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COLABORACIONES
Zapotlán en Tinieblas
Laura Catalina Arreola Ochoa1
El establecimiento del Seminario Auxiliar de Zapotlán el Grande representó para esa comarca la ocasión favorable para que dos eclesiásticos sabios, José María Arreola y Severo Díaz Galindo, se especializaran en vulcanología y astronomía. Un poco de ello se hace constar en esta colaboración2
Todo el suelo estaba llovido de tierra y de caliche. Sin decir palabra, se subieron al altar y bajaron la imagen de Señor San José en hombros a la plazuela. Una gran multitud se les unió, entre lágrimas y gritos, y comenzó la procesión de amargura por todas las calles del pueblo.3
La búsqueda constante de documentos para fortalecer la investigación nos pone en las manos manuscritos maravillosos que nos dirigen a nuestro objeto de estudio o nos descubren nuevas vetas para investigar. En una reciente visita a la notaría de la parroquia del Sagrario, en Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán, Jalisco), durante la búsqueda de información sobre el Seminario de Zapotlán, reparé en el año de 1893. ¿Y por qué este año? La respuesta es que en este año el joven sacerdote José María Arreola Mendoza estableció la primera estación vulcanológica, con el fin de someter a una observación sistemática al volcán de Fuego o de Colima. Y la consulta del Libro de Gobierno arrojó información que será fundamental para mi trabajo de investigación sobre “el sabio Arreola”. El 20 de enero de 1913, el volcán de Fuego o de Colima sorprendió a los pobladores del sur de Jalisco y de Colima con un gran estruendo y una enorme columna de ceniza que alcanzó una altura aproximada de 20 kilómetros, acompañada de constantes truenos, que llenaron de pánico a los lugareños que por primera vez veían una erupción del volcán y vivieron uno de los fenómenos más aterradores para la humanidad. Desde tiempos inmemoriales, el nombre de Zapotlán ha estado ligado con desastres naturales, ya sea terremotos o erupciones volcánicas, fenómenos que han sido plasmados en distintos documentos. Fue fray Antonio Tello quien en su Crónica Miscelánea,4 en el año de 1576, escribió sobre la erupción del volcán de Fuego vista por los primeros españoles que pisaron el occidente de México. Por medio de esta primigenia información conocemos la furia que periódicamente manifiesta este coloso: “y en este tiempo el volcán de Tzapotlitlán echó mucho fuego y murieron muchos muchachos de espanto”.5 Es fundamental para todo estudioso del comportamiento de dicho volcán recurrir a este valioso documento, cuyo original está en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola. El volcán de Fuego o de Colima ha sido uno de los más activos en nuestro país, y por ello también uno de los más observados por sus erupciones de tipo pliniano. Su actividad ha sido relatada por diversos personajes que han tratado de investigar su comportamiento; mencionaremos tan sólo a Humboldt y Mariano Bárcena. Por su trabajo en el campo de la vulcanología en Zapotlán y Colima en relación con el volcán a finales del siglo xix y primera mitad del xx, queda claro que Arreola fue el primero en someterlo a una observación sistemática y minuciosa. Los registros obtenidos en el periodo que va de 1893 a 1914 fueron un trabajo para el que contó con el apoyo de sus alumnos Severo Díaz Galindo y Salvador Castellanos, y son aún hoy en día estudiados para conocer el comportamiento del volcán. Durante dos décadas, los observatorios vulcanológicos de Zapotlán y Colima, día a día, monitorearon toda manifestación del volcán de Fuego. Arreola también buscó y rescató las fuentes históricas que mencionaran la actividad del volcán a lo largo de cuatrocientos años. Llegó a la conclusión de que sus erupciones mayores son cíclicas, y el ciclo es de aproximadamente cien años entre una y otra. Fue a finales de 1912 cuando Arreola pronosticó que el volcán de Fuego estaba próximo a entrar en una nueva fase eruptiva, más fuerte que la de 1903. Y efectivamente, el 20 de enero de 1913 el volcán tuvo una de las erupciones más devastadoras del siglo xx, en que varios municipios de Jalisco y Colima se vieron severamente dañados por las cenizas, de las cuales se tiene registro que llegaron hasta Saltillo.
Fotografía tomada por don José María Arreola el 7 de marzo 1903, desde Zapotlán.6
En la parroquia del Sagrario de Ciudad Guzmán se conserva el Libro de Gobierno del Curato que cubre desde 1831 hasta 1915. En el año de la gran erupción era cura de Zapotlán el padre Silviano Carrillo, quien narró los acontecimientos y dejó un claro testimonio de cómo vivió la población tan devastador fenómeno. Han pasado ya ciento tres años de la gran erupción. Por más de cuatro décadas posteriores a ese evento, el volcán se mantuvo en calma, hasta que por 1960 comenzó un nuevo ciclo de actividad constante. Transcribo el documento en el que el párroco relata cómo fue que vivieron aquel fenómeno de 1913 los pobladores de Zapotlán, sin olvidar que, además de la erupción y posterior lluvia de arena, estaban en medio de continuos enfrentamientos armados, como la mayor parte del territorio mexicano, en plena revolución.
Para que haya constancia de un acontecimiento extraordinario habido en esta ciudad el día 20 del corriente, cópiese en este libro de gobierno la información publicada en el periódico La Flor de Occidente, editado aquí el 26 del mismo mes. Zapotlán, enero 28 de 1913. Silviano Carrillo.
Lluvia de arena del Colima
Pánico. Explosión de fe y ardiente devoción al Castísimo Patriarca Señor San José.- El lunes 20 del actual, desde por la mañana, el Colima tuvo varias erupciones máximas visibles desde esta ciudad y las personas que las presenciaron pudieron admirar un espectáculo verdaderamente extraordinario, grandioso e imponente. A eso de la 1 de la tarde comenzó á encapotarse el cielo, y poco después a caer ceniza. A la una y cuarenta minutos menuda arena producía sobre las hojas de las plantas unos golpeteos semejantes al de las primeras lluvias de mayo.- Las Tinieblas. Bien pronto la obscuridad fue acentuándose de tal suerte que, a eso de las dos y quince minutos, estábamos sumergidos en pavorosas tinieblas que nos hacían imaginarnos la tarde memorable del Calvario.- Detonaciones eléctricas.- Las descarga producidas en la atmósfera preñada de electricidad, y que repercutían con fragor inusitado iban causando una tristeza que a poco llegó al PÁNICO.- Las mujeres y los niños poseídos de terror, no hallándose seguros en sus casas, corrieron a los templos en busca de refugio.- Los hombres mismos, haciendo por dominarse, dejaban traducir en su semblante la profunda angustia que sentían; y varios caballeros y damas ocurrieron AL CURATO.- Fueron a solicitar permiso para una procesión de Sr. San José, quien siempre en trances como el del que nos ocupamos ha sido el consuelo de los zapotlenses, el paño de lágrimas de estos sus hijos.- Actitud del Párroco.- Como lo aconsejaba la prudencia, se les hizo ver a aquellas honorables personas que para una procesión pública eran contrarias las leyes vigentes, y que los liberales que, especialmente en estos últimos días, han estado molestando con injurias, acusaciones y burlas a las autoridades civiles y eclesiásticas, podrían tomar de la procesión motivo para nuevos desmanes. En la PARROQUIA.- En pocos momentos el templo parroquial estaba lleno de gente. El espectáculo que presenciamos allí fue conmovedor, sublime… millones de oraciones se llevaban de aquellos corazones conscriptos por la desgracia y el clamor de mil clamores, multiplicado por el eco de las sagradas bóvedas, saturaba el recinto del Santuario con la piedad de de todo un pueblo… Señor San José.- Fue descendido de su altar la imagen venerada, testigo de catástrofes que el Patrono querido de Zapotlán ha sabido aprovechar para conservar entre nosotros la cristiana fe. Al bajar la imagen amadísima de Sr. San José para acercarse a sus hijos, el llanto clamoroso de unos, las lágrimas furtivas de otros, el palpitar violento de todos corazones fueron la plegaria irresistible que llegó al dulce Padre de esta ciudad que tanto lo venera.- La procesión.- Arrebatada no sé si por las manos que le llevaban o más bien por la fuerza ardentísima de la fe de tantas almas, acompañada de más de diez mil almas salió la Sagrada imagen, calmando con su deseada presencia el ansia de los fieles, que sólo de su siempre benéfica protección esperaban el remedio de necesidad tan grande. Vuelta a la iglesia.- Después de tres horas, regresó la Santa imagen a su templo; entraros de rodillas muchos de los fieles que, llenos de confianza, perseveraban en su oración hasta que cesara la lluvia de arena. Eran las ocho de la noche cuando dejó de caer la arena, dejando una capa de ocho o siete centímetros de espesor sobre el pavimento de las calles y sobre las azoteas de las casas. Al día siguiente (21).- Amaneció Ciudad Guzmán cubierto por un sudario de plomo que daba un luto de tristeza a los edificios, plazas y jardines.- Temores.- Se temía que los vapores de agua que generalmente acompañan a las erupciones volcánicas se resolvieran en lluvia e hicieran más grande el peso de la arena que cubría los techos; más a Dios gracias que fueron lluvias ligerísimas que no causaron mal alguno. Algunas personas decían que podían venir algunas corrientes de gases mortíferos, mas no sucedió así. Éxodo de familias.- muchas familias salieron la noche del 20 en carros que los F.C.M. pusieron a disposición del público. En los días subsiguientes han salido otras muchas personas y, también han regresado ya varias de las que emigraron la noche del lunes.- Quiera Dios que, como católicos, en nuestra conducta no haya para lo sucesivo nada de escándalos para que en vez de castigos merezcamos las bendiciones del cielo.- Extensa zona.- La arena y cenizas arrojadas por el volcán llegaron hasta las ciudades de Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí.- De Arandas recibimos telegrama en el cual nos dicen que causó grande alarma por allá la lluvia de arena.- De San Juan de los Lagos comunicaron que durante toda la noche muchísimas personas, alarmadas por las detonaciones eléctricas y por la ceniza y arena que caían, hacían penitencia y oración en las calles y templos de la ciudad.- Allá, lo mismo que aquí, ya sabían que los fenómenos naturales vienen de la causas naturales; pero saben también que el rayo, la lluvia, el hambre, la peste y todas las calamidades están en la mano justiciera de Dios.7
***
Nota biográfica El señor cura Silviano Carrillo Cárdenas nació en Pátzcuaro, Michoacán, en mayo de 1861, y realizó sus primeros estudios en el Seminario de Zamora. En el año de 1872 la familia de Silviano se trasladó a la ciudad de Guadalajara y continuó su preparación sacerdotal en el Seminario Conciliar de Señor San José, donde se ordenó sacerdote de manos del Obispo don Pedro Loza y Pardavé. En 1895 fue nombrado Párroco de Zapotlán el Grande y permaneció ahí hasta el año de 1916. Durante la revolución fue perseguido. Su labor pastoral en Zapotlán fue de grandes logros. Fundó escuelas, hospitales y mutualistas para defender a la clase trabajadora. Fundó la Congregación de Religiosas de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús Sacramentado y concluyo las obras del Hospital de San Vicente de Paul. A él se debe la instalación de la primera planta de luz eléctrica. En el año de 1920 fue nombrado por el Papa Benedicto xv Obispo de Sinaloa, pero murió al año siguiente.
Fuente: archivo particular de la familia Arreola .8
1 Maestra en historia contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid; Profesor Investigador del Departamento de Historia de la Universidad de Guadalajara, es también miembro del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara. 2 Por un error humano este artículo se publicó mutilado en la edición del Boletín del mes de agosto próximo pasado. Se agradece a la autora su comprensión y apoyo. 3 J.J. ARREOLA, La Feria, México, E. Joaquín Mortiz, 1992, p. 81. 4 Fray A. TELLO, Crónica Miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco, Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, 1968, p.90. 6 Laura C. ARREOLA OCHOA, Del púlpito a las estrellas. Don José María Arreola, 2015, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco, p. 137. 7 Libro de Gobierno del Curato de Zapotlán el Grande, año de 1889, núm. 5, pp. 267-268 8 Ibíd., p. 165. |