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Memorias de un misionero en la Baja California. 1918

Leopoldo Gálvez Díaz1

 

En el marco del tercer centenario de la muerte del Apóstol de las Californias, el jesuita Juan María Salvatierra (1648-1717), acaecida en Guadalajara, y tomando en consideración los muchos vínculos que unen la Iglesia de este nombre con la evangelización de la Baja California, se dan a la luz las memorias de un clérigo tapatío que hace un siglo, al calor del nombramiento que como Administrador Apostólico de la Prefectura de la Baja California recibió el Arzobispo de Guadalajara, don Francisco Orozco y Jiménez, formó parte de una expedición misionera a esa zona.

 

Nota aclaratoria

 

En 1840, para atender espiritualmente de los moradores de la Alta y Baja California, el Papa Gregorio xvi erigió el Vicariato Apostólico de las Californias, con sede en San Diego, segregando su territorio de la diócesis de Sonora. Su primer obispo fue fray Francisco García Diego y Moreno, OFMobs, que la gobernó hasta el año de su muerte, 1846, fecha en la que, en el marco del conflicto que terminó con el despojo consumado por los Estados Unidos del territorio nacional, la Baja California mexicana quedó bajo la jurisdicción de la única arquidiócesis del país, la de México. En 1855 se creó el Vicariato Apostólico de la Baja California, encabezado por el obispo Juan Francisco Escalante y Moreno (1792-1872), que fijó su sede en La Paz, apoyado apenas por seis frailes dominicos, que fueron expulsados de ese territorio en 1859, al tiempo de la supresión de las órdenes religiosas en el país. En 1873 fue electo para sucederle el tapatío fray Ramón María Moreno y Castañeda, que apenas pudo residir en su sede. En 1882 el Vicariato se incorporó de nuevo al obispado de Sonora y en 1895 la Santa Sede confió su atención pastoral al Seminario Misionero Romano, que valiéndose de misioneros italianos, que residieron allí hasta 1917, cuando las leyes mexicanas prohibieron la presencia de religiosos extranjeros. El 26 de julio de ese año la Santa Sede nombró Administrador Apostólico de la Baja California al arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. A instancias suyas se organizó, en noviembre de 1918, un equipo misionero encabezado por el párroco de Tepatitlán, don Agapito Ramírez González (1861-1930). En 1921 la Santa Sede nombró Vicario Apostólico al obispo jalisciense Silvino Ramírez y Cueva (1866-1922), a quien sucederá, en calidad de administrador del Vicariato, su sobrino, el presbítero Alejandro Ramírez, hasta 1939. Después de esa fecha, el título lo tendrá el Secretario Canciller de la Arquidiócesis tapatía, don Narciso Aviña Ruiz, y luego el misionero del Espíritu Santo Felipe Torres. En 1948 la Santa Sede confió la Baja California a los misioneros combonianos. En 1957 se creó la Prefectura Apostólica de La Paz en la Baja California Sur. En 1976 el Vicariato Apostólico de La Paz y en 1988 la diócesis de ese nombre.

 

 

Arreglo novísimo

 

Cuando fui bachiller y apenas quería ser cura, es decir, cuando por las gestas gloriosas uno se acerca a las quijoterías de la raza española, supe yo de la Baja California. Por acá, algunos seminaristas nos moríamos de ganas por ser perútiles: o nos sentíamos apóstoles o padecíamos de celo por la salvación de los demás sufriendo precoces deseos de cosechar almas, máxime que ese año, 1917, las revoluciones habían espantado de su lugar a casi todo el clero dejando desiertas de sus benditos ayudantes a muchas iglesias.

Por el tiempo que evoco, existía la costumbre en el Seminario que mandarnos a la Catedral a desempeñar algún oficio en funciones de monaguillos. Debido a eso, los que allá íbamos recogíamos noticias de fuera: que dizque acá, que dizque allá, que fue en el África, que allá en el Asia. Y un día sonó que aquí mismo en México, en la Baja California, habían sido expulsados los padres extranjeros y faltaba clero en mengua de la influencia católica. Y uno, de aprendiz de padre en plena juventud. Caramba. Esto es oportuno saberse, remediarlo, componerlo, saborearlo ¿Luego para qué éramos novicios de cura?

 

-       A ver ¿qué se dijo por allí? ¿Qué hacen falta padres criollos? ¿Qué en México se despueblan las misiones? Eso es lastimoso caso. ¡Nomás eso nos faltaba! ¿Y luego nosotros, sus hombres ad hoc, nos quedaremos como si nada, cruzados de brazos?

-       A ver, a ver, esos que sueñan ser misioneros, los recientes padres, los jóvenes y saludables que quisieran ser apóstoles, oigan este pregón de olor católico. Tú, Gálvez; tú, Candelario; tú, Josefino, vengan acá.

 

Allí en la Catedral había empleados de parte. Un compañero, el padre Jesús Rivas, era en ese entonces el sacristán en pleno de esa dependencia y en una ocasión nos arengó, ferviente:

-       A ver, muchachos, no se vayan al punto, óiganme tantitito, pienso que esto es para ustedes. Yo lo creo así. ¡Ahora es cuando!

-       ¿Que que qué? Dínoslo más claro, a ver lo que hay. -Y nos hicimos rueda junto al padre Rivas, oyendo su mensaje.

-       Sí, hombre, sí. Que lo oigan todos y lo ponderen mucho, para su gobierno: se prepara ahora mismo, aquí en Guadalajara, una expedición misionera para la Baja California, y que hay mucho campo para los que gusten. -Y nos fuimos despacio, con aquello en la mente

-       ¿Oíste la noticia? Sí que la oí. Pero, en concreto, ¿qué será eso?

-       ¡Hombre! No te hagas. Es algo claro, referente a las misiones, ¿ves? Las misiones de México, más interesante, más nuestro, más debido, más querido, en fin.

 

En el Colegio se leían los Anales.2 En el Colegio se hablaba de las misiones. En nuestro seminario había almas generosas. A muchos de nosotros nos daban ganas de hacerle segunda al padre Chanel o al padre Damián,3 y soñábamos ahora con los cenizos de la Polinesia y con los pan-blanco de la China y los chocolate del África. Por algo entre nosotros se fomentaba el celo. Paño no hacía falta para sacar moldes.

-       A ver, fulanito. A ver, zutanito. Préstame atención. ¿No serías útil para un parche al calce?

-       Es capaz que sí.

-       Tómalo al momento. Y gusto que me da, para las misiones…

-       Baja California es aquí en América. Baja California forma parte de México. Digamos acá, en el solar de los hijos, en casa, con los prietitos indios. ¿Qué más decirles? ¿Qué más pedir? Esto es conocido, esto es barato, esto es aquí, con los más próximos; los merecidos y los debidos, de México, con México y por México. ¡Sin ladearse nadie! ¿Quién dijo miedo?

 

Esto fue de veras el notición del día, la ganga de más precio que nos caía en casa. Baja California, novia de visionarios, la consentida de los estudiantes de Guadalajara. La Baja California en el escaparate, de oportunidad mística para las almas. Y los seminaristas, muertos de gusto.

Por semanas y meses de ese año, el tema obligado en el Seminario fue ése, las misiones de la Baja California. Por algo Dios quería que el notición corriera libremente por el Colegio amado. Pero uno quería más explicaciones.

-       Si fueran tan amables los informantes.

-       Sí, sí, fue ayer apenitas: el gobierno de México, sus autoridades, su Constitución, dispusieron, disponen, establecen, mandan que en el territorio nacional no ejerzan el culto sino los sacerdotes de origen mexicano, y la Santa Iglesia, proveyendo sin duda esa necesidad, dispuso habilitar a nuestro Arzobispo como Administrador Apostólico del territorio de la Baja California ad tempus.

-       ¿Y qué más, qué más?

-       Más delegaciones, más disposiciones, más colaciones. En marcha.

 

Baja California de moda, en los negocios, en la vida civil, en la eclesiástica, en Roma. Baja California servida por padres mexicanos, por el clero de Jalisco, por seminaristas vecinos. ¡Qué primor! Y un ajo que traían con Baja California. Y unos jóvenes aprendices de místicos en plena madurez, a punto para el dulce. Eso fue lo bueno. Se hizo la cajeta.

 

Para Baja California

 

En 1918 se formó la expedición. Se arreglaron las cosas y se aproximó el viaje. Se puso de superior del grupo, como Vicario Apostólico, a un padre meritísimo, el señor Cura de Tepatitlán, bachiller don Agapito Ramírez, de la escuela leonesa del ilustrísimo señor José María de Jesús Díez de Sollano. Dos padres más, el señor presbítero don Pedro R. Rodríguez y don Silverio Hernández, de la Escuela Catequística de Los Altos. Yo simpatizaba con dichos trabajos y me sumaría a su esfuerzo. Yo quería servir de algo, quería ser algo. Puede que les fuera útil. Pero el señor Ramírez no es aún obispo, yo mismo no era todavía sacerdote…

Todas las grandes empresas así comenzaron, me dije. Es capaz que estos padres en son de apostolado se vean precisados a tener ayudantes. Serviré de monacillo, de acólito en funciones y no tan de pacota. De mal dóxico4 tal vez, algo de sacristán o catequista, ¿por qué no? El trajín religioso me entretendría y viviría. Uno en eso andaba. ¡Sí! Me voy con éstos. ¿Qué le busco más?

Yo, seminarista, veía todo eso con simpatía. Miraba todo lo que fuera movimiento social con amorosas ansias de prosperidad (dígase Misioneros del Espíritu Santo, Obreros Guadalupanos del Padre Correa, Catequistas Regulares de María), y vine a parar en esa cruzada de Los Altos, los dichos Misioneros de la Baja California, el señor Cura de Tepatitlán, Jalisco, don Agapito Ramírez. Yo dudaba: ¿será todo como lo pinta?, pero ese no es el padre don Basilio Gutiérrez.5 Sí, es verdad, pero viniendo de Tepatitlán, es garantía de que son lo que quiero, catequistas en pleno, lo que yo busco, mi vocación querida, el trabajo sagrado con mi pueblo amado, los mexicanos míos, ignorantes y pobres.

Aquí dizque todos cabemos. El aviso es providencial. El programa, igualmente. A los seminaristas enterados y dóciles ad jovendam pietatem, y cuando aquí llegaba en mis meditaciones, yo indagaba más con los superiores:

-       Bueno, señor Ramírez, ¿cuáles serán las condiciones del presente contrato? ¿Cabremos en el grupo los rancheros pobres?

-       ¡Qué sí, por Dios! Nomás hombrecitos de buena voluntad, sujetos, empero, de responsabilidad, gente sana y leída, como sois vosotros, que sepan rezar, que sepan amar, que trabajen y obedezcan, en rigor de verdad.

-       ¿Y qué más, señor Vicario, y qué más?

-       Sí, don Leopoldo, me agrada su interés. En todo compromiso es obligatorio indagar lo más posible los pros y los contras quæ ad rem pertient.

-       Óigame más. ¿Los rancheros en sancocho, como su servidor, le seremos útiles?

-       ¡Cómo que no! A ver, dígame, llevan de jefe un ranchero ¿qué se le hace?

 

Después, fui con mi madre, pobrecita, a ver qué sacaba de ella.

-       A ver, a ver madrecita, venga, ilústreme un poquito. Es algo que me interesa. Repítame su merced lo que alguna vez me dijo. Óigame como cuando me explicaba, así como lo lejos lejos, como lo caro caro, como lo chulo vivo, como lo inalcanzable, como lo raro raro, que causa soponcios. ¿Me comprendió?

-       Sí, m’hijo, cómo no. Por ahí, por ahí como cuando decimos las Altas Californias o las Bajas Californias.

-       Sí, mamacita, si bien que se acuerda.

 

Y seguí poniendo su alma en aquel tema

-       ¿Baja California, dices? Cosa vedada y lejana. Dicen que esa tierra se halla en los confines. Aquí me da miedo. “A California –decía tu padre– no va cualquiera”, ¿y tú con eso? Mira, Leopoldo, ya ni me digas. Cuando los unos salen con eso, no es buena seña para los otros. Tu tío Zenón, que tanto sabe, me ha dicho que el estudiantito ha de estar chiflas cuando me preguntas eso. Tú me perdones. Dizque tú misionero y en Baja California, ya no digamos. Puros delirios. Puros delirios de colegiales. ¡Válgame Dios!

-       ¿Conque sí, madrecita, lo que me dijo?

-       Sí, mi chulo. Lo dicho, dicho y como escritura. Demencias, demencias de gente volada. Que vayas o no vayas. Tú deja, deja.

 

Pero siguió dándome guerra la Baja California. Era para nosotros lo remoto, el suelo encantado, la tierra de nadie, país de leyenda, era lo aventurado, lo peligroso, allá lejísimos, después del mar, rosa dejada, cosa triste, del otro mundo, de negro presagio, por el occidente, donde se hace de noche, lo inaguantable, lo imponderable, el horno caliente que cantó don Hernán Cortés. Con razón en las escuelas no nos dicen nada de ella. Será algo insignificante, cosa sin valor alguno, tierra sin mucho interés, a la vez que ni merece propagar su geografía.

¿Por qué no la frecuentan los entusiastas? ¿Por qué no la visitan los presidentes? ¿Por qué no la codiciaban otros, como los piratas holandeses, los sabios alemanes y los ambiciosos ingleses? Me parecía todo esto algo contradictorio y misterioso.

Uno se pierde entre conveniencias e inconveniencias. Uno pesca dudas cuando busca perlas. Uno halla el vacío cuando cree hallar bellezas y buenas realidades. ¡Si será un paraíso encantado! ¡O si acaso sea aquello como un presidio! Y más y más crecía en las mentes su atrayente embrujo. Lo caro y lo raro era como el imán que nos atraía con su fuerza magnética allá entre el Mar Pacífico. Después del Mar de Cortés “una grandiosa península, que se mete sin tanteos en el Mar sin Quillas”. Debe ser algo heroico, terra heroica sin duda. Y como remate de tantos prejuicios y como conclusión de tantas razones, Baja California, país de misiones ¿quiénes lo sabíamos? Corrí a estampar mi firma.

-       ¿Qué dice, señor Ramírez? ¿Quedó algún rinconcito para su servidor?

-       Sí, don Leopoldo. Lo elegimos y sin condiciones, ¿qué le parece? Se va usted con nosotros tal día, a tales horas, en la estación. El viaje es por Colima, puerto de Manzanillo, si Dios nos da vida.

 

Pero ni el compromiso fue obstáculo al pendiente. Allá, in mente, siguió la guerra moral: Pero no seas simplón. Vas a mochar tu carrera. Te rezagarás sin duda en los pobres estudios profesionales… ¡No le hace! ¡Ya llegaré a poco! Y si sucumbimos en dicho empeño ¿A quién la culpa? Pero en ese caso, de catequista y por las misiones. Tal vez oculto interés. Eso del viaje gratuito. ¿Qué más responsabilidades? ¿Y si esto no es caridad? ¡A mí me lo pega las quijoterías de la raza española! Aquello que tan a tono sale con lo mexicano.

 

-       Desde luego, va a asombrarle el Mar Pacífico, inmenso y pesado, que por ironía le han puesto así. El mar por excelencia, sin fondo, sin orilla, infinito, que van luego a cruzar y que os llevará a La Paz. Fenómenos curiosos de sus tonalidades o su venteos de día y sus fosforescencias nocturnas, sus peces plateados y voladores, sus leones marinos y su concha nácar.

-       Conque sí, misioneritos, repasemos algo más. Misioneros especiales, no de esos corrientes que ahora nos pintan, con casco inglés y veliz, volando quizá en avión y bebiendo sodas a bordo. Javiercitos de pacota, pablitos o bernabés de los confines en son de conquistas cristianas; prietitos de guarache, cabecitas mexicanas ensayando el turismo. A tu tierra, grulla. Tal vez sientan balanceos temerosos y fieros oleajes. El mar es bello pero temible. Esa tierra californiana es algo de perfiles de embrujo. Es la isla del cuento con ribetes de brujas y leyendas de unos héroes misteriosos todavía, aunque digan conocerla. Algún arrojo tendrá esa península, a la vez que sin tanteos se mete tan lejos lejos en ese mar sin fondo. Por allí verán, si acaso, las Islas Marías, el gran Penal mexicano, con sus salinas y sus bosques de cascalote virgen. Pasarán junto al Cabo Corrientes, Bahía de Banderas, Puerto Vallarta y San Blas. Quién sabe si se detengan en Mazatlán.

 

En tiempos de aguas cruzamos la Sierra Madre Occidental y en julio nos embarcamos en Manzanillo. Para seguir dándole vueltas y revueltas al asunto. Ahora, si cabe, con más visos de atención, pues la quietud figurada de las horas de navegación como que nos disponía más a la meditación y a la seriedad de las resoluciones.

-       A ver, a ver, Tiripetío mío, dime ¿Qué buscáis? ¿A dónde vas? ¿Qué llevas? Dime tus proyectos.

-       Voy con los indios de Baja California.

-       ¿Cuáles indios? Yo no sé que haya ningún indio.

-       Sí, hombre, debe haberlos, debió haberlos. Luego, ¿para quiénes son los misioneros, para quiénes fueron?

-       Las relaciones e historia dicen que sus habitantes primitivos se llamaron guaycuras y pericues y luego estaremos nosotros entre esos aborígenes.

-       Oye, oye, el célebre padre Kino, el padre Salvatierra y el padre Serra, luego ¿qué hacían? ¿Cómo habían de acabarse los misioneros? Sirvámosle a México, en caridad de Dios.

 

Baja California llegó a parecernos como sacarnos la lotería. Por eso y por eso mismo a la Baja California le sobraron los novios en dicha ocasión y porque a mí se refiere, feo y pobre el novio, pero siempre el “novio”. A los novios siempre se les admira. A los novios uno los envidia. A los novios se les felicita, mejor que otra cosa. Y discurríamos largo y festivo. Puede ser que “por esto”… Es capaz que “por allá”. O quién sabe si por acá. Quién quita que más acá nos aquilaten los méritos y nos hagan sacerdotes, ¿por qué no? Ya lo andamos mereciendo. Esto se me hace que es hacer patria, ¿no dicen?



1 Presbítero del clero de Guadalajara; nació en Jiquilpan en 1891 y recibió el orden sagrado 30 años después.

2 Boletín periódico de la Congregación de Propaganda Fide, para dar a conocer la vida de los misioneros, suscitar vocaciones y hacer acopio de donativos para sostener las misiones (N. del E.).

3 San Pedro Chanel (1803-1841) fue presbítero, misionero y mártir. Nació en Belley, Francia, y murió en la isla polinesia de Futuna, a manos de unos sicarios. Lo canonizó Pío xii.  Es el primer mártir de Oceanía y el primero de la Sociedad de María (Maristas). Damián de Molokai, SS.CC., también conocido como Padre Damián, en el siglo Jozef de Veuster (Tremeloo, Bélgica, 1840 - Molokaʻi, Hawái, 1889) fue un misionero de la Congregación de los Sagrados Corazones que dedicó su vida al cuidado de los leprosos de Molokaʻi, en el Reino de Hawái. Fue canonizado en el año 2009.

4 Del griego doxa (opinión, creencia), en referencia a lo opinable en oposición a la ciencia (episteme): conjunto de creencias compartidas pero no demostradas ni fundamentadas en “ciencia” alguna.

5 Presbítero del clero de Guadalajara, oriundo de Tepatitlán. Siendo Operario Guadalupano, durante la persecución religiosa se refugió en la Baja California.



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