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Señor Cura doctor José de Jesús Hernández Núñez

Un parteaguas en San Ignacio Cerro Gordo

José de Jesús Vázquez Hernández[1]

 

 

Por ser su contenido muy relevante para este Boletín

se adelanta aquí la publicación de uno de los capítulos

de un proyecto bibliográfico más extenso que lleva por título

San Ignacio Cerro Gordo, su gente y su fe,

en el que Se describe aquí a un miembro del clero de Guadalajara

que sembró identidad, arraigo y cultura en una parroquia,

hoy de la Diócesis de San Juan de los Lagos.[2]

 

Por sus frutos los conoceréis

 

Exordio

Son tantas las facetas que le conocimos al Señor Cura doctor José de Jesús Hernández Núñez que apenas si puede uno contentarse con decir tan poco. Sintetizando al máximo su legado al servicio de Dios y de los hombres, nadie podría regatearle que fue un apóstol de los pobres y necesitados, de la educación y de la cultura y de la educación y la salud.

Es más, aplicada a él la frase que el Evangelio pone en labios de Jesús, “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16), hacemos constar que este párroco se empeñó y pudo regenerar las costumbres de sus feligreses, educar a la niñez y a la juventud, aumentar las vocaciones al sacerdocio ministerial, combatir los vicios y las causas que los provocaban y legarnos a todos los que lo tratamos un testimonio de vida al servicio de los demás sin escatimar nada ni esperar a cambio recompensa alguna, de tal manera que su recuerdo lo eleva, entre los hijos de San Ignacio Cerro Gordo, al rango de parteaguas, de antes y después, para el más joven de los municipios de Jalisco.[3]

Los párrafos que siguen son para llevar cuenta de capítulos de su vida tomando en consideración los frutos de su ministerio en las parroquias a su cargo, para dejar constancia de cómo las semillas que echó en el surco y vio nacer son hoy árboles frondosos y cargados de buenos frutos: la gente de San Ignacio, de las comunidades vecinas y los que habiendo nacido allí han emigrado a otras partes, pero que llevan consigo su legado y ahora lo comparten.

El Señor Cura Hernández Núñez realizó una labor digna de reconocimiento y gratitud, y los datos aquí consignados aspiran a registrar lo que no se debe borrar por la falta de divulgación impresa y pública: los rasgos más característicos y sobresalientes de un benefactor del que este escribano recibió educación en la escuela por él fundada, en el Colegio Felipe de Jesús, gracias a su largueza; en la Escuela Agrícola Regional de Zapotlanejo, a cargo de otro gestor cultural de altos vuelos, el Señor Cura don Maximino Pozos Hernández y, finalmente, también por recomendación suya, en el Seminario Conciliar de Toluca.

Un dato sustancial en la vida de nuestro biografiado, no obstante las borlas académicas con las que regresó de Europa, fue su deliberado afán de ejercer su ministerio en las parroquias más lejanas y excluidas del Obispado de Guadalajara (las consideradas por el clero como destinos “de castigo”), para acercarlas a Dios y trabajar en ellas, pero su labor ministerial y social transformó voluntades que cambiaron poco a poco su forma de vida, impulsadas siempre por su testimonio de palabra y buen ejemplo.

Practicó las bienaventuranzas, enseñó al que no sabía, corrigió al descarriado, animó a los pusilánimes, perdonó a los pecadores, consoló a los tristes, ayudó al pobre y al necesitado. Inculcó a sus alumnos y feligreses valores humanos y cristianos que hoy forman parte de la cultura local, no se reservó nada para él y se entregó por entero a su feligresía.

Su forma de vivir la pobreza consistió en distribuir entre los más necesitados todo lo que tenía, de forma voluntaria pidió a sus superiores que le permitieran compartir el   mensaje evangélico en las parroquias más pobres y aisladas de la Diócesis, a costa de quedar marginado en la promoción, los ascensos, aplausos y reconocimientos; su vida no fue longeva y su triunfo postrero, dar sin esperar nada a cambio, pues siempre tuvo algo que dar.

 El Padre Hernández, en el recuerdo de quienes lo tratamos, fue un eclesiástico competente, de gran capacidad y talento, “digno de mejores prebendas”, a decir de su coterráneo el cronista Ramón Michel Aréchiga, quien se pregunta: “¿Cómo es que la Providencia Divina lo envió a evangelizar a parroquias con tantas limitaciones?”

Sus acciones en el campo pastoral fueron integrales, pues no sólo ofreció consuelo y atención a las necesidades o heridas del espíritu, sino también a las que afectaban el bienestar físico y material de la gente puesta bajo su asistencia a lo largo de su breve vida, labor que en el caso de la población de San Ignacio Cerro Gordo le coloca como una figura clave para su consolidación comunitaria.

Aún viven en las parroquias de Unión de Tula y de La Yesca, testigos oculares que recuerda su pasó por allá, su entrega desinteresada y valiente, pues sufrió persecución y aguijoneo en el ejercicio de su apostolado, muy cercano a la hostilidad gubernamental alentada por el anticlericalismo de las leyes mexicanas de entonces y la resistencia católica que sostuvo entre 1926 y 29 la Guerra Cristera.

A imitación del Buen Pastor, amó a sus feligreses sin descuidar a la oveja perdida, y a semejanza de su coetánea Teresa de Calcuta, no tuvo empacho en dar la vida por los más desamparados.

Su obra no sólo dio en su tiempo y seguirá dando en el futuro de qué hablar, sino que además nos deja directrices dignas de imitación, tanto por su probada vocación al servicio como por su estilo, calificado por un testigo como “enigmático”, o propio de un “santo varón”, a decir de otro.

Quienes tuvimos con él un trato personal y directo en alguna etapa de nuestra vida podemos dar fe de cómo mantuvo juntas su esmerada formación académica en las ciencias sagradas con una inteligencia preclara; una gran facilidad de palabra y un discurso retórico muy atento a inculcar la doctrina cristiana y la historia de la Iglesia tal y como la vivieron los santos canonizados.

De grande provecho fueron para él los ejercicios espirituales ignacianos en el tiempo de la Cuaresma, que impartía con tal unción y hondura que luego de escucharle daba uno por descontado que no tardaría el Arzobispo en darle otro destino, más notorio que el presente, lo que para fortuna nuestra nunca pasó.

La historia local reserva para el virtuoso párroco “merecedor de mejores prebendas” un sitio, el más honroso, que se tributa a una celebridad, que ahora raya hasta en lo legendario y en lo mítico. Sin embargo, aquellos que desde la infancia lo conocimos y aún podemos dar fe de su bondad y carisma, que nos nutrimos con la savia de sus mensajes y el ejemplo de su vida cristiana y de su amor al prójimo, debemos pasar a letra de molde esa historia oral para que no la borre el olvido.

De los niños de esa generación, muchos emigramos a otros lugares en pos de oportunidades para mejorar la calidad de la vida; hubo seminaristas y clérigos, profesionales y docentes con grados universitarios, y en todos, creo, el afán de participar a los demás, a la prole ante todo, el Evangelio que aprendimos en el ejemplo y testimonio del Señor Cura Hernández.

Considerando, pues, que el tiempo pasa y la memoria flaquea, para que las nuevas generaciones conozcan las raíces del frondoso árbol de la fe de San Ignacio Cerro Gordo, se ofrecen a continuación algunos datos relativos a la vida y obra del señor cura Hernández, y un apéndice testimonial de presbíteros y personas de San Ignacio que lo conocieron y trataron, deseosos con ello de que su ejemplo sirva de modelo y acicate a quienes ahora impulsan, con el apoyo del párroco actual de esa comunidad, don Luis Humberto Vargas Arámbula, la apertura de su causa de canonización.

 

1.    Datos esenciales

 

José de Jesús Hernández Núñez nació en la Unión de Tula, Jalisco, el 2 de octubre de 1906 y fue bautizado en el templo parroquial diez días después. Fueron sus padres los esposos Félix Hernández y Marcelina Núñez, que también procrearon a Librada, Salvadora y María de la Luz. Lo ordenó presbítero en Guadalajara el Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez, el 26 de mayo de 1934, y fue párroco de San Ignacio Cerro Gordo de 1943 a 1958, cuando murió, la madrugada del 3 de febrero de 1958, antes de cumplir los 52 años de edad. Se sepultó su cadáver en el atrio del templo y 38 años después sus despojos mortales pasaron al lugar donde hasta la fecha se conservan, en el columbario de una capilla dentro del templo parroquial.

 

 

·      Año de 1938

Terminados sus estudios en Roma y de regreso, desde el hotel Subasio Assisi, el 11 de diciembre, le manda a su Obispo, don José Garibi Rivera, una nota manuscrita en la que le comunica lo siguiente:

 

Excelentísimo Señor:

Defendí la tesis con el favor de Dios, el día 06 de diciembre; y ahora voy ya de camino para Guadalajara.

Ya le indicaré el día en que desembarque; mientras puede usted pensar en mi futuro destino, que lo aceptaré con gusto sea cual fuere.

Si gusta mandarme a las parroquias que tienen species missionorum, iré con gusto a lucrar almas para Cristo.[4]

 

El profesor Michel observa que

 

con el optimismo propio de quien está en su profesión, el padre Hernández se inicia en su ministerio, y lleno de satisfacción y santo entusiasmo va a dar las primicias de su trabajo en alejadas capillas… Los lugares a que fue destinado no eran para su personalidad. Mereciendo quizás por su sapiencia que se le hubiese concedido alguna prebenda.[5]

 

            Por varios años nos preguntamos: ¿por qué una persona tan preparada y con gran talento había sido enviada a desempeñar su ministerio en parroquias tan apartadas de la cabecera de la Diócesis? Aquí encontramos la respuesta; él mismo se ofreció para ser enviado como un misionero más a trabajar en parroquias en esas condiciones.

 

 

2.    Párroco de La Yesca (1939-1943)

 

·      Año de 1939

El 27 de mayo, después de tres meses veintidós días de haber sido asignado vicario de Hostotipaquillo, Jalisco, el padre Hernández recibió el oficio de la Mitra de la Diócesis de Guadalajara en el que le nombran Párroco amovible de La Yesca, Nayarit, por el

 

celo que le anima para procurar la gloria de Dios y el bien de las almas… lo que Ud. va a hacer es a misionar en una región que es querida para mí, por la dificultad con que se ha tropezado para atender debidamente aquellos fieles que me preocupan hondamente”.[6]

 

En el mes de diciembre de 1939 se comunica con el Señor Obispo José Garibi Rivera para informarle que el jefe de armas de Amatlán, además de la irreligiosidad del coronel de Huajimic y el temor a una revolución, le eran hostiles en esa región: “Yo he declarado varias veces que nosotros en ninguna forma tomaremos parte en ninguna revolución y sin embargo, se nos tiene desconfianza. Sea por Dios”.[7]

 

·      Año de 1940

El tiempo transcurría y las condiciones imperantes en que ejercía su ministerio, exceso de trabajo, falta de alimentación adecuada y a sus horas, hacen mella en su salud, sin embargo recibe buenas noticias del Arzobispado; le dicen:

 

Confidencialmente quiero hacerte saber por la presente que he quedado gratamente impresionado en mi reciente vista parroquial al darme cuenta de la forma en que desarrollas tus trabajos apostólicos en esa región tan amplia y tan llena de dificultades que Dios te ha señalado.

Aunque no hay recompensa humana proporcional a tus trabajos, sin embargo, debe llenarte de satisfacción conocer que el Señor, que pesa todos tus méritos y se da cuenta de tus fatigas, sabrá recompensarte a su tiempo largamente.

Al mismo tiempo, aprovecho para agradecerte todas las atenciones con que me trataste durante la visita pastoral.[8]

 

            El 30 de septiembre solicitó a su Obispo le concediera licencia al presbítero Salvador López de venir por 15 días a La Yesca “para que enseñe al pueblo la misa De Angelis, pues el culto no tiene vida por falta de un cantor, y suplica lo bendiga para poder trabajar con fruto en contra de la embriaguez.

  

·      Año de 1943

El 18 de mayo de 1943, el Arzobispado de Guadalajara, en cumplimiento a lo prometido a los sacerdotes de la región de La Yesca de que “no estarían en esos lugares por largos periodos”, le propone al señor cura Hernández un cambio de parroquia por la de San Ignacio Cerro Gordo, con el propósito de que recuperara su salud, como de hecho aconteció al menos por quince años más.

            El escrito reza así:

 

Con el deseo de que descanses ya de la extraordinaria fatiga que supone la atención de esa parroquia y estés en un lugar donde a la vez tengas condiciones favorables a tu salud, confidencialmente te propongo la permuta de esa parroquia por la de San Ignacio Cerro Gordo, donde seguramente estarás contento, pues la gente es muy buena y el lugar es de fácil comunicación.

 

            Después de recibir la proposición de la permuta de parroquia, el Señor Cura les contesta el 31 de mayo aceptándola.

 

Con mucho gusto acepto la permuta de la parroquia de La Yesca por la de San Ignacio Cerro Gordo. Y digo que con mucho gusto no porque ya no le tenga cariño a La Yesca, sino porque el cambio me da esperanza de un completo alivio.

Le agradezco a Su Excelencia el que se interese por mi salud, que tanto anhelo, ya que sin ella no se puede trabajar a gusto.

 

3.    Señor Cura José de Jesús Hernández Núñez, Párroco de San Ignacio Cerro Gordo (1943-1958)

 

El señor cura Hernández fue nombrado párroco de San Ignacio el 8 de junio de 1943 y dijo haberlo recibido el día 18. Le permitieron llegar el día 2 del mes de julio, para no dejar asuntos pendientes en la notaría.

El 5 de julio de 1943 tomó posesión de la parroquia, donde permaneció hasta el día de su muerte, acaecida en la madrugada del 3 de febrero de 1958.

 

·      Nombramiento de párroco

 

En vista de que ha aceptado usted la permuta que se le propuso de esa parroquia por la de San Ignacio Cerro Gordo, lo nombro párroco amovible de esta última, con todos los derechos y deberes que le corresponden según los Sagrados Cánones y el Sínodo diocesano.[9]

 

Es facultad del Obispo de la Diócesis nombrar a los sacerdotes administradores de una parroquia y para ello tienen un protocolo que cumplir, uno de ellos consistía en hacer la profesión de fe y el juramento antimodernista antes de tomar posesión de la parroquia, a lo cual da cumplimiento el 30 de junio de 1943.

Una vez que los vecinos de la parroquia de La Yesca se enteraron del cambio de su párroco, se dirigieron al Obispo en los siguientes términos:

 

Los que suscribimos, vecinos de La Yesca, Nayarit, con el respeto y humildad que es debido a Vuestra Excelencia Reverendísima, solicitamos tenga a bien enviarnos de nuevo a este Curato al señor Cura D. J. de Jesús Hernández; V. E. Rvdma. conoce personalmente esta desolada región y su gran sapiencia y gran deseo de todo bien hacia nosotros, serán motivos fundamentales para atender nuestra humilde petición.

Comprendemos que la autoridad y normas cristianas imponen el traslado periódico de los señores sacerdotes y quien venga a substituir al Sr. Cura D. J. de Jesús Hernández, tendrá el mayor deseo de continuar su obra, mas conocer la idiosincrasia de nuestra región, es una ardua y casi imposible labor; así como adentrarse en los corazones y hacer los bienes espirituales y materiales que el citado Cura (hizo).

No dudando del amor a los humildes y dada su inmensa cultura, esperamos que accederá a lo que solicitamos.

La Yesca, Nayarit, a 27 de junio de 1943.

(Aparecen las firmas de los feligreses de esa comunidad.)[10]

 

·      Toma de posesión

La toma de posesión de la parroquia de San Ignacio se realizó en el templo parroquial el 5 de julio de 1943, ante la presencia del cura de Arandas, don Justino Ramos, en su carácter de Vicario Foráneo, del señor cura anterior de San Ignacio Alberto Íñiguez, y como testigos el vicario de la parroquia J. Jesús Barba y presbítero José Gaitán, éste vicario de Arandas. Igualmente se contó con numerosos feligreses que presenciaron una solemne ceremonia en la que se dio cumplimiento con los requisitos establecidos por la liturgia para esos casos, como es la entrega de los libros, llaves y demás enseres relacionados con la administración de la parroquia.

 

·      Cambio de ambiente

Sin duda, el cambio de ambiente benefició parcialmente su salud, pues aún le faltaba realizar una próspera misión durante 15 años más, plena de frutos abundantes, lograda con el auxilio divino y con gran esfuerzo y sacrificio.

La opinión de las autoridades del Arzobispado de considerar a la gente de San Ignacio Cerro Gordo como gente muy buena y el lugar de fácil comunicación es una deferencia que nos hace sentir muy orgullosos a los moradores del solar san ignaciense, pero a la vez implica gran responsabilidad de actuar en congruencia al tener en cuenta que por esos años los pobladores de San Ignacio percibían un alto grado de violencia e  inseguridad por las frecuentes desavenencias entre vecinos, donde el alcoholismo era una de las causas, razón por la que desde su llegada inició el combate a dicha adicción con el impulso de una mejor educación religiosa, familiar, moral y sociocultural.

 

·      La lucha contra el alcoholismo (1945)

Desde su llegada a la parroquia, el Señor Cura comenzó a combatir el alcoholismo que afectaba la vida de los pobladores, como lo describe el presbítero Juan González Díaz, quien señala:

 

En tiempos del Señor Cura Hernández, no se vendían bebidas alcohólicas en el pueblo, porque él luchó para evitarlo y lo logró. Hombre a carta cabal, de carácter, valiente, que para evitar que corriera la sangre, algo que era frecuente, llegó a interponerse entre balas cruzadas, sin importarle si le podía tocar una.[11]

 

·      Ejercicios espirituales

 

El Señor Cura Hernández tenía una preocupación especial por la educación de la niñez y la juventud, pero en sus ejercicios espirituales de cuaresma no excluía a nadie. Daba ejercicios por separado a señoritas, a jóvenes, a señoras, a señores, a niños y niñas. Como prueba de esto, existe una extensa lista con los nombres de los que respondieron al llamado del Señor a través de su párroco y que hicieron ejercicios espirituales en la cuaresma de 1945.

Su fama de director de ejercicios se extendió a las poblaciones vecinas, y de muchas partes llegaban a San Ignacio para vivir los ejercicios que el Señor Cura suministraba. En ese tiempo se predicaba desde el púlpito, pues no había micrófonos ni equipo de sonido como ahora, y a pesar del esfuerzo constante de hablar y hablar por semanas, parecía no hacerle falta, aunque su garganta en ocasiones sí resentía el quebranto.

 

·      1952

El señor cura Hernández, dejó claro su celo por cuidar la formación moral de la niñez. Una de sus grandes preocupaciones era vigilar lo que sucedía a su alrededor para evitar que la niñez y la juventud fueran envenenadas con ideas y costumbres de fuera. En ese entonces libraba su batalla hasta el cansancio por desterrar el vicio del alcohol, y había obtenido muy buenos resultados, aunque todavía faltaba mucho por hacer. Ahora dirigía también su atención hacia la niñez que acudía a ver las películas tejanas, cuya clasificación se desconocía. El día 5 de agosto escribe al señor Obispo, para comentarle la situación que prevalecía en relación con la exhibición de esas cintas:

 

En San Ignacio hay cine desde hace unos dos años. Los dueños del aparato cinematográfico tienen un compromiso conmigo, y lo han cumplido hasta la fecha, de no exhibir películas B3, ni C1, ni C2.

En este punto, lo único mal que no se ha podido remediar es que varios niños y niñas van a las películas B2. También a veces los empresarios traen películas tejanas y no sabemos su clasificación, porque no viene en los libros de censura. No sé por qué la Comisión de Decencia no ha podido censurarlas.[12]

 

·      Cooperativa de consumo

Como un pulpo con numerosos tentáculos, el Señor Cura se preocupaba por solucionar no solamente los problemas espirituales, morales, familiares y sociales, sino todo aquello que se relacionara con el bienestar de sus feligreses, como la cuestión económica y alimenticia.

Es así como el 17 de diciembre reporta el estado en que se encuentra una cooperativa de consumo, iniciada dos años antes a insistencia de veintiséis personas, y aclara que él no es su administrador, que él sólo ha intervenido como inspirador de ella.

Con el mismo interés y deseos de ayudar a servir a sus feligreses, los días 10, 11 y 12 de julio el señor cura llevó a cabo una serie de rogativas por el buen temporal.

 

·      1954

El 18 de enero, varios feligreses de San Ignacio le envían una carta al Señor Obispo para informarle que tienen sospechas, aunque no confirmadas, de que un grupo de agraristas –de  la Comunidad Agraria de la localidad– habían recurrido al él (Obispo) para pedirle que cambiara al párroco, señor cura Hernández. En el escrito le comentan que tal cambio causaría un grave trastorno a toda la feligresía por las siguientes razones:

 

Él ha fundado una escuela de niños y otra de niñas, escogiendo él mismo el profesorado entre sus discípulos más aventajados; se han terminado todos los centros de vicios, gracias a Dios y a él; ha trabajado mucho por el bien de las almas. El mencionado grupo de agraristas, podría reimplantar de nuevo los centros de vicio, causando muy graves perjuicios a la sociedad.[13]

 

·      1956

El Señor Cura hace notar en el mes de junio que los padres de familia le piden permiso para mandar a sus hijos a la Escuela Oficial, notificándoles a los interesados que el nombre del maestro es Alfredo González Magaña, quien está casado con Victoria Velasco, situación que aprovecha para exhortar a los padres a que lleven a sus niños al catecismo.

 

·      1957 Se acerca la hora final

Su enfermedad avanzaba, sus viajes a Guadalajara eran más constantes, su salud menguaba día con día. Juan Salcido Gutiérrez, sacerdote nacido en San Ignacio, describe el estado de salud del Señor Cura en el siguiente texto:

 

Finalmente, cuando yo salí de San Ignacio, él permanecía ya postrado, sin poder levantarse. Allí, frente a su cama, alumbrados por una lámpara de gasolina, nos reuníamos a platicar y a escucharlo como los apóstoles al Maestro.[14]

 

·      1958

La siguiente nota sin fecha, escrita con su puño y letra, pudo ser la última que escribió el señor cura desde el Sanatorio de la Trinidad, en Guadalajara, en la que comunica a su obispo de la forma más lacónica:

 

Sigo enfermo en el sanatorio, ruego a Su Excelencia mande sacerdote a San Ignacio. Su siervo en Cristo.

J. Jesús Hernández[15]

 

Finalmente Dios se apiadó de él y lo llevó consigo el 3 de febrero de 1958.

 

·      Pequeño reconocimiento

Como quedó asentado, el vecindario de esa comunidad venera su memoria, hablan y escriben del “santo varón”, aun a sabiendas que nada sería suficiente para resarcir los frutos que se siguen cosechando de su ardua labor desarrollada en cinco lustros en San Ignacio.

Uno de esos afanes de justicia consistió en mandar hacer su retrato en un busto escultórico y ponerlo fuera del ingreso oriente del templo parroquial. En el pedestal que lo sostiene se puso una placa con el texto que sigue:

 

Nace el 2 de octubre de 1906. Muere el 3 de febrero de 1958. El Sr. Cura Dr. D. José de Jesús Hernández Núñez nació, vivió y murió pobre. Su riqueza inmensa fue buscar la gloria de Dios y la santificación de las almas. Fue un hombre de acción, el pueblo de Sn. Ignacio fue testigo, pero más lo fue de oración, el Sagrario lo testifica. Sus grandes amores fueron la Eucaristía, el Corazón de Jesús, la Santísima Virgen y los seres humanos. Sus últimas palabras: “Jesús, sé Jesús con los enfermos abandonados.

El Señor Cura estuvo en San Ignacio de julio de 1943 hasta su muerte el 3 de febrero de 1958. El pueblo agradecido lo proclama así: fuiste luz radiante en nuestro pueblo, la caricia santa, paternal, rey profeta, sacerdote excelso, el perfume, el néctar, la bondad. Fuiste la presencia de Dios bueno y por eso el pueblo te agradecerá.

Dios te está premiando tus desvelos y en nuestro recuerdo vivirás.

 

Por otro lado, una calle de la población lleva su nombre y el 13 de enero del 2017 el Ayuntamiento de San Ignacio, aprobó, en su sesión número 45, que la Casa de la Cultura de esa cabecera se denomine Casa de la Cultura Señor Cura Hernández.



[1] Abogado con maestría en Letras de Jalisco, periodista e investigador.  

[2] Se agradece al autor de esta semblanza su inmediata disposición para dar a la luz, por este medio, un texto aún inédito. Por un error humano debió publicarse en ese Boletín en el mes del abril del año en curso.

[3] Esta colaboración debió salir publicada en el número de este Boletín correspondiente al mes de abril del año en curso y en el siguiente ejemplar, el de mayo –como así pasó, un apéndice a él–. Como no fue así y pudiendo leerse ambos textos sin menoscabo uno de otro, se subsana ese desliz en este ejemplar. La superficie del municipio de San Ignacio Cerro Gordo se desmembró del de Arandas en el año 2007.

[4] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara. Sección Gobierno, Subdivisión Sacerdotes. Expediente del sacerdote José de Jesús Hernández Núñez (en lo sucesivo ahag). Nota del 11 diciembre 1938.

[5]  Michel A. Ramón , “Breve semblanza del presbítero J. Jesús Hernández Núñez, hijo ilustre de Unión de Tula”, en Ecos de Provincia, (1º de marzo de 1958), p. 10.

[6] ahag. Nombramiento de párroco. Mayo 27 de 1939.

[7] ahag. Sección Gobierno. Subdivisión Sacerdotes. Expediente del sacerdote José de Jesús Hernández Núñez. Carta del señor cura Hernández dirigida al Arzobispo de Guadalajara del 8 de diciembre de 1939.

[8] ahag. 15 de abril de 1940.

[9] ahag. Nombramiento como párroco de San Ignacio, 8 de junio de 1943.

[10] ahag. Carta de los vecinos de la parroquia de La Yesca al Arzobispo de Guadalajara del 27 de junio de 1943.

[11] Juan González Díaz, sacerdote originario de San Ignacio. Entrevista realizada por el autor de esta compilación de testimonios efectuada el 2013 desde el estado de California, donde reside.

[12] ahag. Sección Gobierno. Subdivisión Sacerdotes. Expediente del sacerdote José de Jesús Hernández Núñez. Carta informativa del señor cura Hernández para el Arzobispo de Guadalajara del 5 de agosto de 1952.

[13] ahag. Sección Gobierno. Subdivisión Sacerdotes. Expediente del sacerdote José de Jesús Hernández Núñez. Carta de vecinos de San Ignacio Cerro Gordo para el Arzobispo de Guadalajara del 18 de enero de 1954.

[14] Juan Salcido Gutiérrez, sacerdote originario de San Ignacio. Entrevista realizada por el autor de esta compilación de testimonios el 2014, desde la ciudad de Jalapa, Veracruz, donde reside.

[15] ahag. Sección Gobierno. Subdivisión Sacerdotes. Expediente del sacerdote José de Jesús Hernández Núñez. Nota sin fecha del señor cura Hernández dirigida al arzobispo José Garibi Rivera desde el Sanatorio de la Trinidad de Guadalajara, donde se encontraba enfermo. 



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