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Domingo Lobato y su legado musical

 

Julieta Marón[1]

 

Se ha cumplido, el pasado 4 de agosto del año en curso,

el primer centenario natalicio del compositor y maestro Domingo Lobato Bañales,

que tanto dio de su talento a la Escuela Superior de Música Sacra de Guadalajara.

Del él se comparten aquí elementos esenciales a propósito de su vida y obra.[2]

 

Vivió en Guadalajara. Tenía en su casa una habitación con un piano en el que componía todos los días música que, en la mayoría de los casos, jamás llegó a interpretarse. Esto me lo dijo en alguna ocasión, cuando iba a su casa a tomar clases cada semana. Obras musicales para piano solo, corales, de cámara, y sobre todo música sacra.

Domingo Lobato Bañales nació en Morelia, Michoacán, en el año de 1920. Comenzó sus estudios musicales a los 9 años de edad en la Escuela Superior de Música Sacra en su ciudad natal, conocida como Conservatorio de las Rosas. En 1943 recibió los magisterios de composición y canto gregoriano como alumno del maestro Miguel Bernal Jiménez. Ingresó desde los 10 años al coro de la Catedral de Morelia, y dedicó la mayor parte de su vida no sólo a la composición, sino a la enseñanza. En 1945 emigró, invitado por la Universidad de Guadalajara a la escuela de música de la máxima casa de estudios, para impartir clases, y posteriormente, como director de la escuela, diseñó su primer plan de estudios. Ahí permaneció 18 años, hasta el último de sus días, en la Escuela de Música Sacra.

Entre sus alumnos destacados están J. Guadalupe Flores, Elena Camarena, Manuel Cerda, Francisco Orozco, Víctor Manuel Amaral, Enriqueta Morales, Víctor Manuel Medeles, Carmen Peredo y la también Maestra Emérita de la Universidad de Guadalajara Leonor Montijo, por solo mencionar a algunos entre varias generaciones de músicos y compositores.

Además de ser su alumna, tuve oportunidad de entrevistarlo en el programa de radio que hasta el presente conduzco en xhudg Radio Universidad de Guadalajara, llamado Por el ojo de la cerradura, en el 104.3 de fm, la cual comparto en este texto.

Respecto de sus obras musicales, decía que uno de sus defectos, o quizás una de sus virtudes, era no permanecer en un estilo toda su vida, sino componer nacionalismo una época, romanticismo otra época, y tratar de buscar lo más novedoso dentro del impresionismo, del expresionismo, dodecafonismo o serialismo. Pero donde más se encontraba, decía, era en el impresionismo.

 

Mis influencias no son de individuos ni obras en concreto, sino más bien basadas en las entrañas, las raíces, las fuentes de inspiración que para mí ha sido la música mexicana, sin tomar literalmente un son, un corrido o una melodía; sino más bien aquel sedimento que va quedando a través de la vida, de hechos concretos que la infancia y la juventud van plasmando, pero afloran en un momento dado, no necesariamente como la repetición de aquellas ideas concretas, sino más bien una manifestación, como es el caso de mi sonata para oboe y piano, la cual está basada en algunas de la impresiones que cualquiera pueda tener al asistir a la fiesta patronal, es decir del santo patrón. Usted va a escuchar ahí música religiosa, profana, mezcla de danzas; porque en todas las fiestas patronales no faltan las danzas folclóricas de cada pueblo, sobre todo en todos los pueblos ribereños de Pátzcuaro o Zirahuén, donde se vive un folclor tan vivo, tan característico, tan interesante, de un ritmo que hasta la fecha sigue siendo notable y arrebata. Entonces de todas esas remembranzas va quedando alguna huella, y cuando me pongo a escribir ciertamente pienso en escribir alguna cosa de tipo folklórico, no necesariamente tomar alguna melodía en concreto sino algo basado en esas vivencias.

Desde que terminé mis estudios traté de independizarme, y ha sido una de mis tendencias, no imitar ninguna técnica en concreto ni dodecafonismo, ni atonalismo, ni politonalismo; sino sentir mi música y plasmarla. Si a veces se parece a algo en concreto es involuntario. Trato de transmitir ideas antes que nada. Si para alguna de estas ideas puede ser útil alguna técnica dodecafonica o atonal, la empleo, pero con esa característica o personalidad que quiero darle dentro de mí no seguirla de una manera académica.

Generalmente pienso lo que voy a hacer, trato de madurar lo que voy a hacer, y cuando le encuentro lógica, razonamiento, entonces me pongo a escribir. Hay ideas que en el momento de plasmarlas en el papel, o no se encuentra el camino correcto, o se ofusca uno mismo y entonces se pierde ese momento. Se pierden horas, se pierden días, se pierden ideas; y lo importante es volver a tomar el tema, volver a tener la idea y tratar de darle otro enfoque.

Cada persona tiene diferentes caminos para llegar a una conclusión; es interesante conocer ese capítulo del libro La composición musical del maestro Bernal Jiménez, donde habla de las características de cada compositor, de los clásicos y en general de los de la historia; y resulta que no hay dos individuos que pudieran haber seguido los mismos patrones para llegar a una conclusión, sino que cada individuo opera de manera distinta. Algunos tenían sus ideas fuera del piano, otros –como César Franck– duraban días en una sonata.

Yo trato de madurar una frase, de encontrar su armonía, de encontrar su expresión. Entonces cada individuo tiene una manera de expresarse y es importante encontrar esa manera para definir su personalidad. Los patrones y fórmulas establecidas provocan la pérdida del estilo. Las obras deben dejarse madurar. Yo escribo una obra y la dejo descansar. Para mí la composición ha sido algo muy personal. Que no se me paga, ni espero que se me pague. No es a una persona en particular. Quiero ser yo. Si a alguna persona le gusta, bendito sea Dios.

 

Lobato conoció y trató a importantes compositores mexicanos como Manuel M. Ponce, Silvestre Revueltas y Blas Galindo, además de haber sido alumno de Miguel Bernal Jiménez, destacado exponente de la música religiosa del siglo xx en México conocida como nacionalismo sacro, que influyera profundamente en la música de Lobato, quien como simpatizante del nacionalismo musical decía:

 

Si no escribimos los mexicanos nuestra música, ¿pues quién la va a escribir? Comentaba Bernal que, para componer, debía formarse un mundo, un argumento, una línea, un ideal de lo que haría, a quién iría dirigido, con qué objeto y fondo; y empezar hilar algunas ideas que se pudieran desarrolla posteriormente.

 

Más del noventa por ciento de los maestros de la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara fueron sus alumnos, como Leonor Montijo, Francisco Orozco, Carmen Peredo, entre otros, algunos de ellos ya fallecidos también.

Entre las obras que más satisfacción le dieron está El valle de los árboles muertos, para guitarra y orquesta, creada para tratar de formar conciencia de que debemos cuidar nuestras selvas que se están agotando por la tala inmoderada de algunas zonas, obra que fue estrenada por el maestro Enrique Flórez en el teatro Degollado.

“Le doy gracias a Dios –decía–, porque me dio una manera de vivir tanto en la cuestión económica como mental; que me proporcionó la tranquilidad para poder llegar a la tercera edad sin muchos problemas”.

Acerca de las grabaciones de sus obras comentaba que solamente se llegó a grabar una Sonata para Piano, con la pianista Ana Eugenia González Gallo. Fue una edición privada, con intervención de compositores como Manuel Enríquez y algunos otros que radican en México. De la edición de partituras decía que era mucho más difícil. Seguimos platicando de muchas otras cosas, entre ellas la falta de equilibrio que existe entre la promoción de lo extranjero y lo mexicano, la falta de foros para los compositores, cosa nada nueva.

Su mayor deseo: llegar a tener la divulgación de la mayor parte de su música por todos los medios. Aunque esto no sucedió. Como decía el maestro, el tiempo que se dedica a la música de concierto es muy poco.

Lo primero que busca el hombre es un lenguaje, y lo segundo, son los medios musicales para poder sobrevivir, “porque sería necio por completo vivir en el limbo, no sé cómo será el limbo, pero yo creo que debe de haber música”. Por eso no podría concebir el mundo sin música.

“Por sus obras los conoceréis”, parafraseaba el Evangelio el maestro y compositor Hermilio Hernández, quien fuera alumno del maestro Lobato, que por cierto no sólo dejó obras musicales sacras y profanas, sino humanas, esto es, de la talla de todos nosotros.

 

***

 

Hay maestros que demuestran que saben, y hay maestros que enseñan. Domingo Lobato perteneció a estos últimos. Se fue sin deudas, ya que nos regaló no sólo sus obras, sino algo de lo más preciado para el ser humano: su tiempo.

Murió a los 92 años, en plena actividad creadora.

Nos deja una deuda: dar a conocer un gran legado de partituras no publicadas ni estrenadas, como Desde el mirador del Chicoasén, para orquesta de cámara, y la ópera en un acto El cantar de los cantares, entre otras; además de textos inéditos como sus escritos sobre pedagogía musical, basados en la experiencia que adquirió con los años. Al final, como también decía, “es el tiempo el que decide cuáles son las obras de mayor valía, por su propio peso”.

 



[1] Doctora en Comunicación, compositora, fotógrafa, directora de Radio UdG

[2] Este Boletín agradece a la maestra Marón su disposición absoluta para la publicación de su texto.





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