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Edicto Edicto por el que se decreta el Año Jubilar de la Misericordia en la arquidiócesis de Guadalajara La gozosa celebración del quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano ii, el acontecimiento eclesial más importante de la historia contemporánea de la Iglesia y del tricentenario de la consagración de la Catedral de Guadalajara, nos hace elevar, a quienes transitamos por el tiempo en la Arquidiócesis de Guadalajara, nuestro corazón agradecido al Señor de la historia y descubrir su misericordiosa presencia en los aconteceres del tiempo. El Concilio Vaticano ii respondió cabalmente a la pregunta que el entonces Cardenal Montini, hoy beato Paulo vi, planteó desde la primera sesión de dicha asamblea: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?” La Iglesia es sacramento universal de salvación en el mundo, reveló el Concilio, indicando así que su ser se comprende a partir del actuar, según lo reitera con insistencia el magisterio conciliar.1 En otras palabras, la Iglesia como “sacramento” es lo que tiene que ser cuando actúa como tiene que actuar y eso ocurre cuando los hombres encuentren en ella salvación y solución para sus vidas. Hay en la Iglesia un aspecto visible, humano e histórico, y otro invisible, divino y eterno. Por el primero vive sujeta a las categorías espaciotemporales y organiza sus estructuras como toda sociedad humana, aunque su finalidad es hacer presente la comunión con Dios y entre los seres humanos que llamamos Reino de Dios. Porque está en el mundo y en la historia, “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”.2 Como “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”, la Iglesia, como el buen samaritano, quiere curar a quien sufre “con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”.3 Por ello, no hay nada humano que nos pueda ser indiferente. La realidad de la sociedad, en la que la Iglesia de Guadalajara se esfuerza por hacer presente el Reino de Dios desde hace 467 años y que describe el marco de la realidad del vi Plan Diocesano de Pastoral, está en nuestros días signada por una profunda desigualdad social y económica, por una corrupción que mina la confianza en las instituciones públicas, por una violencia generalizada que ha terminado por ser aceptada, con su densa carga de miedo e inseguridad. Vemos con mucha preocupación que estos problemas sociales y toda su complejidad tienen como origen eso que el Papa Francisco ha llamado “la cultura del descarte”, la cual provoca a su vez un déficit de humanidad y hace evidente la manifestación de la perversidad del pecado, cuya consecuencia es la muerte. La cultura del descarte como expresión del pecado reduce al ser humano a la categoría de mero productor de ganancias o pérdidas económicas. En la lógica de esta cultura el producto-humano no vale como persona sino tanto cuanto se ajusta a las leyes del mercado; por tanto, todos aquellos cuya existencia implica una pérdida o una merma para la ganancia económica son tratados como desechos: vidas humanas no deseadas en proceso de gestación en el vientre materno, ancianos abandonados, enfermos crónicos, pobres carentes de las cuotas mínimas para subsistir con dignidad humana, etc. Su incapacidad para añadir recursos a la economía social o familiar induce a considerarlos una carga. En el fondo, tal percepción se ancla en un criterio aún más cruel, de profunda deshumanización: ponerle precio a la vida y a la muerte según los criterios de quienes han hecho un negocio mercantil de la trata de personas, de los asesinatos a sueldo, de la venta de órganos, del secuestro y otros delitos que vulneran la base de la altísima dignidad de todo hombre y mujer. Ante tales hechos, los bautizados no podemos quedarnos con los brazos cruzados. La Iglesia, maestra en humanidad, está llamada a hacer presente al Dios de la misericordia, que ofrece en su promesa una humanidad nueva, unas nuevas relaciones humanas marcadas por el amor de Dios, que de forma insuperable así presentan las Escrituras: “El Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo” (1Cor 1,3) nos ha enviado a su Hijo Jesucristo a manifestarnos su rostro misericordioso, revelación que ya había comenzado desde la Antigua Alianza; revelación de un Dios que es “compasivo y misericordioso, lento a la ira y generoso para perdonar” (Sal 102), que ha visto la aflicción de su pueblo, ha escuchado el clamor de sus sufrimientos y ha bajado para ofrecerles libertad (cf. Ex 3,7). De forma pedagógica y progresiva, el Padre celestial fue descubriendo su rostro misericordioso hasta el momento cumbre de la Encarnación de su Hijo. En ese central y glorioso momento de la historia de la salvación, la humanidad entera, representada en Aquella que lo acogía en su seno virginal, ha podido cantar: “Su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1,50). En Jesucristo, Dios ha revelado su misericordia: Él ha anunciado a los pobres la buena nueva, ha curado a los enfermos, ha dado la luz a los ojos de los ciegos, ha devuelto la vida a los muertos, ha expulsado al maligno, ha perdonado los pecados, ha realizado un año de gracia y bendición, ha entregado su vida por nuestro rescate. “Por sus llagas hemos sido nosotros curados” (Is 53,5). Jesús mismo nos dice que su misión es actuar con misericordia porque ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia (cf. Jn 10,10). La misericordia es la actitud compasiva con la que Jesús trata a todos los que se le acercan, especialmente los pobres, a los excluidos y los enfermos; es su clave de lectura y su criterio de acción expresado de forma bellísima en las parábolas de la misericordia. La misericordia es el horizonte donde Jesús vive su misterio pascual, donde revela plenamente el amor de Dios. De esta manera, podemos entender por qué el Papa Francisco nos enseña que la palabra misericordia es la síntesis de toda la historia de la salvación.4 La Iglesia, que existe sólo para evangelizar,5 actualiza la presencia salvífica de Jesucristo cuando realiza la misión que Él le ha encomendado actuando con misericordia. Ésta es la viga maestra que legitima toda acción pastoral en la Iglesia, la cual se juega en ello su credibilidad ante el mundo. Si Cristo es el rostro de la misericordia del Padre, la Iglesia nunca podrá ocultar al mundo la belleza del rostro misericordioso de Jesús si quiere ser verdadero “sacramento de la misericordia”. Nunca la Iglesia es tan fiel a su amado Esposo como cuando sigue practicando la misericordia frente a las difíciles circunstancias que merman la vocación y dignidad a las que Dios ha llamado al ser humano. La realidad en que la Providencia de Dios nos ha incrustado es un gran reto para la Iglesia. La Palabra de Dios que nos revela la historia de la misericordia divina a favor de su pueblo es una exigencia inaplazable. Nuestro vi Plan Diocesano de Pastoral nos da claras orientaciones de qué es lo que debemos hacer en este momento: anunciar el kerigma no como una mera transmisión de conocimientos doctrinales sino como vivencia testimonial del amor misericordioso de Dios que nos ha purificado de nuestros pecados y nos ha elevado a la altísima dignidad de hijos suyos. El kerigma, pues, es la experiencia personal de la infinita misericordia de Dios que nos lleva a transmitirlo alegremente, casi de forma espontánea. El kerigma “es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, cuya muerte y resurrección nos revela y comunica la misericordia infinita del Padre”.6 También la formación integral, que es el permanente enamoramiento que Jesús ofrece a quien lo ama para profundizar en su intimidad divina, debe ser una forma de asimilar la misericordia que Dios ha tenido con cada uno de nosotros, formación que a su vez ha de traducirse en la eficaz puesta en práctica de las obras de misericordia. Como Pueblo de Dios, hemos de tomar conciencia de que el kerigma y la formación en el planteamiento de nuestro objetivo diocesano tienen esta finalidad doble: fortalecer nuestras comunidades eclesiales para que nuestro pueblo en Cristo tenga vida. De hecho, la aplicación del vi Plan Diocesano de Pastoral se evalúa en la medida en que la Iglesia en pequeñas comunidades recobra su identidad como “sacramento de la misericordia”. También lo hace a nivel personal, según crezca nuestra capacidad de actuar misericordiosamente con nosotros mismos y con quien coincidimos en el camino de la vida, al grado de poderle ofrecer a Cristo la vida en toda la extensión de lo que tal cosa significa, “desde la dimensión espiritual de la vida de la gracia hasta la vida físico-biológica-ecológica-cultural-política”.7 El fortalecimiento de las comunidades eclesiales es correlativo a la capacidad de generar condiciones de una vida nueva y plena en Cristo. Por ello, en comunión con el Papa Francisco, haciendo eco de su voluntad expresada en la Bula Misericordiae vultus, y en el marco del proceso pastoral de nuestra Iglesia diocesana, expresado hoy en el vi Plan Diocesano de Pastoral, convoco a los fieles cristianos de la arquidiócesis de Guadalajara a vivir intensamente el Año Jubilar de la Misericordia. Jubileo que comenzará con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana el próximo 8 de diciembre y que nosotros abriremos en la Santa Iglesia Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Asunción el domingo 13 de diciembre a las 12 horas, y de forma simultánea lo harán, en los otros templos a los cuales se ha concedido esta gracia, los Vicarios Episcopales de ese territorio o quienes se delegue, a saber: en la zona metropolitana, el Santuario a los Mártires de Cristo y el templo de Nuestra Señora de Belén, y fuera de ella en el Santuario del Señor de los Rayos de Temastián y en los templos parroquiales del Señor Grande de Ameca, el Señor Misericordioso de La Magdalena, el Señor de la Misericordia de Ocotlán, El Señor del Monte de Jocotepec, Nuestra Señora de Guadalupe de Ixtlahuacán del Río y San Francisco de Asís de Nochistlán, Zacatecas. Abrir la puerta es un gesto simbólico de acogida a todos, de consuelo, perdón y esperanza en la Iglesia; pero también de nuestra salida a las periferias de la humanidad, es decir, de estar atentos a la fragilidad del hermano herido, llevando la bondad y la ternura de Dios. En este Año Jubilar de la Misericordia exhorto al presbiterio, los consagrados, los fieles laicos y a todas las personas de buena voluntad a vivirlo no como un evento pasajero, sino como un encuentro decisivo con el Señor de la Misericordia en nuestras vidas, a fin de que se quede con nosotros y en nosotros actúe con misericordia, para así responder de forma pertinente a los graves problemas que nos aquejan como sociedad. Por ello, más que con una multiplicación de actividades, los invito a que lo vivan como un tiempo de oración profunda, de encuentro con la misericordia de Dios a través de la escucha constante, atenta y orante de su Palabra y, como fruto de todo ello, de una mayor solidaridad y fraternidad entre nosotros y de servicio desinteresado a nuestros hermanos y hermanas, especialmente los vulnerables y los sufrientes. Como es costumbre de la Iglesia, en el Año Jubilar se ofrece la gracia infinita de la misericordia a los que, arrepentidos de sus pecados, peregrinen a los brazos abiertos del Padre, que en paciente espera no se cansa de otorgar el perdón a quien humildemente se lo pide. Por este motivo y según lo ha dispuesto el Papa Francisco, todos los presbíteros que tienen al día sus licencias ministeriales en la Arquidiócesis de Guadalajara tendrán las facultades de absolver los pecados que se reservan al obispo en cualquier lugar de la diócesis y fuera de ella, como son el aborto y el secuestro. En este mismo sentido y para acentuar el tricentenario de la consagración de la Iglesia Catedral Basílica y el significado que tiene como Iglesia madre, he dispuesto que en la zona metropolitana sea ella la meta principal de la peregrinación de los penitentes que quieren alcanzar misericordia. Pido al V. Cabildo Metropolitano que ofrezca a los peregrinos y visitantes alguna catequesis oral o impresa acerca del sentido litúrgico de la Catedral basílica y de su valor como emblema de esta antigua Iglesia de Guadalajara y de toda la zona metropolitana y más allá; también, que ordene y publique las peregrinaciones por Decanatos, Secciones Diocesanas, Vida Consagrada, Movimientos Laicales y diversos sectores de la sociedad, para que esta invitación esté abierta a todos sin excluir a nadie, en razón a lo cual les solicito procuren haya siempre ministros de la penitencia dispuestos a escuchar en confesión, lo que supone tomar acuerdos entre el V. Cabildo, los Decanos y encargados de Comisiones y Secciones que han de organizar la administración del Sacramento de la Penitencia durante las peregrinaciones. Se ha de insistir en seguir las etapas que nos marca el Evangelio de Lucas 6,36-38 y muy atinadamente señala el Romano Pontífice, para que nuestra meta sea ser misericordiosos como el Padre. Como Iglesia diocesana espero que todos, de forma orgánica y de conjunto y con una muy sentida espiritualidad de comunión, emprendamos una misión de la misericordia saliendo de nuestra zona de confort y despabilándonos de nuestra somnolienta indiferencia; les suplico que abramos nuestro corazón frente a las necesidades de nuestro pueblo, que vivamos la espiritualidad de la samaritaneidad por medio de la reflexión y puesta en práctica de las obras de misericordia. Si todos juntos trabajamos en comunión y participación, ayudados de la gracia divina, podremos hacer de este año de la misericordia un impulso a la caridad organizada, como fruto de una auténtica evangelización, en plena comunión con lo que el Papa Francisco, cuya próxima visita apostólica nos llena de gozo, pide a todos los bautizados. Para que se logre este propósito, he creado el comité para la celebración del Año Jubilar de la Misericordia, que en comunión con la Vicaría Diocesana de Pastoral animará y coordinará todas las actividades diocesanas que se tendrán con motivo de este año a favor de nuestro proceso pastoral diocesano. A este edicto se anexa un subsidio en el que, además de la calendarización de las actividades diocesanas, se presentan las diversas sugerencias para vivir con abundante fruto este Año Jubilar, que obedeciendo a las indicaciones del Papa he dispuesto se clausure el 13 de noviembre de 2016 en el Santuario de los Mártires. Instruyo también a los Vicarios Episcopales, Decanos y Párrocos que se organicen algunas actividades en cada nivel, sin que se interrumpa el proceso de cada comunidad. También instruyo a los encargados de las Comisiones y Secciones Diocesanas para que, solícitamente y en comunión entre sí, ofrezcan de forma subsidiaria apoyos para la reflexión y algunas sugerencias para este Año Jubilar. Que la Virgen Santísima de Zapopan, Mater Misericordiae, icono de la misericordia divina, interceda por nosotros, para que junto a ella podamos cantar la misericordia del Señor, que se extiende de generación en generación a todos los que lo reverencian. Otorgo a todos los miembros de la Iglesia de Guadalajara y a los hombres y mujeres de buena voluntad mi bendición y mis mejores deseos para acoger en esta Navidad al Señor, que nos revela el rostro misericordioso del Padre celestial. Dado en Guadalajara, Jalisco, el 8 de diciembre del 2015, solemnidad de la Concepción Inmaculada de María.
+ José Francisco Card. Robles Ortega Por la gracia de Dios y de la Santa Sede Arzobispo de Guadalajara
Javier Magdaleno Cueva, Pbro. Secretario Canciller |