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Descanso en el panteón de Mezquitán

Homenaje a Adalberto Navarro Sánchez

Fernando Carlos Vevia Romero[1]

 

Oriundo de Lagos de Moreno, Jalisco, donde nació el 23 de abril de 1918 del matrimonio formado por Felipe Navarro y María Sánchez, Adalberto Navarro Sánchez quedó huérfano de padre antes de nacer, reemplazando la figura paterna su tío, el presbítero Cecilio Sánchez, quien lo inició en el cultivo de las letras e influyó para que cursara el bachillerato en el Seminario Conciliar de Guadalajara, institución que subsistía en la clandestinidad porque los gobiernos civiles de entonces la prohibían, y donde coincidió con el jalisciense que más lejos ha llevado en la literatura el nombre de su patria chica, Juan Rulfo. El texto que sigue contextualiza la vida y obra de uno de los hijos del plantel levítico tapatío que más ha hecho por las bellas letras en Jalisco.[2]

 

Adalberto Navarro Sánchez, en un breve discurso pronunciado en la Facultad de Letras de la Universidad de Guadalajara el 18 de marzo de 1985, dijo a sus jóvenes oyentes: “Ustedes… exaltan con este homenaje mi vocación al ejercicio de la Palabra”.

Estimo que con esa frase se puede resumir lo que fue la vida profesional de don Adalberto, porque haciendo un brevísimo resumen de sus actividades nos encontramos con que fundó, dirigió y mantuvo revistas literarias como Índice, Navegación poética, Tiempo literario, Ámbito, Prisma, y a partir de 1950 Et caetera.

Apoyó la publicación de libros que en ciertas épocas, como nos hace saber su hijo Adalberto Navarro Hidalgo, tenían una presentación en su librería El Periquillo. Fue codirector de la Biblioteca Jalisciense con 14 volúmenes y de otras colecciones igualmente importantes. La hemerografía que publicaron Ramiro Villaseñor y la Doctora Carmen Vidaurre deja constancia de sus colaboraciones en los periódicos. Todo ello, como vemos, fue un poderoso ejercicio de la Palabra, que él calificaba como su vocación en las palabras antes citadas. Con gran detalle de circunstancias y personalidades, la Doctora Guadalupe Mercado enumeró los logros del Maestro Navarro Sánchez en este campo, añadiendo comentarios breves pero muy densos y oportunos.

¿Qué ejercicio de la Palabra hay más complejo, continuo y enriquecedor que la docencia? En la Escuela Normal de Jalisco, en las universidades de Kansas y El Paso, en la Escuela Normal de Jalisco y sobre todo en la Universidad de Guadalajara, queda el testimonio de innumerables alumnos que asistieron a su clases, donde la Palabra abría esos mundos cerrados que son la personalidad de los grandes escritores: impulsaba a nuevos autores, instalaba la conciencia de las grandes personalidades de Jalisco en las almas de los oyentes.

Lo que hemos recordado hasta este momento ha sido ya comentado en diversas ocasiones por distintos autores. Quisiera el día de hoy hacer presentes algunos de mis recuerdos personales del Maestro. En primer lugar se encuentra, desde luego, el hecho de que vivo en Guadalajara desde hace más de 40 años debido a la invitación que recibí del Maestro Navarro para ejercer la docencia en la Universidad de Guadalajara. Hemos contado a algunos de los aquí presentes estas circunstancias, pero hay que repetirlas, porque ellas explican mi especial vinculación con don Alberto. Mi esposa, Maestra en Letras de la Universidad de Guadalajara y alumna del Maestro, había regresado desde Alemania, donde residíamos los dos, para visitar a su familia. Encontró al Maestro Navarro y le hizo un recuento de sus actividades en Alemania, entre ellas el hecho de haberse casado con un profesor de Literatura Española. Siguieron la plática y llegaron a la librería San Pablo, que se encuentra en los portales de la Rotonda de los Hombres Ilustres. Entraron para hojear las novedades colocadas hábilmente en una mesa cercana a la entrada, y allí se encontraba uno de los primeros libros que un servidor había traducido del alemán al español. El Maestro Navarro tomó el libro en sus manos, lo hojeó e hizo el comentario: “Me gustaría que su esposo viniera para colaborar en la Maestría en Letras”, que ya llevaba un trimestre de fundada. Ese comentario se transformó en una serie de trámites que culminaron con mi llegada a la Perla Tapatía. Siempre fui fiel al maestro y sentí mucho orgullo el día que escuché esta crítica por parte de un colega: “Es que tú eres muy navarrista”. Así es. Y lo sigo siendo, con todo mi agradecimiento para su persona.

Le acompañé en repetidas ocasiones a su imprenta, y en una de esas ocasiones fue a parar la conversación a los Contemporáneos. Me habló de su estancia, cuando era muy joven, en la ciudad de México, para conocer de cerca a ese grupo. Saqué la impresión de que no estaba muy de acuerdo con sus postulados, y es lógico si pensamos en la importancia que tuvieron la vida y la literatura de provincias para el Maestro, cosa que no compartían los Contemporáneos.

Solíamos detenernos, los sábados por la mañana, en la Pastelería Francesa de la calle de López Cotilla (estoy hablando del final de los años setenta). Uno de esos sábados me mencionó calurosamente el afecto que sentía por Thomas Merton, el poeta estadounidense que había sido muy importante en la orientación de la madurez del Maestro Navarro.

A pesar de ser paladín de los valores tradicionales de la Provincia, conocía y seguía la literatura de otros países. En bastantes ocasiones me dijo: “Tiene usted que hacer una buena traducción de Hölderlin”.

Otros recuerdos que vuelven una y otra vez son los concernientes a los apoyos económicos que en varias ocasiones proporcionó a algunos alumnos para que pudieran cursar la Maestría en Letras. Como es natural, yo ponía cara de que no me estaba enterando.

Luchó incansablemente para sacar adelante la Maestría en Letras, que tropezaba constantemente con todo tipo de obstáculos que acompañan a las nuevas fundaciones. De mí sé decir que me hubiera retirado del combate si hubiera estado en su lugar.

Advierto, al hacer recuento de mis recuerdos, que no me hablaba nunca de su obra literaria. Gracias a filtraciones de los alumnos pude saber que tenía una producción poética constante, como luego descubrí en el volumen publicado con motivo de sus cincuenta años de poeta: 1934-1984.

Muy importante fue la relación del poeta con su provincia, como puso de manifiesto el Profesor Adalberto precisamente durante la presentación de ese libro, Reunión de poemas, 1934-1984. Dijo allí: “Ahora quisiera decirles algo acerca de la relación del poeta con su provincia”.

La provincia es para él silencio total. Penetrar en ese silencio supone haber recorrido previamente un camino de integración con la realidad del absoluto. François Mauriac señaló en un ensayo acerca de la interacción de la provincia y poesía cómo el creador alcanzaba un idioma que constituía la mayor prueba “de un algo grande”, de una realidad manifestada en formas de eternidad. “Y yo propongo a ustedes seguía diciendo el Maestro Navarro la otra realidad en que el punto de identificación con la provincia fundamenta sus raíces en el arraigo de la tierra, toma la conciencia del solar nativo, logrando así la universalidad persistentemente anhelada”.

Es decir: el amor a su provincia, en este escritor, no era como uno de esos recuerdos que ocupan un lugar en la biblioteca de un autor, al que contempla de vez en cuando con añoranza y cariño, sino era una realidad investigada por él mismo “persistentemente”, con raíces cada vez más profundas en su personalidad.

Por cierto, en ese mismo discurso que acompañó la presentación de su Reunión de poemas aparece de nuevo la definición que años antes había hecho de su trabajo. Dice en el discurso: “este homenaje no merecido por mi ejercicio de la palabra”. Ejercicio de la palabra, pues, como definición de su quehacer diario. Ese quehacer lo unía a esa especie de obligación que recae sobre el escritor de cooperar al mejoramiento social de su propio pueblo.

La cita que voy a leer a continuación está tomada de un ensayo del Maestro titulado “La permanente gracia del libro”. Dice así:

 

Tratemos nosotros de situar, en el contexto de la creación universal, la mínima aportación de nuestra obra, de nuestro grupo social, de nuestro pueblo. A través del libro tratamos de realizar una cultura, de desarrollarla en las condiciones individuales; de que su sentido se cumpla en la experiencia personal. Pretendemos cumplir la porción de la obra que nos ha sido confiada; así, el poeta se realiza en su canto; el narrador en el cuento y en la novela, etc. En la suma de todas esas obras se expresa el sentido vital. En el verdadero libro, cada una de sus páginas ordena nuestra existencia.

 

No podría terminar este breve recuerdo del Maestro Navarro Sánchez sin aludir a dos textos muy importantes. Uno recoge las palabras que pronunció en el acto en que se conmemoraban los primeros 25 años de la fundación de la revista Et caetera. Cito:

 

En las palabras iniciales del primer número se advertía: “la publicación de esta revista implica un acto de servicio”. Sentíamos una urgencia para realizar un compromiso en lanzar a los cuatro vientos nuestras íntimas, trascendentes valoraciones en el orden de la cultura, manifiestas en las infinitas posibilidades de la creación.

Hombres de amplísimos conocimientos, jóvenes de inquietudes fecundas, anhelantes de imprescindible renuevo, más conscientes de una tradición nos habían precedido en la publicación de revistas y gacetas: [menciono algunas: Arte y artistas, Bandera de provincias, Índice…] Y algunos nombres, no ajenos al compromiso de modelarnos directa o indirectamente: Agustín Yáñez, Alfonso Gutiérrez Hermosillo, Emmanuel Palacios, Efraín González Luna, José Cornejo Franco... Ellos dejaron en nosotros amplitud de miras, responsabilidad en el quehacer, anhelo de perfección... Así fue concebida la revista...

 

Hasta aquí la cita del primer testimonio. Pudiera parecer que esas palabras forman parte de un protocolo social, que es lo que se dice en esas ocasiones… Pero no es así. Basta con asistir a algunos de esos actos para advertir que las manifestaciones allí leídas están repletas de incongruencias y autoelogios. El servicio al público, que debe ser propio de todo intelectual, muchas veces es olvidado o desconocido. Por eso he insistido en estos testimonios de la personalidad del Maestro Navarro.

El segundo ejemplo es un sorprendente texto sobre Ionesco. Es sorprendente porque se refiere al teatro y porque muestra Navarro Sánchez un conocimiento profundo del tema. Había llegado a Guadalajara, invitado por la Universidad, Eugène Ionesco, que entonces era una figura importante del teatro francés. Entre otras cosas igual de interesantes, el Maestro leyó lo siguiente:

 

Ese público burgués, ese público que aún desgraciadamente subsiste, está acostumbrado por el teatro realista a recoger, junto con la emoción y el placer estético, la significación lógica; a caminar por el mundo de los conceptos. Ese público está obsesionado por una sola palabra: entender.

 

Este texto es uno de los que definen a una personalidad, por la finura del análisis, la claridad de la expresión y el valor de la interpretación. Creo que es excelente para despedirnos por ahora de este homenaje al maestro Adalberto Navarro Sánchez.

 

Guadalajara, Jalisco, 29 de mayo del 2015

 



[1] Maestro  Emérito  de  la  Universidad  de  Guadalajara,  licenciado  en  Filosofía  por  la  Universidad  Comillas,  licenciado  en  Filosofía  y  Letras  por  la  Universidad  Complutense  de  Madrid,  doctor  en  Filosofía  por  la  Universidad  de  Comillas,  después  de  cuatro  años  de  posgrado  en  la  Universidad  de  Deusto  en  las  mismas  disciplinas.  Profesor,  investigador y  traductor.

[2] Este Boletín reconoce la disposición total del autor de este texto, que permanecía inédito, para su publicación en estas páginas.



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