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La Filosofía de la Religión de Hegel

¿Una nueva imagen del filósofo? 2ª parte

 

Fernando Carlos Vevia Romero[1]

 

Se cierra aquí un texto que su autor usó como discurso de ingreso

al Colegio Jalisciense de Filosofía

donde revela de forma clara una inquietud personal que le acompañó hasta el fin

 

 

He considerado necesario hacer a la Religión por sí objeto de la reflexión filosófica

y añadir esa reflexión, como una parte esencial al Todo de la Filosofía.

G.W.F. Hegel

 

 

[Dios Hijo en la filosofía hegeliana]

 

[Habiendo señalado ya cómo desde el pensamiento teológico del filósofo alemán, en la madurez de la vida el misterio de Dios se convierte en una explicación más que razonable, necesaria, no es menor el alcanza que da a la persona del Hijo, según se expone a continuación].[2]

Lo otro es determinado como Hijo. Éste recibe la determinación de otro en cuanto tal, que es libre, por sí mismo, que aparece como real fuera (aquí aparece la palabra wirklich vinculada, según parece al exterior). ¿Qué es ese fuera, o exterioridad, qué es lo que se suele llamar realidad? Nunca lo dice Hegel, ni aquí, ni en la Ciencia de la Lógica. Él sí lo ve muy claro, como tantos otros conceptos, pero a los demás, al menos a algunos, nos parece que se salta alegremente los límites que se había puesto, por ejemplo, aquí, en esta Filosofía de la Religión había dejado fuera el entendimiento, pero la exterioridad es captada por el entendimiento.

Otro ejemplo, dentro de esta esfera o reino del Hijo. La verdad del mundo es sólo su idealidad, no que tenga verdadera realidad; esto es el para ser, pero sólo un algo ideal (= perteneciente a la idea); no algo eterno en sí mismo, sino un creado; su ser es sólo un algo puesto. El ser del mundo (aquí ya no podemos seguir enfadados con Hegel) es éste: tener un momento (en sentido temporal) de ser, pero para eliminar esa su separación, división en dos con respecto a Dios: regresar a su origen, en la relación del Espíritu, entrar en el Amor.

Es en el Hijo, en la determinación de la Distinción, que la ulterior determinación continúa a otras distinciones; que la distinción recibe su derecho, el derecho de la diversidad. Ese paso en el momento del Hijo lo expresó así Jakob Böhme: el primer nacido (primogénito), Lucifer, el Portador de la Luz, fue el Luminoso, el Claro, pero se imaginó-desde-fuera-hacia-adentro (hineinimaginiert) en sí, es decir: que se había puesto por sí, había llegado hasta el ser y así había caído; pero inmediatamente en su lugar fue puesto el eternamente nacido. En este apartado de la relación del mundo con el Hijo hay también muchas otras ideas interesantes; por ejemplo si el mundo es eterno.

En cuanto a la situación del hombre dentro del reino del Hijo, establece Hegel toda una antropología. Comienza tratando de determinar qué es la naturaleza, la determinación del hombre y cómo ha de ser considerada. Lo primero con lo que tropieza es una división en dos de concepciones del hombre: el hombre es por naturaleza buena y el hombre es por naturaleza malo.

Que el hombre es por naturaleza bueno: es decir que el hombre es espíritu en sí, razón, y ha sido creado a imagen de Dios. Dios es el bien y el hombre es, en cuanto espíritu, espejo de Dios. Pero con esto se está diciendo que el hombre es bueno en sí, de manera interna, según su concepto, pero no según su realidad. Claramente las numerosas páginas dedicadas al tema significaban en Hegel la cercanía del fin de su vida, un repaso de sus creencias. Veamos sólo una muestra: la inmortalidad del alma. No ha de pensarse, escribe Hegel, que entre después de la muerte en la realidad. Es una cualidad, presente, actual. El espíritu es eterno, por tanto ya actual, presente. El espíritu no está dentro de limitaciones. La eternidad no es solamente duración, como duran las montañas, sino es saber. El conocer, pensar, es la raíz de su vida, de su inmortalidad, en cuanto totalidad en sí mismo.

Al término de la copiosa doctrina elaborada por Hegel se coloca esta frase: “lo importante es que el hombre vea el Movimiento, la Historia de Dios, la Vida, que es Dios mismo”.

El reino del Espíritu es definido como la idea en el elemento de la comunidad. Tres cosas quiere considerar Hegel en este último sector de su reflexión sobre la Trinidad: 1. El surgimiento de la comunidad o su concepto. 2- Su existencia (Dasein= ser/estar ahí) y su perdurar, es decir la realización de su concepto, y 3.- El paso o tránsito al saber, cambio (Veränderung = mutación, alteración, variación…) transfiguración (Verklärung = glorificación…) de la fe en la filosofía.

La comunidad son los sujetos, los sujetos empíricos, individuales, que están en el Espíritu de Dios, del cual sin embargo simultáneamente son distintos, frente a los cuales está ese contenido, esa historia, esa verdad. La fe en esa historia, en la reconciliación, es por una parte un saber inmediato, un creer; por otra parte la naturaleza del espíritu en ella misma ya es ese proceso.

El surgimiento de la comunidad es lo que sucede como derramamiento del Espíritu Santo. Ese derramamiento sólo podía producirse después de que al Cristo le fuera arrebatada la carne; es decir: cuando ha cesado la presencia sensorial, inmediata. Entonces se presenta el Espíritu; pues entonces se ha completado toda la historia y se halla imagen total del Espíritu ante la contemplación. Esto ocurre así porque Dios es en cuanto Espíritu del Tres-y-Uno. Él es ese manifestarse, objetivarse y ser idéntico consigo en esa objetivación, el Amor eterno. Esa objetivación en su desarrollo pleno hasta el extremo de la generalidad /universalidad de Dios y de la finitud hasta la muerte es ese regreso en sí en la eliminación de esa dureza de la contraposición, Amor en dolor infinito, que asimismo es sagrado en sí.

Pero ese concepto no tiene que ser solamente en cuanto puesto a punto en la filosofía, él no es en sí el verdadero; al contrario, la relación-comportamiento con la filosofía es conceptualizar lo que es, lo que ya por sí antes era realidad. Por tanto el concepto tiene que estar presente en sí en la auto-conciencia del hombre, en el Espíritu. Esto es lo que se entiende como testimonio del Espíritu. Tal es la defensa propia de un poder a la manera espiritual y no un poder exterior como la Iglesia contra los herejes. La auténtica fe descansa en el Espíritu de verdad. La auténtica fe es espiritual.

Éste es el concepto de comunidad en cuanto tal: la idea, la cual en la medida en que es el proceso de sujeto en y cabe él (in und an) mismo, el cual sujeto asumido en el Espíritu es espiritual, de tal manera que habita en él el Espíritu de Dios. Ésa su pura auto-conciencia es simultáneamente conciencia de la verdad, y esa pura auto-conciencia, que sabe y quiere la verdad, es precisamente el divino Espíritu en él. La comunidad “reale” real, es lo que en general llamamos Iglesia. No describe esta palabra el surgimiento de la comunidad, sino más bien la persistencia de esa comunidad. La persistencia de la comunidad es perdurable, devenir eterno (ewiges Werden), el cual está basado en esto, que el Espíritu es conocerse eternamente, hacerse patente en cada chispa de luz finita de la conciencia individual y de nuevo captarse y reunirse, a partir de esa finitud, puesto que en la conciencia finita surge el saber de su esencia y así la autoconciencia divina.

En la comunidad existente, la Iglesia es la institución a la que los sujetos llegan por la verdad, se apropian la verdad y gracias a eso el Espíritu Santo llega ser en ellos real, real, actual y presente. Esa verdad que es presupuesta y presente de esa manera es la doctrina de la Iglesia. Es la doctrina de la reconciliación.

Son casi innumerables los temas controvertidos, o propicios a la confusión o malentendidos a los que hace alusión Hegel, creando redes, sobre redes, de significados. De todos ellos es necesario mencionar un tema, por la importancia que tuvo en el resto de la filosofía del autor.

En la organización del Estado es donde lo divino ha encajado en la realidad, siendo ésta traspasada por aquélla, y lo mundano sólo es justificado en y por sí, pues su fundamento es la voluntad divina, la ley del derecho y la libertad. La verdadera reconciliación, mediante la cual lo divino se realiza en el campo de la realidad, consiste en la vida del Estado moral y según derecho: esta es la verdadera subacción (Subaktion: una acción que se lleva a cabo bajo algo…) de la mundanidad.

Va llegando el fin de la presente reflexión sobre la Filosofía de la Religión de Hegel y atenderemos una vez más con mucha atención a sus propias palabras, en que la justifica.

Pero si contemplamos la realización de la comunidad, después de que ya hemos visto su surgimiento y su persistencia, parece que su realización ha sido un echarse a perder. Hablar aquí de “echarse a perder” sería una discordancia. En primer lugar: ¿a qué ayuda suponer eso? Ese tono discordante está realmente presente […] Si a los pobres ya no se les predica el Evangelio, si la sal se ha echado a perder, si las fiestas fundamentales han sido retiradas silenciosamente, entonces el pueblo cuya verdad sólo puede estar en la representación ya no sabe qué hacer. Ese tono discordante para nosotros ha sido deshecho en el conocimiento filosófico, y el fin de este trabajo era precisamente reconciliar la religión con la razón. En este contexto la filosofía es como un santuario especial y separado, y sus servidores forman un grupo aislado de sacerdotes que no puede marchar conjuntamente con el mundo y ha de preservar la posesión de la verdad. Éste es el testimonio de un hombre extraordinario. Pero la vida exige que seres humanos no extraordinarios tengan que hacer algún comentario como una cortesía para agradecer su atención durante estos largos minutos.

Estimo que sí se cumple en la obra de Hegel, no en mi trabajo de presentación, que es posible ofrecer la imagen del gran pensador como un hombre profundamente interesado por la religión.

Lo que me deja todo este ínclito trabajo es sin embargo la sensación de un vacío. Dios aparece solamente como el cumplidor robótico del sistema dialéctico, de la visión que tenía Hegel de la historia, la naturaleza, el pasado y el futuro. Inmediatamente todos ustedes me dirían: “para eso está la Teología”. Por supuesto que sí, pero me resulta perfectamente legítimo pensar en el solitario habitante de una isla que al contemplar lo creado piense en un creador (hasta ahí sería filósofo) y que su segunda oleada de pensamientos fuera: ¿y qué quiere Dios? ¿Dónde está? ¿Por qué no me habla? Siento ausente a Dios de este magnífico monumento.

Acabemos de una vez con dos testimonios. Uno de Karl Marx:

 

Mi relación con Hegel es muy sencilla. Soy discípulo de Hegel y la vocinglería presuntuosa de los epígonos que creen haber enterrado a este pensador eminente me parece francamente ridícula. No obstante me he permitido la libertad de adoptar para con ni maestro una actitud crítica, de desembarazar su dialéctica de su misticismo y hacerle experimentar un cambio profundo.

 

El otro testimonio es de Michel Foucault:

 

Huir realmente de Hegel presupone darse cuenta con exactitud de lo que cuesta separarse de él; ello presupone saber hasta dónde Hegel, quizás insidiosamente, se ha acercado a nosotros; ello presupone saber, en lo que nos permite pensar contra Hegel, lo que es todavía hegeliano, y de valorar en qué medida nuestros intentos contra él no son sino una treta más por su parte, al final de la cual él nos está esperando, inmóvil, en otro lugar.



[1] Maestro  Emérito  de  la  Universidad  de  Guadalajara,  doctor  en  Filosofía  por  la  Universidad  de  Comillas, profesor,  investigador y  traductor. Este Boletín agradece a la maestra Irma López Martínez, viuda del autor, haber facilitado el texto para publicarlo en estas páginas.

[2] La necesidad editorial de partir en dos el texto, obligó a insertar entre corchetes un subtítulo y un párrafo que no aparecen en el original.



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