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COLABORACIONES

Michelín místico

Jesús Padilla Cuevas1

La hondura religiosa, no sólo poética, de la selecta obra del canónigo tapatío Benjamín Sánchez Espinoza (1923-2011), se aquilata con el tiempo, y quién mejor para hablar de ello que un contemporáneo suyo, que nos ofrece una estampa íntima, una confidencia.

Releyendo por enésima vez la exquisita poesía de Fr’Asinello2 descubrí, aunque sea demasiado tarde, que no sólo es un poeta místico, sino que él personalmente es un místico auténtico.

Yo lo conocí y traté muy de cerca en los postreros cursos de teología, saboreando el sustancioso magisterio del padre José Salvador Rodríguez Camberos y el florido verbo de don José Ruiz Medrano.

Benjamín sobresalía quantum lenta solent inter viburna cupressi3 en el alumnado por su brillante y profunda inteligencia. Se distinguía en la presentación de dudas al maestro que, como dardos certeros, tocaban al centro del tema. Ya se le admiraba como el bardo distinguido en las celebraciones del Seminario.

Yo lo traté, lo repito, como compañero, amigo, y lo tenía catalogado como un excelente literato, un alumno brillante, principalmente en las profundidades del dogma. Era el amigo humorista, bromista, que llegaba de visita a las oficinas de la revista Apóstol allá en la azotea de la casa de San Martín.4

Oye, Garza,5 ¿hoy no tienes tepache, café o el periódico Excélsior que compra el Faquín?

Su talante normal era humorista, alegre y satírico. Bueno, no siempre. Tenía rachas y jornadas de un misterioso e inexplicable silencio. Era la melancolía, el silencio, el aislamiento. No respondía a bromas, empujones o cosquillas. Nadie sabía por qué, tan sólo se adivinaban sus “abismos interiores”. Confieso con grande franqueza que no aparecía por ningún lado la fisonomía del místico.

¡Cómo, Michelín6 místico!  El travieso, el mordaz, el inquieto Michelín? Para nada, ni de lejos. Cuantas veces me había deleitado con su “idioma sonoro “almacenaba con sabor en la memoria las “Décimas para Dios” y su tesis sobre “el silencio dormido”. Como un mosto fino o licor del Olimpo yo rumiaba sus versos rebuscando el sentido no sólo del catador de bellezas, sino más allá, libando el dogma y Evangelio escondido.

Como fruto maduro de repetida lectura y deleitoso saboreo, brotó en mi mente la trascendental interrogación: ¿Cómo pudo esculpir en el mármol del verso la fragancia mística y el amor encendido? ¿Fue tan solo el anhelo de la perfección estética del poeta? ¿Destiló la esencia del feliz literato?

No, amigos; yo descubro aunque sea demasiado tarde que, tras el caleidoscopio poético, se esconde, o más bien se manifiesta y descubre al verdadero autor, al místico. Si el poeta no habla con sinceridad y legitimidad de lo que escribe, si no lo siente, si no lo vive, se convierte en una farsa, en un hipócrita, un estafador y un apócrifo del misticismo.

No, amigos, Michelín no pudo escribir lo que escribió sin ser de verdad un místico auténtico. ¿Nomás un fino poeta, un autor refinado? No, definitivamente no: sin ser místico, no pudo haber escrito lo que escribió.

Perdona, querido Michelín, si en la azotea de la casa de San Martín no descubrí al místico que traías escondido entre tus bromas, alegría y amistad. No te conocí en tu ordinaria estampa.



1 Licenciado en sociología por la Universidad Gregoriana, fue director de este Boletín Eclesiástico hace 40 años.

2 Seudónimo literario de Benjamín Sánchez Espinoza que siempre aparece en la más divulgada de sus obras, el Romancero de la vía Dolorosa.

3 “Cuanto se eleva el ciprés superando a flexibles viburnos”. Cf. Virgilio, Las Bucólicas, bucólica i, verso 25:

4 Más pormenores de este punto (la revista del seminario Apóstol y su desarrollo), lo ventila el mismo Padilla Cuevas en las páginas de este Boletín, en su artículo “Impresiones” (Junio del 2013, año vii, No. 6, pp. 62-70).

5 Apodo que le endilgó Sánchez Espinoza a Padilla Cuevas.

6 Este apodo se lo puso a Sánchez Espinoza el canónigo José Ruiz Medrano.



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