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El ajuar escultórico de Victoriano Acuña

para la parroquia del Dulce Nombre de Jesús de Guadalajara.

6ª parte

Eduardo Padilla Casillas[1]

 

Concluye aquí el importante rescate de información

en torno a uno de los monumento religiosos del siglo xix

más representativo de la capital de Jalisco.[2]

 

  

5.5 Imágenes religiosas expuestas a la pública veneración a finales del siglo xix en el templo parroquial de la Capilla de Jesús

 

Gracias a un inventario detallado de 1892 tenemos una relación pormenorizada de la distribución iconográfica, pinturas y esculturas, del templo parroquial del Dulce Nombre de Jesús en marzo de 1892. La repasamos aquí, no sin antes considerar que la puerta principal de ingreso de su única nave ve al sur.

Al pie del templo, después del cancel de madera, en los muros del primer tramo,[3] en cada uno de los dos muros, pinturas sobre lienzo representando, la del oriente o lado de la Epístola, el nacimiento de Jesucristo, y al poniente, o del Evangelio, a San Antonio de Padua; y en ese mismo nivel, pero en el bautisterio, que ocupaba el cubo de la torre este, la escultura de San Juan Bautista que labró en 1859 Rafael Barragán.

En el siguiente tramo, al poniente o lado del Evangelio, y todavía en uso, la puerta lateral, hoy tapiada, y en el muro opuesto –el de la Epístola–, un retablo con esculturas representando un conjunto: al Niño Jesús en medio de los doctores, y otra escultura de San Miguel Arcángel.

En el tercer tramo, al oeste, un retablo dedicado a Nuestra Señora de la Luz, en lienzo, y frente a él, el de Nuestra Señora de Guadalupe, en la misma técnica, y tras éste, la capilla –y sala de conferencias– de San Felipe Neri, allí representado de bulto.

            En la crujía bajo la cúpula, en la intersección oriental, el púlpito, adornado con un óleo sobre tela con la imagen de Santo Tomás de Aquino, y en el transepto poniente el retablo de San Juan Nepomuceno, su escultura hecha por Victoriano Acuña, pero también en un lienzo representando su martirio, y en el oriente, el retablo entonces denominado de los Dulces Nombres de Jesús, José y María, visibles en un conjunto escultórico también de Acuña, del lote que produjo a solicitud de don Juan Antonio Camacho entre 1856 y 1857, y que terminó hacia 1858, pero que no le fue liquidado hasta 1862.

En la cabecera de la nave, el presbiterio o capilla mayor; en la cúspide del retablo, la Coronación de la Santísima Virgen, que bien pudo ser de Rafael Barragán e intervenida después en el taller del presbítero José María Plascencia, y bajo éste, al centro, la talla labrada del Divino Salvador, flanqueado al este por San Pablo y al oeste por San Pedro, también en labrados por Acuña.

En las capillas laterales, sólo las representaciones de sus titulares: un lienzo de Nuestra Señora del Refugio en la del lado del Evangelio, y en volumen, la del Sagrado Corazón de Jesús, que en 1896 tendrá su imagen definitiva.

 

·      Las adiciones al conjunto que vinieron luego

 

Como de sobra se sabe, la furibunda racha anticlerical que privó en México entre 1854 y 1867 fue poco a poco en el último tercio del siglo xix, de modo que aun cuando no se aboliera la legislación anticlerical, tampoco se procuró aplicarla de forma taxativa y sí con mucha benevolencia, y más en la arquidiócesis de Guadalajara durante la dilatada gestión episcopal de tres décadas de don Pedro Loza y Pardavé.

Fue en este tiempo y coyuntura (1895) cuando el párroco don Benito Pardiñas le notificó al señor Loza el deterioro grave del manifestador del altar  mayor:

 

Hace ya tiempo que se viene haciendo sentir la necesidad de reconstruir el altar mayor de esta iglesia parroquial de Jesús, toda vez que el acceso al trono del Santísimo Sacramento se [asciende no] sin indecencia, grande incomodidad y no poco peligro de una caída de muy lamentables consecuencias.

Ahora bien, obedeciendo aquella necesidad, he venido acopiando materiales desde los primeros meses del año pasado y agenciando algunos donativos, mas nunca podré acometer la susodicha tarea ni salir airoso en mi empresa si Vuestra Señoría Ilustrísima no se dignase a conceder su superior licencia y bendecir mis trabajos...[4]

 

Pardiñas, además del permiso, aprovecha la ocasión para referirse a las ideas claras que ya tenía en la mente para el nuevo retablo principal: hacer que la mesa y las graderías, muy remetidas hacia el muro testero, sobresalieran un metro más hacia el centro del presbiterio, con el propósito de separar de las columnas de aquél la nueva estructura al menos un metro hacia el frente, de modo que quedara un espacio amplio en la parte oculta para instalar allí una escalera de uso más cómodo que la que había.

Al día siguiente de su solicitud, el Arzobispo Loza le dio su visto bueno, sólo acotando que el nuevo altar no debía romper la armonía del diseño original del templo, sin dejar por esto de ser sólido y bello en atención a uso sacro al que estaría destinado y a lo que ya distinguía como belleza propia el edificio.

Como esta investigación no obtuvo más datos documentales posteriores a 1895, nada podemos decir, de momento, de cómo se ejecutó la reforma del altar mayor entre 1896 y 1897, presumimos, pues este último año reemplazó a don Benito el presbítero don Manuel Muñoz, quien acometerá la tarea en toda forma, contratando nada menos que con el ingeniero Antonio Arróniz Topete,[5] que se hizo cargo de ella a partir del 26 de enero de 1901 y la concluyó año y medio después, el 25 de agosto de 1902.[6]

 

·      La intervención de un marmolista italiano

 

Las labores no fueron cortas, pues implicaron obras grandes de mantenimiento de todo el edificio, anexos y atrio, y renovación de los acabados. Las cuentas de los trabajos las llevó de forma meticulosa el párroco Muñoz, y estuvo atento a que las revisara y aprobara el sempiterno Vicario Capitular de la Arquidiócesis, don Francisco Arias y Cárdenas.

Se conservan las cuentas, no así los recibos, que sólo se mencionan en las memorias de la obra, salvo una excepción tan afortunada para nosotros como lo es el pago de 152 pesos al marmolista italiano Vicente Gusmeri Capra, hecho el 22 de febrero de 1902.[7] Infiramos, entonces, que la reforma del altar mayor sugerida por Pardiñas no se ejecutó como él lo planteó sino hasta 1901, cuando Arróniz se hizo cargo del proyecto.

Si así fue, el altar sí tomó en cuenta la sugerencia del párroco de 1895, y se empleó el mejor material entonces disponible y que es el que casi íntegro ha llegado hasta nosotros, salido del importante taller de Gusmeri.[8]

Nos detenemos en este dato porque tanto el proyecto de intervención del inmueble como el nuevo altar servirán de modelo, ensayo y experiencia para una obra capital, para un monumento religioso cimero en Guadalajara, el templo parroquial del Sagrario Metropolitano, en el que tanto tendrán qué ver Arróniz y Gusmeri, aquél con la cúpula que suplió la de Manuel Gómez Ibarra y éste con el altar mayor marmóreo, muy similar al que aquí se menciona, pero de dimensiones mucho mayores.

 

·      La capilla del Sagrado Corazón de Jesús

 

Gracias a los documentos que sirven de fuente a esta investigación venimos a enterarnos cómo fue usada la antesacristía, anexa al presbiterio por el viento este, como capilla del Sagrado Corazón de Jesús. En efecto, don Benito Pardiñas notifica al Arzobispo Loza, el 19 de septiembre de 1896, que la erección canónica de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús atraía una grey tan copiosa como devota, que de forma reiterada se le había pedido que este título cristocéntrico tuviese su propio altar, y que nada impedía que a eso se destinara, con las debidas adecuaciones, la antesacristía.

El alegato que más peso pudo tener en su argumentación fue que, procediendo de esa forma, el conjunto ganaría, pues equidistante de la antesacristía estaba la capilla de Nuestra Señora del Refugio, muy aliñada, y que de proceder a instalar un altar donde se proponía, el taller a cargo del presbítero don José María Plascencia acometería las labores de decorar la así vocacionada capilla, en lo que éste ya estaba de acuerdo y hasta ejecutado el boceto de los planos, que adjuntaba a su solicitud. Como en el caso anterior, el Arzobispo Loza, que mucho cultivó en su diócesis el culto al Sagrado Corazón de Jesús y las asociaciones piadosas con él vinculadas, contestó pronto y de manera favorable, otorgando la licencia solicitada el 1º de octubre siguiente.

A la vuelta de dos meses, el 30 de noviembre, el mismo peticionario dirigió otro escrito a su prelado ahora para exponerle la voluntad que habían tenido algunos devotos de donar a la parroquia una muy digna escultura, de tamaño natural, del Sagrado Corazón de Jesús, y que su culto era ya verdaderamente efusivo en la comunidad, por lo que le solicitaba su venia para aceptar la donación, pues si bien ya existía una escultura representándolo, la nueva podría suplirla con creces, pudiendo bien donarse la otra a la vecina parroquia de San Miguel de Mezquitán, todo para favorecer en ella el culto al Sagrado Corazón de Jesús. Con tales alegatos, el 1º de diciembre el señor Arzobispo autorizó lo que se le pedía.[9]

 

·      El conjunto escultórico que remata el altar mayor

 

Sin documento fehaciente que nos dé noticia de este importante elemento, de su manufactura y colocación, sólo podemos afirmar que no existía antes de 1856, pero que ya estaba en ese sitio en 1892; luego, no pudo instalarse antes de este último año. También, que la técnica de manufactura del conjunto se resolvió utilizando telas encoladas, lo cual le confiere agilidad en la ejecución y ligereza a la masa respecto de la altura y los anclajes en la estructura del edificio.

No podemos entonces, con lo dicho, suponer que Victoriano Acuña hubiera tomado parte en su confección, pues ni siquiera comparte las cualidades formales y de manufactura que de tal entallador hemos ya enunciado. Por ejemplo, si bien es cierto que Acuña sí utilizó paños de tela encolada para una de las esculturas que hizo para la catedral tapatía, aplicar a la escultura telas rigidizadas no fue algo que él prefiriera, y cuando lo hizo fue en elementos muy puntuales, tratamiento del que se aparta el artífice de la Coronación de la Santísima Virgen que aquí nos ocupa, que otorgó a los paños con telas encoladas un protagonismo muy notable.

Ahora bien, como en esta colaboración ya nos hemos referido a un dato que sí nos consta por escrito, un conjunto escultórico trinitario que salió de la gubia de Rafael Barragán, en 1859, para el bautisterio, y al que se le pierde luego la pista, no parece descabellado que todo él se integrara al remate del altar mayor, completándolo luego con la representación de la Virgen María.

Por otro lado, que así hubiera sido, entre nosotros no sería un caso único. Sabido es que el multicitado presbítero y escultor don José María Plasencia hizo lo propio en 1892 nada menos que con el conjunto escultórico de la Asunción de María de la Catedral de Guadalajara. Y en ese momento, ¿quién más y mejor que él lo hubiera hecho, como seguramente lo hizo, con el del Sagrario Metropolitano, que prolonga ese ciclo mariano?

Luego, si el de la parroquia del Dulce Nombre de Jesús es coetáneo de las apenas aludidas, nada impide que le consideremos parte de un proceso que habrán de seguir muchos otros casos por acá; incluso más allá de que fuera o no su taller el responsable de intervenir o elaborar el conjunto que aquí abordamos, su impronta sí la tiene.

 

Conclusión

 

Hemos llegado hasta este punto para poder echar nuestro cuarto a espadas: que el retablo principal del templo del Dulce Nombre de Jesús de Guadalajara: su altar, sagrario, manifestador, esculturas y conjunto que le corona, se engarza y nutre en circunstancias muy favorables para obras emprendidas en este tiempo y ámbito en la capital de Jalisco, a las que sirvió de modelo las de la primera parroquia de la Arquidiócesis, la del Sagrario Metropolitano. Influyó en ellas o al menos las retroalimentó, pues por igual tomaron parte  Manuel Gómez Ibarra y Victoriano Acuña que Antonio Arróniz Topete y Vicente Gusmeri Capra.

Al calor de este trabajo, resalta un vacío, lamentable pero no raro, de medio siglo para acá en los acervos eclesiásticos luego de la iconoclastia, vandalismo y pillaje que trajo consigo la interpretación arbitraria y destructiva de las más recientes reformas litúrgicas. ¿Qué párroco dispuso de la escultura de San Juan Bautista que Barragán manufacturó para el bautisterio? Nada supimos de ella, sólo que es una pieza perdida durante la segunda mitad del siglo pasado, tiempo en el que, validos de la ocasión, párrocos hubo que  dispusieron de lo que sólo estaba bajo su custodia, lo cual ocurre cuando el desconocimiento, la ignorancia o la apatía de una comunidad es tal que hasta tolera o ve con indiferencia que un administrador disponga impunemente de lo suyo.

Pero no menor a lo señalado, y justo es reconocerlo, esta investigación no hubiera sido posible de no contar esa parroquia con un archivo histórico modelo en su género, tanto por el orden en el que se halla como por el sistema profesional con el que fue en fechas recientes ordenado, labor que tuvieron a su cargo la maestra Glafira Magaña Perales y el presbítero José Alberto Estévez Chávez, dos profesionales de la archivística eclesiástica.



[1] Licenciado en Conservación y Restauración de Bienes Muebles, egresado de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente; es desde hace muchos años docente de ella y un investigador meticuloso de temas relativos al patrimonio eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara.  El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia, auspiciada por el Programa del Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (pecda) del área de difusión e investigación del patrimonio cultural de la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco.

[2] Este Boletín agradece a su autor su inmediata disposición para publicar aquí su estudio. Él, por su parte, agradece las atenciones del párroco del Dulce Nombre de Jesús, don José Vázquez Ruiz, y de la secretaria del despacho parroquial, Laura Luna, para esta investigación en el modélico archivo parroquial.

[3] En arquitectura, se conoce como tramo (del latín trameare, atravesar) a las partes en que se divide una nave en función de la cubierta y los apoyos.​

[4] Archivo Histórico de la Parroquia del Dulce Nombre de Jesús (ahpdnj), sección disciplina, serie libros de gobierno, libro 2, 1864-1960, pp. 119-119v.

[5] El ingeniero Antonio Arróniz Topete (1866-1926), asociado con Ángelo Corsi, reemplazó la cúpula original del Sagrario Metropolitano, muy dañada a finales del siglo xix, y luego de ocho años la entregó en 1899.

[6] ahpdnj, sección Disciplina, serie Fábrica material/espiritual, libro 4, 1900-1902, pp. 1, 14v, 25, 40.

[7] ahpdnj, sección Disciplina, serie Fábrica material/espiritual, libro 4, 1900-1902, p. 36.

[8] El marmolista y escultor italiano Vicente Gusmeri Capra (1866-1938) se estableció en Guadalajara a finales del siglo xix. En 1904 encabezaba la marmolería Brizio y Gusmeri, y su taller fue el más importante de la ciudad hasta que la guerra civil lo permitió.

[9] ahpdnj, sección Disciplina, serie Libros de gobierno, libro 2, 1864-1960, pp. 123v-125.



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