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Ilustrísimo señor don Pedro Loza y Pardavé, arzobispo de Jalisco

Lázaro Pavía1

Esta semblanza del segundo arzobispo de Guadalajara se publicó en tiempos adversos a la libertad de expresión y de represión al catolicismo en México. Tal vez por ello su autor prefirió escribirla bajo el seudónimo Aristeo Rodríguez Escandón. Forma parte del libro Breve reseña de la vida pública y hechos notables de los miembros más prominentes del clero mexicano en pro del sostenimiento y progreso de la religión católica. Se trata, por otra parte, del testimonio relevante de un católico liberal acerca de la vida de los obispos en México en una época en la que, sin renunciar a sus premisas éstos fomentaron un buen nivel de convivencia con el Estado liberal encabezado por Porfirio Díaz.2

La historia del catolicismo tiene sus mártires y sus héroes, como los tiene cada pueblo en su parte política.

El legislador más notable, el gobernante más puro y más apto de un país, no tienen más significación que el hombre de Iglesia que sacrifica sus intereses y aun su propia existencia por velar siempre en bien de la religión católica, única base del bienestar común y de la armonía social, toda vez que en todo el mundo es la creencia más admitida y que predomina en todos los pueblos de la tierra que reconocen la existencia de Jesucristo como el Salvador del mundo, y si en todas las naciones hay individuos que se han segregado del seno de la religión cristiana, la mayoría en cambio reconoce como único principio la doctrina del Crucificado.

La vida, pues, de los hombres que se dedican a propalar la religión católica debe pasar a la posteridad para ser admirada, de la misma manera que el guerrero y otros hombres notables por sus hechos pasan a ocupar una página en ese libro inmortal que se llama la historia, y que es para las naciones lo que un álbum querido para la familia.

No ha sido otra nuestra mente que legar a la posteridad los nombres de los eclesiásticos que más se han distinguido en el último tercio de un siglo tan azaroso como por el que atravesamos, en el que la ilustración mal entendida y el progreso peor interpretado, hacen que se extingan en muchos pechos los consuelos de la religión, y en muchas inteligencias el conocimiento del verdadero Dios.

Uno de los más antiguos sostenedores de la religión católica en México es sin temor de equivocarnos el señor don Pedro J. de Jesús Loza y Pardavé, hijo de don Juan Evangelista Loza y de doña María de la Concepción Pardavé. El señor Loza nació en la ciudad de México y fue bautizado en la parroquia de San Pablo el mismo día de su nacimiento.

Hizo sus primeros estudios preparatorios en esta arquidiócesis, obtuvo el grado de bachiller en filosofía el día 16 de enero do 1833, y el de bachiller en Cánones el 29 de agosto de 1837. Recibió las órdenes sagradas en Culiacán en 1838 del ilustrísimo señor don Lázaro de la Garza y Ballesteros, a la sazón obispo de Sonora, y más tarde arzobispo de México. Su primera cantamisa la hizo nuestro biografiado el 19 de marzo del mismo año en que fue ordenado.

Desempeñó las cátedras de Filosofía y Cánones en el Seminario Conciliar de Sonora; fue Rector del mismo establecimiento y Secretario del gobierno eclesiástico de la diócesis. Cuando el señor De la Garza fue llamado a la mitra de la capital, el señor Loza quedó al frente del gobierno de aquella iglesia.

Fue preconizado obispo de Sonora el 18 de mayo de 1852, y no creyéndose, por su excesiva modestia, capaz de poder atender concienzudamente a las obligaciones episcopales, huyó del estado y llegó a la ciudad de Puebla, donde no se tenía noticia de que fuera el llamado a ocupar el obispado de Sonora. Una vez en la ciudad angélica, solicitó y obtuvo la plaza de capellán de coro, hasta que fue descubierto por el señor De la Garza, quien le persuadió al fin para que aceptara la mitra de Sonora y lo consagró en la iglesia de San Bernardo de aquella ciudad, a la edad de 37 años, el 22 de agosto del mismo año. El señor Loza tomó posesión de su cargo el día 5 de diciembre próximo.

Siempre la Iglesia ha sido perseguida por el Estado, y los hombres que se han dedicado al servicio de ella han sido víctimas de los odios y de la tiranía de los gobernantes que no han sabido interpretar firmemente su misión para independizar los dos gobiernos, el civil y el eclesiástico.

Los pueblos necesitan libertades, y una de ellas es la de la conciencia; pero para proporcionárselas no es indispensable perseguir a los hombres que se hacen de esas conciencias, llevando a ellas la convicción y la verdad.

El ilustrísimo señor don Pedro J. de Jesús Loza y Pardavé fue uno de esos mártires de la causa cristiana en las épocas en que, tratándose de implantar la Reforma para México, se andaba en pos de víctimas a quien perseguir para hacerlas sufrir las consecuencias de su vocación, ni más ni menos que en Francia eran perseguidos los sostenedores de la monarquía y llevados a la guillotina, únicamente porque estaban bajo el dominio del pueblo y no querían prevaricar de sus creencias políticas.

En 1858 el Ilustrísimo señor Loza fue desterrado por el general Corella. Al siguiente año, y después de un largo cautiverio en Horcasitas, lo desterró nuevamente a la Alta California el general Coronado, y por último sufrió dos destierros más en 1860 y 1866. Durante las épocas calamitosas de las guerras de Reforma, Intervención y el Imperio fue uno de los prelados que más sufrieron, y aunque tanto contratiempo hizo resentir su salud, siempre se mostró inquebrantable en el desempeño de su augusta misión.

A tan distinguido prelado se debe en Sonora la construcción de la casa episcopal y el establecimiento de varias iglesias.

En el Consistorio del 22 de junio de 1868 fue trasladado el señor Loza a la arquidiócesis de Guadalajara, donde llegó procedente de San Francisco de California el 10 de febrero de 1869. Tomó posesión de su nueva sede el 23 de mayo siguiente.

Muchas fueron las dificultades serias con que tuvo que tropezar al principio de su nuevo gobierno el señor Loza; pero debido a su exquisita prudencia y a su celo cristiano, aquellas dificultades fueron desapareciendo, y muy pronto el arzobispo de Guadalajara pudo conquistarse la estimación y el amor de sus diocesanos.

Nombrado para asistir al Concilio Vaticano, marchó a Roma. Regresó a su diócesis en 9 de febrero de 1871.

Innumerables servicios e importantes mejoras se deben al ilustrísimo señor Loza. El restablecimiento de los concursos y el de la enseñanza de la Filosofía moderna, la fundación de escuelas parroquiales y de la Academia Pontificia en Guadalajara hechos son que acrediten el empeño con que trabaja el digno arzobispo en pro de la tranquilidad y progreso espiritual de los fieles.

Sobre todas estas ventajas debemos hacer especial mención de un periódico quincenal que el Ilustrísimo señor Loza tiene establecido y cuyo objeto no es otro que fomentar la instrucción del clero y fijar a sus súbditos las reglas de la conducta que deben observar.

El señor arzobispo de Guadalajara es un gran latinista; posee perfectamente las ciencias matemáticas, tiene profundos conocimientos en Filosofía y sus dotes oratorias hacen de él un predicador docto y admirado.

En una palabra, la vida del ilustrísimo señor doctor don Pedro J. de Jesús Loza y Pardavé daría tema para un grueso volumen y está enteramente relacionada con la historia eclesiástica de medio siglo en las regiones occidentales, de México.

Hombres como el de que atrevidamente nos hemos ocupado no necesitan biógrafos; sus mismos hechos bastan a darles a conocer para que su nombre se inmortalice. Pero nosotros, llevados de un justo sentimiento de admiración por aquellos sacerdotes que más se distinguen tanto por sus cualidades cuanto por su vasta instrucción, no hemos querido enmudecer ante la figura respetable del señor Loza, y hemos dejado correr nuestra pluma para tributarle un homenaje de respeto que sabrán estimar los justos apreciadores del arzobispo de Guadalajara.



1 Abogado, pedagogo y escritor liberal (Sabán, Yucatán, 1844 - ciudad de México, 1933), estudió en Mérida, fue profesor de geografía y ejerció todo tipo de oficios, entre ellos el periodismo, la política y la milicia. Combatió contra el Imperio y alcanzó el rango de teniente coronel. Fue diputado, escritor y biógrafo prolífico. Colaboró en La Actualidad, El Sonámbulo, La Voz Liberal, México, El Estado, Las Noticias, El Correo de las Doce, El Diario del Hogar, El Combate, El Estado de Yucatán, Los Estados y Revista Azul. Publicó 37 títulos.

2 Casa editorial de A. Rodríguez Escandón, México, 1892.



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