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“Los arreglos” en la correspondencia privada y la obra

de Alberto María Carreño (1929-1933).

Una aproximación

Carmen-José Alejos Grau[1]

 

Se aclaran en este texto datos duros y relevantes de la índole de

don Pascual Díaz Barreto, quien murió siendo Arzobispo de México y

figura medular en “los arreglos” entre la Iglesia y el Estado de 1929

que pusieron fin a la guerra cristera, a despecho de los líderes de la resistencia activa.

Aquí nos enteramos de que quien fuera miembro del clero de Guadalajara,

antes de serlo de la Compañía de Jesús, prefirió sobrellevar con estoicismo virtuoso

lo que para él implicó afrontar un armisticio con un gobierno anticlerical y voluble dominado por Plutarco Elías Calles.[2]

 

 

I.               Proyecto

 

Cuando recibí una invitación para participar en el libro de homenaje al doctor José Luis Soberanes, enseguida pensé en aprovechar parte de la documentación que conserva el Archivo Histórico del Arzobispado de México.[3] En efecto, tras asistir al coloquio celebrado en México en agosto de 2014 en torno al tema de los arreglos entre el presidente Portes Gil y la jerarquía católica, decidí investigar más sobre la cuestión.

Encontré en dicho archivo una abundante colección de cartas y otros escritos del historiador mexicano Alberto María Carreño[4] entre 1926 y 1936. Mi interés por el controvertido asunto de los arreglos[5] aumentó a medida que me adentraba en la lectura de las cartas. La necesidad de contextualizar su contenido me llevó de la mano a consultar abundante bibliografía. Es verdad que se ha escrito mucho y muy bien sobre la cuestión; sin embargo, las cartas me generaban unas preguntas que no encontraban respuesta.

Por ello y tras un detenido estudio, me atrevo a plantear la necesidad de una investigación sobre los acontecimientos político-religiosos de la historia mexicana entre 1929 y 1934, es decir sobre los acontecimientos posteriores a los arreglos. Para ello sería central, en primer lugar, estudiar las figuras de los dos prelados directamente implicados en las negociaciones, Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores (Arzobispo de Michoacán y Delegado Apostólico) y Monseñor Pascual Díaz (Obispo de Tabasco) analizando la documentación existente en algunos archivos, como por ejemplo los arzobispales de México, Tabasco y Morelia, el del Comité episcopal, y los vaticanos. En segundo lugar, sería de gran interés realizar una edición crítica y completa de la correspondencia de Alberto María Carreño.

Para ello sería imprescindible, además, reeditar dos libros publicados en 1932 y 1936, difíciles de localizar en bibliotecas o en librerías antiguas y que permitirían conocer de primera mano el papel real de los principales protagonistas de los arreglos: el Vaticano, el Gobierno mexicano, el Obispo de Tabasco, el Delegado Apostólico, y la Liga.

Las obras a las que hacemos referencia son, en primer lugar, el libro de Alberto María Carreño El Arzobispo de México, Excmo. Sr. Dr. Don Pascual Díaz, y el conflicto religioso, al que dedicaremos un epígrafe en este trabajo. En segundo lugar, la autobiografía que redactó Monseñor Ruiz y Flores durante su exilio en Estados Unidos, tras ser expulsado por el presidente de México Abelardo Rodríguez[6] el 4 de octubre de 1932. Su destino fue San Antonio, Texas, donde en septiembre de 1936 escribió Recuerdos de mi vida.[7] Más tarde, en 1942, tras su fallecimiento, se publicó el libro Recuerdo de recuerdos, que contiene esa autobiografía, un relato de los últimos meses de su vida y algunos elogios fúnebres que se pronunciaron en Morelia y México en 1941.

 

II.              Breves apuntes históricos[8]

 

Pascual Díaz[9] fue expulsado de México en enero de 1927, siendo Obispo de Tabasco. Alberto María Carreño, según nos dice él mismo, era su secretario personal desde el año 1927[10] y lo fue hasta la muerte del prelado en 1936. Ambos vivían en Nueva York.[11] El Obispo en The Xavier High School, College of St. Francis Xavier, en 30 W. 16 St; y Carreño en 247 W. 103rd. St.

Leopoldo Ruiz y Flores[12] fue desterrado el 20 de abril de 1927 junto con los obispos José Mora y del Río (México), Ignacio Valdespino (Aguascalientes), Gerardo Anaya (Chiapas), José María de Jesús Echavarría (Saltillo) y Francisco Uranga (Cuernavaca). Llegaron a Laredo y desde allí Ruiz se dirigió a San Antonio (Texas).[13] En noviembre de ese año, el Delegado Apostólico en Washington, Monseñor Fumasoni Biondi, le invitó a que se trasladara a esa ciudad para ayudar en el despacho de asuntos de México que la Santa Sede le encargaba. Según dice Ruiz: “yo ignoraba enteramente si se  daban algunos pasos para el arreglo de los problemas religiosos de México, lo que yo sabía era que toda información digna de crédito era comunicada por el n.c.w.c.[14] al Departamento de Estado”.[15]

Pascual Díaz había sido nombrado intermediario oficial entre el episcopado mexicano y la Santa Sede. Su tarea, según la comunicación del 12 de diciembre de 1927 de Monseñor Fumasoni Biondi, era que los obispos tuvieran una “manera segura de conocer con certeza lo que la Santa Sede les comunique por conducto de la Delegación Apostólica”.[16] Monseñor Díaz viajaba con frecuencia a otras ciudades para dirigir ejercicios espirituales y otras misiones pastorales que le pedían tanto obispos como colegios y conventos  de  religiosas. También visitaba con frecuencia a Ruiz y Flores en Washington.

Según narra éste en sus memorias, Dwight Morrow,[17] embajador de Estados Unidos en México desde noviembre de 1927, impulsó las negociaciones que llevaron a Ruiz a Roma a finales de mayo de 1928 para informar de la reunión que habían tenido el Presidente Calles, el P. Burke y el propio Ruiz en mayo de 1928 en el castillo de Chapultepec. “Ya en esa conferencia, Calles estaba dispuesto a declarar más o menos lo que Portes Gil declaró en junio de 1929”.[18]

Cuando llegó a Roma después de nueve días de viaje (había salido el 26 de mayo), el Arzobispo de Michoacán se reunió con el Secretario de Estado, Pietro Gasparri, y le manifestó que, a su juicio, era muy poco lo que ofrecía Calles. En la audiencia con Pío xi, Ruiz y Flores fue consciente, primero, de la importancia que el Papa daba al asunto,

 

pues dijo que iba a pensarlo, consultarlo y encomendarlo a Dios; segundo del interés que él tenía de que todos los obispos pensaran como él [es decir, como el papa][19] y recibieran la resolución con agrado, y tercero que él estaba inclinado y aun resuelto a una transigencia cualquiera, siempre que la conciencia lo permitiera. En otra audiencia me  dijo  que  le  parecía  inadmisible  lo  que  se  proponía  y  que  iba  a  ponerse  en comunicación con Washington para ver qué era lo más que podría conseguirse.[20] 

 

El asesinato de Obregón el 17 de julio de 1928 paró las negociaciones, aunque Pío xi siguió insistiendo. En octubre, al ver que nada se conseguía, pidió a Ruiz y Flores que regresara a los Estados Unidos y, efectivamente, se embarcó en Francia el 2 de noviembre.

En una carta del 9 de febrero de 1929, Díaz, desde Nueva York, comentaba a un amigo la posibilidad de iniciar un acercamiento con el nuevo gobierno de Portes Gil,[21] pero con “suma discreción” para evitar que se perdiera la oportunidad, como había sucedido en 1928 debido a la indiscreción de los obispos que radicaban en San Antonio.[22] Detallaba, además, las condiciones que ponía el gobierno.[23] Afirmaba:

 

Veo que los dos senadores que habían estado tratando contigo y que suponían llegar a un arreglo de la cuestión religiosa con el Presidente Portes Gil, encontraron al fin que éste “no podía hacerlo por ahora por estar rodeado de elementos radicalmente opuestos a todo arreglo” y que les pidió “que esperaran hasta que él pudiera hacer algunos cambios en su gabinete y entonces propondría el problema a sus cooperadores los Secretarios de Estado”.

 

Sin embargo, el atentado contra el presidente al día siguiente, 10 de febrero, frustró los planes.[24]

En marzo comenzó una sublevación encabezada por el general José Gonzalo Escobar en contra de Portes Gil. Las implicaciones de diversos políticos y su repercusión en la resolución de la guerra cristera son analizadas por Carreño en algunas interesantes cartas a José Ortiz Monasterio y a Monseñor Díaz.[25] La comunicación que mantenía con políticos tanto estadounidenses como mexicanos le permitía conocer los posibles contactos de los rebeldes con los dirigentes de la guerra cristera y las actitudes cambiantes del presidente Hoover acerca de México.

Las cartas de Carreño muestran las dudas que tenían algunos exiliados en Estados Unidos sobre si apoyar o no la revolución escobarista, y si eso conllevaba la solución del conflicto, dudas que eran difíciles de resolver debido a la complicadísima situación política en México, como señalaba Luis G. Bustos a Ortiz Monasterio el 5 de abril de 1929:

 

El asunto exterior, es decir, la actitud de este país (Estados Unidos), realmente es asunto que mucho debe preocupar y que influirá notablemente en el resultado final. Hasta ahora el gobierno americano se ha manifestado inflexible con los rebeldes [mexicanos]; el Embajador Morrow ha batido el record de la desvergüenza y del cinismo y la prensa de este país, aunque un tanto modificada, se inclina y hace propaganda a favor del gobierno de Portes Gil. Sin embargo, dentro del mismo grupo del gobierno hay descontento absoluto por lo que se refiere a la culpabilidad de Calles, quien estorba a todos. El General Amaro que pasó por aquí el día 12 de marzo, habló con un amigo mío y le expresó el profundo disgusto que se tenía y tenía él con Calles, por su intromisión indebida en la política del país y por ser el causante de todos los males que estaba sufriendo la nación. Un éxito de los renovadores y hábil gestión diplomática harán que las cosas cambien y aún lo espero así.[26]

 

En este impasse, Monseñor Díaz, hacia el 10 de abril, describía a un conocido las diversas gestiones que se habían hecho para “buscar algún arreglo decoroso” pero habían fracasado una tras otra.[27] La última era el intento de dos senadores mexicanos y un ingeniero que estuvieron tratando en México con el Arzobispo de la Mora y con Portes Gil, pero había estallado la rebelión. Se trataba, como señalaba el Obispo de Tabasco, de que ahora se consiguiera definitivamente llegar a un acuerdo.[28]

En efecto, el 19 de marzo “había dicho Portes Gil a Morrow que sería preciso llegar a un acuerdo antes de las elecciones presidenciales para evitar una recaída en la guerra civil, ya que se corría el peligro de que los partidarios del candidato derrotado hicieran causa común con los cristeros”.[29] Morrow reanudó, pues, las negociaciones en las que intervinieron, además de los personajes conocidos, el banquero mexicano Manuel Echevarría, el P. Edmundo Walsh y el diplomático chileno Manuel Cruchaga. Todo con suma discreción, como hemos visto en la carta de Díaz del 9 de febrero anterior.

A principios de abril Ruiz había hecho unas hábiles declaraciones en la prensa que auguraban un posible entendimiento con el gobierno.[30] Un mes más tarde viajó Monseñor Antonio Guízar, Obispo de Chihuahua, a Roma. Había hablado con Portes Gil y tenía una buena impresión del presidente; estaba seguro de que “el Gobierno está ansioso de poder terminar el conflicto, aun cuando, cosa natural, tiene ideas que no coinciden exactamente con las de los Obispos”, y confiaba en que si se hacía “una gestión hábil, sería posible llegar a un arreglo”.[31]

El 2 de mayo de 1929, tras la derrota de Escobar, Portes Gil hizo unas declaraciones en la prensa afirmando que “estaba seguro de que los católicos no habían tomado parte en aquel movimiento [el de Escobar] y si querían reanudar el culto en sus templos, podrían hacerlo, de acuerdo con las leyes, porque no había conflicto que no pudiera arreglarse cuando había buena voluntad de ambas partes”.[32]

Por indicación de la Delegación Apostólica en Washington, Ruiz y Flores contestó a Portes Gil por la prensa el 4 de mayo diciendo que si era sincera la voluntad del Gobierno de terminar con el conflicto, podía contar con la buena voluntad de la Iglesia. A lo que el Presidente contestó, también por medio de la prensa, el día 8 de mayo, que le invitaba a conferenciar. Carreño calificaba estas declaraciones de Portes Gil como “lo más importante que hasta ahora ha podido haber sobre el problema que aflige a la Iglesia hace ya tres años casi; y ojalá que si el Sr. Ruiz se resuelve a enfrentarse con la cuestión, Ud. [Monseñor Díaz] también tomará la parte que le corresponde como Secretario del Comité”.[33] En estas gestiones participó el buen hacer del banquero mexicano Agustín Legorreta,[34] lo que confirmaba, según Carreño, que “la obra de éste ha[bía] seguido los buenos pasos que supo imprimirle desde un principio; y como él ha logrado ponerle los puntos sobre las íes a Morrow en el caso, en verdad he visto que se amplían mis esperanzas de solución del conflicto”.[35]

Entre tanto, Ruiz y Flores no veía del todo claro qué sucedería, y afirmaba que “si llegara a tener que ir al avispero de México, necesitaría toda la ayuda del cielo para salir airoso”.[36]

Como la decisión última requería la intervención del Papa, Ruiz y Flores contestó por carta al Presidente que sería inútil la conferencia. Pío xi pidió las declaraciones de Portes Gil y Ruiz y Flores para estudiarlas. El 18 de mayo todavía no había recibido instrucciones de Roma para entablar conversaciones con Portes Gil. Carreño le deseaba que

 

esta vez su esfuerzo sea fructífero, aun cuando bien comprendo de antemano que habrá de costarle numerosas penas y sufrimientos por lo que se refiere a la intransigencia de los de México, y de la cual he tenido nueva prueba en fecha reciente. El bien, sin embargo, que resulte a la Iglesia del esfuerzo de Ud. será debidamente apreciado por quienes vean el problema sin telas en los ojos, ni cera en los oídos, ni oscuridad en la inteligencia.[37]

 

Pocos días más tarde, el 21 de mayo, el Delegado vaticano en Washington, Monseñor Fumasoni, comunicaba a Díaz que el 18 se había nombrado a Ruiz Delegado Apostólico ad referendum. Su tarea era “unificar el criterio de los Obispos y tratar con el Gobierno mexicano, dando cuenta a Roma de sus procedimientos, pues la Santa Sede se reserva la última palabra en el asunto”.[38]

Su viaje a México, por tanto, era inminente, y Ruiz estaba “tamañito”,[39] y decía en una nota: “quiera Dios que junio sea el mes del perdón”.[40] El Arzobispo de Michoacán, pues, pidió a dos personas que le acompañaran para entrevistarse con el Presidente, pero no aceptaron. Al final se lo ofreció al Obispo Pascual Díaz, el cual fue a Washington el 27 de mayo desde Indiana, pasando por Nueva York.

A instancias del doctor Miranda, Carreño redactó un memorándum sobre los puntos fundamentales de las negociaciones que envío a Díaz el 28 de mayo, antes de que partieran a México.[41]

Por fin, Díaz y Ruiz salieron el 5 de junio de St. Louis, Missouri.[42] Morrow hizo enganchar su vagón al tren en que viajaban los prelados, y estuvieron preparando la negociación.

 

Le dijimos que todo nuestro anhelo era ver derogadas las leyes antirreligiosas y que si el Gobierno antes de derogar las leyes, quería algún arreglo, el Papa sin duda no lo aceptaría sino a base de reconocimiento de la Iglesia con sus derechos de vivir y de funcionar con expreso reconocimiento de la jerarquía y de las libertades indispensables de poseer iglesias, anexos, casas curales, episcopales, seminarios, etc, y libertad de enseñanza.[43]

 

Durante el viaje se puso en contacto con ellos el diplomático chileno Manuel Cruchaga, que también trabajaba para el arreglo del conflicto mexicano. Él había estado en Roma y “había reafirmado al Papa en la idea de que era necesario aprovechar la primera hendidura para entrar y reanudar el culto”.[44] También estaba en México, por encargo de Pío xi, el P. Edmundo Walsh, para informar de la situación y ponerse a disposición de los prelados.

Por medio de Agustín Legorreta, al llegar a México se instalaron en la calle de Insurgentes 227. Ante la expectación de todo el país, decidieron no recibir a nadie, ni siquiera a los obispos, lo que causó algunos resentimientos.[45]

La prensa llamaba la atención sobre el hecho de que Díaz acompañase a Ruiz:

 

Se considera muy significativo el que haya llegado con el Arzobispo el Obispo Pascual Díaz. Durante los primeros días de la crisis religiosa y antes de la ruptura que trajo consigo el retiro de los sacerdotes con motivo de la prohibición para el ejercicio de los cultos religiosos, Monseñor Díaz llevó la voz de los Prelados católicos y se le consideró como el director estratégico. Tiene una poderosa personalidad y la creencia general es que él será el principal negociador con el Presidente Portes Gil. Las conferencias se dice que comenzarán el lunes [10 de junio] en la mañana y probablemente se celebrarán en el Palacio Nacional.[46]

 

En efecto, el día 12 de junio se reunieron Portes Gil, Ruiz y Flores, y Díaz. Los prelados le leyeron lo que habían preparado, que era un resumen de lo hablado con Morrow. El Presidente dijo que tenía que pensarlo.

Sin embargo, la prensa publicaba algunas declaraciones que hacían intuir que aumentaban las presiones en torno al Presidente para que no cediera,[47] presiones que también se estaban produciendo en el lado de “los que han tomado de su mano dirigir la opinión de los católicos, aun sobreponiéndola a la de los Obispos... ¡No saben todas estas gentes el daño que hacen, aun queriendo hacer bien!”[48]

Así pues, Morrow decidió mediar para lograr el acuerdo. El 19 de junio la prensa informaba de que se había enviado a Roma lo único que podía obtenerse, que era poco.[49] Los periódicos del día 20 anunciaban la ansiedad con que en México se esperaba una resolución del Vaticano, y Carreño, con su realismo habitual, afirmaba: “por supuesto que yo no sé si lo que dicen los periódicos sea verdad o sea mentira. Después de haber pasado tantos años de mi vida entre ellos, poca confianza les tengo, pues conozco cómo suelen arreglarse las noticias”.[50]

Sin embargo, al día siguiente, el 21 de junio, se firmaron los “arreglos”. Al terminar, Ruiz y Díaz fueron a la Basílica de Guadalupe para dar gracias. Ruiz, como Delegado Apostólico, comunicó allí mismo a Monseñor Díaz su nombramiento como Arzobispo de México. Así lo relata en sus memorias:

 

Tengo aquí que hacer constar que, al llegar a México, pensé en quién podría ser el Arzobispo para proponerlo al Papa. No consulté a nadie; delante de Dios me pareció que el Sr. Díaz, por su edad, su virtud, su ciencia, su elocuencia, sus ideas de moderación, sus relaciones con la sociedad y el clero de la capital, la estimación en que lo tenía el Episcopado, etc., era el indicado. Puse un cable a Roma sin que él lo supiera y al tercer día por teléfono me comunicaron de Washington que el Papa nombraba al Sr. Díaz Arzobispo. Yo mantuve secreto todo hasta el momento dicho. Nunca me arrepentí de este nombramiento, pero sí compadecí mucho al Sr. Díaz por tanto como sufrió durante sus siete años de pontificado.[51]

 

Monseñor Díaz, ya Arzobispo de México, era consciente de lo que le esperaba, tal y como decía a su amigo Carreño al día siguiente de su nombramiento: “Unas cuantas líneas nada más para decirle que por fin el Señor me ha crucificado con el Arzobispado de México; cuento con sus oraciones para que fielmente obedezca al Santo Padre y no ponga resistencia a nada de lo que me pida el dulcísimo Maestro”.[52] Le rogaba además que regresara a México en cuanto terminase el curso de verano en la Universidad de Fordham, para seguir ayudándole en su nueva diócesis.

 

III.            El contenido de la correspondencia

 

Como se ha visto, en este trabajo nos hemos centrado en dos expedientes de la caja 43, el 2 y el 8, que abarcan la correspondencia desde primeros de septiembre de 1928 hasta el 24 de julio de 1929. Son casi 150 cartas entre Carreño y varios protagonistas de la historia mexicana tanto política, como cultural y religiosa en los años 20 y 30. La correspondencia había sido especialmente frecuente con Monseñor Pascual Díaz, Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores, Luis G. Bustos, Edelmiro Traslosheros y José Ortiz Monasterio. Las cartas dan a conocer datos interesantes sobre obispos y laicos mexicanos, sobre la marcha de los arreglos, la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa, asuntos familiares, etc.; pero también ofrece una visión de la profunda amistad entre los personajes citados, su vida y preocupaciones diarias en el destierro.

Como relata el propio Carreño,[53] se encontraba en Estados Unidos porque, aunque no formaba parte de la Liga, Jorge Núñez le pidió de parte de sus dirigentes que investigase allá qué podían esperar de su gobierno los católicos mexicanos. Para esta misión era necesario que sacrificara todo (familia, bienes, posición, nombre) por el bien general “que se creía podría resultar de mis gestiones”. En efecto, Carreño partió el 27 de junio de 1927, previas instrucciones de que se apartara del Obispo Díaz, que ya residía en Estados Unidos desde enero de 1927, porque era “un hombre maléfico para la Iglesia”.[54] Después de algunos meses de desengaños quiso regresar a México, pero Martínez del Campo, Meza Gutiérrez, Ortiz Monasterio y Luis G. Bustos, que vivían también en Estados Unidos, le hicieron ver que tal como estaba la situación de México “era necesario que ayudara a buscar la más pronta y favorable solución”[55] a través de sus amigos de Washington. Así pues, tras romper con la Liga, decidió seguir adelante en su tarea con el deseo de terminar con las vejaciones a los católicos y saber la verdad de por qué no se podía poner en contacto con Díaz.[56]

Su situación económica fue precaria durante casi dos años, ya que, debido a esta misión, no pudo dedicarse a buscar algún trabajo remunerado.[57] El historiador señalaba el 18 de abril 1929 a Díaz: “Bien sabe Ud. que durante un año ya completo, no he querido buscar trabajo que me alejara de Ud., porque Ud. ha significado para mí sustento espiritual en los momentos de mayor crisis, y para mí tal sustento ha sido de más consistencia que el material que, sin embargo, no me ha faltado […] aun cuando haya tenido que reducirme un poco más en mis necesidades personales, que por suerte son ya bien pocas”.

Pero ese mismo mes de abril comenzó a impartir tres cursos en la Universidad de Fordham, dirigida por los jesuitas y establecida en Nueva York; también aceptó dar unos cursos de verano.[58] La separación y ruptura con su esposa y cuatro hijas le producían un fuerte sufrimiento[59] y, con frecuencia, problemas de conciencia.

Aunque Carreño y Díaz se conocían desde hacía más de veinte años, fue en Estados Unidos cuando se afianzó su amistad. En efecto, las cartas nos dan a conocer la confianza y familiaridad que existía entre ellos. Las cartas dejan constancia de que el historiador consideraba a Díaz como un hermano, pero sobre todo como un padre.

Así pues, Carreño se convirtió en secretario particular de Díaz a los pocos meses de arribar a Estados Unidos, como se ha dicho. Éste viajaba mucho y durante esas etapas de separación ambos se carteaban con frecuencia, y en ciertos momentos incluso diariamente,[60] ya que el Obispo solicitaba a Carreño que le escribiera con frecuencia para informarle de los acontecimientos y le adjuntara recortes de periódicos con las últimas noticias.[61] Gracias a esas ausencias disponemos de una documentación jugosa que permite conocer el pensamiento de Carreño y la actividad de los obispos mexicanos en torno a los arreglos. Algunas cartas proporcionan datos nuevos, otras constatan hechos ya conocidos. La situación de la Iglesia mexicana iba a poner en estrecha relación a Díaz y Ruiz y Flores, como se aprecia en la correspondencia que presentamos.

Las cartas entre Díaz y Carreño que hemos tenido en cuenta para este trabajo abarcan desde el 9 de febrero hasta 24 de julio de 1929, y las intercambiadas por Ruiz y Flores y Carreño entre el 18 de enero y el 21 de junio del mismo año. Nos hemos centrado en cómo se tratan los arreglos, sin agotar el tema, ya que las referencias son muchas y todas de gran interés, pero necesitan un estudio más amplio que el de estas páginas. Por ello se analizan algunos documentos y en anexo se reproducen algunos que nos parecen significativos.

Carreño era a quien recurrían ambos prelados para atender a sacerdotes y obispos que estaban de paso en Nueva York hacia México, Europa o San Antonio.[62] Persona afectuosa y apasionada, decía claramente lo que pensaba sobre los diversos temas. No veía con buenos ojos la actitud de la Liga y de algunos obispos. Tampoco estaba a favor de la lucha armada de los católicos, ni de las intromisiones políticas de Estados Unidos en México.

Su formación, su empeño por consignar documentalmente todo lo sucedido, así como su capacidad de análisis eran de gran ayuda, y tanto Monseñor Díaz como Ruiz y Flores acudían a él para informarse, redactar documentos importantes,[63] y realizar tareas especialmente delicadas que requerían una total discreción.

Pero en nuestra opinión lo más interesante es el análisis de la situación mexicana durante los meses de abril a junio de 1929, en que se entremezclan los pasos dados por el gobierno para llegar a un acuerdo, las noticias sobre la rebelión escobarista, los intentos de algunos miembros de la Liga por evitarlos y de otros, como Luis G. Bustos y Juan Lainé, por intentar cambiar la actitud de los defendían la lucha armada.

Ya en mayo, tras las declaraciones en la prensa de Portes Gil y Monseñor Ruiz citadas más arriba, en San Antonio soplaba “una racha de optimismo”,[64] porque el Arzobispo de esa ciudad, Monseñor Kelly, había sido llamado por el presidente Hoover para que le informara de la situación de México. Para Carreño esto significaba que el gobierno de Estados Unidos seguía empeñado en ayudar a la solución del conflicto, y con las gestiones de Guízar en Roma, quizá no fuera imposible “llegar a un resultado favorable, aun cuando jamás será dentro del famoso lema de nuestros incorregibles amigos, de Todo o Nada”.[65]

Y es que una de las preocupaciones constantes de Carreño y Díaz era que los intransigentes de uno y otro lado impidieran de nuevo llegar a un acuerdo,[66] en especial los de la Liga, preocupaciones que el primero expuso claramente a Monseñor Díaz en una carta del 16 de mayo de 1929 y a las que el Obispo de Tabasco no aludió hasta que se confirmó la solución definitiva.

Fue de gran ayuda para la buena marcha de las negociaciones el documento escrito por Monseñor Francisco Banegas, obispo de Querétaro, el 29 de abril. Ruiz pidió a Carreño, en una nota del 4 de mayo, que hiciera copias para enviar a los demás prelados, porque le parecía “de suma importancia tanto por el fondo como por el autor”.[67] En efecto, Carreño, tras leer el documento de Banegas, afirmaba que le gustaba, ya que muchas ideas habían sido emitidas por él mismo y, además, tenía “algo que es sugestivo en grado sumo”.[68] Díaz era de la misma opinión y encomiaba la serenidad con la que el texto estaba escrito, a pesar del cuadro doloroso, aunque muy real, que describía, pero “la situación que presenta es con la que hay que enfrentarse desgraciadamente”.[69] También el obispo Vera y Zuría escribió a mediados de mayo una pastoral que Díaz consideraba que tendría un efecto “muy saludable en el pueblo a quien va dirigida”.[70]

Tras la partida de los Obispos Ruiz y Díaz, Carreño escribió diariamente a México desde el día 8 hasta el 30 de junio, y Díaz escribió a Carreño los días 13, 14, 18, 19, 20, 22 y 30 de junio. Las responsabilidades de aquellos momentos no impidieron mostrar el afecto y el respeto mutuos entre Carreño, Díaz y Ruiz, como se aprecia en las cartas del 14 y 21 de junio.[71]

Por la correspondencia de los días previos al fin del conflicto van desfilando las noticias de la prensa, las inquebrantables inquietudes de Carreño, las visitas de algunos obispos todavía en el exilio, la esperanza de los mexicanos de que todo saliera bien,[72] etc. Díaz agradecía todas esas noticias y casi la víspera de la firma de los acuerdos, el 18 de junio, decía a Carreño: “Apenas pueda informarle algo, crea que lo haré eficazmente”.

Una vez concluidos los acuerdos, Díaz telegrafió a Nueva York, de allí le contestaron el 22 de junio: “Con profunda emoción recibimos su telegrama. Inútil decirle que con el alma lo felicitamos. Manuel, Teresa, Esther, Alberto”.[73]

Después de la firma entre el gobierno y la jerarquía, la correspondencia entre Díaz y Carreño es de sumo interés.

El 22 el historiador escribía a Díaz una jugosa carta a propósito del estrecho camino, pero camino al fin y al cabo, que se había abierto para la Iglesia mexicana.[74] La del 23 ponía en evidencia su opinión y de la prensa en el acierto por su nombramiento como Arzobispo de la capital.[75] La de dos días más tarde, el 25 de junio, defendía la tarea de Morrow en la búsqueda de una solución y los ataques que recibió por algunos miembros de la Liga.[76] El 28 en una carta “estrictamente confidencial” comentaba las declaraciones de Monseñor Orozco en el World.[77] Pero el gobierno impuso el silencio a la prensa sobre la cuestión religiosa para evitar una reacción anticlerical que generara un nuevo conflicto,[78] y a partir del 29 de junio la correspondencia de Carreño no incluía noticias de la prensa, lo que le llevó a exclamar: “mi correspondencia diaria terminará con el mes de junio”. En efecto, las cartas empezaron a ser menos frecuentes, aunque no menos interesantes.

 

IV.            Carreño y su defensa de Díaz

 

Como se sabe, tras los arreglos, el descontento por las condiciones del acuerdo fue profundo y casi generalizado en el país. Monseñor Ruiz y Monseñor Díaz recibieron múltiples críticas[79] por la resolución del conflicto, y también calumnias.

Para salir al paso de los ataques de la Liga, especialmente, y revelar la verdad, Carreño escribió en 1932 el libro El Arzobispo de México, Excmo. Sr. Dr. Don Pascual Díaz, y el conflicto religioso. Esta obra fue terminada el 27 de julio de 1932 y publicada por la Imprenta Renacimiento en México en 1932; constaba de 483 páginas. Más tarde, en 1943, hubo una segunda edición, anotada y aumentada, de 628 páginas.

No es nuestro objetivo valorar el contenido, sino ofrecer la documentación en la que queda plasmada la decisión del Arzobispo de México de retirar la obra primero, y de quemarla después.

En efecto, el 18 de noviembre de 1932, es decir, a los pocos meses de su publicación, Díaz dejaba escrito un documento a su sucesor explicando que el historiador Carreño había redactado ese libro con el fin de echar por tierra las calumnias vertidas sobre él y Monseñor Ruiz por parte de la Liga y algunos simpatizantes de ésta. Sin embargo, antes de que el libro acabara de imprimirse tuvieron conocimiento del hecho y “según parece, sustrajeron de la imprenta algunos pliegos ya impresos y acaso algún ejemplar completo”. Y como comenzaron a atacar el libro, Díaz propuso a Carreño que esa obra no circulara, para evitar “provocar nuevos escándalos, lo cual era de todo punto conveniente evitar”. Así, el Arzobispo Díaz sugería a su sucesor que se esperase a su muerte para divulgar la obra, ya que le parecía de interés que se conociera su contenido.[80] Encomendó al sacerdote José Castillo y Piña la guarda “fidelísima” de la obra y al Secretario de Cámara y Gobierno del Arzobispado, el Canónigo Pedro Benavides, que diera fe del número de paquetes y de ejemplares que se custodiaban en el Arzobispado.[81]

Un año más tarde, el 23 de octubre de 1933, Monseñor Díaz, “por razones especiales”, juzgaba más conveniente rectificar lo anterior, y decidió que se destruyeran todos los ejemplares de la obra de Carreño, excepto uno para su archivo personal. El Vicario General, Melesio Rodríguez, levantaba acta de que el 30 de octubre se habían reunido en la casa del P. José Castillo y Piña, en el número 56 de la calle Miguel Ángel de Mixcoac, el Vicario, Pedro Benavides, José Castillo y Alberto Carreño para la destrucción de dos mil ejemplares de la obra de éste. Para ello invirtieron cuatro horas y media.[82] El historiador mexicano, en una carta al Arzobispo de Michoacán, Ruiz y Flores, le detallaba la quema de los libros y ponía ejemplos recientes y antiguos en que se había obrado del mismo modo.[83]

Tras la muerte de Monseñor Díaz, el 23 de octubre de 1936, Carreño envió al Obispo de León, Emeterio Valverde y Téllez, un ejemplar de la obra. Unos días más tarde, el 6 de noviembre, éste se la devolvía con una carta en la que señalaba:

 

Lo he leído con sumo interés, porque pone de relieve, de una parte, los errores y pasiones de gratuitos enemigos; y de parte del Excmo. Señor Díaz la rectitud de sus intenciones, su acendrado amor a la Iglesia, a la Santa Sede, al Episcopado y a la verdad; la más sincera y transparente lealtad en todos los documentos que calzó con su firma; la serenidad con que siempre respondió a los ataques que se le dirigieron; la cristiana, sacerdotal y paternal caridad con que supo perdonar, a imitación del Divino Maestro.[84]

 

Palabras semejantes declaró el papa Pío xi en 1933 cuando Monseñor Giuseppe Pizzardo[85] le hizo saber que se iba a destruir la obra con el fin de calmar los ánimos agitados de México.[86] “El Santo Padre, al que he referido el motivo, ha apreciado grandemente tal acto del egregio Monseñor Díaz, comprendiendo el sacrificio realizado para la tranquilidad y paz entre los fieles”.[87]



[1] Académica e investigadora de la Universidad de Navarra, especialista en las relaciones entre el Estado y la Iglesia en México entre 1850 y 1925, en Historia de la Iglesia en América Latina 1493-2001 y en Historia de la Teología en América Latina entre 1493 y 2001. Su labor docente y su producción bibliográfica son muy ricas.

[2] El Boletín agradece a la autora su amable disposición para que su texto se reproduzca en estas páginas.

[3] La investigación ha sido posible gracias a la ayuda del doctor Gustavo Watson y el maestro Marco Antonio Pérez Iturbe, del Archivo Histórico del Arzobispado de México, y de Alberto León Moreno, de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.

[4] Ciudad de México 1875-1962. Tras estudiar en el Colegio Seminario Conciliar se ganó la vida como pagador de ferrocarriles, velador, comerciante ambulante, conductor de tranvías, escribiente y taquígrafo, al tiempo que estudiaba en la Escuela Superior de Comercio. Fue secretario del embajador en Estados Unidos Joaquín Casasús y formó parte de la comisión Mexicana para resolver la cuestión de El Chamizal. Por más de 50 años fue profesor de historia y de economía política en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Comercio y Administración, en el Colegio Militar y en el Plantel Morelos. Descubrió la tumba de Hernán Cortés. Fue presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Secretario de la Academia Mexicana de la Lengua de 1918 a 1962, miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia desde 1936 y su director de 1958 a 1962. Auxilió a diversas instituciones en el rescate y la conservación de documentos históricos y escribió numerosos libros, opúsculos, conferencias y artículos sobre historia, geografía, economía, sociología y otras disciplinas. Su obra se recogió en una amplia colección de 13 volúmenes que comprende sus trabajos de 1930 a 1962. La UNAM le otorgó un doctorado Honoris Causa. En su obra destacan sus libros sobre las relaciones con los Estados Unidos, las que se refieren al conflicto religioso, los cedularios de los siglos xvi y xvii, fray Juan de Zumárraga y los Niños Héroes, cuya gesta en la guerra de intervención estadounidense dictaminó favorablemente. Fundó, dirigió y publicó la revista Divulgación Histórica e inició la publicación del archivo de Porfirio Díaz (30 volúmenes, 1947-1961). Algunas de sus obras más notables son Jefes del Ejército Mexicano en 1847 (1914), Joyas Literarias del siglo xvi (1915), Fray Domingo de Betancourt, fundador en la Nueva España de la Venerable Orden Dominicana (1924), Los españoles en el México Independiente (1924), El Arzobispo de México y el conflicto religioso (1943), La diplomacia extraordinaria entre México y los Estados Unidos (1951), Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México según sus libros de claustros (1963).

[5] Sobre este tema puede consultarse Jean Meyer La Cristiada, México, Siglo xxi, 10ª reimpresión, 2012, pp. 301-387.

[6] 12 de mayo de 1889 (Guaymas, Sonora) - 13 de febrero de 1967 (San Diego, California). Presidente interino de México entre el 4 de septiembre de 1932 y el 30 de noviembre de 1934.

[7] Leopoldo Ruiz y Flores, Recuerdo de recuerdos, México, Buena Prensa, 1942. Jean Meyer describe esta autobiografía como interesante y desapasionada (cfr. op. cit. nota 3, p. 408). De hecho, en algunas páginas que dedica a la solución del conflicto religioso sigue de cerca lo narrado por Ruiz y Flores.

[8] Ofrecemos sólo los datos indispensables para comprender el contenido de los documentos y no recargar el texto con demasiadas anotaciones biográficas, archivísticas o bibliográficas.

[9] 22 de junio de 1875 (Zapopan, Jalisco) - 19 de mayo de 1936 (ciudad de México). Se ordenó presbítero para el clero de Guadalajara en el templo de Santa Teresa de esa capital en 1899, al lado de san Cristóbal Magallanes, el siervo de Dios Miguel M. de la Mora, el promotor social Antonio Correa y el bardo Alfredo R. Placencia. En 1903 se incardinó en la Compañía de Jesús. Nombrado obispo de Tabasco el 11 de diciembre de 1922 y consagrado como tal el 2 de febrero de 1923, desde el 21 de junio de 1929 hasta su muerte fue Arzobispo de México.

[10] En carta a Díaz del 18.iv.1929 decía: “llevo poco menos de dos años de estar ligado a Ud.”, Archivo Histórico del Arzobispado de México, Fondo Díaz, Caja 43, expediente 8. A partir de ahora haremos referencia como aham c (caja), E (expediente) y las hojas con la fecha del documento, ya que los folios no están numerados.

[11] Al llegar a Nueva York vivía en un modesto hotel con Ortiz Monasterio y Manuel de la Peza. Vid. carta de Traslosheros a Carreño (18.i.1929) pidiendo escriba una breve semblanza sobre Peza; respuesta de Carreño con la semblanza de 5 ff. (5.ii.1929); y carta de Ortiz Monasterio a Carreño (19. ii.1929) aham c43 E2.

[12] 14 de noviembre de 1865 (Santa María Amealco, Querétaro) - 12 de diciembre de 1941 (Morelia, Michoacán). Alumno del Colegio Pio Latino-Americano y de la Universidad Gregoriana desde 1881, donde se doctoró en Filosofía (1883), Teología (1887) y Derecho Canónico (1889). Ordenado sacerdote en 1888 en Roma. Entre 1892 y 1898 fue profesor del Seminario de México, párroco de Tacubaya y la Soledad en la capital, participó en la redacción de las constituciones de la Universidad Pontificia de México (aprobada el 14 de diciembre de 1895), fue secretario del v Concilio mexicano (1896). Participó en el Concilio Plenario Latinoamericano en Roma en 1899, acompañando al Arzobispo Próspero María Alarcón. Abad de Guadalupe (1898-1900), Obispo de León (12.xi.1900-14.ix.1907), de Linares (14.ix.1907-27.xi.1911), de Michoacán (27.xi.1911-5.iii.1941), Delegado Apostólico el 10 de octubre de 1929, aunque ya desde hacia algunos meses habia recibido el encargo con ocasion de los Acuerdos de junio de 1929. El 4.10.1932 fue expulsado, pero mantuvo el encargo hasta junio 1937; estableció su sede en Estados Unidos, en el Incarnate Word Convent, Alamo Heights, San Antonio, Texas. Monseñor Jose G. Anaya, nuevo secretario de la Delegacion con el encargo desde el 1º de enero de 1930, permaneció en la ciudad de México.

[13] Ruiz y Flores, op. cit. en nota 5, pp. 86-104.

[14] El Consejo Nacional Católico de Bienestar (n.c.w.c.), la reunión anual de la jerarquía de Estados Unidos y su secretaría permanente, se establecieron en 1919 como sucesores de la organización de emergencia que fue el Consejo Nacional Católico de Guerra (National Catholic War Conference), creado en 1917 para supervisar y unificar las actividades católicas estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial. John Burke, sacerdote paulista, fue elegido primer secretario general y dirigió los esfuerzos de los cinco departamentos originales: acción social, educación, prensa, cuestiones legales y organizaciones laicas. En 1922 se cambió el nombre a Conferencia Nacional Católica de Bienestar, para reflejar su carácter consultivo, y el consejo de administración se constituyó como Conferencia Nacional Católica de Bienestar, Inc. Esta estructura sirvió a la iglesia estadounidense hasta 1966.

[15] Ruiz y Flores, op. cit., p. 89.

[16] Carreño, Alberto M., El Arzobispo de México, Excmo. Sr. Dr. Don Pascual Díaz, y el conflicto religioso, México, Imprenta Renacimiento, 1932, p. 49.

[17] 1873-1931. Una biografía escrita al poco de fallecer: Harold Nicolson, Dwight Morrow, Londres, Constable & Co, 1935.

[18] Ruiz y Flores, op. cit., p. 89. Previamente, a instancias del embajador Morrow, el P. Burke y Calles se habían entrevistado en San Juan de Ulúa (Veracruz) en la semana santa de 1928. Entretanto falleció el Arzobispo de México Mora y del Río, el 22 de abril de 1928, y Ruiz y Flores fue nombrado presidente del Comité Episcopal. Era el único que conocía la entrevista entre Burke y Calles. Vid. Meyer,  op. cit. en nota 3, pp. 320-322.

[19] Como se sabe, había divisiones entre los obispos acerca del modo de resolver la cuestión religiosa.

[20] Ruiz y Flores, op. cit., p. 90.

[21] 3 de octubre de 1890 (Ciudad Victoria, Tamaulipas) - 10 de diciembre de 1978 (ciudad de México). Gobernador de Tamaulipas de 1925 a 1928. Del 28 de agosto al 30 de noviembre de 1928 fue secretario de Gobernación. El Congreso, tras el asesinato de Álvaro Obregón, le designó presidente interinoa partir del 1º de diciembre de 1928 y hasta el 5 de febrero de 1930, cuando entregó el poder a Pascual Ortiz Rubio.

[22] aham c 43 E. En el expediente sólo está el folio que reproducimos.

[23] El artículo, en su versión original, va acompañado de diez reproducciones facsimilares de otros tantos documentos de los usados como cantera de esta investigación, que no fueron incluidos aquí por el formato de este Boletín, en razón de lo cual se suprimió la referencia a ellos del cuerpo del texto. (N. del E.)

[24] Vid. carta de Carreño a Díaz 23. ii.1929, aham c43 E2.

[25] Fue sofocada a los tres meses Vid. cartas 4.iii.1929, 2 ff., 5. iii.1929, 4 ff., 11. iii.1929, 5 ff., 16. iii.1929, 4 ff., 17. iii.1929, 3 ff., 19. iii.1929, 2 ff., aham c43 E2.

[26] Carta 5.iv.1929, 3 ff. aham c43 E2.

[27] Es una carta sin firma y sin fecha, probablemente Díaz escribe a algún prelado, aham c43 E8.

[28] Interesante la opinión de Monseñor Díaz en carta a Carreño 23.iv.1929, aham c43 E8.

[29] Vid. Meyer, op. cit., p. 335.

[30] Carta de Carreño a Ruiz 8.iv.1929, aham c43 E8.

[31] Carta de Carreño a Díaz 3.iv.1929, aham c43 E8.

[32] Ruiz y Flores, op. cit., p. 93.

[33] Carta de Carreño a Díaz 8.v.1929, aham c43 E8.

[34] Presidió Banamex entre 1920 y 1934.

[35] Carta de Carreño a Díaz 11.v.1929, aham c43 E8.

[36] Carta de Ruiz a Carreño 13.v.1929, aham c43 E8.

[37] Carta de Carreño a Ruiz 18.v.1929, aham c43 E8.

[38] Carta de Carreño a Díaz 28.v.1929, aham c43 E8.

[39] Carta de Ruiz a Carreño 28.v.1929, aham c43 E8.

[40] Carta de Ruiz a Carreño 30.v.1929, aham c43 E8.

[41] aham c43 E8.

[42] Nota de Díaz a Carreño desde S. Louis el 5 de junio de 1929: “Para Carreño. Amigo muy amado. Sin novedad, gracias a Dios hemos llegado hoy a ésta a las 4.15 p.m. central time. Saldremos a las 6.45 p.m. hoy mismo de ésta a nuestro destino. Ruegue por nosotros y mándeme mi correspondencia a la calle de Insurgentes nº 227, México City, México. Puede dirigirla a Mr. Pascual Díaz. Escríbame cuanto sepa lo más frecuentemente posible. Salude a todos, lo bendigo de corazón. + Pascual, Obispo de Tab.”.

[43] Ruiz y Flores, op. cit., p. 94.

[44] Ibidem, p. 95.

[45] Carreño le felicitaba “por haber llevado adelante su propósito de evitar todo contacto con persona alguna al llegar a la capital. Sólo estas manifestaciones de suprema prudencia pueden evitar que amigos y enemigos dificulten la misión”, 9.vi.1929, aham c43 E8.

[46] Información del New York Times que transcribe Carreño en carta a Díaz 9.VI.1929, aham c43 E8.

[47] Meyer, op. cit., p. 339.

[48] Carta de Carreño a Díaz, 16.vi.1929, aham c43 E8.

[49] “Los dos recortes que le acompaño anuncian que Mons. Ruiz y Ud. han cablegrafiado al Vaticano lo único que puede obtenerse; y yo anhelo que lo que se haya obtenido, aun siendo poco, sea bastante para que aun en medio de penalidades, la Iglesia pueda llevar paz a las conciencias y a los hogares”. Carta de Carreño a Díaz, 19.VI.1929, aham c43 E8.

[50] Carta de Carreño a Díaz, 20.vi.1929, aham c43 E8.

[51] Ruiz y Flores, op. cit, pp. 95- 98, aquí 98; cfr. Meyer, op. cit, pp. 339-340.

[52] aham c43 E8.

[53] Vid. Carreño, op. cit., pp. 24-28, 33.

[54] Ibidem, p. 27.

[55] Ibidem, p. 42. Luis G. Bustos, con fecha 12 de enero de 1929, envió una carta a otros mexicanos comprometidos con la causa mexicana y con los que mantenían contacto: Edelmiro Traslosheros, José Villela, Mariano Alcocer y Francisco Arrieta Vizcaíno en Los Ángeles; Alberto M. Carreño en Nueva York; José Ortiz Monasterio en Nueva Orleans; Rafael Lozano en San Antonio y Juan Lainé en Laredo. Les pedía un estudio para la reconstrucción de la sociedad mexicana. La respuesta de Carreño es del 5. ii.1929, declinando la petición. El memorándum de Ortiz Monasterio es del 15. ii.1929. Todos los documentos en aham c 43 E 2.

[56] Vid. Carreño, op. cit., pp. 39-44. Sobre las difíciles relaciones entre Monseñor Díaz y la Liga, vid. pp. 43-66.

[57] Carta de Díaz a Ruiz, que se encontraba en Roma, 5.x.1928; carta de José Ortiz Monasterio a Carreño, 8.I.1929, aham c43 E2.

[58] Se quedaría hasta mediados de agosto de ese año y regresaría a México como le había pedido Monseñor Pascual Díaz.

[59] Vid. Carreño, op. cit., p. 26.

[60] Desde finales de febrero de 1929 estaba en Laredo predicando unos ejercicios a las niñas del Colegio del Sagrado Corazón y otros a sacerdotes; el 10 de marzo partía para dirigirse a San Antonio y Nueva Orleans, donde quería visitar a Ortiz Monasterio. El 13 de marzo llegaba a Convent, Louisiana, donde residía en la Academy of the Sacred Heart; allí predicaba unos ejercicios hasta el día 19, y seguía viaje a Detroit, donde residiría en el convento de las Reparadoras. Llegó a Nueva York el 2 de abril. El 9 de abril se hallaba en Washington, de donde partía a Laredo al día siguiente; permaneció en esta ciudad hasta el 18 de mayo en que viajó a Nueva Orleans, Convent, y el 27 seguía a Indiana Harbor; de allí volvía a Nueva York (vid. carta de Carreño a Ortiz Monasterio 27.ii.1929, cartas de Díaz a Carreño 27.ii.1929, 14.iii.1929, 18.iii.1929, 26. iii.1929, 10. iv.1929 (aham c43 E2), y 16.v.1929 (aham c43 E8).

[61] En varias cartas Díaz le pide a Carreño que le escriba con frecuencia: 27.ii.1929, 2. iii.1929, (AHAM C 43 E 2), y 22.iv.1929 (aham c43 E8).

[62] Peticiones, por ejemplo, para atender al P. Félix Álvarez, Misionero del Espíritu Santo, que se dirigía a San Antonio: vid. carta de Ruiz a Carreño 16, 20 y 23.iv.1929; de Carreño a Ruiz 18 iv.1929, aham c43 E8.

[63] Se le pidió, por ejemplo, un memorándum para la Delegación Apostólica en Washington, vid. carta de Carreño a Díaz 18.v.1929, aham c43 E8.

[64] Carta de Díaz a Carreño 3.V.1929, aham c43 E8.

[65] Carta de Carreño a Díaz 7.V.1929, aham c43 E8.

[66] Vid. cartas 9, 11, 12 y 16.V.1929, aham c43 E8.

[67] aham c43 E8. Ese mismo día 4 de mayo Ruiz enviaba el documento a Roma a través de Monseñor Francesco Borgongini, por considerar que eran ideas muy dignas de presentarse a Pío xi.

[68] Carta de Carreño a Díaz 8.v.1929, aham c43 E8.

[69] Carta de Díaz a Carreño 12.v.1929, aham c43 E8.

[70] Carta de Díaz a Carreño 25.v.1929, aham c43 E8.

[71] aham c43 E8. Vid. también carta de Carreño a Díaz 24.VI.1929, aham c43 E8.

[72] Vid. carta de Carreño a Díaz 11.vi.1929, aham c43 E8.

[73] aham c43 E8.

[74] aham c43 E2.

[75] aham c43 E8.

[76] aham c43 E2.

[77] aham c43 E2.

[78] Carta de Carreño a Díaz 29.vi.1929, aham c43 E2.

[79] Es interesante la carta de Carreño a Díaz del 13.vi.1929 sobre el papel callado pero eficaz de Díaz y Ruiz en la resolución del conflicto.

[80] aham c62 E24

[81] Acta de 23.xi.1933, aham c62 E24.

[82] Melesio Rodríguez escribió al Arzobispo el 31.x.1933 para comunicarle lo realizado el día anterior y le adjuntaba la carta y el ejemplar pedido por Díaz en su carta del 23. x.1933.

[83] aham c33 E1. Falta el primer folio, por lo que no se sabe la fecha exacta, pero debe ser entre septiembre y octubre de 1933.

[84] aham c64 E5.

[85] 1887 (Savona, Italia) - 1970 (Roma). Sacerdote en 1903, Obispo en 1930, Cardenal en 1937. Secretario de la Curia Romana el 8.vi.1929, Presidente el 28.iii.1930, Prefecto de la Congregación para Seminarios y Universidades desde el 14.iii.1936 al 13.I.1968.

[86] Telegrama de Díaz a Pizzardo, 21.x.1933, aham c62 E24: “Por amor a la paz, mi Vicario General hará destruir libro conocido por Usted”.

[87] Carta de Pizzardo a Ruiz y Flores, 19 xii.1933, aham c62 E24.



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