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Morelos: carácter y fe cristiana
Carlos Herrejón Peredo1 El Colegio de Michoacán
El 1° de febrero del 2016, en la capilla del Seminario Mayor de Guadalajara, bajo la coordinación del doctor Ulises Íñiguez Mendoza, el Departamento de Estudios Históricos de esta Arquidiócesis ofreció a los alumnos de ese plantel y al público en general, una Jornada Académica dedicada al presbítero José María Morelos y Pavón, en el marco del aniversario 200 de su muerte. En ese contexto, se presentó esta ponencia.2
José María Morelos y Pavón entró al Colegio de San Nicolás en Valladolid de Michoacán a la edad de veinticuatro años. Por necesidad, desde los catorce había tenido que trabajar tanto en el campo como en la arriería. Pero nunca dejó la intención de llegar al sacerdocio.3 Era una vocación tardía, o mejor dicho aplazada, con antecedentes muy peculiares; un caso atípico. Sin duda contaron las expectativas de su madre, Juana María Guadalupe, que desde siempre había pretendido se le diera una capellanía fundada por su abuelo, lo cual significaba recibir unos réditos; ella se imaginaba que serían cuantiosos.4 Falsa ilusión. Pero a José María le atraía el ministerio en sí mismo. Sus cualidades y disposiciones fueron aquilatadas, y finalmente sería llamado. Fue cursando con aplauso gramática, retórica, filosofía. Comenzó a estudiar teología, pero hubo de contentarse con la teología moral, pues apuros económicos familiares le impidieron avanzar en toda la carrera.5 En aquel tiempo para ordenarse y luego dedicarse a la pastoral pueblerina bastaban los estudios de teología moral. Siendo diácono se le ofreció trabajo de magisterio y ministerio en Uruapan, a donde marchó, suspendiendo muy a su pesar la brillante trayectoria. El párroco de Uruapan, Nicolás Santiago de Herrera, hubo de certificar sobre su desempeño en aquella parroquia y población al cabo de más de un año. El certificado del párroco dice así:
El bachiller don José María Morelos, clérigo diácono de este obispado, se halla desempeñando en este pueblo el título de preceptor de gramática y retórica… sin dejar por esta bien empleada atención el estudio de materias morales y rúbricas, tratando sus puntos y conferenciándolos con grande aplicación y fundadas dudas… con los ministros de este partido. Igualmente… ha ejercitado su oficio cantando epístolas y evangelios, asistiendo a las procesiones y a los actos de devoción, dando en todo muy buen ejemplo y frecuentando los Santos Sacramentos con notoria edificación, y predicando el Santo Evangelio con acierto e instrucción en cuatro sermones panegíricos y dos pláticas doctrinales que le he encomendado… manifestando asimismo su buena inclinación a la administración a que aspira, pues asiste a ver practicar los sagrados ritos de baptismos, entierros, casamientos, viáticos, etcétera, para instruirse no sólo en la teórica, sino también en la práctica.6
Sin embargo, a la hora de presentar el examen final para acceder al presbiterado, quizá por complicaciones de los viajes y la precaria situación de su familia, pasó con la mínima calificación. En lugar de abatirse, ello lo acicateó para que el resto de su vida siguiera estudiando por su cuenta. El obispo fray Antonio de San Miguel lo entendió. Apreciaba a Morelos, lo ordenó presbítero el 21 de diciembre de 1797 y a los pocos meses, caso insólito, le confió dirección de parroquia, bien que fuera de Tierra Caliente.7 Y así regenteó las parroquias de Churumuco-La Huacana, luego por muy breve tiempo la de Urecho, y finalmente Carácuaro-Nocupétaro. Su madre y su hermana lo acompañaron al principio, mas pronto murió la primera y la hermana volvió a Valladolid.8 Morelos se entregó con gusto al ministerio: evangelizaba, catequizaba, celebraba, sacramentaba y bendecía constantemente. Una prueba de ello son los padrones de cumplimiento pascual de la casi totalidad de sus feligreses en edad de confesión, amén de componer una novena al Santo Cristo de Carácuaro.9 Y como había carencias de infraestructura en su parroquia, aplicó el ingenio práctico aprendido de su padre carpintero al construir o reconstruir espacios sagrados, particularmente en Nocupétaro: iglesia, atrio, cementerio, anexos del curato. Lo financió de su propio peculio, a pesar de que las condiciones económicas del medio eran magras.10 Ayudó a su feligresía y a sí mismo sacando los productos de la Tierra Caliente y llevando los de la ciudad. Lo pudo hacer porque aprovechó sus conocimientos de arriería y estableció corridas de mercancías con Valladolid en combinación con su hermana y su cuñado Cervantes, que habitaron la casa que Morelos había comprado y ampliado con sus ahorros.11 Solidario con compañeros sacerdotes de parroquias cercanas, los auxiliaba en su enfermedad. Por ejemplo, la asistencia a un cura en grave enfermedad:
Certifico en debida forma y en caso necesario juro que hace más de cuatro años conozco y he tratado al bachiller don Manuel Arias Maldonado, cura propio de Purungueo y a quien he asistido en los últimos periodos de la vida, hallándole casi moribundo, y como a tal he administrado los Santos Sacramentos, aun con demasiado trabajo mío… en obsequio de mi quietud, ministerio y de la caridad que siempre me ha compelido, tanto con este maestro como con su antecesor, a quien asistí en lo que tuvo lugar y halló la precisa asistencia a mi curato… Nocupétaro, julio 27 de 1809. Bachiller José María Morelos.12
¿En qué textos había estudiado y seguía estudiando las materias morales? Él mismo lo diría: leyó el Grosin, Echarri, Benjumea, Montenegro y otros.13 El Grosin no es otro que el Prontuario de la teología moral del dominico español Francisco Lárraga, reformado y añadido por Francisco Santos y Grosin.14 El Prontuario era el manual que para la cátedra de teología moral prescribían las constituciones del Seminario Tridentino de Valladolid,15 donde Morelos había estudiado precisamente esa materia. El texto alcanzó una enorme difusión. Se prestaba a un fácil aprendizaje, resultaba práctico para los que tenían cura de almas y doctrinalmente sus diversas ediciones se fueron adaptando a las normas pontificias y regias. Estas características propiciaron un abuso. A finales del siglo XVIII, no pocos aspirantes al sacerdocio en Nueva España sólo estudiaban algo de latín y el Prontuario. Con el achaque de dedicarlos perpetuamente a ser auxiliares de la pastoral, no se les exigía, para efectos de ordenación sagrada la teología dogmática. Se les llamaba despectivamente “lárragos”.16 Morelos no se reducía al Prontuario. Leía otros autores de moral; había estudiado filosofía y hasta un año de teología dogmática. Aparte, el magisterio lo había hecho profundizar. De modo que no era un “lárrago”. Pero indudablemente tenía que saber bastante bien la obra de Lárraga-Grosin. Una de las páginas interesantes de esta obra en relación con Morelos insurgente es la que habla sobre el homicidio:
¿Es lícito matar en algunos casos? R. Que es lícito en tres casos: Auctoritate Dei, auctoritate publicae justitiae y cuando se mata al agresor, vim vi repellendi, cum moderamine inculpatae tutelae… Auctoritate publicae justitiae es lícito matar a los malhechores, como se ve cuando el juez sentencia a muerte a un malhechor; y también por autoridad pública es lícito matar en guerra justa.17
Esta doctrina saldría a colación en el diálogo epistolar de Morelos con el obispo de Puebla, y más en el bando dado en Oaxaca el 29 de enero de 1813. Otra referencia al Prontuario se halla en la misma carta, cuando Morelos habla de obtener la dispensa de irregularidad.18 Ésta consistía en la inhabilidad para ejercer el ministerio contraída por homicidio, aun cuando no fuese culpable. Como instancia suprema para obtener la dispensa de tal irregularidad estaba naturalmente el papa. Por eso Morelos habla de acudir a Roma una vez que termine la guerra. Pero en realidad se trataba más bien de una duda de Morelos, pues siendo la guerra justa y siendo lícito que en ésta los clérigos tomaran las armas bajo ciertas condiciones, el recurso quizá podría ser a otro nivel. Pasemos al siguiente autor señalado en el proceso. Francisco Echarri fue un franciscano español, también moralista, de fines del siglo XVII. Escribió dos obras que competían con el Prontuario de Lárraga: Directorio moral e Instrucción y examen de ordenandos.19 Hay ejemplares de ambos títulos en antiguas bibliotecas eclesiásticas; características de éstos son la claridad y una atinada selección de temas, entre los que conviene señalar algunos. La usura, todavía bastante reprobada por la Iglesia, es objeto de un compendioso capítulo que hacia el final reitera esta exhortación:
Que se pondere a los pueblos cómo el vicio pestilente de la usura, sin embargo de ser tan abominable y vituperado en las Divinas Letras, se procura disimular con la capa de otros contratos, y con tal arte que se introduce en los corazones de los hombres, privándoles de la libertad santa de la gracia y enredándolos en el laberinto infame de la culpa; por lo cual los que quieren aprovecharse lícitamente de su dinero deberán cuidar mucho de no dejar llevarse de la codicia, que es raíz de todos los males…20
El Morelos insurgente, desde su primer bando en El Aguacatillo, decretó que las deudas de los nacidos aquí y cuyos acreedores fuesen peninsulares quedaban sin efecto, 17 noviembre 1810.21 Otro capítulo de interés en Echarri viene a ser el relativo a las obligaciones de los párrocos,22 que nos permite apreciar una de las pautas de conducta para el cura de Carácuaro. Allí se urge el deber de residencia: sólo se permite ausentarse de su parroquia dos meses al año por justa causa. Según parece, a Morelos no le gustaba alejarse de su parroquia. Solía arreglar los asuntos por medio de un procurador. La predicación del Evangelio es compromiso ineludible en el mismo autor:
Y no obsta para excusarse el párroco decir que ya administra los sacramentos y procura darles buen ejemplo… No puede excusarse el párroco de esta obligación por no haber estudiado la teología escolástica; porque el modo de predicar el párroco no pide sutilezas teológicas, sino anunciar al pueblo lo que es necesario para la salvación…
Ya vimos que desde que era diácono Morelos se esforzó en el ministerio de la palabra, y siendo caudillo insurgente no raras veces sus discursos y manifiestos llevaban el verbo del profeta cristiano. Acerca del ejemplo que deben dar los curas el Directorio de Echarri prescribe: “Lo primero, debe ser ejemplo de castidad, porque la vida impura del párroco es peste que inficiona a sus ovejas; lo segundo desterrar de sí todo género de avaricia”. Sabido es que Morelos se distinguió por su desprendimiento, no así por la observancia del celibato. El precepto de socorrer a los pobres debió resonar en Morelos:
Los eclesiásticos, y principalmente los párrocos, están obligados por el derecho natural y el canónico no sólo a socorrerlos (a los pobres) en las necesidades extremas y graves, sino en las comunes y ordinarias… Debe (el párroco) patrocinar y socorrer a los huérfanos y a las pobres viudas, procurando ser su defensor y abogado, pues lo puso Dios para refugio de todos los que necesitan de socorro.
Compárese el texto citado con aquellas palabras de Morelos:
soy un hombre miserable, más que todos, y mi carácter es servir al hombre de bien, levantar al caído, pagar por el que no tiene con qué y favorecer en cuanto puedo de mis arbitrios al que lo necesita, sea quien fuere.23
La administración de los sacramentos se marca en Echarri como otro deber fundamental de los curas:
Cuantas veces urge el precepto de recibir algún sacramento o la necesidad espiritual o utilidad de alguno del pueblo lo pidiere, está obligado el párroco, aunque sea con descomodidad suya, a administrarlo sin tardanza; y si lo negare o lo difiriere sin causa legítima, pecaría mortalmente contra justicia, porque falta a una obligación principal de su oficio.
Estas palabras pesaban sobre el cura tierracalenteño cuando, a deshora y en tiempos de sol abrasador o de tormentas tropicales, debía ir a rancherías distantes para decir una misa o auxiliar un enfermo.
Aunque sea con riesgo de perder su propia vida, está obligado el párroco sub mortali a administrar los sacramentos en tiempo de grave necesidad; y así, no puede desamparar su parroquia en tiempo de epidemia o pestilencia, sino que debe asistir personalmente…24
La parroquia de Carácuaro se extendía hasta una muy lejana hacienda, la de Cutzián, lo cual hacía muy difícil o imposible la evangelización y administración sacramental. Morelos entonces solicitó a la mitra se pusiera allí un capellán, o que ese territorio se desmembrara de su parroquia y se diera a otras parroquias vecinas que tenían mejor acceso, no obstante la reducción de sus derechos parroquiales. Decía Morelos:
es cierta la distancia que el postulante alega de doce leguas desde Carácuaro hasta la hacienda de Cutzián, el río peligroso y tránsito difícil, por servir de camino las veredas, huellas de animales, despeñaderos, precipicios, bosques cerrados y ásperos, que no hay quien quiera componerlos… de manera que aunque los ministros de este curato siempre van a confesar los enfermos, son muy pocos los que se alcanzan vivos y los más mueren sin sacramentos.
Luego de referirse a las dificultades para llevar registro adecuado de bautizos, casorios, y entierros de aquella comarca, subraya lo siguiente:
Pero lo que es más digno de llorarse hasta las lágrimas de sangre, que mucha gente de esta hacienda se queda todos los años sin cumplir con los preceptos anuales de confesión y comunión, que los más ignoran la doctrina cristiana, y que de estos mismos mueren bastantes sin los Santos Sacramentos, como lo acabo de palpar en la revista de padrones y partidas. Por lo que, afligido de este dolor y en cumplimiento de mi obligación, he solicitado los medios más oportunos para ocurrir a tan graves males.25
El otro libro de Echarri, Instrucción y examen de ordenandos, contiene sustancialmente las mismas doctrinas que el Directorio, pero en forma de cuestionario. Con todo, me parece pertinente poner de relieve estas dos preguntas y sus respuestas:
¿Cuáles son los pecados que claman al cielo? El homicidio voluntario, la sodomía, la opresión de pobres, huérfanos y viudas, y defraudar el jornal al jornalero. ¿Por qué se dice que claman al cielo? Porque es tan grande su malicia, que están provocando a la Divina Justicia para la venganza.26
Morelos justificaría el movimiento insurgente por el estado general y prolongado de opresión que padecía la Nueva España. Era una situación que clamaba al cielo. Asimismo, el defraudar el jornal al jornalero, que implica también el pago injusto, tendría repercusión en uno de los Sentimientos de la Nación, el número 12: “que se aumente el jornal del jornalero”.27 Blas de Benjumea es el siguiente autor mencionado por Morelos. En su proceso judicial citaría expresamente el tratado De matrimonio de Benjumea para justificar las medidas que adoptó en esa materia durante la insurgencia: en casos extraordinarios, “podía asistir a los matrimonios válida y lícitamente la persona de más excepción que se hallase presente, aunque no fuera sacerdote ni eclesiástico”.28 No sabemos a ciencia cierta si Morelos llegó a conocer directamente la doctrina de Francisco Suárez y de otros escolásticos sobre el origen de la suprema potestad política, del contractualismo subsiguiente, de los casos en se rompe ese contrato, de la eventual desobediencia civil y aun de las condiciones de un levantamiento contra el gobierno tiránico. Ciertamente lo sabían otros insurgentes como Hidalgo, Sixto Berdusco, el doctor San Martín. De tal suerte, Morelos lo supo al menos desde su incorporación a la causa, y un eco de esa doctrina se advierte a poco de andar en la insurgencia: “A un reino conquistado le es lícito reconquistarse y a un reino obediente le es lícito no obedecer a su rey, cuando es gravoso en sus leyes, que se hacen insoportables”.29 Finalmente, Morelos mencionó en su proceso a un Montenegro. De nuevo estamos frente a un segundo apellido. El Montenegro que conocían los clérigos como nuestro héroe y el que suele encontrarse en las bibliotecas del tiempo es Alonso de la Peña Montenegro, ex alumno de Salamanca, obispo de Quito y autor de Itinerario para párrocos de indios,30 una especie de directorio para la pastoral en las Indias Occidentales, reimpreso a lo largo del siglo XVIII. Morelos tenía en su parroquia tres núcleos de población preponderantemente indígena y ladina: Carácuaro, Nocupétaro y Acuyo. Los demás poblados eran de mestizos y otras castas. Montenegro explica cuestiones palpitantes como el pago de tributo proponiendo esta pregunta y contestándola:
Si deben pagar tributo en conciencia los indios muy pobres. Si llega la pobreza a tanto que no puede sustentarse a sí y a su familia, porque tiene muchos hijos, y lo que gana, por ser poco, no alcanza para vestir y comer, entonces no tiene obligación en conciencia a pagar tributos, ni real, ni personal.31
Al ser general la pobreza indígena a fines de la colonia por el alza continua de precios y los bajos salarios, ya el mismo Abad y Queipo había propuesto la supresión del tributo, Hidalgo la había proclamado y Morelos la reiteraría. Otro punto de Montenegro resultó de consulta inmediata para Morelos cuando deliberaba sobre su incorporación a la causa insurgente. El autor establece como principio general que los sacerdotes no deben tomar las armas, aunque se trate de una guerra justa. Sin embargo, dentro de una serie de condiciones y con licencia del superior, puede haber excepciones; de tal modo, Montenegro concluye con estas palabras:
Cuando hay alguna grave necesidad, como es conseguir una victoria grande en utilidad grande de la república, la cual con probabilidad se conseguirá tomando los eclesiásticos las armas, entonces pelear por sus manos y darles licencia para ello es lícito y muy ajustado a la razón, y en algunos casos, forzoso; y lo contrario muy contra ella, como si por no tomar las armas los eclesiásticos entrase el enemigo en una ciudad y a todos los vecinos pasase a cuchillo, ¿quién no dijera que de semejante daño habían sido causa, siendo la defensa justa? Luego obligación les corría de tomar las armas.32
Esta cita nos ayuda a entender por qué Morelos, antes de integrarse definitivamente a la causa insurgente, con toda ingenuidad se presenta en la mitra de Valladolid para avisar de ello y de la forma en que deja la atención de su parroquia. También entendemos mejor por qué Morelos, como principio general, prefería que los clérigos permaneciesen en su ministerio y sólo en los casos de verdadera necesidad y competencia entrasen a tomar las armas. Todavía hay más sobre lecturas de Morelos. Tenía cinco meses de haber ingresado a la insurgencia, cuando el gobierno colonial entró en su casa de Valladolid y obligó a que se depositaran por inventario todos los bienes muebles. Se hallaron cuatro libros: la Curia Filípica, el Concilio Mexicano, el Tridentino y los Sermones de monseñor Lafitau.33 Con plena certidumbre Morelos leyó, y varias veces, el Breviario y el Antiguo Testamento, con la aclaración que la misma certeza merecen los otros tres tomos del Breviario que no se mencionan y el Nuevo Testamento, lecturas todas ellas que ocupan un primer lugar en la cultura de Morelos y conforman en su mentalidad un horizonte permanente, fuera del cual no es posible comprenderlo. Ya Agustín Churruca ha mostrado la importancia de ciertas líneas y pasajes del Antiguo Testamento en relación con lo que llama “la teología insurgente”.34 De modo especial, la figura del pueblo hebreo oprimido y liberado, tanto de Egipto como de Babilonia, es el paradigma del pueblo mexicano en su lucha por la independencia. No se puede negar, en consecuencia, un mesianismo político de Morelos inspirado en el Antiguo Testamento, que para un sacerdote de la Nueva Alianza sería necesario confrontarlo críticamente con el mesianismo del Nuevo Testamento, muy distante del odio y la vorágine de violencia que desata la guerra. Las contradicciones emergentes por su carácter de ministro del santuario y conductor de ejércitos, heraldo de paz y general en guerra, se resolvían en su constante binomio emblemático: “la Religión y la Patria”, amenazadas y conculcadas por la impiedad francesa y la injusticia gachupina. Su adhesión a la causa en calidad de teniente general del Sur descansaba en el cumplimiento de una misión extraordinaria que le imponían los signos de los tiempos y le había encomendado quien más sabía de teologías en todo el obispado y se hallaba investido con la autoridad de los pueblos que lo habían aclamado capitán general y luego generalísimo, don Miguel Hidalgo. Ciertamente Morelos sabía que el ejercicio de la violencia, aunque legítima, era incompatible con el ejercicio del ministerio eucarístico, de suerte que se abstuvo de éste, salvo las primeras semanas y alguna excepción posterior.35 Pues en un principio Morelos pensaba que su incorporación a la casusa sería pasajera, y que una vez cumplida su misión volvería al ministerio; mas no tardó en persuadirse que el camino sería largo. Por lo demás, en sus arengas y bandos, así como en su trato cotidiano, no podía desprenderse de su carácter de pastor espiritual, que aflora constantemente en invocaciones explícitas e implícitas de la Biblia y de la tradición cristiana. Como si fuera obispo, estaba al pendiente de que los pueblos contaran con suficientes ministros del Evangelio y del culto, así como que en el ejército hubiera capellanes que celebraban, confesaban, predicaban y santoleaban.36 Él mismo tenía sus confesores y acostumbraba reconciliarse antes de entrar en batalla.37 Por demás está ponderar su devoción guadalupana, subrayada en el bando de Ometepec.38 En la intimidad de su fervor religioso se entreveraba el recuerdo de la mujer que había amado, Brígida Almonte, así como del hijo y de la hija que le había dado.39 El cura de Carácuaro había cargado con un consiguiente complejo de culpa por el quebrantamiento de su compromiso celibatario. La insurgencia lo alejó de esa relación, y al parecer se mantuvo fiel a su celibato (y a Brígida) hasta la campaña de Acapulco. Asumió la responsabilidad del hijo, Juan Nepomuceno, y se lo llevó a la insurgencia. Suponemos que también estuvo al pendiente de la subsistencia de Brígida y de la niña, María Guadalupe. Se intuye que el Morelos de las primeras campañas se sentía liberado ya de aquella culpa: aparece respirando libertad y optimismo, sin divisiones interiores que lo perturbaran. Desde las primeras campañas las enfermedades lo acosaban tanto o más que el enemigo. Padeció tres caídas fatales de su cabalgadura, que le acarrearon quebrantos e infecciones: yendo a sofocar el conato de una guerra de castas, luego en Izúcar, y en la salida a Cuautla. Se ponía a las puertas de la muerte y tardaba semanas en restablecerse. Era ocasión de repaso y exámenes de todo tipo en que reiteraba la confesión sacramental. Y comulgaba al menos por Pascua.40 De tal suerte, al igual que los demás jefes de la insurgencia, Morelos tenía por inválidas las excomuniones de la jerarquía realista. El punto fundamental y decisivo era la licitud moral del levantamiento. Para no pocos criollos era más que evidente esa licitud en caso de tiranía, pues hasta el gobierno español había dado su aprobación y apoyo a la insurrección e independencia de los angloamericanos. En un manifiesto del obispo Campillo de Puebla, éste salía al paso de la objeción diciendo que eran casos distintos y que las muertes causadas por los insurrectos aquí no se justificaban por ninguno de los tres casos permitidos por la moral; Morelos replicaba que los insurgentes tenían más razones que los angloamericanos para levantarse, que sí había aplicación del caso de guerra justa, y que eran más religiosos y respetuosos del clero que los europeos. Esto lo decía porque el obispo le reprochaba mal trato a algunos clérigos. Morelos aclaró que no había tal; simplemente no se les permitía obrar contra la causa. Pero hubo otro problema cada vez más recurrente: la necesidad de administrar sacramentos, como el matrimonio, que para algunos trámites, sobre todo de dispensas de impedimentos, requerían la autoridad del obispo o de su vicario. Campillo reclamaba que en esto Morelos se arrogaba facultades que no tenía; en su respuesta Morelos informó a Campillo que hasta Abad y Queipo había concedido dispensas a matrimonios de insurgentes. Por lo demás el caudillo sabía, y lo confirmaba por la opinión de otros clérigos más instruidos, que en la condición excepcional de guerra la falta práctica de jurisdicción la suplía la Iglesia.41 La polémica se prolongaría por más de un año, y se publicaría en órganos realistas e insurgentes aunque ya no sería Morelos el interlocutor. Los diezmos del territorio controlado por Morelos merecen estudio particular. Hay noticias aisladas: en las dos primeras campañas se cuidó su recaudación; ocasionalmente se echó mano de ellos para socorro de tropas, como fue la disposición del caudillo en la segunda campaña, a favor de cantones de la Costa Grande. Ya en la tercera campaña el intendente Sesma insistía en que Morelos aprovechara los diezmos, pues que el enemigo los utilizaba en su contra, mas no parece se haya llevado a cabo, al menos como medida general. Las ejecuciones ordenadas por Morelos, generalmente de jefes realistas que previa intimación la habían desechado y habían optado por la resistencia armada, como la de Musitu en Chiautla, de Andrade en Orizaba, de González Saravia y de otros, muestran un perfil duro del caudillo, de lo que no le remordía la conciencia, pues además de considerar justa la causa, en esas ejecuciones estimaba conformarse al derecho de guerra. Sin duda también pesaba la persuasión de que sólo mostrando esa dureza los enemigos cobrarían un pavor que los retrajera de oponerse a la insurgencia. Cosa en la que tal vez se equivocaba, como sucedió con la orden que dio a Nicolás Bravo de ejecutar prisioneros en represalia por el sacrificio de su padre Leonardo Bravo. La desobediencia de Nicolás trajo mayores beneficios a la causa. Uno de los prelados realistas era el obispo Antonio Bergosa de Oaxaca. Cuando Morelos se aproximó a esa ciudad le mandó carta de reclamo. Al parecer su actitud contra la insurgencia había sido más drástica que la de Campillo. Morelos, sin embargo, le prometía respeto, que no tuvo oportunidad de cumplirlo, pues el obispo huyó. La relación entonces frente a la autoridad eclesiástica tuvo que darse con el cabildo catedral, en especial con el vicario Ibánez de Corvera y con su antiguo maestro, el ya canónigo Jacinto Moreno. Mientras Morelos estuvo en Antequera esa relación fue de mutuo respeto y aun cordial. Por súplicas de prebendados Morelos accedió al perdón de muchos a raíz de la conquista y sólo se mantuvo inflexible en el caso de los jefes principales y de un muchacho imprudente, dureza que hubo de reprocharle su maestro. La cordialidad se rompió luego por chismes de Carlos María de Bustamante, que provocaron que canónigos se pusieran en contacto con el exterior y fueran desterrados, como el mismo Jacinto Moreno. En Oaxaca Morelos había continuado el empeño para que ningún pueblo quedase sin servicios religiosos. No podía desprenderse de su carácter de creyente y pastor, por lo que sentía mucho el desamparo de los pueblos en la predicación del Evangelio y la recepción de sacramentos. Esto no significaba ejercicio de un patronato sucedáneo del monárquico, pues en general se limitaba a informarse de esa atención y turnar a Ibáñez las carencias para que se cubrieran; en especial le pasaba quejas de pueblos de indios por ausencia de ministros. En cuanto a los diezmos, no parece que se haya seguido entonces el consejo de Sesma de apoderarse de ellos. Ya en Chilpancingo Morelos establecería como único pago de los ministros de Iglesia el diezmo y las primicias, lo que se confirmó con la disposición de que los indios también habrían de pagarlo; a cambio, se suprimían las obvenciones parroquiales. De fondo estaba la situación de igualdad política. Prosiguió en Oaxaca el asunto sobre la jurisdicción en trámites matrimoniales, ya tratado en la polémica con el obispo Campillo. Mas ahora la mayor parte de los casos se resolvían fácilmente gracias a Ibáñez de Corvera, que tenía potestad canónica. Pero el problema persistía en otros territorios dominados por Morelos como fracciones de las diócesis de Puebla y México, donde no se contaba con la buena voluntad de los obispos para dar curso a los matrimonios que requiriesen de su potestad. Morelos ingenuamente solicitó a Corvera también los atendiera, refiriéndose en particular a la provincia de Tecpan, formada con segmentos de cuatro obispados; la obvia respuesta fue negativa. El problema se complicó a la salida para la campaña de Acapulco, pues no pocas mujeres, fiadas en la promesa de matrimonio de sus parejas, acompañaban al ejército. Entonces Morelos de camino pidió a Corvera diese facultades a curas castrenses. Al parecer se resolvió favorablemente en la mayor parte de casos.42 Sin embargo subsistía el problema de jurisdicción para otros obispados, y no sólo en materia matrimonial, sino en el nombramiento y remoción de ministros, licencias ministeriales, etc. Entonces se planteó la posibilidad de crear la figura del vicario general castrense, que no sustituía la potestad jurisdiccional de los obispos, sino la complementaba en caso de guerra. De hecho ya en el círculo de Rayón se había iniciado con esa figura, mas no sabemos hasta qué punto ejercieron facultades. Teniendo teólogos y canonistas en Antequera, Morelos propuso el debate formal, que se alargó y mostró las dos posturas: la de quienes legitimaban esa vicaría en la insurgencia y quienes la rechazaban. Más allá de razones teóricas, los defensores de la segunda postura tenían razones prácticas: en su obispado de Oaxaca no era necesario, dadas las permanentes concertaciones entre autoridades insurgentes y eclesiásticas; y dictaminarlo para otros obispados no les correspondía.43 ¿Qué decisión tomó el caudillo? Le bastaron las razones de la primera posición y hubo vicarios generales castrenses para su amplio territorio, el primero de los cuales fue José Manuel Herrera, mas luego que éste fungió como diputado en Chilpancingo se nombró a Lorenzo de Velasco, quien pronto renunció, y ocupó su lugar José Mariano de San Martín. En los Sentimientos de la Nación, de septiembre de 1813, hay varios puntos relativos a religión e Iglesia, comenzando por el 2, sobre que la religión católica sea la única sin tolerancia de otra. Es repetición del primero de los Elementos de nuestra Constitución que había formulado Ignacio Rayón desde abril de 1812, y se explica por la mentalidad reinante, que suponía la unidad religiosa como indispensable para la unidad política. No estamos de acuerdo en considerar que se trata de una concesión de Morelos, quien compartía sinceramente esa intolerancia, opinión generalizada del tiempo. En cuanto al sustento de los ministros de culto, ya vimos que lo redujo a diezmos y primicias. Los Elementos habían mantenido el Tribunal de la Fe, esto es la Inquisición, bien que reglamentado, sin influencia del gobierno ni del despotismo. Morelos en cambio es tajante: la suprime, como lo habían hecho recientemente las Cortes de Cádiz, y restituye a la jerarquía el sostenimiento del dogma, citando aquel texto evangélico de San Mateo, 15, 13: Omnis plantatio quam non plantavit Pater meus caelestis, erradicabitur. De manera que la razón no era la exagerada crítica de sus excesos, sino una razón teológica: el Papa y los obispos son los guardianes de la fe, no una institución que aunque permitida por el Papa por razones coyunturales, dependía en mucho del poder civil y no podía arrebatar a los obispos su responsabilidad. Finalmente el culto a la Virgen de Guadalupe, Sentimiento 19. El guadalupanismo, ya expresado de varias maneras en las primeras campañas, como el nombre de Guadalupe añadido a Tecpan, se reiteró en Antequera de manera emblemática al hacer preceder su celebración anual de 1812 a la jura de la Suprema Junta, llevada a cabo al día siguiente, cosa que repetiría el 12 de marzo de 1813, un día antes de la jura llevada a cabo en Ometepec; pero esta vez dictó además un bando general sobre la devoción guadalupana que habían de practicar todos los insurgentes. La orientación que han de tener las leyes se contiene en los Sentimientos 12, 13 y 14. El más innovador es el 12, al apuntar hacia la equidad socioeconómica:
Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia; y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.44
Ningún caudillo lo había considerado, ni sería objeto de ninguna constitución decimonónica. Sólo se insinúa en la propuesta de Hidalgo en torno al Congreso, cuyos representantes “desterrarán la pobreza”.45 La superioridad de la ley corresponde a la concepción tomista de la ley justa, que se ha de avenir a la ley natural, la cual a su vez es reflejo de la ley divina.46 Las buenas leyes no son cosa de sólo el número de votantes, sino de la calidad del contenido, que proviene, más que de mera información, de sabiduría y de justicia. Ya durante los fastos de en Chilpancingo el caudillo cargaba con una culpa. Había mantenido su compromiso de celibato durante las primeras campañas, hasta la de Acapulco, donde tuvo trato carnal con su sirvienta oaxaqueña María Francisca Sarrasola u Ortiz, a quien había dejado embarazada.47 Se hubo de sentir doblemente infiel. Y es poco menos que seguro que Juan Nepomuceno, que entonces tenía once años y a quien también había servido la dicha María Francisca, haya estado al tanto de esa relación. Desde los días del asedio al fuerte de San Diego, cuando Morelos empezaba el devaneo con la tal Francisca, deslizó su conciencia de culpa en una de las intimaciones a Vélez: “Soy un hombre miserable, más que todos”. Pero a continuación, sacudiéndose el asomo de pesimismo, señaló una de sus cualidades morales: “mi carácter es servir al hombre de bien, levantar al caído, pagar por el que no tiene con qué y favorecer con cuanto pende de mis arbitrios al que lo necesita, sea quien fuere”.48 También desde días antes de los fastos de Chilpancingo pregonaría el servicio como su misión en la vida, al adoptar el título de Siervo de la Nación,49 inspirándose en el Evangelio de San Marcos. Era además el sentido que daba al ejercicio de su autoridad y un resguardo frente a la tentación de envanecimiento por su elevación a Generalísimo. Los debidos reconocimientos de sus triunfos a veces eran expresados con alabanzas demasiado halagüeñas, como algunas cartas de los Guadalupes.50 Por otro lado, la adulación interesada creció a partir de la tercera campaña. Sin duda Morelos la rechazaba cuando se presentaba descaradamente, pero hubo quienes supieron insinuarse con habilidad, y Morelos no fue inmune. Ya señalamos el perfil de dureza inflexible a la hora de castigar en los casos de mayor responsabilidad. Cuando hubo de contestar a los prebendados que le imploraban misericordia para con González Sarabia y los otros jefes, no sólo invocó la licitud de ejecución por autoridad pública y el derecho de gentes, así como la necesidad de escarmiento, sino saliendo al paso del argumento de la misericordia, advirtió: “la misericordia de Dios no tiene igual y, con todo, es de fe que en el infierno hay hombres malos por sentencia definitiva del mismo Dios”.51 Así pues, Morelos tomaba en serio la perspectiva del infierno, sobre todo a la hora de morir; por eso siempre dispuso auxilios espirituales a los encapillados y él mismo, a pesar de que no celebraba misa, en la refriega del combate en varias ocasiones llegó a impartir, no habiendo capellán a la mano, la absolución sacramental a insurgentes o realistas moribundos. A la par del rigor, debía sobrellevar y disimular muchas deficiencias en el seno de la insurgencia, hasta cierto punto:
Es necesario usar de algún sufrimiento, porque es tiempo de sufrir: lo que no sufriría yo jamás es una injustica… Disimular los pecados públicos y escandalosos sería autorizarlos, y no hay peor cosa que condenarse por otro. Todo lo demás admite lisonja venial.52 La dureza era parte de su devoción por el orden y la disciplina. En los principios de la campaña a Valladolid el caudillo se sentía ufano de que en la mayor parte de sus tropas reinara la disciplina: “Se acabó ya aquella algarabía y confusión del año de 1810. Ya no se oye otra voz que la de los jefes que mandan”.53 Mas no pudo evitar que persistieran graves deficiencias: la desnudez y el alcoholismo en algunos grupos. Rasgo del carácter de Morelos, evidenciado incluso en el tiempo de su mayor poder, era la prudencia en pedir consejo de los entendidos según la materia. En carta a José Mariano de San Martín le decía: no es mi intento proceder por la fuerza y el capricho, sino por la recta razón discernida por los sabios, a cuyo recto dictamen me he sujetado y sujetaré hasta llegar a la presencia del Supremo Juez. 54
Este tributo a la sabiduría lo refrendó en el Reglamento del Congreso, donde establece que los miembros del Poder Judicial lo serán por elección de una junta general de letrados y sabios de todas las provincias; consiguientemente no por designación del Ejecutivo ni del Legislativo. Y en los Sentimientos prescribió, como requisito previo al debate parlamentario, “se haga junta de sabios en el número posible, para que proceda con más acierto”.55 Sin embargo, Morelos no solía hacer caso de un sabio que opinara fuera de su materia, como aconteció frecuentemente con las diversas y frecuentes sugerencias de Bustamante aun en asuntos de estrategia militar, o cuyo carácter fuera muy disparejo, como el del propio Bustamante, cuya “alma de cera”, en palabras de Morelos, le hacía propender ya a la clemencia o ya a la ira, y las más veces con ardor y demasía. A raíz de que Morelos fue despojado del poder ejecutivo por el Congreso, se le comisionó para dos quehaceres muy penosos: por una parte, que desmantelara el fuerte de Acapulco y destruyera parte de la población, cuyas conquistas le habían costado tanto, y lo peor, que se encargara de ejecutar a multitud e prisioneros que se hallaban en varios puntos de la costa, en represalia por la ejecución de Matamoros. Morelos entró en depresión, tanto más cuanto que ahí, durante el prolongado asedio del fuerte, hacía menos de un año, había tenido la relación irresponsable con Francisca Ortiz. Fue entonces cuando en una carta a un simpatizante dejó escuchar su atormentada conciencia:
Todo hombre debe ser humano por naturaleza, porque en este orden no es más que hombre (corrupción) como los demás: vanidad en el orden de la fortuna, y en el orden de la gracia, aun le sería mejor no verse elevado a tanta dignidad. Morelos no es más que un Siervo de la Nación a quien desea libertar ejecutando sus órdenes, lo que no es motivo que lo saque de su esfera de hombre, como sus semejantes, a quienes ama hasta en lo más pequeño.56
Una salida fácil de la depresión habría sido rebelarse contra el Congreso o simplemente paralizarse. Y a pesar de que la constitución le parecía mal por impracticable,57 Morelos desechó las intrigas y tomó la vía de la disciplina:
Digan cuanto quieran los malvados, muevan todos los resortes de la malignidad; yo jamás variaré del sistema que he jurado, ni entraré en una discordia de que tantas veces he huido. Cuando el señor habla, el siervo debe callar.58
Morelos fue capturado el 4 de noviembre de 1815. En la ciudad de México pasaría un mes entero. La experiencia, inédita para él, de prisionero, cuestionado e inculpado incesantemente, y luego sentenciado, lo pondría en agobio. Primero, desde su llegada hasta el 1º de diciembre, fue sometido a dos procesos en las cárceles de la Inquisición, y a un largo interrogatorio de parte de la Capitanía General en la Ciudadela. Aun cuando el caudillo ya no ostentaba en el seno de la causa el poder de otrora, seguía considerado por el gobierno virreinal como el principal representante de toda la insurrección. De tal suerte, el sentido final de aquellos procesos sería el enjuiciamiento más formal y aun solemne ya no simplemente contra un individuo, sino contra el conjunto de la insurgencia. La sentencia sobre la cabeza se extendía a todo el cuerpo. En efecto, en los procesos se recapitulan los argumentos esgrimidos en todo el debate contra la insurrección desde su principio, y por otra parte se amplían a la luz de las campañas de Morelos, analizando y condenando tanto los fines como los medios de la insurgencia. El primer proceso, llamado de la Jurisdicción Unida por la intervención de la autoridad real y la eclesiástica, tenía como objetivo particular declarar a Morelos súbdito infiel y mal sacerdote. El segundo proceso, de la Inquisición, pretendía declarar hereje a Morelos, esto es, mal cristiano. El interrogatorio de la Capitanía General, complemento de la intervención de la jurisdicción real, buscaba confirmar las responsabilidades del caudillo, así como obtener información útil para la represión. Quisieron las autoridades reales y eclesiásticas que los procesos cumplieran formalidades legales para hacer público que no era un capricho de Calleja la condenación de Morelos, sino la aplicación de las leyes del Estado y de la Iglesia, dejando incluso la actuación de sendos defensores. Siempre que pudo replicó a las acusaciones o las esquivó. La sentencia de la jurisdicción eclesiástica consistió en la degradación de Morelos de su fuero eclesiástico, con su consiguiente relajación al brazo secular. La ceremonia fue espectacular y humillante. Pero el texto de la sentencia envolvía torcida intención: prevaliéndose de la religiosidad del reo, arrancarle una retractación de su opción revolucionaria, pues condicionaba a ella el acceso a los últimos sacramentos.59 Aunque no es auténtica la versión que corrió impresa, Morelos hubo de externar alguna retractación, si bien de labios para afuera, puesto que recibió varias veces la absolución sacramental. La sentencia de la Inquisición consistía en esta serie de penas: confiscación de bienes, destierro y cárcel perpetua, deposición de todo oficio e irregularidad perpetua, infamación de sus hijos, confesión general y rezos penitenciales. La absolución de la confesión, empero, quedaría sujeta a la condición de la jurisdicción eclesiástica. En realidad lo fuerte de la sentencia no eran esas penas, sino la previa declaración de que Morelos era hereje. Como no lo reconocía, se le calificó de hereje negativo. El argumento de tal declaración era que Morelos había firmado la Constitución de Apatzingán que presenta algunas expresiones susceptibles de entenderse en sentido heterodoxo, detalles ideológicos sobre los cuales el caudillo, hasta que se lo hicieron ver, no caía en la cuenta, pero ni así se consideraba hereje, pues nunca había sido su intención apartarse de la fe católica, por lo demás establecida como artículo básico en el mismo decreto constitucional. Término de este proceso fue un autillo de fe en que Morelos abjuró de cualquier herejía en que hubiera caído. El continente de Morelos en las ceremonias del autillo y la degradación fue de entereza y dignidad, lo que llamó la atención de la nutrida concurrencia. Sin embargo, a la hora del gesto simbólico del obispo degradante, raerle las manos declarando que se había hecho indigno de la unción sacerdotal, Morelos dejó rodar una lágrima.60 Pasados los procesos y el interrogatorio de la Capitanía, Morelos estaba cansado de tanto hablar y replicar. Con tal supuesto le vino bien el siguiente episodio de su prisión, en que no tendría que hablar, sino escuchar. Se le impartieron unos ejercicios espirituales hacia la primera semana de diciembre, seguramente siguiendo el esquema ignaciano, bien que se puede suponer que en la prédica se le incluyeran aplicaciones contra la revolución. Morelos podía distinguir esa presión y los valores de su opción creyente. Ante el fracaso de su carrera en la insurrección por la patria, se aferraba a las certezas de la fe; Patria y Religión, el binomio que había dado sentido a su vida. Tanto más se aferraba a su convicción cristiana cuanto lo asediaba internamente la angustia por su suerte. Imaginaba que algunos insurgentes podrían liberarlo, o bien algunos Guadalupes que no hubieran sido enjuiciados, o incluso la alianza con Estados Unidos vendría en su ayuda; pero luego se desvanecía la ilusión al considerar el declive del movimiento. Y entonces lo atormentaba el pensamiento de la muerte. Bien sabía Morelos desde que fue aprehendido que lo aguardaba una muerte inminente y que una muy remota posibilidad de escapar de ella era la cárcel o destierro perpetuo, de lo que luego podría librarse y volver a la insurgencia, como había sucedido con otros, o en fin, reemprender su vida de otra manera. También era consciente de que Calleja estimaría sus conocimientos sobre las posibilidades del movimiento. Así que no dudó desde que Concha lo llevaba preso en proponerle dijera al virrey que a cambio de su vida estaba dispuesto a revelar el estado y los recursos del movimiento. Esa propuesta la repetiría el caudillo a su abogado Quiles. Además, bien podría revelar lo que quisiese y guardarse otros saberes. De hecho en las respuestas a la Capitanía General dio cuenta del estado militar de la causa y luego, el 12 de diciembre, habló sobre recursos mineros y otros.61 Buena parte de esas revelaciones ya eran del conocimiento de Calleja, suficientemente empeñado y astuto para estar al día en las posibilidades de la insurrección. Por lo demás, las revelaciones del 12 de diciembre estuvieron limitadas a parte de la provincia de Tecpan y a Michoacán, nada del resto del movimiento; de tal suerte, Calleja no quedó mayormente informado. El jueves 21 de diciembre Concha se presentó a Morelos y le ordenó ponerse de rodillas, para que así escuchase su sentencia de muerte.62 Con dificultad Morelos se arrodilló y no pudo dejar de traer a su memoria que hacía exactamente dieciocho años, el 21 de diciembre de 1797, también se había hincado. Pero no delante de un verdugo, sino delante de su venerado obispo, Antonio de San Miguel. No para ser condenado, sino para ser enaltecido con la dignidad del sacerdocio.63 De madrugada el 22 de diciembre salieron rumbo al norte. El invierno acababa de entrar. Iba Morelos en coche cerrado. Lo acompañaban un oficial y un fraile dieguino, el padre José María Salazar, el mismo que figuraba como capellán de la tropa de Manuel de la Concha desde la aprehensión de Morelos. Afuera, numerosa escolta. La ruta seguida fue por la Ex Acordada, San Diego, Mariscala, Los Ángeles, Santiago y la calzada de Guadalupe. Al pasar por el santuario, junto al Pocito, el reo “quiso ponerse de rodillas, lo que hizo no obstante el estorbo de los grillos”.64 Y debió recordar el bando de su fervor guadalupano: “Por los singulares, especiales e innumerables favores que debemos a María Santísima en su milagrosa imagen de Guadalupe, patrona, defensora y distinguida emperatriz de este reino”.65 Siguieron hasta Ecatepec, donde llegaron hacia las once. Allí, en el patio del antiguo caserón de los virreyes, sería la ejecución. Mientras llegaba el momento, recluyeron a Morelos en una pieza de la entrada, ahumada, sucia y con montones de paja y cebada. En una silla sentaron a Morelos y el padre Salazar ocupó otra. Se pusieron a rezar oraciones de memoria, “porque no teníamos libros ni Santo Cristo”. Concha fue a avisar al cura del lugar para que, además del padre Salazar, asistiera espiritualmente con su vicario a Morelos y preparara el entierro.66 Como a las doce pasó un curioso sacerdote que iba de camino y entró sólo a conocer a Morelos, quien se enfadó. Siguió rezando con el padre Salazar, luego guardaba largos ratos de silencio, y finalmente dijo al padre Salazar:
Padre capellán, Dios hace de sus criaturas lo que le place, las llama por el camino que quiere. Conozco que Su Majestad me llama por este camino para salvarme, no desconfío un punto de su gran misericordia, sé que por medio o virtud del Sacramento me perdonará mis pecados; pero la penitencia para satisfacer a la divina misericordia ha de ser por trabajos, obras meritorias o penas en el Purgatorio, y así a éstas les temo y quisiera la vida para padecer, hacer penitencia y librarme de estas penas del Purgatorio, que tanto temo. Por tanto, padre capellán, aguardo que usted me ayude, suplico a usted que cuando conozca que ha de estar algún tiempo en algún lugar, me aplique las misas que llaman de San Gregorio: son treinta, han de ser seguidas y dichas por un mismo sacerdote. Tenga usted esto que me ha quedado, si más tuviera, más daría a usted.(Me dio una bolsita colorada con dos onzas).También haga usted esto y esto…
Llegaron luego el cura del lugar, José Miguel de Ayala, y su vicario, con libro y crucifijo, así como unos indios que cargaban el ataúd. Morelos volvió a reconciliarse, esta vez con el padre vicario. Prevenido del momento fatal, se confesó otra vez con el padre Salazar y rezaron los salmos penitenciales. Tocaron los tambores. Dio un abrazo a Concha, le comentó que la turca que llevaba puesta sería su mortaja. Sacando su reloj, vio la hora: eran las tres de la tarde de ese viernes.67 Pidió el crucifijo y le dirigió estas palabras: “Señor, si he obrado bien tú lo sabes; y si mal, yo me acojo a tu infinita misericordia”. No quería que le vendaran los ojos, pero al fin él mismo lo hizo. Arrastrando sus cadenas y atados los brazos, luego de una caída, llegó al lugar donde le mandaron que se hincara. “Haga usted cuenta que aquí fue el lugar en que Jesucristo redimió su alma”, le dijo por último el padre Salazar. Lo colocaron de espaldas e hincado, dispararon cuatro, y echándole al suelo de cara, se medio volteó hacia un lado, quejándose en voz fuerte; entraron a tirarle otros cuatro, y como todos le tiraban con respeto y dolor, uno al jalar el gatillo se le fue el fusil y descargó en la pierna, que le quemó una parte del pantalón. Se arrimó entonces el padre Salazar y lo estuvo auxiliando hasta el final.68 Fue sepultado a las cuatro de la tarde en esa parroquia de San Cristóbal Ecatepec.69 El Padre Salazar, a quien Morelos había descubierto su conciencia, diría:
El que esto ha escrito, con sencillez y verdad, cree, y le sirve de consuelo, que el alma del Señor Morelos está en la Gloria, y que las penas del Purgatorio que tanto, tantísimo temía, fueron satisfechas por los muchísimos sufragios que en México y por todas partes hicieron por su alma.
Ocho años después del entierro, el 17 de septiembre de 1823, los restos de Morelos, junto con los de Hidalgo y otros próceres, entraban solemnemente a la catedral de México.70 Ahí se celebraron imponentes exequias y ahí quedaron sus restos. En 1925 fueron trasladados a la Columna de la Independencia.71
BIBLIOGRAFÍA
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Vida preinsurgente y lecturas, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1984, pp. 27-30. 4 Martín Luis Guzmán (ed.), Morelos y la Iglesia católica, México, Empresas Editoriales, 1948, pp. 161-164, 178, 196-197, 207-214. 5 Boletín del Archivo General de la Nación, México, abril-junio 1958, XXIX, n. 2; Guzmán, Morelos, p. 189; Agustín García Alcaraz, La cuna ideológica de la Independencia, Morelia, Fímax, 1971, p. 244; Enrique Arreguín, A Morelos. Importantes revelaciones históricas, Morelia, Talleres de la Escuela Industrial Militar, 1913, pp. 58-59; Julián Bonavit, Fragmentos de la historia del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Departamento de Extensión Universitaria, 1940, pp. 80-81. 6 Arreguín, A Morelos, p. 76. 7 Ibid., pp. 74-82, 4. 8 Ibid., pp. 5-7. 9Autógrafos de Morelos, México, Archivo General de la Nación, 1918. Archivo Casa de Morelos, Fondo Personajes. Carlos María de Bustamante, Elogio histórico del general José María Morelos y Pavón, Oficina de don José Ramos Palomera, 1822, p. 26. 10Morelos. Documentos inéditos y poco conocidos, México, Secretaría de Educación Pública, 1927, II, pp. 258-260. 11 Guzmán, Morelos, pp. 176-177, 185-187, 199-205. Juan de la Torre, Bosquejo histórico y estadístico de la ciudad de Morelia, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1883, p. 219. José R. Benítez, Morelos, Su casa y su casta en Valladolid (Morelia), Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1964, pp. 106-108, 80-81. 12 Archivo Casa de Morelos, Colección Personajes (fondo reservado), caja 1. Publicado en Herrejón, Morelos. Vida preinsurgente, p. 220. 13 “Proceso Inquisición”, en Carlos Herrejón Peredo, Los procesos de Morelos, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1985, pp. 324,343. 14 Francisco Lárraga, Prontuario de la Teología moral … acabado de reformar por Francisco Santos y Grosin, Madrid, Imprenta de Manuel Martín, 1780. 15 Agustín García Alcaraz, La cuna ideológica de la independencia, Morelia, Fímax, 1971, p. 173. 16 Francisco Miranda Godínez, Don Vasco de Quiroga y su Colegio de San Nicolás, Morelia, Fímax, 1972, p. 322. 17 Lárraga, Prontuario, pp. 423, 314 y 316. 18 Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros testimonios de la época, México, UNAM, 1965, pp. 184, 266. El tema de la irregularidad y su dispensa, en Lárraga, Prontuario, pp. 314-316. 19 Francisco Echarri, Directorio moral, Madrid, Imprenta de don Pedro Marín, 1783. Instrucción y examen de ordenandos, Pamplona 1733. La edición consultada de esta segunda obra es de París, 1838. 20 Echarri, op. cit. 21 Lemoine, op. cit., p. 162. 22 Echarri, op. cit., pp. 371-380. 23 Lemoine, op. cit., p. 286. 24 Echarri, op. cit., pp. 381-382. 25 Documentos de lo tramitado durante 1802 en Herrejón: Morelos. Vida preinsurgente, pp. 246-254. 26 Echarri, Instrucción, pp. 99-100. 27 Agustín Churruca Peláez, El pensamiento insurgente de Morelos, México, Porrúa, 1983, pp. III, 119-121. 28 “Proceso Inquisición”, en Herrejón, Los procesos, p. 345. 29 Lemoine, op.cit., p. 196. 30 Alonso de la Peña y Montenegro, Itinerario para párrocos de indios, Amberes, Henrico y Cornelio Verdussen, 1698 (otra edición en Madrid, 1771). 31 Ibid., p. 193. 32 Peña, Ibid., pp. 292-293. 33Benítez, Morelos, su casta..., op. cit., p. 97. 34 Churruca, El pensamiento insurgente, pp. 105 ss. 35 “Proceso Inquisición”, en Herrejón, Los procesos, pp. 341-342. 36 Lemoine, op. cit., pp. 269- 271. Morelos. Documentos inéditos y poco conocidos, México, Secretaría de Educación Pública, 1927, II, p. 68. 37 “Proceso Inquisición”, op cit., 342. 38 Morelos. Documentos inéditos..., I, pp. 154-155. Juan. E. Hernández y Dávalos (comp.), Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821, México, José María Sandoval, 1877-1882, V, pp. 23-24. 39 “Proceso Inquisición”, op. cit., pp.322, 324, 346. 40 Ibid., p. 342. 41 Lemoine, op. cit., p. 184. “Proceso de Inquisición”, op. cit., p. 199. 42 Hernández, Colección, VI, pp. 513, 511. “Proceso Inquisición”, op. cit., p. 345. 43Ana Carolina Ibarra, El cabildo catedral de Antequera, Oaxaca y el movimiento insurgente, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2000, pp. 183-187. 44 Lemoine, op. cit., p. 371. 45 La propuesta completa dice: “Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objeto principal mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo: ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avivará la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países, y a la vuelta de pocos años disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el Soberano Autor de la naturaleza ha derramado sobre este vasto continente”. En Moisés Guzmán Pérez, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003, pp. 263-266. 46 Véase esta relación de ley justa, ley natural y ley divina en el texto ya citado de teología moral asimilado por Morelos desde sus estudios en el seminario y muy utilizado en el ministerio de muchos párrocos: Lárrraga, Promptuario de la teología moral, pp. 357-359. 47 “Proceso Inquisición”, op. cit., pp. 322, 324, 346. 48 Lemoine, op. cit., p. 287. 49 Desde Acapulco, el 3 de agosto de 1813: Lemoine, ibid., p. 346. 50 Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y la independencia, con una selección de documentos inéditos, México, Porrúa, 1985, pp. 50, 52. 51 Lemoine, op. cit., p. 234. 52 Ibid., p. 275. 53 Ibid., p. 440. 54 Ibid., p. 291. 55 Ibid., p. 372. 56 Ibid., p. 465. 57 “Proceso de Inquisición”, op. cit., pp. 344-345. 58 Lemoine, op. cit., p. 475 y 474. 59 Reza así esa parte de la sentencia: “Y damos por lo que a nos toca, nuestra facultad a cualquier sacerdote para que en ambos foros lo absuelva de las censuras en que ha incurrido, si arrepentido lo pidiese”. “Proceso de las Jurisdicciones Unidas”, en Herrejón, Los procesos, p. 228. La principal censura era la excomunión, que impedía el acceso a los sacramentos. Morelos había accedido a los sacramentos durante las campañas porque tenía las excomuniones por inválidas, pero ahora, en manos de sus verdugos, que sí tenían por válidas esas excomuniones, los jerarcas ponían una condición para que pudiera acceder al sacramento de la reconciliación: el arrepentimiento previo, obviamente de los delitos que le achacaban. 60Lucas Alamán, Historia de Méjico, México, Jus, 1942, IV, pp. 209-216. Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, México, Comisión Nacional para la celebración del sesquicentenario de la proclamación de la Independencia nacional y del cincuentenario de la Revolución Mexicana, 1916, II, pp. 171-178. 61 Lemoine, op. cit., pp. 647-650. 62 “Causa Capitanía General”, en Herrejón, Los Procesos, p. 447. 63 Herrejón, Morelos. Vida preinsurgente, pp. 32,142‑143. 64 Alamán, op. cit., IV, p. 220. Este gesto de arrodillarse debió intentarlo dentro del coche, pues el padre Salazar asegura que no salieron de él. 65 Bando de Morelos del 11 de marzo de 1813, en Morelos. Documentos inéditos..., I, p.154. 66 “Causa Capitanía General”, op. cit., p. 450. 67 “Causa Capitanía General”, op. cit., p. 452. 68 “Relación del Padre Salazar”, El Eco de la justicia, p. 4. Lucas Alamán y Carlos María de Bustamante en los lugares citados. 69 “Causa Capitanía General”, op. cit., p.450. 70 Bustamante, Cuadro histórico, II, pp. 671-672. 71 Sobre la suerte de los restos de los próceres de la independencia y su polémica, en especial sobre Morelos, ver Carmen Saucedo Zarco, Los restos de los héroes en el monumento a la Independencia. Estudio histórico, Instituto Nacional de Antropología e Historia – Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2012, I, pp. 104-114. |