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Un modo particular de “hacer las Américas”:

las aventuras de Guillén de Lampart y Gennaro Riendo

con casi tres siglos de diferencia (1642 y 1916)

 

Juan González Morfín[1]

 

Se narran a continuación las vicisitudes paralelas de dos personajes

que, separados por una distancia temporal grandísima,

tuvieron un propósito y un lugar común para idénticos fines:

hacerse de hegemonía, uno del trono y otro del altar, en el Nuevo Mundo

 

Introducción

 

Hay dos nombres que en estos momentos suenan poco, quizás incluso en los ambientes históricos: Guillén de Lampart y Gennaro Riendo. El segundo, notoriamente, es menos conocido. Ambos, viajeros extranjeros, vinieron a México a probar suerte, a “hacer las Américas”,[2] pero de un modo distinto al que lo hacían la mayor parte de los aventureros que venían sobre todo buscando amasar una riqueza que les permitiese vivir holgadamente durante muchos años a ellos y a sus descendientes. Ni Lampart ni Riendo llegaron a México con esas expectativas. En ambos casos los atraía sobre todo la ambición de dominio, aunque en esferas de poder diferentes: a Lampart, en la esfera temporal; a Riendo, en la espiritual. Y también en ambos casos, sus posibilidades de éxito las cifraron en su capacidad de intrigar, de engañar, de aparentar poseer atribuciones de las que no disponían.

En este breve trabajo se ofrecerán tan solo unas cuantas pinceladas de la aventura que, con casi tres siglos de diferencia, corrieron en México este par de forasteros temerarios.

 

1.    Guillén de Lampart (William Lamport)

 

Nació en Irlanda, probablemente en el año 1611, aunque algunos sitúan su nacimiento más tarde. Su infancia la pasó en Wexford, donde estudió con los agustinos y después, ya en Dublín, con los jesuitas. Aprendió de su padre y de su abuelo a defender la independencia de Irlanda con las armas. Después se alistó en el ejército español y peleó al lado de los españoles en diversas batallas. Llegó a ostentar el grado de capitán. En su trayectoria militar, conoció al conde-duque de Olivares, quien en breve se convertiría en valido del rey Felipe iv y uno de los hombres más poderosos del imperio. En 1640 viajó a la Nueva España para realizar labores de espionaje para el conde-duque. Ya en México, se dedicó a intrigar y, según relata Riva Palacio, no estuvo lejos de quedarse con el gobierno de todo el reino. Su conspiración fue descubierta y, después de 17 años en las cárceles de la Inquisición, murió en la hoguera.[3]

 

2.    La conspiración de Lampart

 

En 1910, todavía durante el gobierno de Porfirio Díaz, Lampart fue designado “precursor de la independencia de México”. Desde cuatro años antes, cuando se planeaba la Columna de la Independencia, ya Díaz había dado instrucciones al arquitecto Rivas Mercado de que se incluyera en su interior una escultura de don Guillén. Cabe preguntar: ¿por qué precursor de la independencia nacional?

La figura de Lampart es multifacética y, en una de esas facetas, urdió todo un plan para independizar la Nueva España del dominio español que, por las circunstancias de la época y por la experiencia que había adquirido en el arte de intrigar, podría haber surtido efecto más de un siglo antes de la independencia de los Estados Unidos, de no haber sido traicionado por uno de sus hombres de mayor confianza, el capitán Felipe Méndez, a cuyos padres había salvado de morir en un incendio arriesgando su propia vida.

Las fuentes publicadas para reconstruir el plan de Lampart pueden ser muy variadas: el libro de Martínez Baracs, otro más escrito por Luis González Obregón, cronista de la ciudad de México y editado varias veces;[4] la interesante novela de Riva Palacio Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, Rey de México, entre otras muchas, pues ha sido un tema abundantemente tratado, por más que el personaje siga siendo poco conocido. Para referir la conjura, en este trabajo nos basaremos principalmente en un folleto de Sirvent.[5]

Nuestro personaje había llegado a la Nueva España acompañando al virrey Escalona en 1640. Desde su llegada, supo relacionarse con figuras principales del virreinato, participar en las veladas y tertulias de la nobleza mexicana y, rápidamente, hacerse de un sinfín de amigos. Su fama se acrecentó cuando en el barrio en que vivía salvó a un par de ancianos de morir en un incendio. Éstos eran los padres del capitán Felipe Méndez, con quien trabó también una gran amistad. No perdía la ocasión para ganarse a lo que podríamos llamar “autoridades intermedias”: priores de conventos y monasterios, oficiales del ejército, líderes natos de los diferentes estratos sociales… Ante todos se hacía pasar por hijo bastardo de Felipe iii; por lo tanto, medio hermano de Felipe iv, quien reinaba.

La ocasión de asestar el golpe se presentó cuando Escalona fue depuesto como virrey por su simpatía con los portugueses y, provisionalmente, asumió el mando el Obispo Juan de Palafox. Con la complicidad de un natural que era experto en falsificar documentos oficiales, Lampart había previsto que,

 

cuando llegara el nuevo virrey, Conde de Salvatierra, haría llegar a manos del Provincial de San Francisco los despachos en que el monarca tenía noticias de la traición del conde y nombraba a Guillén para reemplazarlo, con el título de Marqués de Cropali; se comunicaría lo mismo a la Audiencia y a los oidores diciéndoles que prestaran ayuda al nuevo gobernante. El Provincial convocaría a media noche al convento a los oidores, los cuales con Guillén de Lampart y escoltados por 500 hombres que estarían ocultos, se dirigirían al palacio del virrey, para reducir a prisión al Conde de Salvatierra. Una vez en posesión del poder, Guillén se proponía levantar tropas del país, ayudado por hombres comprometidos con la empresa y generosamente pagados.

Días después declararía la independencia de la Nueva España y se proclamaría Rey de la América y Emperador de los mexicanos y relevaría a los indios de los tributos; mandaría embajadores a Roma, Francia, Holanda, Inglaterra y Portugal, prohibiría el comercio con España, daría premios a los descendientes de los conquistadores y aboliría la esclavitud.[6]

 

El plan ni siquiera llegó a activarse, pues en su labor de cabildeo lo contó a su amigo Felipe Méndez, quien lo traicionó y lo acusó ante el tribunal del Santo Oficio, posiblemente de acuerdo con las autoridades civiles, pues de ahí cualquier apelación al rey sería menos expedita.[7] Los demás implicados en la conspiración –entre ellos priores, nobles y algunos militares– sencillamente no fueron molestados.

La aventura de Lampart, ya sin posibilidad alguna de acceder al puesto que aspiraba, duró todavía otros 17 años, pero en las celdas de la Inquisición. Tanto el rey como el Consejo de la Inquisición en España buscaron interceder por el reo con nulos resultados. En 1659 fue relajado al brazo secular y éste lo condujo a la hoguera.

Hay muchos otros aspectos de nuestro primer personajes que no se han abordado a fondo, como sus ideas revolucionarias de abolir la esclavitud y declarar la absoluta igualdad entre los peninsulares, los criollos, indígenas, esclavos, etc.; sus escritos en la cárcel, llenos de misticismo; su defensa de la conciencia ante los embates de los inquisidores; su defensa de los derechos humanos y, desde luego, sus ideas sobre la independencia de los diferentes reinos españoles en América. De momento, para la finalidad de este breve estudio, sólo se ha tratado, y someramente, el motivo que al parecer le trajo a estas tierras: gobernarlas.

 

3.    La osadía de Gennaro Riendo

 

Aunque con menos suerte en cuanto a difusión, pero con un propósito parecido al de Lampart –gobernar–, se encuentra nuestro segundo personaje, un italiano de antecedentes ignorados y cuya breve actuación y desaparición fugaz nos impiden seguirle la pista después de los hechos que ahora se relatan.

En noviembre de 1916 se hizo presente en la arquidiócesis de México Gennaro Riendo, un sacerdote de origen napolitano, que se hacía pasar por Delegado Apostólico del Papa Benedicto xv y buscó desde el primer momento actuar como si lo fuera.

A pesar de que se vivían los días previos al Congreso Constituyente, la figura del supuesto enviado papal cobró rápidamente notoriedad en la prensa. Por otro lado, encontró un aliado incondicional en el párroco del Sagrado Corazón, José Cortés Canto, sacerdote español amigo de Carranza, de quien se decía había participado en la Revolución con el grado de coronel. Así, con respaldo de Cortés y la simpatía que había logrado en ciertos periódicos, Riendo se dio a la tarea de provocar un cisma para quedar como primer jerarca de una supuesta Iglesia Católica Nacional:[8] visitó y escribió a muchos párrocos ofreciéndoles ciertas ganancias por ponerse de su lado, prometió una reforma que purificaría a la Iglesia de sacerdotes indignos y, sobre todo, criticó tanto la actitud de los obispos en el destierro como la del vicario general, Antonio Paredes. Haciendo alarde de temeridad, el día 25 de noviembre Riendo prometió que antes de diez días el Vaticano destituiría a Paredes.[9]

El diario El Pueblo, identificado plenamente con el gobierno de Carranza, dio una cobertura muy amplia a la figura y propuestas de Riendo, llegando incluso a afirmar que “los canónigos Riendo y Cortés eran los legítimos representantes de la Iglesia en México”. En días sucesivos este periódico se refirió a Riendo como “delegado papal” y llegó incluso a señalarlo como “el dedo chiquito de Benedicto xv”,[10] para darle notoriedad.

La situación llegó a preocupar al Delegado Apostólico en los Estados Unidos, Giovanni Bonzano, quien fungía ad interim como delegado también para México y que se vio precisado a informar a la Santa Sede:

 

A principios de noviembre de 1916, llegó a México un tal Gennaro Riendo, que se autodenominaba secretario de la delegación apostólica en Washington, obispo y delegado pontificio confidencial con poderes discrecionales, y comenzó a visitar párrocos y sacerdotes. Sin embargo, puestos sobre aviso por monseñor Paredes, que descubrió en Riendo un impostor, no lo quisieron reconocer, excepto el Párroco de la iglesia del Sagrado Corazón, José Cortés, quien no únicamente lo recibió, sino que se convirtió en su íntimo confidente y defensor.[11]

 

Ante la falta de una reacción pronta, Bonzano volvió a escribir a Gasparri: “Yo estoy seguro que este sacerdote es un impostor, pero para tener ante el clero un testimonio irrecusable, desearía una sola palabra de Vuestra Excelencia Reverendísima, si es que le parece conveniente. De no ser así, dejaré que la cosa se desarticule por sí misma”.[12]

Por su parte, el vicario Paredes, renuente a hacer declaraciones a la prensa durante casi un mes, posiblemente para ver qué terreno estaba pisando, comenzó a actuar primero separando a Cortés de la parroquia del Sagrado Corazón y, al no recibir obediencia, excomulgándolo y poniendo en entredicho a los feligreses que continuaran asistiendo a sus celebraciones. Al mismo tiempo, escribía a Roma solicitando se le informara si Riendo realmente tenía algún encargo de la Santa Sede.[13] Cuando tuvo respuesta, la hizo publicar en el mismo periódico que tanta cobertura había dado al evento.

Después de esto, ni siquiera El Pueblo, diario que tantas expectativas había armado en torno a la desmembración de la Iglesia católica de México respecto de la de Roma, se tomó en serio la figura de Riendo, a quien el mismo periódico calificó de “impostor” y de “hombre doble”,[14] para más adelante terminar la comedia diciendo: “lo que por el momento se sabe es que el apócrifo Delegado ha desaparecido misteriosamente, sin que se tengan noticias ni remotas del rumbo que haya tomado”.[15]

Una buena síntesis de la actuación de Riendo la proporciona Massimo De Giuseppe:

 

como emerge de los documentos vaticanos, este misterioso personaje que llegó a ser amigo de algunos oficiales constitucionalistas anticlericales e, incluso, se habría ofrecido a los carrancistas como organizador de una iglesia cismática nacional, desapareció en la nada con un discreto botín e innumerables cuentas no pagadas en un hotel de la capital.[16]

 

Consideraciones finales

 

Dos aventuras parecidas quizá sólo en la impostura, esto es, en el modo en que ambos personaje buscaron sacar ventaja de América y, más concretamente, de México. En el primer caso para obtener como ganancia un amplio poder temporal y el dominio sobre vastos territorios; en el segundo, para hacerse de una jurisdicción eclesiástica y obtener así un poder de dominio espiritual. En el primero, para conseguir postulados universales, como la independencia de un pueblo sojuzgado por una nación extranjera o la libertad de los esclavos; en el segundo caso, únicamente para fines personales y dispuesto a sacrificar, de haber sido necesario, la libertad parcial de que gozaba la Iglesia en México por esas fechas.

El primer caso, a pesar de su trágico final, mereció ser recordado en pinturas de Rubens y Van Dyck, en abundante literatura histórica y novelística e, incluso, en una estatua del monumento icónico de la independencia de México: “el Ángel”. El segundo rápidamente se perdió en el olvido de quienes le creyeron, de quienes apoyaron su malogrado cisma y de la mayor parte de los libros históricos.[17] Junto a la audacia, quizá incluso temeridad de estos personajes, en ambos casos subsiste un intento fallido por alcanzar algo que consideraron asequible en las circunstancias que se vivían en nuestro continente, un modo fracasado de “hacer las Américas”.



[1] Licenciado en Letras Clásicas, doctor en Teología y presbítero, es autor de copiosos estudios sobre el conflicto religioso en México, entre ellos La guerra cristera y su licitud moral (Roma 2004, México 2009), El conflicto religioso en México y Pío xi (México 2009) y Sacerdotes y mártires (México 2011).

[2] La expresión “hacer las Américas” se aplicaba para aquel que venía a probar fortuna en tierras americanas.

[3] Andrea Martínez Baracs ha publicado recientemente un estudio serio sobre este personaje: Don Guillén de Lampart, hijo de sus hazañas (Fondo de Cultura Económica, México, 2012).

[4] Luis González Obregón, Don Guillén de Lampart. La Inquisición y la Independencia en el siglo xvii, conaculta, México, 2015.

[5] Consuelo Sirvent Gutiérrez, Guillén de Lampart, precursor de la independencia de México, unam, México, 2010.

[6] Ibidem, p. 13.

[7] En realidad, la Inquisición no tenía por qué haber dado entrada a esta causa; sin embargo, se había acusado a Lampart se haberse servido de un indio hechicero para falsificar las firmas, así como de practicar la astrología y, por otro lado, el capitán Méndez acudió motu proprio a realizar la denuncia ante este tribunal.

[8] Por estas fechas firmaba sus cartas con la leyenda: “futuro Papa de la Iglesia Católica Nacional” (Archivo Histórico del Centro de Estudios de Historia de México Carso, fondo xxi: Manuscritos del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista 1889-1920, legajo 11851, carpeta 103, documento 1-2.

[9] Cfr. El Pueblo, 26 de noviembre de 1916, p. 1.

[10] El Pueblo, 25 de noviembre de 1916, p. 6. Cabe aclarar que ninguno de los dos eran canónigos.

[11] Carmen José Alejos-Grau, Una historia olvidada e inolvidable. Carranza, Iglesia y Constitución mexicana, unam, México, 2018, p. 244.

[12] Massimo De Giuseppe, “Missionari e religiosi italiani in Messico tra porfiriato e rivoluzione: documenti dal vicariato apostolico della Baja California”, Rivista dell’Istituto di Storia dell’Europa Mediterranea 7 (2011), p. 198.

[13] El vicario Paredes se negó a hacer declaraciones a la prensa, pero no dejó de dar pasos firmes para atajar el posible cisma: el 19 de noviembre escribe al presidente Carranza, con quien tenía una excelente relación; el 20, excomulga al sacerdote José Cortés; el 22 pone en entredicho a los que siguen yendo a Misa con dicho sacerdote; el 28 hace publicar en los diarios una carta que ha dirigido “al venerable clero” alertándolo sobre el cisma; el 29, finalmente, da a conocer los telegramas cruzados con la Santa Sede.

[14] El Pueblo, 29 de noviembre de 1916, p. 1.

[15] El Pueblo, 2 de diciembre de 1916, p. 1.

[16] De Giuseppe, op. cit., p. 198.

[17] No deja, sin embargo, de ser mencionado por autores especializados en el conflicto religioso. Además de los ya citados, véanse Jean Meyer, La Cristiada 2. El conflicto entre la Iglesia y el Estado 1926/1929, Siglo xxi, México, 1973, pp. 158-159; Paolo Valvo, Pio xi e la Cristiada. Fede, guerra e diplomazia in Messico (1926-1929), Morcelliana, Brescia, 2016, pp. 78-79.



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