Así nació el mejor ejemplo de vivienda popular en Hispanoamérica hasta ese momento: 158 vecindades[39] de diez viviendas familiares cada una, que alcanzaron el número de 1 500, construidas en 16 manzanas sobre el terreno que al efecto le cedió el Ayuntamiento tapatío y aplicando a la obra 240 mil pesos.[40]

Cada una de las 16 cuadritas –el diminutivo obedece a que tenían por el sur y el norte algo menos de las acostumbradas 60 varas en cuadro–[41] tenía como zona común un amplio patio al centro. Dispuso que el importe de las rentas de las viviendas colectivas se empleara para sostener cada una de las mil camas del Real Hospital de San Miguel de Belén y los arriendos restantes al Colegio de Maestras de la Caridad y Enseñanza.

Las otras cuatro manzanas, a la cabeza del barrio fueron espacios públicos y servicios comunitarios: el jardín con su toma pública de agua potable, el templo y el cementerio y las escuelas para niños y para niñas.

El nuevo barrio propició el crecimiento armónico de la ciudad hasta entonces deshabitada por el viento norte y brindó a las clases populares carentes de vivienda espacios dignos y funcionales con rentas reducidas.

La única de las 158 vecindades que ha llegado hasta nosotros lleva ahora el nombre de Albergue Fray Antonio Alcalde y es un botón vivo de su misericordia; el inmueble tiene capacidad para que pernocten hasta 200 personas.

Por otro lado, protegió y evitó la ruina de la Casa de Recogidas, un asilo femenino creado entre 1745 y 1751, a instancias del P. José de Castro, sj, por el primer obispo nacido en Guadalajara, don Juan Gómez de Parada, y anexo por el viento norte a la Ayuda de Parroquia de Nuestra Señora del Pilar. Según sus fundadores, con ese albergue se evitaría a muchas mujeres carentes de dote y de amparo caer en la prostitución o podrían redimirse de ella.[42] Ahora bien, como la Casa de Recogidas de Guadalajara se hizo sin permiso real, cuando se supo en Madrid, en 1772, a tenor de lo previsto por las Leyes de Indias se dispuso ponerle fin a la obra y hasta demoler el edificio, de lo cual le salvó Fray Antonio, al grado que el 24 de mayo 1776 Carlos III convalidó la existencia del recogimiento tapatío y en 1788 promulgó las Ordenanzas para su buen gobierno. Para el sostenimiento del plantel el obispo dispuso de un donativo anual de 300 pesos.[43]



[1] Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara y Director de este Boletín.

[2] Nos referimos al Decreto del 24 de noviembre del 2017 del Ayuntamiento de Guadalajara “por el que se asigna el nombre de Paseo Fray Antonio Alcalde a la obra de infraestructura civil edificada desde la glorieta de la Normal y hasta la calle deñ Ferrocarril, sobre la avenida Fray Antonio Alcalde y 16 de Septiembre”. Cf. Gaceta Municipal de Guadalajara, t. vi, núm. 15, año 100 (24 de noviembre del 2017), pp. 3-4.

[3] Es el caso de su retrato al óleo colocado en el muro poniente del presbiterio del Santuario de Guadalupe, justo encima de su sepulcro, obra de Yoel Díaz Gálvez (2017); el grandísimo mural A la humanidad doliente (10 x 15 mts.), de Jorge Monroy, en el patio de la sala de consulta externa del Hospital Civil; del mismo artista, el retrato ahora a la cabeza de la galería de exrectores en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara; su escultura en bronce en la explanada del edificio de la Rectoría. Al tiempo de componer este texto, el maestro Monroy está terminando un mural grandísimo para la sede de la Cámara de Comercio de Guadalajara, donde fulge como referente el Obispo Alcalde desde lo que aquí diremos: su condición de benefactor supremo de Guadalajara.

[4] Es el gentilicio de los nativos del Reino de la Nueva Galicia (1531), sobre cuyo territorio cae ahora el Estado de Jalisco, aunque ya sin los que hoy conforman los de Zacatecas, Aguascalientes, Nayarit y Sinaloa.

[5] Sólo en la parroquia de indios de San Francisco de Chapala murieron por esta causa uno de cada diez de sus moradores, esto es, 200 de 2 000 habitantes. Cf. Daniel Iván Becerra de la Cruz, “La viruela de 1780 y 1798 en la parroquia de Chapala”, en Estudios jaliscienses, 123 (febrero del 2021), El Colegio de Jalisco, p. 25.

[6] Cf. Lilia V. Oliver, “Epidemia, pobres y hospitales en la historia de Guadalajara durante el siglo xviii. Un recuento de las epidemias que ha vivido la perla de Occidente”, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, año xiv, vol. 5 (mayo del 2020), p. 327. Sólo el 22 de abril de 1786 se registraron en un solo día cien defunciones en la capital (Cf. Carlos Zapata, “Azotes epidémicos en la feligresía del Santuario de Guadalupe, 1782-1821, en Estudios jaliscienses, núm. 123 (febrero del 2021), El Colegio de Jalisco, p. 25, p. 39.

[7] Agustín José Mariano del Río de Loza, “Práctica idea de un prelado de la América Septentrional, verdaderamente humilde, pobre y benéfico, el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor don fray Antonio Alcalde y Barriga, obispo de Guadalajara, Nuevo Reino de Galicia”, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Año xi, núm. 8 (agosto 2017), p. 535.

[8] El término se acuñó en 1892, para el libro Veinte años de beneficencia y sus efectos durante un siglo: memoria presentada por Alberto Santoscoy en el concurso literario y artístico con que se celebró el primer centenario de la muerte del Illmo. Sr. D. Fray Antonio Alcalde. Guadalajara: Impr. del Diario de Jalisco, 1893.

[9] Al tiempo que aquí nos remontamos el Rey de España tenía el privilegio de presentar al Papa los candidatos al episcopado de las diócesis en sus dominios y hasta de vetar a los que no pasaran por este procedimiento (caso que nunca se dio).

[10] De este dato da fe Mariano Otero en 1837. Obras completas, vol. 2, México, Porrúa, 1967, p. 392.

[11] De ellas ofrecen ya datos puntuales los títulos Utopía y acción de Fray Antonio Alcalde, 1701-1792 (2018) y la reedición, ahora en prensa (2021), del libro Noticias del Fraile de la Calavera, de Laura Castro Golarte.

[12] Oficialmente, la causa de canonización de Fray Antonio Alcalde comenzó en Guadalajara el 15 de octubre de 1994, pero nació trunca por la impericia local para instruir procesos “históricos”, toda vez que en ellos la labor archivística exhaustiva se debe hacer antes y no durante el proceso, de modo que ante el delegado episcopal una comisión de historiadores designados para eso entregan los documentos y su dictamen en torno a la procedencia y verosimilitud de sus contenidos, sólo así el delegado podrá instruir la fase diocesana de la causa, previa a la fase romana. Como ello nunca se hizo, ni el actor de la causa (el párroco del Santuario de Guadalupe en ese momento) lo fue por voluntad propia, durante los años 1999 y 2000 se quiso subsanar este vacío, pero lo paralizó de la forma más extraña quien presidía la comisión de historia, pues aunque recibió la información recabada no cumplió su cometido. Sin embargo, del 2014 para acá se han emprendido labores formales para recuperar de los fondos archivísticos contemporáneos al siervo de Dios y se trabaja en su trascripción de forma ininterrumpida del 2017 a la fecha, bajo la coordinación del canónigo J Guadalupe Dueñas Gómez y mecenazgos tan valiosos como los que hicieron posible las labores del documentalista José López Yepes en muchos archivos de España y que auspició el campus Guadalajara de la Universidad Panamericana.

[13] Nos referimos al Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la 54 Jornada Mundial de la Paz, 1º de enero del 2021, que lleva por título La cultura del cuidado como camino de paz (cccp en lo sucesivo) y se promulgó en el Vaticano el 8 de diciembre del calamitoso 2020.

[14] Tal y como lo describe y estudia el filósofo Enrique Dussel en su libro 20 tesis de política, México, Siglo xxi editores, p. 87ss.

[15] Cf. cccp, núm. 6.

[16] Para hacerlo sin decir una barbaridad, procedimos de este punto de partida, el “Extracto de las donaciones, limosnas y fundaciones…” de Fray Antonio, que hizo público el 15 de septiembre de 1792 el letrado Manuel Castillo Negrete: 1 097 320 pesos más un 1 real. Considerando que en el último tercio del siglo xviii el salario de un jornalero era de un real y medio (12 y medio centavos en el sistema decimal), eso, a la semana, ascendía a un peso y al año a 50. Adjudicando al real y medio –el salario mínimo de entonces–, el equivalente a 300 pesos mexicanos (15 dólares estadounidenses en el 2021), redondeadas esas cantidades nos dan 100 mil pesos anuales o 5,000 dólares) para 50 pesos. Con tal criterio, del millón cien mil pesos que el obispo gastó en fines sociales (que no incluye otras más menudas), eso asciende hoy a 2 200 000 000 millones de pesos mexicanos, es decir, los 110 000 000 de dólares o 100 000 000 de euros. Y bien, al que le parezca una cantidad desmesurada calcule el precio que ahora implicaría la construcción y rentas de las obras materiales a las que se aplicó la crecidísima suma. Nos facilita la tarea Erick Van Young, quien adjudica esa fortuna al hombre más rico de toda la Nueva Galicia, el minero y hacendado Francisco Javier Vizcarra, en su obra magna La ciudad y el campo en el México del siglo xviii. La economía rural de la región de Guadalajara, 1675-1820 (México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 176). Por otro lado, con este cálculo sólo aspiramos a ofrecer una idea aproximada del caudal que empleó este administrador absoluto a un proyecto tan de largo plazo como el que emprendió y que se mantiene en pie. El autor de este texto pidió la opinión muy respetable de dos peritos en la materia, el maestro Pedro Franco López y el licenciado Claudio Jiménez Vizcarra.

[17] El convento es ahora Museo del Pueblo Gallego, y el templo Panteón de Gallegos Ilustres. El primero lo rehízo casi en su totalidad, entre los siglos xvii y xviii, el arzobispo Monroy, mecenas del arquitecto Domingo Antonio de Andrade, autor allí mismo de una triple escalera helicoidal de notabilísima audacia estructural. El guadalupanismo del obispo Alcalde es enorme, según se dirá. Cf. Óscar Mazín, “El arzobispo de Santiago de Compostela fray Antonio de Monroy y la devoción a la Virgen de Guadalupe”, en Maria y Iacobus en los caminos jacobeos. ix Congreso Internacional de Estudios Jacobeos, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 2017, pp. 489-523.

[18] Cf. José López Yepes, “Fray Antonio Alcalde en España (1701-1763)”, en Gaceta Municipal, Año 102 (marzo-abril 2019), Ayuntamiento de Guadalajara, pp. 24-25. Como ya se mencionó, esta investigación la auspició la Universidad Panamericana Campus Guadalajara en el año 2017, gracias al respaldo de su rector, el doctor Juan de la Borbolla.

[19] La cita la hace Mariano Otero en la semblanza “Noticia biográfica del Señor Alcalde, Obispo de Guadalajara”, que publicó en 1837 y se reproduce en Mariano Otero: Obras, México, Porrúa, 1967, p. 396.

[20] La diócesis, una de las más antiguas de América, la creó el Papa Pablo iii el 13 de julio de 1548 mediante la bula Super specula militantis Ecclesiam y con el título de Iglesia Compostelana. Le dio el rango de Metropolitana el beato Pío ix, el 26 de enero de 1863, a través de la bula Romana Ecclesia.

[21] Santoscoy, op. cit.

[22] Un millón y medio de dólares de hoy en día. Considérese que el hospital de los juaninos carecía de rentas.

[23] 600 000 dólares.

[24] 30 000 dólares.

[25] Del Río de Loza, op. cit., p 538.

[26] Eso dice de él la cartela de su retrato que resguarda el hoy Museo Regional de Guadalajara desde que servía como Seminario Conciliar en tiempos del Obispo Alcalde.

[27] Adriana Ruiz Razura, “Fray Antonio Alcalde, Obispo de Yucatán”, en Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, año xiv, vol. 4 (abril del 2020), p. 242.

[28] Esteban J. Palomera, sj, La obra educativa de los jesuitas en Guadalajara, 1586-1986, México, Universidad Iberoamericana, 1986, p. 82.

[29] Algo más de un millón de dólares de nuestros días. Cf. nota 15.

[30] Gazeta de México, del 21 de agosto de 1792.

[31] Juan B. Iguíniz, La antigua Universidad de Guadalajara, México, unam, 1959, p. 8.

[32] José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara: siglo xviii (2 v.), México, Editorial Cultura, 1963, p. 1001.

[33] Estamos hablando de unos 9 000 000 de dólares.

[34] La Junta de Temporalidades, a cargo del patrimonio que había sido de los jesuitas, se inclinaba a dedicar las instalaciones del Colegio de Santo Tomás a un centro educativo femenino. Fray Antonio se opuso y con sus razones y recursos modificó esa iniciativa, pues el Consejo de Indias terminó dándole la razón. Cf. Tomás de Híjar Ornelas, “El colegio jesuita de Santo Tomás de Aquino de Guadalajara a la luz de un escrito de fray Antonio Alcalde y su nexo con la educación media superior y universitaria en el Reino de la Nueva Galicia”, en Biblioteca Iberoamericana, pilar de la educación en Jalisco, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2019.

[35] Se destinó para ello el legado del catalán José Ignacio Llorens y Comelles (1777), inspirándose en las casas cuna que ya existían en Madrid, Toledo y la Puebla de los Ángeles. Cf. Alfredo Jiménez Núñez, El gran norte de México: una frontera imperial en la Nueva España (1540-1820), Madrid, Tébar, 2006, p. 412.

[36] Cf. Angélica Peregrina, “La Casa de Maestras de Caridad y Enseñanza", en Gaceta Municipal de Guadalajara, Edición Especial, Año 100 (7 de agosto del 2017).

[37] Según nuestro cálculo, un peso de entonces bien equivaldría hoy a 240 dólares. Como presupuesto para el gasto corriente de un Palacio Episcopal no es casi nada. Cf. Agustín del Río, op. cit., p. 535.

[38] Archivo General de Indias, Legajo Guadalajara 502. Documento: Obispo de Guadalajara. Tira núm. 31. 14 fojas. Guadalajara. 10 de noviembre de 1773.

[39] Atento al dato que ofrece Alberto Santoscoy en torno al número de las viviendas colectivas de las Cuadritas, el investigador Sergio Alcántara Ferrer considera lo siguiente: “En casi todas las obras donde se menciona la fundación del barrio del Santuario se menciona la cifra de 16 manzanas con 158 casas, salvo en la de Santoscoy, donde se lee lo siguiente: “se levantaron para la dotación del Santuario, 158 casas, y para la del Beaterio, 91; formando en conjunto 16 manzanas, o sea algo menos de la 1/25 parte de las 414 manzanas que tenía Guadalajara, según Mota Padilla, y como una sexta parte más del número de casas que le da el mismo historiador”. Es evidente entonces que el total de casas para los artesanos fue de 249 y no 158 como lo han mencionado erróneamente muchos otros autores”. Cf. “La identidad cultural en el barrio del Santuario: orígenes”, en Capítulos de historia de la ciudad de Guadalajara, vol. 2, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, pp. 169ss. Sin embargo, no hace el cálculo del número de viviendas desde la concepción alcaldeana, la colectiva, la vecindad.

[40] Según nuestro cálculo aproximado, 240 000 000 de dólares.

[41] 50 metros aproximadamente.

[42] Josefina Muriel, México, Los recogimientos de mujeres: respuesta a una problemática social novohispana, unam (Instituto de Investigaciones Históricas), 1974, p. 184.

[43] 60 000 dólares. Al tema dedico su investigación de tesis La Casa de Recogidas de Guadalajara (1747-1829). Instrucción, disciplina y protección Norma Aidé Macías Moya, en el año 2014.





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