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COLABORACIONES

 

¿Cómo se tomó la decisión de suspender el culto en México en 1926?

 

Jean Meyer Barth1

 

Se publica el discurso de recepción al doctorado Honoris Causa con cedido a su autor por la Universidad de Guadalajara el 4 de diciembre de 2015, “por su contribución a la investigación científica, filosófica, lingüística e histórica de los movimientos sociales y cristeros en México”. En él se ofrecen pruebas contundentes para demostrar cómo casi todos los 38 obispos residentes en México en 1926, que tomaron la gravísima decisión de suspender por tiempo indefinido el culto en los templos, obedeció a la fuerte presión que sobre su ánimo ejercieron un grupo pequeño de mitrados y algunos religiosos de la Compañía de Jesús.

 

 

“No, no digo nada extraño, no busco la paradoja”

Ad Diogn. 10, 1

 

1. Algo por elucidar

 

Todos los historiadores están de acuerdo, como lo estuvieron en su tiempo los mexicanos: la suspensión del culto público el 31 de julio de 1926 por parte de la Iglesia para protestar contra la Ley Calles, que entraba en vigor, llevó a su vez el gobierno a cerrar los templos para hacer los inventarios y a prohibir el culto privado. El resultado casi inmediato fue el gran levantamiento católico que pasó a la historia con el nombre de la Cristiada. ¿Cómo tomó el episcopado mexicano, como aprobó la Santa Sede decisión tan grave? Cuando terminé de redactar, en 1971, mi tesis de doctorado sobre la Cristiada, no había podido consultar los archivos vaticanos y tampoco los del episcopado mexicano. La poca información que encontré estaba en los archivos diplomáticos franceses, en el archivo de don Miguel Palomar y Vizcarra, el suyo y el de la Liga Nacional de Defensa de las Libertades Religiosas, así como el Archivo de la Compañía de Jesús que estaba entonces en la casa de formación jesuita de Puente Grande, Jalisco.

            ¿Qué pude concluir en aquel entonces? Pensaba que la responsabilidad de tan grave decisión recaía sobre el episcopado mexicano en general, y que Roma se había dejado llevar, a última hora y con mucha reticencia, a aprobar la medida. En gran parte me dejé guiar por el diplomático francés Ernest Lagarde, hombre sagaz que mantenía excelentes relaciones tanto con el gobierno como con la Iglesia. Su famoso informe del 18 de septiembre de 1926 (“À Son Excellence M. Aristide Briand, Paris”) me permitía oponer a un episcopado intransigente y radical una Roma que no compartía sus miras combativas. Llegué a hablar de “la línea de conciliación impuesta por Roma” y a decir que “Roma frenaba”.2 Anoté que Monseñor Tito Crespi, encargado de la Delegación Apostólica después de la expulsión del delegado Giorgio Caruana, insistía vivamente a favor de una solución de conciliación, incluso después de la publicación, el 2 de julio de 1926, de la Ley Calles en el Diario Oficial, y que para esa fecha, principios de julio, había una mayoría en el seno del episcopado favorable a la contemporización.3

            Luego, citando a Lagarde, señalaba que la tarde del 11 de julio hubo “un cambio completo de la situación” y que por primera vez los obispos pensaron en suspender el culto. En Roma, el cardenal Gasparri, Secretario de Estado,

 

personalmente opuesto, incapaz de desaprobar, aunque advirtiese el grave peligro que había en parecer que no se tenía en cuenta la opinión de los obispos, no dejó, sin embargo de buscar, por medio de conversaciones directas, la posibilidad de un arreglo.4

 

Lagarde organizó dicho intento y participó en él.

            Lo que escribí en las páginas 264 y 265 del mismo tomo estaba apuntalado en las otras fuentes mencionadas:

 

Los directores de la Liga y sus consejeros jesuitas pensaban que era preciso mirar la realidad enfrente. Era ciertamente el enfrentamiento; pero el Episcopado no se decidía. De acuerdo en resistir, los obispos dudaban en cuanto a la manera de resistir. Algunos temían que la suspensión del culto impulsara a los pueblos, ya muy agitados, a la violencia y a la desesperación… Roma no sabía qué hacer y temía sobre todo imponer una solución a unos obispos divididos. Durante ese tiempo se activaba la Liga con éxito, movilizando a los católicos en todo el país… (lo que) impresionó a los obispos moderados… Esto explica el endurecimiento de Monseñor Pascual Díaz. Crespi se quedó solo y el 11 de julio el Comité Episcopal decidió suspender los cultos si Roma daba su aprobación. Monseñor Orozco era tan poco partidario de esto que fue preciso que el P. Méndez Medina, SJ, fuera a Guadalajara para convencerlo de que diera su consentimiento.

 

Eso me lo contó el mismo jesuita el 23 de mayo de 1967. No me dijo, o si lo dijo no me fijé, que estuvo recorriendo toda la República para convencer a los numerosos obispos reticentes.

            El Comité Episcopal informaba a la Santa Sede que pedía su aprobación para “el único medio que cree eficaz, y que consiste en que, unidos todos los obispos, protesten contra ese decreto… y suspender el culto público en toda la nación”. Roma tardó en contestar, hasta que el 23 de julio llegó el telegrama firmado por Gasparri:

 

S.S. condena ley a la vez que todo acto que pueda significar o ser interpretado por pueblo fiel como aceptación o reconocimiento de la ley. A tal norma debe acomodarse Episcopado México en su modo obrar de suerte que tenga la mayoría y si posible la uniformidad y dar ejemplo de concordia.

 

Concluía yo que había sido necesaria toda la energía de un Calles para unir a los obispos en la resistencia, y esto temporalmente y jamás sin restricciones. En la indefinición del telegrama romano, que no mencionaba las palabras “suspensión de los cultos”, creía adivinar que la Santa Sede, mal informada y dubitativa, se dejaba torcer el brazo por el Episcopado mexicano. Y siempre pensé que si Roma no hubiese aprobado, implícitamente, la medida, el conflicto religioso habría tomado otro curso, sin esa terrible guerra de tres años, prolongada en los años treintas por una interminable guerrilla.

            Pasaron muchos años. Recientemente se abrieron todos los archivos. Trabajé en el riquísimo Archivo Histórico del Arzobispado de México. Carmen José Alejos Grau, el P. Juan González Morfín e Yves Solis me comunicaron generosamente documentación sacada del Archivo Secreto Vaticano, y un artículo de Paolo Valvo me convenció de que era tiempo de volver a la pregunta de cómo se tomó la decisión fatal de julio de 1926; especialmente cuando leí lo que Monseñor Tito Crespi escribía al superior suyo, Monseñor Giorgio Caruana, el 5 de agosto de 1926: “Circa questa misura (la suspensión de los cultos) la cantata maggioranza (de obispos) è una turlupinatura stile mexicano… è una truffa”.5

            Turlupinatura, (entourloupette en francés), significa jugarreta, mala jugada, en español. Truffa significa engaño. Paolo Valvo, a quien debo haber conocido ese documento tan importante, sostiene que

 

lejos de ser deseada por la mayoría del Episcopado mexicano, esa decisión crucial parece ser el resultado de una maniobra política llevada por un pequeño grupo de jesuitas radicales que fueron capaces de esquivar la red diplomática de la Santa Sede para obtener el consenso directo de Pío XI en persona.6

 

Al leerlo me acordé de lo que me había dicho el P. Alfredo Méndez Medina, SJ, en 1967, y de la importancia de los jesuitas en las organizaciones católicas más relevantes: los movimientos de Acción Católica, tan caros a Pío XI, el sindicalismo católico y, algo esencial, la Liga, que llamaría al levantamiento general en enero de 1927.

             Cuarentaiseis documentos enumerados en anexo, que van del 25 de octubre de 1924 al 6 de agosto de 1928, permiten reconstruir la maniobra y situar a los protagonistas, que se dividen en dos bandos: el de los transigentes ultra modum que sus enemigos llamarían a partir de agosto de 1926, concretamente de la entrevista entre el presidente Calles y los obispos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz, “traidores”, “herejes”, “arreglistas”; y el de los “intransigentes”, que sus adversarios calificarían también de “integristas”, “radicales”, “partidarios del todo o nada”. Los primeros forman “el partido de la economía” (en palabras de Monseñor Ignacio Valdespino, obispo de Aguascalientes), y los segundos el “partido jesuita” o “liguero”.7 La frontera entre los dos bandos era permeable y en medio se encontraban los indecisos que esperaban el fallo romano para acatarlo sin discutir.

 

 

2. Un repaso de los acontecimientos

 

El 11 de enero de 1923, en presencia del Delegado Apostólico Monseñor Ernesto Filippi; se puso la primera piedra del monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete. El gobierno federal reaccionó con la expulsión del representante de la Santa Sede, por tratarse de una ceremonia religiosa fuera de los templos. El Vaticano manifestó una gran moderación, al grado de considerar que había sido una imprudencia por parte de la Iglesia mexicana. En octubre de 1924, la celebración en la ciudad de México de un Congreso Eucarístico Nacional provocó una crisis semejante y la misma crítica romana; hay que saber que en el mismo momento el presidente Obregón había entablado contactos diplomáticos discretos con la Secretaría de Estado de la Santa Sede, de modo que el 25 de octubre el Secretario de Relaciones Exteriores, Aarón Sáenz, escribía al Cardenal Gasparri que podía mandar un nuevo Delegado Apostólico, el cual tendría todas las garantías y no correría el riesgo de ser expulsado.

            Pocas semanas después, el nuevo presidente, Plutarco Elías Calles, cuya toma de posesión casi coincidió con la llegada de Monseñor Cimino, el nuevo Delegado Apostólico, manifestó claramente que no iba a seguir esa línea; fue tan así que permitió el 21 de febrero de 1925 la creación violenta de una “Iglesia Católica Apostólica Mexicana”, una iglesia cismática que, si bien no prosperó, asustó e indignó a los católicos y preocupó a Roma. La primera consecuencia de lo que Álvaro Obregón no dudó en calificar de grave error fue el surgimiento de la Liga en marzo; la segunda, la salida en mayo del descorazonado Delegado Cimino. En la fundación de la Liga varios jesuitas tuvieron una participación decisiva; era un viejo proyecto del P. Bernard Bergoend, SJ, ahora acompañado de los PP. Arnulfo Castro, asesor de la Confederación Nacional Católica del Trabajo, Mariano Cuevas, Leobardo Fernández, Carlos María de Heredia, Rafael Martínez del Campo, Ramón Martínez Silva y Alfredo Méndez Medina, director fundador del Secretariado Social. El obispo de Aguascalientes, Ignacio Valdespino, pudo escribir sin exagerar: “Los jesuitas han tomado una parte muy activa en la organización de la Liga, de la que puede decirse que ha sido el alma (de la lucha)… La Liga es su misma creatura”.8

            Un buen testimonio de la reacción del partido moderado es lo escrito por el arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores, al arzobispo de Puebla, Pedro Vera y Zuria:

 

Lamento, indignación, tristeza y esperanza… abrigo temores de que la chispa provoque incendio… por los choques inevitables a que suelen dar lugar las pasiones populares. Pero mayor aún es el temor que me inspiran estos sucesos por la natural desconfianza que en el pueblo católico tiene que producir el no disfrutar de las garantías a que tiene derecho.9

 

Un segundo testimonio es el del arzobispo de Antequera (Oaxaca), José Othón Núñez, quien escribía el 1° de abril de 1925 al Arzobispo de México, el impetuoso José Mora y del Río, que convocaba a

 

una reunión de todos los obispos para uniformar nuestro criterio respecto a la conducta que debemos seguir en los actuales difíciles momentos. Si lo delicado de mi salud no me lo impide, iré a la reunión, para celebrar la cual es obvio suponer que se consideró maduramente el pro y el contra y que por consiguiente, se juzgó que producirá mayores bienes que los males de que puede ser pretexto; pues los enemigos, suspicaces y malignos… dirán que se adoptaron resoluciones contrarias a ellos, y lo que después de las juntas se haga por los católicos se atribuirá a los Prelados, todo lo cual quizá empeoraría la situación angustiosa de la Iglesia en México. Ojalá que hubiese otro medio más expedito para el fin deseado.10

           

            Los diplomáticos romanos no pensaban de otra manera, si hemos de creer el comentario de Monseñor Cimino a la carta colectiva publicada por el Episcopado contra el intento cismático: “mi impresión es que el tono de la carta aparece por una parte demasiado agresivo… Si un solo obispo no estuviese conforme, entonces que nada se publique en forma colectiva”. Aludía al hecho de que la Carta Pastoral, presentada como colectiva, no lo era.11

            Al final del año de 1925, el novísimo y joven arzobispo de Durango José María González y Valencia, muy instruido, con temperamento de líder político, dominador, inquieto, y el obispo de San Luis Potosí, Miguel de la Mora, valeroso e infatigable organizador, viajaron a Roma y entregaron al Papa una carta fechada a 12 de noviembre. Lo interesante es que la encíclica del 21 de febrero de 1926, Paterna Sollicitudo Sane, por la cual Pío XI manifestaba su preocupación inquieta por la Iglesia mexicana, se inspira en gran parte de dicha carta y refleja la intransigencia que caracterizó siempre a Monseñor González y Valencia. ¿Será exagerado deducir que el Papa tenía su línea propia sobre la cuestión mexicana? Lo que no se puede negar es que no coincide con la moderación constante de Pietro Gasparri, Cardenal Secretario de Estado, que tenía un contradictor en la persona del Cardenal Boggiani, considerado como el especialista de México por haber sido Delegado Apostólico en tiempos de Madero y hasta 1914; por cierto, sus informes de aquellos años eran bastante críticos para el clero y los fieles mexicanos, hasta con tintes racistas.

            1926 empieza con la decisión tomada por el presidente Calles de reglamentar el artículo 130 de la constitución; el 7 de enero pide poderes extraordinarios al Congreso para hacer aprobar su ley reglamentaria. 2 de febrero: encíclica sobre México; 4 de febrero: El Universal publica una declaración de Monseñor Mora y del Río, “no reconoceremos y combatiremos los artículos 3, 5, 27 y 130 de la Constitución”. El presidente ordena en seguida la expulsión de los sacerdotes extranjeros, el cierre de los conventos, luego el cese de la enseñanza en escuelas católicas. El día 23 de febrero, el intento oficial de cerrar en la capital el templo de la Sagrada Familia provoca un motín y la muerte de siete feligreses. Luego viene la decisión de los gobernadores de Colima y Michoacán de limitar el número de sacerdotes y de exigir su registro civil, lo que conduce a la suspensión de los cultos en las dos diócesis.12

 

3. Una pausa antes del enfrentamiento

 

Ernest Lagarde, bien informado por el Delegado Apostólico, señala que el Episcopado está profundamente dividido; califica el arzobispo de México, número uno en la jerarquía, de “anciano decrépito, amigo de las intrigas políticas”, y a Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla, Castellanos, obispo de Tulancingo, Lara y Torres, obispo de Tacámbaro, de “ligueros, exaltados e impulsivos”, como González y Valencia. Vera de Puebla, Banegas de Querétaro, los hermanos Guízar de Chihuahua y Veracruz, Fulcheri de Zamora, Uranga de Cuernavaca, Tritschler de Mérida eran “moderados y conciliadores”, como

 

el arzobispo de Morelia, Monseñor Leopoldo Ruiz, teólogo notable, hombre enérgico y de una gran dignidad de vida; él y De la Mora, de San Luis Potosí, han hecho ambos de su diócesis y de su clero los mejores de México; Orozco de Guadalajara, batallador, ambicioso, irreflexivo, hostil a toda conciliación, hasta el punto de que Roma ha tenido que reprenderlo con frecuencia; (Pascual) Díaz (de Tabasco), jesuita, inteligente, ambicioso, intrigante, intolerante, que en las funciones de secretario del Comité Episcopal… tiende a desempeñar un papel cada día más importante en los asuntos religiosos.13

           

            A la distancia, el historiador puede apreciar positivamente el cuadro pintado por el diplomático francés, con una sola discrepancia: el juicio sobre el jesuita y obispo Pascual Díaz, cuyos cambios de línea necesitan un estudio serio. Hay que notar que Lagarde estaba fuertemente prevenido contra la Iglesia mexicana por sus informantes de la red diplomática vaticana. Lo que sigue pudo haber sido escrito por los delegados apostólicos sucesivos, en particular por los últimos, Monseñor Caruana y su asistente, Monseñor Tito Crespi:

 

Celoso de su independencia, (el clero) se resiente de todo control y tolera difícilmente la tutela de Roma… una de las virtudes más vigorosas de la raza, en el Episcopado es más viva aún, y no hay historia más uniformemente dolorosa que la de los representantes de la Santa Sede en México… No existe únicamente conflicto entre la Iglesia y el poder civil, sino también entre el clero local y la santa Sede.14

 

            Según Lagarde, y eso lo confirma el Archivo Secreto Vaticano,

 

El Vaticano deseaba el apaciguamiento… se inclinaba a una política de contemporización, de arreglo tácito, que habría dejado subsistir intactos los textos incriminados, pero hubiese permitido, al no colocarse en el terreno de los principios, esperar que de hecho no fuesen aplicados.

 

Eso se logró, pero doce años después, a partir de 1938 y hasta la reforma constitucional de 1991.

 

A los obispos mexicanos que, en sus incesantes visitas ad limina apostolorum, fatigaban a la Secretaría de Estado con sus fulminantes anatemas… aconsejaba la moderación y el apaciguamiento. Por todas esas razones, la Curia lamentaba que el clero mexicano, liguero y batallador, en lugar de buscar junto con los poderes públicos un acomodo de hecho, se mantuviera en una hostilidad abierta.15

 

Más que “del Vaticano”, era el punto de vista de la Secretaría de Estado del Cardenal Gasparri, quien

 

resistió durante largo tiempo a los vehementes reproches de los dos prelados (Monseñores González y Valencia y Miguel de la Mora, en noviembre de 1925), a quienes acogió con bastante buen talante… Se inclinaba, y con él el cardenal de Lai, Monseñor Borgongini-Duca, y todos los miembros auxiliares de la Curia que conocían México, a la contemporización.16

 

Pero Pío XI hizo más que recibir a los dos prelados “con bastante buen talante”, puesto que lo convencieron de redactar la encíclica del 2 de febrero de 1926.

            Al 15 de marzo de 1926, 202 sacerdotes extranjeros habían sido expulsados del país, 118 colegios católicos y 83 conventos habían sido cerrados; sin embargo, en muchos estados, obispos y gobernadores fueron capaces de llegar a un compromiso aceptable: Campeche, Coahuila, Chiapas, Chihuahua, Guerrero, Guanajuato, Michoacán, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosi, Veracruz, Yucatán, Zacatecas, o sea 14 estados. Eso acabó de convencer al presidente Calles de que tenía que imponer a todos los estados la ley reglamentaria federal del artículo 130. Esto, a la vez, explicaba por qué era imposible conseguir la unanimidad entre los obispos: cada estado era un mundo, cada diócesis también.

 

 

4. El caso ejemplar de Michoacán

 

En Colima, la crisis que había empezado a fines de febrero con la limitación a veinte del número de sacerdotes y su obligatorio registro ante el gobierno aumentó al extremo con los siete muertos del 5 de abril, cuando la gigantesca manifestación católica fue dispersada a balazos. El 7 de abril el viejo obispo Amador Velasco suspendió el culto y no hubo compromiso posible. El caso de Michoacán es a la vez semejante y diferente. Semejante, porque a fines de febrero el congreso local limitó el número de sacerdotes e impuso su registro, por lo que los católicos se movilizaron y se suspendió el culto el 18 de abril. Diferente, porque el gobernador ofreció una solución de compromiso que el arzobispo aceptó: el culto se reanudó el 15 de mayo.

            Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores manejó el asunto con prudencia y pedagogía para con su clero y los fieles, a quienes dirigió a lo largo del conflicto varias cartas e instrucciones, cinco entre el 18 de marzo y el 19 de mayo. Cuando suspendió los cultos, después de agotar todos los recursos, ordenó dejar los templos abiertos y confiados a los laicos, organizó la vida sacramental en casas particulares, redactó la petición de reforma de la ley que firmaron decenas de miles de personas, prohibió toda violencia; incluso, en una circular del 30 de abril, después del motín de Zitácuaro (26 de abril) que había causado la muerte de cuatro civiles y un oficial, pidió que se suspendieran las manifestaciones pacíficas.

            Cuando el gobernador le ofreció entregarle directamente para todos sus sacerdotes las tarjetas oficiales en blanco para que él las llenara, aceptó, puso fin a la suspensión de los cultos y mandó, el 19 de mayo, una “instrucción reservada a los sacerdotes” para explicar su decisión. El 23 de mayo escribió al Papa, con copia a Monseñor Pascual Díaz, secretario del Comité Episcopal. El 25 del mismo mes escribió en latín al Cardenal Gasparri para decirle que su experiencia demostraba lo deseable que sería tener una regla común para todos los obispos: “uniformis ratio procedendi ac se gerendi in his difficultatibus quibus Episcopi Mexicani implicamur”, y también lo difícil que sería lograrla, puesto que cada estado seguía una línea diferente.17

            Monseñor Ruiz y Flores, el futuro Delegado Apostólico de 1919 a 1937, quien firmaría los “arreglos” de junio 1929 con el presidente Emilio Portes Gil, en compañía de Monseñor Pascual Díaz, fue aprobado por los moderados y rudamente criticado por los intransigentes. Así, el 4 de junio, Monseñor José María González y Valencia plantea directamente al Papa nueve preguntas en latín: las 7 y 8 critican el “compromiso” michoacano, porque crea un precedente peligroso de “transactiones tentare”.18 El arzobispo de Guadalajara, Monseñor Francisco Orozco y Jiménez, mandó a sus hermanos obispos unas “Observaciones sobre la reglamentación del culto que reverentemente expone el Arzobispo de Guadalajara al Episcopado nacional”.19 A la pregunta de si se puede

 

admitir la reglamentación (por el gobierno) en cualquier forma que se presente, en mi humilde concepto yo digo que no podemos ni debemos admitirla… Respeto cualquier opinión en contrario, pero como se busca… lo que más convenga para salvar tal vez para siempre los intereses capitales de la Iglesia, los cuales están en riesgo inminente, y el honor del Episcopado mexicano… admitir la reglamentación es admitir una autoridad extraña y esto es cismático.

 

Más adelante afirma que “la razón de que pueden venir males mayores en la intransigencia no vale, porque es mayor mal el escándalo que se produce con las capitulaciones con el gobierno”.

            Así que el Arzobispo de Morelia resultaba “cismático”, culpable de “capitulaciones”, mientras que se exaltaba la “intransigencia”. Monseñor Ruiz y Flores contestó, y el secretario del Comité Episcopal, Monseñor Pascual Díaz, mandó copia de su argumentación a los obispos el 18 de junio de1926:

 

La tolerancia de un mal no sanciona el mal mismo, ni mucho menos el principio en que se funda. Nuestra aceptación del acuerdo del gobernador no es pues el acatamiento de una ley justa, sino una pura tolerancia… La licitud de la tolerancia de un mal proviene de la imposibilidad moral de evitarlo, y de los mayores malos que se evitan tolerándolo… La suspensión provocará la clausura y confiscación de todos los templos y es ocasión de perjuicio espiritual de los fieles… A cada prelado toca resolver en su caso, porque ni las leyes son idénticas, ni idénticas las circunstancias en cada lugar.20

 

            Si el cardenal Pietro Gasparri estaba de acuerdo con la conducta del arzobispo de Morelia, parece que en Roma no todos pensaban lo mismo. Cuando el Delegado Giorgio Caruana fue expulsado de México el 16 de mayo de 1926 −había llegado en marzo−, propuso a don Leopoldo Ruiz y Flores como sucesor; su moderación explica que el Papa creyera mejor que no se le nombrase. Pío XI esperó tres años para hacerlo, a la hora de los arreglos.21 Y cuando

 

el Comité Episcopal decidió enviar a Roma un representante por medio del cual se informara a la Santa Sede del curso de los acontecimientos, en la junta del Comité en que se designó ese representante el Señor Arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, pidió permiso para poner su veto al Señor Arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores, alegando que era demasiado condescendiente, opinión que él se formó sin duda por los acontecimientos de Morelia al darse la ley de limitación de sacerdotes por el gobernador general Ramírez en la cuaresma de 1926.22

 

            Antes, el 21 de abril, el Episcopado había publicado una Pastoral colectiva muy firme consignando el “non possumus” y pidiendo una urgente reforma de la Constitución. El Gobierno contestó el 10 de mayo con la orden de expulsión del delegado apostólico, quien salió para la Habana, dejando la delegación en manos de Monseñor Tito Crespi. Antes de salir, aconsejó crear un Comité Episcopal de cinco miembros: como presidente el Arzobispo de México Mora y del Río, secretario Monseñor Pascual Díaz, vicepresidente Monseñor Ruiz y Flores, con dos consejeros, Monseñor Orozco y Jiménez y Monseñor Vera y Zuria. Dos radicales, Mora y del Río y Orozco, dos moderados, Ruiz y Flores y Vera, y el obispo jesuita por definirse, de quien Lagarde decía: “inteligente, ambicioso, intrigante, intolerante”. Resultaría ser, con Monseñor Ruiz y Flores, jefe de fila de los moderados y tolerantes, abominado de los “intransigentes” por lo mismo; los ligueros lo calificaron de “exjesuita”.

            El 2 de mayo el Cardenal Gasparri contestó a una consulta del Arzobispo de México sobre cuál conducta adoptar frente a las medidas gubernamentales:

 

Cattolici potrebbero firmare dichiarazioni qualora non sieno contrario diritti di Dio, ed evitaranne di dare informazioni che potrebbero essere pericolosi ai Viscovi e ai sacerdoti. Perció 1) non e permesso ai Viscovi dare l’elenco dei sacerdoti.

2) I maestri non dovrebbero permettere di non dare instrusione religiosa.

3) Non é loro permesso di adoptare testi del Governo quando questi sono “contra fidem”.

4) Non é loro permesso di dichiarare di non appartenere a no’essun culto.

5) Non possono permettere che ispettori intervengagne in scuole per esigere cuanto si propongono.23

 

            El Cardenal, Gasparri, hombre de 74 años nombrado Secretario de Estado en 1914, había sido Delegado en Perú, Bolivia, Ecuador; diplomático, jurista, papabile en 1914 y 1922, defendió siempre la línea moderada. Tenía como subsecretario al Cardenal Giuseppe Pizzardo, una figura clave en la Curia romana. Su sobrino, Monseñor Francesco Borgongini-Duca, era el Secretario de Asuntos Extraordinarios, dependencia de la Secretaría Papal. Posiblemente bajo la influencia del cardenal Gasparri, el segundo mensaje del Papa a los obispos mexicanos (14 de junio) predicaba tanto la firmeza como la paciencia, pero la publicación del decreto reglamentario del artículo 130, el 2 de julio, en el Diario Oficial del gobierno federal, llevó Pío XI a manifestar su preocupación, vía el Cardenal Gasparri.

 

 

5. Al pie del muro

 

El 14 de junio el presidente Calles había firmado la famosa Ley que entraría en vigor el 31 de julio. El mismo día, el P. Rafael Martínez del Campo, SJ, escribía a Monseñor Francesco Borgongini-Duca, y su colega Alfredo Méndez Medina, SJ, escribía al Padre General W. Ledóchowsky. El encargado de la delegación en México, Monseñor Tito Crespi, denunció a su jefe Monseñor Giorgio Caruana “la intromisión preponderante de muchos jesuitas en los asuntos de las diócesis”. Habla de un “partido jesuita” al cual pertenecería el obispo Pascual Díaz, SJ, pasado del moderatismo al radicalismo.24 Aparentemente no sabía en ese momento que varios jesuitas habían logrado la entrega de un breve memorial al Papa, por conducto del Obispo Vicente Castellanos y Nuñez, de Tulancingo. Habían tomado un atajo para evitar el camino oficial y el filtro de la Secretaría de Estado.25

            Por su lado, y en la misma línea, el 1° de julio el Arzobispo Mora y del Río, en su calidad de presidente del Comité Episcopal, y Monseñor Pascual Díaz, secretario, mandaron a Roma una carta pro memoria que afirmaba que “el único camino es la intransigencia absoluta y uniforme” y pretendía que dieciocho obispos estaban ya de acuerdo “y es casi seguro que es la opinión de todos”. Algo que realmente estaba por verse.

            De hecho, los obispos iban estando más y más divididos. A principio de julio, con la cuenta regresiva en marcha, el Episcopado se declaró “en reunión permanente y secreta” bajo dirección del Comité Episcopal, pero en realidad del Arzobispo de México y de Pascual Díaz, pues los otros tres residían en provincia. Al principio, la mayoría estaba claramente a favor de la moderación, según informaban Tito Crespi y Ernest Lagarde. Habían tomado abiertamente posición en contra de una suspensión de los cultos en toda la República trece obispos: los de Aguascalientes, Cuernavaca, Chihuahua, Chiapas, Guadalajara, Guanajuato, Morelia, Puebla, Querétaro, Veracruz, Yucatán, Zacatecas, Zamora. Vale la pena subrayar la presencia del intransigente Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, en dicho grupo. Mantuvo su oposición a la suspensión hasta el final, con argumentos muy bien fundamentados. En el seno mismo del Comité Episcopal había una mayoría en contra, a la cual pertenecía Monseñor Pascual Díaz.

            En una nueva reunión de cinco arzobispos y cuatro obispos, el 11 de julio, según el P. Provincial Luis Vega, SJ, se votó la intransigencia. La mayoría aprobó tres decisiones que aparecerían redactadas en la Carta Pastoral Colectiva del 25 de julio: 1) no se admitía el registro de los sacerdotes ante el gobierno civil; 2) se suspenderían los cultos en todas las iglesias del país el día 1° de agosto; y 3) se informaría a la Santa Sede sobre esas resoluciones, con la provisión de que el silencio de Roma sería considerado como una aprobación implícita. Monseñor Orozco y Jiménez no había asistido a la reunión y el P. Alfredo Méndez Medina, SJ, tuvo que ir a Guadalajara para convencerlo de inclinarse frente a la supuesta mayoría.26

            A la distancia, Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores apunta:

 

El Comité Episcopal estudió detenidamente el asunto, vio que no había más remedio que suspender el culto, consultó al Papa por conducto de Monseñor Caruana, Delegado Apostólico para México, expulsado del territorio y residente en la Habana: el Papa contestó que el Episcopado obrara como creía conveniente.27

 

El 12 de julio Monseñor Tito Crespi informaba a Monseñor Liberati Tosti, Delegado Apostólico en las Antillas, de la decisión tomada por un grupo de obispos, y aconsejaba que Roma tomara su tiempo antes de responder al Comité Episcopal. El 15 de julio, el Cardenal Gasparri recibió un telegrama de Monseñor Rafael Guizar que manifestaba su oposición a la suspensión (“Humildemente opino suspensión cultos en toda República es sumamente perjudicial”), y una consulta semejante de su hermano Monseñor Antonio Guizar (Chihuahua), preguntando qué hacer con la obligación del registro de los sacerdotes, otra forma de no estar de acuerdo con la suspensión. El 18, el Delegado en las Antillas mandó a Roma el mensaje del Comité Episcopal con ese telegrama:

 

Mayoría Episcopado Mexicano intenta cerrar iglesias 31 corriente al no poder ejercer el culto según canon entrando en vigor nueva ley 31 corriente. Episcopado pide aprobación S.S. Persona en cargo espera contestación Habana. Delegado estará aquí esta semana.28

 

            Monseñor Tito Crespi hizo lo imposible para que la Santa Sede no diera contestación positiva a los mexicanos. Pasando por París, es decir utilizando los buenos oficios de Ernest Lagarde para escapar al espionaje del gobierno mexicano, mandó en francés el siguiente telegrama al cardenal Gasparri, reenviado por París a Roma el 19 de julio (la fecha es importante) Dice lo siguiente:

           

Informé al Delegado Apostólico en La Habana que el Comité de Prelados revisó su postura inicial bajo la presión de un pequeño grupo y de jesuitas, y decidió suspender el culto para protestar contra el último Decreto; ausencia de respuesta por parte de la Santa Sede se considerará como aprobación de esta medida.

            Me permito informar Vuestra Eminencia que el Decreto fija la aplicación de las penalidades al 1° de Agosto… que el gobierno está dispuesto a tomar medidas extremas, que los obispos no están todos de acuerdo… Opino que es preferible antes de tomar tan grave decisión que los católicos esperen la reglamentación del artículo 130 o, mejor aún, el resultado de los trabajos que apuntan a una reforma de la constitución. El Encargado de Negocios de Francia [Ernest Lagarde] negocia amigablemente el asunto con el Secretario de Gobernación y dice que aquél le asegura que el Gobierno y el Congreso tomarían en serio una petición legal de reforma. Me propone arreglar una entrevista con el Secretario de Gobernación. Ruego V. E. hacerme saber si autoriza tal conversación.29

 

            El cardenal autorizó la entrevista entre Monseñor Tito Crespi y Adalberto Tejeda, en presencia de Ernest Lagarde, pero el 21 de julio, la Secretaría de Estado mandó el siguiente telegrama (repetido el 22 y el 25) al Arzobispo de México, presidente del Comité Episcopal:

 

Ricevuto cifrato 10 Santa Sede condanna legge ed insieme ogni atto che possa significare od essere interpretato dal popolo fedele come accetazione o riconoscimento legge stessa. A tale norma tutto episcopado messicano debe conformare sua azione in modo da ottenere la maggiore possibile uniformità a dare esempio di concordia. Cardinal Gasparri.30

 

 

6. ¿Cómo se logró una “mayoría”?

 

Dos años después, el 6 de agosto de 1928, un “Memorándum estrictamente confidencial para el Padre Provincial Luis Vega, S.J.” de Monseñor Pascual Díaz, SJ, ya en calidad de intermediario oficial entre el Delegado Apostólico en Washington, Monseñor Fumasoni-Biondi, encargado de los asuntos mexicanos, y el Episcopado de México, empezaba así:

 

Acabo de saber que un miembro del Episcopado mexicano sostuvo hace cuatro o cinco días una conversación acerca de la cuestión religiosa en la que indudablemente sacó la peor parte la Compañía [de Jesús], no sólo porque se puso la responsabilidad de lo que ha ocurrido y ocurre a nuestros hermanos, sino porque la persona con quien tuvo la conversación es persona de importancia y además poco aficionada a la misma Compañía.

El aspecto en que en la actualidad varios obispos, además del arriba mencionado, le ponen la culpa de la situación actual, es decir declaran que la suspensión de cultos la promovieron y sostuvieron los PP. Méndez Medina y Martínez del Campo; que los campeones de la lucha armada han sido los nuestros en Guadalajara, varios de los nuestros, especialmente los dos citados y el P. Martínez Silva, en México, y varios de los nuestros en el Sur de los Estados Unidos.31

 

            El “partido jesuita”, así bautizado por Monseñor Tito Crespi en su mensaje a Monseñor Giorgio Caruana del 28 de junio de 1926, fue calificado de “partido liguero” por Monseñor Ignacio Valdespino, moderado obispo de Aguascalientes, amigo y hombre de todas las confianzas de Monseñor Pascual Díaz, SJ. Varios jesuitas formaban la parte eclesiástica del “partido”, que contó con el apoyo indefectible de tres obispos: José María González y Valencia de Durango, Leopoldo Lara y Torres de Tacámbaro y José Manríquez y Zárate, el volcánico, incontrolable, irresponsable obispo de Huejutla.32Al principio seguían la misma línea Monseñores Emeterio Valverde, de León, y Jenaro Méndez, de Tehuantepec.

El grueso del contingente laico lo formaban la plana mayor de la Liga y los “muchachos”, ya no tan muchachos, de la ACJM. En la Liga, más importante que el anciano presidente Rafael Ceniceros y Villareal era Miguel Palomar y Vizcarra, el vicepresidente tapatío, antiguo diputado del Partido Católico Nacional. Estaba muy vinculado con los jesuitas del “partido”, en particular al grupo formado en Europa, compuesto por el francés Bernard Bergoend, inspirador del Partido Católico Nacional en 1911 y fundador de la ACJM en 1913, Arnulfo Castro, asesor de la CNCT, Carlos María de Heredia, Rafael Martínez del Campo y Alfredo Méndez Medina. Al grupo pertenecían también el historiador Mariano Cuevas, SJ, Rafael Martínez Silva, SJ, consejero de la Liga, el P. Ocampo, SJ, subasistente eclesiástico de la ACJM, el P. Jacobo Ramírez, SJ, director de las Congregaciones Marianas con el arzobispo de Durango, el P. Provincial Luis Vega (1925-1931) y el viceprovincial Carlos Mayer, que compartían su radicalismo intransigente, como muchos de sus hermanos, quizá la mayoría, sin que se pueda decir cuántos de los 300 jesuitas mexicanos eran radicales y cuántos moderados. El obispo Pascual Díaz, secretario del Comité Episcopal, era jesuita como ellos y se ganó con el Delegado Apostólico y con Ernest Lagarde fama de oportunista por sus cambios de línea en 1926: moderado, luego intransigente en julio, moderado en agosto y definitivamente moderado en 1927 y hasta su muerte. Hay otra explicación distinta del oportunismo: el hecho de ser jesuita y estar sometido a la presión de sus congéneres explica mucho.

Hasta 1925 el Provincial de la Compañía había sido el italiano Camillo Crivelli, un moderado que frenaba a los radicales y apoyaba al Delegado Apostólico. En 1923, en un memorándum al Padre General Ledóchowsky, señalaba la exageración nacionalista de aquéllos, en particular del P. Mariano Cuevas. Lo sustituyó como provincial el P. Luis Vega, quien compartía discretamente el punto de vista de los intransigentes y los cubrió a lo largo del conflicto. El historiador jesuita José Gutiérrez Casillas reconoce que

 

cuando los católicos mexicanos no tuvieron otro recurso que recurrir a las armas… ningún jesuita siguió este camino. Sin embargo puede decirse que, mediante las instituciones por ellos fundadas, parte de la responsabilidad de la oposición armada cayó sobre sus hombros. Como entre los laicos, entre los jesuitas había profunda división de criterios, y no formaban un frente único.

 

Menciona a la ACJM y la Liga como

 

asociaciones en las que tuvieron parte indirecta los jesuitas y a las que particularmente prestaron todo su apoyo… Los fundadores de la Liga provenían en su mayor parte de asociaciones fundadas o sostenidas por los jesuitas… En general, se puede decir que la inmensa mayoría de los jesuitas se inclinaba y apoyaba la defensa armada.33

 

El Comité Episcopal, presidido por el Arzobispo de México, que simpatizaba con el “partido jesuita”, confió en 1926 misiones importantes a dos jesuitas. Nombró al P. Rafael Martínez del Campo intermediario oficial entre el Comité y la Liga. Monseñor Ignacio Valdespino comentó:

 

Tiene papel dominante el P. Martínez del Campo, SJ, quien se cree trae de oreja a la Liga. Intenta arrastrar al Comité y poner a V.I.I. (Monseñor Pascual Díaz) una riendita para que vaya al campo que del Campo quiere. El Hermano Mayor (Monseñor Mora y del Río, Arzobispo de México) es incontrolable, imprevisible, impolítico, errático, pero más bien intransigente.34

 

El papel del P. Martínez del Campo está confirmado en el Memorial en latín que él mismo mandó al Prepósito General de la Compañía de Jesús el 12 de septiembre de 1927, para reivindicar con orgullo su papel.35

            El segundo nombramiento fue el del P. Alfredo Méndez Medina, quien recibió en junio de 1926 el encargo de visitar todos los obispos para recoger su opinión sobre la conducta a observar ante la inminente aplicación de la Ley Calles. Se trataba de un sondeo preliminar a cualquier toma de decisión. Paolo Valvo, al analizar el cuestionario redactado por el P. Méndez Medina y presentado a los obispos, concluye que es “capcioso”, pues presenta implícita pero inevitablemente la intransigencia como la única vía posible. Admite que la tolerancia a las medidas gubernamentales podría ser, en algunos casos, “lícita”, “decorosa”, “conveniente”, pero para luego afirmar que en el caso presente resultaría “peligrosa”, “escandalizaría al pueblo, a quien difícilmente se le haría comprender la licitud y conveniencia de dicha tolerancia… dificultaría la posición de los Prelados que quisieran resistir resueltamente… dividiría el criterio del clero y daría lugar a que pierda la confianza en los Prelados”.36 Obviamente, la conclusión implícita es que la moderación y la tolerancia causarían puros desastres, y que la intransigencia, a saber la suspensión de los cultos, se imponía como la línea que todos sin excepción debían seguir. En esos mismos días de junio, hay que recordar que Monseñores Orozco y González y Valencia atacaban rudamente al arzobispo de Morelia, Ruiz y Flores, culpable de “tolerancia”.

Informado por un P. Méndez Medina orgulloso de haber convencido a Monseñor Orozco, el arzobispo Mora y del Río escribió al Papa, el 1° de julio, que “los obispos ya interrogados, que hasta el momento son 18, optan por la intransigencia absoluta, y es casi seguro que es la opinión de todos”.37 Esa carta fue oportuna y directamente entregada al Papa por el obispo Vicente Castellanos de Tulancingo, que se encontraba en Roma. Mientras tanto, por el más lento canal diplomático vaticano oficial, una carta de Monseñor Ruiz y Flores era transmitida el 28 de junio por Monseñor Crespi al Delegado Caruana en La Habana: el P. Méndez Medina, SJ, autorizado por el C.E., propone

 

a los obispos un cuestionario que me parece muy tendencioso, porque está destinado a desaprobar lo que se hizo en Morelia, y con el cuestionario venía una comunicación de Monseñor Orozco (la que cité más arriba) en la cual se aconsejaba la intransigencia absoluta. Sin embargo, la única respuesta intransigente se reducía a la suya. He visto las respuestas de Puebla, Huajuapan de León, Monterrey, Cuernavaca, Querétaro y otras que no recuerdo, todas en el sentido de la tolerancia.38

 

¡Qué contraste entre las dos cartas! ¿A quién creer, al Arzobispo de México o al de Morelia? El primero dice que hay 18 intransigentes (“y es casi seguro que es la opinión de todos”); el P. Martínez del Campo, SJ, dice también 18 en su carta del 14 de junio a Monseñor Borgongini-Duca. Interesante coincidencia aritmética. Se puede dudar de la información transmitida por el P. Méndez Medina, pero no de sus esfuerzos, exitosos en el caso de Monseñor Orozco para lograr una mayoría, por pequeña que fuese, a favor de la “intransigencia absoluta”.

Después de la suspensión efectiva de los cultos, el 9 de agosto de 1926, el Provincial Luis Vega reportó al General W. Ledóchowski que el P. Méndez Medina había convencido, uno por uno, a la mayoría de los obispos que habían estado dispuestos a tolerar las nuevas disposiciones antes de su intervención; que había insistido siempre en la necesidad de la “uniformidad”. Luis Vega habla de la decisiva reunión episcopal del 11 de julio,39 la que se decidió a favor de la suspensión; dice que asistieron cinco arzobispos y cuatro obispos −un documento posterior (1928) de la Liga habla de once− y que, al principio, la mayoría estaba todavía inclinada hacia la sumisión. El provincial explica el cambio de la siguiente manera: “Para gloria de Dios, creo que podemos decir que la situación actual de firmeza en que se encuentra la Iglesia mexicana, y que ya está aprobada por la S. Sede, se debe a la Compañía”.40

Al final de esa junta se mandó al Delegado en La Habana el documento para conseguir la aprobación de la Santa Sede; si bien el texto mencionaba como un hecho que la mayoría de los obispos estaba a favor de la suspensión, Monseñor Díaz mandó copia a todos los prelados para conseguir su aprobación. Hasta ahora no se ha encontrado una lista nominativa, ni la cifra final de los que aprobaron. Es más, el 12 de julio, Monseñor Tito Crespi telegrafió a La Habana:

 

Comité Episcopal cambió primera decisión como resultado intrigas pequeño grupo y de jesuitas que buscaba formar mayoría para cerrar templos República si Roma no contesta proposición antes fin mes. Oportuno indicar Obispos esperar instrucciones positivas Roma ante actuar.41

 

En seguida, después de la suspensión de los cultos, el 5 de agosto, el mismo Tito Crespi, cuyo consejo no había sido escuchado en Roma, escribió con amargura:

 

Circa questa misura la cantata maggioranza è una turlupinatura stile messicano. Avevo preparato un rapporto alla S. Sede circa questo fatto, ma lo ritenni anche perché una volta precipitate le cose è inutil es indignarci sul passato irrimediabile. Sta il fatto che la cantata maggioranza è una truffa… Dopo la ultima decisione le diretive dell’episcoato dalle persone più prudenti sono passate agli elemento che finora erano stati considerati como impulsivi. Vedreme gli effeti della nuova situazione che fa molto trepidare.42

 

 

7. ¿Cómo se tomó la decisión en Roma?

 

El 28 de junio Monseñor Tito Crespi advertía a su jefe, Monseñor Giorgio Caruana, en La Habana, que “la parte que desea una resistencia decisiva busca provocar nuevas instrucciones por parte de la Santa Sede”. En efecto, éste era el sentido de las cartas mandadas sin pasar por la Secretaría de Estado, directamente al Papa, un Papa que había, en noviembre de 1925, prestado benévola atención a lo dicho y escrito por el arzobispo de Durango, González y Valencia.

El 18 de julio se reunió en Roma la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios convocada desde el día 11 para estudiar la cuestión mexicana; la sesión, suspendida al final de la jornada, concluyó el 20 de julio.43 Participaron los Cardenales Bisleti, Tommaso Boggiani (Delegado Apostólico en México de 1912 a 1914), De Lai, un integrista en la línea de Pío X, Fruewirth, el Secretario de Estado Gasparri, Merry del Val, antiguo Secretario de Estado y responsable del Santo Oficio, muy reaccionario, y Sbarretti. No tomaron la palabra Fruewirth, Merry del Val ni Sbarretti.

Se tomó como base para la discusión los informes del Delegado Caruana y las cartas de los prelados mexicanos Mora y del Río, González y Valencia, a favor de la intransigencia, y las de Ruiz y Flores defendiendo la tolerancia. El primero en intervenir fue el cardenal De Lai, para defender el compromiso acordado en Michoacán entre el gobernador y el arzobispo. Gasparri habló en el mismo sentido, precisando que había contestado por escrito a las críticas hechas por el arzobispo de Durango al de Morelia. De hecho, el Secretario de Estado, fiel a su moderación habitual, hizo suya la postura de Monseñor Ruiz y Flores a la escala del país: “In questo senso non est illicitum nonnullas transactiones tentare”.

El Cardenal Boggiani rechazó categóricamente las “transacciones”, después de presentar la situación jurídica mexicana desde las Leyes de Reforma hasta la Ley Calles. Según él, Monseñor Ruiz y Flores estaba totalmente equivocado y sería “un error gravísimo hacer concesiones que desaprobarían los buenos mexicanos”. El punto clave de su argumentación fue que había que conseguir una “conducta uniforme” por parte de los obispos, puesto que el único criterio válido era no someterse a una legislación vejatoria. Invocaba el antecedente de la Revolución francesa para decir que la Iglesia mexicana debía seguir el ejemplo de la Iglesia de Francia: rechazar absolutamente la ley, ejercer el culto de manera privada y, si eso fuese imposible, “sufrir en Dios… el pueblo mexicano es profundamente católico y estará feliz de sufrir por su fe y la libertad de la Iglesia”.

El Cardenal De Lai contestó que en teoría Boggiani tenía la razón, “pero la aplicación es otra cosa”, con los templos cerrados y el ministerio impedido, “el daño sería gravísimo”. Aconsejaba, “hic et nunc”, hacer como en Michoacán. Los cardenales Bisleti y Gasparri apoyaron la propuesta, lo que movió a Boggiani a pedir que el Papa en persona condenara la ley, como Pío X había condenado la ley francesa de 1905. Volvió a hablar de la Revolución francesa, luego de la crisis de 1905 (separación de la Iglesia y el Estado, cancelación del Concordato, ruptura de relaciones diplomáticas), algo que parece haber impresionado mucho a un Pío XI sensible a la continuidad anticatólica de las revoluciones francesa, bolchevique (fue Nuncio en Varsovia) y mexicana. El Papa levantó la sesión después de aprobar al cardenal Boggiani; tres de los cuatro cardenales que hablaron lo hicieron a favor de la moderación, sólo uno propugnó la intransigencia, pero Pío XI habló en su sentido. Roma locuta, causa finita.

El 19 de julio llegó a la Santa Sede el telegrama en francés, reenviado desde Paris, en el cual Monseñor Crespi denunciaba la maniobra ejecutada “bajo la presión de un pequeño grupo y de jesuitas” y aconsejaba esperar. No hay mención de dicho telegrama en el acta de las sesiones del 18 y del 20 de julio. Queda claro que todo estaba dicho al terminar la sesión del 18, con la decisión del Papa a favor de la línea Boggiani. Gasparri preparó el texto del telegrama para el Comité Episcopal, pero el Papa lo corrigió personalmente.44 No cabe duda que, para esa fecha, Pío XI impuso su propia línea a la Secretaría de Estado, mientras que en 1924 y 1925 había sido la moderación de Gasparri la dominante. El Papa dio la victoria al “partido jesuita” de la Liga. Lo que no se sabe es si el antiguo Delegado en México, Monseñor Boggiani, tuvo contactos con dicho “partido” antes del 18 de julio; lo que sí es cierto es que en noviembre de 1925 había recibido la visita del arzobispo de Durango.

Monseñor Tito Crespi pudo escribir al Delegado Giorgio Caruana el 5 de agosto:

 

Los últimos acontecimientos me han dejado muy triste. Mi expulsión ha sido una liberación y no me duele en cuanto a mi persona. Lo que más me hace sufrir es la poca o nula sinceridad con la cual fueron tratados los últimos y decisivos asuntos. Con tales métodos no solamente se irá a la perdición, se perderá además todo lo que se conservaba en las antiguas derrotas, o sea el honor.45

 

 

8. Dudas finales

 

La primera versión de la respuesta de la Santa Sede, redactada por Gasparri, reza así:

 

Santa Sede condanna legge come pure condanna qualunque atto che importi si apure implicitamente accettazione legge. Episcopato mexicano si regoli in conseguenza. È sommamente desiderabile azione concorde episcopado, ma i Vescovi non debbono essi stessi chiudere le chiese.

 

La segunda, corregida del puño y letra del Papa, es bastante diferente:

 

Santa Sede condanna legge ed insieme ogni atto que possa significare od essere interpretato da popolo fedele como accettazione o riconoscimento legge stessa. A tale norma tutto episcopado debe conformare sua azione in modo da ottenere la maggiore possibile uniformità e dare esempio di concordia.

 

Que se puede traducir como:

 

La Santa Sede condena la ley, a la vez que todo acto que pueda significar o ser interpretado por el pueblo fiel como una aceptación de la ley misma. Los obispos deberán ajustarse a esta norma, procurando obrar con el consentimiento de la mayoría y, si es posible de la unanimidad, para dar ejemplo de concordia.

 

No todos los obispos simpatizaban con la suspensión de los cultos, pero todos, disciplinados, firmaron el decreto: ocho arzobispos y veintiocho obispos, “al tenor de la petición hecha por el cardenal Gasparri”. Vale la pena notar que en el telegrama romano no aparecen las palabras “suspensión de los cultos”, algo que me ha fascinado desde la primera vez que leí el texto. Sin embargo fue suficiente para que la minoría intransigente lograra la unanimidad deseada por Roma. El P. Juan González Morfín comunicó recientemente mi sentir a Paolo Valvo, quien contestó en mayo de 2015:

 

Lo que afirma Meyer es formalmente correcto: en el telegrama del cardenal Gasparri del 21 de julio no se hace mención de la suspensión del culto público. Pero hay muchos indicios que muestran que el Pontífice aprobaba la decisión tomada por “la mayoría” del episcopado… (cuando) el cardenal Boggiani habló explícitamente de “regresar al ejercicio privado del culto” y Pío XI aprobó su postura intransigente contra la posición moderada de Gasparri. El texto del telegrama es exactamente el mismo de la “provvista” escrita en el acta al concluir la sesión de la AES y que citaba palabras textuales del cardenal Boggiani… Sabemos que en la mañana del 21 de julio −antes de que el telegrama de respuesta fuese enviado a Cuba− el Papa recibió en privado al Obispo de Tulancingo, Monseñor Vicente Castellanos y Núñez, que había sido encargado por el Comité Episcopal de representar la posición del episcopado mexicano ante la Santa Sede y el Papa. Según las cartas del Archivo Vaticano y del Archivo de los Jesuitas, este encuentro fue decisivo para convencer Pío XI de las razones de los intransigentes.

Claramente el texto del telegrama es general e implícito, pero invita los obispos mexicanos a hacer frente común y a no realizaar actos que puedan significar una aprobación de las leyes impías, o ser entendidos como tal por el pueblo fiel. Yo creo que es difícil pensar que el Papa, al enviar este telegrama, no haya pensado que los obispos iban a entender sus palabras en el sentido de la intransigencia, es decir, la suspensión del culto público.

 

Efectivamente, Monseñor Vicente Castellanos, enviado a Roma en lugar de Monseñor Ruiz y Flores, vetado por los intransigentes, se encontró con el Papa el 21 de julio “en el buen lugar, en el buen momento”, en palabras del provincial Luis Vega, SJ.46 La presencia de don Leopoldo Ruiz y Flores pudo haber cambiado el curso de los acontecimientos. Les tocaría a él y a Pascual Díaz, SJ, asumir la responsabilidad de los “arreglos” de junio de 1929, después de una trágica guerra civil que pudo no haber tenido lugar.

El “partido jesuita” había ganado, pero ésa no era sino la primera batalla. La segunda se libró a favor y en contra de la “defensa armada” a lo largo de los tres años de la Cristiada; la tercera en oponer intransigentes y moderados se dio antes de los “arreglos”, para impedirlos, y después de los “arreglos”, para criticarlos. El “partido jesuita” no ganó la segunda batalla y perdió la tercera, porque el Papa acabó convenciéndose de que la suspensión de los cultos tenía que terminar cuanto antes y, una vez concluidos los “arreglos”, prohibió la lucha armada en defensa de la Iglesia.

 

 

Bibliografía

 

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CAÑAS, Canónigo Luis, Recuerdos de un cristero (manuscrito terminado en 1967, en poder de J. Meyer).

CARREÑO, Alberto María, El arzobispo de México, Excmo. Dr. Don Pascual Díaz, y el conflicto religioso, México, 1932.

CASAS GARCÍA, Juan Carlos, “La documentación en el Archivo Secreto Vaticano sobre el conflicto religioso en México”, Efemérides Mexicanas, 78, 2008, pp. 441-470.

GUTIERREZ CASILLAS, José, SJ, Jesuitas en México durante el siglo XX, México, Porrúa, 1972.

CORREA, Eduardo J., Pascual Díaz, el arzobispo mártir, México, 1945.

DIAZ, Mons. Pascual, Informe que rinde al V. Episcopado Mexicano el obispo de Tabasco en relación con las actividades de la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa en los EEUU de América, Nueva York, 1928, edición reservada de cien ejemplares numerados.

GONZALEZ MORFÍN, P. Juan, La guerra cristera y su licitud moral. Una perspectiva desde la Teología, Roma, Universidad Pontificia, 2004 (tesis).

MEYER, Jean, La Cristiada, México, Siglo XXI, 1973-4.

RUIZ y FLORES, Mons. Leopoldo, “Revelaciones del Delegado Papal en México”, entrevista publicada en 1937 por José C. Valadés y reeditada en José C. VALADÉS, La Revolución y los revolucionarios, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos, 2007, t. III.

------ Recuerdo de recuerdos, México, 1942.

VALVO, Paolo, “Una turlupinatura stile messicano. La Santa Sede e la suspensione del culto publico in Messico (Luglio 1926)”, Quaderni di Storia, 78 (2013/2), pp. 195-226.

------ “La Santa Sede e la Cristiada”, Revue d’Histoire Ecclésiastique (Louvain) vol. 108, 3-4, 2013, pp. 809-875.

VERA Y ZURIA, Mons. Pedro, Cartas a mis seminaristas, Puebla, 1925.

 

 

Hemerografía

 

Además de Excelsior y El Universal, el Diario de El Paso (que tenía la fama de ser un “periódico jesuita”), las Noticias de la Provincia de México (únicamente para los NN de fuera de la República).



1 Historiador francés naturalizado mexicano, distinguido por sus investigaciones y textos relacionados con la Guerra Cristera, la historia de Nayarit y la Revolución mexicana. Es profesor-investigador emérito del Centro de Investigación y Docencia Económicas. Fundó el Instituto de Estudios mexicanos en la Universidad de Perpignan. Este Boletín agradece la gentileza de su autor para publicar en sus páginas este texto, que ya ha aparecido en la revista Tzintzun, No 64, julio-diciembre del 2016..

2 Jean Meyer, La Cristiada, México, Siglo XXI, 1973, t. II, p. 242.

3 Ibíd., p. 262.

4 Ibíd., p. 263, entrecomilladas, citas del informe de Lagarde.

5 VALVO Paolo, “Una turlupinatura stile messicano. La Santa Sede e la sospensione, del culto público in México”, Quadermi di storia, 78 (2013/2), p. 212.

6 Ídem, p. 195.

7 Archivo Histórico del Arzobispado de México (en adelante AHAM), Conflicto religioso, Obispos, caja V, Valdespino a Pascual Díaz, 29 de julio de 1927.

8 AHAM, “Relación del obispo de Aguascalientes sobre el conflicto religioso”, p. 21.

9 VERA y ZURIA, Mons. Pedro, Cartas a mis seminaristas, Puebla, s.p.e, p. 159.

 10 AHAM, Fondo José Mora y del Río, Correspondencia con los obispos de Oaxaca, 1905-1925.

11 AHAM, Conflicto religioso, C-G, Carta del arzobispo Mora y del Río al obispo Pascual Díaz, 18 de agosto de 1925, citando el “Dictamen del Delegado apostólico contra el documento colectivo del Episcopado Mexicano”.

12 MEYER, La Cristiada, pp. 248-253.

13 E. LAGARDE, Informe, al Ministro de Asuntos Exteriores de Francia”, 18 de septiembre de 1926, pp. 36-37.

14 Ibid. pp. 8-9.

15 Ibid., pp. 15-18.

16 Ibid., p. 29.

17 AHAM, Conflicto religioso, Obispos, caja M-R, exp. Ruiz y Flores y exp. Pascual Díaz. “Hoja Dominical, semanario católico” publicado en Morelia, 31, domingo 25 de abril de 1926, pp. 2-3.

18 Puntos 7 y 8 citados por P. VALVO, “Una turlupinatura stile messicano”, p. 198.

19 AHAM, Conflicto religioso, Obispos, exp. Pascual Díaz.

20 AHAM, idem.

21 Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios (en adelante AES), México, 1925-26, Pos 507-508 P.O. Fasc 31, comunicado por la doctora Alejos Grau.

22 AHAM, fondo Luis María Martínez, caja 26, exp. 1, Leopoldo RUIZ y FLORES, “Lo que yo sé del conflicto religioso en 1926 y su terminación en 1929”, p.1.

23  AHAM, fondo José María Mora y del Río, caja 18, exp. 25.

24 AHAM, fondo arzobispo Pascual Díaz. Copia de la carta del provincial jesuita Luis Vega al P. General Ledóchowsky, del 9 de agosto de 1928, transmitida por el P. General al obispo P. Díaz en su doble calidad de jesuita y secretario del Comité Episcopal.

25  Idem, carta del P. Luis Vega, SJ, al P. General, 23 de septiembre de 1926; P. VALVO, “La Santa Sede e la Cristiada”, Revue d’Histoire Ecclésiastique (Lovaina), vol. 108, 3-4, 2013, p. 856.

26 MEYER, La Cristiada, pp.265 y 358.

27 AHAM, L. RUIZ y FLORES, “Lo que yo sé del conflicto religioso en 1926…”, pp.1-2.

28 AES, México, 1925-1926 Pos. 507-508 P.O. Fasc 31, f.19. Tosti a Gasparri, 18 de julio. Documento comunicado por Carmen José Alejos Grau.

29 Ibidem, f.46.

30 Ibidem, ff. 20-23, minutas de respuesta al telegrama. Lo que sale al final en f. 20. Citado en español al principio del presente artículo.

31 AHAM, fondo Pascual Díaz, Memorándum de Pascual Díaz a Luis Vega, New York, agosto 6 de 1928.

32 Para los tres obispos, AHAM, Conflicto religioso, Obispos; cada uno tiene su expediente con sus pastorales, cartas al C.E. y a Roma.

33 P. José Gutiérrez Casillas, Jesuitas en México durante el siglo XX, pp.172-173.

34 AHAM, Ignacio Valdespino

35 Memorial citado por P. VALVO, “Una turlupinatura stile messicano”, p.203.

36 Ibid., pp. 204-207. Méndez Medina envió copia de su cuestionario al P. General el 14 de junio de 1926.   

37 AES, México, pos. 509ª PO. Fasc. 35, ff. 81-82.

38 AHAM, Conflicto Religioso, fondo Pascual Díaz, copia de la carta sin fecha para el secretario del CE. Entre los que no recuerda Ruiz y Flores están los obispos de Chiapas, Chihuahua, Querétaro, Veracruz y Yucatán que escribieron su inconformidad a lo largo del mes de julio.

39 Con mucha precisión Paolo Valvo demuestra que la junta, o bien tuvo lugar el 10 de julio, o que Monseñor Díaz, secretario del C.E., puso una fecha anterior al documento.

40 Documento citado por P. VALVO,  “Una turlupinatura stile messicano”, p. 208, Archivo de la Compañía de Jesús en Roma, Provincia Mexicana, Cartas, 1008, 1926, n.13.

41 Documento del AES, citado por VALVO, p. 210.

42 Documento del AES comunicado por la Dra. Carmen José Alejos Grau, ASV, Delegación Antillas, Crespi a Carana, 5 de agosto de 1926, ff. 22-23.

43 AES, Rapporti delle sessioni, 1926, n.1292, stampa 1155, sin numeración de fojas. Documento comunicado por Yves Solis y estupendamente analizado por VALVO,  “Una turlupinatura stile messicano”, pp. 212-220.

44 Ibid., p. 220.

45 Documento trasmitido por Carmen José Alejos Grau, AES, México, pos. 509ª P.O. fasc. 35, f.23.

46 Archivo de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, Luis Vega al P. General Ledóchowsky, 23 de septiembre de 1926.



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