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IN MEMORIAM.

Muere el muy ilustre señor Vicario general, protonotario apostólico y deán monseñor doctor don Manuel Alvarado y Aldana

José Trinidad Laris1

Con el subtítulo “La Iglesia de Guadalajara viste de luto” se publicó en el año de 1933 la nota necrológica del que fuera timonel de la Iglesia en Guadalajara durante el agitado gobierno episcopal de don Francisco Orozco y Jiménez. El Vicario General Alvarado creó lo que es hoy la Sección Diocesana de Catequesis hace un siglo, en noviembre de 1915.

De una manera inesperada falleció en su residencia en la Villa de San Pedro Tlaquepaque, Independencia 228, el día último del año próximo pasado, a las 7.30 m. de la mañana, el muy Ilustre Sr. Vicario General, Protonotario Apostólico y Deán, monseñor doctor don Manuel Alvarado y Aldana, a los 79 años y nueve meses de edad.

El muy Ilustre Sr. Alvarado gobernó la Iglesia de Guadalajara por espacio de 18 años, como Vicario General del Excmo. y Rvmo. Sr. Arzobispo, Dr. y Maestro don Francisco Orozco y Jiménez, con tal acierto, que no sin razón su Gobierno se puede comparar con el del muy Ilustre Sr. Vicario General del limo. Sr. Obispo Dr. don Pedro Espinosa, Dr. don Ignacio Mateo Guerra, que se hizo cargo de la diócesis de Guadalajara el 8 de julio de 1858, al empezarse a desarrollar los trágicos acontecimientos y borrascosas escenas de la guerra de tres años: muchos son los puntos de contacto entre la actitud del Sr. Guerra y la del muy Ilustre Sr. Alvarado, ya para con el clero, ya para con el Gobierno civil, ya para con los partidos políticos.

Las sólidas virtudes de ambos hace que se les puedan aplicar las palabras del Eclesiástico al sumo sacerdote Simeón: “Como el lucero de la mañana entre tinieblas, y como el resplandor de la luna en medio de la plenitud, y como el sol refulgente, así brillaba él en el templo de Dios, cuando subía al altar santo; hacía honor a las vestiduras sagradas”.

La esperanza y confianza que el muy Ilustre Sr. Alvarado ponía en Dios, después de cada problema que se le presentaba en el régimen de la Iglesia encomendada a su cuidado, le hacía exclamar con David: «In te Domine speravit».

El 16 de mayo de 1914 asumió el muy Ilustre Sr. Deán desaparecido el cargo de Vicario General de la Arquidiócesis, cuando la tempestad incontenible de la revolución empezaba a soplar en los campos fértiles de la Iglesia de Guadalajara. Inmediatamente se le juzgó como el más idóneo, adecuado y viable para desempeñar puesto tan delicado, por su grande experiencia y notables aptitudes: Afortunadamente fue así, porque a raíz de los acontecimientos de julio del mismo año, cuando Mons. Alvarado fue arrastrado a la prisión, juntamente con la mayor parte del clero tapatío, se palpó su ecuanimidad y prudencia para gobernar en tan difíciles circunstancias, dictando órdenes sapientísimas desde su celda de la Penitenciaria de Escobedo; y si bien es cierto que tuvo en el señor presbítero bachiller don Miguel Cano, su secretario, un infatigable cooperador, empero la atingencia y mesura con que el señor vicario dictaba sus órdenes lo hicieron estimado de tirios y troyanos.

Se comprende cuál sería la situación de la Iglesia en aquellos tiempos en que no privaba otra ley que el desenfreno que a su antojo imponía préstamos y violaba templos; sin embargo, la entereza del señor Alvarado, al empuñar el timón de la nave de la Iglesia a él encomendada, logró sobreponerse al caos y desenfreno de las pasiones.

Gobernó desde un lugar llamado por él «Santa Fe», y sus circulares sucesivas, oportunas y ricas en enseñanzas, salvaren al clero y a los ordenandos que vagaban sin ruta fija, arrojados del Seminario por la fuerza mayor del vendaval que soplaba por todas partes.

Entre todos sus documentos que legó a la posteridad en aquella época, pueden citarse como un ariete formidable, los que se refieren a la derogación del Decreto 1913, modificado y publicado después con el número 1027 y sus respectivos reglamentos el año de 1918.

Entonces el muy ilustre Vicario General, se hizo notable por su resolución mandada a la Cámara local de Diputados por Jalisco, que reducía el número de sacerdotes a uno por cada 5,000 habitantes, y sus palabras: “O todos o ninguno”, pasaron desde luego a inscribirse con caracteres indelebles en las páginas gloriosas de la historia de la Iglesia de Guadalajara.

Cuando acaecían estos hechos, de suyo suficientes para enaltecer la memoria de tan ilustre y sabio varón, ya ostentaba las insignias de Capitular de la Metropolitana tapatía; dado que había sido agraciado con una Prebenda en el coro de Guadalajara, desde el 28 de marzo de 1904, y el 23 de julio de 1910 había sido ascendido a canónigo teniendo dos ascensos “de palo”, porque de canónigo 9º pasó a ser 8º y después 7º. En noviembre de 1915 fue elevado a la primera dignidad del V. Cabildo ocupando el Deanato vacante por la muerte del Sr. Deán Dr. don Antonio Gordillo.

Vuelto del destierro el Excmo. Sr. Arzobispo, lo invistió en la Santa Iglesia Catedral con las insignias de Protonotario Apostólico «ad instar», el 26 de noviembre de 1919, dignidad que le había otorgado por Breve Pontificio del 6 de julio del mismo  año S. S. Benedicto XV.

Al promulgarse la ley del 2 de junio de 1926 y al partir el Excmo. Sr. Arzobispo para la ciudad de Chicago con el fin de asistir al Congreso Eucarístico, quedó el muy Ilustre Sr. Deán al frente de la Iglesia, con las mismas prerrogativas y facultades que había tenido en la administración anterior. Seguir uno a uno los pasos de su brillante gestión desde esta fecha hasta el 21 de julio de 1929, en que se obtuvo un «modus  vivendi» para la Iglesia de México, sería una tarea ímproba que llenaría voluminosos libros si se pretendiera consignar siquiera fuera los hechos más salientes en que el Ilmo. Sr. Alvarado vindicó a la Iglesia de Dios calumniada en aquel entonces; baste decir que su prudencia y ecuanimidad fueron admiradas aún por los mismos enemigos.

Al iniciarse la etapa dolorosa por la que atraviesa la mayor parte de las diócesis de la República en las postrimerías del año que acaba de pasar y al promulgarse el Decreto 3742.

Mons. Alvarado había nacido en la parroquia de Santa María de los Lagos, en el Rancho de Rentería de la Congregación de Comanja, el 21 de abril de 1853. Fueron sus padres don Agatón Alvarado y doña María del Refugio Aldana. En 1877 alcanzó el grado de bachiller en Sagrada Teología y poco después fue opositor a la beca de honor en la misma Facultad, teniendo como competidor nada menos que al talentoso doctor don Luis Silva, que murió siendo Chantre de la catedral tapatía; el 14 de agosto de 1881 recibió el sagrado orden del presbiterado de manos del Ilmo. Sr. Arzobispo Dr. don Pedro Loza y Pardavé. Desde antes de ser sacerdote formaba parte del ilustre cuerpo de profesores del Seminario Conciliar de aquel florido tiempo; por los años de 1885 a 1889 fue vicerrector del mencionado plantel, y al separarse del Seminario, desempeñó los siguientes cargos: colector de Vacantes, Secretario del Venerable Cabildo, Catedrático de Derecho Canónico y Diputado Conciliar.

El 12 de octubre de 1929 fue nombrado socio honorario de la Academia Mexicana de Nuestra Señora de Guadalupe; el 19de septiembre de 1931 celebró las bodas de oro de su primera misa en el templo parroquial de Lagos de Moreno, como puede verse en nuestra nota publicada en la pág. 1255 de este mismo Boletín y que corresponde al 19 de octubre del supradicho año.

Una de las virtudes que distinguieron más a nuestro ilustre biografiado, fue la caridad para con el menesteroso y el ignorante de la fe de Cristo: varios miles de pesos donó para la Obra de la Propagación de la Fe; más de 5,000 pesos repartió en ropa y alimentos en la ciudad de Lagos, entre los pobres con motivo de su Jubileo sacerdotal, amén de las cantidades considerables con que socorrió a centenares de familias vergonzantes en el lapso de más de 50 años que ejerció el ministerio sacerdotal. En sus últimos días se constituyó en padre bondadoso de los sacerdotes indigentes, socorriéndolos con cantidades de dinero muy apreciables; pero siempre recomendándoles el secreto de sus dádivas.

Fue amantísimo de Santa María de Guadalupe, donando para las obras de ampliación y embellecimiento de su Basílica la considerable suma de tres mil pesos en oro; no sin razón se le pueden aplicar las palabras del Eclesiástico: «brilló como lucero de la mañana entre las tinieblas, e hizo honor a las vestiduras sagradas».

Su alma y las de los demás fieles difuntos por la Misericordia de Dios, descansen en paz.



1 Presbítero del clero de Guadalajara que tuvo a su cargo la sección necrológica de este Boletín.



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