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Semblanza de J. Jesús Gómez Fregoso, sj

Guillermo Alejandro Gatt Corona[1]

 

El texto que sigue se leyó en el homenaje que el Ayuntamiento de Guadalajara rindió,

el viernes 22 de junio del 2018, al religioso jesuita del que aquí se habla[2]

 

En esta época de violencia, incertidumbre e impunidad, uno podría pensar que realizar una ceremonia de reconocimiento a una trayectoria personal es estéril. Nada más alejado de la verdad. Es hoy, cuando las cosas deben cambiar, que debemos tener presente hacia dónde hemos de transitar como una sociedad ansiosa de justicia, desarrollo, concordia, tolerancia y paz.

Una comunidad sólo puede ser exitosa (y claramente no me refiero nada más a lo económico) ahí donde se busca el bien común, y éste solo puede darse en un ambiente donde cada quien reconoce la profunda dignidad del otro: de ese otro con el que podemos disentir y dialogar.

Hoy rendimos un sentido homenaje al Padre Gómez Fregoso, de la Compañía de Jesús, quien se ha distinguido como historiador, traductor, paleógrafo, profesor de preparatoria y en la Universidad, políglota y por ser un humanista en la extensión de la palabra; es decir, aquel que cultiva los clásicos grecolatinos para aprender de ellos la elegancia del estilo y la sabiduría antigua en lo que tiene de racional y humano. En Gómez Fregoso encontramos los tres aspectos característicos del humanista: docta religio, amor sapientiae y latinitas.

Desde que estudié Derecho en el iteso, hace casi 30 años, Chuchín ha estado presente en los momentos más importantes de mi vida. Comenzó siendo un Maestro admirable (así, con mayúscula, como los definía Xavier Scheifler) para convertirse en un entrañable amigo.

Fue en el Ingenio del Rincón, en Zapotiltic, donde nació el 1º de junio de 1933 (apenas unos años después de terminada la guerra Cristera, pero con el ambiente político lleno de fervor) José de Jesús Gómez Fregoso, hoy mucho mejor conocido por el cariñoso apelativo de Padre Chuchín, hijo de Manuel Gómez y Francisca Fregoso, quienes se habían casado a escondidas en la capilla de San Nicolás de Bari de la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar en 1926.

Todos los conocemos como es hoy: simpático, culto, consejero, amiguero y platicador, aunque a veces se le traban un poco las palabras. Se define a sí mismo como “un anciano feliz”, y nos consta que es alguien que ha sabido vivir plenamente su vida en todos sus tiempos, reconociendo la realidad. Todos los días oficia su Misa con enorme gusto, y después, como los jóvenes de La sociedad de los poetas muertos, se lanza a la aventura del día con el carpe diem en la actitud. No obstante, la vida no siempre fue fácil.

De pequeño supo lo que era la vida de familia, el amor al estudio, los abusos (como aquella vez que los soldados sacaron de su casa la mesa del comedor para un mítin político), ser secuestrado siendo bebé y también la vida en pobreza. Tal vez eso le forjó el carácter recio, pero siempre generoso, que lo caracteriza.

El muy querido Maestro Juan Real Ledezma, en su reseña sobre Chuchín, retoma lo que él mismo ha dicho sobre su niñez:

 

Crecí feliz en el campo. Como eran años cercanos a la Guerra Cristera, mi papá, por dignidad, no aceptó que asistiera a la escuela [de gobierno] del rancho, aunque las maestras eran amigas de mi papá, y por un año fui alumno único de la señorita Rómula... luego llegó la señorita Victoria, después la señorita María de la Luz Ibarra [...] eso duraría unos dos años.

 

También recuerda sus estudios en el Colegio Unión (que en aquel momento era la primaria del Instituto de Ciencias):

 

Era un colegio maravilloso: las mejores clases eran las de historia y las de religión; aunque nunca se habló de pedagogía ignaciana y de otras maravillas que ahora escucho; pero todos los profesores de la primaria, incluidos el director y el padre espiritual, eran jesuitas que inculcaron –igual que en mi casa– el amor a México y a la Iglesia católica. La biblioteca era magnífica y cada semana me llevaba a mi casa una vida de santos y otros dos libros: me encantaba leer, y gocé mucho a Julio Verne y Salgari.

 

Después de estudiar en la Escuela Apostólica de San José y en el Instituto de Bachilleratos en la ciudad de México, ingresó a la Compañía de Jesús en 1949, inspirado por las biografías de san Francisco Javier y por Miguel Agustín Pro (beatificado apenas en 1988). Se matriculó en la licenciatura en Letras Clásicas y adquirió ahí la pasión por los clásicos, la lectura de Platón, Homero, Cicerón, Tucídides, pero también de Pérez Galdós, Valle Inclán y otros en castellano.

Chuchín es un estudioso por naturaleza; tal vez por eso todavía hoy, cuando lo visitamos en Villa María, el trabajo más arduo para comenzar una charla histórica, política, de sociología, literatura, para confesarse o pedir consejo, sea liberar una silla de las docenas de volúmenes que como amigos noctámbulos lo acompañan en sus correrías. Tal vez sea por eso que es probable que lo veamos los domingos deambulando, después de sus Misas en Nuestra Señora del Sagrario y en la Trinidad, en el tianguis de la Avenida México, negociando el precio de unos vales de tienda de raya o una vieja edición de algún texto de Gómez Robledo.

No sólo estudió los idiomas clásicos, sino que continuó con francés, inglés y alemán, porque su sueño era irse a misiones al Japón con el padre Arrupe. Desde 1958 comenzó su magisterio en Puente Grande, Jalisco, para ser trasladado un año más tarde al Instituto Regional de Chihuahua, donde enseñó Historia de México y Español. No es extraño todavía visitar “Shihuahua” y que alguien le pregunte a uno: “¿No conoces allá en Guadalajara al Padre Frijolito?” Allá, aquello de Chuchín nomás no pegó; era y sigue siendo en el norte, el “Padre Frijolito”, algo así como la versión mexicana de Cicerón.

Estudió Teología a partir de 1962 en el Colegio Máximo de Cristo Rey en San Ángel, y de manera paralela, en la Universidad Iberoamericana, la licenciatura en Historia. Más tarde, becado por la Embajada de Francia, estudió en la Sorbona, donde coincidió con muchos amigos, como el también jesuita Raúl Mora, quien fuera después Rector del iteso.

De París vino con su doctorado en Historia por la Académie de Paris Sorbonne con mención très bien, habiendo concluido su tesis sobre la obra del jesuita Juan María Salvatierra (entre los halagos, se llevó también un “votre aztéquisme m’agace”), pero también de la vieja Lutecia trajo consigo su profundo conocimiento y empatía por los jóvenes y sus reclamos. Ésa es la riqueza de haber vivido la revolución estudiantil del 68 en París, donde no todo era pasear por el Boulevard de l’Operá entre sonrientes damas y oficiar Misa en la capilla de Montmartre, ahí donde Ignacio, Francisco Javier, Pedro Fabro, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Nicolás de Bobadilla y Simao Rodrigues juraron en 1534 fundar la Compañía de Jesús. Juan Real recoge nuevamente lo que le ha dicho Chuchín:

 

La revolución estudiantil de 1968 me marcó: conviví con los del Comité de Agitación de la Sorbona, me persuadí de que tenía que hacer un gran esfuerzo para entender al mundo joven o me condenaba a permanecer fuera del mundo. Los chavos estaban contra todo lo ordenado y bueno: contra lo religioso, la idea de patria, los buenos modales, los valores occidentales, contra todo lo establecido. Los jesuitas mexicanos de la izquierda, los profetas, como los llamábamos los de “extrema derecha” a ellos, estaban también, según yo, contra la Iglesia jerárquica, contra lo que la Compañía de Jesús ordenaba. Fueron experiencias muy desgarradoras, pero fundamentales para mí, que nunca dudé en seguir siendo jesuita.

 

Chuchín es un maestro extraordinario. Lo ha sido en muchos niveles, desde sus días de maestrillo en Chihuahua, sus clases en Puente Grande, en el ITESO y en la Universidad de Guadalajara, desde 1974 en la Preparatoria número 2 y en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, donde hoy continúa impartiendo la cátedra sobre Historiadores Griegos y Latinos.

De 1981 a 1986 residió en Roma para desempeñarse como investigador del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús. Ahí coordinó la edición española del Diccionario histórico de la Compañía de Jesús y participó como profesor huésped en la Universidad Gregoriana, donde fungió varias veces como sinodal.

Dije que es un maestro extraordinario porque despierta en el alumno el gusto por la historia y los clásicos, y la inquietud de continuar por esa vía aún muchos años después de haber dejado el aula. En sus clases y en la vida cotidiana es un apasionado jalisciense, que defiende con orgullo la historia y las tradiciones de nuestro estado y de Guadalajara en particular.

El iteso, donde es Profesor Numerario, tuvo el gusto de tener a Chuchín desde 1970 en distintos intervalos. En el iteso fue Superior de los Jesuitas en la Universidad por algún tiempo, director del Departamento de Problemática Universitaria, bibliotecario y profesor en las carreras de Relaciones Industriales, Psicología y Derecho. El propio iteso ha publicado de él una colección de ensayos con el título La Historia según Chuchín (2003) y La fundación del iteso: una versión (2011).

Enumerar sus obras y textos resulta imposible en el tiempo que tenemos para presentarlo. Lo que resulta claro es que para ser sacerdote, historiador y académico, futbolero, buen comedor, conocedor del buen whiskey, es un auténtico adicto al trabajo, hasta en estos momentos en que busca dar las pinceladas finales al texto que, con un equipo de investigadores amigos suyos redacta sobre Atenguillo, pueblo muy conocido por quienes van en desde el cerro del Obispo hasta Talpa de Allende.

Baste decir que ha participado en un número inusitado de organizaciones, concursos literarios y académicos e instituciones privadas y gubernamentales en distintos foros alrededor del mundo. Escribió durante más de veinte años una columna semanal en los periódicos Siglo 21, Público y Milenio, además de colaboraciones en El Informador y muchos otros rotativos y revistas. Ha escrito guiones para audiovisuales, dirigido tesis de todos los grados y ha escrito de manera prolija libros y artículos especializados y de divulgación. Y sigue escribiendo...

Agradezco mucho la distinción de poder presentar a ustedes a nuestro homenajeado por varios motivos, pero sobre todo porque resulta sumamente gratificante que se reconozca a quienes a través de los años no sólo han destacado por su enorme cultura, desarrollo profesional y capacidad, sino por ser ejemplos congruentes de vida.

Como se advierte claramente, presentar a Chuchín resulta complejo porque habría que abordar las muy distintas facetas de su personalidad y su biografía; pero al mismo tiempo muy sencillo, porque tiene la virtud humana que consolida las demás: ha sido feliz e irradia felicidad a los que lo rodean, sabiendo dialogar y construir consensos.

Cuando visitó el iteso en 2010 el entonces General de la Compañía de Jesús, Reverendo Padre Adolfo Nicolás Pachón, señalaba que el reto “debe ser el de construir los puentes que sean necesarios para solventar las graves crisis que aquejan a las sociedades contemporáneas”. Chuchín es justamente eso, alguien “que cotidianamente sabe tender puentes”. Como prueba, el número impactante de amigos y amigas, que con las divertidas designaciones de “nietas”, “sobrinas” y otros parecidos ha hecho. Baste ver la concurrencia hoy reunida, donde Chuchín ha sabido forjar amistades entre personas de los más variados ambientes e idiosincrasias; donde coinciden la apertura, el diálogo y la disposición a enfrentar la vida con optimismo. De todas las cosas que Chuchín hace ad maiorem Dei gloriam, la que más importa es enseñarnos en el andar cotidiano de la vida, a ser felices y a buscar formar siempre una comunidad más amable, de diálogo, tolerancia y paz.

 



[1] Doctor en Derecho, catedrático del iteso y de la Universidad Panamericana, coautor del libro Ley y religión en México: Un enfoque histórico-jurídico.

[2] Este Boletín agradece al autor de este texto su inmediata disposición para que su discurso se publicara en estas páginas.



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