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López Velarde en el Partido Católico Nacional

Carlos Martínez Assad[1]

 

Al tiempo que se cumplen cien años de la prematura muerte del poeta máximo

Ramón López Velarde (Jerez, 1888 – ciudad de México 1921),

se contextualiza en este artículo el itinerario que le llevó de las aulas

de los seminarios conciliares de Zacatecas y Aguascalientes

antes de desembocar en la carrera de abogado,

a una temprana experiencia en la liza pública y en la incipiente democracia

desde su calidad católica, que también tuvo como palestra

para su pinitos literarios el periódico tapatío El Regional,

que alentó y sostuvo el Padre de los Obreros,

don José de Jesús Ortiz y Rodríguez, iv arzobispo de Guadalajara.[2]

 

 

Mucho se ha escrito sobre el poeta Ramón López Velarde; numerosos autores mexicanos e hispanoamericanos han sucumbido ante su poesía. Se afirma que Jorge Luis Borges memorizó su “Suave patria” desde que lo leyó en la revista El maestro en 1921 y nunca lo olvidó, y es que la vida de los poetas es la de su poesía. Sin embargo, su prestigio poético, aumentado al paso del tiempo, nubla su pensamiento y acaso su filiación política en los que fueron años decisivos para la Revolución mexicana y para el destino de México. Vivió del periodismo, del magisterio y de otros trabajos hasta que publicó su primer poemario, La sangre devota, de 1916, que no quiso dar a conocer antes porque podría reñir con la seriedad de la carrera de abogado.

Zozobra, publicado en 1919, es considerado por los que saben como su mejor trabajo poético, en el que Octavio Paz encuentra una de sus composiciones más perfectas: “Superstición: consérvame el radioso vértigo del minuto perdurable”.[3]

Cuando se han cumplido cien años de su fallecimiento a la edad de apenas 33 años, propongo acercarnos a eso que fue la militancia política siguiendo sus escritos alusivos.

 

 

1.    El periodista

 

En El Regional de Guadalajara, dirigido por Eduardo J. Correa, apareció el 14 de febrero de 1910 un artículo del entonces estudiante de Derecho en San Luis Potosí que, en lugar de su nombre de Ramón López Velarde, firmó como Esteban Marcel, heterónimo que adoptó desde entonces para expresar sus ideas políticas, aunque como en un juego intercambiaba con el de Marcelo Estébanez: “Al proclamar el antirreeleccionismo tuvo Madero una actitud caballeresca, un gesto bizarro, una palabra de justicia”. No era la primera ocasión que expresaba su pensamiento en un diario, pero sí resultó su participación más notable.

En la publicación La Provincia, Correa y López Velarde se conocieron, conservaron desde entonces una fuerte amistad y fueron socios en un despacho de abogados. La oposición al presidente Porfirio Díaz crecía por todo el país y primero con los partidarios de Bernardo Reyes, luego con los de Francisco I. Madero, el movimiento antirreeleccionista avanzaba encontrando asentamientos claves en Aguascalientes, Jalisco, Guanajuato y San Luis Potosí, fortalecidos por la presencia de Madero que tenía mítines por todas partes en compañía de su esposa Sara y de algunos de sus partidarios. Partidarios como Roque Estrada.

Correa recordaba cómo con la Revolución francesa se impuso en Francia el anticlericalismo expulsando a los religiosos y clausurando las escuelas cristianas. En realidad su crítica era el liberalismo que aun con Lerdo de Tejada y con Juárez no se comparaba con el agudo anticlericalismo de Díaz, que en 1909, según Correa, “negó a los creyentes el inofensivo y supremo consuelo de que unas gotas de agua bendita cayesen sobre la tierra donde se duerme el sueño postrer”.[4] Y cuando preguntaba que habían hecho los católicos, se lamentaba que nada, y en particular se refería quienes estaban en la administración.

 

2.    Los católicos

 

Por entonces se dejaba sentir en México el ideario de la encíclica Rerum novarum de León xiii, que en 1891 abrió las puertas para la participación de la Iglesia y de los católicos en la política. Ya los porfiristas habían pensado en los católicos agrupados para frenar el descontento que se expresaba por todo el país; Correa dice que fue el ministro José Yves Limantour quien pensó en ese grupo y se dio a la búsqueda de los católicos liberales ricos, cuyas fortunas se habían acrecentado en tiempos de paz. Varios de ellos se reunieron en casa del señor Gabriel Fernández Somellera, en la calle de Bucareli, el 3 de mayo de 1911 y después, el día 5, con la presencia de los señores licenciados De la Hoz, Díez de Sollano, Segura, Miguel Palomar y Vizcarra, De la Barrera, entre otros, para apoyar el programa del Partido Católico. El suceso pasó casi inadvertido, mencionado apenas por los diarios El Tiempo y El País, lo cual podría explicarse por lo que sucedía entonces, cuando se estaba a la expectativa de la batalla decisiva por Ciudad Juárez, donde se encontraba ya Francisco I. Madero y que terminó siendo tomada por Pascual Orozco y Francisco Villa entre el 9 y 10 de mayo.

En consecuencia, el presidente Díaz renunció al poder el 25 de mayo de 1911 para emprender su exilio sin retorno. En medio de un hecho fundamental que cambiaría el rumbo del país, Madero se había dado el tiempo para saludar la aparición del Partido Católico “como el primer fruto de las libertades que hemos conquistado”. La organización nació con una clara vocación regional, porque en todos los estados surgieron los grupos de apoyo en una decisión consciente de parte de los organizadores para utilizar las 22 diócesis en los estados del país.[5] Y también puso en el municipio su célula de acción, otorgándole un peso que sólo los conservadores han sabido aprovechar. Creció tan rápido que en un año contaría con 580 centros locales con filiales por todo el territorio.

No obstante, debió participar en las tensiones del momento por las divisiones de los antirreeleccionistas, que para las elecciones que pondrían fin al antiguo régimen no lograban acuerdos. En ese contexto fue derrotada la candidatura de Francisco Vázquez Gómez a la vicepresidencia por la de José María Pino Suárez. Las consecuencias fueron muy serias porque los vazquistas ya no asumieron con el mismo entusiasmo la candidatura de Madero y la designación por parte de los católicos del interinato de León de la Barra fue vista como una actitud hostil al candidato y no lograron conciliarse con las ideas liberales de Pino Suárez. El desaire a ese grupo todavía tendría serias repercusiones cuando se ubicaron entre los opositores del presidente.

En medio de la campaña electoral con candidatos propios del Partido Católico Nacional apareció su órgano periodístico El Nacional, en junio de 1912; fue encomendado a Correa, por su experiencia en el periodismo con su diario El Regional de Jalisco –del cual continuó siendo propietario–, y trabajó con él su amigo y socio Ramón López Velarde.

 

3.    La política como vocación familiar

 

El interés de López Velarde por la política le venía de casa; en su familia se hablaba de política desde que era niño, si se considera la carta en la que su padre, el licenciado José Guadalupe López Velarde, como presidente del Club Porfirio Díaz en Aguascalientes, pidió cita al presidente el 20 de febrero de 1903 para “personalmente presentarle a usted nuestros respetos, entregarle unos documentos y dar una explicación verbal respecto de la política en nuestro Estado”.[6]

El maderismo y el catolicismo de López Velarde confluyeron en una misma vocación política, pero su adhesión no lo hacía acrítico; por ejemplo, le parecía un contrasentido la aceptación del coahuilense de la reeleción del presidente Díaz (cuando aún la disputa iba por la vicepresidencia con Corral). A finales de 1908 se publicó el libro de Madero, La sucesión presidencial en 1910. El poeta lo conoció en en la Pascua de 1910, cuando llegó en su campaña a San Luis Potosí. Allí fue atendido por el grupo político que presidió el doctor Rafael Zepeda, del cual era vicepresidente Pedro Antonio de los Santos y Siller, y Ramón fungía como secretario. Por cierto, éstos, como estudiantes, compartieron vivienda, lo cual evidencia su cercanía. Lo más importante para él y que nunca olvidaría fue haber saludado de mano a Madero y sentir “el orgullo” de militar a su lado. Al parecer estuvo siempre cerca, porque volvió a verlo cuando, luego de ser aprehendido junto con Roque Estrada en Monterrey, regresó preso a San Luis Potosí y allí conoció el resultado de las elecciones del 26 de junio.

            El joven aspirante a abogado participó en la fundación del Club Antirreeleccionista de San Luis Potosí a finales de 1911. Apoyó la creación del Partido Constitucional Progresista, que le sustituyó, y más tarde el mismo Ramón fue postulado como candidato a diputado suplente en Jerez, Zacatecas, en julio de 1912, en una fórmula encabezada por Rodolfo L. Elorduy como aspirante a senador propietario. Según las fuentes de su partido habría triunfado, pero acuerdos fuera de su control le impidieron el acceso a dicho cargo.

 

4.    El catolicismo militante

 

La vida del Partido Católico Nacional no debió ser fácil en medio del proceso político que se vivía. La cultura católica, tan reiterada, por visible, en la zona central de México, se encauzó en el partido concentrando sus locales principalmente en Jalisco, Guanajuato, Zacatecas, Michoacán y el estado de México. Durante el gobierno maderista fue reconocido como asociación política y alcanzó 26 curules en el Congreso Federal, y presencia en ayuntamientos y congresos locales.[7] Además, José López Portillo y Rojas triunfó como gobernador en el estado de Jalisco, favorecido por la fuerte ventaja de los católicos sobre sus opositores.

            Y aunque para el poeta “la patria no es una realidad histórica y política sino íntima”, será antes política, porque en sus primeros escritos se mezclan la prosa y la poesía con una intención de militancia partidista y, por lo tanto, de observador del tiempo de la Revolución cuando el cambio conlleva la destrucción de un mundo y el surgimiento de otro. Por eso López Velarde, tanto en el pasado como en su salida de Zacatecas, es invadido por “la tristeza del retorno imposible”.[8] Venía de la tradición católica que, según su amigo Eduardo J. Correa, a través de varios periódicos publicados en la provincia “mantuvo el fuego de la ráfaga contra el liberalismo”.[9] Desde que Correa funda La Nación, órgano del Partido Católico Nacional cuyo primer número fue editado el 1º de junio de 1912, López Velarde se convertirá en un fuerte apoyo periodístico. Ese mismo día apareció su primera colaboración de las 192 que tendría entre esa fecha y febrero de 1913,[10] aunque no todas de carácter político.

La Nación del 17 de octubre de 1912 puso la siguiente cabeza: “El sobrino de Díaz se apoderó ayer del puerto de Veracruz. El atavismo lo llevó al cuartelazo”. La gente del partido censuró a su director no por ser demasiado crítico de la intentona golpista de Félix Díaz, sino porque ya consideraba que los errores de Madero lo estaban conduciendo a su caída. Correa fue criticado severamente, pero cuando el movimiento felicista fracasó, sus críticos debieron agradecerle no haber asumido la posición contraria, que hubiera traido un fuerte descrédito a la organización. López Velarde escribió en relación con la acción de Félix Díaz el artículo “Mujer y política”, el 29 de octubre, para averiguar si era verdad que “las damas apoyen políticamente al exbrigadier”, como alguien criticó en contra de la actitud firme de los hombres, y decía: “que no se glosen sarcásticamente las palabras de suavidad con la que la mujer implora perdón”.

Muy de mañana, el abogado Ramón López Velarde se dirigía de su céntrico domicilio a la Escuela Preparatoria a impartir algún curso, para luego caminar a la 1ª calle de Guillermo Prieto número 12, donde estableció su despacho junto con Eduardo J. Correa. A lo mejor hacía algunas llamadas desde sus teléfonos Ericson 3506 y Mejicana 200. Más adelante tomaba algún refrigerio en el Café Colon, muy cercano a la sede de La Nación, donde durante casi dos años pasaba a entregar sus colaboraciones.

Aquellos tiempos no fueron fáciles para nadie, menos para un periodista comprometido con una causa partidaria y cultural. Las actividades políticas de Félix Díaz y de Bernardo Reyes, aún en la prisión, seguramente quitaban el sueño a los observadores, y Emiliano Zapata se convertía en un bárbaro a quien López Velarde le deseaba “que los sables del ejército federal caigan sin piedad sobre las hordas”.[11] Sobre el tema volvería con igual enjundia en otros artículos.

 

5.    El Cuartelazo       

 

Correa permitió las condenas del veleidoso zacatecano a todos aquellos que pusiesen en peligro la precaria estabilidad, porque para el partido de los católicos Madero encabezaba un gobierno legítimo. Resulta, sin embargo, curioso su artículo “Es un Angel” (nunca acentúo las mayúsculas) del 6 de noviembre, dedicado sarcásticamente al general Felipe Ángeles por su forma de combatir a los zapatistas en Morelos, a quienes el militar consideraba “poquísimos rebeldes que andaban alzados en armas por la venganza”. Por eso le criticaba que pensara que era más eficaz una “fórmula algebraíca que una ametralladora”, y le proponía cambiar los procedimientos para “en vez de plomo enviar caramelos”. Llamada al general a despertar, porque “el ameritado militar lamentará haber equivocado el camino. Comprenderá que el zapatismo existe como una de las más calamitosas angustias nacionales”. Y el escritor fue duro al concluir: “Zapata y los suyos, complacidos de la táctica benévola y misericordiosa del general Ángeles, la aplaudirán exclamando: ¡Es un ángel! Cuando es Ángeles”.

La postura del periodista valió para que, mucho tiempo después, José Emilio Pacheco considerara su prosa política escrita entre junio de 1912 y febrero de 1915 como “indigna de lo que escribe a partir de 1915”.[12] Aunque matizó al afirmar que “los errores o aciertos políticos no afectan el logro o fracaso de una obra que sólo puede ser examinada como buena o mala poesía”.[13]

El maderismo requiere un estudio más profundo, porque llegado el periodo golpista, La Nación “puso especial cuidado en no sancionar el cuartelazo ni menos disculpar la traición”.[14] Cuenta Correa que la madrugada del 23 de febrero de 1913, Mauricio Villalobos, secretario de redacción de La Nación “fue llamado por la Secretaría de Gobernación, donde se le entregó un boletín con la fábula del asalto del día 22 en que Madero y Pino Suárez fueron asesinados, con orden de que se publicara. Así se anunció la muerte de los gobernantes otra vez traicionados. Se publicó, escueto, en primera plana, dentro de marco, indicándose la procedencia… No podía hacerse más… Que el público juzgara el embuste oficial; nosotros no podíamos imponer otra condenación que la del silencio”.[15]

Correa recordaba después de los hechos narrados su malestar cuando tuvo que saludar de mano a Victoriano Huerta, cuando antes del golpe le fue presentado en el Café Colón. En el periódico vieron el cuartelazo como una traición de Huerta a los generales Manuel Mondragón y Félix Díaz, a quienes –según los católicos– venció con un golpe de Estado dentro del golpe de Estado. Y para congraciarse con los católicos nombró a Eduardo Tamariz, uno de los suyos, el 12 de agosto de 1913 como subsecretario de Instrucción Pública, en una treta del gobierno golpista que Correa no aceptó, por considerarlo una celada contra el Partido Católico Nacional. Lo más paradójico fue que el banquete de celebración tuvo lugar en el restaurante Gambrinos el día 16; el mismo lugar donde había sido aprehendido meses atrás Gustavo Madero mediante una trampa del nuevo dictador y conducido a la Ciudadela, donde fue humillado y asesinado en una tragedia en que el relato de su muerte no tiene fronteras con el horror.

 

6.    Seguir por el camino

 

El nombramiento de Tamariz fue la puntilla para la salida de Correa del periódico La Nación, y con él su colaborador y amigo López Velarde, con todo y los heterónimos con los que escribió. Luego del golpe y de los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, el poeta siguió su camino; regresó a Jerez, Zacatecas, y allí escribió “Retorno maléfico”, que evidencia su estado de ánimo después de los días aciagos del cuartelazo: “Mejor será regresar al pueblo, / el edén subvertido que se calla / en la mutilación de la metralla”. Con aquel pasaje conmovedor: “Y la fusilería grabó en la cal / de todas las paredes / de la aldea espectral, / negros y aciagos mapas, / porque en ellos leyese el hijo pródigo / al volver a su umbral / con un anochecer de maleficio, / a la luz del petróleo de una mecha, / su esperanza desehecha.”

Atrás dejaba su calificación de Huerta, quien hizo del “país un charco de lodo y sangre”, y una vez que lo supo fuera de México pudo publicar, en 1916, La sangre devota, con este primer verso: “Amada, es Primavera/ Fuensanta, es que florece/ la eclesiástica unción de la cuaresma”. Así, el poeta de la Revolución, no del revolucionario, como dijo Octavio Paz, se encontró de nuevo esa su vena creativa que había mantenido oculta.

            Ramón López Velarde estuvo de acuerdo con el poder encabezado por el Primer Jefe Venustiano Carranza, sobre todo porque sus ejércitos habían derrotado a Villa y a Zapata; lo pudo seguir a su exilio, pero uno de los trenes del gobierno en el que viajaba el poeta fue interceptado cerca de la Villa, el 7 de mayo de 1920, y para su fortuna no estuvo en Tlaxcalantongo el 20, cuando el presidente fue asesinado. Del gobierno de Álvaro Obregón no tuvo tiempo de percibir el jacobinismo, que cerraba filas ante la débil restauración de la Iglesia y el Estado como en el porfiriato. Murió el 19 de junio de 1921, cuando apenas había cumplido 33 años.

***

Si bien fueron celebrados sus primeros poemarios no conoció el éxito que se dio después de su muerte; el mismo Pablo Neruda llegó a México ese año y tiempo después develó que no conocía ni sabía que moría el “poeta esencial y supremo de nuestras dilatadas Américas”. También escribió sobre él porque cuando el poeta “cantaba y moría, trepidaba la vieja tierra. Galopaban los centauros para imponer el pan a los hambrientos. El petróleo atraía a los fríos filibusteros del Norte. México fue robado y cercenado, pero no fue vencido”. Lo consideró el “patriota que sólo quiso cantar”,[16] sobre todo pensando en “Novedad de la Patria” y “Suave Patrria”, ambos publicados por la revista El Maestro, dirigida por José Gorostiza cuando José Vasconcelos transitaba de rector de la Universidad Nacional de México a la Secretaría de Educación e Instrucción Pública. Quién sabe qué habría opinado el poeta al saber que su poema más citado dio lugar a el pasaje que contó José Emilio Pacheco: “Es fama que al morir López Velarde, Vasconcelos fue al castillo de Chapultepec para conseguir que el gobierno pagara las exequias. Álvaro Obregón, uno de los rarísimos presidentes mexicanos aficionados a la poesía y discreto versificador él mismo, amaba a Vargas Vila y a Julio Florez pero ignoraba quién era el muerto. Vasconcelos le leyó "La suave Patria". En su siguiente acuerdo ministerial, Obregón la recitó como si la hubiera estudiado mucho tiempo.”[17]

Al recitar de memoria Obregón el poema luego de haberlo oído en una sola ocasión, para alardear de sus capacidades mnemotécnicas, sin proponérselo lo consagró para la historia oficial de las veladas escolares, aunque el propósito del poeta desde que ensayó con “Novedad de la patria” sólo fue “concebir una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”.[18] Y como afirmó Octavio Paz, “Su México no es una patria heroica sino cotidiana, entrañable y pintoresca, vista con ojos de enamorado lúcido y que sabe que todo amor es mortal”.[19]

Si es el descubridor de la provincia, López Velarde deja patente el retorno imposible –por deseado– a esa provincia perdida entre los cambios de la sociedad, los vaivenes de la política y los arrullos de los sueños. Así, “el nacionalismo de López Velarde nace de una lucha, de una pasión oscura en el espíritu del poeta. Espectador de los años crueles de la revolución mexicana, miraba las ruinas ambientes en los paisajes maravillosos de la tierra y de los hombres. Era demasiado católico para ser revolucionario; había en su alma un fermento de reacción inevitable. Un complejo fácil de comprender en un hombre que iba a la vanguardia del arte y a la retaguardia de la política lo lanzó a una exaltación piadosa –nostálgica, dolorida– de las bellezas de la vida y del paisaje de México”.[20]

 



[1] Carlos Roberto Martínez Assad (Amatitán, Jalisco, 1946), sociólogo, historiador, investigador, catedrático y académico mexicano especializado en la investigación de historia regional.

[2] Tomado de “Poesía, política y fe. Ramón López Velarde y el Partido Católico Nacional”, en Relatos e Historias en México, núm. 142, pp. 72-81. Este Boletín agradece a su autor su total disposición para que se reproduzca su texto en estas páginas.

[3] Octavio Paz, “El camino de la pasión”, en Cuadrivio, México, Joaquín Mortiz (serie El Volador), 1965.

[4] Eduardo J. Correa, El Partido Católico Nacional  y sus directores. Explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades, México, FCE, 1991. El libro, escrito en 1914, no fue publicado hasta 1939.

[5] Laura O’Dogherty Madrazo, De urnas y sotanas. El Partido Católico Nacional en Jalisco, México, CONACULTA (Colec. Regiones), 2001, p.113

[6] Colección Porfirio Díaz, Legajo 28, documento 001879, Universidad Iberoamericana.

[7] Laura O’Dogherty Madrazo, op. cit., p. 17.

[8] Guillermo Sheridan, Un corazón adicto: la vida de Ramón López Velarde, FCE (colección Tezontle), 1989.

[9] Ibid, p.62

[10] Luis Mario Schneider, Ramón López Velarde en La Nación. Dieciocho textos desconocidos, unam/inba/Gobierno del estado de Zacatecas, 1988. Las notas periodísticas proceden de esta publicación.

[11] La Nación, 14 de agosto de 1912, en Luis Mario Schneider, op.cit.

[12] José Emilio Pacheco, “Una enemistad literaria: Reyes y López Velarde”, en Texto crítico, núm. 2, Xalapa.

[13] José Emilio Pacheco, López Velarde, Tablada, González Martínez: Hoy es siempre todavía, Ramón López Velarde. La lumbre inmóvil, México, Secretaría de Cultura/ Editorial Era, 2018, p.41

[14] Eduardo J. Correa, op.cit. p. 141

[15] Ibid., p. 140

[16] Pablo Neruda, “Ramón López Velarde”, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Nueva época, núm. 208, abril de 1988.

[17] José Emilio Pacheco, “López Velarde hacia ‘La suave Patria’”, en Ramón López Velarde, la lumbre inmóvil, op. cit., p.105

[18] Guillermo Sheridan, Op. Cit., p. 211

[19] Octavio Paz, “El lenguaje de López Velarde”, en Las peras del olmo, México, unam, 1965.

[20] Enrique González Rojo, “Un discípulo argentino de López Velarde”, Contemporáneos i; reedición facsimilar, Revistas Mexicanas Modernas, FCE, 1981



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