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El P. José Salomé Gutiérrez Cornejo, un sacerdote escritor poco conocido José R. Ramírez Mercado
Más que un recuerdo, el estudio que sigue es un acto de justicia a un eclesiástico que en su tiempo fue director de este Boletín y dejó testimonio en su corta existencia de un talento notable en el campo literario y social. El compilador de estos textos, presbítero del clero de Guadalajara, lo dio a conocer en el número 50, correspondiente al mes de diciembre de 1992, de la revista tapatía Estudios Históricos, del Centro de Estudios Históricos Fray Antonio Tello.
Entre las muchas formas de caridad cristiana que descollaron en la arquidiócesis de Guadalajara en el último cuarto del siglo xix estuvieron las copiosas vocaciones a la vida consagrada en institutos dedicados a las obras de misericordia con los necesitados. A eso contribuyó no poco la gestión, larga en tiempo y en obras apostólicas y humanitarias, del arzobispo Pedro Loza y Pardavé (1869-1898), devoto josefino, que estableció en 1872 una Asociación de Señor San José a la que se afiliaron muchísimas personas en todas las parroquias de la arquidiócesis. Fundó también las Conferencias de San Vicente de Paúl, cuyo peculiar método de prestar auxilio a los necesitados fue muy eficaz. Con el noble empeño de auxiliar a los enfermos brotaron por este tiempo algunas casas de caridad en la capital de Jalisco o cerca de ella, como el Hospital del Refugio en San Pedro Tlaquepaque, promovido por fray Luis Argüello Bernal; el del Sagrado Corazón, en Zapopan, alentado por María Librada Orozco Santacruz; el Hospital de la Santísima Trinidad, en la parroquia de Mexicaltzingo, atendido por un grupo de jovencitas generosas conducidas por Vicenta Chávez Orozco, hoy beata. Al otro lado del río, en el pueblo-barrio de Analco, el presbítero Atenógenes Silva, después obispo de Colima y arzobispo de Michoacán, levantó el Hospital del Sagrado Corazón auxiliado por un grupo de damas llenas de caridad, de las cuales ha llegado a los altares Natividad Venegas de la Torre (María de Jesús Sacramentado por su nombre de religión). Y más al oriente, en la colonia Española, el peninsular don Martín Gavica y su viuda Clementina del Llano erigieron el grandioso conjunto asistencial de San Martín de Tours y Nuestra Señora de los Desamparados, que quedó a cargo de los reverendos Hermanos Juaninos. Siguiendo esas huellas, el presbítero José Salomé Gutiérrez Cornejo abrió en el barrio de la Capilla de Jesús el camino que continuó su correligionario Cipriano Íñiguez Martín del Campo, animando a la enérgica zapopana María Guadalupe García Zavala, canonizada en el año 2013, a establecer el hospital que hoy se llama de Santa Margarita. Dos años respaldó nuestro personaje a las almas comprometidas en esta noble causa, pero agobiado por sus achaques, cedió la estafeta a don Cipriano Íñiguez. Alteño de cepa, José Salomé Gutiérrez Cornejo tuvo en su trayectoria sacerdotal rasgos de ingenio y de cultura literaria que bien vale la pena recordar, pues fue él uno de los muchos frutos del Seminario Conciliar de Guadalajara. Ordenado presbítero el 9 de diciembre de 1893, pasó a la diócesis de Culiacán junto con dos de sus hermanos al tiempo que su tío, don José Homobono Anaya Gutiérrez, ceñía la mitra de esa diócesis. A don Homobono lo reconoce como patria chica Pegueros, aunque sus padres y toda su familia eran residentes de la ranchería del Tortuguero, de la jurisdicción de Jalostotitlán, lugar al que habían arribado a mediados del siglo xix dos jóvenes de Jiquilpan, Michoacán, Francisco y José Anaya, los cuales contrajeron nupcias con dos hermanas de apellido Pérez, y de allí provienen todos los Anaya de Lagos de Moreno, de San Miguel el Alto y de Jalostotitlán. Don Homobono, después de llevar el timón de algunas parroquias de la diócesis, entre ellas Mascota, Teocuitatlán, y Tecolotlán, fue nombrado rector del Seminario de Guadalajara el 6 de septiembre de 1892, y bajo su responsabilidad caminó la institución hasta que el 28 de noviembre de 1898 el Papa León xiii lo nombró obispo de Sinaloa. José Salomé, José Trinidad y Melesio Gutiérrez Cornejo, parientes del obispo, se fueron con él, como anotamos, a la diócesis de Culiacán, pero no por mucho tiempo, pues el 22 de agosto de 1902 el obispo Anaya fue invitado a pastorear la grey de Chilapa, Guerrero, y sus parientes se volvieron a Guadalajara, menos Melesio, como se dirá.
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Salomé nació en Jalostotitlán el 22 de octubre de 1865, a las 6 de la tarde, y fue bautizado el mismo día por el párroco don Julio Mascorro. Fueron sus padres Juan Clímaco Gutiérrez y María de Jesús Cornejo, hermana de Simeón Cornejo, padre del canónigo José María Cornejo, uno de los más ilustres alumnos del Seminario de Guadalajara, maestro de Teología en el Conciliar, Canónigo Magistral, orador reconocido e invitado a predicar por muchas catedrales y templos del país; además fue músico, compositor, y en la ciudad de México fabricó órganos tubulares, uno de ellos para el Palacio de las Bellas Artes, que hoy está en el Auditorio Nacional, y otro para la basílica de Guadalupe. La prole de los esposos Gutiérrez Cornejo fue de siete hijos: Genoveva, religiosa; Benito, José Salomé, José Trinidad, Melesio, María y María Guadalupe. José Trinidad nació el 31 de marzo de 1876 y recibió la unción sacerdotal en el año de 1902; falleció el 3 de noviembre de 1939. Fue orador muy brillante y ocupó muchos púlpitos en las grandes fiestas de pueblos, colonias y barrios. En sus últimos años estuvo recluido en un sanatorio por su adicción al alcohol. Melesio era un estudiante de muchas esperanzas en el Seminario de Culiacán, pero falleció en los dinteles del sacerdocio, allá casi cerca de las olas del Pacífico, el 1º de abril de 1900. María incursionó en el mundo de la creación literaria y publicó poemas y pequeñas obras de teatro. María Guadalupe también estuvo dotada de talento y de ingenio, fue ahijada de bautismo de mis abuelos maternos, J. Guadalupe Mercado y Emilia González Hermosillo. Para que en la familia no faltaran las notas curiosas, Benito contrajo matrimonio en Zapotlán el Grande, apareció su esquela de defunción aún estando vivo y misteriosamente desapareció.
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Dos fechas, el alfa y omega, de José Salomé, fueron el 22 de octubre de 1865, su hora de nacer en Jalostotitlán, y su deceso, a los 43 años once meses y quince días, el 8 de septiembre de 1909, a la sombra de las torres de la parroquia del Dulce Nombre de Jesús, casi en el centro de la ciudad de Guadalajara, donde se avecindó y dejó iniciada, dijimos, una obra de misericordia con un grupo de damas que dieron vida al hoy Hospital de Santa Margarita María Alacoque. Nuestro Salomé fue hombre de ideales, reflexivo, de meditación, contemplación, podría decirse ensimismado y entregado a las letras, donde pudo descifrar el misterio de la palabra escrita hasta cuando ya sus ojos se negaron a darle ese gozo a su alma. Fue nombrado director del Boletín Eclesiástico y Científico de la Arquidiócesis de Guadalajara, la voz oficial de la Iglesia de Guadalajara. Fundó una revista quincenal, Álbum del hogar, en papel couché, bellamente dispuesta con artículos de orientación, consejos para la familia, sección cultural, poemas y sección recreativa. Fue de poca duración, tal vez por problemas económicos, porque suele suceder la no armonía entre letras y números. Orador notable, atrajo a muchos a sus Conferencias Eclesiásticas impartidas en el templo de Santa Mónica, anexo al Seminario Conciliar, las cuales, impresas, circularon, dando cuenta de diversos temas. Brillante, profundo y claro lo consideró uno de los muchos que lo escucharon y que luego fue arzobispo tapatío y primer Cardenal mexicano, don José Garibi Rivera. Fue también apologeta, inducido especialmente a ello cuando comenzaron a visitar la ciudad agentes de confesiones cristianas no católicas, tema al que dedicó el libro El protestantismo y sus fundadores. Cartas inocentes a un Reverendo Protestante, dedicado a quienes habiendo sido católicos pasaron al protestantismo y que firmó con el seudónimo T. Revuelco. Fueron muchas las ediciones de este folleto. Todavía cincuenta años después de la muerte del autor, el presbítero Lauro López Beltrán, editor de la revista Juan Diego, lo seguía publicando dentro y fuera de México, en los Estados Unidos, Centro y Sudamérica.
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Los primos hermanos Salomé y Juan José María Cornejo, a la sazón canónigo magistral del Cabildo Eclesiástico guadalajarense, publicaron las partituras de unos Misterios del Rosario, cantos que fueron muy usados para el ejercicio solemne de esta devoción, según se usaba, o rosario cantado como se acostumbraba en culto vespertino en todos los templos, toda vez que hasta antes de la más reciente reforma litúrgica no se celebraba la Misa por las tardes, al grado que la última del día domingo era a las 14 horas. Era costumbre por ello, incluso en el Seminario, que en horario vespertino se tuviera el Rosario solemne, entonando luego de cada misterio un canto, concluyendo todo con la exposición del Santísimo Sacramento y la bendición, toda vez que por estas fechas, los primeros años del siglo xx, fueron muy intensas la difusión del Apostolado de la Oración y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Al sacerdote José Salomé Gutiérrez Cornejo se dedican estas letras, por su trayectoria sacerdotal, de hombre culto, estudioso con ingenio.
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La letra de los Misterios que se cantaban en el Rosario solemne es así: 1 Almas dolientes / que cruzáis la vida sin esperanza, / sin amor sin luz; / la ventura que no falta / está en la herida / del Corazón divino de Jesús. Venid, venid llenos de confianza. / Entrad en el Sagrado Corazón. / Renacerá en vosotros la esperanza, / tendréis la luz y encontraréis amor. 2 Cantemos un himno / de dulce armonía, / un himno en que vibre / la voz del amor. /Jesús es la fuente / de toda alegría; / sin Él todo es sombra, / tristeza y dolor. / De amor infinito / una lanza le abrió el corazón, / su amor infinito / le abrió el corazón. / Que el himno vibrante / resuene doquiera: / que todas las almas se abrasen de amor. 3 Corazón de Jesús, / único puerto / del náufrago en los mares de la vida, / recíbeme y escóndeme en tu herida, / la herida que mis culpas han abierto. / Náufrago soy, / tu compasión imploro, / el puerto busco, por el puerto ansío, / y no lo encuentro / ¡Compasión, Dios mío, / por tu amor, por tu amor / y las lágrimas que lloro! 4 ¡Oh Divina, / inagotable fuente / de inmensa caridad! / Báñame de tu sangre, / báñame de tu sangre, / mi corazón doliente / implora tu piedad, / mi corazón doliente / implora tu piedad. 5 Sálvame, buen Jesús. / Yo sé, Jesús Divino, / que tu piedad me espera, / que basta una palabra, / que basta una palabra, / que basta que yo quiera / para que tú me salves. / Sálvame, buen Jesús; / yo vengo a ti, recíbeme. / ¡Oh! no me arrojes fuera, / por tu corazón abierto, / por tu sangre y tu cruz. 6 Yo quiero amarte, / corazón deífico, / con la ternura / de un amor inmenso, / darte mi vida, / consumirme amándote. / Sólo eso quiero, Corazón deífico; / dime que te ame / con amor inmenso, / que me consuma / mi existencia amándote, / sólo eso quiero. 7 Jesús, consuelo único / del ser que llora; / dicha, esperanza y júbilo / del que te adora. / Están mis ojos húmedos, mi alma te implora: sé mi consuelo, mi esperanza, mi júbilo. 8 Felices las almas / que buscan la hoguera / que el amor en tu pecho / ha encendido. / Corazón de Jesús, / quién tuviera la dicha / de amarte con suave amor. / Esta gracia / es la que pido; / escucha mi ruego, / mi ardiente oración. 9 Nosotros que vivimos / podemos todavía / traerte nuestras súplicas, / moverte a compasión. / Pero, ay, cuántos te amaron / que ya en la tumba fría / duermen el sueño último. / Por tu cruel agonía, / dales la paz eterna, / Divino Corazón. 10 Brota fuego de tu vida, / te circunda viva luz, / y te ciñen las espinas / y te agobia dura cruz. / Brota fuego de tu herida / que se inflama en tu luz, / te circunda viva luz / y ciñéndote de espinas / y te agobia dura cruz. / Que las almas a ti vengan / que se inflamen en tu luz, / y ciñéndose de espinas / que se inmolen en tu cruz.
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Publicó el Padre Salomé cuatro obras de teatro: Ciencias y Letras, La muerte de Abel, José reconocido por sus hermanos y El sacrificio de Isaac, que fueron representadas en varios lugares; en escuelas y colegios y en muchas parroquias había grupos teatrales. También María Guadalupe, su hermana, publicó el drama Madres y Maestras, y María, otra colateral, para no irles a la zaga, otra más intitulada Caridad, la cual se estrenó en el hospital de la Beata Margarita María, que se estaba forjando al tiempo que su hermano reunía el primer grupo de señoritas dispuestas a consagrarse a asistir a enfermos y ancianos desamparados, hasta que la enfermedad que lo llevó al sepulcro le hizo entregar la estafeta de la obra, como dijimos, al sacerdote Cipriano Íñiguez, quien continuó con el proyecto y llevó a feliz término el establecimiento de un Instituto de vida consagrada, las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres, ahora felices porque el Papa ha canonizado a su fundadora, santa María Guadalupe García Zavala.
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Entre los poemas líricos que firmó el P. Gutiérrez Cornejo se rescatan los que siguen:
En la playa
¡Oh mar, tú duermes! –El ligero soplo del viento leve a remover no alcanza la mole de tus aguas silenciosas. ¡Cuán profunda es tu paz, y cómo el alma que inútilmente la quietud ansía, de tu terrible agitación descansa! Descansa... pero sufre: así tus ondas, aunque estén adormidas, son amargas, y siempre gimen al tocar la arena y al retirarse de la triste playa. ¡Oh, sí! yo sufro: mis marchitos ojos no vierten llanto, ni mi pecho exhala gemidos de dolor, mas llevo ocultas heridas, ¡ay!, que eternamente sangran. Y me place venir a la ribera cuando la luz crepuscular desmaya, cuando el mar se ennegrece con las sombras que hacia el ocaso lentamente avanzan. Tengo envidia de todo lo que muere; y sentado en la roca solitaria contemplo silencioso la agonía de la tarde tranquila que se apaga. Después... la ciega obscuridad me envuelve, y entrego entonces al dolor el alma: nave que flota sobre mar sombrío de olas rugientes sin espumas blancas. ¿Dónde puerto hallará...? ¿Dónde? –No tiene ese profundo mar de olas amargas más puerto que la tumba... dulce puerto en que el tormento y el dolor acaban. En él descansaré: la débil nave, al impulso del viento, vuela rápida, y antes que se disipen mis dolores habré llegado a la desierta playa. Moriré: mi sepulcro será humilde, habrá flores en él llenas de lágrimas, la santa Cruz, emblema del cristiano, y una piedra en que diga: “aquí descansa”. Bendecirán los buenos mi memoria y en el seno de Dios vivirá mi alma... ¡Oh mi sueño de paz! ¡Oh dulce anhelo! ¡Quién me diera morir en esta playa, al sonoro rumor de las espumas que, gimiendo, en la arena se dilatan! Así mi propio padecer me eleva a sublimes regiones en que irradia, con su inefable claridad divina, el astro del que sufre: la Esperanza. Y soy entonces como arbusto joven que humilló hasta la tierra la borrasca, y, un instante después, yérguese altivo, ostentando la pompa de sus ramas. Olvido mi dolor, vuelvo a sentirme lleno de vida en juventud lozana, pulso la lira, y en mi noche obscura brilla otra vez la claridad del alba. ¿Qué me importan dolor y sacrificio? ¡Jamás ante el dolor se humille el alma! La victoria se alcanza con la sangre. Y el cielo se conquista con las lágrimas.
La llama y la pavesa. Fábula
–Basta –dijo una noche la llama a la pavesa– de sufrir tu villana compañía que tanto me avergüenza. Yo, que doy los colores a todos los objetos que me cercan, ¿por qué siempre he de estar junta contigo? Se mancha mi nobleza si nunca me separo de ti, que eres tan negra. ¿Por qué, cuando yo alumbro conmigo te presentas? ¿A qué envidiar la venturosa suerte que sobre ti me eleva? ¡Me resisto a creerlo!, pero ¿acaso te forjas la ilusión de que te vean siempre a mi lado, hasta que alguno diga “Me alumbra la pavesa”? Entonces, yo te digo que estás loca y que, además de loca, eres muy fea. Hoy termine tu empeño de unirte a mí para inferirme ofensas. Te apartas o me apago; basta ya de sufrirte, odiosa negra. – –Puede usted apagarse, –respondió con modestia la pavesa inocente y desgraciada –pues, por más que su cólera se encienda, juntas hemos de estar; que de la mía depende su existencia. ¿Quién cual yo deseara separarse de usted, cuando sin tregua me abrasa con su lumbre y sin cesar me quema? Y, si mi unión la ofende nomás porque soy negra, reflexione y verá cómo usted misma tiene lo culpa; pues, de enojos llena, sin causa alguna contra mí se ensaña y sin piedad me quema. No mire solamente su alabada nobleza; mire mejor lo que es cuando le falta la despreciable negra; que, si yo me apartara, su esplendoroso brillo se extinguiera. *** Llegó entonces Julita armada de tijeras, y, por feliz descuido, tanta pavesa le cortó a la vela, que la llama voló no sé hacia donde y obscura se quedó toda la pieza. Mi loro, que testigo fue de dicha escena, aleteando ufano, gritó con mucha fuerza: –Si las negras sotanas se acabaran, ¡cuánta luz para siempre se extinguiera!
Inmaculada
Formó el Señor una mujer más pura que los rayos del sol en bello día, y tan excelsa, que ni Dios podría –con ser omnipotente– elevar su grandeza a más altura, y le dio el dulce nombre de María. *** Ciñeron las estrellas su alba frente; la vistió el sol de vivos resplandores; y a sus pies –triunfadores de la antigua serpiente– perdió la luna todos sus fulgores. *** El mismo Dios, en nuestro pobre idioma, no halla qué nombres darle: su paloma, su amada predilecta; amiga, esposa, hermana; la única perfecta, en todas las virtudes soberana. *** Desde antes que la espléndida natura brillara con la luz del primer día, tan hermosa y tan pura en la idea de Dios se retrataba la sin igual María, que las delicias del Eterno hacía. A su lado se hallaba cuando Él con eternal sabiduría lanzó por el espacio esos globos ardientes que adornan su palacio; cuando fijó su límite a los mares donde estrellaran sus hinchadas olas soberbias y rugientes; cuando süave olor los azahares dejaron escapar y cuando abrieron sus pétalos las flores y ostentaron magníficas corolas. *** Los ángeles rebeldes no quisieron rendirle como a reina los honores, y al fondo del abismo descendieron; mas los buenos, ante ella se postraron, y la ventura eterna conquistaron. *** Peca el hombre después y, cuando al peso de maldición terrible se abate y gime del dolor opreso, María es la esperanza que, en su aislamiento horrible, le promete perpetua bienandanza. *** Y esperaban los hombres su venida con más ardor que el náufrago afanoso busca la playa por salvar la vida. ¡Cómo tardas, instante venturoso! ¡Oh siglos, quién pudiera violentar vuestra rápida carrera! *** ¡Depongan su tristeza los mortales y ensalcen del Señor el almo nombre: sonría y cante el hombre! Huye la noche obscura con su manto de sombras y de males: desciende ya de la sublime altura el alma de María... ¡Alma inocente, inmaculada y pura, que a los ángeles mismos extasía! *** ¿Permitirá el Señor que la serpiente triunfe de esa alma, al animar la carne que ha de tomar el Verbo cuando encarne? Y la Madre de Dios Omnipotente, la única mujer de gracia llena, ¿llevará del pecado la cadena? ¿No es la gran vencedora, prometida a los hijos de Adán por el Eterno? Y así ¿vencerla logrará el infierno...? *** El Señor es su égida y terrible la escuda: el que vencerla intente ¡que venza al que la ayuda! *** El soberbio Dragón ruge insolente y, de fiereza lleno, se adelanta para manchar el alma de María... ¡pero vedlo! ya está bajo su planta, y volver al infierno es lo que ansía. *** En vano agitarás tu cuerpo enorme y acecharás el pié que ha quebrantado tu cabeza deforme: vuelve al Orco profundo, tu reino ha terminado. La noche del error y del pecado se alejará del mundo: ya en nuestro cielo apareció la aurora, –la Aurora de la gracia– que es María y se acerca la hora en que el Sol de Justicia vierta el día. *** ¡Oh, que vibre doquiera, de la Virgen excelsa en alabanza, el himno del amor y la esperanza; cante su gloria la creación entera; glorifiquen su nombre los ángeles unidos con el hombre; que la ensalcen las aguas mugidoras de los soberbios mares; que las aves canoras, las brisas y las fuentes, los bosques y las selvas seculares, las altivas montañas, los torrentes y todas las criaturas bendigan a la Reina inmaculada, en la tierra, el espacio y las alturas! *** Dios le dio la victoria y renueva sus triunfos cada día: Dios la cubrió de gloria. ¡Bendito sea Dios! ¡Viva María!
Premios
¡Brote en mi labio la palabra ardiente del himno de la gloria! Aunque en mi frente no brille el genio, juventud querida, en este corazón que te ama tanto vibra una dulce voz desconocida, y de mis labios se desprende un canto de admiración y amor... ¡Salve mil veces, juventud, que radiante de ventura, con la luz de la ciencia resplandeces! Eres tú como el sol: la lumbre pura de tus primeros rayos ilumina los cielos de la patria, y se difunde, como luz matutina, hasta que todo el universo inunde. No has dejado el Oriente: el cénit está lejos todavía; pero es más bello tu fulgor naciente, que la vívida luz del medio día. ¿Es necesario acaso que hayas logrado la última victoria, para encontrar regadas a tu paso algunas hojas del laurel de gloria? ¡No, juventud! porque tu mano lleva el porvenir del mundo, y tu poder fecundo será muy pronto el que a los hombres mueva, para que al bien la sociedad avance y nuevos triunfos la verdad alcance; y por eso tu gloria empieza el día en que pones tu planta en el camino que te aparta del mal y al bien te guía. ¡Cuán grande es tu destino! Si miro tu presente, mi corazón palpita de ventura, y si, abriendo las alas de la mente, me lanzo al porvenir, allá te veo ¡tan espléndida y llena de hermosura, como el alma te sueña en su deseo! Esos nombres que ahora escritos leo con letras de oro y de laurel ceñidos, más tarde repetidos con afecto profundo resonarán tal vez por todo el mundo. Y serás como aquella ligera y casi imperceptible nube que el profeta miró desde el Carmelo levantarse del mar: como una huella de planta humana apareció en el cielo; y se aumenta después, y crece, y sube; todo lo llena, sin cesar se extiende, el relámpago brilla, el viento brama, la gruesa lluvia los espacios hiende y en los áridos campos se derrama... Tú en el mundo moral, de sombras lleno, harás que brille la cristiana idea más que el fúlgido rayo: harás que sea la voz de Dios como el sonoro trueno que retumba doquier, y de tu seno verterás a raudales, sobre tantos marchitos corazones, las aguas celestiales que apaguen el ardor de las pasiones. La sociedad moderna es una planta que desfallece lánguida y marchita: apenas de la tierra se levanta, y ya no necesita que el huracán terrible sus furores sobre ella desenfrene y la combata, que sus débiles frutos y sus flores el más ligero soplo le arrebata. Y ¿no será que a revestirse torne de nuevas flores y el vigor perdido de opimos frutos otra vez la adorne, sin que el rápido viento enfurecido la destroce y humille? ¿Nuestros ojos siempre han de ver sus míseros despojos rodando por la tierra...? ¡Desdichada, si no existieras tú! Mustia, agostada, sin riego ni sostén, se inclinaría de su peso obligada, y el mismo peso al fin la rompería... ¡Ay de la sociedad, si en ti no hubiera ciencia y virtud: contigo perdería su esperanza más dulce y más hermosa, la esperanza postrera de amar el bien y de vivir dichosa! ¿No ves cómo se agita y viene y te circunda, llena también del gozo que te inunda? es porque en ti palpita su porvenir y a resistir no alcanza la inefable atracción de la esperanza. ¡Gloria a ti, juventud! Yo en ti saludo con entusiasmo al que en su frente lleva del genio los fulgores: al que pudo, con el tenaz trabajo y la constancia, que a las alturas de la ciencia eleva, las cadenas romper de la ignorancia: al que entregado a la virtud sublime, sin premio ante los hombres, será en breve el apóstol magnánimo, que lleve luz al que en medio de las sombras gime, y, en testimonio de su fe, renueve ante aquellos que han vuelto a ser paganos la era de los mártires cristianos...! La hora de la lucha no puede estar ya lejos, porque estamos mirando los reflejos de las armas que empuña el enemigo y cercano se escucha el guerrero clamor. ¿Qué importa? ¡Nada, el Dios de la victoria está contigo, y te protege su invencible espada! Ciñe, ciñe tu frente con el laurel de la primer victoria, y, embriagada en la dicha del presente, con nuevo ardor avanza en tu camino, sin olvidar jamás que tu destino y el único secreto de tu gloria es lanzarte a la guerra contra el error y la maldad impía, hasta que llegue, si es posible, el día en que no haya un error sobre la tierra.
Para una felicitación de párroco
Somos los niños como algunas aves que aún no se atreven a ensayar el vuelo y ya en su nido cantan. Su canto no es un canto, ¡es un gorjeo!, dulce y blanda armonía que, en sus vibrantes notas, va diciendo que el inocente niño lleva en su noble pecho el germen de las más altas virtudes, de los más generosos sentimientos. Mi alma de niña en gratitud rebosa, pero expresar no sabe sus afectos: La palabra, en mis labios, no dice todo lo que yo deseo. Os quisiera decir cómo sentimos aquí, en el corazón, algo de inmenso; algo que nos obliga y nos impulsa a bendecir a Dios y el nombre vuestro. A Dios, que es caridad, porque de Él vienen todas las gracias que tener podemos, y a vos porque habéis sido como fértil terreno, que al recibir la fecundante lluvia, devuelve al labrador, por uno, ciento. ¡Cuánto bien ha hecho Dios por vuestra mano! ¡Con razón nos decís que Dios es bueno! Amparo de los huérfanos, protector de la escuela y padre compasivo del enfermo. ¡Cómo no bendecir a Dios! ¡Cómo, Dios mío, no bendecir al sacerdote egregio que, sin otra ambición que vuestra gloria, sólo el bien sabe hacer, y, con su ejemplo, se lleva en pos de sí las voluntades y las domina, porque forma el centro de un sistema de soles, atraídos por sus virtudes y su grande genio; almas en que arde la divina llama del amor a los niños, que tenemos necesidad de que una mano experta nos conduzca y nos lleve hasta los cielos! Que os conceda el Señor gracias mayores y ¡crezca en vos la caridad! Hay tiempo de que hagáis muchos bienes todavía... Dios será vuestro premio, ¡inmensamente grande!, ¡como Dios, grande; como Dios, eterno!
Para un asilo
¿A dónde van las hojas que el huracán se lleva? ¡Pobres hojas marchitas, con que los vientos juegan! ¡Ay! ¡Así son los niños cuando huérfanos quedan! Hojas caídas somos: no dejéis que perezcan estos niños, que piden un socorro en la tierra a cambio de que un día tengáis la gloria eterna.
Paisaje
Astro luciente en la insondable altura, de tormentosas nubes rodeado, llena de su fulgor inmaculado los grandes bordes de la nube obscura. Apenas falte al cielo su luz pura, fijarán las tinieblas su reinado, y el tremendo huracán, desenfrenado, hará que tiemble el orbe de pavura. Rápido el rayo en la tiniebla umbría verterá su fulgor, y retumbando irá el fragoso trueno en las montañas. La tempestad rabiosa, en furia impía, asolará las mieses y, pasando, convertirá en escombros las cabañas.
¿Yo...?
¿Que haga un soneto? –Un verso he terminado. el segundo es más fácil que el primero. Sin el menor afán hago el tercero y escribo el cuarto sin ningún cuidado.
El quinto, sin querer, quedó acabado, el sexto sale como yo lo quiero. ¿El séptimo? –¡Lo saco del tintero! El octavo ya estaba preparado.
El nono, ni pensarlo necesito. Apenas llego al diez, paso adelante y dejo el once a toda prisa escrito.
Tengo el doce con todo y consonante y, si en el trece detenerme evito, he concluido el soneto en un instante.
Empero, el poema que más fama tuvo y mereció algún reconocimiento póstumo es el siguiente:
Fábula de cien autores
De tanto estar a dieta, un pobre loro resultó poeta; y cierta vez en que su dueño hacía, por divertir el hambre que tenía, en baja voz repetición de versos de poetas diversos, el loro, que también de hambre moría, en alta voz, para que el dueño oyera, a cantar comenzó de esta manera:
1 - Amo la soledad del bosque umbrío,1 2 la blanca luz de la gentil mañana2 3 tiñendo el horizonte de oro y grana;3 4 la luz de sol en trémulo rocío;4 5 el monte, el valle, la pradera, el río,5 6 el sublime fragor de la tormenta,6 7 la luna soñolienta,7 8 surgiendo de la niebla vaporosa8 9 entre las sombras de la noche obscura;9 10 las laderas cubiertas de verdura10 11 del sol bajo los rayos celestiales;11 12 las altas rocas de la playa sola,12 13 el mar sobre su lecho de corales13 14 y el lejano rumor de los maizales.14 15 –Amo la luz que siempre reverbera,15 16 el agua que susurra blandamente,16 17 ceñida de jazmín y enredadera.17 18 Al casto beso del fugaz ambiente18 19 inundan de placer el alma mía19 20 árboles, cielo y arroyuelo y prado…20 21 ¡Amo la libertad! ¿Quién no ama el día?21 22 ¿Por qué veloz no cruzaré los mares22 23 a la luz de los pardos luminares?23 24 Es muy triste vivir en este suelo24 25 ¡Quiero cantar y remontarme al cielo!25 26 ¡Sublime y santa libertad divina!26 27 ¡Sublime libertad, mi alma te adora!27 28 Tu nombre me enamora.28 29 ¿Cuál hay más dulce que tu nombre?29 30 Postrado en tierra te venera el hombre30 31 y tengo que decirte que te amo,31 32 ave festiva que a mi nido llamo32 33 con afán incesante33 43 y de angustia infinita palpitante.34 44 ¡Seis años ya! ¡Seis años de martirio!35 36 ¿Qué se hicieron las horas de ventura?36 37 Bajo el peso mortal de la tristeza37 38 no he sentido jamás tanta amargura38 39 y el cáliz del dolor mi labio apura.39 40 ¡Hace ya tiempo que mi vida es triste!40 41 Mi postrera esperanza, ¿qué te hiciste?41 42 ¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!42 43 De la pasada edad ¿qué me ha quedado?43 44 ¡Ay! tan sólo me quedan por despojos44 45 las lágrimas que ruedan de mis ojos.45 46 ¡La infausta realidad me ha despertado!46 47 En mi dolor profundo, en mi agonía,47 48 pido fuego a mi vida, y la hallo fría.48 49 ¿Es que el poder gozar ha terminado...?49 50 Y yo me siento joven todavía,50 51 y sólo pido a la piedad del cielo51 52 el noble arranque de mi edad primera52 53 y hasta las nubes remontar el vuelo.53 54 Melancólica tengo el alma entera:54 55 después de tantos años de dolores55 56 quedan espinas en lugar de flores.56 57 Cantar y suspirar es mi consuelo.57 58 Tiernas aves, amigas de mi infancia,58 59 pastores que habitáis en la espesura,59 60 flores llenas de vida y de fragancia,60 61 águilas que empapáis vuestro plumaje61 62 tras la bruma de pálido celaje;62 63 ¡ay, qué grande, qué horrible es mi amargura!63 64 Eterno es sólo mi angustioso llanto.64 65 ¡Compadecedme los que oís mi canto!65 66 ¡Ay! ¿Y qué hacer cuando hasta el llanto acaba?66 67 Ni al bien ni al mal doy en mi ser sustento...67 68 ¡Corazón! acostúmbrate al tormento:68 69 sé altivo, sé gallardo en la caída.69 70 ¡El dolor es la sombra de la vida!70 71 Débil de fuerzas, pobre y sin escudo,71 72 nublar mi vida la desgracia pudo.72 73 Yo soy un ser desamparado y débil,73 74 que tengo mucho y penetrante frío:74 7 5 todo es silencio y calma en torno mío.75 76 Dicen que es triste abandonar la tierra;76 77 ido el placer, la muerte ¿a quién aterra?77 78 En las horas de ayer todo me asombra:78 79 trémulo, inquieto, el corazón turbado,79 80 al mundo me lancé, tras una sombra80 81 de faz divina, de fulgor bañada;81 82 y al fin de la jornada,82 83 ¿qué halló el ardiente anhelo83 84 de este desierto corazón herido...?84 85 ¡Sólo tinieblas, duda, abismo, nada!85 86 Volcán extinto soy, ceniza fría,86 87 voz en lágrimas tristes empapada,87 88 el último clamor de la agonía.88 89 Sigamos, ¡ay! sigamos la jornada...89 90 ¡Qué apague para mí su luz el día!90 91 Mi alma ansía, y no sabe lo que ansía...91 92 ¡Oh, santa Providencia!92 92 ¡Deme valor tu aliento soberano!93 94 Anciano, enfermo, ciego,94 95 mucho padezco, pero a ti me entrego.95 96 Ora inclinado y con andar tardío,96 97 me duele el corazón cuando me río.97 98 –¡Oye mi voz amante:98 99 presta valor al pobre agonizante...99 100 cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!100
Terminó el loro y suspiró su dueño con tierna compasión... El mismo día durmió el loro infeliz su último sueño, y yace en paz bajo la tierra fría. *** Lector, hay un enjambre de poetas que cantan de pura hambre ¡Cuándo llegará el día en que les echen tierra... y tierra fría!
N.B. Para la mejor intelección del texto con el que concluye este artículo, la Redacción de este Boletín inserta el comentario que acerca de la “Fábula de cien autores” hizo el polígrafo don J. Ignacio Dávila Garibi en su artículo “Un poeta jalisciense poco conocido”, publicado en 1952 en la Revista de la Universidad de México (núm. 72, p. 10):
José Salomé Gutiérrez Cornejo] Tuvo gran afición por las bellas letras; escribía mucho y leía más. Publicó un libro de Moral y varios opúsculos y fue colaborador de varios periódicos, pero poco amigo de la publicidad, casi todas sus producciones periodísticas las firmó con algún pseudónimo. Personas que lo trataron con alguna intimidad me han referido que en cierta ocasión cayó en su poder un ejemplar de la obra del canónigo don Vicente de P. Andrade, referente a los capitulares de la entonces Colegiata, hoy Basílica de Guadalupe, obra en la cual el erudito autor, para no autobiografiarse ni dejar, por otra parte, incompleta la obra, recopiló cuantas noticias se habían publicado acerca de él, particularmente del diario metropolitano La Voz de México; las seleccionó, las ordenó cronológicamente y formó lo que antójaseme llamar un mosaico biográfico. Don Salomé leyó y releyó esa curiosa biografía de múltiple colaboración y dijo a algunos amigos: “Lo que Andrade hizo en el terreno de la biografía, ¿por qué no he de poder hacerlo yo en los dilatados campos de la poesía” Y les ofreció escribir en el curso de la semana una composición alegórica en la que cada verso fuera de autor diferente y en la cual quedara fielmente retratada el alma del poeta recopilador: pobre, triste, enfermo y tocando ya los umbrales de la eternidad. Hombre erudito, de gran talento y con una memoria colosal –como ya antes dije–, sabía repetir textualmente y en el momento oportuno fragmentos de obras de prosistas y poetas de diversas épocas, pues la lectura fue siempre una de sus mayores aficiones. Con tan singulares dotes pudo escribir, en el perentorio plazo que a sí mismo se había señalado, la original composición que intituló “Fábula de cien autores”. Los nueve primeros versos son de don Salomé y sirven de preámbulo a dicha composición autobiográfica, en la que inconscientemente tuvieron que prestar su colaboración buen número de poetas, vivos unos, finados otros […] El autor tuvo el cuidado de indicar después de cada verso el nombre del autor y el de la obra de donde había sido tomado. … ¡Qué paciencia! ¡Obra de benedictinos! ¿Cuántos centenares de composiciones poéticas tuvo que haber leído para encontrar sólo en algunas de tantas los cien versos que necesitaba para su fábula? Versos que, cada uno de ellos en particular, además de servir de eslabón a toda una cadena de pensamientos, debía reunir las condiciones indispensables en cuanto a metro, acento y rima. 1 Miguel Sánchez Pesquera, “Fantasía”. 2 José Selgas Carrasco, “Siempre”. 3 Cristina Farfán, “La Paz”. 4 Heraclio Martín de la Guardia, “Ciencia y poesía”. 5 Víctor Balaguer, “Álbum de Monserrat”. 6 Manuel Reina, “La Música”. 7 R. Giner de los Ríos, “En las Pirámides”. 8 José Fianzón, “Japonerías”. 9 Ramón España, “Cantares”. 10 Ruperto S. Gámez, “Muerte de mi esposa”. 11 Próspero Pereira Gamba, “Recuerdos”. 12 Jerónimo J. Reina, “En Patmos”. 13 M. de Jesús Flores, “Dios”. 14 Ismael Arciniegas “Tropical”. 15 Alberto Lista, “Amor inmortal”. 16 José Antonio Maitín, “Meditación”. 17 J. Abigail Lozano, “América”. 18 Eusebio Lillo, “A la niña M”. 19 José Luis Ramos, “Oda a las matemáticas”. 20 Manuel José Quintana, “A N. Cienfuegos”. 21 Gaspar Núñez de Arce, “Elegía”. 22 Sebastián de Alemán, “Primera golondrina”. 23 José Mármol Zavaleta, “A…” 24 Agapito Ramírez, “Muerte de E. Cázares”. 25 R. Martínez Campos, “Premios de Música”. 26 J. M. de L. (Cuba), tomado de la revista En el eco de ambos mundos. 27 Luis Vargas Tejeda, “Catón de Utica”. 28 Guillermo Prieto, “Trova a María”. 29 Hermógenes de Irisarri, “Himno a María”. 30 J. M. González, “A María Santísima”. 31 Carolina Coronado, “Amor de los amores”. 32 Manuel González Prada, “Soledad”. 33 José Salomé Gutiérrez, “Primaveral”. 34 Numa Pompilio Llona, “Caballeros del Apocalipsis”. 35 Adrián Pérez, “La Patria”. 36 Leopoldo Arias Vargas, “El Suicida”. 37 Adalberto A. Esteva, “Otoñales”. 38 Manuel Puga y Acal, “Baladas lúgubres”. 39 José María Heredia, “El desamor”. 40 M.M. Flores, “Insomnio”. 41 F. Guerrero Ramírez, “Postrera ilusión”. 42 Garcilaso de la Vega, “Soneto xxiv”. 43 Francisco de Rioja, “Epístola moral”. 44 Salvador Bermúdez de Castro, “Flores de un día”. 45 Manuel Carpió, “Napoleón”. 46 José Domingo Cortés, “A la Luna”. 47 I. O. Roca, “A mi madre”. 48 Arnaldo J. Márquez, “A solas”. 49 Ramón Valle, “Muerte del impío”. 50 Enrique Pérez Valencia, “Amor invulnerable”. 51 Fidel Cano, “A un árbol”. 52 Adelardo López de Ayala, “Soneto”. 53 César Contó Ferrer, “A un poeta”. 54 José López Portillo, “Mi tristeza”. 55 Pedro Hernández, “Al volver”. 56 Leonardo Goytia, “Flores”. 57 Jerónimo Arráez, “A un turpial”. 58 Úrsula Céspedes de Escanaverino, “Al campo”. 59 Ignacio Montes de Oca, “El Vaquerillo”. 60 José Aranda Ramírez, “En el campo”. 61 Antonio F. Grillo, “Muerte de Jesús”. 62 R. Martínez Rubio “Mi musa”. 63 José Monroy, “Muerte de mi padre”. 64 Josefina Pérez, “Gotas de llanto”. 65 José M. Roa Bárcena, “Canto de Primavera”. 66 Temístocles Tejada, “Ola y Roca”. 67 Rafael Núñez, “El Mar Muerto”. 68 Filemón Buitrago, “Esperanzas”. 69 Manuel Gutiérrez Nájera, “Pax animae”. 70 Arturo Torres, “Nocturno”. 71 Marcelo Rodríguez, “Un momento”. 72 Juan C. Arbeláez, “¡Enrique!”. 73 María del Pilar Sinués, “A Él”. 74 A. Gámez Cruz, “A mi madre”. 75 Blanca de los Ríos, “Veladas de invierno”. 76 Manuel del Castillo, “A Juana M. Gorriti”. 77 Ignacio Ramírez, “Por los muertos”. 78 Federico Lens, “Mis lágrimas”. 79 Vicente Piedrahita, “Te voy a ver”. 80 Antenor Lescano, “Debajo del sicomoro”. 81 Emma Berdier, “Realidad y esperanzas”. 82 Manuel Acuña, “Nocturno”. 83 P. Álvarez, “Decepción”. 84 José de Espronceda, “Canto a Teresa”. 85 Félix Reyes Ortiz, “A Carolina Elizalde”. 86 Julio Arboleda, “Te quiero”. 87 Hermelinda de Ormaechea, “Muerte de la Avellaneda”. 88 Alfonso Rodríguez, “Filantropía”. 89 Rafael María de Mendive, “A un arroyo”. 90 G. Gutiérrez y González, “Super flumina”. 91 Juan Valle, “Hastío”. 92 Rafael Tamayo, “Al Trabajo”. 93 Diógenes Arrieta, “Amira”. 94 J.M. Vergara y Vergara, “Álbum de pobres”. 95 J.M. Rinzón Rico, “Dolores íntimos”. 96 Miguel Antonio Caro, “Pro Senectute”. 97 Antonio Plaza, “Desencanto”. 98 J. Rosas Moreno, “Vida del campo”. 99 Esther Tapia de Castellanos, “Dios”. 100 Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), “Plegaria del patíbulo”. |