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COLABORACIONES
De la toma de Guadalajara el 8 de julio de 1914 y sus consecuencias inmediatas Miguel Palomar y Vizcarra1 El destierro y amenaza de muerte del gobierno carrancista encabezado por Manuel M. Diéguez en Jalisco, confinó a la reclusión domiciliaria clandestina durante muchos meses al brillante sociólogo tapatío Miguel Palomar y Vizcarra. Desde su refugio, escribió a su prelado, don Francisco Orozco y Jiménez, exiliado de su diócesis, el 23 de febrero de 1915, una extensa relación de hechos que se resguarda en el llamado ‘Fondo Cristero’ de la Biblioteca de la Universidad Jesuítica ITESO. Lleva el título de Carta del señor licenciado don Miguel Palomar y Vizcarra al ilustrísimo y reverendísimo señor doctor don Francisco Orozco y Jiménez, dignísimo arzobispo de Guadalajara. Ya cercano el centenario de un acontecimiento que partió en dos la historia de Jalisco y de la Iglesia en Guadalajara, se suma ahora este vibrante testimonio a la comprensión de un suceso del todo relevante para explicar lo que aconteció luego. Considérese que el autor escribe casi al calor de los hechos. Muy de tenerse en cuenta son sus reproches a los católicos que luego de 40 años de mantenerse al margen de la vida pública como tales, se incomodan por la presencia en ese ámbito de los militantes del catolicismo social, como lo era Miguel Palomar y Vizcarra.2 Ilustrísimo y Reverendísimo Señor: Desde hace mucho tiempo he estado deseando vivamente escribir a U.I. y R.,3tanto porque así me lo ha estado pidiendo mi corazón, como porque estimo que mucho cooperará a que U.I. tenga una idea más completa de la situación, recibiendo correspondencia de personas de diversa clase, pues así conocerá la impresión distinta que los formidables acontecimientos que se han desarrollado producen en esas personas. Pero no me atrevía a escribir, porque ya ha de comprender U.I. y R. las dificultades con que forzosamente había de tropezar, y principalmente porque no me satisfaría pensar que tendría que escribir en sentido figurado, sin poner mi firma al pie de la carta. Preferí esperar y ahora la Providencia me proporciona la ocasión de escribir con toda confianza: un sobrino del excelente Félix Araiza parte para los EEUU pasado mañana, él me va a hacer el favor de llevar en su poder la presente y depositarla en El Paso o en algún otro lugar a que no alcanza la tiranía redentora (?) de los constitucionalistas y convencionistas.Mi intención es escribir a U.I. una extensa carta, aunque repita o diga cosas que ya sabe probablemente U.I., y hablar con la franqueza que me conoce y de que hacía uso invitado por la bondad exquisita de U.I. para conmigo. Suplícole por anticipado me perdone tanto algunas expresiones tal vez rudas, como el deplorable y desaliñado estilo, pues voy a dejar marchar la máquina y a hablar con la ingenuidad del hijo que habla a su querido padre. Comenzaré por dar cuenta de mi persona para que vea U.I. desde qué lugar y en qué condiciones me encuentro para juzgar de la situación. La caída
del Partido Católico Nacional en Jalisco
Como punto final a los trabajos del pobre a
la vez que glorioso PCN4 se organizaron el 28 por la noche y el 29 de junio [de 1914] por la
mañana dos fiestas en el local del Partido, que dejaron una viva impresión. La
primera fue en honor de las obreras; la segunda, en honor de las damas de
Guadalajara. Las obreras concurrieron en número extraordinario, y Everardo
García, Anastasio Corona y yo dijimos tanto y gritamos tanto sobre la tiranía
liberal, sobre las infamias de la masonería, sobre el derecho de los padres de
familia a educar a sus hijos cristianamente, sobre la necesidad de la libertad
religiosa, etcétera, etcétera, que las pobres mujeres lloraban y gritaban a más
no poder. En la segunda, los tres consabidos oradores volvieron a la carga,
estando presentes un buen número de señoras y señoritas. Everardo se puso
verdaderamente sublime, lo vi transformado, poderosamente elocuente, e hizo
llorar. Excuso decir a U.I. que no faltaron los ataques a doña Atala5 ni las increpaciones iracundas contra el indio de Guelatao, “negro de
la tez y negro del alma”, como dijo Anastasio Corona. Fue aquello el final, el
canto del cisne. El sábado 4 de julio corrió el rumor de que Obregón atacaría
la ciudad el 10, y el día 6, lunes, por la tarde, se vio con dolor que,
efectivamente, los constitucionalistas ya estaban cerca: hubo carreras por las
calles de fuerzas en actitud de combate y un encuentro entre federales y
carrancistas cerca de Las Juntas.
Comprendimos
todos que había comenzado la hora de gustar gota a gota las amarguras de la
persecución, pero ¡cuán lejos estábamos de que el Señor, en su justicia y en su
misericordia, nos tuviera reservada tal cantidad y tan inmensa amargura!
Yo había
recibido advertencias repetidas de que los señores revolucionarios la traían
fuerte contra mí, y aunque no lo hubiera sabido, debía de suponérmelo: los
masones de aquí me tenían ganas y aún me tienen, porque me conceden una
importancia a que no tengo derecho. Ese mismo lunes por la noche me fui con mi
esposa y mis hijos, ya con cierta cautela, a la casa de un excelente amigo mío,
el licenciado Juan Rodríguez. Vi que necesitaba entera libertad de acción para
escapar en caso necesario, y al siguiente día mi señora y mis hijos se fueron a
la casa de mi mamá, que queda a media cuadra, por la calle de Hidalgo, de la
Escuela de Artes del Espíritu Santo. Yo permanecí con Rodríguez. Ese día 7 se
estuvo oyendo el pavoroso estallido del cañón. Por la noche, a eso de las diez,
pasaron algunos cuerpos federales que venían derrotados del rumbo de Zapopan, y
a las diez y media u once se apagó la luz eléctrica. La ciudad quedó iluminada
magníficamente por la luna. El general Mier6 y los suyos abandonaban la capital. Se sentía un terror muy grande.
El 8 de
julio de 1914…
El ocho amanecía tranquilo, la ciudad en
completa calma. A las diez comenzaron a entrar por el poniente y norte de la
ciudad, en grupos más o menos numerosos, los carrancistas. Era un número enorme
de salvajes y “salvajas” que se apoderaron de la desdichada Guadalajara.
Obregón habló desde el balcón de Palacio de la democracia, del tirano Huerta,
del mártir Madero; presentó a Julio Madero, hermano del mártir, etcétera, etcétera.
El pueblo, en gran número, aplaudió. Junto a Obregón se encontraba el
sempiternamente engañado licenciado don Celedonio Padilla, quien, en unión de
otros engañados o no engañados, había lanzado una proclama dirigida a la
sociedad de Guadalajara, invitándola para que saliera a recibir al ejército
libertador.
Luego comenzaron
a dar color los libertadores. Como granizada me llegaban las noticias
deplorables durante toda aquella tarde. Las fuerzas se apoderaban del
Seminario, del colegio de los jesuitas y de otros edificios, y el carácter
sectario de la revolución se revelaba bien.
Luego comenzaron
los recados para mi pobre persona. La noche del 9 recibí a un obrero católico
que me fue a decir que él había presenciado una conversación en que un
jacobino, para mí desconocido, había estado procurando excitar contra mí al
mayor del cuerpo de caballería que ocupaba el Seminario. Por la mañana del 10
se recibió la dolorosa noticia de la muerte del general Mier, y no se sabían
dar muchos detalles. A poco de recibirla llegó a la casa de Rodríguez,
Anastasio Corona, quien me plantó la grata nueva, que me puso helado, de que
había orden contra mí y que era seguro que si me echaban mano pasaría luego a
la eternidad. Entonces vi claro todo lo infeliz que soy, porque casi me quedé
sin habla. Al poco rato, la misma noticia, pero también el generoso
ofrecimiento que la familia del señor don Gabriel González Franco me hacía de
que fuera a su casa, situada junto a la de mi mamá, en la cual podría tener
muchos medios de escape. Acepté, y en la noche del 10, entre 8 y 9½,
salí, medio disfrazado, sin ser advertido, y llegué a la casa de la expresada
familia. Gracias a los excelentes cuidados de ella y de la servidumbre, y
gracias también a la habilidad con que se hizo correr el rumor de que yo había
escapado para el extranjero, se me echó en olvido y no se volvieron a ocupar de
mi, salvo algún grato recuerdo que de mi persona hacía de cuando en cuando la
prensa revolucionaria. Un amigo mío, creyendo que estos caballeros eran capaces
de oír razones, fue a interceder por mí: “Lo que queremos, le dijeron, es que
se largue...” Sus deseos, en parte, quedaron satisfechos.
Mi
situación, pues, no podía ser menos desventajosa, pues aunque reducido a
permanecer indefinidamente en clausura, estaba en el seno de una excelente
familia que me ha prodigado, sin descanso, una serie de atenciones que ni con
la vida podré pagar, y quedaba en condiciones de ver a diario a mi familia,
aunque no hablar con mis hijos, porque se temía de su discreción.
Entonces
me puse a sufrir con toda mi alma las tristezas que a cualquiera que tenga un
poco de corazón habrían de causarle tantas miserias, tantas iniquidades, tantas
desvergüenzas, tantos y tantos atropellos. Vino la prisión general de
sacerdotes y, como pudieron, se refugiaron, escapando a los ojos de los
policías secretas, los padres [Fermín] Chanal y [Juan] Fayolle, jesuitas, en la
casa de mi mamá. Como no se estimó que estuvieran allí seguros, fueron
acompañados al centro de la ciudad, hasta dejarlos en una casa de confianza,
por Anastasio Corona, mi mamá, Francisco González Franco y mis hermanas. Esto
pasaba entre 9 y 10½ de la noche. Estaba yo en espera de los que habían
de regresar. Lo cual sucedió hasta las 12 o 12½, pues había sido
necesario hacer rodeos y caminar mucho. Entre tanto, oíanse cada cinco o diez
minutos las características descargas de los fusilamientos, seguidas de la
detonación del tiro de gracia. Aquel rumor fúnebre duró toda la noche y
cualquiera se hubiera sentido acongojado considerando que con aquellas
descargas se ejecutaba a los sacerdotes presos. Después se supo que todo había
sido un chiste propio de Nerones para martirizar a los detenidos, y uno de
ellos me refiere que había gritos en la penitenciaría amenazando de muerte a
los frailes y los clericales.
Entre los
sacerdotes presos, digo, con ellos, se encontraba don Marcelino Álvarez Tostado,
cuyo recuerdo ha de conservar U.I. muy bien. Es aquel señor, de cierta edad ya,
que organizó una fiesta en su casa para que U.I. bendijera un estandarte de la
Virgen de Guadalupe. Al pobre señor le hicieron pasar la pena negra. Como el
pretexto de la prisión fue el de que iba a estallar la noche del día de la
aprehensión de los sacerdotes una conjuración clerical, cuyo primer jefe debía
ser el padre [Antonio] Correa7
y el segundo don Marcelino, se aprehendió a éste a medio día, se le llevó a
casa de Diéguez, digo, de doña Dolores Fernández Somellera viuda de Orendain,
cuya finca se “carranció” el Gobernador.8 En esto se zafó
la bayoneta del cordel y arrancó parte de la piel de la muñeca. El verdugo
suspendió la obra, semi asombrado, obligó a don Marcelino a sentarse, colocándole
las manos sobre los muslos; intimóle que permaneciera en aquella postura, pues
en caso de moverse, los guardias de vista, yaquis, descargarían sobre él, y
añadió: “Se ha portado usted muy mal, viejo... (y aquí soltaba aquella boca
demonios), va usted a ser fusilado dentro de tres horas. Si tiene algo que
disponer, prepárese”. “Estaré a sus órdenes a las cinco”, contestó don Marcelino,
“entretanto, suplico a usted que me deje solo”. Al poco rato un oficial le
participó que la ejecución sería hasta las 24 horas; fue trasladado a otra
habitación contigua en donde se encontraba preso o detenido el doctor don
Silverio García, por el mismo motivo. Después se le llevó a otra habitación
donde pudo hablar a los señores presbíteros Ortiz y González, del Colegio de
Infantes, y los cuatro juntos, en automóvil, rodeados de guardias, fueron
trasladados a la penitenciaría.
El
anticlericalismo de los carrancistas
Como sabe U.I., la prisión de los
sacerdotes y de sus compañeros duró siete y ocho días y se les hizo sufrir lo
indecible. Se les sujetó a un examen ante los jueces auxiliares, lo cual
resultó una cosa tan ridícula como infame, pues después de tanto aparato de
fuerza y de tantas violencias, todo se redujo a preguntarles si conocían al señor
cura Correa y si sabían que se preparaba un complot.
He citado al señor
doctor García. Este señor se portó con una entereza extraordinaria. Se le
amenazó con fusilarlo si no revelaba dónde estaba el señor cura, dentro de un
término de dos o tres horas, y el valiente caballero pidió permiso de
confesarse, lo hizo, y pidió que se procediera luego a la ejecución, pues era
por demás el término concedido.
En esos días, o
poco antes, un licenciadito de malos antecedentes, que, naturalmente, andaba
con estos señores, se presentó con una orden dirigida “a quien corresponda”,
expedida, según entiendo, por la Comandancia Militar, y cargó con los muebles
de bufete, tanto los que pertenecían al licenciado Cordero como a mí, y unos concursos
de que es síndico el licenciado. Pero ¡cosa admirable! no que se hubieran
robado todo, pues el robo es al carrancismo tan natural y tan necesario como el
agua a los peces y el aire a los pájaros: lo asombroso es que, sabiendo quién
era yo, no se llevaron ningún documento, ni pretendieron ver cartas mías o a mí
dirigidas. A Dios gracias tal sucedió, pues mi correspondencia les hubiera
suministrado elementos no para decir que los católicos revolucionábamos, pues a
mí, ilustrísimo señor, me parece tan adecuada para conquistar la libertad la
revolución como el pegarse dos tiros en la cabeza para irse al cielo; pero
había allí confidencias que hubieran sabido explotar en su furor anticlerical y
anticatólico. Todos mis papeles quedaron a salvo.
Después de los
atropellos referidos, vino el furor legislativo, característico en Diéguez, y
sobre todo, en su secretario general, un joven licenciado Aguirre Berlanga,9 tan escaso de años como rico de perversidades. Empezaron los decretos:
el de la esclavitud de la enseñanza, precedido de unos considerandos tan
estúpidos y tan mal escritos que se admira uno cómo después se anduvieron
disputando la paternidad de la ley nuestro gran liberal Felipe Valencia,
director entonces de Instrucción Pública, y el consabido Berlanga. Luego vino
la ley del mínimum de salario, que arrancó una carcajada a todos, tirios
y troyanos, pues recordaba ello el gobierno de Sancho Panza en la Ínsula Barataria.
Y así por ese orden, ilustrísimo señor, la revolución sectaria, consciente de
su efímero y maldito reinado, destruyendo todo... hasta el atrio de la
Catedral, las bellezas de este templo, haciendo de él un cuartel, etcétera, etcétera.
Conservábamos
algunas esperanzas de que el gobierno de Carvajal10 reaccionara y contuviera los furores del carrancismo: imposible.
Corrían rumores de que Huerta se había puesto al frente de las fuerzas
federales, después de renunciar, y que al grito de “Dios, Patria y Libertad”
hacía frente a las fuerzas de Villa, González y Obregón. Corrían otros rumores
tan insensatos como éste, y uno se sentía dispuesto a aceptarlos: tanta era
nuestra angustia. Pero las ilusiones que se formaban luego se desvanecían para
dar lugar a otras y otras, hasta que el 12 o 13 de agosto se echaron a vuelo
las campanas de los templos: el general Velasco11 pactaba con Obregón la disolución del Ejército federal. Aquello era el
desastre.
Experimentábase
una tristeza, una pena tan grande, sólo comparable a la que se experimenta al
perder un ser querido. No porque el Ejército federal fuese un modelo, sino
porque era la única esperanza que en lo humano quedaba para que el carrancismo
fuera contenido. Pero estaba escrito que el porfirismo, cuya obra de relumbrón
a tantos engañó, quedase aniquilado.
En aquellos
días, confieso a U.I. y R., sentí ímpetus de desesperación y un desaliento
mortal. Parecía imposible el remedio: todo estaba perdido, hasta el honor
mismo, porque casi todos, especialmente las mujeres cristianas, decían a voz en
cuello que los del PCM., tan valientes en otras ocasiones, no pasábamos de ser
unos infelices cobardes. Esto me llegaba al alma... y sentía una impotencia
horrible. A Dios gracias, no se ha hecho nada en el sentido de esos deseos,
pues me he convencido que si Cristo en su misericordia se digna reinar
socialmente en nuestra patria, será por el camino de la paciencia, del dolor,
de las luchas eleccionarias sostenidas por el pueblo cristiano, no por medio de
la violencia, aunque sea justa. ¡Qué horrible es la revolución, Ilustrísimo Señor!
¡Y cuán infecunda de suyo en bienes!
Se afina la
persecución religiosa en Jalisco
Entretanto, Diéguez, Berlanga y compañía
seguían apretando el dogal: las iglesias fueron cerradas. Un mundo de gente iba
a San Pedro Tlaquepaque a oír misa los domingos, y con esto hicieron su agosto
los señores de la Hidroeléctrica de Chapala: se llegó a asegurar como cosa
indudable que Pinzón, representante de la compañía y cónsul francés, cuya
conducta dejó que desear en el desempeño de este cargo, no así los cónsules
japonés e inglés, había entrado en tratos con Diéguez para hacer negocio con la
clausura de los templos. Será o no esto cierto, pero el caso es que se hizo
saber por medios particulares el deseo que la autoridad eclesiástica tenía de
que no se fuera a misa a San Pedro, pues no incurrían
en falta. los que no la oyeran. Los sectarios entonces, dieron otra vuelta al dogal: se
ejecutaron algunas violencias en las casas donde se celebraba el Sacrificio de
la Misa, pero entonces, también, se empezó a ver que se estaba colmando la
medida. Hubo entre los sicarios algunos que conocieron lo duro de los puños de
los católicos y lo punzante de la lengua de las católicas. Una señora se encaró
a los soldados y a su jefe, que habían penetrado en una casa donde se iba a
decir misa, y les dijo que ellos no iban a impedir que se celebrara ésta, sino
que iban en busca de cosas que robar, y sacándose una pulsera de oro que traía
les decía con burla que se la robaran.
Por fin,
Diéguez, deseoso, según decía uno de sus periódicos adulones, de resguardar la
libertad de conciencia, procuró que las mujeres del pueblo le pidieran que se
abrieran algunos templos y lo concedió... Y Pinzón, caso de que haya hecho el
trato que se le atribuye, la comenzó a pagar. Vinieron socialistas de México,
agentes de “El Obrero Mundial”, y levantaron en huelga a los empleados de los
tranvías y el tráfico en la ciudad se suspendió por unos diez o doce días. Las
utilidades obtenidas con el negocio eclesiástico se fueron por aquel portillo,
porque lo que es del agua, al agua. Excusado es decir que Diéguez ayudaba la
huelga, pero el que había sido caudillo de una que hubo en Cananea en tiempo
del general Díaz no pudo sacar las últimas consecuencias: los otros empleados
de la Compañía se preparaban a seguir a sus compañeros, con lo cual se iba a
suspender el servicio de agua y de luz. Allí temió Diéguez y obligó a los
tranviarios a ceder.
¿No se acordará
Pinzón de la negativa que dio a U.I. y R. de permitir que se organizara un sindicato
cristiano con los empleados de la compañía? Ahora tiene entre ellos no la
levadura del cristianismo, sino la del más rabioso socialismo.
Se me iba
pasando referirme a la expulsión de los sacerdotes extranjeros. Lobato,12 el presidente municipal nombrado por estos redentores, mandó llamar a
todos los eclesiásticos extranjeros: presentes éstos, Diéguez no tuvo el valor
o la dignación de salir a intimarles la orden de expulsión, pero lo hizo el
infame Berlanga, que estaba acompañado del no menos infame Lobato, que se
gloriaba en aquellos momentos de su obra. Berlanga, con legua premiosa, dijo
que les daba plazo para salir de la república y que el Gobierno, “que era muy
caballero” (palabras textuales), ponía a disposición de los expulsados un tren
que los condujera a Manzanillo. El padre Chanal estuvo muy expresivo
protestando contra el acto violento. Berlanga se puso más escuálido y quedó
preparada la consumación de la infamia. El día de la partida fueron avisados
los señores sacerdotes con muy pocas horas de anticipación. Fue la partida
dolorosísima: muchas personas asistieron a ella, y los jacobino-revolucionarios
tuvieron la cortesía de enviar música que tocara en la estación el “Himno a
Juárez” y el “Adiós, Mamá Carlota”.
Todo parecía, ilustrísimo
señor, bajo una losa de plomo, y la indignación aumentaba considerando la
impotencia propia. Pero se comenzó a ver un pequeño rayo de esperanza, al menos
de que la revolución carrancista no se consolidaría. Villa empezaba a
disgustarse con Carranza. Al principio se nos quiso hacer creer que la cosa no
era de importancia y un periódico masónico de México, El Diario del Hogar,
indicaba como principio del fracaso liberal el que se pudiese hablar del
rompimiento entre Villa y Zapata con don Venustiano. Zapata pronto dio color:
por poco mata al infame Yago del carrancismo, el funesto Luis Cabrera.13 Y los
combates comenzaron de nuevo, a raíz del glorioso triunfo (?), entre los
carrancistas y los zapatistas, a las puertas de la ciudad de México. Villa
estuvo disimulando, en espera de dejar estallar la bomba. Se reunió la famosa
Convención de México: allí en donde tuvieron asiento todas las nulidades, todas
las miserias y todas las canalladas. Se exhibieron los redentores del pueblo:
D. Venus, el asqueroso viejo sectario, era tratado allí con el más
profundo desprecio por los mismos que se consideraban sus subalternos. Creyó el
miserable hacer un gesto heroico renunciando a la jefatura del Ejército, los
suyos le dijeron que no... para irse luego a Aguascalientes, donde cayeron en manos
de Villa como unos pichoncitos para recibir órdenes de él. Don Venustiano, el
obstinado, fue destituido, se le dio “el cese” de presidente y fue elevado a la
primera magistratura el bueno de don Ulalio, o sea, el señor general don
Eulalio Gutiérrez,14 La
militancia católica simpatiza con la causa villista
Como Villa había lanzado en septiembre un
manifiesto en que reprobaba las violencias cometidas con el clero católico,
vióse en él un apoyo y en consecuencia se comenzaron a hacer trabajos en pro
del villismo. En Sahuayo, los señores Ramírez se pronunciaron, haciendo actos
de verdadero valor, y organizaron una brigada, la Gálvez-Toscano, compuesta de
católicos. Hicieron una campaña muy honrosa. Ya con anterioridad se había
pronunciado por el sur de Jalisco el padre Manuel Corona, de la diócesis de
Colima, y si se han de creer las informaciones que una persona me dio y que
anduvo con el padre, fue y es tan terrible el pequeño grupo acaudillado por él,
que se calcula que sólo el padre, con su propia mano, habrá matado unos
quinientos yaquis: tal es su puntería y valor. Hubo algunos de Guadalajara que,
irritados con tanto despotismo de Diéguez, se hicieron villistas: entre ellos,
Nicolás Leaño levantó gente por el rumbo de Tepatitlán, aunque no obtuvo éxito
ninguno como fin de sus trabajos. El padre Pérez Rubio,19 que fue objeto de ataques de los jacobinos, se levantó también, según
entiendo, en unión de su hermano, el licenciado, aquel que en nombre de
López-Portillo20 fue a intimar a U.I. y R. para que no se efectuara la procesión del 11
de enero del año pasado. Pronto se vio que Diéguez no se sostendría en
Guadalajara, pues el 18 o 17 de noviembre se interrumpieron las comunicaciones
con México, porque las fuerzas villistas habían avanzado sobre León y
Querétaro, haciendo correr a todo escape a las fuerzas de Jesús González, el
Gobernador de Guanajuato, y de otros. Se permaneció, sin embargo, en un estado
que no se definía hasta el 14 de diciembre: en la mañana de ese día Guadalajara
tuvo la dicha de ver que los dieguistas emprendían su marcha para Ciudad
Guzmán, declarada capital provisional de Jalisco por un decreto del caudillo
asesino. No tiene idea U.I. y R. del inmenso bienestar que se experimentó
cuando se vio que los carrancistas habían dejado la ciudad. Se organizaron
guardias mutuas para conservar el orden de la ciudad, todo el mundo se echó a
la calle, y yo, sin más, contra el parecer de mis gentes, me lancé también a la
calle. Me quedé sorprendido del estado de los ánimos: qué situación de los
pobres tapatíos durante aquellos cinco meses. Me parecía que yo había estado en
Jauja, comparando mi suerte con las de muchos que nunca cometieron el crimen
(?) de mezclar la política con la religión. No parece sino que la Providencia
quiso dar una lección a los que creen que se cumple con todos los deberes de
cristianos católicos dedicándose a las prácticas de piedad, sin pretender hacer
reinar a Jesucristo en el orden social y en el político. Esos devotos sufrieron
tanto o más que los que habíamos tenido la audacia y cometido el sacrilegio (?)
de hablar de catolicismo en política... Lo malo, muy malo del caso es que la
lección no ha sido aprendida. Un caballero muy rezador, en días pasados, dejándose
llevar de su temperamento nervioso, lanzó esta blasfemia ante una excelente
señora católica: “Si Dios me pusiera como condición para salvarme que
perteneciera al PCN, preferiría irme a los infiernos”. El buen hombre se asustó
de lo que había dicho, pero ello da a entender cómo andan algunos... y cuán
ignorantes en principios religiosos.
Villa
entró en la tarde del 17 de diciembre y todo el mundo fue a recibirlo. Traía
como gobernador a Julián Medina,21 hombre inculto y muy tonto. Se fue Villa a los pocos días, sin
intentar seguir a Diéguez. Las decepciones comenzaron a dejarse sentir. Algunos
se habían apoderado, con justicia, de los talleres de El Regional,22 robados por los carrancistas. Otros tomaron posesión de algunas escuelas
pertenecientes a la Iglesia, pues se creía que las restituciones no se
aplazarían. A los cinco o seis días se vio que todos los edificios secuestrados
tenían fuerzas en la puerta y se supo que se pretendía perseguir a los que
habían tenido la ocurrencia de recoger lo que era suyo. También se vio con
verdadero desagrado que sistemáticamente se hostilizaba a los cuerpos
católicos, y que se dejaba en los mismos puestos a los que habían sido
colaboradores del dieguismo: Octavio Lobato en la presidencia municipal,
Aurelio Ortega, el maestro francmasón y jacobino, en la subdirección de
Instrucción Pública, etcétera, etcétera. Pero pronto se vieron los resultados.
El bueno de Medina, según parece, dio oídos a Lobato, reconocido dieguista, y
libró orden a las fuerzas del general Antonio Delgadillo, que luchaba por el
rumbo de Zapotlán y que tenía en jaque a Diéguez, y otros que andaban por aquel
rumbo, que se reconcentraran en Guadalajara. Así lo hicieron, menos el padre
Corona, que contestó que no estaba su quehacer en la ciudad, sino en hostilizar
a Diéguez.
La
decepción del villismo
Hubo el 25 de diciembre una gran parada en
la ciudad, desfilando las fuerzas jaliscienses. Iban al frente de ellas el
citado Delgadillo, federal ameritado que se había hecho querer mucho en Colima
en tiempo de Huerta, el padre Pérez Rubio, Bravo, hijo del general del mismo
apellido, federal, y otros, menos el padre Corona, que seguro sospechó lo que
había. Con sorpresa se supo aquí que a los dos o tres días se había apresado a los
citados y parte de su estado mayor, y con verdadero horror se vino
investigando, resistiéndose muchos a creerlo, que ocho de ellos habían sido
fusilados en Poncitlán, sin formación de causa y sin que se dijera cuál había
sido el motivo. Murieron Delgadillo, el padre Pérez Rubio, el hermano de éste,
Juan Pérez Rubio; un joven del Colegio Militar del estado mayor de Delgadillo,
Padilla, sobrino del licenciado don Celedonio, Bravo, un joven Ponce de León,
un antiguo telegrafista de apellido Beltrán y otro cuyo nombre no recuerdo. Aún
se ignora cuáles fueron los motivos, pues unos dicen que en realidad pretendían
formar con el estado de Jalisco una entidad que permaneciera extraña a la lucha
mientras ésta continuaba; otros, que la muerte se debía a que representaban el
elemento clerical; otros, porque se pretendía hacer elegir gobernador
Delgadillo. Se ignora también quién sea el responsable de esas ejecuciones,
pues al principio se las atribuyeron a Villa, y ahora corre la especie de que
el verdadero responsable fue Lobato, pues se valió de su influencia sobre el
tonto de Medina no sólo para que las fuerzas que molestaban a Diéguez se
reconcentraran en Guadalajara, sino también para hacer despertar sospechas
contra los que fueron víctimas. Hay algo consolador, o mejor dicho, mucho, en
estos crímenes: los ocho murieron cristianamente, pues el padre Pérez Rubio los
auxilió, y se dice que el padre fue auxiliado antes de partir para Poncitlán.
Con aquellos
actos tan vituperables, con el silencio en que envolvió el gobierno semejantes
medidas, la desconfianza renació y gran parte de los buenos que habían ayudado
a Villa contra Diéguez se dispersaron. Los Ramírez, que en mi concepto se
salvaron milagrosamente de ser víctimas como Delgadillo y sus compañeros,
pidieron su baja y entiendo que la columna Gálvez-Toscano se disolvió.
Entre tanto,
comenzaron a llover sobre mí las amenazas. Seguramente mis buenos enemigos
contaban con que yo había puesto mucha tierra de por medio, pues la sorpresa
que me manifestaba todo mundo al verme de nuevo indicaba a la vez que había
sido muy cierto e inmediato el peligro que había yo corrido, la creencia de que
estaba en la Argentina o la república de El Salvador. G. Enríquez Simoní, que
estuvo redactando un periódico en El Paso, estaba ya en México colaborando en
uno de los periódicos villistas que se redactaban o publicaban en la capital de
la República, y él, con la mayor alarma e insistencia, escribió a su papá para
que me dijera que me ocultara luego, pues mis enemigos trabajaban por mi
eliminación cerca de los señores de México. Me abstuve de darme a ver, un poco,
pero al fin creí necesario ocultarme cuando recibí dos nuevas advertencias que
los PP [Santiago] de Groot y [José Octavio] Rossi me enviaban desde los EEUU.
A tiempo me oculté.
Empezaron a correr rumores de que Diéguez volvía, que ya estaba en Zacoalco,
que se combatía en Tlajomulco, que venía muy fuerte, pues se le había unido el general
Murguía, gobernador carrancista de México... Y luego se advirtió por los días
14 o 15 de enero que efectivamente, era muy difícil que Medina pudiera
sostenerse. Una tarde se tuvo como un hecho la evacuación de la ciudad por las
fuerzas de Medina, pero hubo contraorden y renació un poco la calma. Luego se
vio que llegaban cañones y que se preparaba a entrar en batalla contra Diéguez,
a unos cuantos kilómetros de la ciudad, por el sur. El 18 se comenzó a oír
desde muy temprano el cañoneo por el rumbo del cerro de El Cuatro, cada vez se
escuchaba más nutrido, y a eso de las nueve o diez de la mañana, cesó después
de haberse hecho muy intenso. Desde la casa de la familia González Franco se
vio claramente que las fuerzas villistas se replegaban hacia este lado del
cerro con cierta festinación. Habían sido derrotadas. Pronto corrió el rumor de
que la línea de los villistas había sido rota, y empezaron a llegar dispersos.
El resto de la mañana y parte de la tarde transcurrieron sin novedad, pero a
eso de las cinco de la tarde se oyeron por el parque del Agua Azul nutridas
descargas de máuser. Los dieguistas atacaban los trenes en que iban escapando
Medina y parte de sus fuerzas, rumbo a Ameca. Yo presencié aquello, ilustrísimo
señor, y tendré muy presente el modo con que los dos trenes partían: parecían
dos serpientes a las que la violencia de la carrera las obligase a contener de
cuando su carrera sic.
En las primeras horas de la noche entraron fuerzas dieguistas en la ciudad:
avanzaban cautelosamente, a lo largo de las paredes. Murieron entonces muchos
inocentes, pues se ignoraba que los dieguistas hubieran tomado la ciudad. Así
es que cuando se les lanzaba el grito de “¿Quién vive?”, contestaban “Villa”, y
eran asesinados en el acto.
El 19 por la
mañana, después de haber estado escuchando por este rumbo de la ciudad (el
poniente) una multitud de descargas toda la noche, vimos entrar o pasar a los
funestos yaquis, que iban a acuartelarse a la Visitación. La ciudad estaba
regada de cadáveres aquí y allá: especialmente en la estación se encontraban
muchos.
Los
carrancistas recobran la plaza de Guadalajara
El mismo día 19 entró triunfante La
Pantera, quiero decir Diéguez. Hubo el discurso reglamentario desde el
balcón principal de Palacio, que estuvo a cargo de un individuo que declaró que
era católico, pero que los clericales y el clero debían ser perseguidos y,
según entiendo, aniquilados, pero que él, el orador, era católico, y luego
¡vuelta con el clero!, y así por este orden siguió la peroración. Todos
esperaban que Diéguez comenzara a volar iglesias con dinamita; los señores
sacerdotes se ocultaron y los templos fueron cerrados, pero luego el tiranillo
dispuso que se abrieran los mismos que él en la pasada ocasión había
autorizado. No hubo con los “clericales” el furor ni las violencias que se
temían, pero se dejó sentir el odio que animaba a Diéguez contra la sociedad y
especialmente con Guadalajara, de un modo más violento que en la primera vez
que estuvo haciéndonos felices con su gobierno.
Se
estrenó el hombre con un hecho que nos dejó horrorizados. Entre los admiradores
del héroe, o al menos entre los que se pudieran tener por amigos de él,
se contaban el licenciado Luis Martínez Gracida, subsecretario de Gobierno en
la vez precedente del mismo Diéguez, conocido de U.I. y R. pues era secretario
del Juzgado de Distrito y él fue en unión del juez a tomar a U.I. su
declaración hace un año, y un joven Manuel Santoscoy, estudiante de leyes y
hermano del licenciado Fernán Gabriel Santoscoy, asistente de la Congregación
de San Luis Gonzaga. Pues bien, esos dos buenos hombres fueron a presenciar la
llegada del vencedor y procuraban ser vistos por él para saludarle cuando era
vitoreado al estar en el balcón de Palacio. Distinguiólos Diéguez y los mandó
llamar en el acto: fueron luego los dos desdichados creyendo seguramente que se
trataba de darles alguna comisión. Entiendo que ni siquiera hablaron con el gobernador,
sino que inmediatamente fueron trasladados al Cuartel Colorado. Sé que la
hermana de Santoscoy y el licenciado pudieron hablar con Manuel estando ya éste
preso en el cuartel, que el oficial encargado de su custodia aseguró a la señorita
que no debía de tener cuidado por la suerte de su hermano; mas no dejó de
escapar algunas expresiones que indicaban que Martínez Gracida iba a ser
víctima. A la mañana siguiente muy de mañana, ya estaba en las puertas del
cuartel la familia Santoscoy: el joven había desaparecido. Gran parte de la
mañana se pasó en investigaciones para venir a saber con espanto que los dos
desdichados presos habían sido fusilados a media noche en el mismo cuartel y
enterrados en el propio lugar del suplicio. Mi buen amigo Francisco González
Franco y Dionisio González Esteves tomaron a su cargo la penosa misión de
exhumar a los asesinados. Estaban destrozados por las balas y parece que
Santoscoy, joven enfermizo y nervioso, no pudo llegar por su pie al patíbulo,
pues se desmayó y estando en ese estado fue pasado por las armas.
¿Cuál
fue el motivo de esos espantosos asesinatos? Se ignora: parece que Diéguez
quiso castigarlos porque no se fueron con él en su primera escapada.
Después
de esa noticia espeluznante, otra que todo el mundo señaló como manifestación
de la justicia de Dios. Luego que se supo en Zapotlán la toma de Guadalajara,
partieron en tren las mujeres y las familias de soldados y oficiales
dieguistas, acompañadas de alguna escolta, pero el único tren que las traía era
tan grande que al bajar la cuesta de Sayula, que U.I. y R. ha de recordar muy
bien, se “chorreó” la máquina, los frenos fueron impotentes a detener aquella
enorme masa y empezó una carrera vertiginosa, hasta caer todo el tren, excepto
dos carros, desde lo alto de un terraplén de sesenta y tantos metros. Allí
perecieron, sea por asfixia, por los golpes o por el incendio que se declaró,
cerca de seiscientas mujeres y muchos niños, así como unos cien soldados. Se
dice que las mujeres venían haciendo burla de Guadalajara por sus sentimientos
católicos, y también se dice que perecieron allí las que violaron la Catedral
haciendo de ese templo una casa... como cualquier otra. Pues probablemente ha
de saber U.I. que en Catedral nacieron, según se dice, sobre alguno de los
altares, dos niños.
Corrieron
rumores que Carranza, contando con el apoyo de los EEUU, se consolidaría
definitivamente en el poder, pues aunque Villa había gozado durante buen tiempo
del favor de los yanquis, su conducta en México en los últimos días de
diciembre y primeros de enero había sido extraordinariamente vituperable: se
dijo que contra las protestas del ministro francés y las insistencias del mismísimo
don Eulalio, se robó una señora francesa, cuyo marido está ahora en la guerra
europea.
También
se supo que Medina y los villistas del estado de Jalisco andaban muy mal, sin
parque. En vista de esto, se temió que Diéguez se quedara tiranizando a Jalisco
por tiempo indefinido. El número de un periodicucho indecente que con el
carácter de oficioso se publicaba aquí, correspondiente al día 30 del pasado
enero, anunciaba que el estado estaba limpio de villistas y que la paz era un
hecho en Jalisco. Esto se escribía en la tarde o en la noche del 29, pues no se
hubiera podido ni siquiera intentar decirlo el mismo día 30. En efecto, cuando
se creía sinceramente que los villistas estaban muy lejos, tuvieron ellos la
amabilidad de despertarnos el propio día 30, exactamente a las 5½ de la
mañana, asaltando la ciudad del modo más audaz. No se esperaban semejante
sorpresa, ni tanto valor, los dieguistas: sus enemigos penetraron hasta la
Plaza de Armas, asaltaron los cuarteles y durante unas tres o cuatro horas no
se oyó en Guadalajara otra cosa que las furibundas descargas del combate. Los
villistas venían, según se dice, escasísimos de parque, muchos de ellos
entraron sin armas y eran en escaso número, pues hay quien dice que sólo eran
unos quinientos, aunque otros dicen que ascendían a dos mil, pero gran parte de
ellos sólo armados con arma blanca. Se dice que mataron muchos carrancistas,
pues en la sorpresa pudieron hacer muchas víctimas. Yo sé decir que oí los
lamentos que lanzaban en el cuartel de la Visitación, que queda a corta
distancia del lugar donde me encontraba, y que aquellos lamentos parecían
indicar que se estaba acuchillando a soldados y soldaderas. Se dice igualmente,
como cosa segura, que los villistas lograron su intento, pues vinieron por
parque y se lo llevaron en abundancia. Ya se habrá de imaginar U.I. el estado
en que quedaría la ciudad después de la lucha. Por una parte, el sentimiento de
todos sus habitantes de que Diéguez no hubiera sido desalojado, y por parte de
éste y de los suyos, un profundo recelo contra la ciudad, pues ellos aseguraban
que había habido muchos lugares en que a las fuerzas carrancistas se les tiraba
desde las casas. Hubo, en consecuencia, muchas ejecuciones: sólo frente a la
Escuela del Espíritu Santo fueron colgados cinco desdichados que estuvieron
allí durante más de veinticuatro horas.
Tropelías
sin límite. La suerte de la militancia del PCN
Los cateos aumentaron con aquellos
acontecimientos y las violencias se multiplicaron. Fueron presos, entiendo que
un poco antes del asalto, los licenciados Fernando Castaños y Celedonio
Padilla, así como un licenciado muy dieguista que había hecho el elogio de la
famosa ley de enseñanza, Winstano L. Orozco, hombre multicolor.
Todo
parecía indicar que la tiranía dieguista se consolidaba cuando un lunes, el 8
del corriente, se supo que Diéguez se escapaba. Después de una ansiosa espera,
el jueves se fue el hombre con todas sus fuerzas. Guadalajara quedó sola, sin
autoridades de ninguna especie, pero se hizo patente entonces la alta cultura
de todos sus habitantes: ni un desorden, ni un robo, ni nada que indicara que
las lecciones de latrocinio y de sangre dadas por los liberales hubieran sido
aprendidas por el excelente pueblo tapatío: resultado de la labor del padre
Correa y de otros sacerdotes... y también del PCN.
El
siguiente día por la tarde, entró Villa. Fue aquello un verdadero triunfo: el
pueblo delirante lo aclamó y le pidieron la cabeza de Diéguez, la de doña Atala
Apodaca y las de los atalos, es decir, las de los Amigos del pueblo.
Villa persiguió
a Diéguez, quien se hizo fuerte en la misma cuesta de Sayula tan funesta para
su gente. Estaba perfectamente bien colocado. Dicen que cuando llegaron frente
a la cuesta los villistas, no advirtieron que hubiera allí nadie, aunque debían
estar cuando menos unos seis o siete mil hombres. Intentaron avanzar los
villistas y nadie hizo frente a aquel intento. Así pasó la primera parte de la
noche. Por fin, parece que Villa supo obligar a sus enemigos a combatir, dando
el toque de “enemigo al frente” a eso de las doce de la noche, e hizo avanzar
la caballería. Entonces se escuchó una formidable descarga: los dieguistas
contestaban al fuego. Villa logró distraerlos, según dicen unos, con aquel
fuego de la caballería, mientras fue posible emplazar la artillería. Luego que
esto se hizo, avanzaron las fuerzas, al romper el alba, y en medio de un
combate muy sangriento fue tomada la cuesta y derrotado el tiranuelo.
Ahora estamos
bajo el régimen de Villa, y, a Dios gracias, no se han registrado violencias,
aunque a mí no me inspira mucha confianza la situación. Villa ha logrado
atraerse a los federales, pues vienen con él, entre otros, los generales José
Delgado, Arnoldo Casso López, Miguel Rodríguez, defensor de Mazatlán, Morelos
Zaragoza, defensor de Tampico. Se siente alguna esperanza de mejora, pero la
situación económica es deplorable: el hambre se avecina a grandes pasos.
Antes
de manifestar a U.I. y R. la impresión que me causa el actual estado de cosas,
voy a informarle sobre la suerte que han corrido mis compañeros del PCN. Desde
luego un hecho que sólo como milagroso puede considerarse. No obstante el odio
que han sentido los masones de aquí y el furor sectario de la revolución, y no
obstante que muchos del PCN no han resguardado sus personas con toda eficacia,
el caso es que ninguno ha perecido. Bendito sea Dios.
Chávez estuvo
preso dos veces y fue multado con quinientos pesos, como todos los que tenían
algunos posibles en la ciudad. Morfín Silva tuvo que pagar igual cantidad, y ha
tenido que vivir oculto casi tanto tiempo como yo, aunque con muchas menos
precauciones. Félix Araiza estuvo llevando vida de anacoreta en la falda del
Volcán de Colima durante algún tiempo, luego se fue a León y ahora, según creo,
está en los EEUU. Marrón Alonso está en Albuquerque, Everardo García estuvo
viviendo en una hacienda, luego se vino aquí: estuvo viviendo con un
carrancista y con aquel candor suyo decía que se había cuidado tan poco, que no
estimaba que Dios estuviera obligado a seguirlo cuidando, que seguro sería
fusilado. Un día se vio entrar una fuerza carrancista, y como creyeron muchos
que eran los villistas que venían a ocupar la ciudad, se apresuró Everardo a
salir de su escondite y preguntaba a los soldados que si venía Natera
mandándolos (Natera es villista). Garibi ha permanecido bien resguardado en su
casa o en algún otro punto que ignoro. Navarro Flores fue multado y estuvo
oculto durante algún tiempo. Por ese orden hemos andado todos.
No deja de tener
sus dificultades dar una idea a U.I. y R. del estado de los espíritus en la
actualidad.
Comenzando por
los enemigos declarados, creo advertir cierto desconcierto, sobre todo entre
los masones, pues como ni Diéguez ni Villa respetan, llegada la hora, a los
Venerables, Rosacruz, Caballeros Kadoho, Grados Treinta y Tres, etcétera, etcétera,
y como ellos se han adherido a unos y otros, han terminado los miserables por
suspender sus trabajos. Ha habido una victoria, que yo estimo como una buena
pieza para la masonería: Lobato, el desgraciado presidente municipal dieguista
que siguió en el gobierno de Medina. Parece que se le sorprendió hablando con
el enemigo, fue preso en el acto y llevado a Las Juntas, cerca de donde se
estaban libando los combates del 18 de enero, allí se le tuvo enjaulado; dicen
que sufrió ataques nerviosos violentos, pues era muy neurasténico, y se asegura
que fue fusilado. Dios lo haya perdonado. Por el mismo camino por donde
partieron los sacerdotes que él se gloriaba de haber encarcelado, tuvo su
suplicio. Igual suerte y por el mismo rumbo anda corriendo Diéguez.
Se restaura
el gobierno villista en Guadalajara
El gobierno actual, que en su primer
periodo dio notas jacobinas, especialmente por medio de su prensa, anda ahora
muy moderado. Es jefe político o presidente municipal Guilebaldo Romero, cuñado
del señor Azpeitia, y ha sido nombrado secretario del Ayuntamiento Francisco
Ramírez Romano, que luchó por el PCN, discípulo de los jesuitas. Los periódicos
se asombran ahora de las infamias que con los católicos hizo Diéguez y uno de
ellos, redactado o dirigido por un hijo de Winstano Orozco, que hizo como ya
dije un elogio de la ley de enseñanza que prohibía los colegios católicos y los
seminarios, se muestra escandalizado de semejantes tiranías. Voy a procurar
conseguir el número y enviar con ésta el artículo a que me refiero. Sin
embargo, la ocupación de la Escuela de Artes, de la Visitación, del Colegio de
San José, de El Regional, del Colegio de las Damas, etcétera, etcétera,
sigue adelante. Sé que fue restituido su edificio a las Salesianas y a las
Reparatrices.
No obstante que
la sociedad ha sufrido mucho, no se manifiesta muy convertida, antes bien,
sigue en ese estado de frivolidad y de estupidez ignorante que tanto
entristece. No sé quién organizó el primer domingo de Cuaresma una fiesta en el
teatro, y el teatro, a pesar de las persecuciones, a pesar de tanto dolor y
tanta tristeza, se vio pletórico de gente creyente. Esto entristece mucho.
Hasta un presidente de cierta asociación piadosa y que debía ser de combate
honró la fiesta con su presencia. Esto parte el corazón.
En las familias
aristocráticas o que se tienen por tales se ha desarrollado mucho la pasión del
juego, pues no han encontrado otra manera de matar el tiempo ahora que Diéguez
prohibía transitar por las calles después de las ocho de la noche, so pena
de muerte. No ha faltado quien se haya encargado de hacer cierta atmósfera a
ciertos constitucionalistas, pero ya empiezan a sentirse las consecuencias:
acaba de ser expulsada cierta familia de la alta, aunque no muy bien recibida
en sociedad, que entró en relaciones con Diéguez.
Entre los
“devotos” de siempre sigue el encono contra el PCN y también contra los que lo
han protegido. Ya hice alusión a los desahogos de cierto caballero. Por el
estilo están muchos y muchas que atribuyen al mismo partido la actual
situación. Allá ellos y ellas. No quieren creer que la salvación sólo se
obtendrá volviendo a reinar Jesucristo en la sociedad, y no saben, no quieren
saber, ni parece que están en condiciones de saber, que la solución católica,
tachada por esos ignorantes de socialista, es la única solución.
En este modo de
pensar (me da pena escribirlo) parece que andan también algunos eclesiásticos:
estoy casi seguro de que así piensan. Dios los ilumine.
A todo esto tan
triste hay que añadir (y yo me cuento entre ellos) el terror que se ha
apoderado de muchos católicos, de casi todos, inclusive una buena parte de los
eclesiásticos, y tal vez, terror algunas veces irracional.
Éste es el lado
negro. Pero falta añadir algo más triste. Siento que se me resiste la máquina,
pero creo que no sólo puedo, sino que debo decirlo. Medina en diciembre
devolvió la Catedral, pero a la vez dijo que quedaran suspendidas las conferencias,
con cuya expresión quiso designar todas las asociaciones piadosas. Se le
contestó pasando una circular a los sacerdotes expedida por la Autoridad Eclesiástica,
prohibiendo dirigieran las asociaciones piadosas. Esto me ha afectado más que
cualquiera otra cosa. Y esto temo que esté dando por resultado el enfriamiento
general de los espíritus.
Al salir Diéguez
por vez primera, se reorganizó la Congregación de los PP. Jesuitas con igual
concurrencia que en el tiempo que la dirigían, pero vino la prohibición y,
aunque gran parte de los congregantes han permanecido firmes, asistiendo
reunidos en el templo de San Felipe, hace falta siempre la celebración de la
asamblea.
Entre
sombras y luces
Pero también hay su lado luminoso. Desde
luego, los sacerdotes que en buen número se han mostrado intrépidos. Citaré a
los padres Cano,23 Huerta,24 Anguiano (Enrique)25 y el heroico David Galván.26 Ya ha de saber U.I. el glorioso fin que tuvo. He estado pretendiendo
recoger algunos datos biográficos para que sean publicados. En Ahualulco iba a
ser fusilado, y según recuerdo, el mismo padre me contó que fue llevado desde esa
población hasta Ameca sufriendo mil atropellos. Recién entrado Villa a ésta,
creímos que sería devuelto El Regional y pretendimos reorganizar el
periódico: el padre Galván y el padre Camacho27 estuvieron prontos a colaborar y tuve una entrevista con ellos.
Desgraciadamente la imprenta fue pronto ocupada y dada a unos jóvenes
estudiantes que publicaban un periódico insulso. El padre Galván salió a
confesar heridos el día 30 de enero e invitando al padre Araiza28 iban a desempeñar su santa misión cuando se les aprehendió. Entiendo
que inmediatamente se les condujo a espaldas del cementerio de Belén; allí
preguntó el padre Galván si se les iba a fusilar, y al ser contestado en
sentido afirmativo, se puso las manos a la espalda y dijo: “Tiren”, y cayó
muerto. La gente ha estado recogiendo, como reliquia, la sangre que quedó en el
suelo. Se siente ya veneración y amor a su memoria. Me dicen que dijo que ese
día iba a comer con Dios y que se negó a hincarse para recibir la descarga.
Las Damas
Católicas y las que pertenecen a una nueva asociación que con el nombre de
Confederación se ha establecido, con la aprobación correspondiente, han
trabajado bien, especialmente en la organización de catecismos. Las
asociaciones existentes de señoras y señoritas están dedicando su actividad en
esa empresa. Se ha socorrido a sacerdotes necesitados y practicado otras obras
muy laudables.
Durante lo más
crudo de la persecución se notó un aumento extraordinario de piedad y muchas
confesiones, pero se ha disminuido el fervor.
En cambio, de
algunas personas, muy pocas, que se han liberalizado, especialmente entre las
pobres señoritas profesoras, se han registrado conversiones muy consoladoras.
Una de ellas, reciente, es la del licenciado don Francisco H. Ruiz, que era juez
de distrito, como U.I. recordará. Se unió a los dieguistas, fue personaje entre
ellos e ingresó a la masonería, pero entiendo que murió la madre, quien le
envió un recado, que no sé qué sería, que le llegó al alma. Luego fue
perseguido por Diéguez y tuvo que ocultarse. Llevóse a su escondite un rifle,
una pistola... y una Imitación de Cristo. Las armas eran para defenderse
y en caso ofrecido hasta para matarse, pero no le sirvieron, pues con la
lectura del Kempis se rindió, pidió un sacerdote con insistencia, se confesó, y
luego que Diéguez se retiró, hizo su comunión pública y recomendó se diera a
conocer lo que había hecho. Para retirarse del medio malo en que ha vivido se
ha ido a la frontera, pero está dispuesto a luchar por la buena causa. Dios lo
sostenga. Sé de un joven liberal que ya va en camino de abrazar la fe. Me dicen
que ha habido confesiones sorprendentes.
He dejado para
lo último el hablar de la hermosísima Pastoral colectiva que U.I. y R. ha
suscrito. Sé que en estos días se ha estado haciendo una reproducción de ella
ocultamente, pues todos los católicos que la hemos leído hemos recibido una
impresión extraordinariamente consoladora. Sin adulación, ilustrísimo señor,
puede decirse que en esa Pastoral se ha dicho todo, absolutamente todo lo que
convenía, en la forma más interesante. Estoy seguro que se va a obtener mucho
bien. La declaración que se hace allí de que no conviene echar mano de la
fuerza para reparar tantos y tan incalificables atropellos hechos a la religión
y las personas y cosas sagradas me parece a mí muy adecuada y oportuna. Estoy
seguro que más bien se obtendrá y más males se evitarán procurando soportar
esta situación con paciencia luchando sólo por impedir se pierdan las
conciencias, que lanzándose a la guerra religiosa. Esos señores liberales se
están acabando de pintar y creo que el buen pueblo mexicano se arrojará en
brazos del Divino Jesús, públicamente, tan luego como sea dable intentar alguna
predicación un poco intensa.
Cierto es que,
como ve U.I. y R., hay muchas cosas desconsoladoras, pero, a pesar de ellas, he
estado creyendo que de este cataclismo surgirá al fin una República cristiana:
México no supo proclamar en el orden social y político a Jesucristo en los
tiempos de prosperidad: será Rey al sentir la visita esta pobre patria de
tantos dolores y tantas miserias. Con tal de que Él reine, poco importa la
prosperidad material.
De nuevo suplico
a U.I. y R. me perdone esta carta tan extensa y tan llena de enmendaturas.
Mucho gusto
sería para mí recibir carta de U.I., pero suplico a U. no lo haga si con esto
tiene algo que desatender sus ocupaciones. Yo seguiré escribiendo cada vez que
tenga una ocasión semejante a ésta, pues creo que gustará U.I. de enterarse por
diversos conductos del estado actual de esta región. En caso de que
U.I. se digne escribirme, suplícole me dirija la carta poniendo en el sobre
esta dirección: “Srita. Elvira González Franco, Guadalajara, Hidalgo 1426”, y
que me llame en sus cartas “Ricardo”. Yo ya sé el pseudónimo de U.I.
Tengo interés, ilustrísimo
señor, en que no se sepa todavía dónde me encuentro, pues no tengo otro lugar
mejor a donde irme en caso de que comenzaran en mi contra las persecuciones.
No digo nada a
U.I. del vivo deseo que tenemos de verlo, porque ya se lo ha de imaginar. Dios ha
de tener al fin misericordia de nosotros y nos ha de permitir hacerle un
recibimiento más entusiasta que cuando vino a tomar posesión de la
Arquidiócesis.
Dígnese U.I.
recibir las protestas de afecto y adhesión que le envía toda mi familia, no
olvidarla en sus oraciones, y reconocerme siempre como su muy adicto hijo en
Cristo que reverente su anillo pastoral besa.
Miguel
Palomar y Vizcarra (Rúbrica)
1 Abogado tapatío (1880 - 1968), profesor de economía social, catedrático en el Liceo de Varones y en la Escuela de Derecho; magistrado suplente del Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco; diputado local por el Partido Católico Nacional, propuso la Ley del Bien de Familia: una casa o fracción de la misma para morada de la familia, con tierras adyacentes o próximas destinadas al cultivo, incluyendo menaje y semovientes necesarios para la explotación de las tierras.Cf. Enrique Lira Soria, Miguel Palomar y Vizcarra. Católico militante (1880-1968), Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara y Dirección de Cultura del Ayuntamiento de Guadalajara, Guadalajara, Tips, Gráficos, 2010. 2 La versión paleográfica es de la Mtra. María Palomar Verea, quien se dio a la tarea de encontrar el documento, gracias a la pista ofrecida por los doctores Juan González Morfín y Francisco Barbosa Guzmán. Las notas al pie de página las añadió el editor de este Boletín. Ubicación del documento en la biblioteca del ITESO: Colección Fondo Cristero, Clasificación 21. 2 PAL, LIBRO 11 DOC 1/111, Título: Carta con fecha 23 de Febrero de 1915, para el Ilmo.y Rmo. Sr. Dr. D. Francisco Orozco y Jiménez. Autor Palomar y Vizcarra, Miguel. Editorial Guadalajara, México: Destinatario: Orozco y Jiménez, Francisco, Arz. de Guadalajara, 1915. Descripción 14 fojas, mcs/cop. 21.5 x 28. 3 Usía (Vuestra Señoría) Ilustrísima y Reverendísima. 4 Partido Católico Nacional. El título, los subtítulos y todas las notas al pie de página fueron agregados al texto para facilitar su lectura. 5 Se refiere a la tapatía Atala Apodaca Anaya (1884-1977), maestra normalista, oradora y conferenciante del movimiento carrancista, al lado de Manuel M. Diéguez. De ideología liberal y anticlerical, asistió sin representación al Congreso de Querétaro de 1916. Ocupó el cargo de directora de Educación Federal en el estado de 1946 a 1954. La Secretaría de la Defensa la reconoció como precursora y veterana de la revolución. En fechas recientes (2013) se colocó su nombre en letras doradas en la Sala de Cabildos del Ayuntamiento de Guadalajara. 6 José María de la Soledad Platón Mier Santos (1847 - 1914), abogado y militar mexicano neoleonés, sobrino nieto de fray Servando Teresa de Mier, fue gobernador de Nuevo León tras la renuncia de Bernardo Reyes. Siendo Gobernador y comandante militar de Jalisco, fue muerto en combate por los carrancistas en la estación El Castillo, en las goteras de Guadalajara. 7 Tapatío (1876), presbítero del clero de Guadalajara (1898), promotor insigne de la acción social católica, encabezó la Asociación de Obreros Guadalupanos. En 1914 era párroco del Santuario de Guadalupe. Llegó a ser canónigo penitenciario y Secretario de la Curia. Murió en 1962. 8 Manuel Macario Diéguez (1874-1924). Tapatío, cursó estudios en el Seminario Conciliar. Trabajó en el puerto de Mazatlán y en las minas de Cananea, municipio del que fue alcalde. Afiliado a la masonería, profesó el liberalismo radical más jacobino. Adherido al Plan de Guadalupe, fue nombrado Gobernador Militar de Jalisco por Venustiano Carranza, oficio desde el cual propinó a la Iglesia todos los golpes que pudo. Fruto de diversas incautaciones llegó a arrendar entre otros bienes raíces, una extensa hacienda en Hostotipaquillo. Fue fusilado en Chiapas por órdenes de Álvaro Obregón, en contra del cual se insubordinó. 9 Manuel Aguirre Berlanga, oriundo de Coahuila (1887), siendo estudiante se afilió al Partido Potosino Antireeleccionista. Fue Gobernador de su Estado y Presidente Municipal de Piedras Negras. Se unió en 1913 al ‘Plan de Guadalupe’; acompañó a Carranza a Sonora; fue diputado por Coahuila en el Congreso Constituyente de Querétaro y Secretario de Gobernación de Carranza. Fue gobernador de Jalisco. Murió en 1953. 10Francisco Sebastián Carvajal y Gual (Campeche, 1870 - Ciudad de México, 1932). Abogado, fue presidente interino de México del 15 de julio al 20 de agosto de 1914, tras la renuncia de Victoriano Huerta. 11 José Refugio de Velasco y Martínez de Sotomayor (Aguascalientes, 1849 - Ciudad de México, 1919), Secretario de Guerra y Marina del Presidente Carvajal. 12 Octavio Lobato era comisionista; contrario al catolicismo social, militaba en las huestes del liberalismo anticlerical. Presidente interino de Guadalajara en 1914, fue ajusticiado poco después, como se dirá. 13 Luis Vicente Cabrera Lobato (1876-1954) fue un abogado, político, diplomático y escritor poblano, adicto al positivismo y al liberalismo anticlerical, combatió a muerte en el Congreso de la Unión al Partido Católico Nacional e intrigó cuanto pudo para indisponer a Carranza en contra de este instituto político y de su militancia. A Cabrera se debe haber propalado la versión según la cual los obispos de México respaldaron el Gobierno de Victoriano Huerta, con lo cual azuzó la destrucción de las obras sostenidas por la Iglesia acometida por el carrancismo. Firmaba sus escritos bajo el seudónimo de licenciado Blas Urrea o de Lucas Ribera 14 Eulalio Gutiérrez Ortiz (1881-1939) fue un comerciante y minero de Coahuila, seguidor del liberalismo radical, buen conocedor del uso de los explosivos. Militó en el maderismo, secundó a Pascual Orozco en contra de Huerta, se sumó al Plan de Guadalupe, fue designado por Carranza Gobernador y comandante militar de San Luis Potosí. La convención de caudillos que comenzó en la Ciudad de México el 1º de octubre de 1914 y retomó a Aguascalientes el 10 del mismo mes y año, le confirió la Presidencia provisional de la República, desligándose cuanto pudo de Carranza. 15 Antonio Díaz Soto y Gama, (1880-1967) fue un abogado potosino, fundador el Club liberal Ponciano Arriaga, antiporfirista. Militó en el maderismo y se inclinó al socialismo y al reparto agrario. En 1913 se adhirió al zapatismo. Mediante el ‘incidente Banderas’ inclinó a los miembros de la Convención de Aguascalientes a adoptar el Plan de Ayala. 16 Rafael Pérez Taylor (1887-1938) fue cofundador del Partido Socialista Mexicano, de la Casa del Obrero Mundial. Adherido a las ideas del socialismo radical, escribió “El Sindicalismo”. 17David G. Berlanga, maestro normalista de Coahuila (1884-1915), profesó el positivismo. Fue antireeleccionista, director general de Educación en San Luis Potosí. Se unió al Ejército Constitucionalista. Votó contra Carranza en la Convención de Aguascalientes, pero desconoció a Villa. Rodolfo Fierro dispuso su ejecución considerándolo un traidor. 18 Periodista liberal radical, dirigió en Saltillo la publicación ‘La voz de Juárez’, de profundo antireeleccionismo. Como presidente de la Comisión del Ejército Libertador del Sur, participó en la Convención de Aguascalientes. Lo asesinaron agentes villistas el 13 de diciembre de ese año en la Ciudad de México. 19 Miguel Pérez Rubio (1863-1914) fue presbítero del clero de Guadalajara (1886), ministro en Tepatitlán, Zapotlán el Grande, Santa María de los Lagos, se entregó al cultivo de tierras en los Altos de Jalisco. A mediados de 1914 acaudilló un movimiento beligerante que se adhirió al villismo, uno de cuyos caudillos, Julián Medina, lo hizo fusilar al lado de Antonio Delgadillo, el 30 de diciembre de 1914. 20 José López Portillo y Rojas (1850-1923), abogado tapatío, literato de muy elevados méritos, liberal moderado, Gobernador de Jalisco por el Partido Católico Nacional, titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores en el gobierno de Huerta. Tuvo un incidente muy sonado con el arzobispo de Guadalajara, al que alude el autor de este texto. 21 Julián C. Medina (1895-1922), de Hostotipaquillo, Jalisco, se adhirió al villismo, en cuyas filas demostró un valor y una crueldad sin límite, lo que le granjearon ascensos y simpatía de Pancho Villa, el cual lo nombró Gobernador interino de Jalisco (17 de diciembre de 1914 – 17 de abril de 1915), breve lapso en el que implementó tácticas de terror y al ajusticiamiento de los mejores elementos de su facción. 22 Publicación periódica creada en Guadalajara a instancias del arzobispo José de Jesús Ortiz y Rodríguez en 1914. 23 Miguel Cano, pro secretario de la Mitra. 24 J. Refugio y Eduardo Huerta Gutiérrez, dos de cuyos hermanos (Ezequiel y Salvador) serán martirizados y ahora ostentan el título de beatos. 25 Hermano del rector del Santuario de La Merced, Juan José Anguiano Galván. 26 Canonizado en el año 2000. 27 Vicente María Camacho y Moya (1886-1943), párroco de San Miguel del Espíritu Santo. Murió siendo obispo de Tabasco. 28 José María Araiza. |