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Congregantes mártires

Anónimo

La ausencia de fama de santidad de dos fieles laicos muertos por su adhesión a la fe católica en tiempos de persecución religiosa que impidió la promoción de su canonización no merma, sin embargo, la ofrenda de la vida que ellos, como cientos más, hicieron en México en los calamitosos años del callismo, entre cuyos ejecutores destacó por sanguinario el miliciano Anacleto López Morales (1894-1970). 1

La cinta enrojecida

Ya en los albores de las Congregaciones Marianas los lirios de pureza se unen a las palmas del martirio, en Estanislao de Kostka y Rodolfo Aquaviva. La cadena de oro de Congregantes mártires, cuyo último eslabón descansa en estos momentos en el suelo mejicano, arranca, pues, de los orígenes mismos de las Congregaciones. Allí donde la Iglesia ha necesitado de lo sangre de sus hijos para defender los derechos de Jesucristo, los primeros en ofrecerse al sacrificio y aun a la misma muerte han sido los Congregantes.

Pío xi decía por medio del Cardenal Secretario a los directores de las Congregaciones Marianas reunidos en Innsbruck: “El espíritu sobrenatural comunica a los jóvenes congregantes aquella sólida piedad y fortaleza de carácter, que cuando es menester hace de ellos ejemplos preclaros de virtud y aun mártires, como acabamos de ver que ha sucedido en Méjico. En verdad que es consolador recordar cómo el 3 de enero de 1927, en la ciudad de León, cuatro jóvenes cayeron víctimas de la persecución aclamando a ¡Cristo Rey! y todos ellos pertenecían a las Congregaciones Marianas”.

¡No morirá !

Al grito de exterminio, lanzado contra la Iglesia Católica de Méjico, por las sectas y las logias anticristianas, los hijos de la Virgen respondieron en un arranque sublime de fe y entusiasmo: “¡No morirá!” Y su sangre pura selló la verdad de este juramento en los campos de batalla y en los potros y cadalsos. Abren la marcha triunfal de congregantes mártires mejicanos Joaquín Silva y Manuel Melgarejo en Zamora; su muerte es el toque de clarín para los ejércitos de ¡Cristo Rey!; en pos de ellos camina toda una legión esforzada y valerosa de jóvenes que sólo esperan cubrirse de igual gloria. Y van cayendo bajo los estandartes del Rey de Reyes, teñidos en la púrpura de su sangre, los Congregantes de María; los que ayer perfumaron con el aroma de su virtud la Iglesia, hoy la defienden en desigual combate hasta la muerte.

Unos sucumben con el rosario entre las manos: otros perdonando a sus verdugos; éstos tras solemne profesión de su fe; aquellos al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, y todos, al sentir sus pechos destrozados por la metralla, yerguen su frente pura y exclaman extáticos: “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”.

He aquí los nombres gloriosos de los Congregantes mártires mejicanos: Joaquín Silva, Manuel Melgarejo, José Valencia Gallardo, Nicolás Navarro, Salvador Vargas, Ezequiel Gómez, Antonio Acuña, Anacleto González Flores, Miguel Agustín Pro, S. J. Luis Segura Vilchis, Salvador Gutiérrez.

Nuevos adalides

 A este escuadrón glorioso y denodado que ostentando sobre su pecho la cinta de la Congregación, tremola en sus manos la pahua del martirio, han venido a unirse otros dos nuevos Congregantes: Juan Sánchez y Refugio Medina.

Durante la ocupación de Temastitlán por las tropas del presidente Calles, llega a manos del general [Anacleto] López una fotografía de la manifestación religiosa celebrada por los habitantes de aquel cristiano pueblo en la fiesta de ¡Cristo Rey! El impío y suspicaz militar ve en este acto de piedad un argumento de la connivencia de los católicos de aquel lugar con los soldados de los ejércitos libertadores. Manda aprehender y llevar a su presencia a Juan Sánchez, que en la fotografía aparece al frente de la manifestación llevando la imagen del Corazón de Jesús. Apenas ha llegado a su presencia, el general se adelanta y le muestra la fotografía. Juan no niega su participación en las fiestas de Cristo Rey, pero al mismo tiempo hace ver que éstas han sido simplemente religiosas y no políticas. El suspicaz militar, reparando que Juan aparece en la manifestación ostentando sobre su pecho la cinta de Congregante, cree ver debajo de ella oculta una cartuchera. Una nueva e inesperada acusación lanza contra él. Le acusa de propagandista contra el gobierno de Calles por el cargo de Prefecto que ejerce en la Congregación; finalmente, le injuria por tener en su casa imágenes de santos y un cartel en que se leía: ¡Viva el Papa!

Todas estas infundadas e impías acusaciones, que serán la verdadera causa de su martirio, no hacen mella en el esforzado ánimo del católico.

Poco después es también aprehendido J. Refugio Medina. Su madre, previendo la suerte que iba a correr, al enterarse que el general, no sólo tenía en su poder las fotografías, sino también el libro de las actas de la Congregación Mariana, le pide que se oculte. Refugio, al oírla, con tono festivo y bailando de alegría, le responde: “Y ¿qué, mamá? morimos por ¡Cristo Rey! No le dé cuidado.”

El General le hace los mismos cargos que a su compañero, insistiendo además en que su firma aparece en las actas y diplomas de la Congregación. Le exige también que declare la casa donde se oculta el párroco. Refugio conserva la misma entereza que su compañero y se niega absolutamente a delatar a su Pastor. Se ordena entonces que se le conduzca a la prisión para que aquel mismo día de Temastitlán prisionero, juntamente con Juan Sánchez, uniéndose de este modo los compañeros de apostolado en la gloria del martirio.

La última bendición

La madre de Refugio Medina, anciana verdaderamente heroica, al saber la determinación dictada contra su hijo, exponiéndose a mil peligros, logra llegar al sitio donde se halla recluido. Allí, en la lóbrega mansión, se levantan aquellas manos descarnadas y temblorosas para bendecir al hijo mártir2 que cae a sus pies de rodillas; ¡cuadro verdaderamente sublime, digno de ser inmortalizado por el arte! Escucha luego con lágrimas los postreros consejos de su madre, que imitando a la de los Macabeos, había dicho al Señor en un arranque sublime: “Antes que el enemigo profane nuestro templo y ultraje a nuestros sacerdotes, sean sacrificados al defenderlos mis dos hijos.” Esta heroica oblación fue acepta en el acatamiento de Dios, pues la sangre de aquellos dos seres queridos se ha derramado ya en aras de su fe.

El martirio

La tropa se pone en marcha, los mártires van custodiados por un piquete de caballería que les obliga a. caminar a grandes jornadas: esta violencia y las asperezas del camino bien pronto ensangrientan las plantas de los intrépidos confesores de la fe, que continúan aquel camino de dolor con ánimo esforzado. El día 8 de abril de 1927 llegan, por fin, a la hacienda de Víboras. El primero en sucumbir gloriosamente es Refugio Medina, a quien se sacrifica allí sin piedad.

Juan Sánchez, desde la prisión, escribe a una de sus hermanas esta conmovedora y valiente carta: “Hermana, pide a Dios que me den libre; ya me cortaron una oreja, pero no le hace: aunque sea así; y si no, que me dé fuerzas para poder sufrir.”

Dios concedió la fortaleza al invicto congregante de la Virgen para sufrir el cruel martirio con que iba a coronar aquella vida de piedad que le caracterizó siempre. Se afirma que le arrancaron las dos orejas y otros miembros del cuerpo. Mas tan cruel suplicio no logró doblegar su ánimo, pues en medio de aquellas acerbas torturas, no cesaba de exclamar: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”

Su última plegaria, como la de todos los mártires mejicanos, fue para los dos amores de su corazón: Jesús y María, sellándose así sus labios con la invocación a la Virgen de Guadalupe, la primera que escuchara en el regazo maternal.



1Cf. Hojitas, núm. 23, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas” es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013. Inspirándose en Anacleto López, el escritor Severino Salazar (1947-2005) redactó el cuento “Jesús, que mi gozo perdure”.

2 Llamamos mártires a estos jóvenes, sin intención de prevenir el juicio de loa Iglesia



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