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El Sagrario Metropolitano: primera parroquia de Guadalajara

Angélica Peregrina[1]

 

El 15 de  julio del 2021, bajo el título que encabeza este artículo

y ante una concurrencia más que copiosa,

se presentó, en el vestíbulo de la Cámara de Comercio de Guadalajara,

un libro por muchos motivos modélico

por lo que a continuación aquí se cuenta.[2]

 

Resulta inverosímil, pero la parroquia del Sagrario de Guadalajara, es decir, la parroquia más importante de la dilatada Diócesis de Guadalajara, no tuvo una edificación propia a lo largo de varios siglos. Sería, pues, al despuntar el siglo xix, tras varios intentos que quedaron en eso, cuando se le dotaría de su propia edificación, acorde con su envergadura, ya que entre sus funciones principales se contaba nada más y nada menos que registrar y contar a los vasallos del Rey. ¿Esto qué quiere decir? Pues que la parroquia del Sagrario del Obispado de Guadalajara anduvo del tingo al tango, arrimada y sin casa propia.

            Con esta obra que hoy se presenta en sociedad, se subsana como antaño la falta de casa, aquí la falta de un libro exclusivamente dedicado a la historia del templo del Sagrario; emulando lo pasado, este edificio tampoco había tenido su propio libro. Y eso que de la arquitectura religiosa de Guadalajara se han ocupado muchos autores, y qué decir de la Iglesia Catedral, que es la protagonista de una muy amplia bibliografía.

            Por eso mismo también me involucré en esta tarea; gracias a la amable invitación de Carlos Sánchez, me fui integrando al equipo –hace aproximadamente un año– y apreciando la seriedad de sus trabajos y los avances logrados. De manera que me pareció que era muy justo solventar tal omisión y, sobre todo, esclarecer muchas dudas que sobre el magnífico templo del Sagrario habían ido quedando a lo largo de los años.

            El proyecto es una obra conjunta de varios actores: Carlos Sánchez Quintero, querido amigo y promotor cultural, así como del P. Antonio Godina, párroco del Sagrario –al que con este motivo tuve el gusto de conocer–, quienes reunieron a un grupo de estudiosos para emprender la faena: el propio Carlos, Tomás de Híjar Ornelas, Eduardo Padilla Casillas, Ricardo Cruzaley Herrera, Daniela Gutiérrez Cruz y Eduardo Escoto Robledo, quienes desde sus especialidades realizaron un trabajo serio, metódico, disciplinado, en el cual Eduardo Padilla se convirtió en el dínamo que le dio coherencia y unidad. Además todos apoyados por el magnífico trabajo fotográfico de Luis Ramírez.

            Debo destacar que es una obra colectiva, escrita a varias plumas, pero no es la unión de trabajos inconexos, no. Todo lo contrario. La obra se planeó para ser hecha por varios estudiosos desde la perspectiva de sus respectivos campos disciplinares, pero siguiendo siempre un hilo conductor, cuya pauta marcó Eduardo Padilla, siendo condición insoslayable abrevar en fuentes de primera mano. Así, subyace en este libro una gran labor heurística en los archivos eclesiásticos, cuya riqueza no deja de sorprendernos. Aquí también hay que agradecer a quienes custodian estos acervos, pues sin su ordenado y laborioso trabajo, la tarea hubiera llevado mucho más tiempo.

¿Cuáles son los alcances de este libro? Ciertamente la historia del Sagrario es una historia que llega ya a más de dos siglos; pero en este libro se estudia el aciago siglo xix en el cual se edificó y se renovó hasta darle la prestancia que hoy ostenta. Sin embargo, hay que decir que la parroquia del Sagrario había estado durante casi todo el siglo xviii alojada en la capilla del cubo de la torre norte de la catedral. Luego, en 1784, cuando hubo algunos daños debido al desprendimiento de una cornisa, se decidió trasladarla a la capilla de San Javier, en el templo de la Soledad, en la manzana contigua a la catedral, al norte, calle de por medio. (No traten de recordar si han visto tal iglesia; ya no existe.)

Pero fue en aquel entonces cuando el Obispo Alcalde se aplicó más al asunto, ordenó se formase el expediente respectivo, para pedir al rey la autorización para edificar el templo, para lo cual argumentó el prelado que se contaba con el donativo de un rico y devoto tapatío. El Rey concedió la anuencia, y entonces se dieron los primeros pasos para planear la construcción del templo, pensando en un principio que el mejor lugar sería al lado norte de la catedral. No se construyó allí, ni le tocó a Alcalde ver comenzar de su edificación, pero sí testó que dejaba fondos para ese propósito. Tras el fallecimiento del Obispo, tocaría a su sucesor, Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, retomar el asunto y decidir que se construyera donde estuvo el cementerio de la catedral, así como la fachada que miraba al sur, iniciando las obras en abril de 1808.

De tal manera, durante la primera mitad del siglo xix fue cuando se desarrolló la construcción del Sagrario, un edificio que, a diferencia de la catedral, cuyo costo se prorrateó siglos atrás entre la caja real, los encomenderos y los indios laboríos, fue financiado por la Diócesis de Guadalajara y a fin de cuentas por la sociedad que constituía su grey.

Como de sobra sabemos, el siglo xix fue entre nosotros una etapa en la que las relaciones entre la Iglesia y el Estado tuvieron encuentros y desencuentros, una relación compleja que derivó en un conflicto ideológico que dividió a los jaliscienses –y en general a los mexicanos– llegando incluso a dirimirse en el campo de batalla y que, entre varias otras consecuencias, acabó en la nacionalización de los bienes del clero. En ese tenor siguió avanzando la construcción del Sagrario, y al ser elevada la diócesis de Guadalajara a la categoría de Arzobispado, tocó a su Sagrario ser Metropolitano.

Así como fue sumamente convulsa la primera mitad de la referida centuria, luego de la tempestad vino la calma y en el último tercio del siglo mejoró la relación de la Mitra con el gobierno de Jalisco, merced al cambio de estrategia que puso en práctica el obispo Pedro Loza y Pardavé, que a su astucia y sabiduría sumó su longevidad en la silla episcopal (de 1869 a 1898). Bajo su gobierno se llevaron a cabo muchas mejoras en los templos de la diócesis, que se habían suspendido por los casi doce años de guerra civil entre la revolución de Ayutla, la guerra de Reforma o de Tres Años y la intervención francesa, a más de los propios conflictos con el gobierno civil y, por supuesto, la merma de los recursos económicos disponibles para reparaciones o construcciones nuevas.

 

La estructura del libro

 

Resultaba a todas luces un vacío que el Sagrario Metropolitano de Guadalajara no tuviera una historia de su construcción, una historia particular de su propia edificación, no una historia imbricada en la de la Catedral. Por eso este grupo de estudiosos se dieron a la tarea de llevar a buen puerto el proyecto y lograron seguir el hilo a la evolución constructiva de tan importante templo y dar a conocer los pormenores para levantar la parroquia de la catedral de Guadalajara.

            Y como en toda buena indagación, primero hay que definir el objeto de estudio, de suerte que abre el elenco Carlos Sánchez Quintero con una puntual explicación conceptual de los términos parroquia y sagrario, de manera que no haya lugar a dudas con un término polisémico, además de orientar sobre la advocación del templo.

            Por su lado, Tomás de Híjar brinda al lector un recorrido por el devenir de la parroquia del Sagrario antes de tener una sede propia, esto es, desde que se creó el Obispado a mediados del siglo xvi y hasta el siglo xix, en cuyos albores comenzó a constuirse, adosado al costado sur de la Catedral.

Sobre todo, esta obra pretende dar respuesta a muchas interrogantes que sobre el Sagrario Metropolitano habían quedado a medio responder. De ahí el gran mérito de las acuciosas indagaciones de Eduardo Padilla Casillas, quien da cuenta del larguísimo proceso constructivo, de las vicisitudes que se enfrentaron de principios del siglo xix a los albores del xx, casi un ciento de años de trabajos que empezaron con el debate sobre el mejor lugar donde debería edificarse la sede de la parroquia.

Así, se esclarece el importante papel del arquitecto José Gutiérrez –autor también de los planos– para inclinar la decisión de dónde construirlo, ya que se externaron opiniones acerca de lo inconveniente de hacerlo sobre el cementerio de la Catedral. También se encuentra la explicación acerca de cómo el proyecto se fue forjando y la presencia del signo de los tiempos al definirse el estilo neoclásico, un estilo que a esta ciudad llegó de la mano de José Gutiérrez, en quien confiaron tanto el Obispo como los miembros del Cabildo eclesiástico de la Diócesis para desempeñar la ardua tarea de dar una nueva fisonomía a la arquitectura eclesiástica, en tal sentido también deseosa de dejar atrás el barroco prevaleciente en la época colonial. A fin de cuentas en quien confió el Obispo Diego Aranda para ejecutar la obra, apegada a las formas neoclásicas, fue el arquitecto Manuel Gómez Ibarra, quien se convirtió de hecho en el arquitecto más prominente de esa época en Guadalajara.

Llama la atención el peso que esta investigación concede a los actores, no sólo a los dirigentes eclesiásticos y a los arquitectos, sino a los maestros de obras así como artesanos de todo tipo, además de pintores y escultores que participaron en el proyecto. Igualmente se pueden conocer con detalle los gastos sufragados, muestra de un gran esfuerzo de la feligresía tapatía. También deben mencionarse los fenómenos naturales que incidieron en la obra: los sismos que tanto agobiaron a Guadalajara y que hicieron que obras como la del Sagrario fuesen casi inacabables, pues tras ir avanzando se presentaba un temblor y dañaba lo edificado.

Es el caso de la cúpula, a la que unos cuantos años después de concluida la parroquia los sismos de 1843 y de 1845 causaron daños importantes. Fue Gómez Ibarra quien se encargó de diseñar una nueva cúpula –la segunda–, por lo que el edificio se encontraba hacia 1848 sin este elemento y con una estructura provisional de madera para cubrir el claro.

Esta cúpula tampoco tuvo larga vida, debido a los daños reincidentes y a los frecuentes arreglos para evitar que se desplomara, por lo que al Cabildo eclesiástico no le quedó más remedio que tomar la decisión de su derribo y que se alzara otra nueva, lo que se aprobó en 1900, bajo el Arzobispo Jacinto López y Romo. La nueva cúpula –la que hoy tiene el templo– estuvo a cargo del ingeniero Antonio Arróniz Topete, y sus obras comenzaron el 5 de enero de 1901.

Luego de tan detallada relación sobre cómo se construyó el Sagrario Metropolitano, se da paso al capítulo relativo a su decoro. Daniela Gutiérrez Cruz y Eduardo Padilla realizan un acucioso estudio sobre la pintura y la escultura con que se ajuareó. Abordan la obra que posee debida al pincel de José María Uriarte, además de las esculturas que lo enriquecen, y comprueban la hipótesis de que el conjunto conocido como La coronación de la Santísima Virgen, y también San Pedro y San Pablo, son de Victoriano Acuña. Además se incursiona en la técnica de manufactura, aprovechando la experiencia de Eduardo Padilla, egresado de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente –ecro–; se llevó a cabo un estudio radiográfico de las esculturas de ambos santos, que revelaron detalles que a simple vista no se pueden apreciar. De allí devino la amplia descripción acerca de cómo fueron confeccionadas y que para ello Acuña contó con los buenos oficios de un experimentado carpintero.

Por su parte, Ricardo Cruzaley aporta a este libro importante información acerca de tres elementos que forman parte del ajuar del Sagrario: la pila bautismal, la custodia con soporte angelical y un gran tabernáculo de plata. Gracias a sus pesquisas logra seguir la pista de la pila bautismal, quién hizo el pedestal de cantera en el que fue colocada, y también que fue José María Uriarte el encargado de pintarla y dorarla en 1833. De igual manera, indica que más adelante se decidió instalar una nueva de mayor relevancia. De allí derivó la pila hecha por el ingeniero italiano avecindado en Guadalajara Giovani Bautista Bancalari: una pieza de bronce cuyo costo ascendió a 2 726 pesos y que fue concluida en 1851. De ella proporciona una excelente descripción, en la que destacan la erudición y el dominio de la materia del maestro Cruzaley, experto en el estudio de la orfebrería. La misma pericia derrocha al analizar otra de las piezas sobre la que centra su colaboración para este volumen: la custodia con soporte angelical; fue rastreando la pieza en los inventarios de la Parroquia que a lo largo del siglo xix se fueron levantando. El tercer elemento que analiza es un sagrario de plata que en 1796 donó a la Parroquia, bajo ciertas condiciones, el acaudalado comerciante de Guadalajara Juan José Cambero. Resulta muy interesante cómo se reconstruye la historia de este apreciado objeto litúrgico, cuyo destino fue el que precisamente quería evitar su donador, ya que acabó siendo fundido.

Por su parte, Eduardo Escoto y Eduardo Padilla brindan un excelente recorrido por la historia del órgano tubular que hoy conserva el templo, cuya vida abarca varios siglos. Originalmente estuvo en la catedral tapatía, donde llegó en 1730; había sido manufacturado por el zaragozano José Nasarre. La vida de este órgano fue muy azarosa, pues tras haber sido diseñado para la catedral, con su hermano el llamado “grande”, el de nuestro interés fue denominado como “mediano” y acabó siendo el “chico” cuando se trasladó al Sagrario Metropolitano. Se siguen sus pasos hasta el momento en el que llegó en 1892, así como las adaptaciones de que fue objeto para poder ser instalado en su lugar definitivo, las cuales implicaron el cambio de su perfil barroco hispánico por uno vinculado con la organería sinfónica francesa.

El siguiente capítulo deja muy en claro la importante decisión que se tomó para salvar al Sagrario de una tragedia, pues fue necesario edificar una nueva cúpula, que, como ya se mencionó, es la tercera y la que actualmente tiene. Al despuntar el siglo xx otra vez estaría en obras el Sagrario. En los primeros días de enero de 1901 comenzaron las de la definitiva cúpula, que consumieron varios años y no serían concluidas hasta el 13 de junio de 1908, día de San Antonio, cuando empiezan las lluvias en Guadalajara, pero el Sagrario Metropolitano ya estaba debidamente protegido con su flamante domo. Los intríngulis de semejante empresa fueron puntualmente documentados en este capítulo que realizaron al alimón Eduardo Padilla y Ricardo Cruzaley. Además, dan cuenta de lo acontecido en este recinto durante la primera década del siglo xx y, sobre todo, queda suficientemente aclarado que se le debió edificar la cúpula nueva, la tercera, y echa abajo la hipótesis de que solamente se habían erigido dos.

Destaca en tal capítulo la reconstrucción que se hace del papel que desempeñó el canónigo Antonio Gordillo, a quien el Cabildo catedralicio encomendó la supervisión de la obra; pero Gordillo fue más allá, al imprimir su sello personal al proyecto. Puede decirse que fue el autor intelectual del discurso iconográfico que se plasmó en El Sagrario; aprovechando la obra de la tercera cúpula se decidió dotar de una nueva ornamentación interior. Sin embargo, las obras del interior de El Sagrario también tienen una historia compleja: iniciados los trabajos en mayo de 1906 a cargo del ingeniero Nicolás Leaño, no fueron del gusto ni de los jerarcas ni de la feligresía, por lo que se suspendieron en marzo de 1908 y se demolió tal ornamentación. De ella, como apuntan los autores, no quedaron ni detalles ni registros. Sería un año después, en marzo de 1909, cuando diera inicio el proyecto encaminado a la renovación interior, que concluyó el 1º de octubre de 1910. En esta etapa participaron el pintor Marciano Aviña y el escultor y marmolista Vicente Gusmeri Capra, italiano avecindado en Guadalajara que tenía un bien ganado prestigio en la ciudad, quien hizo el altar mayor. El último día de 1910 fueron cerradas las cuentas de la obra del Sagrario Metropolitano, cuyo costo total, entre la cúpula y el nuevo decorado, fue de poco más de 159 mil pesos. Ese día se llevó a cabo la función solemne de estreno, cuya misa presidió el Arzobispo José de Jesús Ortiz.

Para concluir, cabe agradecer el respaldo de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística de Jalisco y del Seminario de Cultura Mexicana, Corresponsalía Guadalajara, para que este volumen saliera de las prensas.

Bienvenida sea, pues, esta obra que hacía falta y que mucho ayudará a conocer mejor el patrimonio edificado de Guadalajara, en particular de este noble inmueble cuya vida ha transcurrido a la zaga de la Catedral, y que hoy, gracias a estos seis investigadores del pasado de nuestra sociedad, tiene un brillo propio.

 



[1] Doctora en Ciencias Sociales e investigadora de El Colegio de Jalisco.

[2] Eduardo Padilla Casillas (coord.). El Sagrario Metropolitano: primera parroquia de Guadalajara. Guadalajara: Parroquia del Sagrario Metropolitano-Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco-Seminario de Cultura Mexicana Corresponsalía Guadalajara, 2021. 367 pp. Este Boletín agradece a la doctora Peregrina su disposición para publicar su texto en estas páginas.



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