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Nayarit: encrucijada de caminos

Manuel Olimón Nolasco[1]

 

 

En recuerdo del recién fallecido académico colaborador de este Boletín, que dio a la luz en él su último texto publicado en vida (julio del 2018), se publica un estudio suyo, inédito, que leyó el 21 de octubre de 1994 en la ciudad de México, en el marco de la presentación del libro Visita de las misiones del Nayarit. 1768-1769, de José Antonio Bugarín,

editado por el doctor Jean Meyer en coedición del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos y del Instituto Nacional Indigenista en el año de 1993.

En él se narra la historia “del contacto entre jesuitas misioneros y nayaritas,

que presenta un doble interés: para la antropología en general

y para el cristianismo en particular,

en la medida que toca al hecho sociorreligioso de la religión popular”.[2]

 

 

i

 

A la manera de una gran obra de conjunto, historiadores de uno y otro lado del Atlántico han ido reconstruyendo, con esfuerzos grandes, con tentaleos, retrocesos y reajustes metodológicos, la gran historia del que podemos llamar Occidente católico. Este enorme conglomerado humano pues los hombres y no las instituciones son quienes hacen historia quedó limitado, hacia el Oriente europeo, por la Rus de Kiev y la Gran Rusia, frontera que en algún momento del siglo xviii estuvo también al Occidente, cuando desde el puerto de San Blas en Nayarit se exploraron las islas Aleutianas y Alaska. El Pacífico insular abierto a la vista y al asentamiento de gente salida de la Nueva España (aventureros, frailes y colonos) fue puerto de incesantes y casi siempre infructuosas incursiones a  China, Cipango, la India y Ceilán, países misteriosos que, a pesar de los intentos y el innegable vigor apostólico de grandes figuras como Francisco Javier, Ignacio de Loyola y Mateo Ricci, permanecieron como un valladar cultural prácticamente impenetrable al Evangelio.

            La América hispana fue, por tanto, el gran crisol donde se desarrolló en todos sus matices, la erupción de todas las pasiones humanas y el ímpetu del celo religioso, una empresa que recordó la obra de la extensión del cristianismo en el entorno cultural del Imperio romano y de la mentalidad helenística: un espacio donde –como escribió Jean Meyer en la introducción de la obra que comentamos el contacto significó

 

[…] desajuste, rechazo, sincretismo, interacción. Dicho contacto llevó a una inculturación y a una reorganización cultural permanentes, que ofrecen aspectos tanto negativos (siempre subrayados y denunciados) como positivos (generalmente olvidados o subestimados).[3]  

 

Por lo anterior, precisamente, resulta de particular interés tener a la mano una documentación como la que aparece en esta “Visita de las misiones del Nayar” realizada en los años 1768 y 1769, pues quien desee palpar de manera viva las grandes problemáticas, los grandes temas y retos de la cultura en el Orbe indiano puede hacerlo en este peculiar microcosmos que fue Nayarit en los años de esa visita, que ahora es posible recuperar gracias a esta edición.

            En primer lugar, la visita realizada a un año de la expulsión de los jesuitas a la sierra nayarita es la visita pastoral que el Concilio Universal de Trento (1548-1563) ordenó que hicieran los obispos por sí o por un delegado suyo a las personas de cualquier índole y condición que conformaban la grey a ellos encomendada. Esta visita obligatoria “en conciencia”, o sea teológicamente hablando bajo pena de pecado mortal, tenía como propósito fundamental conocer, sobre todo, el estado que guardaban los aspectos externos (socioculturales podríamos decir) de la fe cristiana. Por consiguiente, ésta se iniciaba con la lectura del edicto acerca de los “pecados públicos”, es decir, con la advertencia de que debía conocerse, por ejemplo, qué parejas que llevaban vida marital no habían contraído matrimonio, qué niños pequeños, a causa de las condiciones peculiares de sus padres (cumplimiento de condenas carcelarias, irresponsabilidad manifiesta, pobreza extrema), requerían ser tutelados en alguna institución o dados en adopción y, desde luego –sobre todo en el caso de indígenas alejados de las concentraciones de población–, se indagaba acerca de la posibilidad de un “regreso a la idolatría”.

La visita, como puede conocerse leyendo la realizada por el párroco Bugarín en nombre del Obispo de Guadalajara, consiste en interrogaciones precisas hechas de manera jerárquica, una evaluación sobre las situaciones y amonestaciones jerarquizadas también de acuerdo al grado de responsabilidad que tenían las personas. Las preguntas, hechas bajo juramento, afectaban antes que a nadie a los propios sacerdotes encargados del cuidado de los fieles. Se indagaba sobre el cumplimiento de sus deberes específicos y, de modo especial, se insistía en la posibilidad de que hubiese negligencia en la atención pastoral, en el conocimiento del idioma y de la índole, en este caso, de los indígenas y en que los objetos del culto y los templos tuvieran dignidad. José Antonio Bugarín reprende, por ejemplo, el poco cuidado que se tenía en materia del canto litúrgico en la Mesa de Tonati y trata de conocer, a partir de la información de los propios indígenas, si el trato que recibieron de los padres es delicado y bueno, e incluso, de manera sutil, motiva la posibilidad de comparar su actuación con la de los jesuitas expulsados apenas un año atrás. Las autoridades civiles y militares eran también parte de la atención pastoral de los obispos y debían ser interrogadas acerca de sus deberes propios. En el caso de Nayarit, a pesar de la baja jerarquía de la milicia presente, se les interroga en estricto orden: el subteniente, el sargento y finalmente el soldado, quien en una ocasión se acusaría a sí mismo de su “corto entendimiento”. Es esta curiosa fuente para estudiar, por ejemplo, la “ignorancia” en el imperio español.

            Los documentos dejados al fin de las visitas y ahora depositados en los archivos son uno de los instrumentos de mayor valía con los que se cuenta para reconstruir, a varios siglos de distancia, esa especie de “vida interior” que latía en las comunidades: la reconstrucción antropológica, la gama amplísima de relaciones humanas en juego, el ejercicio de las responsabilidades, el entorno habitacional, el uso de la flora y la fauna. Los cambios en los estratos que ha marcado el tiempo (las viejas y las nuevas generaciones con sus apegos y anhelos diferenciados), los instrumentos de trabajo y hasta el decorado de las casas y los sitios comunes de reunión están plasmados en la letra de un informe que no es simple trámite burocrático, sino ejercicio de responsabilidad pastoral. No teniendo a la mano fotografías o grabaciones de la época (algo imposible), la letra escrita no sólo suple la imagen, sino que la recrea en nuestra propia imaginación.

            Los estudiosos y toda persona interesada en conocer el pasado en su entraña más propiamente humana, sin los filtros ideológicos y los esquemas prefabricados que suelen estar presentes, tienen ahora en el informe de la visita del padre Bugarín un filón por descubrir y un ámbito para reflexionar y para integrar a sus visiones, que quizá no habían tenido en cuenta este importantísimo elemento. Algo se ha hecho, por ejemplo, con los textos dejados por los grandes obispos plenamente tridentinos Toribio de Mogroviejo y sus visitas limeñas y Juan de Palafox y sus caminos poblanos. Están ante nosotros las páginas de Bulgarín y, sin duda, ellas nos llevarán a encontrar más.

 

ii

 

Nayarit en 1768 era un área particularmente polarizada: el cambio de época (con toda su potencialidad de rompimientos, tensiones y proyecciones) tenía lugar en el ámbito geográfico de por sí contrastante de sus costas y la Gran Sierra. Pues mientras Bugarín pasaba revista del estado de las almas de una feligresía marginal y prácticamente indómita, dentro de los más puros cánones de un concilio que llevaba más de doscientos años de aplicación saludable, los tópicos de esa tarea pastoral distaban mucho de los planes modernizadores que la nueva administración borbónica (de preliberal y precapitalista la calificaríamos ahora) quería implantar para la exploración y el comercio en San Blas de Nayarit. A manera de ensayo, alguien podría intentar comparar los contenidos temáticos del libro que hoy se presenta y los del segundo volumen de esa rareza bibliográfica que es San Blas de Nayarit, publicado en 1968 por Enrique Cárdenas de la Peña.

            Así, el asunto de la idolatría, estudiado con maestría en el prólogo de Jean Meyer, resulta, además de un espléndido espejo para observar las relaciones entre un mandato divino –“No tendrás otros dioses delante de mí” que norma, en el judeocristianismo y de manera radicalísima en el Islam, las relaciones entre la creencia y la vida cotidiana, presenta al historiador y al antropólogo una ventana para asomarse a uno de los últimos momentos donde puede hablarse, en la historia iberoamericana, de una esfera cultural católica por todos lados.

            Concretamente, incluso en los ambientes internos de la Iglesia, la concepción de que ciertos objetos (particularmente estatuas) eran “ídolos paganos”, que había condenado a una bodega obras de arte como el Apolo del Belvedere del Vaticano, iba cediendo a aquella que pensaba que –sobre todo cuando no recibían algún culto eran simples objetos cuya calidad tocaba juzgar más al arqueólogo o al esteta que al teólogo. El siglo xix francés y más tarde latinoamericano volvería a reunir a los ahora “ciudadanos” en torno de las efigies y estatuas de los “padres de la Patria” próceres y reformadores, o a alegorías acerca de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Curiosa espiral antropológica que ha favorecido fenómenos como el de los Testigos de Jehová. Pero regresemos al informe nayarita.

            Dice Francisco Methame, “indio de San Juan Corapa de 50 años”,

 

que es verdad que hacían en su pueblo algunas funciones, una de ellas fue un mitote  que celebró José Luis, quien lo convidó, y que se redujo a que el susodicho… bendijo una jícara de agua y que ésta se puso en el suelo, y otra que bailando cava con un arquito, y que después del baile les dijo dicho Luis que se aplicaran de aquella agua en los rostros para que les diese salud Dios que está en los cielos, la Virgen, San José y San Miguel. Después lo convidaron en el pueblo de Yscatan a otro mitote… Que para que dieran buenas las mismas y que en ella se embriagaron con mezcal.[4]

 

            ¿Cuidada astucia del indio apelar a Dios, a la Virgen, a San José y a San Miguel? ¿O llamada de atención para los pastoralistas y teólogos ante una inculturación litúrgica que podría haber sido asimilada en la Edad Media occidental románica o en las comunidades indígenas de la región malabar, Armenia, ¿el área de los melquitas o la de los abisinios y eritreos? ¿Estamos frente al núcleo del drama de los “ritos chinos”? ¿No habría sido posible asumir las hierofanías de cuevas, fuentes, ríos, montes nayaritas, el baile ritual, el impulso motriz de la religiosidad, como cauces válidos de ese “He ahí que hago nuevas todas las cosas” (Apoc 21, 5) del Apocalipsis cristiano, basado en que la encarnación del Verbo “trajo consigo toda novedad”, a decir de san Ireneo de Lyon? Si no estuviéramos en el campo de la historia, podríamos responder afirmativamente; no así estando en él.

 

iii

 

Aportación singular y valiosa para la relación entre la evangelización (entendida en su más profundo significado como interacción de una doctrina y un estilo de vida con “líneas de pensamiento, criterios de juicio, fuentes inspiradoras y modelos vitales”) y las culturas es este informe rescatado del olvido por quien podemos llamar sin hipérbole “benemérito de la cultura nayarita”, Jean Meyer. Una vez más nos sorprende y alienta, nos anima a trabajar dándonos trabajo. Lo sentimos feliz en la luminosa Rusia –inmensa tierra también “de Dios y de María Santísima”–, pero seguimos deseando que su felicidad la comparta con la nuestra al seguir descubriendo el ardor del fuego y la frescura de las fuentes y los ríos caudalosos que han forjado y forjan al hombre y la mujer de Nayarit, encrucijada de caminos y jardín de sufrimiento y esperanzas.

 



[1] Presbítero del clero de Tepic (1944-2018), miembro de la Academia Mexicana de la Historia.

[2] La obra completa se puede leer en la dirección electrónica https://books.openedition.org/cemca/3086. Este Boletín agradece al maestro Juan José Doñán Gómez haber facilitado una copia de este documento, que le dedicó el doctor Olimón.

[3] Cf. Visita de las misiones del Nayarit. 1768-1769, p. 9.

[4] Op. cit. p.100.



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