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El padre Bernal y el Lazareto del Hospital Civil de Guadalajara

Tomás de Híjar Ornelas

 

Apóstol de la misericordia en la Arquidiócesis de Guadalajara, don Juan Bernal se distinguió en su intensa vida por haber sorteado los más duros lances, que le llevaron a ser especialmente sensible a los problemas humanos más dramáticos.[1]

 

De 1942 a 1966 funcionó en el extremo norte del cementerio de Santa Paula de Guadalajara, por la calle de Belén, un lazareto, donde se aislaba a los enfermos del mal de Hansen y de tuberculosis que arribaban al Hospital Civil y solicitaban una cama, pero no podían compartir la sala de los demás enfermos.

El capellán del hospital, el presbítero Juan Balcázar Bernal (que se firmaba Juan B. Bernal y sólo usaba su segundo apellido) fue quien sostuvo esta obra, para lo cual podríamos inferir estaba particularmente bien dispuesto, pues sólo entiende el dolor quien ha sufrido mucho.

Juan Bernal nació en Amatlán de Cañas, Nayarit, a las 15 horas del 30 de marzo de 1901. Fue su madre Francisca Bernal, mujer disminuida de sus facultades mentales, a la que embarazó un agresor; dio a luz a su hijo pero no podía hacerse cargo de él, ni entablar con el niño un diálogo con palabras pues careció de ese don; sus labios sólo gesticulaba y emitían sonidos inarticulados, de modo que la crianza del infante corrió por cuenta de los parientes de su madre, propietarios respetados en la localidad.

Desde adolescente dio muestra de poseer un temperamento fogoso y un carácter resuelto, aunque también inclinado a la piedad, lo cual se hizo albergar aspiraciones al estado eclesiástico, deseo que de momento no pudo llevar a cabo, pues en 1914 los carrancistas clausuraron el Seminario. Cuatro años más tarde, cuando la institución abrió de nuevo sus puertas, pudo Juan Bernal cumplir sus deseos. También estudiará medicina y química: “Será un sacerdote de mucha acción y celo”, dice del ya clérigo el rector del Seminario, José Mercedes Esparza, en 1926, cursando nuestro biografiado el tercer año de Teología

 

La persecución religiosa

 

Ese año, el grupo de Bernal fue enviado a una ranchería del municipio de Ixtlahuacán, pero siendo él ya clérigo, se quedó en Guadalajara, razón por la cual fue posible su captura el 2 de abril de 1927, un día después del asesinato de Anacleto González Flores, y quedó a disposición del Jefe de la Policía Secreta de Guadalajara, Atanasio Jarero, confinado a un calabozo en el sótano de la Presidencia Municipal, desde el cual escuchó el crudelísimo tormento que se infirió a dos varones que hoy son beatos: Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, fusilados en la madrugada del día siguiente en el panteón de Mezquitán.

Juan Bernal salió libre, pero las impresiones sufridas en esa jornada le provocaron congestión biliosa en el sistema nervioso, afección cardiaca y cansancio cerebral.

Deseando rescatar a los alumnos de Teología del Seminario, el Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez  consiguió que cuarenta de ellos, con dos superiores a la cabeza, Ignacio de Alba Hernández y José Toral Moreno, se trasladaran a Bilbao, España, acogidos por el obispo de Vitoria, don Mateo Múgica Urrestarazu. Él ordenará presbítero el 25 de mayo de 1929 a Bernal, quien dijo su primera misa al día siguiente en la parroquia de los Santos Juanes de Bilbao.

De nuevo en la capital de Jalisco, se le destinó como vicario de la parroquia de Zacoalco, donde permaneció hasta septiembre de 1933, fecha en la que pasó con el mismo título a la del Dulce Nombre de Jesús, en Guadalajara, y poco después a su nativa de Amatlán de Cañas, de la que pasó, mentalmente exhausto y en calidad de convaleciente, a Cuautla, Morelos. Recuperado, se le destinó a la capellanía del Perpetuo Socorro en la parroquia de Mexicaltzingo, donde permaneció hasta el 30 de noviembre de 1934, cuando se le hizo auxiliar del templo de Belén para la atención de los enfermos albergados en el Hospital Civil, actividad por ese tiempo prohibida, y no obstante ello satisfecha, como lo recuerda el Vicario General de la diócesis, don José Garibi Rivera, en una nota del 1º de agosto de 1935:

 

Quiero manifestarte confidencialmente mi beneplácito con que haces cuanto es posible por los enfermos del Hospital Civil, valiéndote de tu ingenio y de los medios que tu celo te sugiere para superar las dificultades que se presentan.

 

Consagrado a la humanidad doliente

 

Dejemos que el padre Bernal nos cuente cómo se ganó la voluntad de los encargados del Hospital hasta obtener de ellos que le permitieran asistir a los moribundos entre las 10 de la noche y las 5 de la mañana:

 

Por tres años [a partir de 1935] mi actuación fue como la del ladrón para poder auxiliar a los enfermos que pedían a gritos un sacramento, siendo delito penado por la dirección con el cese si algún empleado llamaba sacerdote, o con la cárcel si algún sacerdote se introducía furtivamente.

Una astuta maniobra inspirada por Dios me colocó en circunstancias favorables para desempeñar mi papel de capellán.

Para conquistar aquel ambiente adverso, establecí lo que hoy ya es tradición, una cena en mi casa a los nuevos practicantes que llegaban y una comida cuando dejaban el servicio, aprovechando esas circunstancias para hablarles de la caridad con los enfermos y de la ética profesional, crearles un ambiente de confianza procurando vivir cerca de ellos a veces halagando sus manías, otras tolerando sus groserías para apoderarme de su corazón; a esto agregaba la oración constante llamando en mi auxilio al alma de fray Antonio Alcalde. Abrí la caja de ahorros y prestamos a favor de los estudiantes de medicina y de los empleados del Hospital. Fundé el banco de sangre con magníficos resultados en bien de los pobres enfermos. Con la cooperación de la torera Conchita Cintrón, compre los rayos X. Todas estas actuaciones me criaron ambiente de confianza y simpatía.

Al crear el Gobierno de Estado el Patronato de Asistencia Social, el ambiente se despejo un poco más, haciendo que el Gobernador Gral. Marcelino García Barragán buscara nuevas formas para resolver el problema del Hospital, y a no dudarlo cooperé en el ánimo del general para la instalación de las religiosas en la administración y la atención a los enfermos, teniendo que poner en juego muchas veces toda mi autoridad, toda mi tempestad ante las tempestades levantadas por aquel personal inmoral e indomable que estaba siendo sustituido por las religiosas, teniendo que defenderlas ante la furia de las chusmas, ante los ataques de los médicos y practicantes, y la abnegación de aquellas humildes Josefinas y el tacto de aquellas prudentes superioras que ha habido la Madre Gaona, la Madre Lugo, la Madre Clarita y en la actualidad la Madre Carmen, hicieron frente a aquella borrascosa situación (y como Señor San José las protege a lo descarado, pudieron tenerse días más tranquilos).

Con la presencia de las religiosas se imponía la necesidad de un Oratorio para ellas, pues nunca podrá existir un verdadero sacerdote sin altar ni una verdadera religiosa sin Eucaristía. Esto hizo que el templo de Belén, clausurado por catorce años, convertido en bodega de inmundicias y semidestruido o, como se decía entonces, la catedral del FESO, volviera a ocuparse como oratorio de las religiosas; se imponía también la necesidad de un departamento con clausura para que las religiosas pudieran vivir su vida íntima; fue entonces cuando pedí el traslado de la policlínica instalada en el curato que fuera del templo de Belén a las piezas que ocupaban las religiosas; de mi peculio reconstruí dicha casa y el templo de Belén con un costo aproximado de 19.000, pues estaba casi totalmente destruido.

Al entrar de lleno las religiosas Josefinas en el hospital las condiciones mejoraron en términos absolutos, pues con el subsidio que el gobierno da a dicho establecimiento antes había tres o cuatrocientos enfermos y en la actualidad llegan a 950, sin que se tengan nuevas aportaciones, teniendo la satisfacción las religiosas de haber pagado una deuda de 95 000 pesos que fue la pesadilla de las pasadas administraciones.

 

Su obra imperecedera

 

Aun cuando fue nombrado capellán de San Sebastián de Analco, el padre Bernal no dejó de atender el Hospital Civil, auxiliando incluso materialmente a los enfermos y hasta recetándolos, en vista de lo cual el arzobispo Garibi lo hizo capellán del hospital.

El padre Bernal fue un orador elocuente sin ser rebuscado, hábil para captar la benevolencia de su auditorio, que no se cansaba de escucharlo. Dicen que su palabra era de fuego y muchos solicitaban sus servicios como predicador.

Sin embargo, la obra que ha sobrevivido a su autor y por la que aún se le recuerda como el Apóstol de los leprosos, fue, como ya dijimos, por haber asumido la atención de un pabellón donde fueron aislados los enfermos de lepra o de tuberculosis que pedían una cama en el Hospital, habilitando para ello una galería del cementerio de Santa Paula, al norte de la manzana donde se sitúa el hospital. Con el apoyo del director del nosocomio, el doctor Francisco Briseño, pudo el padre Bernal abrir, en 1942, las puertas al leprosario, no sin antes vencer el escozor de los responsables de la salud pública.

A la vuelta de no muchos años, en 1955, el padre Bernal compró en 80 mil pesos a don José Aguilar Figueroa el rancho de Las Mercedes, en la ladera sur del cerro del Gachupín, en Santa María Tequepexpan, del municipio de Tlaquepaque, donde comenzó a edificar su Granja de Recuperación para Inválidos, destinada a enfermos de lepra y tuberculosis. El proyecto fue posible gracias a fundaciones tales como el Club del Padre Bernal de Los Ángeles, California. 

En 1962, cuando ya la enfermedad que lo llevaría a la tumba menguaba su capacidad, informa al Arzobispo que el número de enfermos atendidos en ese lugar era de trescientos. Este año tuvo lugar la permuta del predio señalado por otro, ubicado en el plan del mismo cerro, y también le fue asignado un asistente, el joven presbítero David Orozco Loera, quien tomará de él la estafeta del leprosario.

Los últimos cuatro años de la vida del padre Bernal fueron muy penosos, pues perdió gradualmente la salud hasta quedar casi sin movimiento; la diabetes le quitó la vista y vivió en la extrema pobreza sus días postreros. Murió en Guadalajara el 23 de marzo de 1966. El 28 de diciembre de ese año el lazareto se mudó a su sede actual, y fue bautizado en memoria suya como Estancia Padre Bernal.



[1] Originalmente se publicó este artículo en la Gaceta Municipal de Guadalajara del 3 de mayo del 2013, pp. 7-10.



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