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Entre el progreso y la tradición: un sermón ilustrado para las exequias de Carlos iii (2ª parte)

 

Óscar Raúl Melgosa Oter1

 

 

Se ofrece un capítulo de la vida y la obra del misericordioso prelado don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo casi al tiempo del inicio de su dilatado gobierno episcopal al frente de la diócesis de Guadalajara, de 1796 a 1824,  que da una perspectiva más amplia de su trayectoria y amplitud de miras.2

Fuentes para la composición del sermón

 

Para la composición de un buen sermón de exequias era preciso el conocimiento y hábil manejo de las fuentes religiosas y profanas. Como elogio de virtudes cristianas y oportunidad excelente para difundirlas entre los fieles, era preciso acudir a dos manantiales en los que los predicadores bebían para su inspiración, las Sagradas Escrituras y el Catecismo Romano, así como las obras de los Padres de la Iglesia. En el siglo xviii la oratoria sacra, por regla general, tiende hacia un tono más severo, claro, sencillo –frente a los excesos barrocos precedentes–, con un predominio de los argumentos bíblicos.3 En el sermón de Cabañas prima el empleo de citas bíblicas, con total preponderancia de las paleotestamentarias. Del Antiguo Testamento hay referencias de los libros del Éxodo, Eclesiástico, Lamentaciones de Jeremías, Reyes, Proverbios, Sabiduría, Tobías, Judit, Oseas, Génesis, Job, Eclesiastés, con una abrumadora mayoría del Libro de los Salmos, al que recurre alrededor de veinte veces para ejemplificar, fundamentar su discurso y fortalecer sus argumentos. Las citas del Nuevo Testamento son menos: de los Evangelios de san Lucas, san Juan y san Marcos, de los Hechos de los Apóstoles y de las epístolas paulinas a Timoteo, a los Romanos, a los Corintios y a los Filipenses. En cuanto al tradicional recurso a la patrística, sólo se han detectado citas procedentes de La ciudad de Dios de san Agustín y del Libro de Abrahán de san Ambrosio. Asimismo, acude a una obra clásica en la época como era el Diccionario Bíblico del padre Calmet, con numerosas ediciones desde la Princeps en Luca de 1725 y traducido prácticamente a todas las lenguas europeas.

En los sermones también se hacía un repaso del reinado del monarca difunto, de los principales hechos acontecidos bajo su gobierno. En cuanto a la inspiración en obras de carácter profano para la composición de esta parte, se detecta la presencia de un clásico latino de la talla de Cicerón (de su obra Sobre la Ley Agraria), autor de lectura obligatoria en el programa de estudios confeccionado para los seminaristas de sus fundaciones docentes en Guadalajara. De la misma manera, se observa la inspiración y el buen conocimiento de la monumental obra del benedictino fray Benito Jerónimo Feijoo, el Teatro crítico universal, cuyo nombre no da, pero se refiere a él como “ilustre monje, crítico de primera orden”. A lo largo del sermón se detectan sobresalientes deudas a Feijoo: presenta ideas calcadas sobre la educación principesca, la guerra, el desarrollo agrícola, la música en las iglesias, las modas, etcétera, y las mismas expresiones, sirva un ejemplo:

 

¿Qué es un conquistador sino un azote que la ira divina envía a los pueblos; una peste animada de su Reino, y de los extraños (…) un hombre enemigo de todos los hombres…4

 

Obsérvese la estrecha similitud, que en este caso concreto más que un préstamo inspirador constituye una manifestación de plagio flagrante:

 

porque un conquistador (…) no es más que el cruel azote de la ira de Dios, una peste horrible de sus pueblos y aun de los estraños, un hombre enemigo de la amable humanidad.

 

Para incluir aspectos de la vida de los monarcas difuntos eran precisas las crónicas, las relaciones, la “relación sencilla y fiel que se me ha comunicado” a la que se refiere en el sermón, procedente de personas respetables y sobre cuya autenticidad y la exactitud en su contenido no puede caber duda, por la proximidad al rey de sus autores.5 Cabañas recurrió a libros de Historia para referirse a los sucesos de las guerras de Italia, que llevaron a Carlos al trono de Nápoles; contó con la obra de Massuet, Historia de la última guerra, traducida por Teodoro Ventura Argumosa y editada en Madrid en 1738. El reinado de Carlos en el trono de las Dos Sicilias es recordado por el predicador gracias a las Cartas familiares y viaje de Italia del jesuita Juan Andrés y Morell, publicadas entre 1786 y 1793, en las que con gran detalle se describe el arte y la cultura de la Italia de la época y la labor del Borbón como mecenas. Los textos legales, la obra legislativa del rey, también jalonan las páginas del sermón, con referencia a leyes concretas promulgadas por Carlos. Las propias palabras del rey son empleadas para dar mayor veracidad a la prédica; igualmente se sirve del testamento regio, algo común en estas composiciones. Finalmente, Cabañas también hace uso de la propia experiencia personal, de los recuerdos de un reinado en el que ha vivido, de los hechos conocidos directamente, “cuando recuerdo en mi memoria”, “¿con qué gusto recuerdo yo…?” Todas estas fuentes le sirvieron para completar su elogio fúnebre. A su disposición para este menester estuvieron las obras de la rica biblioteca capitular, una de las mejores de España,6 y las del Seminario de San Jerónimo, cuyos fondos se iban aumentando gracias a las generosas donaciones de canónigos y arzobispos.

Para la composición del sermón, dado su carácter extraordinario y la importancia que se le daba, los predicadores precisaban de tiempo para aplicar su ingenio a la labor encomendada. Éste solía condicionar la fecha de inicio de las exequias reales; por tanto, era el predicador el que señalaba muchas veces, con la conclusión de su encargo, la posibilidad de comenzar la celebración. Cabañas contó con unos cincuenta días.

Son múltiples los recursos, herramientas, instrumentos de los que se servían los predicadores para la composición y predicación de sus sermones. La maestría en el manejo de ellos era la base del éxito en su empresa y la que les reportaba prestigio; aquí se pueden ver algunos de los empleados por Cabañas.

El resultado final del trabajo dependía del cumplimiento de los objetivos marcados para este tipo de sermones: el elogio del monarca difunto y la difusión de unas virtudes que se le atribuían. Éstas debían ser utilizadas y ofrecidas por el orador como ejemplo a los que escuchaban. “¡Qué ejemplo éste, señores, para tantos cristianos indignos de este nombre!” Aquí radicaba la auténtica razón de ser del buen predicador y la finalidad fundamental del sermón, convertido en una pieza educativa, en una gran catequesis para “instrucción y edificación de mis oyentes”, para “vuestra edificación y vuestra enseñanza” como fieles vasallos y buenos cristianos.

Cabañas hace una declaración de intenciones en la que expresa lo que no va a hacer, lo que no se puede esperar de él: “no penséis que yo”, “no esperéis señores”, “porque yo no voy a deciros”. No va a caer en la vana lisonja, no va a hacer un elogio militar porque le repugna la guerra, no va a recurrir a las hazañas de los antepasados del rey para elogiarle, porque no necesitaba recurrir a los méritos y virtudes de sus antecesores, no va a decir cosas que no sean verdad. Con ello evita el desengaño, “avisa ante las falsas expectativas del auditorio.

Rechaza la “elocuencia seductora” y los “pensamientos lisonjeros”, de lo que no precisa para nada en su discurso en el que prima la sencillez, la accesibilidad en líneas generales. Dependiendo del nivel cultural de los distintos oyentes, el grado de entendimiento de lo que el predicador les estaba diciendo sería mayor o menor. Esto lo consigue al mostrarse llano, natural, accesible, con el propósito de llegar a la gente, al huir del barroquismo,7 de una pieza muy elaborada técnica y formalmente, de un alarde intelectual que no le permitiese cumplir con su finalidad principal: que los mensajes proclamados calasen en la gente, en el ideario popular colectivo.

Confiesa al auditorio que en ocasiones el orador se veía obligado a no ser fiel a la verdad, a silenciarla, a pasarla por alto, a eludir lo negativo, a ocultar los aspectos menos agradables de la vida y obra del personaje sobre el que se predica, barnizar, edulcorar, tapar, esconder: “un orador diestro se ve forzado a cubrir con el velo de un silencio estudiado”. Aunque advierte que con el rey que le ha tocado elogiar no es el caso, no tiene necesidad de ello.

Es una obsesión de Cabañas demostrar que dice la verdad, que no está movido por la vana lisonja, por el derroche de incienso propio de muchas de estas composiciones. A lo largo del sermón está presente el temor a no ser creído, lo peor que le podía pasar a un predicador comprometido con su oficio y con esos objetivos que se han señalado. Es consciente del peso de una larga tradición de excesos en la loa de la oratoria sagrada, sabedor de las reservas que pueden generar este tipo de elogios fúnebres, cargados de alabanzas desmedidas:8 “obstáculo poderoso y casi insuperable para que yo sea creído en gran parte de lo que voy a referiros de Carlos”. Esta realidad le lleva a reconocer las críticas

“que suelen tronar sin misericordia contra cualquier orador”. No vale todo lo que se dice, no se acepta a pies juntillas todo lo que sale de la boca del predicador, se ve sometido a cierto espíritu crítico que juzga su composición, que vigila su actuación.

Para evitar esa crítica se va a limitar a constatar realidades, conocidas según él por los oyentes: “yo no voy a deciros sino lo que habéis visto u oído”. Se apoya en la experiencia personal de los asistentes, “las maravillas que yo celebro están a la vista de todos”. Podían tener recuerdos del reinado del monarca difunto y hacerlos presentes en ese momento, aunque cabe preguntarse cuántos de los que escuchaban estas palabras sabían realmente de lo que el predicador les estaba hablando, o tenían constancia de la información que se les estaba ofreciendo.

En esa obsesión de Cabañas por demostrar que todo lo dicho es verdad fundamenta sus testimonios en las propias palabras de Carlos iii: “ya veis que nada pondero, que no hago más que repetir las serias y sólidas máximas de un rey que merece ser bien creído por su palabra”; si no le creen a él, que den crédito a su soberano, que habla por boca del predicador.

La relación predicador-oyentes, la forma de dirigirse al público asistente, de llamar su atención, se manifiesta de forma muy distinta atendiendo a las dos partes bien diferenciadas en las que Cabañas divide su sermón, la parte política y la religiosa. En la primera las llamadas son: “señores”, “oyentes míos”; en la segunda apela a “fieles” y “cristianos”. Hay una única llamada directa a la ciudad en la que se celebran las exequias, “antigua y nobilísima ciudad de Burgos”.9 Podría esperarse una mayor presencia de la ciudad que costea las honras, pero invoca a un auditorio que trasciende la escala local; se dirige a una comunidad mucho más extensa, a todo el reino. Quizá sea algo derivado de los retoques propios recibidos por un texto destinado a la impresión y por tanto a una mayor difusión, recuérdese su segunda impresión en Madrid. Lo hace en tono elogioso, destacando su generosidad o manifestando su amor hacia ellos, “¡generosos españoles!, ¡amados españoles!”; regala sus oídos con tratamientos delicados, enaltecedores, “el más respetable auditorio”, en una recurrente fórmula empleada por los predicadores para conseguir el beneplácito y la aprobación de su trabajo a través de la adulación al público.

De la misma manera, Cabañas les integra en su discurso, les hace partícipes de la serie de ideas que va declamando: “señores, no os admiréis”, “no lo ignoráis”, “no lo dudéis”, “vosotros juzgaréis”. Con ello da un papel activo al auditorio, le mueve a pronunciarse mentalmente, a elaborar un juicio propio –aunque dirigido con los datos de peso ofrecidos–, a reflexionar sobre lo que se le está diciendo, siempre con el objetivo de que asimile los ejemplos que se le aportan. O trata de evitar una interpretación errónea de sus palabras, dejando clara la idea que quiere inculcar: “pero os equivocáis, señores…”, “no penséis, oyentes míos, que…”

El éxito del predicador dependía de su capacidad para captar la atención de sus oyentes, de los que espera “se dignarán oírme con atención y paciencia”. Pretende no abusar, tratar con consideración a los oyentes, no excederse en el discurso, prescindir de lo que da por conocido: “y yo no pienso fatigar vuestra atención repitiendo inútilmente lo que tenéis bien presente”. Es algo que constituye una nueva forma de halago al auditorio al reconocer que se hallaba bien informado, que habla de realidades conocidas por los asistentes, así como una forma de evitar la distracción provocada por la reiteración de cosas sabidas.

Un clásico como recurso predicativo empleado por los oradores son las manifestaciones de falsa humildad, como fórmulas de captatio benevolentiae para lograr el favor del público: la incapacidad, que no va a poder hacer, que va a fracasar, que la tarea le supera, “siento en mi ánimo el más duro pesar de no poder haceros una pintura viva y cabal…” La modestia excesiva, “este santo sitio que indignamente ocupo”. El verse desbordados, las limitaciones por la responsabilidad que encarnaba la prédica de un sermón de exequias reales, por la emoción, por la falta de tiempo para relatar todos los logros del reinado de Carlos III. Esto actúa a su vez como recurso hiperbólico de alabanza al rey: el orador no tiene tiempo, porque los éxitos del monarca son tantos que no los puede abarcar en un lapso limitado. Se trata de una herramienta retórica más para magnificar la obra del rey: “¡Que no pudiera yo detenerme!”, “que me sea imposible expresaros dignamente…”; “¿podré yo seguir el curso infinito de sus benéficas disposiciones? (…) ni el tiempo ni las fuerzas me permiten manifestaros cuánto debe la Nación en este punto a nuestro glorioso monarca”; “¡que no lo pueda decir yo todo!” Dice mucho, pero todavía podría decir mucho más de un largo reinado con una gran obra política.

El tono emotivo de las ceremonias fúnebres hacían necesario dotar a la prédica de una fuerte carga dramática, de tensión emocional, con la que contribuir en la creación de una atmósfera apropiada: “mi corazón se enternece al llegar a estas últimas palabras de mi discurso, mi voz se anuda a la garganta, y mi lengua trémula no acierta a pronunciar lo que sigue”. Aquí el predicador debía hacer buen uso de los recursos actorales con los que tenían que contar los buenos oradores: la voz, los gestos.

Se usa la reiteración para intensificar el discurso, la insistencia para recalcar una idea que desea que quede bien asentada: “con estas mismas palabras vengo yo”, “con estas mismas palabras, vuelvo a decir, vengo a formar el elogio fúnebre”. “Yo veo (…) yo veo, digo”.

Nótense el uso de la personificación y las alusiones directas a ciudades y villas, a Dios, a la muerte. Pregunta a los oyentes, trata de establecer un diálogo con ellos, con las ciudades de Italia, testigos de las primeras actuaciones de gobierno de Carlos: Nápoles, Palermo, Mesina, Aversa: “decidnos si habéis oído contar alguna vez…”, a Pompeya y Herculano, ”vosotras vindicaréis eternamente la escogida sabiduría de Carlos y diréis por la experiencia…”, las “ciudades, pueblos, villas, aldeas de la España, levantad vosotras la voz y publicad por toda la redondez de la tierra lo que debéis al amor y cuidado paternal de Carlos iii”; a Madrid, “¿podrás jamás encarecer lo que debes a este tu insigne bienhechor?” Si no puede contar el predicador los beneficios derramados por el rey, que sean los lugares favorecidos por su gobierno los que hablen. Aunque habría que preguntarse nuevamente cuál sería la reacción de una mayoría del público ante la mención de estos lugares, si les sonaban a unas personas que difícilmente habrían traspasado los límites comarcanos. Cabañas también entabla conversación con la Parca: “¡oh muerte!, ¿dónde están aquí tus destacadas victorias?”, o con el alma del rey: “sube ya a la Patria de los bienaventurados”.

Emplea la pregunta retórica, aquélla que se enuncia pero de la que no se espera contestación, o las que se plantea a sí mismo, para captar la atención, cambiar de tema, introducir una idea: “¿y qué diré yo de aquel particular cuidado en perfeccionar las bellas artes?”; “¿qué faltaba, señores, a Carlos iii después de una vida tan ejemplar (…)? Nada, oyentes míos”. En su formulación recurría a la admiración, a la intensificación del tono.

Otro recurso empleado por Cabañas consiste en dejar en suspenso una idea con lo que se pretende aumentar la tensión, preparar al auditorio para cambiar de tema, para introducir nuevos mensajes, para captar la atención por medio de la hábil administración de los ritmos, de los tiempos, de la información ofrecida: “Pero basta ya de llanto y dolor (…) suspendamos un poco la corriente de nuestras lágrimas (…) busquemos algún alivio y consuelo en la religión y virtudes de nuestro difunto soberano”. Se genera suspense en el auditorio: “y había puesto su mano en el timón del gobierno cuando…” Enfatiza en su discurso: “yo no puedo contenerme”.

No podía faltar en una composición de esta naturaleza la hipérbole, la exageración, con las consabidas fórmulas laudatorias: “el mejor”, “el más”, “el muy”, así como la inevitable deriva hagiográfica: “su suerte puede contarse entre la de los reyes santos”, “perfecto cristiano”, su “perfecta resignación a la voluntad de Dios”, “vida inculpable”, “el más modesto”, “hecho por Dios semejante al Crucificado”.

De la misma forma, aparecen la comparación, el símil, el recurso a los personajes bíblicos. Era muy útil a los predicadores la búsqueda de imágenes asequibles al auditorio en la Sagradas Escrituras para hacerse entender, fácilmente identificables con una determinada virtud, cualidad, característica que se atribuía al rey. Con ello los oradores sacros pretendían que fuesen imitadas, como modelos a seguir por sus oyentes, en ese fin edificante, educativo, catequético de los sermones. Así, Cabañas recurre al modelo de los reyes del Antiguo Testamento asociándolos con Carlos iii. Al rey Josías, personaje en torno al cual comienza y se articula el sermón, como ejemplo de rey amado por su pueblo. Al rey David, favorecido por Dios al haber sido iluminado por las luces celestiales, siempre alerta en el examen de todas sus acciones para que fuesen conformes a la ley de Dios. Al rey Salomón y su proverbial sabiduría. A Moisés en la oración continua por el bien de su pueblo. Es presentado como otro Abraham, que acepta con absoluto sometimiento la voluntad de Dios la pérdida de sus seres queridos, como la aceptó el patriarca de Ur al recibir el mandato divino de sacrificar a su unigénito Isaac. Como Tobías y Job, hombres escogidos por Dios y probados en su fidelidad mediante las desgracias y la tribulación, aceptando con total resignación los designios del Señor y pasando con nota esos obstáculos.

La utilización de imágenes sencillas transmite con plasticidad el efecto igualador de la muerte; compara las más “humildes plantas”, el común de los mortales, con los “empinados cedros del Líbano”, las personas reales, que son arrancados con la misma facilidad y frecuencia por la inexorable parca. Evoca su buen recuerdo, su lugar en la memoria de los vivos, por medio de símiles muy sensuales y muy accesibles, “suave y oloroso perfume”, “manjar tan dulce y delicioso como la miel”. Las imágenes clásicas son repetidas de forma continua para transmitir la representación del rey como defensor de la Iglesia, “columna firme de la fe”,10 “muro fuerte de la religión”, o presentar la vida sencilla y de recogimiento de Carlos iii al comparar su palacio con “un bien ordenado y concertado claustro”. Son lugares comunes, puntos de encuentro compartidos en muchos de los sermones pronunciados por este motivo, reiterados por los predicadores en una larga tradición que fue calando en el inconsciente colectivo de la gente, comprensibles por reiterados a una mayoría de escasa instrucción.

 

Estructura y contenido del sermón

 

La impresión de la prédica de Cabañas tiene 83 páginas, de las que 68 son el sermón propiamente dicho y las otras 15 contienen 40 notas explicativas que sirven para complementar el texto predicado, dirigidas a un selecto grupo de lectores.

Como era norma general en los sermones, los predicadores solían comenzar con una cita, casi siempre bíblica, que se convertía en vehículo vertebrador, en un hilo conductor de la prédica. Marcaba la pauta por la que iba a transcurrir, servía para centrar la inspiración de la prédica. En este caso, Cabañas escogió varios versículos del Libro del Eclesiástico: “In omni ore quasi mel indulcabitur ejus memoria… Ipse est directus divinitis in poenitentiam gentes, et tulit abominationes impietatis. Et guvernavit ad Dominum cor ipsius et in diebu peccatorum corroboravit pietatem”,11 y un personaje al que van referidas las palabras precedentes, el “celoso y amable” rey Josías,12 decimosexto rey de Judá, considerado por su pueblo uno de los mejores y más piadosos reyes que tuvo, que manifestó gran celo en la reforma del culto del pueblo hebreo y cuya muerte fue recibida por sus súbditos con gran dolor.

De esta forma ya están marcadas las líneas fundamentales del elogio a Carlos iii: fue un rey amable, capaz de ser amado por su pueblo por su acertado gobierno, un rey piadoso, celoso en la defensa de la fe católica y en la persecución de la impiedad. Se lamenta su grave e irreparable pérdida y se tiene conciencia de que es digno de permanecer en la memoria de los españoles durante mucho tiempo, convirtiéndolo en modelo para los tiempos venideros.

A continuación se incluye una breve introducción o preámbulo del que Cabañas se sirve para crear un ambiente dramático, propicio al llanto, acorde con el tono fúnebre de un sermón de exequias. Ahí trata de las desgracias sufridas por la familia real en un breve tiempo, con una sucesión de muertes que van a suponer un duro quebranto en el ánimo de Carlos III.

Sigue el cuerpo del sermón propiamente dicho, articulado en las dos partes que se corresponden con exactitud a la sinceridad, a la honestidad con que se anuncian en el título, Oración fúnebre político-christiana. Por tanto, hay una primera mitad de la prédica dedicada a realizar un recorrido por la historia del reinado de Carlos iii, el discurso político, y una segunda destinada al elogio de las virtudes religiosas del monarca, el sermón cristiano.

La parte política del sermón, en la que Cabañas realiza un repaso por los principales hechos del reinado del monarca difunto, se divide a su vez en dos periodos: su reinado en Nápoles (1734-1759) y su llegada y posterior actuación en el trono de España (1759-1788).

Sobre el periodo napolitano los principales temas tratados son las campañas fulgurantes que le llevan al solio de Nápoles en las Guerras de Italia, el amor de sus nuevos súbditos, la puesta en marcha de su labor de gobierno revitalizando el comercio, la industria, las artes, las ciencias útiles; el fomento de la cultura gracias a su labor de mecenazgo; el desarrollo agrícola, una política de obras públicas, la reforma del ejército y la marina y finalmente la autonomía conseguida para ese territorio.

Sobre el periodo español los principales temas tratados son el acceso al trono de España por herencia y por sus méritos, sin derramamiento de sangre; la tarjeta de presentación con la que llega, precedido de sus éxitos en Italia, lo que provoca la buena acogida ofrecida a su nuevo soberano por el pueblo español; el azote del infortunio en los inicios de su reinado con la pérdida de su mujer y el estallido de la Guerra de los Siete Años, duro golpe para un rey amante de la paz y partidario de la continuidad del pacifismo característico del reinado de su hermano Fernando vi, así como la Guerra de Independencia de las colonias norteamericanas; la extensa y detallada dedicación a la obra de reformas

socioeconómicas llevadas a cabo por Carlos y la amplia legislación en todos los campos, el fomento de la circulación monetaria, el desarrollo agrícola, industrial, comercial, cultural, artístico, su mecenazgo, todos ellos fundamentos para la consecución de la felicidad pública, verdadero objetivo al que Carlos aspira como buen gobernante; la importancia de la educación de niños y jóvenes, el apoyo a la creación y actuación de las Sociedades Económicas, la exaltación del mérito y la virtud, verdaderos raseros para medir a las personas; la valoración social del trabajo, la asistencia y preocupación por los más desfavorecidos, la transformación de Madrid como gran capital europea.

En la parte cristiana, Cabañas trata de la religiosidad del rey, de su educación cristiana, del rechazo que le causaba todo aquello que pudiese ir en detrimento de los intereses de la Iglesia, su vigilancia para evitar la entrada de postulados heterodoxos, la protección prestada a la actuación del Tribunal del Santo Oficio en defensa de la fe católica, –que el predicador destaca de forma interesada, aunque estas afirmaciones admiten bastantes matices e incluso ponerlas en duda–, el fomento del culto divino con el debido ornato y la decencia de los templos, su devoción, la censura moral de las costumbres relajadas y finalmente la enfermedad, el testamento y la muerte del rey.

El sermón es rematado por Cabañas con una síntesis de las enseñanzas que ha ido desgranando y con una serie de recomendaciones a los oyentes para ser buenos cristianos y fieles súbditos. Es aquí donde se ve a la perfección su valor didáctico y catequético, insistiendo en que los que escucharan o los que después leyesen el texto impreso se aplicasen al seguimiento de una vida modélica.

 

 

La primera parte del sermón: el elogio político

 

En el sermón quedaron reflejadas las principales ideas sociales, económicas y culturales propias del legado carolino, compartidas por Cabañas. El predicador habla por boca de las reformas de Carlos iii, pero debajo subyace su pensamiento, algo que se confirma a través de su labor como obispo en América al tratar de llevarlas a la práctica en su diócesis. Parte de una premisa inicial de la que se deriva todo: las gracias y virtudes personales y los logros de su reinado, así como los beneficios proporcionados a sus súbditos, derivados de su gobierno, proceden de Dios. Del mismo modo, arranca de un juicio histórico del devenir hispano, la situación de decadencia y postración de España desde el reinado del último de los Austrias, de la que vino a sacarla Carlos III con su política de reformas: “a principios del presente (siglo xviii, estaba) en el mayor ahogo y abatimiento” un “cuerpo enfermizo y casi cadavérico” de una monarquía dormida, que “parece revivir y reanimarse con la venida de Carlos” desde el trono de Nápoles, donde sus actuaciones se cuentan por aciertos. Ello constituyó un alegre presagio: “hacían esperar a todo español las mayores ventajas y los más dichosos progresos”.

“Carlos era político”, en el sentido de versado en las cosas del gobierno y negocios del Estado, con unos diáfanos objetivos: el dominio del “arte difícil de gobernar a los hombres y hacer felices a los pueblos”. Todos sus trabajos, desvelos, reformas, leyes, se orientan a mejorar una realidad concreta, en aras de cumplir ese gran fin. Pero, ¿dónde radicaba la felicidad pública según Cabañas, qué hacía falta para conseguir el desarrollo de un pueblo? Siguiendo la línea del pensamiento ilustrado, señala la labranza, la industria, las artes y el comercio como fundamentos para la consecución de la felicidad = progreso. ¿Y cuál era la situación de estos pilares a la llegada de Carlos? De “desmayo y desaliento”, lo que imposibilitaba la consecución de esos objetivos carolinos. Ese estado de postración es el que Carlos tiene que enmendar para lograr el bienestar de sus súbditos mejorando sus condiciones de vida. Educación y trabajo serán los cauces necesarios para introducir las reformas ilustradas y conseguir el progreso material, y con ello la ansiada felicidad pública.

El valor de la educación. De nuevo el orador presenta el ejemplo del monarca para que sea imitado por sus súbditos. Carlos recibe en su niñez principesca,13 etapa decisiva en el proceso de formación del hombre, cuando empieza a formarse la personalidad, una sólida educación cristiana y política. La buena instrucción en la infancia, combinada con unas condiciones innatas concedidas por Dios; los talentos dados, fortalecidos y multiplicados gracias a la instrucción, al trabajo, al tesón, al esfuerzo, fueron las bases del éxito en su reinado, el campo propicio para la germinación de un buen soberano. Estos argumentos le sirven a Cabañas para defender y fundamentar la importancia de la educación de los niños y jóvenes y valorar la política educativa carolina de promoción de establecimientos de enseñanza.14 Para recibir esta educación era preciso el fomento de las escuelas públicas “para los niños pobres de uno y otro sexo”, una “enseñanza universal” de la que la mujer no debía estar excluida. Cabañas, como otros ilustrados de su tiempo, Feijoo entre ellos,15 se preocupó por la formación femenina. Iglesia y Estado debían facilitar los medios formativos para aquellos que no tenían posibles, darles la oportunidad de una instrucción que les sirviera para ganarse la vida, para ser personas de provecho, una “educación que les liberte de la terrible miseria y precisión de vivir de la mendicidad”. Ideas todas ellas en la línea de lo que será una de sus principales inquietudes y ocupaciones en su diócesis. En primer lugar se deseaba proporcionar una buena formación cristiana y unas normas de conducta social y moral, para lograr buenos hijos de Dios. En segundo, ayudar a las personas a labrarse un porvenir, a través de una formación técnica, del aprendizaje de un oficio que les habilitase profesionalmente, con lo que se evitaría la miseria y el recurso de partes de la sociedad a la mendicidad o la delincuencia. Cabañas comparte los planteamientos ilustrados sobre la función-concepción utilitaria de una enseñanza primaria universal que reportaba beneficios personales, familiares y para el reino, y tratará de introducirlos en su diócesis.16

Aborda también el sermón el fomento de instituciones de educación superior, en las que se proporcionaba una “enseñanza particular”,17 ya que la instrucción debía ser para todos, pero no para todos igual. Tales instituciones estaban orientadas a aquéllos destinados a desempeñar responsabilidades en el gobierno civil y de la Iglesia, para la preparación de las élites gobernantes. De esta forma Carlos III favoreció la recuperación y el fortalecimiento de los estudios, de los planes de formación para la salvaguarda y difusión del conocimiento; del Seminario de Nobles, los Reales Estudios de la Corte, las universidades, donde según Cabañas se promueve “el estudio de las ciencias más importantes y útiles a la Iglesia y el Estado”. Nuevamente se verá a Cabañas continuando esta labor en México, creando y dotando centros en los que el clero diocesano recibiese una esmerada formación para desarrollar de manera eficaz su labor pastoral, actuando como agente introductor de las reformas alabadas en su sermón. En este sentido, Cabañas demuestra grandes desvelos por la instrucción del clero y concibe un sacerdocio activo en la búsqueda del bienestar material del hombre, no sólo espiritual, y alcanzable a través de la educación y el trabajo.18

Cuando aborda la atención a los más desfavorecidos, Cabañas ensalza la fundación de instituciones benéfico-asistenciales y las mejoras de las ya existentes (Junta de Caridad, Hospitales, Casas de Misericordia, Hospital General de Madrid, Hospicio de Nápoles, Casas de Misericordia en provincias). El predicador realza la preocupación del rey por los más pobres. En su sermón están las ideas y los ejemplos de la política reformista de Carlos iii en esta materia, que Cabañas pondrá en práctica. La obra de Carlos le sirve de guía en la senda que seguirá personalmente al ejecutar estos proyectos, caso de la fundación de la Casa de Misericordia de Guadalajara y otras obras similares. ¿Cuál es el objetivo de estas instituciones desarrolladas durante el reinado de Carlos y continuadas por Cabañas? La atención a aquellos que no tienen nada, para evitar que caigan por una pendiente que los deshumanice y los conduzca a la mendicidad o a la delincuencia, situación a la que tuvo que hacer frente al llegar a América. Todo ello se conseguía gracias a la formación y el trabajo, para mantenerlos ocupados y alejados de la ociosidad, “corruptora de las costumbres,” en palabras de Campomanes, y responsable de la grave crisis moral con la que se encontró en su diócesis (desórdenes, robos, homicidios, alcoholismo, familias rotas, etcétera), con especial incidencia en el mundo indígena.19 Por tanto, era necesario el fomento de la laboriosidad para acabar con la holgazanería. Más allá de la tradicional concepción de la caridad, atendida por la Iglesia, como destaca en el sermón, se plantea una nueva política de beneficencia en la que se busca el provecho social y económico de amplios sectores marginados ante el problema de la mendicidad y sus anejos.20 Siguiendo este camino, entre las funciones de los nuevos hospicios estará la de proporcionar una adecuada formación religiosa, una instrucción primaria (lectura, escritura) y una formación técnica, el aprendizaje de un oficio, con lo que estas instituciones reportaban beneficios personales, individuales, para el que entraba en ellos, pero también colectivos, al repercutir en provecho de la familia, de la comunidad y del reino.

Ligada a estos aspectos está la exaltación que se produce durante el reinado de Carlos iii del valor social del mérito frente al valor dominante del linaje y la sangre. Predica Cabañas con el ejemplo al negarse a glosar a los antepasados del rey para atribuirle virtudes que no le pertenecen. Las suyas bastan y sobran para hacerse una idea cabal de cómo ha sido su reinado. Se niega a caer en la práctica generalizada en este tipo de prédicas de remontarse a lo hecho por los antecesores para ensalzar al monarca difunto. Se observa una diferencia sustancial con los valores sociales imperantes hasta el momento, muy presentes, por ejemplo, entre el estamento nobiliario: el deseo de vivir de los timbres de gloria de sus antepasados, lucirlos, hacer ostentación. “Mérito y virtud” son el lema de la Orden de Carlos iii. Cabañas lo comparte, lo hace suyo. De la misma forma, se resalta la estimación de algo con una larga tradición de desprecio en la sociedad hispana, el trabajo manual-mecánico. Cabañas se mueve en una línea ilustrada de consideración social positiva del trabajo, a contracorriente de la mentalidad dominante, del peso de la losa de la categoría de los “oficios viles”; se pretende sacarlos del desprestigio, del descrédito propio de la mentalidad aristocrática de los españoles, tan censurada por algunos autores extranjeros y también por los arbitristas del siglo xvii o los novatores, precursores del pensamiento ilustrado, conscientes de su nula disposición a la labor.21 Desde el poder se fomentan actitudes positivas hacia la promoción social a través del premio a los más laboriosos, se elabora una legislación que declara los oficios considerados “viles” como útiles, honestos y honrados,22 el rey les quita el “vergonzoso sobrescrito de viles”, y el “maestral activo y virtuoso es más considerado en sus días que el rico holgazán”. Se promueve la condición social del artesano a través de la dignificación de su trabajo, de la concesión de privilegios, del acceso a cargos y empleos de los que antes estaban excluidos.

El fomento de la ciencia se tradujo en la creación de instituciones como el Real Gabinete de Historia Natural o la Academia Real de Ciencias, a la que Cabañas denomina “templo ostentoso consagrado a la sabiduría”. Curiosa consideración, de tono paganizante, en un clérigo, que se adelanta a la realidad de los acontecimientos: cuando en la Francia revolucionaria, en los altares despojados de las iglesias, se entronice la imagen triunfante de la diosa razón. En Cabañas se observan rasgos de modernidad al ponderar la promoción de la medicina y de la anatomía, de los avances médicos por lo que suponen en cuanto alivio del sufrimiento físico del hombre, cuando a finales del siglo xviii todavía hay representantes del clero que se oponen a la vacunación por ir contra el plan divino en el que la enfermedad es considerada un castigo de Dios por las faltas cometidas. Un nuevo rasgo de modernidad y de ilustración en Cabañas en esta materia es la crítica al principio de autoridad y la puesta en valor del empirismo, la necesidad de no fundamentarse tanto en las sentencias de Galeno, en el magister dixit, “como en las exactas observaciones de la naturaleza”. Algo similar postula con respecto a la jurisprudencia y la aplicación del Derecho Natural y de Gentes, en contraposición con una larga tradición inspirada en los viejos tratados legales de origen romano y medieval, ya superados. Valora la incorporación a los obsoletos programas de estudio de nuevas disciplinas: física, química, geología, botánica, etcétera, cuyos resultados, sus aplicaciones prácticas, pueden incorporarse al desarrollo y progreso de otros sectores (agrícola, industrial) y tendrá ocasión de predicar con el ejemplo al desarrollar los programas de estudio de las instituciones formativas por él creadas.

El fomento de las artes está aquí ligado a los conceptos del nuevo vocabulario ilustrado de ornato, belleza, placer estético, buen gusto. Ese gusto paganizante, tantas veces condenado por la Iglesia tradicional, es alabado por Cabañas a la hora de resaltar el papel de Carlos iii en el rescate de obras del pasado romano al financiar las excavaciones de Pompeya y Herculano, justificando los desembolsos realizados al destacar la belleza de la escultura clásica: “¡Qué gastos tan inmensos en desenterrar las más preciosas antigüedades!” Aunque reconoce que “sirven más al ornato que a la utilidad”, las valora de forma muy favorable, en un rasgo de modernidad y de sentimiento ilustrado. Lo mismo sucede con el estudio de la naturaleza, de la tradición dieciochesca del gabinete científico, de los estudios botánicos que se traducen en la proliferación de jardines y paseos ricamente ornamentados con multitud de especies vegetales, con lo que se observa la unión de los conceptos de utilidad –las aplicaciones prácticas de los estudios botánicos– y el de ornato –la belleza y disfrute– de esos nuevos paseos, jardines, etc. En esta línea se ha de interpretar la consideración de las mejoras emprendidas por Carlos iii en Madrid, momento en el que Cabañas parece hablar por boca propia al conocerlas de primera mano. Como hiciera con Nápoles, la convierte en una gran capital europea, partiendo de un “sitio inmundo y asqueroso”, de una “población malsana”, con calles que despedían un “hedor pestilente”;23 la dota de hermosura, higiene, salubridad. De ahí que denomine al monarca “fundador de Madrid”, aunque guarde silencio ante la reacción popular frente a alguna de estas medidas, como por ejemplo la del alumbrado público.

Se halla un marcado punto de encuentro entre Cabañas, al fundamentar en su sermón el peso del desarrollo económico hispano en los pilares de la agricultura, la industria y el comercio, y este lugar común en los escritos de los ilustrados.24

 Cabañas destina a la agricultura los más elogiosos calificativos: “ciencia honrosa”,25 “la primera del mundo”, “nervio de los Estados”, “la ocupación más sencilla”, “fuente de las más sólidas e inocentes riquezas”. Presenta a Carlos iii como “uno de los mayores y mejores cultivadores del campo”, como lo atestiguaban sus viñedos y olivares en Aranjuez. Esto va en consonancia con lo que será una de las principales preocupaciones de Cabañas como prelado en América y su apoyo a los intentos de reforma agraria (reparto de tierras, estímulo a los grandes propietarios al arrendamiento de tierras incultas, infraestructura de regadíos, repoblaciones forestales, etcétera), en la línea de Jovellanos y de su Informe sobre la ley Agraria. Son medidas que buscan un fin económico, aumentar la producción agropecuaria, para permitir el crecimiento de la población, pero también un fin social: mejorar las condiciones de vida del campesinado.

Cabañas se ocupará en fomentar el desarrollo agrícola en México, primero permitiendo el acceso de los indios a la explotación de la tierra y luego estimulando la aplicación de las mejoras postuladas por los agronomistas y fisiócratas del siglo xviii (nuevos cultivos, selección de semillas, regadíos, etcétera).26 Destaca en su sermón la atención y protección del rey a los labradores, sometidos con frecuencia a los embates de una naturaleza adversa, y especialmente de los jornaleros agrícolas, que dependen exclusivamente de su fuerza de trabajo. Lo presenta muy próximo a ellos, interesado y poniendo en práctica nuevas plantaciones y técnicas, manteniendo un trato cercano, condoliéndose en sus desgracias, mostrándose solícito en atenderles con generosidad y rapidez, lo que también va a ser una constante en la labor pastoral de Cabañas.27

Se plantea la necesidad de un fortalecimiento del tejido industrial con la creación de nuevas fábricas y el perfeccionamiento de las existentes por medio de la introducción de máquinas, que permitan un aumento y una mejora de la producción en consonancia con la política industrial reformista.28

En el sermón se hace una activa defensa de un pensamiento económico de carácter proteccionista, del fomento de la producción propia para disminuir la dependencia del extranjero, mal endémico de la economía española durante siglos: “el extranjero nos robaba antes nuestros bienes”, materias primas de origen español que eran transformadas en las máquinas que ellos ya habían introducido en sus procesos industriales y cuyos productos luego vendían en los mercados hispanos.

Se aprecian las ideas económicas defendidas por Cabañas, como la de que “el giro y la circulación del dinero es la sangre que vivifica y alimenta un Reino”, en las que se puede apreciar la influencia de los escritos de Jovellanos y pensadores afines, y que se repiten en su informe enviado a la Corona en 1805 sobre la situación de su diócesis, en el que postulaba la necesidad de que “corra el dinero” para prosperar.29 Ensalza la política de obras públicas para facilitar la circulación de personas y mercancías, la interconexión de mercados y áreas de producción a través de caminos, canales, posadas.

El orador valora de forma muy positiva la función de las Sociedades Patrióticas o de Amigos del País, fomentadas por el rey, por su condición de agente de las reformas y motor de los cambios, que acogen a clero y nobleza como representantes del pensamiento ilustrado para liderar la búsqueda de mejoras sociales y económicas.30 Afirma que sus miembros “consagran sus vigilias y aun sus bienes a la felicidad de sus prójimos”, en una visión hiperfilantrópica del estamento eclesiástico y nobiliario en su conjunto algo desplazada de la realidad. El mismo Cabañas hace referencia al fracaso de alguna de estas instituciones a causa de la “envidia de unos pocos” y al rechazo y la ignorancia, “mal avenidos con semejantes establecimientos”. Con ello puede estar aludiendo a la experiencia de Burgos, donde hubo un par de intentos frustrados de instauración en el siglo xviii.31

Un tema tratado con especial detenimiento en el sermón es el de las guerras que se produjeron durante el reinado de Carlos iii. A pesar de recoger los principales hechos de armas que tuvieron lugar, pretende huir en su prédica de la exaltación bélica, propia de este género durante los siglos xvi y xvii, y de la presentación del monarca difunto como un valeroso guerrero del que se destacan las victorias contra sus enemigos.32 Se aleja del ardor guerrero que establece asociaciones o “paralelos odiosos” entre el monarca y los representantes de los héroes militares clásicos por excelencia, Alejandro Magno y Julio César.33 Cabañas ensalza a Carlos por su activa defensa de la paz, sólo llevado a entrar en guerra cuando no había otro remedio, cuando se veía afrentado por sus enemigos y para conservar el patrimonio del que Dios le había hecho responsable, frenado por el escrúpulo que le provocaba arriesgar la vida de sus vasallos y derramar su sangre en vanos conflictos a los que conducían la soberbia y la ambición de los príncipes. Cabañas fundamenta su argumentación en una máxima que expresa su sentimiento pacifista: “la fuerza y el poder no dan derecho alguno a la conquista de los reinos”. A pesar de esa marcada orientación pacifista, se ve obligado a hacer referencia a los hechos bélicos protagonizados por Carlos iii y reconoce el acierto y la brillantez de su carrera militar. Es constatable en Cabañas el rechazo que le provoca la figura del conquistador, tan común en los elogios fúnebres de monarcas anteriores, e inspirado por Feijoo, como se ha podido comprobar páginas atrás. Recuerda los éxitos en campaña, pero no se recrea en ellos, porque aborrece la guerra: “a mí no me lo permite ni el sitio que ocupo, ni el Dios de paz de quien soy ministro, ni la presencia del manso Cordero que sobre estos altares se ofrece, víctima de reconciliación”.

A pesar de ello, acepta la valía de Carlos como militar; destaca sus éxitos en la Guerra de Italia y entona un canto de exaltación a los soldados españoles, “viejos generales, cubiertos de heridas, de honor y de gloria”, “ejército de héroes”, ”ejército aguerrido”, lo cual, al ensalzar el valor militar, constituye una contradicción con sus reiteradas declaraciones de intenciones. No deja de indicar que tendría materia para realizar un elogio castrense al uso, de caer en el tópico de “colocarle entre los héroes de Marte” y de atribuirle títulos pomposos por los que disputan los príncipes: “grande”, “invicto”, “príncipe conquistador”, “Carlos ceñido de laureles”. Prescinde de incidir en estos aspectos, aunque con esta fórmula ya ha introducido en su discurso una de las imágenes más repetidas de los monarcas como jefes militares, como guerreros.

Cabañas se preocupa sobre todo por ensalzar el carácter y la voluntad pacíficos de Carlos, que “ama la paz como Fernando”, su hermano y predecesor; destaca el valor de este don y las calamidades que trae consigo la guerra, que trunca el progreso, la estabilidad necesaria para el desarrollo de la agricultura, las artes, el comercio, fuentes para la consecución de la felicidad, y convierte al súbdito en esclavo condenándolo a vivir en la miseria, hija de la guerra.

Para compatibilizar este carácter pacífico del rey con su intervención en conflictos armados, señala el carácter inevitable de éstos. Carlos se vio obligado por la defensa de la Justicia, por “la buena e inviolable fe con sus aliados”, según una afirmación que debe hacer referencia al cumplimiento de los Pactos de Familia suscritos con los Borbones franceses, que le llevan a intervenir en la Guerra de los Siete Años. Obligado por el decoro de la majestad real, la defensa de su reputación, la actuación ante las ofensas inferidas por sus enemigos, la humillación inaceptable; por el bien del Estado, el bien común, y no en guerras de carácter ofensivo, expansionistas, buscando la incorporación de nuevos territorios ni el aumento de su poderío. De esta forma, Cabañas no tiene más remedio que reconocer la necesidad y obligación de entrar en conflicto: “teníamos la razón de nuestra parte”, y se ve impelido a aceptar que Carlos empuñe la espada y lleve a su pueblo a una guerra inevitable, ante la dificultad de mantener a España al margen de los conflictos que surgen en Europa, dados sus intereses y su condición de gran potencia.34 De la misma forma, Carlos se verá arrastrado de nuevo por Francia a la guerra de emancipación de las colonias inglesas en Norteamérica, y Cabañas llega a hablar de “los prósperos sucesos de la última guerra”, por los derivados de la paz de París, lo cual constituye una clara contradicción con lo que había enunciado poco antes, al afirmar que de la guerra no podía salir nada bueno, nada beneficioso.

Cabañas logra una buena síntesis de los aspectos más esenciales del reinado de Carlos iii, aunque se detectan ausencias notables e interesadas (motín de Esquilache, expulsión de los jesuitas). Tampoco se dice que muchas de estas medidas fracasaron o no dieron los frutos inicialmente esperados. Presenta todas sus aportaciones como éxitos, cuando la realidad de los estudios historiográficos demuestra que muchas de sus reformas se malograron por la resistencia al cambio derivada del inmovilismo de los grupos dominantes o de la ignorancia del común, por el choque con unas tradiciones de difícil desarraigo, con intereses particulares que no fluían en la misma dirección de los cambios propugnados por el pensamiento ilustrado.35

Los ilustrados del siglo xviii elaboraron y manejaron un vocabulario propio, con el que definieron sus motivaciones, marcaron sus líneas de acción y dirigieron sus actuaciones. Son creadores de un léxico identificativo de su pensamiento y de su discurso, lleno de neologismos (luces, felicidad, utilidad, crítica, erudición, buen gusto, progreso), propio de la “intelectualidad progresista hispana”.36 Algunos de estos términos están presentes en la parte política del sermón de Cabañas, lo que permite identificarle como miembro de esta nueva corriente de pensamiento reformista ilustrado.

Uno de los conceptos más gratos a los escritores de la Ilustración y de los más repetidos por Cabañas en su sermón es el de “felicidad”. Aparece ligado a otros anejos, como el de prosperidad, y en una gran variedad de asociaciones: “felicidad pública”,37 “felicidad de sus prójimos”, “felicidad de una nación”, “revolución feliz”, “feliz gobierno de la monarquía”, “feliz época”, “pueblos felices”. Este concepto se puede resumir en el objetivo que guiaba el gobierno de Carlos: “hacer felices a los pueblos”.

El concepto de felicidad era indisociable del de “progreso”, planteado como la idea más genuina del pensamiento ilustrado, que presenta un progreso material fundamentado en la renovación cultural y en la aplicación práctica de los avances científicos para la consecución de la felicidad del hombre; de ahí la valoración positiva que Cabañas hace de los adelantos científicos, económicos, culturales, etcétera.

El concepto de “utilidad” está asociado a las “ciencias útiles” y también a otras “que sirven más al ornato que a la utilidad”. De ahí el agrado que se manifiesta en el sermón por el fomento de las Bellas Artes o de la Arqueología, “para utilidad y enseñanza del público”, algo estrechamente unido al concepto de “buen gusto”, de la estética, que explica la alabanza que Cabañas hace de fundaciones como el Jardín Botánico, el Paseo del Prado, las puertas, las fuentes, los paseos que sirven para recrear y edificar “a todo hombre sensible y de buen gusto”. También aparece el concepto de utilidad ligado al trabajo, con la transformación de los que antes eran considerados “oficios viles” en “oficios útiles” ahora, y la posibilidad de aquellos que los desempeñan de “ser algún día útiles a sus padres y a la

Patria”.

Propio del pensamiento ilustrado es el espíritu crítico. Cabañas reconoce la existencia de una “crítica descontentadiza” a la hora de juzgar la labor de los predicadores. Hace estimación de ese espíritu reflexivo en la figura del padre Feijoo, al que se refiere como “crítico de primer orden”, de cuya obra tantos préstamos recibe.

Junto al carácter moderno, progresista, ejemplificado en esos nuevos conceptos presentes en el elogio político, se constata la existencia de expresiones procedentes del mundo barroco, que manifiestan la pervivencia de la tradición a la hora de concebir la existencia humana: “así pasa y desaparece la gloria del mundo”, “este mundo engañoso y placentero”... Son locuciones que destilan pesimismo, que contrastan con el optimismo precedente y que fundamentan un mensaje cristiano tradicional que invita a valorar los bienes de arriba y a recalcar la tragedia de aquellos que sólo depositan su confianza en los bienes de abajo. Las palabras del propio rey, rescatadas por Cabañas, insisten en un neoestocismo barroco que recuerda el pensamiento del emperador Marco Aurelio, y reflejan su concepción del mundo, al que confiesa haber mirado “como una farsa en la que sólo he representado un papel”, el de rey, en consonancia con el drama calderoniano El gran teatro del mundo, y que están en la línea del mensaje cristiano que Cabañas pretende difundir en la segunda parte del sermón.

 

La segunda parte del sermón: el elogio cristiano

 

El predicador estaba obligado a abordar este tema en una función que tenía como objetivo, a más de la exaltación monárquica propia de la primera parte del discurso, pedir por la salvación del alma del rey difunto. Además, los autores de este tipo de composiciones debían atender la necesidad de edificar con sus palabras al auditorio, transmitiendo el mensaje de la Iglesia. Esta segunda parte es una gran catequesis en la que el canónigo magistral, sirviéndose de la figura del rey como primer vasallo de Dios y sujeto de virtudes cristianas, busca inculcar los valores de la fe. Por tanto, aquí se observa un doble objetivo: ensalzar al monarca difunto y emplearlo como modelo para difundir esas virtudes que el resto de los fieles debían esforzarse en compartir con el que había sido su señor terrenal si querían disfrutar de la gracia divina, de la salvación concedida por el Señor de señores.

Como se ha indicado, lo primero que llama la atención en esta segunda parte es el cambio en el tratamiento. A partir de este momento, el orador se dirige al auditorio bajo las fórmulas vocativas de “fieles” y “cristianos”, lo que intensifica la intencionalidad de esta parte del sermón. Se congratula de la facilidad y el agrado con que aborda esta labor, pues todo lo que tiene que decir es bueno y no hay necesidad de ocultar “fragilidades y flaquezas” propias de otros príncipes que obligaban a los predicadores a guardar silencio, a pesar de que fueran conocidas por el pueblo y por tanto difícilmente disimulables. En este sentido, se considera afortunado al no tener que glosar el elogio fúnebre de un mal monarca, ni verse obligado a callar en lugar de cargar contra sus faltas, ni cubrir con un tupido velo aspectos desagradables y poco ejemplarizantes de la vida regia. Con ello reconoce que había príncipes que daban motivo a la censura, y que la actitud de ciertos oradores ante esas situaciones era guardar el secreto, ocultar vicios y pecados nada edificantes, puesto que se quería utilizar al monarca como modelo para sus súbditos.

Para explicar el éxito con el que Carlos iii ha regido los destinos de su vasta monarquía, Cabañas señala la roca donde se cimienta el éxito del buen rey: el haber recibido desde su más tierna infancia una educación cristiana, lo que junto al favor divino explica los éxitos de su reinado. Con ello vuelve a insistir en el valor y la importancia de la instrucción para conseguir hombres de provecho y buenos cristianos.

Frente al carácter progresista y modernizador que inspira y domina la parte política del sermón, esta segunda se caracteriza por un marcado tono conservador. Cabañas se muestra a la defensiva, reaccionando frente a los ataques sufridos por la Iglesia. Señala el peligro de la heterodoxia, de la difusión de “opiniones opuestas al dogma católico”, porque necesariamente conducen al error. Advierte del riesgo que entraña “la libertad de pensar en materias de religión”, de abundar en “novedades peligrosas”, indeseables, entre las que se hallaban los planteamientos de los jesuitas.38 A ellos se debe referir en el sermón cuando alude “a la soberbia e intrepidez de unos hombres que, aunque se atreven a poner su boca sacrílega en el Cielo, ni reconocen en la tierra más potestad que el uso de su desarreglado albedrío”. Por todo ello recomienda estar alerta, y presenta a Carlos como atento vigía para evitar que “penetrasen en España aquellos sistemas monstruosos de falsa religión”, con lo cual se estaba refiriendo sin citarlas a las obras de Voltaire, Montesquieu y Rousseau y al daño causado por la penetración de sus ideas, “que tanto estrago han hecho en otros países”.39

La realidad era bien distinta de lo que Cabañas expresa y desea, ya que durante el reinado de Carlos iii se observa cierta permisividad en lo que a la entrada de estas obras en España se refiere. La censura no es tan fuerte o controladora como Cabañas pretende, ya que se constata la difusión semiclandestina de las obras de esos “autores malditos”, a pesar de las prohibiciones del Santo Oficio.40 La explicación hay que buscarla en la actitud de Carlos iii al sustraer la labor censoria de los tribunales inquisitoriales para concedérsela a los civiles, mucho más permeables en este terreno.

En las relaciones con el Santo Oficio, Cabañas presenta a un Carlos iii como fiel paladín en la defensa de sus intereses y su labor en el mantenimiento de la ortodoxia católica, adalid contra las críticas41 “en unos días calamitosos en que se te pintaba con los más negros colores, en que no se leían, ni se oían sino invectivas, clamores, sátiras, y calumnias contra tu equidad y rectitud”. Pero esta relación no fue tan idílica como se pretende demostrar en el sermón; la realidad fue distinta, los enfrentamientos fueron frecuentes a lo largo del reinado. Consciente de la utilidad del tribunal como herramienta de control ideológico al servicio del Estado, Carlos iii dejó claro muy pronto cuáles debían ser las líneas de actuación de la Inquisición. En su Instrucción de 1787 le marca los cauces que bajo ningún concepto debía desbordar.42 Se podría decir que el rey, en defensa del regalismo borbónico, de las prerrogativas regias, que son verdaderamente las que se preocupa de defender a ultranza, la sujetó del ronzal y la guió con mano dura, supeditándola al poder regio.43

Cabañas muestra especial cuidado en destacar y difundir un mensaje con gran luminosidad: la unión del trono y el altar, la comunión entre el rey y la Iglesia, que redunda en beneficio mutuo: “vengará siempre las sagradas deudas de la Iglesia, no menos que las del Estado, y las del sacerdocio igualmente que las del Imperio”, ya que, como se señala en la Instrucción, eran obligaciones de Carlos como rey proteger el catolicismo, conservar y propagar la fe y velar por la reforma de las costumbres. A lo largo del discurso, Cabañas ofrece una imagen interesada del monarca como máximo valedor de la Iglesia, silenciando los conflictos, los enfrentamientos. Se acalla una realidad, la defensa prioritaria del regalismo borbónico fundamentado en la supremacía de la autoridad regia, en la imposición del poder civil sobre el eclesiástico.

El predicador ofrece una larga relación de las virtudes cristianas atribuidas a Carlos iii, presenta y explica el catecismo completo, ya que a lo largo del sermón aparecen asociadas al monarca prácticamente la totalidad de las virtudes teologales y cardinales, los dones y frutos del Espíritu Santo. Es en esta parte del sermón donde con mayor claridad se manifiesta el carácter laudatorio, exacerbado, hiperbólico, propio de este tipo de composiciones y del que Cabañas pretendía huir, pero sin conseguirlo. Adquiere un tono verdaderamente hagiográfico; Carlos es presentado como un santo y su vida es ofrecida como modelo digno de seguir: “su suerte puede contarse entre los reyes santos”. Lo presenta extremadamente celoso en las obligaciones encomendadas por Dios, con un alto concepto del ministerio regio, de sus altas responsabilidades. Carlos tiene conciencia de que el Altísimo le pedirá cuentas al atardecer de la vida, lo que le generaba dudas sobre si había cumplido fielmente la tarea a la que fue llamado. Para ello, para actuar rectamente, siempre tenía presente la necesidad de invocar la ayuda divina, con lo que el predicador invitaba a los oyentes a hacer lo mismo, a que siguieran el ejemplo del rey pidiendo al Señor la iluminación para el acierto en las ocupaciones de su vida cotidiana.

Cabañas transmite a los oyentes las costumbres devocionales del rey: la oración al levantarse, para que todo lo que hiciera durante la jornada estuviese bien e implorar la protección del pueblo que gobernaba, mostrando especial preocupación por los que sufrían, por alejar de sus vasallos las lobas rabiosas de la guerra, el hambre y la enfermedad. Con ello el predicador hace más próxima a la gente la imagen de un rey que se preocupa por su pueblo, que tiene como principal deseo su bienestar, para cuya consecución ora con insistencia y trabaja sin descanso.

El orador transmite una catequesis en la que, a través de los comportamientos devotos del rey, pretende inculcar el valor de los sacramentos en la vida del cristiano. Así, insiste en la confianza de Carlos en los beneficios sin límite del sacrificio de la misa, en la frecuencia con la que acudía al bálsamo de los sacramentos, sobre todo al de la penitencia, en su fervor al comulgar y la humildad con la que participaba en los oficios sagrados; verle invitaba a la oración. Todo ello lleva a Cabañas a considerarle “sobremanera religioso”.44

Hay aquí también una catequesis del sufrimiento, en la que demuestra que los reyes no están exentos del dolor. Presenta a Carlos sometido a las mismas duras pruebas que el resto de los hombres, en un nuevo intento de aproximar la figura del monarca a sus súbditos. Se justifica ese dolor a través del relato de las duras pruebas con las que Dios quiso ver hasta dónde llegaba su fe: las pérdidas de miembros de la familia real aceptadas sin reproches, sin queja alguna, o el estallido de la Guerra de los Siete Años son los agrazones que tuvo que tomar, que no le desviaron de sus obligaciones. Para poder soportar estas pesadas cargas en su corazón, en su ánimo, acudió a Dios. Lejos de generar una reacción adversa, un apartarse de Dios por someterle a tan duros exámenes, intensifican su fe, le acercan más a Él. Cabañas, con estos ejemplos, hace una reflexión sobre la vida terrena del hombre, sometida al gozo y al dolor, al contento y a la desazón, a la imposibilidad de disfrutar en este mundo de la felicidad continua.

Está presente una catequesis moral, una censura de determinados vicios que afectaban a la sociedad de la época. Quizá sea donde se halla el tono más duro del sermón, con una fuerte crítica frente a la laxitud ética reinante, consecuencia de las perniciosas modas.45 El predicador se sirve del disgusto del rey ante determinadas cuestiones para flagelar la conciencia de los oyentes por distintos comportamientos que suponían una preocupante relajación de las costumbres: la afición al juego, la afeminación en la indumentaria juvenil, los excesos en el atuendo militar, el ornato indecente y provocativo de algunas mujeres, la ostentación de un lujo excesivo. Aprovecha este capítulo para arremeter contra aquellos que acudían a las iglesias como si fuesen a la plaza, para exhibirse y lucir sus galas. Carga contra los que se distraían por estos motivos en los oficios divinos y se comportaban de forma irreverente. Una vez más, Carlos es mostrado como ejemplo en este sentido, al ofrecer su humildad en las celebraciones litúrgicas. Y va más allá de la censura dirigida a todos los que escuchaban, haciendo una llamada especial a los responsables civiles y eclesiásticos para que persiguiesen y castigasen estas indignidades y reconvinieran estas actitudes poco cristianas, para que imitando el modelo de Carlos actuasen para reconducir estos fatales comportamientos, castigando el lujo desmedido, la vanidad, la perversión que muchos demostraban en la casa de Dios y en su vida cotidiana. Cabañas también rechaza los nuevos gustos musicales para la liturgia, que denomina “música teatral”, con la que se pretendía solemnizar los oficios. Era una opinión compartida con Carlos iii, a quien que no parecía agradarle, y con el discurso de Feijoo sobre lo inadecuado de esta música, “propia del teatro”, en los templos.46 Se censuran los nuevos usos, las modas, la falta de respeto a la tradición.

Y no podía faltar en una composición de este tipo una catequesis de la muerte cristiana. La reflexión general sobre el misterio de la muerte, a través de la referencia a la del monarca, resulta un lugar común en los sermones de exequias. La presencia de la muerte es un hecho indisociable que acompaña al hombre desde el momento de su nacimiento. En definitiva, y ésta es una de las grandes ideas transmitidas en el sermón, la vida terrena es una preparación, un caminar para alcanzar la vida perdurable. A través de la exposición del tránsito del rey, se representa cómo debe ser la muerte cristiana, cuál debe ser la actitud cuando llega el término de la vida terrena. Cabañas insiste en esta omnipresencia al relatar al inicio del sermón los fallecimientos de la reina, del príncipe su hijo, de su nuera, de su nieto. Parte de la rápida enfermedad, no detectada por los médicos de la Corte, que en breve tiempo e inopinadamente –Carlos estaba sano, llevaba una vida saludable, no se esperaba un desenlace tan fulgurante– le condujo a la tumba. Conocedor de su delicada situación, se dispone a bien morir, no manifiesta el miedo lógico y humano ante la proximidad del final, “se mantiene alegre al oír estos tristes anuncios”. Se apresta a cumplir con los pasos que una larga tradición considera necesarios para una buena muerte (y observados especialmente en las relaciones y sermones que relatan óbitos regios).47 Se muestra conforme con la voluntad de Dios, se confiesa, recibe el viático y la extremaunción con plena conciencia de sus sentidos, deja bien atados los asuntos terrenales a través de su testamento y últimas voluntades, todo ello con fortaleza de ánimo, con tranquilidad en su agonía, y ya que está preparado para partir, “entra confiado en la última batalla”.

En la primera parte del sermón, el orador ha valorado positivamente la ciencia, el beneficio de sus aplicaciones para mejorar la vida terrena; pero en este preciso momento en el que se halla Carlos, y al que todos nos hemos de enfrentar, de nada sirve: ”no hay que esperar algún consuelo de la filosofía del siglo, esta razón crítica, en que suelen poner el ánimo los que blasonan de espíritus fuertes”, “vuestra ciencia es necedad”, válida para todo lo anterior, pero inútil en este momento decisivo, en un mensaje que no se aparta un ápice de la tradición cristiana: la futilidad de todo lo valorado terrenalmente en el momento del tránsito. Algo similar afirma sobre el poder. Carlos, rey de vastos dominios, era consciente de que lo ha sido de forma temporal, que ha recibido sus reinos en depósito, para regirlos rectamente con la ayuda de Dios. De ninguna utilidad son ya el cetro ni la corona, llegada la hora de abandonar este mundo. Por eso lo hace sin duelo, con serenidad, con lo que el predicador transmite una nueva enseñanza: de nada vale apegarse a los bienes de la tierra cuando la aspiración son los bienes del cielo.

Para intensificar el momento, el dramatismo, el orador entabla un diálogo con la muerte, la interroga. Insiste en otro de los lugares comunes propios de la oratoria y de la liturgia fúnebres, el efecto igualador de la muerte: “aunque rey y monarca de la tierra, estaba sujeto como los demás hombres”, estaba hecho del mismo barro frágil y perecedero.

 

El remate del sermón

 

La última parte es la síntesis, la clave con la que cierra el arco virtuosamente trazado a lo largo de su prédica, el broche dorado con el que trata de prender esos fines catequéticos, doctrinales, ejemplificadores, presentados por medio de la vida y las virtudes del monarca difunto. Se traducen en una serie de mensajes finales lanzados por el predicador con la intención de que calasen en el auditorio, para conseguir buenos súbditos y mejores cristianos. De ahí el empleo de frases cortas, con un marcado carácter exhortatorio –“aprended”, “amad”, “respetad”, “educad”…–, de recomendaciones que invitan a extraer un aprendizaje de lo escuchado, a guiar sus vidas conforme a la voluntad de Dios, a amar a la patria, a respetar la religión, a ser justos, sobrios, templados y pacientes en todos los trabajos y circunstancias de la vida, a frecuentar los sacramentos, a educar a los hijos en la piedad y el temor de Dios, a presentar a Él sus necesidades y desvelos a través de la oración y a pedirle que iluminase al heredero del trono y le proporcionase el acierto en su gobierno, tomando él como referencia el ejemplo paterno, y el resto el modelo de su rey.

 

Conclusión

 

Cabañas estructura su sermón de acuerdo con la doble dimensión del hombre, corporal y espiritual. Para mejorar las condiciones de esa primera dimensión humana están pensados todos los planteamientos de reforma recogidos en la primera parte, mientras que los mensajes de la segunda están destinados a orientar la vida cristiana hacia la verdadera aspiración, la de la salvación y la vida eterna.

            En el elogio político, el orador hace un resumen de las obras sociales, económicas y culturales desarrolladas durante el reinado de Carlos iii, tan asumidas y compartidas por el predicador que cuando sea nombrado obispo tratará de llevar algunas de ellas a la práctica en su diócesis. Cabañas es representante de un clero ilustrado partidario de algunos cambios que mejoren las condiciones materiales del hombre, que atenúen su difícil existencia a través de adelantos que hagan su vida más agradable, sin necesidad de que se desarrollase en un “valle de lágrimas”. Había medios para ello, y de su puesta en práctica se podían derivar consecuencias muy beneficiosas. A pesar de todo este mensaje, de carácter progresista y modernizador propio de la Ilustración, si el hombre no aspirase a lo verdaderamente importante todo lo anterior no tendría sentido, y ésta es la síntesis del elogio cristiano y la gran enseñanza del sermón. A pesar de valorar positivamente todo lo aportado, se trata de algo pasajero e inútil si no se tiene claro el objetivo de la consecución de la vida perdurable. Cabañas piensa que, existiendo la posibilidad y los medios, el hombre no debe estar condenado a llevar una vida miserable de privaciones, de ausencia de los bienes más elementales; de ahí que sean bienvenidas, defendidas, fomentadas todas las reformas y los cambios que favoreciesen esta legítima aspiración a la felicidad terrena. Todo ello sin perder el norte de la auténtica aspiración del cristiano, la felicidad celestial. Cabañas compatibiliza en su sermón la modernidad para combatir la decadencia, el atraso, la ignorancia, con educación y trabajo como medios para lograrlo, y la más pura ortodoxia de difusión del mensaje cristiano tradicional de la Iglesia.

 



1 Doctor en Humanidades por la Universidad de Burgos (2005) y docente en estudios humanísticos, este Boletín agradece su gentileza para permitir la reproducción del artículo que sigue.

2 Publicado en Hispania Sacra, lxii, 126, julio-diciembre de 2010, pp. 661-695.

3 Las Sagradas Escrituras y el Catecismo Romano eran para Cabañas, como para todo sacerdote, libros de consulta obligada, indispensables a la hora de hacer frente a sus labores en la predicación para enriquecer sus palabras con contenido moral, dogmático y eclesiástico. José Romero Delgado, Aportaciones pedagógicas… 35. Eran pocos, pero eran instrumentos didácticos de primera necesidad para realizar con éxito su labor y acabar con la superfluidad en la que había caído la oratoria sagrada barroca. Javier Varela, La muerte del Rey: el ceremonial funerario de la monarquía española: 1500-1885, Madrid, 1990,160.

4 Benito Jerónimo Feijoo, Discurso xii. La ambición en el solio, tomo iii. Teatro crítico universal, Madrid, 1777, párrafo 2,272.

5 Era frecuente que los predicadores de los sermones de exequias se sirviesen para inspiración y fundamento de su prédica de las relaciones procedentes de la Corte que circulaban por provincias con un carácter oficial y propagandístico, con el objeto de difundir determinadas cuestiones, detalles y anécdotas sobre la vida, agonía, fallecimiento y entierro de las personas reales, que eran repetidas por los distintos oradores sacros en sus homilías. Adelaida Allo Manero, Exequias de la Casa de Austria en España, Italia e Hispanoamérica, Zaragoza, 1993 (tesis doctoral en microfichas), 49, 106, 685.

6 La cuarta, después de la biblioteca universitaria salmantina y las catedralicias de Toledo y Sevilla; véase Isidoro González Gallego, “Educación y enseñanza”, Historia de Burgos iii. Edad Moderna 3, Navarra, 1999, 419-462.

7 Cabañas se mueve en una corriente crítica surgida en el siglo xviii (Feijoo, Isla, Mayans) que defiende la sencillez y el carácter instructivo de este tipo de composiciones frente a los excesos efectistas y la escasa eficacia, contra el abuso retórico y la vacuidad de contenidos de la oratoria barroca. Véase Roberto Fernández Díaz, La sociedad del siglo xviii… 336. Expresión frecuente en la época y que ilustra este hecho: ”dar más vueltas que un panegirista de honras”. Javier Varela, La muerte del rey… 160.

8 Esto obliga a tomar los sermones a la hora de emplearlos como fuentes históricas con los debidos filtros y las correspondientes reservas y lleva a algunos historiadores a rechazar este tipo de textos como fuente objetiva de la que obtener información, al ofrecer una imagen ficticia, idealizada y alejada de la verdad. Véase Francisco Aguilar Piñal,”La oración fúnebre del arzobispo de la Plata en las honras de Carlos iii (1789)”, Cuadernos Hispanoamericanos,Complementos 2 (1989), 237-242, 242. Una relación de los estudios realizados a partir de otros sermones compuestos y predicados con motivo de la muerte de Carlos iii puede verse en Roberto Fernández Díaz, “Rey de los hombres, vasallo de Dios. Oraciones fúnebres en la catedral de Lérida a la muerte de Carlos iii”, en M. García y Mª Á. Sobaler (coord.), Estudios en homenaje al profesor Teófanes Egido, Valladolid, 2004, vol. II, 223- 248,242-243, nota 20.

9 Es el único momento en el que el predicador menciona de forma directa un acontecimiento exclusivamente ligado a la ciudad de Burgos, la erección de una estatua en honor del rey Carlos iii y las fiestas anejas. Sobre este asunto, véase Mª José Zaparaín, ”Fiestas con motivo de la colocación de la estatua de Carlos iii en la plaza mayor (1784). Burgos en el umbral de la contemporaneidad”, Boletín de la Institución Fernán González 215 (1997) 384-418.

10 En este tipo de sermones hay un claro interés por resaltar la idea del monarca como defensor de la Iglesia y de la fe. Esta imagen, representada por Cabañas por medio de la columna, era muy asequible a sus oyentes por la forma de trasladar al vecindario burgalés fallecimientos regios a través de los pregones en los que se repetía esta asociación:”firme y segura columna de la santa fe católica, apostólica, romana; espanto y castigo de los enemigos de Dios y de la Iglesia”. AMB. Libro de Actas Municipales de 1621, f. 86 vº. Pregón de la muerte del rey Felipe iii. Por lo tanto, esta imagen era muy común, asentada en la tradición y en consecuencia fácilmente comprensible para los que escuchaban los sermones. Óscar Raúl Melgosa Oter, Los burgaleses ante la enfermedad y la muerte de sus reyes: rogativas y honras fúnebres reales en Burgos en los siglos xvi y xvii, tesis inédita, Burgos, 2005, 210-211.

11 Libro del Eclesiástico, capítulo 49, versículos 2-4: “Su memoria en toda boca es dulce como la miel. Se comportó con rectitud en busca de la conversión del pueblo y exterminó las abominaciones de la impiedad. Y enderezó hacia el Señor su corazón y en los días de los pecadores afirmó la piedad”.

12 Resulta llamativa la coincidencia de la comparativa con este personaje bíblico al comprobar cómo el canónigo de la catedral de Lérida Joaquín Carrillo Mayoral lo escogió para articular su sermón y presentarlo como dechado de virtudes compartidas con el rey Carlos iii. Véase Roberto Fernández Díaz, “Rey de los hombres, vasallo de Dios”, Oraciones fúnebres… 229. Éste fue pronunciado el 6 de febrero de 1789, casi un mes antes que el de Cabañas. Enseguida se siente la tentación de hablar de un préstamo inspirador. ¿Pudo Cabañas tener alguna noticia sobre la prédica en la catedral ilerdense? Es prácticamente imposible que tuviera conocimiento de la edición impresa, por la escasa diferencia temporal entre ambos sermones, pero sí pudo recibir información. Quizá no haya que buscar más explicación que la feliz coincidencia de cómo dos predicadores distantes geográficamente estaban próximos en su juicio sobre el monarca, en atribuir a Carlos iii las mismas virtudes con las que la Biblia describe al rey Josías y que les servían a la perfección para hacer el elogio del monarca difunto.

13 Idea muy similar y compartida con Feijoo “la primera edad de los príncipes es la más susceptiva (…) Echan altas raíces en el alma las impresiones de la puericia. Según el cultivo que recibe entonces, fructifica después”. En “La ambición en el solio”, dentro de su Teatro crítico universal.

14 La educación como “base de todo progreso social” fue un principio que mantuvo presente durante toda su vida y que se intensificó durante su pontificado en América, como lo atestigua el discurso pronunciado ante la Junta Patriótica de Nueva Galicia en 1821;véase José Romero Delgado, Aportaciones pedagógicas…, 28.

15 Roberto Fernández Díaz, La Ilustración. Las ideas… 389.

16 Ibídem, 309.

17 Ibídem, 309.

18 En la línea del reformismo carolingio, como se demuestra en la Instrucción Reservada de 1787 redactada por Floridablanca a instancia de Carlos iii como guía para la junta de Estado, en la que se resalta la necesidad de un clero formado, instruido por su influencia social, y sin tacha en lo moral para acabar con la relajación de costumbres.

19 José Romero Delgado, Aportaciones pedagógicas… 24 y 28.

20 Roberto Fernández Díaz, La sociedad del siglo xviii… 174-175, 589.

21 Montesquieu escribe en sus Cartas Persas sobre el desprecio de los españoles por el trabajo: “su honor va unido al reposo de sus miembros”. En Ricardo García Cárcel, La leyenda negra. Historia y opinión, Madrid, 1998, 150. Roberto Fernández Díaz, La sociedad del siglo xviii… 586.

22 Antonio Domínguez Ortiz, Carlos iii y la España… 131.

23 Considerada con anterioridad la ciudad más sucia y maloliente de toda Europa. Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y la España… 65.

24 Roberto Fernández Díaz, “La economía en el siglo xviii. Agricultura, industria y comercio en el siglo de las reformas”, Historia de España, t. 9, Espasa Calpe, Madrid, 2004, 358-359.

25 Posible influencia de la obra feijoniana, de su “Honra y provecho de la agricultura”, dentro del Teatro Crítico Universal.

26 La fisiocracia postulaba un aumento de la producción agropecuaria, fundamento de todas las actividades y de la fuerza del Estado; de ahí la necesidad de dedicarle la máxima atención, que fuese la niña de los ojos de los gobernantes. Antonio Domínguez Ortiz, Carlos iii y la España… 125.

27 Preocupación quizá también heredada de su paso por Burgos, ya que el arzobispo Rodríguez de Arellano se mostró especialmente sensibilizado ante la situación de explotación de los campesinos castellanos, véase William Callahan, ”Moralidad católica… 23.

28 Consistente en el abastecimiento del mercado nacional, disminuir la entrada de manufacturas extranjeras, atender la demanda colonial y exportar para obtener una balanza comercial favorable, Roberto Fernández Díaz, “La economía en el siglo xviii”… 466-467.

29 José Romero Delgado, Aportaciones pedagógicas… 23.

30 Roberto Fernández Díaz, La Ilustración. Las ideas… 41 y La sociedad del siglo xviii… 176.

31 Floriano Ballesteros Caballero, La Sociedad Económica de Amigos del País de Burgos, Burgos, 1983,16-27.

32 Pervivencia de las dos formas de exaltar al rey, como rey pacífico y pacificador, descripción compartida por otros predicadores, véase Mª Pilar Monteagudo Robledo, ”La exaltación de la monarquía en Valencia: poder, sociedad e ideología en las exequias de Carlos iii”, Estudis 16 (1990) 171-192,189, y como rey guerrero, sobre todo en los aparatos iconográficos de las fiestas de proclamación o de los túmulos con que se solemnizaban las exequias, véase Javier Varela, La muerte del rey… 158. En Burgos se puede comprobar esta forma de exaltación guerrera en las fiestas para celebrar el emplazamiento de su estatua, con fuerte connotación militar, vestida con armadura y portando la bengala de mando, y en las representaciones y composiciones literarias en las que aparece como “Marte europeo” o como Vulcano, que tiene surtidas de municiones de guerra sus armerías para la conquista de Argel, asociaciones poco agradables para Cabañas pero asumidas con placer popularmente, y fuente de inspiración para algunos autores que deseaban enaltecer al rey. Véase Mª José Zaparaín, ”Fiestas con motivo…” 386-387,400,405.

33 Nuevo préstamo de la obra feijoniana, en la que César y Alejandro son incluidos por el benedictino en un “catálogo de los ladrones más famosos del mundo”.

34 Antonio Domínguez Ortiz, Carlos iii y la España… 107

35 Ibídem 34,”Fin de una época y balance de un reinado”, 227-228.

36 Roberto Fernández Díaz, “La Ilustración. Las ideas…” 30.

37 El fundamento de la felicidad terrenal pública para Cabañas radica en “la labranza, la industria, las artes y el comercio”, idea del sermón que repite en su Informe de 1805. “Todos podrían ser felices (…) si se aumentase la población y promoviese la agricultura, industria y artes”. José Romero Delgado, Aportaciones pedagógicas… 27.

 

38 Francisco Sánchez Blanco, “El padre Flórez y la teología de su tiempo”, El padre Flórez, tres siglos después, Burgos, 2006,175-179. Hay autores que manifiestan el carácter moderado de Cabañas en la cuestión jesuítica (como José Romero Delgado, Aportaciones pedagógicas… 32), a pesar del marcado carácter antijesuita de su prelado, el arzobispo Rodríguez de Arellano, autor de una carta pastoral en la que pedía al Papa la extinción de la Compañía.

39 Eran los máximos representantes del mal, causantes del caos moral reinante en Europa, representantes de una nueva filosofía “secularizadora y atea” (Roberto Fernández Díaz, “La Ilustración. Las ideas…” 106), y por tanto inadmisible y condenable para los defensores de la ortodoxia católica.

40 Roberto Fernández Díaz, “La Ilustración. Las ideas...” 53.

41 Las de Voltaire entre las más aceradas, pero también las de algunos ilustrados hispanos.

42 Carlos iii se compromete a favorecer al Santo Oficio “mientras no se desvíe de (…) perseguir la herejía, la apostasía y la superstición”, estando alerta para que no “usurpen la jurisdicción y regalías de mi corona”. Instrucción reservada de 1787, documento que recoge las grandes líneas de actuación en política interior y exterior del reinado de Carlos iii. Antonio Domínguez Ortiz, Carlos iii y la España… 99.

43 Sobre las relaciones de Carlos iii con la Inquisición, véanse Antonio Domínguez Ortiz, Carlos iii y la España… 156-158, Dolores Enciso Rojas, “La política regalista de Carlos iii y el delito de bigamia. La Real Cédula de 1788”, Estudios de Historia Novohispana 11 (1991) 97-118.

44 Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y la España…, 52, mantiene que vivió su fe de forma normal, sin excesos, alejado de la beatería que sus hagiógrafos le atribuyen.

45 En el siglo xviii surge un frente reaccionario, liderado por algunos religiosos, frente a lo que se consideran frívolas innovaciones, sobre todo de procedencia francesa, Ricardo García Cárcel, La leyenda negra…, 179.

46 Benito Jerónimo Feijoo, Discurso xiv. Música de los templos, tomo I. Teatro crítico universal, Madrid, 1777, párrafo 2, 272. Véase otra vez la similitud entre la expresión empleada por Cabañas y la utilizada por Feijoo.

47 Javier Varela, La muerte del rey… 137-138.



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