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Mensaje del Santo Padre Francisco en ocasión de la XXI solemne sesión pública de las Academias Pontificias

En el Mensaje que sigue, dirigido al Presidente del Pontificio Consejo de Cultura y del Consejo de Coordinación entre Academias Pontificias, Cardenal Gianfranco Ravasi, el 6 de diciembre del 2016, el Papa recuerda que la belleza que nunca ha de faltar en los proyectos urbanísticos

Con vivo agradecimiento me dirijo a usted, Señor Cardenal, en ocasión de la XXI Solemne Sesión Pública de las Academias Pontificias, y extiendo mi cordial saludo a los Cardenales y a los Obispos, a los Embajadores, a los Académicos y a los amigos que participan en el acto, con el deseo de que éste pueda representar para los premiados un estímulo para la investigación y la profundización de temas fundamentales para la visión humanística cristiana, y, para todos los participantes, un momento de amistad y de enriquecimiento cultural e interior.

Me alegro, pues, y felicito a los miembros da la Pontificia Insigne Academia de Bellas Artes y Letras “dei Virutosi al Panteheon”, la más antigua institución académica, que surgió en 1542; al Profesor Vitaliano Tiberia, a quien agradezco por el largo y meritorio servicio desarrollado como Presidente, al Profesor Pio Baldi, nuevo Presidente, por haber organizado este año la manifestación, que propone un tema realmente sugerente e interesante: Chispas de belleza para un rostro humano de las ciudades. Los símbolos y las imágenes presentes en el título evocan dos posibles referencias.

La primera es el discurso que mi antecesor, Benedicto XVI, dirigió a los artistas reunidos en la Capilla Sixtina en noviembre de 2009. Retomo un fragmento significativo:

el momento actual está marcado no sólo por fenómenos negativos en el ámbito social y económico, sino también por un debilitamiento de la esperanza, por cierta desconfianza en las reacciones humanas, por las cuales crecen los signos de resignación, de agresividad, de desesperación... ¿Qué puede volver a dar entusiasmo y confianza?, ¿qué más puede estimular el ánimo humano a reencontrar el camino, a levantar la mirada hacia el horizonte, a soñar una vida digna de su vocación, si no la belleza?

Invitaba, pues, a los artistas a comprometerse para hacer cada vez más humanos los lugares de la convivencia social:

Ustedes saben bien –decía– que la experiencia de lo bello, de lo bello auténtico, no efímero ni superficial, no es algo accesorio o secundario en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque dicha experiencia no aleja de la realidad, sino que, por el contrario, lleva a un enfrentamiento directo con la experiencia cotidiana para liberarla de la obscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella.

La segunda referencia nos remite a la actualidad, a los proyectos de recuperación y de renacimiento de las periferias de las metrópolis, de las grandes ciudades, elaborados por numerosos arquitectos expertos, que proponen, precisamente, “chispas” de belleza, es decir, pequeñas intervenciones de carácter urbanístico, arquitectónico y artístico a través de las cuales buscar, incluso en los contextos más degradados y afeados, un sentido de belleza, de dignidad, de decoro humano antes que urbano. Va ganando espacio la convicción de que también en las periferias hay huellas de belleza, de humanidad verdadera, que hay que saber reconocer y valorizar al máximo, que hay que sostener y estimular, desarrollar y difundir.

Un escritor italiano, Italo Calvino, afirmaba que “las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos”. Quizá muchas ciudades de nuestro tiempo, con sus suburbios desoladores, han dejado mucho más espacio a los miedos que a los deseos y a los sueños más bonitos de la gente, sobre todo de los más jóvenes. En la encíclica Laudato si’ he subrayado precisamente que «no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación estética y la preservación de un ambiente sano», afirmando que prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso (n. 215)

Por ejemplo, es necesario que los edificios sagrados, empezando por las nuevas iglesias parroquiales, sobre todo las que están ubicadas en contextos periféricos y degradados, se propongan, incluso en su sencillez y esencialidad, como oasis de belleza, de paz, de acogida, favoreciendo de veras el encuentro con Dios y la comunión con los hermanos y las hermanas, y se conviertan así en punto de referencia para el crecimiento integral de todos los habitantes, para un desarrollo armonioso y solidario de las comunidades.
Cuidar a las personas, comenzando por los más pequeños e indefensos, y sus relaciones cotidianas, significa necesariamente cuidar también el ambiente en el que viven. Pequeños gestos, acciones sencillas, pequeñas chispas de belleza y de caridad pueden curar, “remendar” un tejido humano, además de urbanístico y ambiental, con frecuencia desgarrado y dividido, representando un alternativa concreta a la indiferencia y al cinismo.

Surge así la tarea importante y necesaria de los artistas, especialmente de todos aquellos que son creyentes y se dejan iluminar por la belleza del Evangelio de Cristo: crear obras de arte que lleven, precisamente a través del lenguaje de la belleza, una marca, una chispa de esperanza y de confianza ahí donde la gente parece rendirse a la indiferencia y a la fealdad. Arquitectos y pintores, escultores y músicos, cineastas y literatos, fotógrafos y poetas, artistas de todas las disciplinas, están llamados a hacer brillar la belleza sobre todo donde la obscuridad o la grisura domina la cotidianidad; son guardianes de la belleza, anunciantes y testigos de esperanza para la humanidad, como han repetido en varias ocasiones mis predecesores. Los invito, por tanto, a cuidar la belleza, y la belleza curará tantas heridas que marcan el corazón y el ánimo de los hombres y de las mujeres de nuestros días.

Con la intención de alentar y sostener especialmente a los jóvenes que en el ámbito de las distintas artes se empeñan en ofrecer una seria y válida contribución al humanismo cristiano, tengo el gusto de entregar el Premio de las Pontificias Academias, ex aequo, a la doctora Chiara Bertoglio, por su investigación en campo musicológico y literario y por su actividad de concertista; al doctor Claudio Cianfaglioni, por su investigación poética y el estudio de algunas singificativas figuras poéticas y literarias de nuestro tiempo, entre la cuales está el Padre David Maria Turoldo, de cuyo nacimiento recordamos el centenario.

Además, como signo de estímulo para la investigación artística en dos distintos y complementarios ámbitos musicales, me alegra conferir la Medalla del Pontificado al doctor Michele Vannelli, Maestro de Capilla de la Basilica de San Petronio en Bolonia, y al señor Francesco Lorenzi, compositor y músico, fundador del grupo musical The Sun.

Finalmente, deseo a usted, señor Cardenal, a los Académicos y a todos los presentes un compromiso fructífero en sus respectivos campos de estudio y de trabajo; los encomiendo a la Virgen María, la Tota Pulchra, verdadera chispa de belleza de Dios, que con su materna protección alumbra nuestro camino cotidiano, mientras les pido por favor un recuerdo en la oración e imparto de corazón la Bendición Apostólica.



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